Capítulo XXI
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InuYasha se mantenía en la copa de un árbol mientras miraba como el sol en el horizonte se despedía del día. Desde ese lugar podía distinguir los hermosos tonos del cielo, que pasaban por el anaranjado, algún rosáceo leve, violeta, hasta llegar al azul que dentro de poco lo cubriría todo. Respiró profundamente antes de comenzar el camino de regreso al templo, esperaba que Kagome no se hubiese vuelto loca buscándolo, aunque ella ya lo conocía y seguramente adivinaría que se había echado a correr sin rumbo.
Empezó el camino de regreso, primero a través de las copas de los árboles, hasta que bajó y comenzó a correr entre la maleza. Cuando se encontró con la primera zona poblada se escabulló por entre los tejados, que al principio eran de edificios de poca altura, hasta que comenzaron las construcciones más altas. Avanzó por una zona central que ya reconocía y percibió los olores característicos de las comidas, los humanos, los vehículos que los transportaban y que emanaban humos fuertes y rancios, todo aquello era propio del tiempo de Kagome. De pronto notó una esencia diferente a la humana, frenó la carrera de forma brusca y olfateó el aire para identificar que se trataba de un youkai. Dio dos pasos y husmeó el aire un poco más para identificar exactamente el lugar del que procedía el olor y se le heló la sangre cuando pudo reconocer, también, el aroma de Kagome.
¡Kuso! —pensó y se echó a correr en esa dirección.
Saltó por los tejados, hasta que tuvo que bajar a pie de calle y le importaron poco las exclamaciones de sorpresa que iba dejando a su paso. En realidad los humanos no sabían lo que veían, la velocidad con que se movía sólo los hacía tambalearse y comprender que algo había pasado por su lado a una velocidad vertiginosa para ellos.
Cuando estuvo a pocos metros de Kagome, vio como el youkai la sostenía del brazo. Él le dio un golpe y éste perdió el agarre; en ese momento asió a su compañera por la cintura y se la pegó al costado, para subir a los tejados.
Kagome sintió como era alzada en el aire y no necesitó mucho para saber quién la había apartado del agarre de aquel demonio.
InuYasha —musitó su nombre. Su toque le resultaba inconfundible.
La levantó y saltó con ella al primer tejado alto que encontró, sin detenerse ni dejarla tocar el suelo.
—Mujer ¿No te puedes quedar ahí donde te dejo? —masculló.
Ella no supo cómo comenzar a responder.
—Sostente —le avisó a continuación. Kagome lo aferró aún más, por el contorno de los hombros, y pudo ver que tras ellos venía el youkai que se había encontrado.
—¿Qué hace un youkai en este tiempo? —la pregunta que hacía era más bien retórica, no esperaba que InuYasha tuviese una respuesta.
—Son muy longevos —él continuaba saltando por los tejados de los edificios pequeños, necesitaba una superficie más amplia para detenerse—. Me extraña que no los hubiésemos descubierto antes.
Kagome comprendió que había muchas preguntas que nunca se había formulado cuando vivía en este tiempo.
—Lo estamos dejando atrás —le avisó ella.
—No quiero dejarlo atrás —se giró, aún sin dejarla poner los pies en firme.
El ser se detuvo igualmente y se quedó esperando, como si pudiese ganarles en una pelea. Kagome e InuYasha ya habían sopesado su poder sin necesidad de pelear; ella en el callejón y él al percibir su olor a la distancia.
InuYasha dejó a su compañera junto a él.
—Aparte de lento, es bastante tonto si cree que tiene oportunidad —concluyó, y se agazapó ligeramente, esperando a que el youkai se arrojara sobre ellos—. Ve un poco más atrás —le advirtió a Kagome, manteniendo una voz adusta.
El ser tenía el aspecto de un hombre, por tanto tenía algún poder más que los de demonios inferiores, pero aun así no era lo suficientemente fuerte como para que InuYasha tuviese que desenvainar a Tessaiga. Con ese conocimiento esperó al primer movimiento del youkai; estaba seguro que sucedería en cuestión de un instante, podía oler su ansiedad y cuando finalmente se lanzó al ataque, InuYasha sonrió con cierto toque irónico, mostrando ligeramente los colmillos.
El demonio dejó ver una extensión, parecida a una cuchilla, que salía del lateral de su antebrazo, con la que amenazó un corte. Kagome pudo ver como su compañero evadía el movimiento con poco esfuerzo, y el siguiente en repetición. El youkai pareció molesto con su ataque fallido.
—¡No huyas! —gritó.
InuYasha volvió a sonreír.
—¿Qué harás? ¿Llamarás a tus amigos? —Kagome celebró la astucia de su compañero. Ambos querían saber si había más criaturas sobrenaturales en este tiempo.
—¡No necesito de ellos para acabar contigo! —el youkai se arrojó nuevamente hacia InuYasha y éste lo volvió a esquivar.
—O, quizás te has alejado demasiado —volvió a escrutarlo, sin despegar sus ojos dorados de demonio, para así poder leer sus expresiones. Parecía frustrado.
Lo vio agazaparse, preparando un salto y por el ángulo comprendió que su objetivo era Kagome; ya no podría sonsacarle más información. Cuando el ser dio el salto, InuYasha se adelantó un paso y extendió su brazo derecho desde atrás, hacia adelante, tomando el impulso necesario para asestar el zarpazo.
Sankon Tessoa —sus garras despedaza almas fueron suficiente para fragmentar al demonio.
Kagome se quedó observando el desastre aquel: intestinos, huesos y carne, todo esparcido por el tejado de un edificio en mitad de la ciudad ¿Qué pasaría si alguien descubría aquello?
—Ahora, apesto —escuchó a InuYasha que se había acercado a ella, sacudiendo el brazo para deshacerse de parte de la sangre y restos del youkai. Por un momento se quedó pensando en lo habitual que era la escena para ella y también en lo surrealista que resultaba con este lugar de fondo— ¿Qué te pasa?
La voz de InuYasha la sacó de sus cavilaciones.
—Nada —negó, no muy convencida.
—¿Se puede saber qué hacías aquí? —le espetó su compañero, con un tono que le conocía y pensó que ya estaba tardando en reñirla.
—Vine por esto —en ese momento recordó que llevaba el portátil de Souta pegado al pecho.
—¿Y qué es eso? —preguntó, aun sacudiéndose los restos de la mano. Kagome se quedó mirando el desastre en que se había convertido su haori.
—Luego te lo explico —se animó a responder.
InuYasha alzó una mano y la acercó a la mejilla de ella para pasar el dorso por la piel. Kagome notó algo viscoso deslizarse por su cara y sintió profundo asco.
—No me digas que tengo…
—Sí, y en el pelo —InuYasha quiso reír ante la expresión de ella, pero se contuvo, sabía que en estas situaciones su compañera se volvía muy irascible.
—Vamos a casa —dijo, e inmediatamente notó el nudo que se le formó en el estómago. Comenzar a hablar de este lugar como si fuese su hogar la molestaba más de lo que podía confesar.
Su hogar estaba ahí donde se encontrara su hija, y este no era ese sitio.
InuYasha se la subió a la espalda e hicieron el camino de vuelta en poco tiempo. Kagome sólo podía pensar en el baño que se daría nada más llegar al templo, así que se mantuvo con los ojos cerrados todo el camino.
Cuando entraron en la habitación, ella tomó algo de ropa para después de asearse. InuYasha la observaba, le costaba dilucidar lo que pasaba por la cabeza de su compañera en este momento.
—¿Estás bien? —fue todo lo que pudo preguntar.
—Sí —cuando Kagome le daba respuestas así de escuetas él sentía que se le hacía un agujero en el pecho. No podía olvidar el beso que le había dejado en la mejilla esta misma tarde.
—No me has dicho cómo diste con el youkai —intentó que le hablara un poco más.
Ella lo miró, se sentía cansada. Ahora también tenía que lidiar con la información que habían recibido de aquel demonio: no era el único.
—Estoy agotada, InuYasha —declaró.
Por muchos años que llevaran juntos, InuYasha no podía sacarse del fondo del corazón la sensación de desamparo que experimentaba cuando Kagome parecía alejarse, aunque sólo fuese un poco, aunque fuese para recuperar energía.
Él miró al suelo y asintió con un único movimiento de su cabeza.
Ella conocía el alma de su compañero y se ablandaba por dentro cada vez que lo veía necesitarla. Por muy cansada que estuviese, siempre encontraba energía para InuYasha.
—Ven —se acercó a él y buscó su mano para enlazarla—. Vamos a darnos un baño.
InuYasha alzó la mirada y sus ojos dorados brillaron en agradecimiento.
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Se mantenía de pie en el umbral de la habitación que compartía con Kagome en el templo. El espacio parecía diáfano, ahora que la cama de ella había sido llevada a uno de los almacenes que tenían alrededor de la casa principal. El futón lo habían recogido, nada más desayunar, y desde ese momento Kagome se mantenía delante de la mesa en la que solía estudiar cuando él venía a visitarla en el tiempo en que aun recolectaban los fragmento de la Perla de Shikon. Llevaba horas delante de aquel aparato que nombró como portátil e InuYasha se sentía completamente ignorado. Al principio quiso saber qué leía, pero Kagome le dijo que estaba estudiando temas espirituales, lo que a él le sonó a busco como crear una perla nueva.
Respiró hondo, con lentitud, necesitaba tranquilizarse. Ella podía leer todo lo que quisiera, pero él tenía claro que no la dejaría crear otra maldita perla.
Salió de la habitación, sin que Kagome reparara en él. No estaba seguro de si porque no sabía que llevaba ahí de pie varios minutos o, lo que era peor, lo estaba ignorando. Se decidió a buscar algo qué hacer, no podía quedarse esperando a que los días se fueran sumando uno tras otro como si no los viviera. Llegó hasta la cocina y se encontró con la madre que Kagome que parecía estar preparándose para salir.
—Hola —le sonrió ella—. Te queda muy bien esa ropa.
Se refería al atuendo de kendo que le había dejado el abuelo. Su haori estaba nuevamente tendido sobre una cuerda en el jardín, junto a la casa, luego que la madre de Kagome lo tomara con dos dedos y lo metiera a lavar. La máquina esa que usaban para evitar llevar la ropa al río, sonaba como si tuviese un youkai dentro. InuYasha se inquietó ante la idea de que aquella máquina se rompiese, no era la primera vez que rompía algo en la casa y no quería que pasara otra vez ante la resistencia de su ropa.
—Kagome ¿Sigue ocupada? —preguntó la mujer, él se había distraído mirando al gato, que retozaba en un rincón.
—Sí, está con ese dichoso portátil —el tono de la respuesta demostraba lo poco que le gustaba el aparato ese.
—Ya veo —la mujer pareció meditar— ¿Quieres venir a la compra conmigo? —lo animó. InuYasha se quedó mirándola un momento, no era un gran plan— Si no vienes tendré que cargar todo el peso sola.
La madre de Kagome sabía cómo pedir las cosas, sus palabras fueron suficiente como para despertar su instinto protector, entonces asintió.
—Iré.
—Me alegra, pero tendrás que ponerte esto en la cabeza—le indicó un pañuelo que tenía sobre la mesa para cubrirle las orejas y que ya estaba destinado a él.
Bufó molesto, no le gustaba nada taparse con esos pañuelos. La mujer frente a él lo notó de inmediato.
—Podemos intentar otra cosa —lo animó y se dio la vuelta como si ese gesto la ayudara a recordar algo—. Espera aquí.
La vio pasar por su lado y perderse por el pasillo de la casa. Escuchó como revolvía algunos cajones en el baño pequeño que había en la planta baja, y volvió a la cocina.
—Siéntate aquí, por favor —dejó una silla ante ella e InuYasha obedeció sin remilgos— ¿Puedo? —le preguntó, antes de tocarle el pelo. Él asintió.
Aceptado aquello, la mujer comenzó a recorrer su pelo con los dedos y notó como tomaba dos mechones, desde un lateral y otro, apartándolos hacia adelante; luego fue hasta su espalda y desde ahí le alzó el pelo restante en una coleta alta. Notó como batallaba creando una sujeción que luego afianzó con un suave tirón. Los mechones laterales los pasó por sobre su cabeza y los cruzó, cada uno hacia el lado contrario, pasándolos por encima de sus orejas, creando cierto volumen que las disimulaba, hasta asir las puntas del pelo en la coleta.
—¡Ya está! —exclamó con un cierto toque de alegría. InuYasha probó su capacidad auditiva y concluyó que continuaba siendo amplia, a pesar del ángulo de sus orejas, aún podía oír los latidos en el corazón de la mujer— Ve a mirarte.
Lo instó a ir por el pasillo, hasta el espejo que había en el baño. Le resultó extraño verse con el pelo recogido así, aunque le gustó, era cómodo y evitaba el pañuelo. En ese momento pensó que todo lo que él hacía con su pelo era lavarse y pasar los dedos para deshacer cualquier nudo que pudiese formarse.
Salieron de casa, dejando una nota sobre la mesa de la cocina por si alguien, Kagome, se preguntaba a dónde habían ido.
InuYasha acompañó a la mujer en un silencio que era roto por ella con preguntas que parecían poco relevantes: ¿Cómo calentaban la casa en invierno? ¿Cómo preparaban los alimentos? ¿Cómo lavaban las ropas tan resistentes de él? ¿Cuántos hijos habían pensado tener?
Él se quedó perplejo ante la mitad de las preguntas, y las mismas no eran ni la mitad de incómodas en comparación con los comentarios que hacían las personas que se fue encontrando la mujer en los sitios a los que entraba por los alimentos.
Así que es tu yerno
¡Qué guapo es!
¿Compañero de tu hija?
¿Están de visita?
¿Tienen hijos?
¿A qué te dedicas?
Definitivamente InuYasha prefería ir a la huerta por la verdura; una zanahoria o una patata no preguntaban nada. Debía ser difícil para Kagome vivir en una época en que las personas se interesaban tanto por su vida.
Agradeció el terminar con aquello y ya estar de camino al templo.
—No le tomes a mal las preguntas a la gente —le pidió la mujer.
—No lo hago —la respuesta fue concisa, aunque en un tono suave.
Continuaron en silencio. La escalera al templo ya estaba cerca.
—Kagome lo está pasando mal —ella rompió el silencio. InuYasha reconocía esas palabras en él, unos días atrás, cuando habían llegado a esta época—. Sé que ambos quieren volver con Moroha, yo también lo querría si se tratara de uno de mis hijos —él escuchó lo que tenía para decir, con total respeto—. No sé cómo piensan hacerlo, pero no le quites la mirada de encima, ella tiene mucha voluntad y eso la vuelve tenaz, pero también temeraria.
InuYasha sintió deseos de gritar a las deidades, para que se enteraran que él no estaba equivocado en su apreciación sobre su compañera.
—Tranquila, no lo haré —le respondió a la mujer, con calma, lo que ella agradeció con una sonrisa.
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Kagome quitó la mirada de la pantalla del portátil, estaba cansada de leer información de diferentes sitios que no sabía cómo definir. Todos ellos hablaban de temas espirituales y a su vez, todos ellos ofrecían explicaciones que luego se diluían en una serie de largos génesis que ella no necesitaba leer. No se sentía afín a las ideas que había visto y se le acababa la paciencia. Sobre la Perla de Shikon sólo encontró una referencia a un libro de cuentos infantiles y un par de opiniones que hablaban del Templo Higurashi en el que se vendían llaveros con una representación de ella.
Estiró los brazos por encima de la cabeza, buscando desperezar el cuerpo y cuando lo hizo miró tras ella, quizás como un acto de reminiscencia; se encontró con un sitio vacío, ahí no se encontraba ni su cama, ni InuYasha.
En ese momento reparó en que no sabía cuánto tiempo llevaba en esto y comprobó que había consumido toda su mañana y no lo había notado.
¿Dónde estaría InuYasha?
Salió de la habitación y se dirigió a la cocina, siempre era el lugar que convocaba a los que vivían en casa. Se la encontró vacía, a excepción de Buyo, que dormía en el suelo sobre el único espacio que tenía luz directa del sol.
—¿Estas a gusto? —le preguntó al animal, reparando en la nota que había sobre la mesa.
InuYasha y yo hemos ido a la compra —leyó y se sorprendió. Una cosa era ir a la huerta por las verduras y otra ir a las tiendas a comprarlas. Decidió que no entraría en pánico; InuYasha ya conocía este tiempo y su madre lo conocía a él.
Se animó a salir fuera de la casa, necesitaba respirar aire fresco y calmar la mente, habitualmente encontraba eso junto al Goshinboku.
A pocos pasos de la puerta se encontró con su abuelo que habló de descansar los huesos un momento, antes de la comida. Kagome le sonrió y le dio un beso en la mejilla, no quería olvidar agradecer lo bueno que era verlo saludable y alegre, a pesar de las circunstancias que la había traído hasta aquí. Lo observó mientras entraba en casa y por un momento se permitió pensar en cómo sería una conversación entre su abuelo y la anciana Kaede.
Sonrió ante la imagen que pasó por su mente de aquellos dos ancianos discutiendo sobre medicina natural.
Suspiró, recuperando su idea inicial y se encaminó hasta el Guardián del Tiempo, para observarlo majestuoso y maravillosamente sereno. Cerró los ojos y escuchó el murmullo del viento entre las hojas que parecían estar comunicándose por medio de ese elemento. También sintió el sol que pasaba por entre las ramas y le calentaba la piel y pensó en el elemento que lo representaba. Abrió los ojos y decidió pasar la valla que cercaba al árbol, quería tocarlo. Se reclinó sobre él, abrazándolo, para sentir como vibraba su vida bajo la corteza. No era algo fácil de percibir, porque en realidad no era una percepción realmente física, eran sus espíritus conectando para permitirle a ella sentir la vida dentro del Goshinboku. Comprendió que su fortaleza venía también de los árboles cercanos, pero mayormente lo hacían de la conexión entre tiempos. En esta ocasión no había visiones sobre su hija, sólo un tratado de alma a alma, que las hacía sentir paz.
—Gracias —musitó al árbol cuando dejó de abrazarlo, para mantener sólo una mano en su tronco.
Un movimiento llamó su atención y se giró hacia la derecha para encontrarse con la imagen de su madre e InuYasha que la ayudaba con un par de bolsas. Le resultaba extraño verlo sin su típica vestimenta roja, reemplazada ahora por el azul oscuro del traje de kendo, sin embargo, lo que llamó más su atención fue verlo con el pelo recogido en una coleta. Él se dio la vuelta cuando ella terminaba su escrutinio y la miró con la intensidad característica de sus ojos dorados. Lo tenía cerca de forma permanente y, en medio de lo mucho que se abstraía en su mundo interno, a veces se le olvidaba lo hermoso que era.
Su madre le hizo un gesto y tomó las bolsas que InuYasha cargaba. Él asintió y comenzó a caminar en la dirección en que ella se encontraba. Notó que ralentizaba el paso cuando le faltaban pocos metros y Kagome descubrió la forma en que estaban ocultas sus orejas por el pelo.
Pudo ver a su compañera junto al Goshinboku y por la forma en que tocaba el árbol, e incluso por la expresión de sus ojos, supo que había conectado con algo. Avanzó hacia ella con calma, mientras Kagome lo observaba. Le pareció que quería acercarse hacia él e InuYasha dio dos pasos rápidos y largos para poder ofrecer su mano y que ella tuviese equilibrio al pasar fuera de la valla de madera. Se sintió fortalecido cuando Kagome lo tocó, quizás por la extraña sensación de lejanía que le venía sintiendo desde el día anterior.
No la soltó, a pesar de ya haber salido del interior del cercado del Goshinboku.
Se miraron durante un instante. InuYasha tuvo la sensación de que ella iba a decirle algo, pero sabía que no le daría tiempo, podía escuchar los pasos que se acercaban y sabía que iban a ser interrumpidos. Se giró de medio lado.
—¿Qué quieres, vieja? —la pregunta carecía totalmente de prudencia, pero se sentía molesto con la idea de que los anduviese rondado esta mujer, la anciana que se encontraba en casa de Kagome la mañana anterior. Se le erizó el vello de la nuca de sólo recordar la conversación en la cocina.
—InuYasha —Kagome lo reprendió y le soltó la mano.
¡Kuso! —ahora estaba enfadada.
—¿Está Hisao por aquí? —la anciana hizo la pregunta, dando un mirada alegre a InuYasha, pero ignorando por completo su agresividad.
—Kainuko —Kagome se adelantó un paso, sorprendida de encontrarse a la mujer otra vez por el templo, suponía que había asistido por la mañana a la sesión de Tai Chi. Por un momento se permitió pensar si no tendría alguna historia con su abuelo que ella no supiera; después de todo llevaba fuera muchos años—. Está en casa, dijo que descansaría un momento.
—Oh, ya veo —la mujer movió la cabeza y se enfocó en InuYasha y le sonrió—. Creo que los he interrumpido.
InuYasha se sintió incómodo, no sabía qué tenía la mujer, pero lo ponía inquieto; además no olía, eso era extraño, más aún en una anciana.
—Bueno, me iré enseguida y podrán continuar hablando de sus cosas de enamorados —la mujer le sonrió a Kagome y ésta comenzó a notar cómo se le subían los colores—. Sólo quería dejarle este libro a Hisao—en ese momento alzó lo que traía en la mano y por las tapas parecía una edición antigua—. Quizás ¿Te lo pueda dejar a ti?
Kagome pestañeó un par de veces, se había quedado abstraída en la imagen de la portada.
—Sí, claro, ya se lo entrego —extendió las dos manos para recibir el libro que tenía un peso y tamaño considerable.
—¡Oh, qué bien! —exclamó la mujer, con una energía envidiable para los años que debía tener— Nos vemos mañana —sonrió y se alejó.
Kagome se giró hacia InuYasha y sostuvo el libro por delante de ella, enseñándole la portada. En ésta se podía ver la imagen de un DaiYoukai, y si la apuraban un poco, Kagome estaba segura que era una representación del padre de InuYasha.
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Continuará.
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N/A
Aquí le comparto un capítulo matizado de muchas cosas, todas ellas son parte de contar la historia y estoy contenta con el resultado. Además, me he dado el gusto de sacarle el pañuelo a InuYasha de la cabeza xD Sé que para gustos colores y aunque el pañuelo le va bien para hacer la limpieza, me parece que no para ir por la calle con un poco de estilo *.*
Espero que el capítulo les haya gustado y que me cuenten
Besos!
Anyara
