Capítulo XXIV
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Quisiera saber querido mío,
Si el deambular del mundo esta
Destinado a caer como han caído
Algunos de los nuestros
¿No es más sensato dejar
De alimentar la esperanza
Del condenado?
Por virtud
-.-.-
Ya se ha movido el molino,
Hermana mía
¿Lo has visto?
El tiempo cambia
.
InuYasha se mantenía entre las ramas de Goshinboku, hacía largo rato que la noche lo cubría todo. En casa de Kagome la hora de la cena había pasado, él no quiso compartirla este día y se quedó fuera esperando su transformación. Se sentía extrañamente dolido por la discusión con Kagome, no es que fuese la primera vez que discutían, ya habían sufrido uno el carácter del otro antes, pero esta vez se había sentido especialmente agraviado, sobre todo cuando ella amenazó con el conjuro de su collar. Una cosa era bromear sobre ello y otra que lo usase como la garantía de obediencia que había esgrimido hoy.
Suspiró y apoyó la cabeza atrás, en el tronco del árbol que lo cobijaba. Probablemente sería mejor dejar de pensar en ello, nada constructivo podía salir de este enfado.
Sabía que Kagome había levantado una barrera, la había visto hacerlo y luego la vio arrodillada junto a este mismo árbol haciendo la petición y la ofrenda necesaria para mantener la protección. Era inevitable para él preguntarse qué habría ofrecido.
—InuYasha —la escuchó hablar desde la parte baja del Goshinboku, no se sentía con ánimo de responder, tenía la sensación de que si le hablaba iba a ser para gritarle otra vez— ¿Por qué no bajas a comer algo?
Casi rodó los ojos ante la oferta, ella quería hacer las paces, estaba claro, pero él aún no estaba listo.
Kagome se quedó al pie del árbol un momento más, sin recibir respuesta. Podía ver a InuYasha en una de las ramas, aunque fuese apenas una sombra. Espero un minuto entero, dos, pero él no se movió ni dijo nada. Ella suspiró y se fue, no podía obligarlo a bajar como había hecho años atrás, conjurar era lo peor que podía hacer ahora mismo.
Decidió caminar un poco por los caminos del templo y de paso revisar la fortaleza de la barrera, llevaba consigo una lámpara que la acompañaba y le permitía ver las zonas poco iluminadas. El aire de la noche se sentía fresco y limpio, no tanto como en el Sengoku, pero lo suficiente como para ser agradable. Escuchó el graznar de un búho y el sonido llamó su atención, se giró por si lo veía y aunque no tuvo suerte pudo ver al pequeño templo en que estaba el pozo que antiguamente conectaba los tiempos.
Caminó hasta él con calma y con una extraña sensación de añoranza, quizás acrecentada por el enfado que ahora mismo mantenía InuYasha con ella. Se sentía algo triste, decaída, quizás. Seguía manteniendo firme la decisión que había tomado de no permitirle a su compañero ir solo en busca de más youkais, pero eso no cambiaba la sensación de abandono que ahora tenía.
Respiró profundamente cuando se encontró en la puerta de la templo. InuYasha le contó que había estado aquí para verificar que el pozo ya no conectaba las épocas, de todos modos necesitaba entrar y sentirse cobijada por los buenos momentos de cuando se arrojaba dentro y viajaba, sabiendo que él la esperaba al otro lado. Tenía claro que era una tontería sentirse así de triste, pero eran muchas cosas las que estaba perdiendo.
Bajó la escalera, dejando la puerta abierta tras de sí, noto cierta remembranza cuando llegó al borde del pozo, éste estaba cerrado con una cubierta de madera que seguramente había puesto su abuelo, además de una serie de sellos de papel con conjuros. Puso una mano sobre ella y dejó la lamparilla en el suelo para poder poner ambas con la idea de sentir la energía que emanaba del interior, de ese modo pudo comprobar que no emitía ninguna. Cerró los ojos, respiró profundo y reconoció el olor del lugar, una mezcla entre la madera, la tierra y el bosque. Era un aroma particular que la conectaba con una serie de sensaciones: alegría, ansiedad, ilusión, a veces tristeza y un profundo amor. Escuchó un sonido a su espalda, abrió los ojos y se giró, encontrándose con los ojos oscuros de InuYasha. La luz de la lámpara lo iluminaba, detallando su silueta. La miraba con intensidad y sin palabras, podía distinguir el gesto adusto en su cara. Quiso pronunciar su nombre, pero no encontró su propia voz, se sentía extraña, inquieta; el lugar se había cargado con la energía oscura que InuYasha emanaba.
Lo vio dar un paso en su dirección y luego se detuvo como si quisiera retroceder, ella resolvió no moverse, deseaba que toda la decisión de este momento estuviese en manos de él; Kagome era consciente del modo en que le había quitado la voluntad este día.
Lo escuchó respirar sonoramente, o quizás fuese el silencio del lugar el que acrecentaba las sensaciones de la situación. Ella, prácticamente contuvo el aliento hasta que lo vio dar el primer paso en su dirección y comenzar a descender los seis escalones más extensos de su vida. InuYasha no le quitaba la mirada y podía leer en ella la tristeza, no pudo evitar pensar en que tal vez los dos estaban heridos hoy y no por la discusión en realidad, si no por todo lo que les oprimía.
Llegar a su lado era un anhelo y a la vez la aceptación de su debilidad para con su compañera. Se había sentido molesto todo el día, de forma profunda, sin embargo ahora que la tenía a pocos pasos sólo podía pensar en lo mucho que la necesitaba.
Cuando llegó hasta ella se quedó de pie observándola, Kagome parecía tan doblegada como él. Este estaba siendo un día extraño y aunque la que mayormente percibía las energías era ella, a él le parecía que nada estaba en su sitio ahora mismo. Se sentía sumergido en una neblina que no se disipaba, recordaba esta sensación en los momentos más oscuros de sus batallas con Naraku. Quizás fuese el momento de la lunación que lo volvía vulnerable y hacia aflorar su parte humana, convirtiendo las emociones en algo difícil de sobrellevar.
No había querido dejar de mirar a Kagome, una parte de él se sentía herido con ella y la otra sólo deseaba encontrar consuelo en sus brazos. Quiso decir su nombre, pero no encontró la fuerza necesaria, así que se decidió por la única forma de comunicación que ahora podía esgrimir. Sacó la mano del escondite dentro de la manga del haori y la acercó a ella, hasta que la punta de sus dedos, esta noche sin garras, hizo contacto con la mejilla. Se la acarició de camino a su cuello y luego a la nuca, lugar en que descansó la mano abierta, mientras se acercaba a Kagome para respirar cerca de su boca.
La anhelaba, tanto como el aire que lo hacía vivir.
La probó con la lengua y notó como Kagome se sostenía de su ropa. Ninguno de los dos cerraba los ojos, se observaban creando una profundidad que conectaba con las emociones que experimentaba el otro. Por un momento InuYasha tuvo la sensación de estar mirando su melancolía en un espejo y se sorprendió de lo honda que parecía. Volvió a tentar sus labios con la lengua, acariciando la piel suave de la boca entreabierta; ella, su compañera, simplemente lo dejaba hacer.
La rodeó con el otro brazo a la altura de los hombros, como si la encerrara y quisiera asegurarla en su vida. Kagome alzó la mano y sostuvo la que ahora la rodeaba, atrayéndolo un poco más, él no dejaba de mirarla con intensidad y ella supo que la estaba preparando para el beso que le quería dar. InuYasha no se había dado cuenta del hambre que albergaba dentro, sin embargo, sabía que la saciaría en ella. Kagome respiró más agitada cuando sintió la presión del cuerpo de su compañero y esperó.
—Te voy a besar —le advirtió y ella soltó una sonrisa emotiva que le llenó los ojos de lágrimas. Sólo habían pasado horas, desde que la besara por la mañana y a ella le parecía que llevaba siglos sin tenerlo.
La única respuesta que InuYasha recibió, además de aquella sonrisa, fue la cercanía que Kagome buscó con su cuerpo, aceptando la presión que él ejercía.
Le acarició la cabeza con los dedos que había hundido en su pelo oscuro y acercó los labios a los de ella, arrastrándolos por encima en una caricia hecha de roces que ascendían y descendía o cruzaban de un lado a otro sobre su boca. La escuchó soltar en aire en un claro acto de frustración, se estaba conteniendo para que él pudiera tener el control y conociéndola como lo hacía, era consciente del profundo acto de entrega que eso significaba para ella.
La besó lentamente, probando el labio inferior entre los propios, lo oprimía y lo soltaba, haciendo lo mismo con el superior. Reconocía perfectamente la textura de su boca, la forma y el ansia que aquella caricia creaba en ella. También sabía cuánto le hacía a él desearla al punto de notar su cuerpo caliente y tenso. Se mantuvo ejecutando aquel ritual por un momento que a Kagome le pareció eterno, quería abrazarlo con urgencia, que InuYasha le quitara el ansia y el miedo a todo lo que les rodeaba; sin embargo, se mantenía esperando por cada beso que recibía en agónica calma.
Se escuchó suspirar en medio del beso que le daba y finalmente soltó el aire sobre los labios de su compañera. En algún momento ambos habían entrecerrado los ojos y ahora volvía a mirarla directamente. La libero del abrazo férreo y deslizó las manos por su pelo oscuro, permitiendo que los dedos se le enredaran en los risos y se detuvo, volviendo a cercarla por la parte alta de su espalda, para besarla hasta dejarla sin aliento. La sintió dócil y entregada, emotiva de un modo que ahora mismo lo hacía temblar. Quiso mantenerse ahí, perdido en las sensaciones del cuerpo y las emociones que le llenaban el pecho. Sus besos eran exigentes y dulces a la vez. InuYasha sentía como se le erizaba la piel con cada nuevo contacto de ella: el suspiro en medio del beso, los dedos tocando sus mejillas, la pierna desnuda rozando su erección.
La liberó del beso, jadeó y le mordió el cuello, sus colmillos de hanyou no existían esta noche así que el contacto no era realmente un peligro, por lo que se permitió ser un poco más vehemente en su caricia. Kagome soltó el aliento junto a su oído y aquello le erizó aún más la piel. Sus sentidos no eran agudos como en su estado normal, sin embargo, como humano se sentía mucho más sensible a esos estímulos.
Se descubrió buscando con la mano el pecho de su compañera y lo acunó por encima de la prenda que vestía. El sonido del roce de la ropa resultaba estimulante y quería oír cómo se rasgaba; pero no podía hacerlo. Gruño de frustración, antes de humedecer el oído de ella con la lengua. La voz de Kagome sonaba sumergida en sus propios anhelos e InuYasha notó como su compañera tiraba de su ropa en la zona de la cintura. Había decidido dejarle el control; sin embargo las caricias, los besos, el calor del cuerpo de su compañero le resultaba tan excitante que todo le parecía lento; quería sentir su piel. Cuando él le tocó la oreja con la lengua pudo notar un escalofrío en la espalda, desde la nuca hasta el final de la columna y se estremeció en el abrazo en que estaba sostenida.
—InuYasha —musito su nombre, como una súplica que a él le burbujeó en la sangre.
Se echó sobre ella un poco más, Kagome quedó sentada sobre la cubierta del pozo. Ambos se miraron por un instante que puso todos sus pensamientos y anhelos al descubierto. Él llevó una mano hasta una de las piernas de su compañera, se encontró con la piel suave y el contacto le quemó como si nunca la hubiese tocado antes. Cerró los ojos, exigido por la emoción e intentó recobrar algo de razón. Ella descansó la frente sobre el pecho de su compañero, estaba agitada y expectante. Sintió como InuYasha acariciaba su pierna e iba arrastrando la falda con su contacto. Soltó el aire profusamente y sacudió la cabeza, sintiéndose prisionera de las sensaciones que él le despertaba. Podía notar el calor entre ambos, la humedad de sus respiraciones y el ansia que compartían. Tiró con una mano de la unión del haori en el pecho, InuYasha se quedó muy quieto, y ella puso un beso en la piel que consiguió desnudar, deslizando los labios hasta tocar con la lengua un pezón. El temblor que él experimento se unió a un gemido que pareció vaciarle los pulmones.
El modo en que se habían unido, después de eso, resultaba confuso; ambos buscaban consuelo en el otro. La ropa se deslizó, se desenrollo y se perdió en medio de caricias, besos y gemidos que pasaban de uno a otro sin recato. Kagome sintió el calor del pecho de InuYasha sobre su propio pecho y el contacto de sus dedos en la humedad de su sexo. Tomó aire profundamente cuando comprendió la intención que él tenía, se mantuvo atenta a cada movimiento, a cada respiración de su compañero y comenzó a temblar suavemente cuando los dedos de InuYasha se humedecieron rozando la entrada de su sexo. Lo escuchó renegar en un suspiro largo, que terminó siendo un gemido tenue, en lo que parecía la búsqueda de su propio sosiego. La miró a los ojos, Kagome intentaba mantenerse en la caricia silenciosa que le entregaban sus ojos; sin embargo, la sensación de los dedos de su amante removiéndose sin llegar a entrar era desesperante.
—Por favor —le suplicó. Era lo único que podía hacer, se sentía a merced de su compañero.
InuYasha sintió un latigazo de deseo en su sexo cuando escuchó a Kagome suplicar, aquello era una clara respuesta de su cuerpo a la petición y decidió darle calma a ambos. La intromisión de sus dedos dentro de su compañera la llevaron a cerrar los ojos y oprimir los labios para no dejar escapar el gemido que le subía a la garganta. Dio un giro con los dedos en el interior de ella, algo que no podía hacer más que durante la luna nueva para evitar dañarla con sus garras. Ella volvió a gemir, esta vez sin contenerse y la súplica se repitió, acompañada de su propia mano que se alzó hasta uno de sus pechos pinzando un pezón. InuYasha notó la presión en su sexo ante la imagen erótica de Kagome acariciándose, sacó los dedos de ella y la escuchó quejarse, llevó esa humedad hasta su erección, se acarició con ella, se impregnó de ella y se guío con la mano hasta tocar con la punta los pliegues inflamados por la pasión. Creó una caricia de arriba abajo, su compañera se volvió a tensar y su respiración se había desacompasado. Se detuvo, quería que ella lo mirara, para no perderse su expresión.
Kagome necesitaba, deseaba sentirlo dentro y alzó la cadera para que él la comprendiera, sin embargo no se movía y respiraba agitado junto a su cuello. Lo miró a los ojos y el oscuro que hoy le devolvía la mirada parecía estar esperando ese momento de atención para comenzar a deslizarse en su interior. Kagome cerró los ojos, prisionera de lo que experimentaba su cuerpo y por consiguiente sus emociones. Estaba haciendo el camino de vuelta: del físico a lo divino.
—Mírame —lo escuchó suspirar, respirando agitado y temblando por la tensión en que mantenía a su cuerpo para contener la pasión.
Se obligó a no perder la mirada de InuYasha, él necesitaba ese contacto. Cuando comenzó a entrar en ella su expresión era inefable. Se escuchó a sí misma perder el aliento en pequeñas exhalaciones, cada una de ellas era una guía de la lentitud con la que InuYasha la iba colmando, e inhaló sonoramente cuando lo sintió dentro por completo. En ese momento ambos se estremecieron y se encontraron en medio de aquel momento ansiado. Luego Kagome le despejó el pelo oscuro de la frente húmeda por el sudor que comenzaba a brotar de su piel. Él dio un giro con la cadera, sin salir de ella, haciéndola suspirar.
—¿Aún estás enfadado? —le preguntó. Lo mantenía asido con los brazos y las piernas.
InuYasha negó con un gesto y deslizó la mejilla sobre la piel de su pecho.
—No puedo enfadarme contigo, mujer —dicho aquello, tomó un pezón entre la lengua y los dientes, con delicada perversión, e hizo un movimiento corto con la pelvis, permitiendo que su erección saliera de ella para volver a entrar; con la misma perversa delicadeza.
No, no está enfadado, pero todo lo que hace parece una pequeña venganza —pensó Kagome.
Se echó atrás, sobre la cubierta del pozo y lo arrastró con ella. Extendió el cuello y perdió la mirada un momento en el techo del pequeño templo. Cerró los ojos cuando InuYasha repitió el toque con la lengua y se tardó un poco más en la caricia que le daba a su interior. Él la miró y el amor que sentía por ella se desperdigó por todo su cuerpo, como un mar que lo llena todo. La vio mansa, suya, confiada entre sus brazos, como la flor que espera el calor del sol al amanecer. Se meció en su interior, era la única forma que encontraba para poder expresar las emociones que había dentro de él en ese instante. Kagome se quejó y el aire salió de ella en una exhalación que se expandía y se mezclaba con las de él.
Se elevó un poco sobre su compañera y alzó una mano para ponerla en su mejilla. Con el pulgar le tocó la boca y lo humedeció con su saliva, en tanto se empujaba en ella con un ritmo lento y constante. Deslizó la mano por su cuello, la clavícula, el pecho; continuaba penetrándola de forma pausada. Notó el pezón bajo la palma, frotó con suavidad la zona y Kagome se sostuvo a él con más fuerza. Quería contemplarla perdida en las sensaciones, entregada, como un reflejo de su propia entrega. Sentir como se removía bajo su cuerpo y la forma en que sus piernas se anclaban con desesperación a su cadera, lo llevó de golpe hasta su propia necesidad. Comenzó a provocar su interior con más rapidez y hundió los dedos en la piel del muslo que tenía sobre la cadera, para darle sustento. Kagome comenzó a respirar más agitada, su voz se abría paso en la penumbra que los acompañaba e InuYasha supo que el frenesí se había apoderado de ambos.
—Te amo —le confesó, sin poder aplacar el ímpetu de las emociones humanas.
Kagome se sintió pletórica ante sus palabras. InuYasha le demostraba de muchas formas el amor que le tenía. Muchas veces, incluso, llegaba a comprender que su vínculo era verdadera adoración; sin embargo, en pocas oportunidades le confesaba sus sentimientos con esas dos palabras.
Escuchó la forma en que él se sostuvo del borde del pozo con ambas manos y ella enlazó los tobillos tras la cintura de su compañero. La madera se quejaba bajo sus cuerpos, al ritmo de las embestidas que InuYasha le daba, cada vez más rápidas, cada vez más profundas. Lo sentía experimentando la misma ascensión que ella, hasta ese punto en que ambos se perderían en medio del placer. Lo escuchó respirar agitado junto a su oído, con voz temblorosa y notó la forma en que los músculos de sus brazos y sus hombros se sacudían. Los acarició, recorriendo cada contorno con las yemas de los dedos e InuYasha se quejó de ansia pura y placer. Por un momento su mente se enganchó a un pensamiento que provenía de la angustia y el anhelo, de la necesidad de vivir y permanecer.
Y si concebían otra vez.
Sintió como se le electrizaba la columna y el corazón se le disparó. Todas aquellas conexiones que su cuerpo podía hacer para cumplir un deseo, se habían aliado como si ella hubiese manifestado un hecho en el universo de su vida y notó como el vientre se le contrajo, para llevarse consigo la poca razón que pudiese tener. Se sintió fuera de sí misma por un momento que le pareció largo y un suspiro a la vez, su cuerpo físico temblaba, sus emociones estallaban como si pudiesen iluminar todo el templo y más allá, su mente estaba al servicio de traducir todo aquello y su espíritu se abría para reconocer a InuYasha como a sí misma. De pronto todo era cálido y brillante y ligero; estaba deleitándose en su orgasmo.
InuYasha la sentía temblar entre sus brazos, la humedad en el lugar que los unía se había vuelto abundante y le comenzó a impregnar la pelvis y el inicio de los muslos. La constatación de aquello lo llevó a sacudirse de placer y la razón pareció escasear, desconectando la mente de todo. Era consciente de como su simiente estaba siendo reclamada por Kagome; cada músculo de su interior se tensó en torno a su erección, deseando apoderarse de lo que él contenía. Sintió la forma en que ella le clavaba las uñas en los antebrazos que era de donde se sostenía. Se mantenía asido al borde del pozo, usando la sujeción como ayuda para ejercer mayor fuerza en el interior de ella. Por un momento alcanzó a pensar en la posibilidad de hacer este momento carne y aunque su corazón se contrajo de amor ante la idea, supo que no, que no debían. Soltó el aire en una exhalación febril, humedeciendo con el calor de su aliento el cuello de Kagome, para salir de su interior en el instante justo en que su semilla se disparó fuera de él. Notó como su sexo se agitó en el aire para detenerse sobre el vientre de su compañera y desperdigaba su semen sobre él. La escuchó gemir, soltar el aire casi con resignación y la abrazó, justo antes de volver a sacudirse en medio del clímax.
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Se mantenían desnudos sobre el futón. Por la ventana solo entraba la escasa luz de un par de farolas que había desperdigadas por el templo. Kagome estaba siendo abrazada por InuYasha, mientras él iba dejando besos suaves en su espalda, sin más ansia que la caricia que aquello significaba. Recordaba el momento del éxtasis y la forma en que todo lo que ella era le pedía volver a sentir crecer una vida dentro de su cuerpo. Quizás era el momento del mes en que estaba, quizás era la añoranza por no poder cuidar de su hija, pero lo cierto es que aún ahora se sentía vacía.
—Por un momento quise que concibiéramos otro bebé —le confesó, notando como InuYasha detenía los besos.
La abrazó un poco más, atrayéndola hacía él por el vientre.
—Lo sé, yo también lo sentí —no le eran ajenos estos momentos, en los que el amor los conectaba más allá de las palabras. La sintió recogerse sobre sí misma, como si sintiera frío.
—Sé que no es el momento, pero aun así…
—Tranquila —esta vez deposito un beso en su hombro y desde ahí en su mejilla—. Te prometo que lo haremos, tendremos más hijos, hijas. Yo mismo te ayudaré a recibirlos y veremos cómo crecen.
Ella oprimió la mano que le cruzaba el vientre, parecía como si esa mano abierta en aquel lugar estuviese procurando cuidado sobre la cuna de su descendencia. Sintió que se le llenaba el corazón de amor y se giró hacia él, lo besó en los labios y buscó entre sus piernas. Lo acarició con delicadeza, pero sin tregua, hasta que notó que su sexo se endurecía y en ese momento buscó la manera de volver a sentirlo dentro. InuYasha soltó el aire cuando percibió la forma en que el interior de Kagome lo quemaba a través de la piel fina de su erección.
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Continuará
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N/A
Un capítulo necesario por muchas razones, sobre todo porque yo lo quería escribiiiiirrrrr xDDD
Con este ya hago mi trío de oro, las tres fases de InuYasha, lo que no implica que tengamos que quedarnos sólo con 3 momentos de entrega ¿O sí?
Necesitaba relatar la forma en que ellos se necesitan y buscan consuelo a los dolores que no pueden expresar con palabras, por medio de la piel.
Espero que les haya gustado y si han llegado hasta aquí (sueno a video de YT), dejen su rayita en los comentarios, les recuerdo que son el sueldo del escritor de FF
Besos!
Anyara
