Capítulo XVII
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La dulzura de los pétalos es embriagadora
Tanto como la luz de las almas
Que aun brillan
En las tempestades
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Todas ellas han sido creadas por nosotros
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Las tempestades ¿Dices?
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Sí, las tempestades
Las mismas que vuelven a lo alto
Y crean almas
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Hablas de la muerte
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Sí, también sobre la muerte hablo
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Para Kagome ver a InuYasha caer, sin que al parecer hubiese una razón, la había hecho entrar completamente en pánico. No era la primera vez que lo veía perder el conocimiento, pero siempre habían estado claras las razones, siempre había sido a causa de alguna batalla y ella tomaba aire y decidía el siguiente paso. Sin embargo, verlo caer y no concebir la razón hacía que su corazón se disparaba, no podía perderlo a él también. Cerró los ojos y se obligó a encontrar calma, respiró profundamente y volvió a abrir los ojos para mirarlo en su regazo, con la cara perlada en sudor y caliente por la fiebre.
Llamó a su madre a gritos, desde el sitio en que estaba junto al árbol sagrado. La mujer llegó en cuestión de un momento y se sorprendió ante la escena.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, cruzando la pequeña valla que había entorno al Goshinboku.
—No lo sé —no lo sé, se repetía en su mente como un mantra. Entonces comenzó a mirar el espacio, buscando un indicio de algo. Cuando su mente al fin comenzó a ayudarla, decidió centrar su energía y así usarla para percibir a alguna entidad extraña.
No había rastro de energía demoniaca, ni ningún otro tipo de energía oscura que pudiese ser la causante. Tras ella se escuchaba el rumor de los ancianos que venían a Tai Chi y temió que se acercaran.
—Ponle esto —su madre le entregó un pañuelo que llevaba al cuello, para que Kagome ocultara las orejas de InuYasha—. No pasa nada, tranquilos.
Escuchó a su madre calmar a los ancianos, los que se detuvieron a varios pasos de ellos, eso tranquilizó a Kagome. Los escuchó debatir sobre prestar su ayuda y gracias a las palabras de su madre se fueron alejando. Se sintió agradecida con ella. En ese momento InuYasha se quejó e intentó abrir los ojos.
—InuYasha —le habló, despejándole de la frente el pelo que se le había humedecido con el sudor.
—Tranquila —respiró con dificultad, intentando incorporarse—, estoy bien —quería ser fuerte, que Kagome no se preocupara. Sin embargo, no era capaz de enfocar la mirada, le dolía la cabeza y sentía que iba a desplomarse otra vez, así que volvió al regazo de su compañera.
—No es lo que yo veo —aclaró ella. InuYasha no fue capaz de responder.
—Llevémoslo dentro —decidió su madre.
De ese modo entre las dos mujeres lo ayudaron e InuYasha tuvo que servirse de ellas como apoyo para ponerse en pie y dar pasos pesados y difíciles. Notaba la respiración forzada y sentía que la cabeza le quería estallar. Kagome pudo notar que le costaba andar e intentaba mirar si había alguna herida visible o algún rastro de sangre que la ayudara. Se lamentaba de no tener el olfato de InuYasha para estas cosas. Una vez dentro pudo sostenerlo ella sola para subir la escalera y entrar en la habitación. Su madre no tardó en llegar con agua fría y unos paños para bajarle la fiebre.
—Traeré algún medicamento para la temperatura —avisó la mujer.
—Espera, mamá ¿El abuelo aún tiene hierbas medicinales? —preguntó y ella asintió.
—Sí, en el almacén de siempre.
—Bien, prefiero usar eso —aseguró. Su madre comprendió que la vida de Kagome había cambiado mucho en los años que llevaba lejos.
—Entonces prepararé té —ofreció, creía que le vendría bien a todos.
—Gracias —le sonrió y volvió la mirada a su compañero.
Tomó uno de los paños de algodón que había traído su madre y lo mojó en el agua fría, le quitó es exceso y dejó la suficiente humedad en él para que ayudara a InuYasha. Le acomodó el pelo con suavidad, todos sus movimientos estaban abocados al cuidado, y le puso el paño frío; no le pasó desapercibido el temblor que atacó al cuerpo de su compañero, la fiebre era alta tal y como solía serlo en él.
—¿Te duele algo? —tenía que identificar la raíz de la fiebre. Le tomó la mano y sintió como InuYasha se la sostenía sin fuerza. Tenía deseos de llorar, no soportaba verlo enfermo.
—Creo que el pie —articulaba las palabras con dificultad.
Kagome asintió y se llevó la mano de InuYasha a los labios, para dejar un beso antes de soltarse. Se deslizó por el tatami del cuarto hasta los pies y los miró. Recordaba que la noche anterior sólo tenía cicatrices rojizas que ella pensó que se habrían ido del todo a lo largo de este día, pudo comprobar que la mayoría de ellas ya eran sólo una línea difusa en la piel, a excepción de una que se había puesto muy roja y amenazaba con inflamarse hasta estallar.
—Ahí estás —dijo, sintiendo alivio al identificar el problema.
Volvió a la cabecera del futón y se inclinó para darle un beso a InuYasha en los labios, notó como la piel en esa zona se comenzaba a resecar. Para él todo era rápido, tanto la sanación de una herida como los síntomas de una enfermedad.
—Te pondrás bien —le anunció, aún a centímetros de su rostro y él intentó sonreír—. Vendré en un momento, intenta no dormirte —le pidió.
No quería dejarlo, pero necesitaba ir por las hierbas que le ayudarían a curar.
Bajó la escalera corriendo y se fue directa al almacén en que su abuelo tenía las hierbas. Tomó todas las que le parecieron necesarias para su labor, entre ellas la caléndula, el romero y el sauco, esenciales para la fiebre y como antiséptico. Se sintió aliviada al saber que su abuelo aún tenía la costumbre de recurrir a la medicina natural, ella misma había podido comprobar sus propiedades estando en el Sengoku. Además, InuYasha era un hanyou y no quería darle cualquier medicamento. Recordaba lo irresponsable que había sido llevando medicación de su tiempo y administrándola sin pensar en los efectos que podían tener en personas que no tenían costumbre de ello. Inmediatamente se quitó el pensamiento de la cabeza e intentó recordarse que había hecho lo que le pareció correcto en ese momento.
En cuanto entró a la cocina dejó los frascos con las hierbas sobre la mesa. También buscó el cuchillo más fino que tuviese su madre, lo miró y pensó que tendría que afilarlo si quería que el corte fuese limpio.
—¿Tienes aún la piedra de afilar? —le preguntó a su madre, que la miraba moverse con agilidad y decisión.
—Sí —la mujer abrió la ventana y tomó la piedra rectangular del bordillo en que solía dejarla. Luego se la entregó a su hija.
—Necesito aceite vegetal —la madre tomó un aceite de sésamo que tenía en un mueble, junto a la cocina—. Gracias.
—¿Mortero? —preguntó, adivinando su siguiente petición.
—Sí, mamá, gracias —le sonrió, y se tomó un segundo para observar la expresión cariñosa de su madre. La había extrañado y se daba cuenta que no la había abrazado suficiente. Debía recordar hacerlo mucho luego, para no dejarse ningún abrazo pendiente. Con esa idea volvió a la labor.
—Has aprendido mucho —su madre sonaba encantada.
—Sí, la anciana Kaede y Jinenji son los que me han enseñado —le explicó, mientras ponía algunos pétalos de caléndula seca en el mortero y agregaba el aceite para comenzar a integrar ambos elementos—. En la aldea la mayoría de las personas recurren a ella para curar sus dolencias, y ahora mismo también a mí.
—Se nota que sabes lo que haces —la mujer expresó su orgullo, y su hija le sonrió. Le había tocado vivir una vida poco convencional, pero eso ella como madre ya lo previó cuando advirtió aquella luz en su pecho. Como muchas madres sentía que sus hijos eran únicos y estaban llamados a cosas importantes, sin embargo, en este caso era real y Kagome se lo había demostrado años atrás, del mismo modo que lo hacía ahora— ¿Te ayudo con algo? —se ofreció.
—Necesitó agua caliente, medio litro, y poner una cucharada de cada uno de estos frascos —apartó los cuatro tipos de hierbas que usaría para la fiebre—. Además de miel.
—Muy bien —aceptó su madre, con ese talante amable y optimista que poseía.
El proceso no resultó largo, preparó la infusión en el agua que su madre había calentado, una vez que termino con el ungüento que le pondría en la herida a InuYasha. Habría preferido macerar la planta a fuego lento, pero esto serviría. Una vez lo tuvo todo, subió a la habitación con la clara idea de no salir de ahí hasta sanar a su compañero.
Lo encontró dormido y respirando agitado. Le cambió el paño de la frente por uno fresco.
—InuYasha, despierta —le tocó la mejilla y tuvo que insistir presionando el brazo que él descansaba sobre el estómago. Finalmente se removió e hizo un sonido para que supiera que la escuchaba—. Tienes que beberte esto.
Seguía con los labios resecos, quizás más que cuando había bajado a preparar las hierbas medicinales. Lo escuchó respirar forzado y lo ayudó a incorporarse. No era la primera vez que lo veía débil, sin embargo, eso no evitaba que se sintiera conmovida en cada ocasión.
—Bebe —le pidió, acercándole el tazón con el preparado. InuYasha tuvo el impulso de rechazarlo en cuanto notó el olor, esperó un instante y volvió a intentar sin que ella tuviese que insistir.
Kagome notó como le temblaba la mano para sostener algo ligero como un tazón y se le comprimió el corazón en el pecho. Se obligó a mantener silencio, ella tenía que mostrarse clara y decidida ahora mismo, para que él pudiese descansar.
Lo ayudó a recostarse y le volvió a cambiar el paño de la frente. InuYasha se sacudió ante el contacto de la tela fría sobre su piel.
—Tengo que hacer un corte en la inflamación de tu pie —le advirtió, él mantenía los ojos cerrados y asintió levemente, para que ella supiera que comprendía.
Se deslizó por el tatami hasta quedar a los pies de su compañero y se puso a la tarea de limpiar la zona infectada. No se equivocó al pensar que dentro de nada estaría mucho más abultada. En cuanto la vio recordó la forma en que InuYasha se quitaba los trozos de huesos que se le habían metido en los pies al correr por el laberinto que había dentro de la Perla Negra, era lógico suponer que su fiebre la causaba la infección de una de esas heridas y por la inflamación, suponía que su cuerpo estaba expulsando algo.
Respiró hondo, buscando ánimo para la siguiente parte, una cosa era curar una herida y otra tener que abrir la piel. Desinfectó el cuchillo con alcohol y también sus manos, luego de eso hizo el corte lo más preciso que le fue posible y vio como InuYasha apretaba los puños en el proceso, sin llegar a emitir ningún sonido. Dejó que sangrara un momento para que se desinflamara la zona. Luego de eso ejerció presión con las almohadillas de las manos y sólo en ese momento escuchó un pequeño resoplido por parte de InuYasha.
—¿Te hago daño? —preguntó, aún le faltaba hacer algo más de presión.
—Tranquila —murmuró, con la voz ronca.
Volvió a ejercer presión, sabía que no podía detenerse si quería conseguir sacar lo que estuviese incrustado dentro. A InuYasha se le estaban blanqueando los nudillos de las manos debido a la fuerza con que empuñaba la manta y se mantuvo así hasta que Kagome consiguió que asomara el trozo de hueso que se había quedado bajo la piel, lo tomó con una pinza y lo sacó. En ese momento su compañero soltó el aire, aliviado. Ella observó la herida que parecía bastante limpia, volvió a presionar y esta vez InuYasha sí se quejó, sin embargo, no podía permitirse no terminar la labor y a pesar de las lágrimas que a ella misma se le asomaban, continuó oprimiendo un poco más hasta que se convenció que no había nada más dentro. Tomó un paño limpio y lo mojó para poder limpiar la herida y recoger la sangre.
—Lo siento mucho—se disculpó por el daño, además necesitaba que InuYasha le hablara para calibrar el grado de fiebre que tenía.
—Estoy bien —intentó calmarla, pero su voz sonaba pastosa.
Kagome comprendió que tenía que darle de beber un poco más, pero primero debía terminar su labor con la herida. Le puso el ungüento que había preparado, pasando delicadamente los dedos sobre el corte, que tendría unos tres o cuatro centímetros, y luego lo vendó. Se lavó las manos en el agua, se acercó hasta la cabeza de InuYasha y le dio un poco de agua fresca.
Después de eso lo dejó descansar y se dedicó a esperar.
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La madrugada había comenzado hace un par de horas y empezaba a helar. El templo se mantenía en silencio y la única luz encendida en la casa era la de una lámpara de noche que mantenía una luz tenue dentro de la habitación de Kagome.
En el exterior se escuchaba el pulular de algún ave nocturna que revoloteaba por el bosque que había junto al santuario. Más cerca de la casa, las hojas del Goshinboku creaban una armonía de sonido cuando la brisa nocturna las acariciaba; comenzaba suave y se acrecentaba, hasta que el viento se alejaba. Sobre una de sus ramas del árbol se mantenía una figura que observaba la única luz encendida, no podía ver la escena que se gestaba en el interior de aquel cuarto; sin embargo el olor que llegaba por la ventana entreabierta era suficiente para saber que él ya se encontraba bien.
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Kagome estaba teniendo sueños inquietos. Respiraba con cierta dificultad y se sentía extenuada por la carrera que se veía obligada a llevar en medio de la pesadilla en la que estaba. Alguien la perseguía, en realidad era más de un ser y ella estaba sola en medio de un mal barrio de la ciudad. Le costaba dilucidar quién la perseguía, sin embargo, sabía que corría peligro. No tenía su arco, sólo tenía el poder espiritual y quizás no sería suficiente contra sus persecutores. Se llevó la mano hasta el pecho en medio del sueño.
InuYasha la vio sostenerse el pecho y cerrar la mano sobre la ropa que vestía. Debía despertarla.
—Kagome —le habló despacio, sentado delante de ella que se había dormido con la espalda pegada al lateral de la cama—. Kagome —repitió un poco más alto, tomándole la mano con que aprisionaba la ropa.
Ella se sobresaltó y abrió mucho los ojos, parecía asustada.
—Kagome, ya está, ya has despertado —le habló, intentando centrarla.
—InuYasha —dijo su nombre con ese tono emotivo que usaba en ocasiones, y siempre era cuando se sentía vulnerable. Al principio él pensaba que era por algo que había hecho mal, pero con el tiempo lo reconoció como la petición de un abrazo o una caricia.
—Ya está, ya has despertado —repitió y la tomó por los codos, invitándola a sumirse en su abrazo. Kagome se echó hacia él sin remilgos y soltó el aire cuando sintió la calidez de su cuerpo. En ese momento pensó en su fiebre y recordó que había estado todo el día cuidando de su compañero.
—¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? —se separó del abrazo y le puso la mano en la frente y posó los labios sobre sus labios, como la manera más directa de medirle la temperatura. Él se ruborizó como si hubiere retrocedido en el tiempo ocho años.
—Estoy bien —afirmó, echándose un poco atrás.
Kagome lo miró fijamente a los ojos y pudo ver el dorado limpio en ellos, su piel tenía una buena temperatura y se notaba despierto y hasta podría decir que descansado. En ese momento se permitió liberar el aire de los pulmones en señal de alivio.
—¡Qué bien! —exclamó, procurando no hacer demasiado ruido, ya que recordó que su madre y su abuelo se habían ido a dormir hacía un rato, antes que ella misma se durmiera cuidando de InuYasha.
Se quedó contemplándolo por un instante, en el que InuYasha fue abriendo los ojos cada vez un poco más, como si esperara a alguna reacción que Kagome haría. Estaba en alerta y ante la quietud de ella, que sólo lo miraba, inclino una de sus orejas y la sacudió, sólo entonces su compañera sonrió e InuYasha volvió a sentir que todo estaba bien.
—Estoy tan contenta —expresó, mientras se le arrojaba a los brazos y lo estrechaba.
InuYasha no supo si era por estar en su habitación de adolescente, rodeado de ese tono rosa insistente, pero la sintió otra vez como en aquel tiempo, con la alegría y la frescura que las preocupaciones de los últimos meses les habían arrebatado a ambos. Él también se sentía apagado en ocasiones. Sus pensamientos lo llevaron irremediablemente hasta su hija y la distancia que los separaba ahora mismo, a pesar de ello se permitió disfrutar del abrazo que le daba Kagome y recuperar la vitalidad a través de él.
—Gracias por cuidar de mí —le susurró, junto a su pelo y a ese olor a primavera que llevaba en él.
—¿Te sientes bien del todo? —su voz resultó suave y el aliento le cosquilleo en el cuello. Ella se había inclinado hacia un lado en el abrazo y ahora descansaba la cabeza en su hombro.
—Sí, ya estoy bien —aseguró, movió la cabeza para buscar los ojos de su compañera y le acarició la mejilla con los nudillos—. Tenías una pesadilla —le advirtió.
—¿Sí? No lo recuerdo —pareció sorprendida.
No obstante, él no se sorprendió, no era la primera vez que Kagome soñaba y luego no recordaba los sueños.
—Deberías dormir, por el olor de la noche ya debe ser muy tarde —InuYasha continuaba acariciando su mejilla, no le importaba que ella se durmiese entre sus brazos.
Kagome sonrió.
—¿Aquí también puedes oler la noche? —entendía que en el Sengoku, y en medio de la naturaleza, eso le resultase fácil y lo orientara, pero estaban en otra época y todos los estímulos eran diferentes.
—Si me centro en lo importante, puedo hacerlo —comenzó a explicarle, la caricia pasó de la mejilla al mentón y al cuello, manteniéndose un momento en el hueso de la clavícula—. Tengo que despejar los olores más fuertes —comenzó a husmear con la nariz—, luego los artificiales, los acres y quedarme con lo natural —su voz se iba tornando cada vez más profunda y dócil. Kagome pestañeó con una cadencia un poco más larga de la necesaria y él había dilatado la caricia desde la clavícula hacia el hombro.
—Y ¿Cómo huele esta hora de la madrugada? —quería seguir escuchando la voz de InuYasha.
—No lo sé, ahora sólo puedo olerte a ti —la confesión resultó dulce e inquietante.
Ambos se miraron sabiendo que sus corazones estaban incompletos y que eso hacía que cualquier muestra de felicidad resultara cercana a la traición. Sin embargo, también sabían cuánto necesitaban sentirse vivos y conectados, de todas las formas que conocían.
A InuYasha le temblaba la boca y su respiración era liberada de forma imprecisa y ansiosa. Kagome pudo percibirlo y se humedeció los labios, casi sin pensarlo, como el reflejo que precede al beso que ninguno de los dos se atrevía a comenzar.
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Continuará.
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N/A
Ufff…
Un capítulo lleno de emociones, diría yo, desde la incertidumbre, a la adrenalina y a la calma que da paso a la pasión.
Esta semana que comienza estaré bastante complicada con temas personales y es posible que no pueda actualizar hasta el finde, eso sumado a que la propia historia me está exigiendo más, pero soy feliz.
Me gustaría también, sugerir algunas historias que estoy leyendo, para quienes me lean y no las conozcan.
"Hojas en Blanco", de Lis-Sama. Una historia dulce y conmovedora.
"Tras la pantalla de seda", de Minako K. Un universo alterno que conjuga ideas del original y que está muy interesante.
"Ángel", de Dubbhe. Un universo alterno muy dinámico y con un humor sarcástico que me gusta mucho.
Espero que estén disfrutando de Ēteru y que me lo cuenten en un comentario.
Besos!
Anyara
