Capítulo XXII
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"… de este modo se comprende que las criaturas que provenían de las Deidades, muchas de ellas descritas en el inicio del Kojiri —escrito del que hablaremos más adelante— basadas en jerarquía, potestad y relación con los seres inferiores, hicieron descender sus potencialidades a los humanos a través de la mezcla de razas. Algunas de estos otorgamientos vinieron de la mano de actos reflexionados e inspirados por Byakko, también existieron los emocionales, inspirados por Seiryu, los actos de pasión, de la mano de Suzaku, hasta llegar a los otorgamientos inspirados en la belleza de la tierra acompañados de Genbu. Todo esto dio pie a que criaturas consideradas inferiores por las Deidades, poseyeran atributos que podían desarrollarse a niveles muy altos, llegando casi a superar en poder a aquellos que se consideraban grandiosos. La inmortalidad aún estaba destinada a las Deidades puras y ciertos grados, y casos, a sus creaciones especificas más directas como son los Daimashii; no así los Daiyoukai o los youkai."
Kagome paró un momento y miró a InuYasha, que permanecía sentado sobre el tatami de la habitación que compartían, con la mirada atenta y en una actitud de seria atención.
—Creo que esta obra abarca cuestiones muy realistas —comenzó a decir ella, mientras descansaba de la lectura.
InuYasha y ella habían comenzado a leer el libro hacía varias horas, lo comprobó al mirar por la ventana y ver que los colores del cielo comenzaban a degradarse de cara al atardecer. El libro descansaba en el suelo, era demasiado pesado para sostenerlo largo tiempo en las manos.
—Aún no has leído nada que nos sirva para volver con Moroha —intentó que sus palabras no sonaran a queja, sin embargo, su frustración no ayudaba.
—No, es cierto —Kagome continuaba mirando a través de la ventana—. Pero he pensado que si el libro cuenta cosas que podemos dar por buenas, como la existencia de los youkais o hanyous, podemos dar por probable cualquier cosa que nos sugiera para volver con nuestra hija.
Al terminar de decir aquello, volvió la mirada hacia su compañero, éste se mantenía con las manos metidas en las mangas de su haori el que se había vuelto a poner en cuanto estuvo seco.
—Entonces, sigamos —decidió él, sin mucho preámbulo.
—Claro —aceptó, pero antes bebió un poco de agua del vaso que tenía junto a ella.
Adelantó unas cuántas páginas. El papel era más grueso que el usado en esta época, por tanto el libro se hacía más denso. Comenzó a pasas las hojas con cuidado, de alguna manera sentía que aquello debía ser custodiado, y leía palabras sueltas para ver si alguna parecía decir algo. Se detuvo cuando vio el nombre InuYasha en una de las líneas. Su primera reacción fue la alzar la vista y fijarla en los ojos dorados de su compañero, él la miró expectante y hasta pareció retener el aliento. Volvió la vista a la página y leyó.
"… hubo un tiempo en que los poblados eran asolados por un demonio hostil al que los aldeanos llamaban demonio araña, sin embargo, su nombre era Naraku. Durante ese tiempo apareció igualmente un ser que entre los habitantes de las tierras era conocido como el hanyou o medio perro…"
Kagome notó como InuYasha arrugaba el ceño, no le gustaban nada esas expresiones para definirlo. Ella continuó, delineando con el dedo la lectura, ya tenía los ojos cansados.
"… de entre todos los seres considerados inferiores destacó por valentía, por fuerza y por sobreponerse a las circunstancias adversas que amenazaron su vida… sus habilidades fueron de gran ayuda a la hora de terminar con el demonio araña. Conocido como el segundo hijo de Toga, señor de las tierras occidentales, InuYasha se unió a una sacerdotisa humana y tuvieron descendencia —podemos profundizar esto en el apartado: 'Líneas de sangre'. La unión en batalla fue el camino para derrotar al hanyou araña, formando alianza con el líder de la tribu Ōkami de los lobos…"
InuYasha bufó en desacuerdo.
—De cierta forma, sí lo hicimos —acotó Kagome y su compañero volvió a bufar, con ese tono que le sonaba a pamplinas.
Ella suspiró, antes de retomar la lectura. Quizás era extraño, pero el relato le daba cierta esperanza de saber algo de Moroha, y eso mismo le causaba pesar: Esta no era la forma en que quería saber de su hija.
"… Se dice del hanyou que tenía la habilidad de ampliar las técnicas de su espada Tessaiga⁶, la que era una herencia familiar. También se le otorgaba la capacidad de viajar en el tiempo —podemos ver esto en el apartado: 'Viajes en el tiempo, métodos'."
InuYasha casi da un salto desde su lugar frente a Kagome, para quedar a la par que ella. Lo que acababa de leer era importante y necesitaban saber más.
—Sigue, rápido —la instó, ella quiso responder de una forma poco amable, pero la distrajo su propia necesidad de saber más. Tuvo que recorrer el libro, desde el lugar en que estaba, hasta el índice y luego buscar entre las pesadas páginas la que se correspondía con dicha información. En tanto hacía aquello, escuchaba la respiración pesada de InuYasha junto a su oído.
Volvió a leer en cuanto encontró la hoja.
"… Entre los métodos que la sabiduría popular de la zona menciona para realizar viajes en el tiempo, están los Árboles del Tiempo, también conocidos como Árboles Sagrados y Guardianes de Tiempo. Sus características más notables son su extensa vida y el que a menudo se encuentran en lugares sagrados, como templos, cementerios o puntos energéticos…"
—El Goshinboku —apuntó InuYasha. Kagome asintió y prosiguió con la lectura.
"… Es bueno recordar que del mismo modo que en la medicina Shiatsu, se trata con los meridianos del cuerpo que concentran energía en los nadis; la tierra tiene sus propios caminos y puntos centrales de energía. Se ha hablado de otro método utilizado para viajar en el tiempo, también derivado de los propios Árboles Sagrados. Se trata de un pozo construido con madera de uno de estos árboles, el que fue utilizado por la sacerdotisa que llego de otro tiempo a través de él —podemos ver más sobre ella en el apartado: 'Líneas de sangre'…"
—Sigue, sigue —InuYasha susurraba sobre el hombro de Kagome, como si ésta le estuviese contando la historia más interesante que había oído nunca.
"… Los Árboles del Tiempo están perdiendo sus capacidades, dado que con el paso de las eras y los otorgamientos por parte de las deidades, el Ki Divino se ha diluido y es cada vez más difícil encontrar pureza en los actos de los seres de la creación."
—Y este libro ¿De dónde ha salido? —la pregunta de InuYasha iba dirigida al origen.
—No lo sé, es una antigüedad —Kagome marcó la página con la mano y se fue a las primera hojas en busca del nombre del autor.
—La anciana ¿Lo sabrá? —no es que la mujer le resultase agradable, tampoco es que no le gustara, era extraña y no olía.
—Supongo, ella lo trajo —InuYasha seguía con atención el movimiento de Kagome sobre las hojas, hasta que llegó a las principales—. La edición es de 1603 y el autor es Takeshi Tahoshi.
—¿Lo conoces? —InuYasha consideró la posibilidad de que para Kagome aquel nombre significara algo. Ella se encogió de hombres.
—No.
Un par de golpes en la puerta los alertaron.
—Adelante —respondió Kagome, su madre se asomó a la habitación y ella agradecía que tuviese la consideración de tocar la puerta.
—La cena estará en un momento —anunció la mujer y espero la respuesta. Kagome estuvo tentada a decir que se subirían la cena, para de ese modo poder seguir con la revisión del libro, pero sabía que para su madre éste era una especie de momento ritual del día.
—Venga —InuYasha se había puesto de pie en un instante y le extendió la mano para ayudarla a hacer lo mismo, ella supo que su compañero había comprendido el rito y estaba decidiendo por ella.
Asintió.
De ese modo dejaron la tarea que se habían impuesto y bajaron para cenar en familia. La madre de Kagome y su abuelo estaban muy animados compartiendo los avances que tenían las verduras que estaban cultivando en el pequeño invernadero de prueba que había montado, aunque ahora estaba comenzando otro más grande. InuYasha comprendió que se trataba de ese sitio que había tras la casa en el que podían cultivar sin que la estación del año interfiriera. Él aportó algún conocimiento sobre riego y los fertilizantes que usaba en la huerta que tenían en el Sengoku: como las heces de cabra o los restos que dejaban las gallinas. La madre de Kagome mantenía una sonrisa de cortesía, dejando su plato a un lado de momento, mientras el abuelo comenzó a pensar dónde podía encontrar aquello en la ciudad.
Kagome observaba la escena y se sorprendió de lo fácil que parecía acostumbrarse a cualquier circunstancia si le dabas un poco de tiempo. InuYasha la miró y ella comprobó que él tenía claro que esto no se trataba de ellos ahora mismo, así que intentó animarse un poco.
Al terminar la cena se dispuso a ayudar a su madre con lo que había para limpiar.
—Déjalo, ya termino yo —le sonrió a su hija—. Mejor ve con InuYasha a tomar el aire, él necesita salir un poco.
Kagome pensó en que llevaban toda la tarde con el libro y aunque era algo que necesitaban hacer, no sería un problema salir unos minutos.
—Gracias, mamá —le dio un beso en la mejilla.
Salió en busca de su compañero. Lo encontró en la habitación, sentado sobre el tatami, con las manos metidas en la mangas de haori, mientras observaba el libro como si estuviese muy concentrado en lo que leía.
—InuYasha —su nombre sonó con cierta cautela, cuando notó lo tenso que estaba— ¿Pasa algo?
No obtuvo una respuesta directa de él, sin embargo, ésta llegó a través de su lectura.
"… la niña nacida de la unión del hanyou, InuYasha, segundo hijo de Toga, con la sacerdotisa del tiempo, Kagome, fue entregada por el líder del clan de los lobos a una loba ermitaña llamada Yawaragi…"
—No sabemos exactamente lo que pasó —quiso pensar Kagome. La voz de InuYasha era como recibir esquirlas de hierro—, quizás Kouga consideró…
"… la que al cabo de unos años vende a la niña a un comerciante de cadáveres youkai."
Kagome comenzó a respirar agitadamente.
—Yo lo mato —sentenció.
Ambos sabían que se refería a Kouga.
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InuYasha se paseaba de lado a lado, por un corto espacio de dos o tres metros, frente a Kagome que se mantenía sentada en el suelo, junto a la valla del Goshinboku. Después de leer aquellas líneas en el libro, ambos habían decidido que era mejor salir a tomar el aire. InuYasha sentía el latido del corazón en la sien y un deseo enorme de desenvainar a Tessaiga y arrasar con cualquier cosa que tuviese delante.
Se detuvo en seco y miró a Kagome.
—Y si usamos el Meido —planteó la pregunta.
Su compañera alzó la mirada, se sentía triste y por decirlo de alguna forma: derrotada. Había confiado en Kouga para que cuidara de su niña y resulta que había sido hasta vendida durante el tiempo extraño que llevaban lejos de ella.
—Sabes que no es un método de viaje en el tiempo —quiso aclarar. InuYasha la interrumpió.
—¿Por qué no sale en el libro? Yo llegué hasta ti —defendió, aunque en el fondo él sabía que su idea era una mierda y procedía de la angustia.
Kagome le sostuvo la mirada con un rictus severo en los labios. Él supo que ella quería centrarlo.
—¡Kuso! ¡Kuso! ¡Kuso! —lo vio llevarse las manos a la cabeza y girar en el sitio hasta darle la espalda.
Comprendió que le debía proporcionar algo de espacio a su compañero, sólo un poco, el suficiente para calmar el ansia. Quiso convencerse que hacerlo no significaba que Moroha le importara menos, entendía que InuYasha y ella debían estar enfocados, relativamente tranquilos, todo lo tranquilos que pudiesen para encontrar un camino.
—Llévame a correr —le pidió, poniéndose en pie, mientras se sacudía el polvo que le había quedado en la ropa.
Él se giró y la miró como si no la entendiera.
—Venga, vamos a correr —se puso en pie delante de su compañero que la miraba hacia abajo.
La escena siempre resultaba particular. Kagome era menuda en relación a InuYasha, él parecía cernirse sobre ella cada vez que estaban así de cerca. Sin embargo, su aura era fuerte y la hacía enorme por lo que siempre se encontraba a la par de él, que la miraba con una especie de mezcla entre curiosidad y adoración que nunca cambiaba. Quizás, en el fondo de su ser, InuYasha sabía que estaba frente a una criatura sobrenatural como él y se comprendía a sí mismo a través de ella.
—¿Te parece el momento, Kagome? No puedo pensar en otra cosa más que en matar a ese lobo —la voz de InuYasha intentaba ser calma, sin embargo tenía un gruñido atascado en el pecho.
—Lo sé, yo también tengo ganas de acariciarlo con una bola de luz —ella pareció hacer chispear los dedos—. Por eso mismo nos vendrá bien.
InuYasha la miró atentamente. Evaluando la necesidad que ambos tenían de desfogarse. Luego de un instante, se giró e hincó una rodilla en el suelo para que Kagome subiese a su espalda. En el horizonte quedaba una franja de luz que separaba el anaranjado del día del azul de la noche, pero no le importó, él podía ver muy bien en la oscuridad.
Kagome posó una mano en el hombro de su compañero y tuvo la sensación de recordar este momento, como si lo hubiese visto. Se demoró un poco a la hora de subir a la espalda de InuYasha y éste la miró hacia atrás.
—¿Pasa algo? —la pregunta era lógica. Kagome se apresuró a negar con un sonido y se acomodó en el espacio que él le ofrecía.
En cuestión de un instante comenzó a sentir el aire cuando lo cortaban en medio de la carrera que InuYasha había emprendido monte abajo. El bosque se había convertido en un refugio para ambos, ella no llegó a comprenderlo hasta que se encontró a sí misma de vuelta en una época que a menudo le resultaba frágil y vacía. Si ahora mismo le preguntaran, lo único que rescataría de este tiempo sería a las personas que amaba y que permanecían a él.
—¿A dónde iremos? —susurró, Kagome, cerca de su oído. Su compañero presionó un poco más la sujeción en que la sostenía, su aliento cosquilleaba en los orejas de él.
—Conozco un sitio —respondió, alzándose por encima de los árboles.
InuYasha tomó velocidad, tanta que Kagome le pasó ambos brazos por delante del cuello. Él sonrió, le gustaba sentir a su compañera así de cerca, cualquier distancia con ella, real o imaginaria, lo ponía triste y lo debilitaba.
Se permitió correr con algo más de libertad, dando largos saltos sobre los edificios. La noche comenzaba a cernirse y ante ellos quedaba una línea de luz cada vez más difusa. Las luces de la ciudad hacían que la noche se perdiera en el bullicio y el movimiento.
Cuando pudieron llegar a la zona boscosa que InuYasha había recorrido el día anterior, la oscuridad ya había dejado caer su manto. Corrieron un poco más, dentro de aquel espacio que olía a naturaleza, a humedad, a árboles vivos que contaban historias.
—Para —la voz suave de Kagome lo detuvo.
La bajó en un sitio en mitad de los árboles y ella comenzó a centrarse en busca de algún indicio energético, estando en medio de ellos y pensado en las historias, recordó al Goshinboku, quizás, si tenían algo de suerte ella podría percibir la energía de algún Guardián del Tiempo. Giró sobre en el lugar, para observar el entorno e InuYasha siguió sus movimientos a su espalda, para no dificultarle la visión en ningún momento. Una vez terminada la inspección pudo comprobar que no había indició de un camino. Suspiró y se sintió abatida.
—Tranquila —InuYasha notó la tensión que se formaba en ella y la abrazó por la espalda, rodeándola para que se sintiera confortada.
—Quiero estarlo —respondió, descansando la cabeza sobre el hombro de su compañero—, pero no puedo dejar de pensar en ella y en que quiero verla y tocarla y sentirla sobre mi pecho como cuando se dormía.
Había comenzado a llorar.
Todas las sensaciones de tener a su hija pequeña la abordaron de pronto, el tacto de sus manos diminutas, la forma en que emitía suaves quejidos cuando dormía, su olor. InuYasha respiró profundo, sabía que tenía que permitirle sentir su tristeza, aunque las lágrimas de Kagome le dolían como si le rasgaran el pecho. Así que sólo pudo cercarla un poco más en el abrazo que le daba. Ella se giró, buscando el refugio de su pecho y continuó llorando en ese espacio que al menos le daba algo de calma. A pesar de las lágrimas y la congestión que comenzaba a sentir, el olor de InuYasha era un punto de anclaje, algo permanente que no le permitía perderse a sí misma del todo; necesitaba de él para sentirse fuerte. El dolor que experimentaba era tan profundo que ni el amor por él parecía capaz de terminarlo o mitigarlo, aunque eso no se lo diría.
Aun así necesitaba besarlo, en medio de las lágrimas, necesitaba sentir que él podía contenerla. Alzó la mirada, para intentar ver sus ojos en mitad de la oscuridad, le pareció extraordinario ser capaz de ver su reflejo dorado en la noche y la oscuridad del bosque.
—InuYasha —musito apenas su nombre y con una mano lo atrajo por un mechón de pelo.
Quiso sonreír mientras se inclinaba, ese gesto le era familiar de todas las veces en que Kagome no podía expresarse con palabras. La besó, tal como ella pedía, porque los años a su lado le habían mostrado muchas de las luces que la componían y él sentía que cualquiera de ellas era como ser tocado por un milagro. La conocía probablemente en todas sus facetas, hasta las más oscuras surgidas de los últimos acontecimientos, y no se negaría a vivir ninguna de ellas. La sostuvo en el abrazo y se deleitó en los toques tentativos que le daba Kagome con los dedos sobre el cuello y poco a poco dentro del hitoe. Suspiró sobre su boca, cuando el beso comenzaba a exigir más de él. Sabía que esto se trataba de contención, de amor y cobijo.
—¿Mejor? —se animó a preguntar, al menos había dejado de llorar. Ella descansó la mejilla sobre su pecho e InuYasha la mantuvo en el abrazo.
Kagome podía escuchar el corazón de su compañero.
—No me atrevo a seguir leyendo el libro, por miedo a lo que pueda encontrar —confesó. InuYasha le acariciaba la cabeza, desde la coronilla hasta la nuca, en un gesto de consuelo.
—No dice mucho más sobre ella. Habla de una batalla que peleó junto a las hijas de Sesshomaru y de una perlas que causaron problemas —le explicó— ¿Ves? Las perlas no son buena idea.
—Ya lo sé, pero ¿Qué más tenemos? —la pregunta se quedó en el aire que los rodeaba.
—Sé que no soy el más…
InuYasha se silenció de pronto y Kagome notó la forma en que se tensionaba.
—¿Qué pasa? —susurró ella, intentando ver algo en medio de la negrura que los rodeaba, más esta noche en que la luna casi se oscurecía del todo.
Él no respondió con palabras, emitió un suave sonido que le indicaba silencio. Kagome se mantuvo muy callada, durante un momento sólo escuchaba su respiración y la de InuYasha, hasta que pudo oír pasos entre la hierba que los rodeaba, el problema es que los pasos estaban alrededor, dejándolos en el centro de un grupo.
—Así que era cierto —escuchó una voz delante de ellos. Sonaba malhumorada y algo irónica—. Decían que había un nuevo youkai por la zona.
—¿Qué problema tienes con eso? —InuYasha aún no estaba en actitud defensiva abierta, aunque Kagome podía sentir la fuerza de su energía demoniaca rodeándolos a ambos y concentrándose ante un posible ataque.
—Nos gusta saber lo que hay en nuestro territorio ¿No es así, chicos?
Se escucharon cuatro o cinco voces alrededor. El youkai venía con claras intenciones de marcar su terreno. Kagome se preparó para crear alguna defensa de luz desde sus manos. No era una técnica que se pudiese permitir usar libremente, sabía que su energía tenía un límite en este caso, pero sería suficiente como para defenderse de un par de ellos, mientras su compañero se ocupaba del resto.
—No quiero matar innecesariamente —dijo InuYasha.
Se escucharon las risas inconscientes alrededor de ellos.
Lo siguiente fue una maraña de gruñidos, golpes, el aire al romperse con los movimientos de InuYasha que atravesaba con las garras la carne de los youkais que se les acercaban, mientras Kagome pudo expulsar lejos a un par de ellos con su energía. Pasaba de un lugar a otro, cuando su compañero la movía desde la cintura, para no perderla de vista y custodiarla con su propio cuerpo. El grupo de atacantes fue exterminado en cuestión de segundos. InuYasha puso el pie sobre el pecho del último de ellos que quedó con vida. Parecía humano, al igual que el otro que se encontraron la noche anterior.
—¿Tienen una guarida? —le preguntó, presionando con el pie, el demonio se quejó y por un momento pareció esgrimir una especie de código de honor que no le permitía responder— ¡Contesta! —el rugido que InuYasha emitió, y la energía demoniaca que lo rodeaba, pareció someterlo más que la presión que éste ejercía sobre su pecho.
—¡Hay algunos!—gritó, ante la imposibilidad de sacar la voz de otro modo.
—¿Cuántos youkais por guarida? —continuó interrogando. El demonio intentó rebelarse y forcejeó con las manos sobre el pie de InuYasha que no se movió ni un centímetro— ¡Responde! —le soltó otra exigencia gutural.
Kagome lo conocía, era consciente que su sangre demoniaca no afloraría por una presión como ésta, sin embargo, su voz sonaba profunda como si lo hubiese hecho.
—Está bien, te lo diré —expresó el youkai, con voz ahogada.
Lo siguiente que escucharon fue un par de silbidos en el aire y vieron la daga que le cruzaba la garganta al demonio. InuYasha se giró para mirar en la dirección desde la que venía el arma y se dispuso a correr.
—InuYasha —Kagome llamó su atención y él vio como el cuello del youkai se comenzaba a derretir y consumir, dejando sólo una estela de vapor repelente, separando así la cabeza del cuerpo.
Él volvió a mirar en la dirección desde la que provenía la daga. No había notado otra energía demoniaca y quién quiera que fuera no olía, aquello le llamó poderosamente la atención ¿Por qué en esta época había seres que no despedían olor alguno?
—InuYasha —el tono de la voz de Kagome, ahora era más débil y eso lo alertó de inmediato y la miró directamente. Se le heló la sangre cuando le vio una daga en la mano y el brazo sangrando, muy cerca del hombro.
—Kagome —en un solo movimiento rápido la había rodeado con un brazo y se preparaba para sostenerla si era necesario— ¿Veneno? —no se atrevió a formular la pregunta completa, le aterraba pensar en que empezara a derretirse como el youkai a sus pies.
Ella lo miró a los ojos y leyó su desesperación.
—Lo estoy purificando —intentó tranquilizarlo, apenas podía hablar por el esfuerzo que estaba haciendo. Había gastado mucha energía al repeler a los demonios.
InuYasha asintió. Su respiración se había vuelto pesada, producto del pánico que le oprimía el pecho. Pudo ver como comenzaban a salir diminutas motas de luz desde la herida de su compañera, mientras a ella se le perlaba la frente por el sudor. Espero el tiempo que a ella le tomó hacer aquello, quizás fueron solo segundos, quizás minutos enteros; la única medida que tenía para el tiempo transcurrido era su angustia y era mucha. La luz empezó a cesar y ella se aflojó hacia su cuerpo.
—Kagome —no podía decir nada más, su nombre lo llenaba todo.
—Estoy bien —respiraba muy agitada y sudaba frío—, sólo necesito descansar.
InuYasha procesó la petición y la tomó en los brazos. Por un momento miró atrás y comprobó que el youkai se había convertido en un charco espeso sobre la hierba.
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Continuará
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N/A
Vale, ya sé que la trama está complicándose y que nadie aquí sabe para dónde vamos, excepto la escritora que tengo en la cabeza xD
Espero que el capítulo les haya gustado, con sus pequeñas dosis de "de todo un poco"
¿Creerán que llevó tres capítulos queriendo poner algo que aún no encuentra su momento?
Y así fluye la historia.
Tengo que agradecer a las personas que leen y comentan sagradamente cada capítulo, hay un punto de intercambio de energía-amor en esas acciones, para mí son importantes y las agradezco. A las personas que leen y comentan de tanto en tanto, también les agradezco, porque comprendo que a veces leer se hace tan vivo que cuesta poner un comentario cuando sólo quieres saber lo que viene después. Nada puedo decir a las personas que no comentan.
Besos y nos encontramos en el veintitrés!
Anyara
