Capítulo XVIII

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Hermano mío

¿Reconoces el atronar del corazón herido?

Escucha, parece como si las estrellas

Hablaran entre sí.

Escucha las poéticas

Vibraciones que se regalan

¿No tienes la sensación abrumadora

De ver caer el cielo?

.-.-.

Lo percibo y me deleito

Querida mía,

Tu creación se ha vuelto paradójica

Y salvajemente hermosa.

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—Y ¿Cómo huele esta hora de la madrugada? —quería seguir escuchando la voz de InuYasha.

—No lo sé, ahora sólo puedo olerte a ti —la confesión resultó dulce e inquietante.

Ambos se miraron sabiendo que sus corazones estaban incompletos y que eso hacía que cualquier muestra de felicidad resultara cercana a la traición. Sin embargo, también tenían completa claridad de cuánto necesitan sentirse vivos y conectados, de todas las formas que conocían.

A InuYasha le temblaba la boca y su respiración era liberada de forma imprecisa y ansiosa. Kagome podía percibirlo y se humedeció los labios, casi sin pensarlo, como el reflejo que precede al beso que ninguno de los dos se atrevía a comenzar.

InuYasha la estrechó un poco más en el abrazo, algo casi imperceptible para la visión, pero completamente sensible para el cuerpo. Kagome se quedó mirando la forma en que los ojos dorados crearon un circuito entre sus labios, sus ojos y sus labios nuevamente. InuYasha parecía ansioso, temeroso quizás, estaba conteniendo la carga de días de desesperación e incertidumbre, del dolor profundo que ambos compartían. Kagome se sostuvo del hombro de su compañero y se elevó lo suficiente como para respirar ante su boca y esperar a que InuYasha comenzara con la caricia que anhelaba. Él le tocó los labios con los propios y comenzó a inhalar hondamente, llevándose su aliento como haría un ladrón de almas.

¿Es que no sabe que ya es suya?

Ella se escuchó exhalar cuando él se había llevado casi todo el aire que contenía y sólo entonces se permitió asir el labio inferior con sus colmillos, aplicando la presión justa para no romperlo. Kagome lo notó temblar ante la caricia y aquello la convirtió en algo excitante y peligroso de forma deliberada. Se sostuvo con más ahínco de su hombro y ondeó su cuerpo sobre las piernas de él y contra su pecho, apropiándose del jadeo que InuYasha soltó, de la mano de las sensaciones que Kagome le provocaba. Ella extendió la lengua hasta tocar los colmillos, el labio superior y acariciar dentro, hasta tocar la encía; con el tiempo había descubierto los lugares más recónditos en los que InuYasha era sensible y cuando el deseo se encendía de esta forma visceral, ella le mostraba con toques como ese, cuánto lo entendía. Notó que InuYasha se recogió sobre sí mismo, la presión de los colmillos sobre su labio se acentuó un poco más y escuchó un ronco gruñido naciendo en el pecho de su compañero, el que se le metió a ella en la boca y bajo la piel, consiguiendo hacerla temblar en medio del abrazo.

InuYasha liberó el labio y sustituyó la presión de sus dientes por el toque de su boca ansiosa de besos, alimentando a su lado más posesivo, el que siempre conservaba aplacado. Sintió como Kagome enredó los dedos en su pelo y le acarició la cabeza hasta rozarle una oreja con las yemas, él no pudo evitar la sacudida de su cuerpo ante la caricia y perdió el ritmo del beso que le daba, dejando margen para que ella le besara el mentón y la mandíbula, en ese momento la sostuvo con fuerza, fue consciente del vendaval que se desataba dentro de él y la miró con las pupilas dilatadas por el ansia. Kagome comprendió que no sería sutil y ella estaba dispuesta a ello, tanto que se arrodilló delante de él, ambos sobre la superficie del futón. No podía dejar de mirar el dorado de sus ojos que aparecía y desaparecía consumido por el negro de su pupila. Llevó la mano hasta la evidencia abultada del deseo de su compañero y oprimió sobre la ropa, sin recato. InuYasha cerró los ojos ante el contacto que le hacía arder la sangre de forma feroz, echó la cabeza hacia atrás bebiéndose una bocanada de aire, mientras se sostuvo con la palma abierta sobre el futón para cerrar los dedos en un agarre, justo en el momento en que Kagome le humedeció el cuello con un beso.

La deseaba de forma tan intensa que sintió la densidad en la sangre, abriéndose paso por sus venas y dilatándolas en el camino, hasta convertir la piel de todo su cuerpo en un campo de sensaciones. InuYasha era capaz de percibir, incluso, el roce del aire en las mejillas erizándole la piel.

Sus movimientos estaban dirigidos a dejar lugar a Kagome para que abarcara la superficie que quisiera, mientras la sostenía por la cadera y oprimió los dedos en ese punto. La caricia de la mano de ella sobre su sexo era decidida y él sintió como se le nublaba la mente al imaginar esa presión mientras la poseía, aquello le arrancó un estremecimiento que le recorrió la espalda sensibilizando aún más sus sentidos. La miró de medio lado y pudo ver las marcas que le había dejado en el cuello la primera vez que habían compartido el éxtasis. Notó como se llenaba el aire del aroma de su excitación y tuvo que cerrar los ojos nuevamente, prisionero de los espasmos que sentía en el cuerpo. Temblaba, literalmente, temblaba de deseo.

Se desanudó el pantalón que vestía y tomó la mano de Kagome para acercarla a su sexo, piel sobre piel; entonces ella lo miró a los ojos y apretó, como si esperara a que la sangre se acumulara y bombeara toda en dirección a esa zona. Había algo tirano en aquella caricia, sin embargo, InuYasha la entendía; era el ansia y la impotencia que sentían desde hacía demasiado y que buscaba un escape a través de un acto primario y salvaje.

Se miraron de forma intensa, sólo se escuchaba la respiración agitada que ambos compartían. Intervino el sonido de las garras de InuYasha al ser afiladas, dando un crescendo a la melodía de lo que ya estaba cerca de la agonía. La ropa de Kagome fue segmentada con precisión, liberando primero el pecho y luego la falda de su tiempo que hoy vestía. InuYasha deslizó la mano entre las piernas y contuvo el calor del sexo de su compañera contra la palma, antes de dar el último toque y romper la unión de la braga. Se deleitó con el latido que se producía en ese lugar y con el corazón acelerado de ella, que conseguía que su pecho temblara. Sentía su propio sexo latir en la mano de Kagome y como ella tocaba la punta con el pulgar, distribuyendo la humedad que emanaba de él. Por un momento creyó que se desvanecía y supo que ya no aguantaba más.

Se deshizo de la ropa que aún le quedaba a ella por quitar y se prendó de uno de los pezones femeninos, escuchando como Kagome suspiraba y liberaba el aire sobre su oreja.

¡Kami! —pensó. El latido en sus venas se hacía más fuerte.

La arrastró consigo, dejándose caer sobre el futón, permitiendo que Kagome quedara sobre él. Quería verla moverse, quería apreciar los colores, los múltiples tonos de rosa que decoraban su piel por la excitación. Su olor lo impregnaba todo y sólo podía pensar en acoplarse a ella y aun así se mantenía expectante, a la espera, manteniendo sus sentidos centrados sólo en su compañera y en cómo a él se le erizaba la piel en su dirección. Por un momento se permitió pensar en que él era ella y ella era él, un espíritu en dos cuerpos, todo lo que veía reflejado en el sonrojo de su piel, en la inflamación de sus pezones, el amor en la profundidad de sus ojos, era como leerse y contemplarse.

La amaba, de un modo visceral y evolutivo hasta la sumisión.

Kagome tembló ante el escrutinio de la mirada dorada que se hacía cada vez más profunda e incluso salvaje, parecía como si InuYasha estuviese conectando consigo mismo de un modo que ella no le conocía. Se arrodilló, alzada, con la cadera de él justo entre las piernas y escuchó como perdía el aliento mientras ella daba las últimas caricias sobre su sexo que estaba endiabladamente erecto. Lo situó en la calidez de su entrada que se hallaba húmeda y se quedó ahí, estática, esperando por la reacción que él pudiese mostrar. Notó como InuYasha cerraba los ojos para intentar contener el ansia, mientras sus manos la sujetaban de los muslos y las garras le rozaban exquisitamente la piel. A veces se preguntaba cómo era posible que él fuese capaz de coordinar de esa forma los movimientos de su cuerpo: fuerza y delicadeza. Se regodeó en esas sensaciones, con ambas manos puestas sobre las de él, hasta que percibió como InuYasha alzaba ligeramente la cadera para permitir que su erección abriera los pliegues en su sexo, humedeciéndose con sus fluidos, sin llegar a entrar. En ese momento él abrió los ojos y la miró directamente como si le diera un aviso. Kagome sintió un escalofrío que le recorrió la columna desde la nuca hasta el final de la espalda; InuYasha comenzaba a mostrar venas enrojecidas en sus ojos las que empezaban a poblar el blanco, manteniendo aún el dorado de su iris. Kagome sabía lo que eso implicaba, no era la primera vez que sucedía en medio de un encuentro íntimo como este, más aún cuando la tensión se volvía palpable. La primera vez fue después de un día en que ella se perdió en el bosque y él pasó horas buscándola sin poder percibir su aroma. La última, cuando estaba embarazada y ambos temían por el bienestar de su hija.

—Kagome —la voz sonó gutural, oscura, como un gruñido que buscaba advertirla.

InuYasha sentía como la sangre le quemaba las venas y los latidos de su corazón se le desperdigaban por todo el cuerpo, conectando las bases de su instinto: sobrevivencia, apareamiento, marcaje. A pesar de eso, era consciente de con quien estaba y del amor que le profesaba a Kagome. Sabía que en este estado se volvía salvaje y por eso intentaba contener a la bestia; podía con ella, ya lo había hecho antes, pero aun así le advertía a su compañera.

Kagome tenía claro que sólo necesitaba conjurar, o desear purificarlo, para aplacar el estado de InuYasha, aunque nunca lo había hecho en estas circunstancias. Era consciente de cuánto él necesitaba descargar la oscuridad de sus emociones, su sangre no era dócil, era un medio demonio y ella estaba dispuesta a ser su contención.

Se dejó ir sobre InuYasha como muestra de su aceptación. Lo sintió deslizarse dentro de ella con facilidad, a pesar del tamaño de su sexo que siempre aumentaba cuando su sangre demoniaca surgía. Aplacó un temblor al sentirlo en su interior y lo escuchó bramar con un ronco gemido que pareció reverberar en toda la habitación. Las manos que la habían sujetado de los muslos, ahora habían cambiado al futón y al borde de la antigua cama de Kagome que permanecía a un lado. Ella ondeó la cadera adelante y atrás, creando un círculo que permitía la caricia del interior de su sexo en torno al de InuYasha. Otro gruñido rompió el aire y ella sintió como se le erizaba la piel en respuesta. Escuchó pasos en la escalera y miró hacia la puerta por instinto. Se sorprendió cuando InuYasha arrastró la cama para bloquear la puerta con la fuerza de una sola mano y se estremeció ante la sensación de poderío que él exhibía.

—Kagome, hija ¿Todo bien? —escuchó a su madre tras la puerta. Aunque no hizo amago de abrir.

Tomo aire, esperando a que la voz no la traicionara.

—Sí, todo bien —esperó, moviéndose muy despacio sobre InuYasha, hasta que escuchó los dubitativos los pasos descender por la escalera, junto con el sonido del tatami a un lado que era desgajado por las garras de su compañero.

Lo miró, inquisitiva, sus ojos se habían enrojecido del todo, conservando el hermoso dorado aún en el centro. Deseaba con todas sus fuerzas seguir, pero no podría evitar los sonidos salvajes de InuYasha, mucho hacía él con controlar su instinto. Sintió como era levantada por la cadera de su compañero, suspiró perdida y se echó ligeramente hacia él, sostenida de su torso, ante la potencia con que lo sentía dentro.

—No puedo, no podemos… —se escuchó murmurar.

InuYasha se incorporó, la sostuvo pegada al cuerpo y se puso en pie con ella. Ambos emitieron un lamento al unísono cuando se separaron. La completa locura llegó cuando él abrió la ventana y se agazapó en el borde, mirándola de como un depredador. Kagome sintió como se le ablandaba todo el cuerpo ante la visión poderosa de InuYasha a contraluz y semidesnudo, con las marcas violáceas en su rostro, los ojos enrojecidos y la respiración profunda, marcada por oscuros y contenidos soplos.

—Vamos —no había sido una pregunta. Brotó en su pecho y ella estuvo segura que si se negaba InuYasha era capaz de aullar a la noche en ese mismo lugar.

Extendió la mano y tomó la chaqueta roja del haori de su compañero, que llevaba sobre la cama todo el día y se la echó por los hombros. Dio un paso hacia él y antes de alcanzar a llegar, InuYasha ya la había enlazado por la cintura para sacarla de la habitación en busca de un lugar que les diera cobijo en el bosque que había alrededor del templo.

Podía sentir el latido agitado del corazón de él contra la palma de la mano y los suaves gruñidos que hacía cuando ella se atrevía a acariciar el lugar. Le tocó un pezón con el pulgar y entonces InuYasha la miró con una expresión fiera que se acercaba mucho a un ultimátum.

Olfateó el aire con su hembra pegada al costado, era consciente de cada paso que daba y el modo en que su instinto los estaba gobernando todos. Tenía la sensación de que su mente estaba abierta y sensitiva de un modo abrumador, todo lo que Kagome hacía llegaba a él intensificado: el aroma embriagador de su excitación y de los fluidos que emanaban de ella, los pequeños toques que le daba, su respiración sobre el cuello. Ante todo eso, su sangre youkai le pedía de forma potente la liberación.

Se encontró en mitad del bosque, aún se olía la casa de su compañera desde aquí, pero no serían interrumpidos y ella dejaría de parecer dubitativa. La dejó de pie junto a un árbol y le abrió la chaqueta con que se había cubierto, un resquicio de su mente sabía que su piel no resistiría el frío de la noche del mismo modo que él. El olor que emanaba de ella se había intensificado nuevamente y necesitaba probarlo, así que se agachó y lamió la ingle, el vientre y el espacio entre sus piernas, metiéndose entre ellas para saborear más y mejor. La escuchó suplicar y retorcerse mientras aferraba la realidad con las uñas que le clavaba en los hombros, creando surcos enrojecidos en la piel. Absorbió y probó de sus fluidos, llenándose la nariz de su olor, hasta que estuvo saciado. Continuó lamiendo el vientre, la cadera, las costillas, llegando hasta el pecho, pasando por el pezón, hasta alcanzar el cuello. Kagome sabía a Kagome, era lo único que podía gestar su mente y era suficiente para sentir que el mundo estaba en su sitio; al menos en eso.

Dejó un gruñido oscuro cerca de su oído y pudo escuchar el modo en que a ella se le erizaba el vello de la piel. Sus sentidos se volvían dramáticamente agudos en su estado de youkai. Le acarició el cuello con la mejilla, en un acto de total pertenencia, y la alzó con ambas manos puestas en sus costillas justo bajo el pecho. La frotó contra su cuerpo, con cada parte de él que podía tocarla, quería que se impregnara de su olor y reconocerla como su hembra, desnuda y salvaje. La bajó, le lamió el oído y recorrió los contornos de éste con la lengua, dejando un rastro de humedad en el interior. Abrió la boca a la altura de su cuello, como si la fuese a morder; sin embargo sólo descansó los colmillos sobre la piel, despacio, ella era frágil. Posó su lengua sobre la yugular, sintiendo el latido frenético del corazón de su compañera e instintivamente se tocó el hilo rojo en el dedo meñique, para no perder el control, eso siempre le recordaba quién era él: InuYasha.

—Kagome —la nombró, frotando su mejilla sobre la de ella, con el tono profundo que dominaba en su transformación.

—Estoy bien —le aseguró, poniendo sus manos en la cadera desnuda de él.

Su voz lo orientaba, le daba un ancla para no perderse del todo.

Las manos de InuYasha presionaron un poco más en las costillas y la volvió a alzar, lo suficiente como para que no tocara el suelo, la aprisionó entre su cuerpo y el tronco del árbol, cuya corteza se sentía suavizada gracias al haori. Kagome se sostuvo de los hombros de su compañero, que se habían vuelto más marcados en fuerza y musculatura, debido a la transformación. Él le separó las piernas con las suyas y sintió como le abría los pliegues del sexo con los nudillos. No pudo evitar sonreír al pensar en cómo procuraba su cuidado, a pesar del despertar de su sangre youkai. La sonrisa mutó a un gemido y de ahí hasta un clamor, cuando los dedos fueron reemplazados por la dureza de su sexo, el que entró sin preámbulo, ni aviso. Su cuerpo se sacudió por la fuerza de la intromisión y alzó las piernas de forma refleja, buscando la cintura de InuYasha para asirse de ella. Él lo comprendió y la sostuvo por la parte baja, con las manos abiertas y llenándolas con sus formas para entrar en ella con más profundidad y comenzar de ese modo una danza de embestidas que sacudían incluso al árbol que los cobijaba.

Kagome perdía el aire cada vez que él se precipitaba hacia ella, intentaba besarlo ahí donde alcanzaba: el cuello, la mandíbula, la boca; sin embargo, todos los besos terminaban en un clamor o un alarido de placer. Los roncos bramidos de su compañero la recorrían bajo la piel y toda la energía de este acto era convocada en la unión de sus cuerpos. InuYasha la sostuvo por la espalda, sin salir de ella y la situó en el suelo.

Necesitaba sentir a su hembra con más profundidad y fuerza, así que la llevó, con el haori de por medio, sobre la mullida capa de musgo, hojas y hierba que olía alrededor de ellos. Se empujó en su interior con brío y extendió el cuello para soltar al aire un gruñido que brotaba desde su vientre. Su semilla se preparaba para salir, podía sentirlo y quería marcar a su compañera por dentro, que su simiente la llenara y la desbordara.

—Kagome —la nombró y le costaba reconocer su propia voz por la profundidad con que era emitida.

Ella no respondió y por un instante recuperó la capacidad de sentir temor. Tocó el hilo rojo de su meñique, mareado, en medio de las sensaciones y su sangre demoniaca. Se inclinó hacia su compañera, con miedo, mientras olfateaba el aire para saber si la había dañado.

—Sigue, InuYasha —la escuchó decir, antes de sentir el toque que le daba en la cadera, incitándolo a entrar más en ella.

Sus palabras lo excitaron, incluso más, y la sensación de la sangre arremolinándose dentro de sus venas fue como un latigazo que lo llevó a cerrar los ojos, aturdido y convulso. Cuando consiguió volver a tener algo de claridad, tomó una de las piernas de su hembra y se la montó hacia el hombro, marcando los colmillos en la pantorrilla, ayudándose del propio muslo para anclar sus embestidas; cada vez más profundas, fuertes y rápidas. Repasó con la lengua las marcas rojizas que acababa de dejar en la piel de su compañera, notó como se estremecía y buscaba escapar de las embestidas que le daba.

—Kagome —volvió a nombrarla y siseo profundamente, de puro deseo, cuando ella le clavó las uñas en la parte alta del muslo.

—Sigue —le exigió.

InuYasha continuó, incluso con más fuerza. Notaba como la densidad de la sangre youkai clamaba por arrancarle el control por completo y tomó de aquella sensación la capacidad de disfrutar de la oscuridad que poseía, sin dejar que se apagara en su mente la luz que le recordaba que él era InuYasha y que Kagome era su hembra deseada y amada. Con cada embestida iba aumentando la presión en su vientre como si tuviera una criatura que lo quisiera devorar desde dentro y que sólo se calmaría en el momento en que estallase en el interior de ella.

Kagome extendió la mano, el dolor entre las piernas se le mezclaba con el placer y con la agonía del orgasmo que estaba cada vez más cerca. Le extendió una mano a su compañero, necesitaba ser sostenida o llevada, o ambas cosas. Él la comprendió y se sintió segura al poder ver aún el dorado brillante de sus ojos en medio de la oscuridad. Percibió el agarre de la mano de InuYasha, sus garras le tocaban ligeramente la piel. La sostuvo por la muñeca y ella respondió a ese gesto asiéndose de la muñeca de él, creando de ese modo un enlace que los sostenía a ambos.

Kagome sentía como los rugidos que brotaban del pecho de su compañero se le metían bajo la piel. Podía ver su rostro fiero y los colmillos asomando por el borde de sus labios. El clímax estaba ahí, a punto de llegar, se llenó los pulmones de aire en un siseo que lo precedía y notó como su vientre se endureció y las paredes de su sexo comenzaban a cerrarse alrededor de su compañero que no dejaba de mirarla a los ojos con una intensidad que la abrasaba.

InuYasha —se escuchó musitar su nombre. Una palabra, con sílabas sueltas y rotas por la entrega total de sus sentidos.

Él se seguía golpeando contra ella y eso intensifica aún más la sensación. No había sutileza en los movimientos y sabía que mañana su cuerpo lo va a resentir, pero ahora sólo quería que su compañero se perdiera a si mismo dentro de ella.

InuYasha inhaló el aire y se llenó del olor del orgasmo de su hembra. Todo su cuerpo respondió en consonancia y sintió la sangre acumularse en sus pezones, en su boca y en su sexo. Ella lo aprisionó en su interior con espasmos que lo succionaban, sentía cada uno de ellos, y él sólo podía rugir al notar las descargas de su propio vientre. La tenía sostenida por el brazo y se echó sobre ella, en un atisbo de razón, para no romperle la extremidad por la fuerza con que su cuerpo se sacudía. Tembló encima de Kagome, abrió la quijada y se escuchó a sí mismo rugir por el ansia de morderle el cuello; sin embargo, se contuvo y presionó su frente sobre el hombro de su hembra que olía exquisitamente a él. Su mente, obnubilada trajo un pensamiento; se sentía como una de esas estrellas que ella le enseñó a mirar de noche, caliente y brillante. Sentía que estallaba en fragmentos y se desperdigaba en medio de la oscuridad.

InuYasha respiró profundamente y se dio cuenta que estaba sobre Kagome, ella le acaricia el pelo con la calma que corona al orgasmo, ambos aún estaban agitados y él podía sentir el latido de su compañera en todo el cuerpo. Tenía claro que había experimentado el desenfreno del que tantas veces se había privado por las consideraciones de su mente prejuiciada. La sangre de un hanyou es fuerte, lo había descubierto con el tiempo, mucho más junto a Kagome que lo atiza a ser mejor. La sangre de youkai es poderosa y vibra con la seguridad de lo que es perpetuo, casi inmortal, y ella también lo atiza a explorar esa parte, trayéndola más cerca del hanyou y del humano, para romper los límites y crear nuevas posibilidades.

—Kagome —su voz sonó nuevamente tranquila, llena de matices como ella la conocía.

Su compañera respondió con un sonido que invitaba a la pregunta, no tenía fuerzas para hablar.

—¿No sientes miedo? —le pregunta. InuYasha es capaz de reconocer la mayor parte de las acciones que han sucedido entre ellos, sin embargo, tiene claro que ha sido rudo y poco delicado.

—No —Kagome buscó afianzar su voz y mirar el dorado sobre blanco de los ojos de su compañero. Lo miró fijamente—. Nada podrá nunca opacar lo que sé de ti.

Se abrazó más a ella. La amaba.

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Continuará.

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¡Este lemon ha sido una locura!

Lo declaro, tal cual, me ha costado lo indecible por cabezota que me pongo cuando tengo una idea. Quería que fuese con InuYasha como demonio, pero no tan demonio como para destrozar el fic y así ha salido. Largo por lo demás.

Espero que lo hayan disfrutado y que me cuenten en los comentarios.

Hoy firmo como Anyaraxxx

xD