Capítulo XVI
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InuYasha permanecía sentado en el tatami de la sala en casa de la familia Higurashi. Kagome lo acompañaba, sentada a su lado junto a los demás miembros de la familia, todos ellos rodeando la mesa en la que habían cenado; la madre de Kagome había insistido en que la cena hoy sería en aquella mesa y no en la cocina.
Las presentaciones llegaron nada más bajar ellos del baño que se habían dado, no sin antes secar toda el agua que se había derramado por el suelo. Kagome vio a su hermano y se le humedecieron los ojos. InuYasha suspiró y agradeció que los años juntos le dieran cierta resistencia ante las lágrimas de ella, odiaba verla llorar, sentía desesperación en el pecho, la que siempre venía acompañada de un fuerte deseo que arrancarla de cualquier sitio que le estuviese provocando aquello.
Souta se había convertido en un hombre tan alto como él, lo saludó con menos efusividad que cuando era un niño, pero con el mismo afecto. Su hija pequeña, Mei, lo miró y pareció sorprenderse, para luego sonreír con entusiarmo.
Definitivamente la familia Higurashi es especial —pensó.
El abuelo le dedicó un movimiento de cabeza, como si recién le estuviese dando su aprobación ante la unión que tenía con su nieta. El patriarca de la familia y él no se llevaban del todo bien, de alguna manera el hombre había intuido desde el principio, que InuYasha se llevaría a Kagome con él.
—Te queda bien —le dijo, refiriéndose al hakama y el hitoe, de color azul oscuro, que le habían dejado fuera de la puerta del baño. Kagome lo había interpretado de inmediato y antes que él llegara a ponerse nuevamente su haori, ella se lo quitó de las manos.
—Gracias —aceptó. Su compañera también le había explicado que esas ropas seguramente pertenecían a unos implementos que su abuelo tenía de una escuela que kendo que había querido instalar en el templo.
No estuvo en desacuerdo con usar las ropas, de todos modos se pondría su haori al día siguiente.
La esposa de Souta resultó ser de lo más animada, habló bastante más que él y fue la que mejores explicaciones dio sobre los sucesos de hace unas semanas, en las que dos niñas habían llegado por un portal surgido del Goshinboku.
—Towa de inmediato supo que Setsuna era su gemela, pero quien lo confirmó fue Moroha —explicaba, aunque ella no había estado ahí.
InuYasha se mantenía en silencio, no sabía si sentirse feliz o triste ante el relato. Su hija estaba bien, además de ser medio salvaje y veloz, eso instalaba confianza en su corazón.
—Entonces ¿Dices que Towa llegó con unos cuatro años? —preguntó Kagome. InuYasha estaba seguro que intentaba ordenar las piezas de estos viajes en el tiempo.
—Sí —afirmó Moe—. Cuando Souta llegó con la niña y me explicó que no tenía familia, de inmediato decidimos adoptarla. Los trámites fueron un poco com…
—¿Sabes cómo consiguieron viajar? —interrumpió, InuYasha, dirigiéndose a Souta.
—Por una especie de demonio que habitaba en el Árbol Sagrado —explicó—. Un tal Ne no Kubi
—¡¿Ne no Kubi?! —Kagome reaccionó de inmediato y miró a InuYasha— ¿No era ese el demonio que destruimos hace unos años?
Su compañero asintió.
—¿Dices que estaba en el Goshinboku? —la adrenalina ya estaba haciendo estragos en Kagome e InuYasha, y éste le formuló la pregunta a Souta de una forma casi violenta, llevándolo de vuelta a los once años.
—Sí —respondió, echándose un poco hacia atrás.
Se pusieron en pie y salieron de la casa, como si sus pensamientos se sincronizaran. Cuando estuvieron en la puerta InuYasha asió a Kagome por la cintura, dando con ella unos cuántos saltos que los llevaron junto al Árbol del Tiempo.
—¿Percibes algo? —preguntó, dejando que su compañera pusiese los pies en el suelo; ella siempre les acortaba el camino con su capacidad espiritual. La vio negar.
—Nada —comenzó a dudar, no creía que el problema fuese no percibier la energía del Ne no Kubi, era algo más simple—. Creo que no está aquí.
InuYasha la miró un instante y se negó a darse por vencido.
—No puede ser —expresó, dando un salto dentro del pequeño vallado que rodeaba el Goshinboku, mientras escuchaban al resto de la familia de Kagome acercarse.
Comenzó a cavar en la tierra, tenía que encontrar alguna raíz más profunda para que Kagome pudiese percibir algo.
—No creo que encuentres nada, InuYasha —le dijo ella, con pesar. No le gustaba ver esa desesperación en su compañero. Entendía que la situación era angustiante, pero no podían permitirse caer nuevamente en ese estado emocional.
—Tengo que conseguir llegar a alguna raíz —intentó explicarse.
En ese momento escucharon la voz de la hija de Souta, Mei, que llegaba junto a ellos y lo nombró con total normalidad.
—¡InuYasha oji! —tío InuYasha. La alegría de la niña era evidente. Había incorporado con una frase a un nuevo miembro en su familia.
Todos se quedaron mirando a la pequeña, incluso InuYasha detuvo sus movimientos para captar el mensaje de la niña. El comentario dulce había aflojado la tensión en la que estaban todos.
InuYasha volvió a la labor, ahora con menos desespero.
—¿Qué hace? —preguntó Souta a Kagome, que aún sonreía ante la expresión de cariño de Mei.
—Queremos encontrar una parte de la raíz principal, que no esté expuesta, para leer la energía —le explicó a su hermano y él se le quedó mirando.
—Y tú ¿Sabes hacer eso? —parecía incrédulo.
—Habitualmente, sí —sonrió.
InuYasha continuó excavando un poco más. Al ahondar iba encontrando raíces pequeñas que no servían para lo que querían hacer.
—No las rompas —le pidió Kagome.
—No pensaba hacerlo —respondió, sorprendido que aún pensara que era tan irreflexivo, después de todo este árbol quizás pudiese ayudarlos a volver a su tiempo.
Fue separando poco a poco la tierra a los lados, para no maltratar las raíces más débiles. Kagome se metió con él, dentro de la valla del Goshinboku, para ayudarlo y escuchó a su abuelo soltar una ligera exclamación. El hombre estaba escandalizado del poco respeto con el Árbol Sagrado. Lo miró de reojo y pudo ver a su madre calmando al anciano, aquella le resultó una escena de lo más nostálgica. En cuestión de un momento tuvieron también a Mei, con sus pequeñas manos, sacando la tierra que InuYasha soltaba.
—Gracias, Mei —dijo Kagome, conmovida por la ayuda que quería prestar la niña.
—Gracias, Mei —repitió él, sintiendo real agradecimiento.
Kagome lo observó y se enterneció, sabía que en InuYasha habían cambiado, paulatinamente, muchas consideraciones sobre los humanos, aunque seguía siendo un solitario.
—Hoy tocará baño de vuelta —mencionó Souta, en tanto su mujer sonreía.
—Quizás Kagome oba abra un camino para que vuelva mi hermana —la niña estaba poniendo esperanza en su tía Kagome.
Todos se mantuvieron en silencio. Las esperanzas de la inocencia son algo que nadie debe sentirse con derecho a apagar.
—Kagome, aquí —InuYasha le indicó una raíz gruesa, que finalmente estaba a la vista lo suficiente como para que ella la tocara con ambas manos.
Kagome asintió y tomó aire profundamente antes de inclinarse en el agujero que ya tendría poco menos de un brazo de profundidad. Tocó la raíz con ambas manos y cerró los ojos, pudo percibir la energía del Goshinboku, su fortaleza y su antigüedad. Si tuviera que explicar lo que sentía, simplemente se trataba de un alma sabia que carecía de un cuerpo, no podía atribuirlo a una persona o un animal o incluso a la figura del propio árbol, se trataba de un ser que le transmitía emociones y un calor intenso que hablaba del gran recorrido de vida que tenía. Ella sólo podía compararlo con la luz de una hoguera pequeña o una grande. La grande siempre iluminaría más. Sin embargo, el árbol le transmitía que no tenía un camino para volver con su hija. Comenzó a mostrarle, en imágenes y sensaciones, el viaje de Moroha a este tiempo. Kagome experimento una enorme presión en el corazón al poder ver a su hija.
Kagome —escuchó su nombre de parte de un angustiado InuYasha. Lo tocó con la mano izquierda, que era la mano que entrega la energía, para que él también pudiese ver lo que ella.
Moroha traspasaba el portal que se había abierto en el Goshinboku, debido a que el demonio Ne no Kubi deseaba el poder de las perlas que poseían ella y Setsuna. Kagome tuvo la sensación de reconocer a Sesshomaru en la expresión severa de su hija, a pesar de que en sus rasgos se parecía mucho a Rin. Se emocionó hasta las lágrimas cuando pudo percibir la energía de Moroha.
Dos Fuerzas —pensó.
En ella estaban los dos, InuYasha y ella, y su hija parecía sana y capaz.
Las escenas se mezclaron, tanto las de venida como las de ida, en una parte el portal se abría para dos niñas y el siguiente lo había hecho para tres. Entonces también pudo ver a Towa. Sintió vértigo cuando el Goshinboku la arrastró hacia una visión más profunda, en la parte central de sus propias raíces, en donde las niñas enfrentaban al Ne no Kubi y acababan con él. Alcanzó a leer un pensamiento de Moroha.
Ya no podré volver.
Sabía que se refería al tiempo en que ellos estaban ahora.
Soltó el aire con fuerza, como si no hubiese respirado en un largo tiempo y abrió los ojos. Estaba cansada por el esfuerzo de concentración que le había exigido la conexión con el árbol. Sin embargo, a pesar del cansancio, le dirigió una oración al Goshinboku y creó un sello en el aire que diera por entregada y agradecida la información que él le había brindado. Luego de eso, apoyó ambas manos en el borde del agujero que habían abierto y se quedó ahí para recuperar el aliento.
—¿Estás bien? —le preguntó InuYasha, su voz era suave y cálida, él también había visto a Moroha.
—Estoy agotada —confesó.
—Claro —contestó él.
Se acercó a ella y la tomó entre sus brazos, sin hacer preguntas, no las necesitaba. El resto de la familia Higurashi observaba el momento en total silencio.
¿Qué podían decir?
InuYasha la sacó de la zona vallada del árbol y se dirigió a la madre de Kagome.
—¿Podemos dormir en alguna habitación? —le pareció prudente preguntar.
—La habitación que era de Kagome está libre —mencionó.
Tomó camino hacia la casa, considerando esa información. Decidió caminar en calma para no agitar más a Kagome, que se había acurrucado junto a su pecho con los ojos cerrados. Era consciente del sequito que llevaban y de las voces que comenzaban a animarse a hablar.
—InuYasha oji, Kagome oba ¿Está bien? —escuchó la voz de Mei que se había adelantado hasta ellos.
—Estoy bien —respondió Kagome, no quería preocupar a la niña.
—Sólo está cansada —agregó InuYasha.
—Había mucha luz con ella —acotó la niña.
—¿Luz? —preguntó Moe, que venía un poco más atrás.
—Sí, alrededor de Kagome oba —la niña respondía como si no entendiera que su madre no lo hubiese visto.
InuYasha supo, por las voces de los demás, que los únicos que había visto la luz que envolvió a Kagome eran la niña y él.
Cuando entraron en la habitación, InuYasha no pudo evitar sentir el vacío que había en el cuarto. El color de las paredes era el mismo que durante el tiempo en que él venía hasta aquí por ella, sin embargo no había nada de la vida que su compañera le otorgaba al lugar; ahora se trataba de una habitación recogida y silenciosa.
—Todavía es rosa —dijo Kagome, en cuanto entraron. Su voz sonaba un poco más fuerte.
—Sí, no hemos querido cambiar el color —dijo su madre, que venía tras ellos. El resto de la familia se había quedado en la planta baja.
InuYasha acercó a Kagome a la cama y la dejó sentada en el borde.
—Traeré sábanas —mencionó la madre.
—¿No tendrás algún futón de aquellos? ¿Los que había antes? —preguntó Kagome. La madre se le quedó mirando un momento y luego asintió.
Años atrás su cama le había parecido el mejor lugar para descansar, pero el tiempo en el Sengoku le había trasladado una especie de gusto por ciertas costumbres antiguas, como dormir en el piso.
—¿Necesitas algo más? —ofreció, su madre, con la voz cargada de afecto.
—Agua.
La madre salió por la puerta. Kagome hizo el ademán de ponerse en pie, pero le costaba.
—¿Qué quieres hacer? —InuYasha permanecía de pie delante de ella.
—Lavarme las manos —le mostró las marcas de la tierra.
—Traeré una vasija con agua —sentenció él. Estaba decidido a que descansara de una vez.
—El baño está aquí enfrente, iré yo —se puso en pie.
—Pero, Kagome —quiso sonar decidido.
—Pero, InuYasha —repitió ella y lo escuchó bufar.
—Mira que eres terca —se quejó.
—Y estabas perfectamente advertido —le dijo, alzando la cabeza y exponiendo sus labios para que él le diera un beso.
InuYasha la observó un momento, primero desde el genuino enfado que sentía por no poder cuidar de ella como quería y luego desde la dulzura inconmensurable que Kagome le despertaba. Soltó el aire por la nariz, derrotado, para dejar sobre los labios de su compañera el toque que ella buscaba.
—Vamos juntos, nos lavamos las manos y volvemos. Te prometo que luego de eso me dormiré —le ofreció.
Ambos sabían que la información que Kagome había obtenido no los dejaría dormir en horas, pero al menos debían intentar descansar para pensar.
—Vamos —aceptó.
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La habitación de Kagome se mantenía en penumbra e iluminada por la luz de la luna que era suavizada por su ciclo de cuarto menguante. Era el momento en que las emociones se apaciguaban y había que generar proyectos que más adelante, en la luna nueva y creciente, comenzaban a realizarse. Ella esperaba que para ese momento ya estuviesen con su hija.
La luz le permitía ver a InuYasha dormido sobre el futón que les había dejado su madre. Finalmente se había entregado al sueño, a pesar de no querer ser el primero de los dos en hacerlo. Kagome sabía que ahora mismo sufrían de cansancios diferentes. Él había estado corriendo largo tiempo hasta llegar al Guardián del Tiempo que había en la tumba de su padre, se había herido los pies y se había sanado también, de las heridas en este momento sólo le quedaban cicatrices rojizas que dentro de un día ya no existirían. Para ella no era desconocido que aunque su cuerpo sanaba con rapidez, eso le exigía esfuerzo y lo agotaba.
No pudo evitar pensar que aunque InuYasha siguiese siendo perfecto e inmaculado en su exterior, las cicatrices que no marcaban su cuerpo eran heridas reales para su mente y su alma.
Por su parte, Kagome estaba cansada emocionalmente. Todas aquellas imágenes de su hija la llenaban de alegría y tristeza a la vez. Sentía que ambas corrientes chocaban en su pecho como lo harían dos océanos al encontrarse. Sabía que ese cansancio y esos sentimientos, también los contenía su compañero.
Habían pasado horas hablando de lo que habían visto a través del Goshinboku.
Se mantenían recostados sobre el futón e InuYasha había creado una almohada para Kagome con su brazo, el que mantenía flexionado y alzado hacia la cabeza. Ambos miraban el techo blanco y la forma en que la luz del exterior creaba una marca luminosa en él. A ella le pareció que hacía mucho que no compartían una cama.
—¿La viste blandir la espada? —InuYasha se escuchaba emocionado— Creó una fuerte energía con ella ¿Cómo habrá conseguido esa espada?
Luego de decir aquello, tomó algo de aire y suspiró. Se sentía vacío ante los años que no conocía de su hija. Tenía demasiadas preguntas y prácticamente ninguna respuesta.
—Y la lluvia de flechas sagradas —mencionó Kagome.
Se giró hacia InuYasha y se pegó más a su cuerpo. Buscaba esconder la tristeza en el calor que él le daba. Su compañero extendió el brazo y la rodeó, para que descansara la cabeza sobre su pecho. Quería sentirla hasta que se durmiera.
—¿Crees que podamos volver al día en que la dejamos? —sabía que InuYasha no tenía respuestas, pero necesitaba plantear el temor que tenía, antes que se la comiera viva por dentro.
—No lo sé —aceptó él—. Al menos sabemos que Kirinmaru no ha dado con ella.
Kagome aceptó eso como un triunfo.
—Ni con las hijas de Sesshomaru y Rin —advirtió.
Se mantuvieron en silencio un poco más, sumergidos en sus pensamientos. InuYasha recorría con las yemas de los dedos el brazo de Kagome, desde el hombro hasta el codo, creando un símbolo de infinito. No se daba cuenta, sin embargo su mente exteriorizaba un deseo.
—Se movía como una pequeña loba —mencionó Kagome, sabiendo que eso sacaría a InuYasha de sus pensamientos oscuros.
Lo escuchó gruñir como defensa.
—Al menos sabemos que está viva y está bien —le dijo, creando con los dedos el símbolo del infinito en el pecho de su compañero.
—Eso es mucho —aceptó InuYasha.
Un momento después habían cambiado de posición y se quedaron uno frente al otro, mirándose largo rato. En ocasiones les sucedía que se miraban sin palabras y en sus mentes se reproducían las emociones que los habían unido.
—Duérmete —le dijo InuYasha.
No obstante, finalmente había sido él quien primero se durmió.
Ahora que lo contemplaba se sentía agradecida de tenerlo en su vida, él era su raíz a tierra, la más fuerte que tenía. Lo escuchó suspirar en medio del sueño, pocas veces lo veía dormir de forma tan profunda. Era increíblemente bello. Admiraba la forma en que su pelo platinado se hacía más radiante aún bajo la luz de la luna y se detuvo en la forma de sus labios entreabiertos, mientras liberaba el sonido pausado de su respiración. InuYasha era hermoso, aun escondiendo el cálido dorado de sus ojos.
Lo escuchó suspirar nuevamente y sintió deseos de besarlo y decirle que todo estaba bien, sin embargo, se contuvo para no despertarlo.
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Buenos días, Hisao.
Buenos días, Hisao.
Buenos días, señor Higurashi.
Saludaban los mayores que venían al Templo a la hora de la clase de Tai Chi.
—Buenos días, Hisao —saludó una de las alumnas más antiguas que tenía el Templo. Hisao Higurashi la conocía desde hace años— ¿Esa es tu nieta?
—Buenos días, Kainuko. Sí, está de visita —explicó el anciano. No podía contarle que Kagome estaba aquí sin saber si podría volver a la era Sengoku.
—Me alegro. Estarás contento de tenerla en casa —mencionó la mujer.
—Sí, mucho —aceptó el abuelo de Kagome, observándola a ella y a su compañero junto al Árbol Sagrado.
En cuestión de un momento estuvieron todos los alumnos en sus posiciones habituales, efectuando los movimientos lentos y armónicos del Tai Chi.
InuYasha observó a los ancianos desde lejos, no es que le llamaran particularmente la atención, pero notó como una de ellos indicaba en la dirección en que él y Kagome estaban cubriendo las raíces del Árbol del Tiempo.
—¿La conoces? —le preguntó a Kagome, que alzó la mirada en la dirección que le indicaba.
—No estoy segura, pero será una amiga del abuelo que venía cuando yo aún vivía aquí. Ahora mismo no recuerdo su nombre —explicó.
—Ella parece que te recuerda —acotó, sin mayor importancia, continuando con la labor de cubrir las raíces con una pala. Una vez InuYasha hacía aquello, Kagome, ponía presión con el pie.
La mañana había comenzado más descansada para ellos, pero aun así, silenciosa. La madre de Kagome había intentado animarlos y les había contado que Souta tenía algunas fotos que tomó de las niñas cuando estuvieron aquí y que las traería por la tarde, luego del trabajo. Kagome no pudo evitar pensar en que la vida de todo el mundo continuaba, y era normal, pero las suyas estaban detenidas.
—Luego buscaré entre los pergaminos viejos que tiene el abuelo, ya sabes que tiene cosas muy antiguas, quizás algo nos oriente —se explicó Kagome.
—Lo haremos —InuYasha sonaba apagado. Aunque ella no podía reprochárselo, ambos estaban así.
Lo vio hincar la pala en la tierra y sostener su peso en ésta, para luego inclinarse a un lado y comenzar a caer. Kagome dio un salto para soportar su peso antes que llegara al suelo. No pudo sostenerlo del todo y ambos cayeron.
—InuYasha —le habló, en cuánto pudo mirarle la cara, él mantenía los ojos cerrados y el rostro humedecido por la fiebre.
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Continuar.
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N/A
Cuando termino un capítulo siento que aún me falta tanto por contar, sin embargo, miro atrás sobre el mismo capítulo y ya he contado muchas cosas también, con lo que concluyo que esta historia, simplemente, tiene mucho que decir.
Espero que les haya gustado el capítulo y que estén disfrutando al leer, tanto como yo de escribir
Besos!
Anyara
