Capítulo XIX
.
En la habitación de Kagome todo era silencio, sólo se escuchaba la respiración calmada de los dos compañeros que se habían dormido de madrugada, abrazados y desnudos. InuYasha mantenía su brazo sobre la cintura de ella y se pegaba a su cuerpo mientras la atraía con una mano sostenida en el vientre de forma posesiva. Ambos estaban cubiertos sólo con el haori rojo. La escena resultaba placentera y de cierta forma añorada, hacía mucho que no compartían un sueño tranquilo, al menos en apariencia.
El día anterior había sido largo, siendo atravesado por la fiebre que afectó a InuYasha, además de la preocupación por Moroha y el nuevo escenario al que se enfrentaban, sumando a eso la inexistencia de un camino claro que pudieran tomar. Todas las emociones que ambos llevaban tiempo acumulando se habían visto desbordadas durante la madrugada en medio del bosque aledaño; lo siguiente fue volver a la habitación y caer rendidos sobre el futón.
No se dieron cuenta del tiempo de sueño transcurrido, ni de la mañana que ya había despuntado. Aquello llevó a la señora Higurashi a tocar su puerta para saber cómo seguía el enfermo y si desayunarían.
Kagome llegó a oír la voz de su madre que le hablaba desde fuera de la habitación, parecía como un eco lejano en su mente que se sentía en la necesidad de responder, a pesar de desear con todas sus fuerzas permanecer sumida en el sueño. Le respondió con un monosílabo adormilado, sin llegar a abrir los ojos. Recién comenzaba a ser consciente de su cuerpo y su mente.
¿Puedo pasar? —Kagome escuchó la pregunta y le pareció de lo más normal dar un sí por respuesta.
Entonces escuchó a su madre queriendo abrir la puerta, con lo que escuchó el golpe que dio ésta contra algo y recordó el momento en que InuYasha había arrastrado la cama para convertirla en un defensa. Sintió como un cúmulo de recuerdos le pasó por la mente, la piel y las conexiones nerviosas del cuerpo: InuYasha palpitando dentro de ella, mientras su madre tocaba la puerta y la cama chocaba contra la pared en respuesta con un gruñido oscuro de su compañero. Kagome reaccionó con un escalofrío que le recorrió la columna, despertando de golpe. Intentó sentarse sin éxito, InuYasha la mantenía pegada a su cuerpo, ante el movimiento él reaccionó y convirtió la sujeción en algo más evidente y fuerte, atrayéndola aún más a su cuerpo. Kagome también fue consciente de las agujetas que tenía entre las piernas.
—Ya bajamos, mamá —le avisó, sosteniendo el haorisobre su pecho en un repentino acceso de pudor.
La mujer respondió afirmativamente, con un monosílabo, sin insistir más. Cerró la puerta que no se había llegado a abrir más de medio centímetro.
—InuYasha —le habló a su compañero, que se había recogido sobre sí mismo, buscando un refugio que lo escondiera de la luz, con la cabeza en la espalda de ella casi llegando a la cintura.
Kagome continuaba prisionera de su abrazo, pero aun así se había incorporado sobre el codo y podía verlo ligeramente encorvado en su dirección. También pudo ver la madera de la cama que había sido astillada por las garras de su compañero la noche pasada. No le extrañaba que su madre hubiese venido para saber si estaban bien. Se le subieron los colores a las mejillas al recordar los bramidos de InuYasha y un estremecimiento la sacudió otra vez. Recordó el sonido del tatami al rasgarse y giró la cabeza para confirmar que había un trozo desgarrado sobre la superficie de paja entretejida.
—InuYasha —volvió a hablarle, esta vez moviendo un poco el brazo que la rodeaba por la cintura, él hizo un sonido quejumbroso.
—¿Por qué todo es tan ensordecedor? —preguntó y su voz sonó adormecida. Kagome lo vio echar las orejas hacia adelante, como si quisiera pegárselas a la cabeza y no pudo evitar sonreír y sentir como el amor le llenaba el pecho.
—Así es esta época —le recordó, acariciando el antebrazo que ahora le cruzaba el vientre.
InuYasha tomó aire profundamente, como si buscara impulso para despertar.
—Hueles a mí —suspiró, con un tono encantado, muy cercano el embeleso. Como si hubiese reaccionado se removió rápidamente del abrazo y la miró, asustado—. Kagome, creo que yo… creo que no… creo que…
—Sí —afirmó ella. Él se quedó mudo, esperando su reacción, quizás su enfado—. Lo hiciste, lo pusiste todo dentro, no te dejaste ni una gota.
No parecía enfadada, quizás resignada ¿Cómo tenía que interpretar eso?
Kami, hueles tan bien —pensó. Su olor en ella era como un afrodisiaco para él, sin embargo, sólo se atrevió a presionar su mano un poco más en el vientre que sostenía.
—Esto podría ser un problema —sugirió él, con la voz contenida y clara inseguridad en sus palabras.
—¿Otro más? —Kagome sonrió con cierto sarcasmo— A estas alturas es mejor tomar los problemas de a uno. No te preocupes, el abuelo tiene hierbas y tendrá de las que necesito.
InuYasha no supo definir si se sentía aliviado o no, quizás aún predominaba en él algo de la sangre demoniaca que había aflorado durante la madrugada, porque aunque recordaba cada detalle de lo sucedido, de forma sensitiva; tenía claro que su modo youkai buscaba, claramente, el apareamiento.
Asintió, ante las palabras de Kagome, no iba a cuestionar las decisiones que ella tomara al respecto.
Su compañera se giró en el abrazo y le dio un beso en la mejilla y luego otro en los labios, era un beso de calma, de comprensión. Era consciente que su InuYasha tenía tendencia a culparse, ella le decía que había que ser responsable de las situaciones, nunca culpable.
La culpa paraliza el corazón —pensó.
—Tenemos que bajar —le advirtió, cuando notó como InuYasha se dejaba llevar por el beso. A pesar de todo lo que les estaba sucediendo, ella habría querido mantenerse con él ahí, un día entero más. Sentía que ambos, juntos, estaban recuperando fuerzas.
Lo besó con delicadeza, apenas unos roces en los labios. Luego le volvió a besar la mejilla, el pómulo y cuando él cerró los ojos le besó un párpado. Sentía como las manos de su compañero se mantenían sobre su piel brindando caricias suaves y cortas. Se dio cuenta de las marcas que aún le quedaban en un hombro, de la fuerza con que se había sostenido de él, durante el orgasmo y depositó un beso ahí también. Pensó en más lugares en los que debía tener señales de sus uñas, sin embargo, no le pareció buena idea explorarlas.
Suspiró.
—Tenemos que bajar —repitió, cerrando los ojos ante la caricia de la mejilla de InuYasha sobre su cuello.
—No quiero —confesó, perdiéndose con un beso en la zona que acababa de acariciar con la mejilla, para suspirar cuando las preocupaciones, y la vida, le volvieron a pesar en los hombros.
La miró, aun medio escondido en su pelo y su hombro. Kagome le delineó el labio inferior con el dedo.
—A ver cómo explico este desastre —indicó la habitación.
—La fiebre —le sugirió, con una suave sonrisa. Kagome quiso fingir escandalizarse, pero consideró que no era mala idea.
.
Poco tiempo después Kagome e InuYasha bajaron y se fueron directamente a la cocina. La madre salió al encuentro de ambos a mitad de camino y le extendió un pañuelo de color violeta a su hija.
—Buenos días —disimuló, saludándoles en voz alta. Kagome comprendió de inmediato y le indicó a InuYasha que se inclinara hacia ella, para cubrirle las orejas— ¿Qué desayunarán?
—Lo que tengas, mamá —respondió, en tanto ataba el pañuelo hacia la nuca de su compañero.
La mujer volvió a meterse a la cocina.
—¿Quién estará? —murmuró InuYasha. Kagome se encogió en hombros.
—Así está bien —le dijo y se quedó un momento mirando sus ojos dorados.
No me cansaré nunca de mirarlos —pensó, suspiró, y se decidió a entrar en la cocina.
Él quiso sostenerle la mano, antes que se alejara y los demás se la llevaran, sin embargo se contuvo, del mismo modo que hacía tantas veces.
Al entrar en la cocina se encontraron con una amena conversación entre su abuelo y una anciana que Kagome reconoció como la mujer que estaba con el abuelo la mañana anterior. La recordó de cuando venía al templo, siendo ella una adolescente y de lo bien que se llevaba con su abuelo, aunque esta era la primera vez que la veía en casa.
—¿No lo has oído? —le preguntaba la mujer, mientras se bebía una taza de té, junto a su abuelo.
—No, lo que es extraño, ya que tengo el sueño muy ligero —la conversación parecía muy animada.
—Yo creo que anda un animal salvaje por el monte —continuaba la mujer.
Kagome sintió que se le erizaban los vellos de la nuca.
—Aclárame ¿Por qué lo dices? —los dos mayores parecían completamente centrados en su conversación.
La madre de Kagome acercó unos platos a la mesa, para su hija e InuYasha y les sonrió como invitación para que se sentaran.
—Anoche se escuchaban sonidos muy extraños de madrugada, daba la sensación de que hubiese un animal herido ¿Quizás deberíamos llamar a protección animal? —explicó la mujer mayor y entonces se enfocó en Kagome.
Ella sintió que las mejillas amenazaban con teñírsele de un furioso color rojo.
—Hola, niña, hace años que no te veía —mencionó la acompañante de su abuelo.
—Hola —respondió, algo extraviada, no recordaba su nombre.
—¿Recuerdas a Kainuko? —preguntó el abuelo, ayudándole.
—Sí, venía a hacer Tai Chi —agradecía poder cambiar de tema.
Ambos se sentaron, InuYasha y ella, en los lugares que les había puesto su madre.
—De verdad, Hisao ¿No has oído nada? —la mujer no soltaba el tema, parecía obsesionada.
Kagome se dirigió a su madre, sin perder detalle de la conversación de los dos ancianos.
—Mamá, me habías dicho que Souta se iba a pasar.
—Sí, estará por llegar —respondió, en tanto ponía la comida delante de ella e InuYasha para que desayunaran.
El abuelo seguía respondiendo el interrogatorio de la mujer, aunque no parecía molesto, lo que a Kagome la llevó a pensar que tenían una amistad bastante consolidada.
—No, nada en absoluto —el hombre parecía completamente involucrado en la conversación.
—Me parece increíble —Kainuko echó el cuerpo atrás con un gesto de incredulidad que a Kagome le pareció bastante exagerado—. Lo escuchaba yo, que estoy a un par de calles del monte —la energía de la mujer parecía envidiable.
Kagome no sabía cómo comenzar otra conversación.
—El abuelo se toma sus hierbas para dormir y descansa como un bebé —intervino su madre, ofreciendo un poco más de té a la invitada y al abuelo. Ambos declinaron la oferta, poniendo sus manos sobre la taza.
—¿No que tenías el sueño ligero? —la mujer se dirigió a su amigo Hisao, pero no esperó respuesta y miró a la madre de Kagome— Y ¿Tú, querida? —la mujer la miró con una suave sonrisa.
—Yo me dormí pronto y no desperté para nada, hasta esta mañana —se dio la vuelta y Kagome la miró con sorpresa.
—Y ¿Tú, niña? —la anciana se le quedó mirando directamente y Kagome casi pudo vislumbrar un dejé de ironía en su pregunta— Eran ruidos alarmantes, parecían verdaderos gruñidos.
InuYasha, que había estado en completo silencio hasta ese momento, se puso en pie de un salto como si le hubiesen echado agua caliente. Todos lo miraron y Kagome pudo leer por su expresión que acababa de caer en cuenta de lo que trataba la conversación.
—Tengo que… —no terminó la frase y se dio media vuelta.
—Disculpen —ella también salió de ahí. Esperaba que InuYasha no pensara que la iba a dejar sola con la anciana.
¿Está bien el chico? —la escuchó decir, mientras perseguía a su compañero por el pasillo.
InuYasha había escuchado con total calma la aburrida conversación de la mujer que acompañaba al abuelo de Kagome. Casi le habían dado ganas de bostezar cuando comenzó a hablar de un animal en el bosque, pues ¿Qué se pensaba que había en los bosques?
Prestó atención cuando Kagome preguntó por Souta, eso le interesaba, porque aunque a él no le gustaban esos papeles que capturaban reflejos, quería ver los que tenía el muchacho de Moroha.
La anciana seguía hablando; que si le parecía increíble, que si el abuelo tomaba hierbas para dormir. InuYasha comenzó a detenerse en el olor de la comida que había puesto la madre de Kagome ante ellos y cuando se disponía a tomar algo, la mujer habló de gruñidos. Su mente conectó todo en un instante; la aglomeración de los recuerdos de la madrugada anterior fue brutal: los besos, los toques de Kagome, sus palabras, él dentro de ella, las sensaciones y los angustiantes gruñidos de placer. Se sintió sacudido y expuesto como si todos en la habitación pudiesen leer sus pensamientos.
Luego de eso salió en busca de aire y algo de libertad.
—InuYasha —escuchó como lo llamaba Kagome e intentó seguir, porque aún no estaba lo suficientemente lejos de la casa como para relajarse—. InuYasha —insistió ella.
Se detuvo, se giró y en un movimiento rápido la tomó por la cintura para dar un par de saltos con ella y subir a la copa del Goshinboku, sin que le importara demasiado si había alguien que los pudiese ver.
Se sentó con ella asida de la cadera y sentada entre las piernas.
—No digas nada, mujer —le advirtió.
Kagome sonrió y buscó enlazarle los dedos de la mano.
—No sabe que éramos nosotros —intentó darle tranquilidad.
—¿Qué entiendes tú por silencio? —la pregunta era totalmente retórica. La miró de reojo.
—Es una mujer mayor y se pasará la mitad de la noche despierta y creando fantasmas en su cabeza, quizás hasta viva sola —continuó. InuYasha remarcó el silencio con un sonido, poniendo un dedo sobre los labios de Kagome.
Ella pudo ver el rubor que se marcaba en las mejillas de su compañero. Le resultaba increíble que a pesar de los años que llevaban juntos y de todo lo que les había tocado vivir, él tuviese la capacidad de sonrojarse al creer que era mínimamente descubierto. Se acomodó hacia su pecho y volvió a sentir las agujetas que tenía entre las piernas.
—Tengo agujetas —le avisó.
—Calla, mujer —InuYasha no pudo reprimir el tono ligero y la sonrisa que bailó al emitir la voz. No era la primera vez que ella manifestaba algo así después de hacer el amor.
Se quedaron ahí un largo momento. Sus pensamientos los llevaron a lo inevitable, estaban en un tiempo que no compartían con su hija y eso había que solucionarlo. No se decían nada, pero la calma del abrazo y el silencio, los comunicaba. Ambos buscaban algo que decir al otro que pudiese servir como idea para volver al Sengoku con Moroha. Sin embargo, el mutismo prevalecía. Escucharon a la anciana salir de la casa y pasar junto a los pies del Goshinboku, deteniéndose ahí un instante como si estuviese elevando una oración. InuYasha comenzó a sentir que la mujer los estaba acosando, lo que era absurdo. Cuando finalmente se alejó, él se permitió respirar tranquilo.
—Viene tu hermano —le advirtió a su compañera, poco tiempo después. Parecía adormilada en el abrazo que mantenían.
La sostuvo con firmeza, Kagome nunca dejaba de sentirse sorprendida por la precisión de los movimientos de InuYasha. Bajo del árbol con ella y sintió la forma delicada en que la liberó cuando estuvo seguro de que ya mantenía su equilibrio.
Salieron al encuentro de Souta, el que sonrió como si se le iluminara el día. InuYasha no pasó por alto que era el mismo tipo de sonrisa con que recibía a su hermana cuando volvían de la época antigua.
—¿Las has traído? —no hubo saludo inicial, la ansiedad bailaba en la voz femenina.
—Sí, aquí las traigo —Souta sostuvo su maletín en una de sus piernas y lo abrió para sacar un sobre con las fotos que le extendió a Kagome de inmediato.
Ella las tomó con ansia e InuYasha pudo notar que le temblaban las manos por la emoción. Eran tres imágenes y se quedó inmediatamente prendada de la primera, en ella había cuatro niñas, a una la reconoció de inmediato como Mei, la había visto la noche anterior; de las otras tres niñas se detuvo enseguida en la que era su hija.
—Moroha —murmuró, y se le llenaron los ojos de lágrimas, al punto que en cuestión de segundos ya no podía ver la foto con nitidez.
—Tranquila —susurró InuYasha, un poco por encima de su oído. Pudo comprobar que a él también le temblaba la voz.
.
Tenían que pensar en algo, no podían quedarse esperando en el templo. InuYasha se paseaba de lado a lado de los escasos metros que componían un lateral de la habitación de Kagome, mientras ella se mantenía de pie junto a la puerta, en silencio. Llevaban metidos en ese espacio lo que a él le parecían horas y necesitaba encontrar un camino para volver con Moroha. Había ido al pozo tres veces, desde que aparecieron en esta época dos días atrás, con la única idea de comprobar que éste ya no lo conectaba con ningún lugar.
—Deberíamos sacar esta cama —razonó ella, observando el mueble que se mantenía impasible en el espacio que ocupaba.
InuYasha la miró, incrédulo. Inclinó ligeramente la cabeza para mirar su expresión.
—Céntrate, Kagome —notaba la angustia en el pecho. Desde que había visto la foto de Moroha, no había podido dejar de pensar en ella de pequeña y en la soledad que debía de sentir. Ellos eran sus padres y debían estar a su lado y protegerla: él debía protegerla. No podía permitirse que Kagome decayera.
—Sí, debemos sacar la cama —volvió a insistir, mientras se agachaba para mirar las uniones de las piezas y plantearse como comenzar a desarmar el mueble.
—¡Kagome! —soltó, ya alterado— ¡¿No quieres volver?! — le parecía increíble que ella estuviese hablando de algo tan trivial como deshacerse de una cama.
Algo no anda bien —pensó. Completamente tenso.
Su compañera se puso en pie, sin levantar la mirada del mueble o del suelo, no estaba seguro. Tomó aire profundamente, como si esperara poder controlar su ánimo e InuYasha pudo sentir como el ambiente se tensaba.
—Claro que quiero volver —su voz no llegaba a sonar tan alta como un grito o una exclamación, pero sí lo suficientemente firme como para que él entendiera que sabía lo que decía—, pero en este momento la única idea que ronda mi mente es conseguir cuatro almas y crear una nueva perla que nos permita pedir un deseo.
InuYasha sintió que se le erizaba el vello de la espalda ante esa idea. En ese momento Kagome lo miró con un punto de oscuridad en lo profundo de sus ojos que él no se sentía preparado para explorar.
¿Podía el dolor oscurecer un alma? —la pregunta quedó abierta en su mente y sintió que se le iba la vida si buscaba una respuesta.
—Eso sería una locura —aseguró. Notó que se le agitaba la respiración, en respuesta al modo en que le latía el corazón.
—Crees que no lo sé —parecía escupirle las palabras a la cara. Estaba enfadada, iracunda de un modo que no podía ni llegar a explicar. La mirada de él era expectante, Kagome aceptó que no podía desquitarse con el único soporte real que tenía en esta situación.
—No podemos, eso es… bastante mal lo pasamos con la Perla de Shikon —advirtió, como si necesitara poner ante ella todo lo que había sucedido por aquella joya.
—Lo sé, InuYasha. Lo sé —volvió a enfocarse en la labor que se había impuesto—. Por eso tengo que sacar esta cama.
En ese momento InuYasha comprendió la función de mover ese mueble de la habitación. Les daría tiempo, ocupación y prisma; algo que ahora mismo no tenían. Se agachó y se sostuvo en las puntas de los pies, mientras observaba la forma en que las piezas de la cama estaban ensambladas.
—Entonces la sacaremos —aceptó.
.
Continuará…
.
N/A
¡¿Cómo los sacaremos de ahí?!
He ahí la pregunta. Creo que hay mucho que escribir todavía, así que la historia no va para corta, precisamente.
Me eché una buena carcajada con "Inu descubierto" xD
Espero que disfrutaran el capítulo y que me cuenten cómo la van sintiendo hasta el momento.
Besos
Anyara
