Capítulo XXVI
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El mandato de la creación estuvo
Siempre de nuestro lado,
Era ansiado por nosotros el cumplir
Y mi corazón se regocijaba con
Cada toque divino
Que fundaba luz.
Hermano mío
¿Cuándo dejamos de vibrar con el canto del trueno?
-.-.-.-
Quisiera responder,
Querida mía,
Sin embargo mi memoria
Solo conserva lo que le es preciado.
De dolores no quiere saber.
Ni de traiciones
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Kagome ya no podía dormir, apenas había cerrado los ojos durante la noche sin llegar a descansar. InuYasha y ella habían venido hasta la habitación en cuánto consiguieron salir del estupor de encontrarse con un nuevo peligro en el cielo. Recordaba que se habían quedado en silencio, sin saber qué más agregar a la situación que estaban viviendo y Kagome podía sentir que ambos tenían miedo hasta de respirar y que un nuevo problema se le sumara a los que ya existían. Por un instante se permitió pensar en todas las personas que habían asistido a la celebración del Setsubun y lo completamente ajenas que eran al peligro que se cernía sobre ellas ¿Es que acaso no veían el cometa?
Bendita ignorancia —pensó.
Se giró sobre el futón y esperó encontrar a su compañero recostado a su lado, tal y como lo había dejado cuando cerró los ojos, pero no lo encontró. Se incorporó, recorrió la habitación con la mirada y pudo comprobar que no estaba.
Se puso en pie y miró por la ventana, apenas comenzaba a amanecer. Sentía un enorme peso sobre los hombros, un cansancio viejo venido de todo lo que estaban pasando. Decidió vestirse y se puso la misma ropa que había llevado todo el día y se ató el pelo en una coleta para ordenarlo un poco y pasar del cepillado. Necesitaba salir a buscar a InuYasha, esperaba que no hubiese sido tan imprudente como para ir él solo al bosque aquel, aunque la punzada que notó en el pecho le avisaba que eso era justo lo que él había hecho. Salió de la casa, sosteniendo la tela de la camiseta que llevaba y presionando el pecho a la altura del corazón, como si eso pudiese calmarla un poco. A medida que comenzó a andar y no oía nada más que a la naturaleza, tuvo consciencia de la soledad y de la ausencia de su compañero.
A pesar de esa certidumbre comenzó a recorrer el lugar, entrando en el bosque y llamando a InuYasha hasta que la garganta le comenzó a doler. Se sentía tan molesta y afligida que incluso intentó con un truco sucio; conjuró un par de veces, aun sabiendo que era probable que no obtuviese respuesta. Cuando no hubo estruendo o maldiciones venidas de alguna parte del bosque, se quedó de pie en mitad de éste y por un momento recordó la fantasía creada cuando quedaron encerrados en la Perla Negra y las emociones que albergaba en ella. Hacía mucho tiempo que no se sentía así de abandonada y dolida; quizás era la incertidumbre, quizás el miedo. Las aves diurnas del lugar llenaron el sonido con sus trinos, el amanecer empezaba apenas a ser un destello en el horizonte y Kagome comenzó a respirar agitada a causa del enfado y la tristeza, dos emociones que se le entremezclaban dentro, produciendo las primeras lágrimas.
¡¿Por qué la dejaba sola?!
Comenzó a llorar de forma cada vez más intensa. Sus pensamientos la llevaron a todos los momentos dolorosos de los últimos días, porque en realidad no llevaba más que días lejos de su hija, esa era su percepción, pero el no poder asegurarlo la desesperaba. Revivió la angustia de tener a Moroha entre sus brazos y saber que debía entregarla para que estuviese a salvo; nunca pensó en que ese momento se extendería hasta ahora. Recordaba sus manitas sosteniendo el carmín de la madre de InuYasha y a Hachi alejarse con ella. También recordaba la desesperanza cuando fueron arrastrados dentro de la tumba del padre de InuYasha y el dolor terrible de pensarse ahí encerrada sin poder volver con su niña. Cayó arrodillada sobre la maleza, no tenía fuerzas para sostenerse, sentía que estas la habían abandonado y notaba los ojos anegados por las lágrimas que no podía dejar de llorar. Todo estaba en su mente y se iba acumulando en su pecho como un peso: la edad que tenía ahora Moroha, además de lo que había leído InuYasha en el libro sobre su infancia y el dolor que sentía por no estar con ella. Luego de eso se dobló sobre sí misma, escondiendo el rostro entre las manos para soltar un alarido. Por su pensamiento pasaron una serie de momentos: InuYasha presa de la fiebre, los youkais que los habían emboscado, ella misma siendo herida en el brazo. Soltó el aire en un último sollozo.
—¡Y ahora ese maldito cometa! —exclamó, furibunda, notando como su energía se expandía, rompiendo incluso la liga con que se había atado el pelo.
Un segundo después, Kagome fue consciente de la debilidad que se había producido en la barrera que creara para protegerlos a todos de los youkais y aun así no era capaz de reponerse. Sintió como otra oleada de angustia la llenada e intento no llorar más, pero fracasó dramáticamente. Las lágrimas corrían por sus mejillas y en su pecho se instaló el frío de una terrible desesperanza.
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InuYasha había entrado en el bosque en que Kagome y él fueron emboscados dos días atrás. Lo recorrió con rapidez, hasta que se detuvo en el mismo lugar en que todo aquello había sucedido. Los restos que quedaron de los demonios prácticamente habían desaparecido y pudo registrar las huellas que dejaron aves y animales carroñeros. Olfateó un poco el aire y comenzó a caminar sin un rumbo claro, tenía que explorar y reconocer la zona, ver si podía encontrar algo que le diera una pista o quizás algún youkai inferior al que sacar información.
El olor no le decía nada, la luz no le decía nada, los senderos caminados por los humanos que visitaban el lugar, tampoco parecían contar algo importante para su búsqueda; con esas impresiones se fue adentrando y recorriendo el lugar. Decidió hacer el camino a paso lento, caminando por horas sin hallar algo que fuese importante, hasta que un detalle en mitad del camino lo llevó a detenerse. En medio de lo más espeso del bosque se encontró con una senda de árboles cortados que seguían una dirección ascendente; de inmediato relacionó los cortes con los de una espada e incluso se atrevió a decir que sabía cuál fue el arma usada.
Bakusaiga —pensó.
No podía negar que aquello tenía cierta lógica, si él y Kagome habían encontrado youkais en este tiempo, era concebible pensar que Sesshomaru aun estuviese por estas tierras, de hecho su vida era mucho más longeva que la de cualquier demonio corriente.
Por un momento se permitió pensar en qué haría si se lo encontraba. Se le tensó todo el cuerpo cuando por su mente pasaron Kagome y Moroha. Tenía ganas de hacerlo tragar tierra, aunque en el proceso le tocase tragar a él también.
Giró, dando una vuelta completa para olfatear el aire y decidir la mejor ruta posible. Un leve olor a demonio provenía de la dirección contraria a los árboles mutilados. Sabía que era un rastro viejo, de hace algunos días, pero aun así decidió que ese era el mejor camino a falta de otra señal. Mientras caminaba volvió a su mente el hedor del veneno que contenía la daga que hirió a Kagome, en ese momento le pareció extraño reconocer de forma leve el olor del veneno de su hermano en el arma. Ahora le parecía que podía estar en lo correcto.
Tenía demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, y seguía sin saber dónde buscarlas.
Llegó un momento en el que decidió correr por el bosque para cubrir de ese modo más terreno e intentar identificar algún rastro en el proceso. Intentó avanzar lo más rápido posible, el aire olía a lluvia y seguramente pronto comenzaría una tormenta y el agua borraría cualquier vestigio que pudiese servirle. Saltó sobre las ramas altas de un árbol y desde ahí por entre ellas, aprovechando el momento para ejercitar también los brazos. Hubo un instante en que un olor característico llamó su atención, se detuvo y una vez que pudo olfatear el aire con calma, percibió que se trataba de un grupo de lobos, sólo eran animales, no había youkais entre ellos. Comprendió que debía haberse internado mucho en el bosque para encontrarlos.
Suspiró, agotado de buscar sin encontrar nada.
Miró a la distancia y decidió ir un poco más allá, el bosque era enorme y no podría recorrerlo todo en un día, menos si esperaba volver con Kagome dentro de poco. Se permitió pensar en ella, mientras hacía el último tramo que se había propuesto. Era consciente que su compañera estaría muy molesta cuando él regresara, pero no se sentía preparado para exponerla al peligro, no quería perderla a ella también y mientras Kagome estuviese protegida por la barrera que había creado, él aguantaría todos los conjuros que le pudiesen caer.
¿Cuánto duraría esa seguridad? —se preguntó. Tal como lo veía, no mucho.
El cometa Aciago había reaparecido e InuYasha sabía que sólo tenía días para intentar fragmentarlo y consumir aquello que saliera de él; aunque no tenía ni idea de cómo haría ambas cosas. Su Tessaiga no era lo suficientemente fuerte, en ninguno de sus estados, como para partir el dichoso cometa.
Se detuvo cuando se encontró cerca de la orilla de unos de los lagos que circundaban el monte que tenía delante. Bajó del árbol y caminó por la playa de piedras pequeñas, desde ahí miró al monte Fujisan y consideró la idea de intentar ir hasta la cima de ese lugar y alcanzar el castillo de Inu no Kami, Irasue, incluso consideró que quizás Sesshomaru estuviese ahí. Emprender ese camino le llevaría tiempo y aunque pensó en seguir sin detenerse, comprendió que no era prudente. Estaba cansado, llevaba kilómetros recorridos, no sabía cuántos y aún le quedaba el regreso, eso conjugado con el hecho de que el cielo amenazaba con romperse en una tormenta dentro de poco.
No pudo evitar pensar que volver con Moroha se había vuelto algo secundario. No lo quería, le costaba considerarlo siquiera, pero así era y no tenía claro cómo se lo tomaría Kagome. Respiró hondo, suponía que ella podía comprender el nuevo orden de las cosas; su propia familia de esta época dependía de que destruyeran el cometa.
Caminó hasta la orilla del lago, recolectó un poco de agua en la mano y bebió; necesitaba refrescarse antes de comenzar el regreso. El paisaje era hermoso y pensó en la posibilidad de traer a Kagome nuevamente, en esta época o en la propia. Recordaba que a ella le gustaba este lago, lo habían visitado durante los sofocantes veranos; era agradable ver que algo en este tiempo no había cambiado casi nada. No pudo evitar pensar en que la última vez que estuvieron aquí, la recordó con varios meses de embarazo y cierta reticencia a que él observara los cambios que estaba experimentando su cuerpo. Los recuerdos comenzaron a agolparse en su mente y sus emociones, sonrió ante todo lo que había sucedido ese día y desvió la mirada, por encima del hombro izquierdo, para comprobar que quedaba muy poco del enorme tronco caído que les sirvió de resguardo ese día.
El primer trueno se escuchó en el cielo lo sacó de sus cavilaciones y se convirtió en el aviso necesario para su retorno.
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Kagome mantenía los ojos cerrados, apenas era consciente del ruido que había alrededor y se encontraba sumida en su melancolía mientras el tiempo pasaba, quizás así éste por fin le trajese un poco de luz. Se sentía pequeña y entumecida, no estaba segura si el frío era algo real o provenía de las sensaciones de su alma. Sus pensamientos y sus emociones estaban plagadas de imágenes que le dolían, la aterrorizaban y el cielo se caía sobre ella y sobre quienes amaba; un cielo rojo como la sangre. Sentía que las lágrimas le quemaban los ojos y la congoja le oprimía la garganta. No estaba dormida, sin embargo, no creía ser capaz de moverse.
Escuchó el estruendo del cielo y se recogió aún más sobre sí misma, parecía como si sus pesadillas se fuesen a hacer realidad.
¿Dónde estás, InuYasha? —se repetían la frase en su mente, creando un eco en el vacío que experimentaba ¿Dónde estaba su compañero, ahora que le hacía tanta falta?
Por un momento pensó en el abandono que debía haber en la muerte, ella ya lo había sentido en más de una oportunidad. Recordó claramente la sensación de ingravidez cuando su alma abandonó su cuerpo y despertó a Kikyo.
¿Qué habría pasado si no hubiese vuelto?
Su mente comenzó a divagar entre la impotencia y la soledad, pudo ver la vida de InuYasha lejos de ella y el dolor que sentía ante ese despojo que terminaba de completar la perdida completa de su familia. Muchas veces los pensamientos oscuros la rondaban, sin embargo, su fortaleza espiritual los difuminaba con rapidez; hoy no encontraba esa fuerza, al contrario, se sentía sumergida en lo más tenebroso de sí misma.
El cielo volvió a tronar y por un instante le pareció que iba partirse y dejar caer las maldiciones surgidas de los actos humanos, caerían sobre ella y sobre todos los que habitaban esta época, merecidos e inmerecidos, todos por igual, como en un gran apocalipsis que destruiría todo. Comenzó a sollozar nuevamente, recordó la desolación que experimentó durante esos días que estuvo atrapada en la Perla de Shikon. Se tapó los oídos con las manos, cuando el cielo volvió a descargar su estallido y sintió las gotas de lluvia cayendo en su espalda, las que pronto eran bandadas de agua que la estaban mojando por completo.
Se quedó muy quieta ahí, esperando. Quizás si esperaba suficiente el universo podía devolverle algo de lo que le había arrebatado.
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La tormenta ya había comenzado a descargar con fuerza cuando InuYasha vislumbró el monte en el que se encontraba el templo. Resopló al pensar en el último esfuerzo que necesitaba antes de llegar al lugar, le dolían los músculos en la parte alta de las piernas, esa parte a la que Kagome llamaba femoral. En ese momento se permitió pensar en que tendría que resistir estoico, y en el mayor silencio posible, todo lo que su compañera tuviese para decirle por su ausencia. Ascendió al templo por la escalera que había para ello, dado el camino que había hecho agradecía una superficie fácil de recorrer. El agua le había mojado el pelo del todo y comenzaba a traspasar el haori, que siempre resistía más.
Se detuvo cuando se encontró a pocos metros de la puerta de la casa y se sacudió para no entrar mojándolo todo. En los pocos días que llevaba conviviendo con la familia de Kagome, había podido comprobar que la madre de su compañera intentaba tener todo siempre en orden y limpio, no quería ser él quién le arruinara el trabajo. En cuanto abrió la puerta y dio un paso dentro, la mujer salió de una de las habitaciones a su encuentro con una sonrisa y un par de toalla colgando en los brazos.
—Al fin han llegado —mencionó, y a InuYasha no le pasó desapercibido que con la mirada estaba buscando a alguien tras de él.
Sintió que se le helaba la sangre.
—Y ¿Kagome? —ahí estaba la pregunta que él temía que le hiciera.
—¿No está aquí? —su propia pregunta era inevitable. Él la había dejado dormida al salir casi al amanecer.
—No —la mujer lo miró directamente y se animó a agregar—. No la he visto en todo el día, cuando me levanté ninguno estaba en casa y pensé… bueno…
InuYasha experimento un temblor que quiso disimular dando la vuelta de inmediato.
—La encontraré —le anunció, desde la puerta.
Maldijo a la tormenta que ahora mismo había convertido cualquier rastro en algo casi imposible de identificar. Olfateó el lugar, a pocos metros de la casa, pero todo olía a humedad y tierra mojada, nada que lo llevara al rastro de Kagome. La madre de su compañera se quedó en la puerta mirando cómo se alejaba, podía percibirla, sin embargo no se sintió capaz de voltear
Comenzó a buscar en los sitios del templo que ella solía visitar: el Goshinboku, el almacén en que habían estado buscando algo que los orientara en su regreso al Sengoku, el templo en que se encontraba el pozo. Cuando entró a este último lugar se encontró con el aroma de ambos y de la unión que habían experimentado justo en donde fijaba ahora la vista. Sintió como se le erizaba la piel de forma automática ante el recuerdo.
—¿Dónde estás? —preguntó a un vacío desolador.
Por un momento pensó en que su compañera habría salido tras de él en dirección al bosque y no sabía qué ruta podía haber tomado para algo así. La sensación de no saber por dónde seguir la búsqueda le pareció un abismo que le costaba abarcar. Se dio un instante para afrontar la situación y encontrar la entereza dentro de él, no podía desesperarse, ahora mismo no le servía de nada.
Salió del templo y decidió que la mejor herramienta que tenía en este momento era su oído, era muy agudo y cubría una amplia zona alrededor, debía comenzar con eso.
Corrió en dirección a la puerta sintoísta que coronaba la entrada principal del templo y bajó la escalera de un par de saltos. Su cuerpo, aunque cansado, parecía estar exigiendo a alguna energía extra para poder soportar. Al llegar junto a la calle se subió con un par de saltos a un edificio que había al cruzar ésta. Cerró los ojos y empezó a identificar sonidos para luego poder aislarlos. Comenzó por los vehículos que pasaban e hizo lo mismo con los sonidos de las personas que podían circular por la zona y luego se enfocó en la lluvia y en escucharla tocando las diferentes superficies: el suelo, su ropa, los demás edificios, las hojas de los árboles. Finalmente necesitaba poder identificar la vibración de los sonidos que le eran desconocidos. Lo primero que escuchó fue el llanto de un bebé y lo identificó dentro del mismo edificio en que él estaba. También pudo descifrar el ladrido de algún perro a lo lejos, seguramente de alguna de las casas que rodeaban el templo. Fue capaz de oír, incluso, al abuelo de Kagome preguntando lo que había sucedido. Hasta que finalmente escuchó un sollozo que le cruzó el pecho y le hizo respirar agitado. Una parte de él se sintió aliviado de dar con ella, que al menos estuviese cerca, no obstante el lamento de su llanto lo desesperó incluso más que cuando la creyó pérdida.
Cerró los ojos en busca de una mayor concentración, necesitaba saber de dónde venía el sonido; su mente estaba llena de ella, de su voz y del sonido de su suplica.
Sola —era la palabra que Kagome repetía como si hubiese olvidado las demás.
InuYasha abrió los ojos y su miraba fue a parar al mismo bosque que rodeaba el templo. Se echó abajo del edificio, utilizando los puntos de apoyo que le sirvieron para subir al tejado de éste. Al cruzar la calle se metió directamente por entre los árboles, llegó a la planicie en la que estaban las edificaciones del templo y las atravesó para ir más allá. La tormenta había calado también el bosque y escuchaba sus pies golpear y salpicar el agua que se acumulaba entre el colchón de hojas que quedaban del invierno. Se detuvo de forma brusca cuando le pareció ver a Kagome, sólo se tardó un instante en comprobar que era ella, su aroma a esta corta distancia le llegaba con claridad.
Se le comprimió el pecho al verla, estaba seguro de sentir como se le prensaba el corazón. Se veía pequeña y desamparada, recogida sobre sí misma, mojada y tan quieta, que de no ser por los sollozos que emitía y que él solo lograba oír gracias a su agudo oído, parecería inerte. Dio un par de pasos suaves, no quería asustarla, aunque Kagome parecía totalmente desconectada de lo que había alrededor.
¿Cuánto llevas aquí? —fue la pregunta que se gestó en su mente, sin llegar a emitirla.
Cuando estuvo a centímetros por delante de ella se animó a hablarle con la mayor suavidad que le fue posible.
—Kagome —quería tocarla, pero tenía miedo a lo que podía encontrar al mirarla. Se agachó delante de ella, mientras la lluvia caía de forma abundante—. Kagome —insistió.
Notó un escalofrío cuando su compañera se movió y alzó un poco la cabeza, sin llegar a mirarlo, parecía un animal herido; herido de muerte. La escena se parecía enormemente al momento en que se encontraron dentro de la Perla Negra.
—Kagome —volvió a nombrarla, tenía la sensación de poder sentir el dolor de ella en la piel.
—¿InuYasha? —su voz sonó roída, rota por la congoja que parecía que llevaba horas sufriendo.
Cuando ella levantó la mirada lo suficiente como para encontrarse con sus ojos, él sintió deseos de llorar. Kagome estaba pálida y en sus ojos se acumulaba el dolor de todos los días que habían pasado en medio de esta incertidumbre que los rodeaba y eso multiplicado por cientos de días. Se arrodilló delante de ella y buscó abrazarla, como lo único que se sentía capaz de hacer ahora mismo.
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Continuará…
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N/A
Este capítulo me ha resultado más complejo de escribir de lo que imaginaba, sobretodo porque la historia está en un punto en el que quieres contar cosas, pero aún no puedes contarlas del todo para que lleve el ritmo que necesita y en medio hay transiciones que también tienen su peso.
Espero que les haya gustado y dejen su mensaje.
Besos!
Anyara
