Capítulo XX

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Todas las semillas que hemos puesto

Deben ser descubiertas por aquellos similares

El pasar del tiempo es algo hermoso

Si se observa como espectador

Cuántos corazones se han roto

Por compartir tiempos diferentes

Destinados a añorarse

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Se habían pasado horas del día revisando uno de los almacenes que tenía su abuelo en el templo y oyendo de fondo las charlas que les daba el anciano sobre cada objeto, pequeño o grande, que tomaban de las estanterías. El hombre lo tenía todo ordenado, pero no recordaba el contenido de ninguna de las cajas, con lo que ella e InuYasha se pusieron a la labor de revisar cada una, sin excepción, con la esperanza de encontrar un hilo que los guiara.

Kagome leía cada pergamino, libro o trozo de papel que se encontraba, incluso llegó a descubrir un recibo de hace más de sesenta años, correspondiente a una floristería, en el que pedían enviar un ramo a una dirección no lejos de donde estaba el templo. Se la extendió a su abuelo, preguntando si era necesario que estuviese eso entre los objetos propios del templo, él lo tomó y se emocionó, al punto de sacar un pañuelo del bolsillo y secarse los ojos. InuYasha tuvo curiosidad al ver al hombre emocionado por un trozo de papel viejo.

—¿Qué pasa, abuelo? —Kagome se sintió preocupada ante la reacción del hombre.

—Nada importante, hija —le habló con ternura, una que pocas veces mostraba. Ella esperó, para ver si el anciano decidía compartir sus pensamientos—. Este recibo es del día que le pedí matrimonio a tu abuela, primero le envíe las flores.

El hombre sonrío y se dio la vuelta para marcharse en silencio.

—Es un sentimental —la voz de InuYasha sonó neutra, como si las emociones de otro no fueran con él.

Sin embargo, Kagome sabía que era todo lo contrario, las emociones de otros ponían las propias a flor de piel y por eso siempre se protegía de ellas.

—¿Has encontrado algo? —se acercó a su compañero, cambiando el tema para no seguir dilatando la búsqueda. Él le enseñó una tabla escrita, como una muestra de lo inútil que estaba resultando lo que hacían, ésta no decía nada que pudiese ser importante, así que lo metió en la caja de lo ya revisado.

InuYasha tenía ganas de sacar a Tessaiga y volar el lugar de un mandoble. Estaba agotado de sentir que cada caja que abría era un nuevo barranco sin salida, pero no se atrevía a quejarse, no al saber de las ideas que rondaban la mente de Kagome: una nueva Perla de Shikon. Negó con un gesto.

—¿No? ¿Qué? —la escuchó preguntar.

Se sintió descubierto por un instante y luego reaccionó, no quería que ella supiera de su preocupación. Además, Kagome tenía claro que no era una buena idea.

—Nada —casi se encogió de hombros al pronunciar las dos sílabas. Su compañera se le quedó mirando y él sintió, como tantas otras veces, que era capaz de leerle el pensamiento. La miró de reojo, se mantendría firme, no diría nada.

—Quizás podíamos plantearnos lo de crear una perla —soltó ella.

Kuso —pensó él.

—¡Sabes que eso es una locura, mujer! —le soltó, sin dejar espacio a la discusión del tema. Aunque debía de saber que Kagome no era precisamente de las que se aplacaba con sus consideraciones.

—He estado dándole vueltas —se sentó en el suelo junto a él, para mirarlo mientras le hablaba. InuYasha dejó su mirada pasar por ella, enfocándose nuevamente en la caja que estaba revisando.

—¡¿Acaso piensas tomar almas humanas para hacer eso?! —la confrontó, no podía centrarse en otra cosa. Kagome podía estar tan desesperada como él por volver con Moroha, pero esa idea era inabordable.

—Escúchame —puso su mano sobre el brazo de su compañero—. No se me ocurriría tomar un alma humana —aclaró, para tranquilizarlo. En ese momento InuYasha la miró a los ojos ya con más calma—. Sé que la Perla de Shikon se conformó con almas, pero las almas son energía, no necesariamente tienen que ser tomadas de una persona y acabar con su vida.

InuYasha resopló, las palabras de Kagome tenían cierto sentido; sin embargo, él no podía sacarse la sensación de error ante esa idea.

—No sé qué decirte, Kagome —bajó la mirada—. Puede que sea como dices, pero crear algo como la Perla de Shikon es un peligro y…

InuYasha era consciente que cualquier objeción que pusiese le cerraba una puerta para volver con su hija. Kagome le dio dos golpes en el brazo, no quería seguir insistiendo, aunque eso no significaba que no intentaría investigar más, a través de sus meditaciones y del conocimiento que pudiese encontrar sobre el tema de las almas. De pronto vino a su mente internet, quizás podía hallar información mediante ese sistema.

—Kagome —InuYasha le tomó la mano, cuando ella se ponía en pie para apartarse. Lo último que necesitaba era que ella se alejara de él.

—Tranquilo, no pasa nada —vio como le sonreía, una de esas sonrisas nostálgicas que tan frecuentemente le veía ahora—. Voy a casa un momento —se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

En la mejilla —no pudo pasar por alto ese detalle.

Kagome le soltó la mano y comenzó a caminar hacia la puerta. La vio salir y experimentó la soledad de una forma que le apretaba el pecho. No había razón lógica para sentirse así, ella sólo había ido a la casa y volvería, aun así él sentía como si el sol se hubiese apagado en el cielo.

Mantenía entre las manos una vasija de cerámica que llevaba escrita la palabra calma. La miró durante unos cuantos segundos y comenzó a presionarla con las manos hasta que ésta estalló, sólo en ese momento fue consciente de la fuerza que ejercía sobre ella y soltó el aire que había contenido; esperaba que nadie la echara en falta.

Se puso en pie y decidió que necesitaba salir y tomar aire.

Se quedó de pie en la puerta del almacén y se sintió levemente cegado por el sol de la tarde. Cerró los ojos, aspiró el aire y escuchó el viento entre las hojas. Esta hora era silenciosa en el lugar, habitualmente por las mañanas había más movimiento, al menos eso es lo que le parecía. Necesitaba correr, despejarse y no seguir dando vueltas a las últimas palabras de Kagome, al menos por un rato.

Dio dos pasos más allá del almacén, siendo el tercero el que comenzó a dar vida a la carrera que lo llevó al bosque que circundaba el templo. Se subió a algunos árboles, pasando por entre sus ramas, para detenerse en uno que le pareció fuerte como para ascender a la copa. Era consciente de los límites que tenía en esta época y quería ver si continuaban siendo los mismos. Desde ese lugar observó el entorno y comprobó que mucho seguía igual, recordaba la dirección que tomaba hacia el sitio en que Kagome se peleaba con las matemáticas y por donde volvían, cuando se acompañaban de sus amigas. Respiró hondo y se detuvo a la mitad, el olor lo mareaba; necesitaba un sitio más puro. Observó a la distancia el enorme monte que coronaba el horizonte y se echó abajo, entre los árboles y la maleza, para llegar hasta las lindes de ese lugar.

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Kagome se había pasado un largo tiempo en la habitación que compartía con InuYasha, intentando conectar con algo que le sirviera para aclarar el camino. Mantenía en las manos una de las fotos que le había traído su hermano Souta, para poder vincularse mejor con la energía de Moroha. Notaba como las lágrimas le iban humedeciendo las mejillas; ahora mismo no sabía si estaba conectando con el éter o con su anhelo de ver a su hija, pero lo cierto es que la veía correr por el bosque con un arco y flechas a la espalda. Sonreía, en tanto el viento le mecía el pelo que llevaba asido con una cinta. La vio dar un salto y regodearse en el aire, sabiéndose libre. Parecía medio salvaje y aquello le recordó de inmediato a InuYasha, sintió como el pecho se le comprimía ante la idea de ellos dos corriendo por mitad del bosque. Jamás podría alcanzarlos, pero sabía que su compañero podía llevarla con ellos. Se le escapó un sollozo y el momento se diluyó en su mente. No traía respuestas.

Se pasó el dorso de la mano por las mejillas y se pudo ver que las lágrimas le habían mojado también la camiseta que se había puesto. Miró el dibujo de unos gatos caricaturizados y suspiró, ya no se sentía representada por ese tipo de prenda.

Cerró los ojos e intentó calmar su corazón.

Bebería agua y llamaría a Souta para que la orientara y ayudara, necesitaba un ordenador para poder buscar información de otra forma.

Llegó hasta la cocina, que estaba vacía y en silencio. Ahora que su hermano había crecido y ya no vivía aquí, la casa permanecía muda la mitad del tiempo. Se acercó y tomó un vaso de agua de la jarra que su madre siempre mantenía en la encimera. Miró a través de la ventana y pudo verla a ella, junto a su abuelo, ambos estaban haciendo mantención a la pequeña huerta que mantenían cerca de la casa. Notó la caricia suave de Buyo en las piernas y lo miró. Estaba viejo y su pelaje se había vuelto menos reluciente.

—Ven aquí —dejó el vaso y se agachó para tomar al gato entre sus brazos. La sensación de calidez que solía entregarle el animal la devolvió a los quince años. Cerró los ojos y le acarició el pelaje con la mejilla—. Me alegra que todavía estés aquí.

Ciertamente había resultado un gato longevo.

Le dio unos cuántos besos, hasta que notó que el animal comenzaba a inquietarse, entonces volvió a dejarlo en el piso y éste se paró delante del plato de comida que mantenían a un lateral de la cocina. Kagome sonrió y se sintió aliviada que poder hacer algo tan habitual como darle de comer al gato.

Lo acarició un poco más, mientras él ronroneaba y comenzaba a comer, luego se dio a la labor de llamar a su hermano. Encontró el número sin problema en la agenda que había en la mesilla del teléfono, eso aún se mantenía igual. Le explicó el motivo de su llamada y él le dio indicaciones para que llegara a la zona en la que vivía con su familia y que se llevara uno de los ordenadores que tenían.

Kagome se miró en el espejo del baño que había en la planta baja y no podía recordar cuando había sido la última vez que se había mirado de forma detallada en un espejo así de grande. Tomó el cepillo que seguía en el mismo cajón en que ella lo mantenía cuando vivía aquí y comprobó con cierta nostalgia que muy pocas cosas habían cambiado de lugar. Se cepilló el pelo y observó la camiseta con gatitos que llevaba. Suspiró, quizás podría conseguir algo de ropa con Moe, también estaba la posibilidad de volver a su ropa de sacerdotisa, recordó que le faltara media manga y pensó en que seguramente su abuelo tendría otro hitoe.

De momento decidió salir como estaba.

Caminó hacia el almacén en que había dejado a InuYasha hace ya un rato. Ella se había marchado bastante cabizbaja y él lo había notado, le llamaba la atención que no hubiese ido a buscarla ya, o quizás lo había hecho mientras ella meditaba. Daba igual, le avisaría de su salida y seguramente él querría ir con ella, así que llevaba consigo un pañuelo para ponerle en la cabeza.

Mientras se acercaba no podía evitar pensar en que quizás también debía buscar algo de ropa de esta época para InuYasha, y zapatos, no podía ir descalzo por la calle. Aunque en realidad eso de poder o no hacer algo era una cuestión relativa.

Notó una punzada de angustia en el estómago cuando se descubrió pensando en estar aquí más tiempo.

—InuYasha —llamó, en cuanto estuvo en la puerta del almacén.

Él no estaba. Sin embargo, en su lugar encontró una vasija rota como si la hubiesen aplastado.

InuYasha —no llegó a emitir su nombre, pero se quedó mirando la puerta ¿Dónde podía estar?

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Finalmente InuYasha no había llegado hasta el monte aquel que se veía a la distancia, pero sí recorrió lo bastante, huyendo de los edificios, como para llegar a una zona boscosa y amplia y poder correr con libertad, a pesar de los humanos que podía oler y que caminaban por el lugar. Cuando finalmente liberó suficiente energía, se detuvo junto a una corriente de agua y bebió, notando como el líquido le ayudaba recuperar el vigor en cuestión de un instante. A poca distancia escuchaba pasos que aplastaban la hierba y la maleza, por lo que se alzó hasta la copa de un árbol frondoso y se mantuvo ahí, recostado en una rama.

A simple vista parecía despreocupado e indiferente, pero sus pensamientos se mantenían sin cambio; aún seguía cavilando en Kagome y Moroha. La imagen que les había dejado Souta el día anterior se había quedado grabada en su mente. Podía ver en su hija la soberbia de la sangre demoniaca y la fuerza dúctil de la energía de Kagome, sin embargo, su mirada reflejaba demasiadas vivencias para la edad que tenía, él conocía bien esa expresión, se reconocía en ella y eso le causaba pesar. Por otro lado Kagome le preocupaba, la salida que estaba buscando para esta situación no le gustaba nada, y tenía muy claro que ella llegaba a ser muy terca cuando se lo proponía. Sí, le preocupaba.

Cerró los ojos, mientras por la parte baja del árbol se desplazaban cinco humanos que caminaban sin intercambiar palabras entre ellos. Se detuvieron a un par de metros de él y uno de ellos se dirigió al resto, mencionando la energía del sitio y lo buena que era para el Shinrin Yoku, baños de bosque. Así que se instalaron en el lugar, sentados en el suelo; InuYasha abrió un ojo y pudo ver que cada uno había elegido un árbol para descansar la espalda.

Suspiró; se le había acabado la calma.

Una vez comprendido aquello se decidió a recorrer un poco más el bosque, antes de volver al templo.

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Kagome permanecía en el hogar de Souta, había pasado al departamento por un portátil, tal y como él le había sugerido. Moe le ofreció un té, y aunque ella sólo quería volver al templo lo antes posible, no pudo negarse al ofrecimiento de la mujer; sólo se habían visto una vez, sin embargo era la compañera de su hermano y no podía ser descortés con ella.

Mei permanecía a su lado y le enseñaba un álbum de fotografías familiar, en el que aparecía la pareja con Towa de pequeña y más adelante comenzaba a aparecer también Mei, primero de bebé, hasta alcanzar la edad que ahora tenía.

—Son muy bonitas —sonreía, Kagome, a pesar de no desearlo. Se sentía extraña en medio de la felicidad de otros.

Se enfocó en la ventana y en el atardecer que se llevaba el día; otro día.

—¿Quieres más té? —la amabilidad que estaba teniendo Moe con ella era pura empatía, lo podía percibir en ella.

—No, gracias —intentó parecer algo contenta—. Creo que ya debo irme.

—Souta estará por llegar —la cortesía era lógica y en una situación normal se quedaría a esperar a su hermano, pero se sentía demasiado frustrada y la dedicación de Moe se le estaba haciendo intragable. Sabía que ella no era responsable, pero no podía evitarlo.

—No puedo esperarlo. Gracias por todo —se mostró decidida y la mujer ya no se sintió capaz de insistir más.

Kagome se puso en pie y tomó el portátil de encima de la mesilla que había en el centro de la sala. Se inclinó para dar un beso a Mei e hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza a Moe. Ni la madre, ni la hija se atrevieron a interferir en su decisión de marcharse, quizás por la energía que Kagome desprendía en ese momento. No podía estar ni un momento más en medio de lo cotidiano, no sin hacer algo por llegar hasta Moroha.

Respiró hondo al salir del edificio y decidió que volvería caminando, aún había algo de luz natural y la acompañaría la mayor parte del camino. No le había costado nada llegar hasta el hogar de Souta, sería fácil volver por la misma ruta. Caminar le vendría bien, le despejaría las ideas.

Las primeras calles que recorrió le parecieron tranquilas, se cruzó con un par de personas que volvían de sus trabajos, tal como haría su hermano en algún momento. Luego de eso llegó hasta una avenida principal, en la que se encontró con aún más personas. El entorno le resultaba bullicioso y desapacible; era extraño sentirse fuera de sitio en un lugar que había sido su mundo durante quince años.

Se abrazó a sí misma, con el portátil de por medio y continuó el camino. Recordó que cuando era adolescente tuvo ganas de pasear un día con InuYasha por las calles, llevarlo al cine, ir a comer algo, como haría con una cita de jóvenes, sin embargo, todo eso le resultaba tan vacío ahora. No concebía que las personas se abstrajeran tanto en cuestiones mundanas como la última y más cara moda o haciendo fila fuera de una tienda para conseguir el último móvil. En el Sengoku los aldeanos trabajaban durante los mejores meses del año, para poder sobrevivir a los peores. Se vivía con poco, a veces incluso de forma precaria. Suspiró, no quería juzgar a las personas, cada quien vive de acuerdo a lo que ve.

Es sólo que se puede vivir en un punto medio —musitó.

Se detuvo. Dejó de andar cuando algo parecido a un sonido la abordó. Sabía que no se trataba de un sonido que escuchase con los oídos, era algo que resonaba en su mente como un aviso. Miró a su derecha y se encontró con un edificio, concluyó que esa resonancia no venía desde ahí, sino de detrás. Caminó rápidamente hasta que encontró la primera calle lateral y entró por ella. El eco comenzaba a sentirse más fuerte; lo que primero fue una vibración en su mente, como un sonido lejano, empezó a manifestarse como un temblor en las manos y en el estómago. Sintió que se le apretaba la garganta; todos estos síntomas le eran conocidos, solía tenerlos cuando había un peligro o un demonio cerca.

Dio un par de vueltas, hasta que se encontró en un callejón estrecho con varios yatai, los puestos típicos de comida callejera, pero más allá de ellos se veía una profunda oscuridad. Kagome tenía claro que ese era el lugar que emanaba esa fuerte energía maligna. En un acto reflejo se llevó la mano por encima del hombro en busca de su arco y carcaj, recordó que no los tenía; aun así avanzó.

Ella no poseía la capacidad de InuYasha de identificar a través del olfato, pero podía percibir la energía de los seres y confiaba en ello. En este caso la emanación que percibía era extraña, justamente porque la reconocía, era el tipo de energía proveniente de un demonio y hasta dónde ella recordaba no era el tipo de seres que habitaba este tiempo. Arrugó el ceño al intentar pensar en si había cambiado algo en estos años, aunque luego cayó en cuenta que sí: ella.

Se aventuró a ir un poco más allá, siempre podía usar su propia energía para protegerse si era necesario, ya había aprendido a trabajar con ella.

—Creo que te has perdido —escuchó una voz proveniente de entre las sombras.

Kagome tuvo el reflejo de mirar hacia atrás y notó el extraño contraste entre la luz del inicio del callejón y el lugar en que estaba ahora, era como si desde unos metros más atrás y hasta el final de la calle, todo estuviese abandonado.

—¿Quién eres? —preguntó ella, con decisión. Jamás debía mostrar temor ante un ser oscuro.

—Eso no es algo que le importe a una humana como tú —mencionó la criatura, que salió ligeramente de entre las sombras más oscuras y eso le permitió a Kagome vislumbrar que tenía el aspecto de un hombre; un delincuente, pero un hombre.

Ella retrocedió medio paso, intentando que él pensara que estaba asustada, sin embargo, buscaba verlo mejor.

—¡¿Dónde crees que vas?! —Kagome notó la velocidad con que se movió y luego el agarre en su brazo que tiraba de ella con una fuerza sobrehumana.

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Continuara

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N/A

Muchas veces me pregunto si esta historia tiene capítulos de transición, y cada vez me convenzo más en que tiene momentos, pero no capítulos, porque en todos ellos hay algo e incluso en esos "momentos" hay algo para considerar.

En este capítulo en particular se han quedado varias ideas dando vuelta, espero que las vayan apuntando para más adelante xD

Vamos a por el veintiuno!

Muchas gracias por leer, comentar y acompañarme en esta aventura

Besos

Anyara