Capítulo XXVII

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Kagome escuchó su nombre como si la voz viniese de algún lugar muy lejos de ella. Se sentía atrapada en medio de un abismo de oscuridad que no podía sondear. Su mente, de pronto, ya no le pertenecía y llevaba largo tiempo paseándose por los momentos más tristes y desesperanzados de su vida. Otra vez escuchó su nombre y otra vez le pareció que provenía de lejos, casi por instinto alzó un poco la cabeza y tuvo la sensación extraña de estar retornando de un viaje largo, fuera de su cuerpo y del que escasamente comenzaba a regresar. Volvió a escuchar su nombre y esta vez le pareció reconocer la voz de quién la llamaba.

—¿InuYasha? —mencionó y no fue capaz de encontrar su propia voz, sonaba diferente a ella, al menos al recuerdo que guardaba de sí misma.

Entonces alzó la mirada un poco más para ver a quién tenía enfrente. Él se arrodilló muy cerca y ella tuvo que observarlo un momento para reconocerlo. Por dentro su alma gritaba, pero su mente y su cuerpo se habían alienado de lo más profundo de ella. Sólo cuando él buscó abrazarla, ella pudo unir las partes de sí misma y reconocerlo: Sí, era InuYasha.

Se echó en sus brazos y comenzó a llorar, o lo continuó haciendo, no estaba segura.

—¿Qué haces aquí? —escuchó que él le preguntaba, mientras la pegaba a su cuerpo— ¿Cuánto llevas aquí? Estás muy fría —no lo sabía, no recordaba el tiempo transcurrido— Vamos dentro.

—No —fue lo primero que consiguió decir con claridad. Necesitaba a InuYasha para ella sola, no quería compartirlo en el espacio de nadie más. Lo había extrañado, lo había sentido perdido durante el tiempo que llevaba en este estado de introspección.

—Kagome ¿Te has visto? —insistió. Ella negaba con un gesto de su cabeza, aún pegada al cuerpo de su compañero— Vamos dentro.

La obstinación en la negativa lo comenzaba a angustiar. Él podía tolerar una semana entera bajo la lluvia y el frío que finalmente llegaba al estar mojado en esta estación en particular, sin embargo, ella era humana.

—Kagome —buscó enfocar sus ojos, por lo que encerró su rostro entre sus manos.

La mirada castaña estaba profundamente entristecida y él sintió el peso de esa tristeza en el pecho. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas nuevamente e InuYasha sintió como sus propios ojos se humedecían en respuesta. Él no lloraba, nunca lo hacía, pero notaba las lágrimas quemando en sus ojos.

—Ven, vamos dentro —le pidió. Sabía que podía llevarla sin que estuviese de acuerdo, pero en el fondo era consciente de que este estado de ella tenía mucho que ver con su decisión de dejarla atrás.

Su compañera negaba débilmente, pero no por eso con poca convicción.

—Ahora estás aquí. Te quiero aquí —le respondió ella, entre lágrimas.

Estaban uno frente al otro, arrodillados en la maleza mojada. Kagome sintió nuevamente la desesperación de la ausencia y buscó los labios de InuYasha en medio de las lágrimas. Quería besarlo, pegarse a su cuerpo, sentirlo dentro; tenerlo de todas las formas que conocía para que no se alejara de ella. Lo besó, sumergida en esa emoción de angustia y pudo notar la amargura de las lágrimas en su garganta cuando presionó su boca contra la de su compañero. Él intentó devolverle el beso sin mucho convencimiento, como una acción de calma hacia ella. La notaba desesperada y lo abordó el miedo terrible a que el dolor la hiciera desconectar nuevamente de la realidad.

Quiso decir su nombre, pero ella lo acalló en su necesidad, así que simplemente suspiró y se entregó a la caricia que su compañera ansiaba. Acarició los labios húmedos de lluvia, saliva y lágrimas. Con los pulgares le tocó las mejillas, intentando una caricia que le hablara de amor y calma. Sin embargo, se sintió sorprendido por el toque casi violento que Kagome le dio entre las piernas. Notó como frotaba la palma contra su sexo que estaba muy lejos de responder a la caricia con su excitación.

—No, Kagome —se quejó sobre sus labios, pero ella continuó frotando su mano sobre la ropa.

InuYasha apoyó la frente sobre la de su compañera e intentó mirarla a los ojos, no obstante, parecía sumergida en sus intenciones. Comenzó a respirar agitado, más que por los fallidos intentos de caricias que le daba ella, por la sensación de incapacidad que comenzaba a invadirlo. Kagome volvió a buscar su boca y rompió un gemido sobre sus labios cuando quiso tomarlos.

¿Qué debía hacer? —se preguntó InuYasha, en parte respondiendo al beso y en parte conteniéndola.

La escuchaba murmurar algo, mientras intentaba besarlo con un poco más de profundidad. Él quiso centrarse en su voz, el sonido era tan leve, que casi estaba adivinado un quiero.

—¿Qué quieres? —le preguntó, con ambas manos en los hombros de ella y los labios permitiendo ser besados, ya que no conseguía encontrar la armonía en el movimiento que hacía sobre ellos.

Notó el tirón que Kagome dio al cinturón que sostenía el pantalón de su haori y pudo comprender hacía dónde iba esa necesidad.

—No, Kagome. Vamos a casa —le pidió, sosteniendo la mano que le abría el pantalón.

—¡Esa no es mi casa! —el grito brotó estridente, roto por las lágrimas, pero no por eso menos contundente.

A continuación un rayo cruzó el cielo y el sonido llegó de inmediato; tenían la tormenta sobre sus cabezas.

InuYasha sintió como el corazón le galopaba en el pecho. Fue consciente de su propia desesperación y de la necesidad que tenía de recuperar a Kagome; ella no podía dejarlo, ella no podía perderse a sí misma y con eso quitar el suelo bajo sus pies.

Se acercó en busca de su boca y la besó como si la devorara, necesitaba hacerla reaccionar de alguna manera y con ella la emotividad siempre era una puerta. Tomó sus labios y los acarició con los propios, sin cuidado, con caricias famélicas en medio del ruidoso estruendo de la tormenta y los jadeos rotos que ambos emitían. Fue consciente de las manos de Kagome entre su ropa y no pudo evitar un temblor cuando ella tomó su sexo y lo oprimió como si con eso pudiese hacerlo reaccionar. Se quejó sobre sus labios y la rodeó con los brazos para acercarla más, quizás protegerla de la lluvia y darle algo de calor.

Escuchaba a InuYasha jadear y respirar agitado ante lo que le estaba haciendo; y es que todo lo que ella quería era dejar de pensar, dejar de sentir dolor y que su mente rehuyera de la realidad en medio de un acto casi mundano. Con esa idea, sin analizarlo demasiado, removía los dedos sobre el miembro de su compañero que apenas mostraba respuesta; mientras tanto la lluvia los empapaba. Comenzó a besarlo en el cuello, intentando estimular sus sensaciones y que su sexo respondiera para poder evadirse y nutrirse de las emociones que necesitaba. Él pareció comprenderla ya que sintió como su mano le oprimía un pecho y de cierta forma eso le causó alivio. La presión que InuYasha ejecutaba era fuerte, incluso brusca, pero ella entendía que cada acción era producto de la desesperación, de la búsqueda de un momento de liberación que ni siquiera estaba dirigido al placer. Se quejó, para que sus sonidos lo estimularan, como sucedía tantas veces, aunque en ninguna de ellas lo había forzado como ahora. Se sintió desencantada de sí misma, no obstante intentó tapar esa emoción por medio del sexo, del mismo modo que intentaba hacer con las demás.

Los besos que le daba su compañera eran intensos, sin embargo, no del modo en que suelen serlo en medio de la pasión. Había un deje de falsedad en cada movimiento que estaban efectuando y aquello era como si se obligase a beber algo amargo a causa de la sed. Los lamentos que le escuchó iban por el mismo camino que los besos, pero aun así él insistió en darle una oportunidad al momento. Fue consciente de como su sexo respondía con lentitud, endureciéndose lo suficiente como para dejar de estar sostenido por Kagome. Ella se dio cuenta y reaccionó de inmediato, sin esperar más, posicionándose a horcajadas sobre él. InuYasha se sorprendió, pero luego buscó tocar con los nudillos la entrada a la intimidad de su compañera, comprobando que ella apenas estaba mojada, no obstante su exploración fue interrumpida por Kagome que intentaba acoger su exigua erección.

El intento que ambos hicieron por consumar aquello no hizo más que frustrarlos. Las lágrimas volvían a fluir desde los ojos de Kagome, tanto por el fracaso como por lo miserable que se sentía al estar forzando y utilizando algo tan íntimo y hermoso para ellos. A pesar del juicio a sí misma insistió de todas formas y escuchó a InuYasha quejarse, aunque no del modo que hacía cuando sentía placer. Ella misma notaba irritación física ante su insistencia y poca lubricación.

—Kagome, tranquila —le pidió él, sosteniendo con suavidad la mano que su compañera mantenía entre ellos.

—Es que yo quiero… yo necesito… —se escuchaba a sí misma, con la voz roída por la tristeza. Sus propias palabras la dañaban, le resultaban lo más egoísta que había oído. Sin embargo, InuYasha simplemente la consoló con un sonido de silencio y calma.

—Lo sé, tranquila —alzó la mano que ella tenía entre el roce de sus sexos y se la pegó al pecho para que sintiera latir su corazón.

Eran tantos años juntos, tantas vivencias y tanto amor, que él no podía más que contenerla cuando lo necesitaba. La abrazó con el mismo sentimiento con que su compañera lo había abrazado muchas veces para salvarlo de su parte más oscura. La sostuvo con delicadeza y la acunó durante un momento, para que ella asentara en algo las emociones y así poder llevarla a otro lugar. La cabeza de Kagome descansaba sobre su hombro y se mantenía muy quieta. Poco a poco la escuchó dejar de llorar, para luego percibir una respiración más tranquila en ella. No podía expresar la sensación de alivio que lo inundó ante eso. InuYasha giró la cara y dejó un beso en la frente de su compañera y pudo notar que se abrazaba a él un poco más.

La lluvia no había cesado, sin embargo la tormenta se había desplazado y los truenos y las luces de los relámpagos ya no estaban sobre sus cabezas. InuYasha se mantuvo un momento acariciando la frente de su compañera con los labios, en un acto de total comprensión y adoración que Kagome podía percibir. Sintió como el amor de él le iba calmando el alma, estaba aquí nuevamente; con ella.

—¿Por qué me dejaste sola? —le preguntó. Él tensó la mandíbula en un claro reproche hacia sí mismo. No quería ponerla en peligro y todo lo sucedido hace un momento lo llevaba a comprender que el peligro para Kagome no sólo podía ser físico.

—Lo siento —aceptó.

¿Qué más podía decir?

Su compañera no agregó nada. El silencio se le hizo pesado y doloroso, a él le costaba dimensionar muchas de las emociones que componían a Kagome. Cuando creía que ya las había sondeado, éstas se hacían más profundas y comprendía que ella era infinita.

Se ató la ropa con una mano, lo mejor que pudo y decidió que había llegado el momento de ir dentro, aunque ella ya no considerara el lugar como su casa. Lo entendía, para él también era extraño estar en un sitio que no les hablaba de las cosas más importantes de su vida juntos. Alzó a su compañera en brazos y comenzó a caminar por el bosque. La lluvia seguía mojándole la cara y fue consciente de lo fría que estaba Kagome.

Subió con ella de dos saltos hasta la ventana, usando las superficies que había fuera de ésta para sostenerse y sostenerla. Kagome permanecía abrazada a él, como única muestra de voluntad. InuYasha abrió la ventana y con un solo movimiento ambos estuvieron dentro. Dejó a Kagome sentada en el suelo y ella no se movió, de hecho no parecía querer soltarlo.

—Iré a avisar a tu madre que estamos aquí —le dijo, con suavidad—. Vengo enseguida.

Kagome lo miró con sus ojos castaños aún enrojecidos y tristes. Se mantuvo un momento así, sólo mirándolo, e InuYasha esperó a que ella encontrara dentro de sí aquello que la motivara. Finalmente había visto un pequeño gesto que daba inicio a una sonrisa que no terminó de llegar.

Se puso en pie, mirando la figura de su compañera que permanecía sentada en el tatami de la habitación y con la espalda apoyada en la pared. Su pelo estaba empapado, al igual que su ropa. Decidió que avisaría a la madre con rapidez y que lo siguiente sería cuidar de Kagome. Antes de salir se acomodó bien la ropa y se recordó no volver a dejar a su compañera atrás, no podía permitirse perderla a ella también.

Se encontró a la familia en la cocina, la pobre mujer tenía una mirada preocupada y triste y se sorprendió al verlo bajar la escalera de casa.

—Ya está aquí, le daré un baño caliente —mencionó InuYasha, dejando de lado cualquier consideración. Él estaba resolviendo por el bienestar de su compañera.

Ambos miembros de la familia asintieron, como si el abuelo y la madre de ella comprendieran a cabalidad la determinación de InuYasha.

—¿Cómo está ella? —la pregunta era inevitable e InuYasha no podía dejar de reflejar el amor de madre que Kagome sentía por Moroha en la forma en que esta mujer, frente a él, hablaba de su propia hija.

—Bien, tiene que descansar —le indicó, esperando que le permitiese cuidar de su compañera.

—Claro —sonrió con suavidad—. Dejaré un poco de sopa caliente junto a la puerta.

—Gracias —él hizo una suave reverencia, reforzando el agradecimiento.

—Tienes ropa limpia para ti en el armario del cuarto —agregó la mujer.

Sólo en ese momento InuYasha reparó en que estaba dejando una posa de agua en el sitio en que permanecía de pie. Asintió.

En cuanto subió la escalera entró en el cuarto de baño y preparó todo para que la bañera se llenara de agua caliente. Sabía que para Kagome el agua debía de estar más caliente que para él. Se quitó el haori y lo dejó en el suelo, en tanto su hitoe comenzaba a secarse gracias a su propio calor corporal; de momento le valdría con eso.

Entró en la habitación y la encontró en el mismo lugar en que la había dejado, sólo que ahora miraba hacia la ventana y la forma en que el agua de la lluvia se colaba porque él no había cerrado. Su siguiente acción fue la de cerrar del todo, incluida la cortina, para evitar que el sitio se enfriara más.

—Vamos, Kagome —le dijo, mientras se agachaba para tomarla en brazos.

—¿Dónde? —preguntó ella, con la voz y la concentración algo perdidas.

—Te meteré en el agua caliente —le avisó, mientras cruzaba la puerta con ella, en dirección al baño.

Una vez en él la sentó en una silla que había en el cuarto y comenzó a desnudarla, desabotonando la blusa que llevaba y que se le había pegado al cuerpo debido al agua que la empapaba. Sus movimientos fueron seguros, abandonando cualquier pudor, ella lo miraba hacer. No era la primera vez que le quitaba la ropa en un acto de cuidado, recordó cómo Kagome había contraído una enfermedad que la tuvo con fiebres muy altas y que en su tiempo ya no existía; en ese momento había tenido que cambiarle la ropa muchas veces cuando ésta se humedecía por los sudores de la fiebre.

Le quitó los zapatos, la falda y la ropa íntima, todo aquello con movimientos suaves y seguros, sin que su compañera pusiese ninguna objeción. Las prendas que le había sacado fueron a dar al suelo, en un rincón. Él se quitó el hitoe y la tomó en sus brazos, notando el contraste de temperatura entre sus cuerpos. InuYasha tuvo que reprimir un gruñido ante lo fría que estaba ella. Cuando la puso en el agua la escuchó jadear con un sonido leve.

—¿Está muy fría? ¿Muy caliente? —quiso saber, atento a lo que Kagome pudiese decirle. Ella negó con un gesto de su cabeza, que en realidad no le aclaraba nada. Espero un poco más.

—Está bien —lo tranquilizó, mirando los ojos dorados de su compañero.

Quizás fuese la temperatura del agua que comenzaba a calentarle la piel, los músculos y los huesos, lo que le permitió pensar con un poco más de claridad. De pronto sintió como si hubiese una bruma delante de las horas que habían pasado desde que salió de la casa hasta este momento; incluido el instante en que InuYasha había llegado a su lado. Sintió un peso enorme en el pecho cuando aparecieron en su mente las luces de lo que había intentado forzar entre los dos en mitad del bosque.

—InuYasha… —murmuró su nombre, sintiendo cómo las lágrimas le subían por la garganta para buscar sus ojos.

—No pasa nada —comprendió él— ¿Está bien el agua, entonces? —preguntó, intentando distraerla, mientras le iba frotando las rodillas que tenía cubiertas de barro.

Kagome asintió, notando la fuerza del profundo amor que sentía por su compañero. Se acarició el meñique con el pulgar, recordando la alianza que habían creado entre ambos y se supo afortunada.

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Horas más tarde la casa Higurashi estaba en silencio, la noche había llegado hacía rato y en la madrugada afloraban los aromas de la tierra mojada cuando la lluvia ha cesado. InuYasha bajó de la habitación, vestido con el hitoe que estaba usando para dormir, no tenía pensado encontrarse a nadie, los demás dormían. Trajo consigo los recipientes vacíos de la sopa que había dejado la madre de Kagome en la puerta cuando ellos habían terminado de limpiarse. Luego de servirse aquella comida, arropó a su compañera y la abrazó, pegando la espalda a su pecho para darle calor y que ella durmiese.

Casi no hablaron de lo sucedido, InuYasha lo prefería así, le resultaba doloroso pensar que su descuido hubiese hecho mella en Kagome de tal forma. Suspiró, algo derrotado, conteniendo el deseo de dar un puñetazo en cualquier lugar. Observó por la ventana y buscó en el cielo, sin llegar a vislumbrar aquello que le estaba quitando el sueño.

Escuchó los pasos de su compañera al comenzar a bajar la escalera, la había percibido a partir del momento en que se había levantado del futón. Además de situar el lugar desde el que procedía el sonido, reconocía el ritmo de sus movimientos. Muchas veces sabía cuándo Kagome se acercaba a él no sólo por su aroma que siempre se la anunciaba, también por el ritmo y peso de sus pasos.

InuYasha se giró en el sitio en que estaba, junto al lugar en que se lavaban los platos y miró a Kagome que venía vestida con una yukata para dormir de esas que tenía en su tiempo. Se la había puesto él mismo después del baño y resultaba obvio el desarrollo que su cuerpo había tenido desde que las usara cuando vivía en esta época.

—Deberías estar durmiendo —InuYasha intentó hablar despacio para no despertar a nadie.

—Ya, es que… —él sabía cómo iba a terminar esa frase.

—No volveré a irme sin ti —le repitió, como había hecho varias veces desde que la encontró en el bosque.

Kagome se rodeó con los brazos, como si necesitara darse calor, aunque realmente necesitaba consuelo. Su compañero avanzó hasta ella, rodeando la mesa que los separaba y le frotó los brazos, con el único fin de resguardar su calma. Ella notaba, por la forma en que evitaba sus ojos, lo triste que le resultaba verla así de vulnerable.

Lo buscó con el toque de una mano sobre el pecho, necesitaba reconciliarse consigo misma y con lo torpe que había sido con InuYasha. Sintió como su compañero había pasado de frotar sus brazos a convertir aquello en una caricia lenta en medio de un silencio que intentaba volver a unirlos.

El corazón funciona de forma extraña —pensó Kagome, que sentía en su piel el calor y la delicadeza con que InuYasha apenas la tocaba. Sin embargo, ella necesitaba conectar con algo profundo que era parte de los dos cuando se unían en un espacio que no tenía nombre.

Alzó la barbilla y lo miró desde la altura en que quedaba cuando estaba descalza. Los ojos dorados de su compañero finalmente la observaron en profundidad y a pesar de la penumbra que había en la habitación, ambos podían verse claramente.

En Kagome había necesidad. En InuYasha había comprensión.

—Si te pido un beso —interrogó, con la voz susurrando por un anhelo que esperaba fuese cobijado por los labios de su compañero.

InuYasha sonrió, del modo que solía hacer cuando se le llenaba el pecho de todas las formas en que la amaba.

Le acarició la mejilla con los nudillos de una de sus manos, sintiendo la piel suave de su compañera. Por un momento se permitió pensar que lo único real que tenía ahora mismo era a Kagome, su cuerpo dócil esperando por él, su respiración cálida que intentaba alcanzarlo y el modo en que su propio corazón latía cuando la tenía cerca. Se inclinó un poco hacia ella, sólo un poco, acortando mínimamente la distancia. Quería observarla y estar seguro de que este no era un acto de desesperación como el que habían protagonizado en el bosque. Kagome presionó ligeramente las manos sobre el sitio de su pecho en que estaba sostenida y él soltó el aire con un poco más de fuerza. Intentó registrar los latidos del corazón de su compañera que ya resonaban algo más apresurados de lo normal, no obstante, con un ritmo constante y sereno, algo que lo invitó a avanzar un poco más.

Se inclinó acortando la distancia, sin llegar a alcanzarla. Kagome se quejó con suavidad, como si estuviese luchando por no exigir la caricia que había pedido inicialmente de forma mansa. Entonces él sonrió, ahí estaba el carácter de su mujer, el que extrañaba y que le daba vida. Podía comprender que su compañera estaba pasando momento realmente difíciles; el cielo, literalmente, parecía querer caer sobre sus cabezas.

Se acercó otro poco, esta vez quedando a escasos centímetros de la boca de Kagome, ella misma podía alcanzarlo si lo deseaba.

—Ven, tú —le sugirió él.

Ella exhaló con algo de fuerza e InuYasha sintió que sus manos le presionaron el pecho para poder alzarse en punta de pies. El toque que le dio con los labios comenzó siendo un tímido roce, casi podría catalogarlo de un beso tentativo en el que Kagome no dejaba de mirarlo a los ojos, como si quisiera comprobar su aceptación.

¡Por Kami! Qué más pruebas quería —se cuestionó y presionó las yemas de los dedos en la cintura de su compañera.

Pocas veces había intentado explicarle a ella con palabras la forma en que su presencia y su aroma le eran irracionalmente atrayentes. No lo decía, no lo contaba, a pesar de saber que Kagome sería la única persona que podría llegar a entenderlo, para otro no era fácil dimensionar la fuerza de tal afinidad. InuYasha lo relacionaba directamente con el hecho de que fuese su hembra y que sus aromas se entremezclaran convirtiéndolos en una sola esencia. Hacía mucho que Kagome ya no olía sólo a Kagome.

—¿Vas a hacerlo? —murmuró.

Notaba cómo el cuerpo le pedía cercanía.

Kagome pareció sonreír, casi pegada a sus labios y lo siguiente que experimentó fue el escalofrío que le recorrió la columna cuando ella lo estimuló con un beso húmedo e intencionado. InuYasha le respondió, sintiendo la respiración agitada de golpe. Saboreó los labios y comenzó a acercarse a ella, para pegarla a su cuerpo, mientras se hundía en su boca. Kagome le resultaba particularmente sensual cuando permitía que afloraran de sus labios suspiros cortos y suaves que le resultaba el mejor calibrador de su ánimo.

InuYasha emitió un sonido de silencio, recordándole que estaban en la cocina de casa. Tenía claro que podían subir a la habitación y cerrar la puerta, pero Kagome no quería esperar, necesitaba sentirse nuevamente parte de su compañero. Puso su pierna entre las de él y comenzó a moverla con sutileza, creando una caricia que no tardó en ser recepcionada por él. Lo escuchó suspirar con los labios separados, pero aún con la lengua dentro de su boca, con lo que Kagome se llenó de ese suspiro que le calentó la sangre. Le regaló un quejido de vuelta, que InuYasha se bebió, para luego sisear como muestra de complacencia. En ese momento y como parte del conjunto de sensaciones, Kagome notó la erección de su compañero presionando sobre su pierna.

Percibió su cuerpo bañado por el calor de la excitación, ese que se pasea por cada músculo, debilitándolo, y que recorre los huesos y calienta la sangre. Susurró su anhelo, mientras recibía las caricias ansiosas de su compañero, en la espalda, en la cadera, en el muslo. Escuchó como InuYasha respiraba conteniendo todo lo posible la agitación.

—Vamos arriba —murmuró, aun sobre sus labios. Kagome negó con un gesto y deslizó su mano, abriéndose paso por entre la yukata de él para rozar la erección con el dorso.

InuYasha se sacudió y ella pudo sentir como palpitaba el sexo en contacto con su mano. Puso su palma abierta sobre el toque que él mantenía sobre su muslo y le indicó que se deslizara más arriba, sintiendo como la piel se le erizaba en el proceso. Escuchó a su compañero murmurar una maldición cuando toco la piel desnuda de su cadera, sabiendo que no había resistencia entre ellos.

En medio de los movimientos y las caricias, InuYasha había acorralado a Kagome, usando la mesa de la cocina. Era robusta y amplia, pensamiento que cruzó su mente durante un momento y concluyó que podría recostarla en ella si así lo quería, no sin antes comprobar algo de lo que necesitaba estar seguro.

Deslizó la mano por entre las piernas de su compañera, sin dejar de mirarla a los ojos, mientras ella se esforzaba por no cerrarlos. Sentía la respiración agitada de Kagome, chocando con la suya, condensando el aire que respiraban. Toco los pliegues con los nudillos y los separó, haciendo un movimiento tenue de adelante hacía atrás, comprobando la forma en que sus falanges se iban humedeciendo con la excitación de su compañera que ya no podía mirarlo.

Esta mojada, muy mojada —eso lo enardeció a la vez que le dio calma. Ya no sólo el aroma de Kagome le indicaba que era el deseo lo que tenía el mando y no la desesperación.

InuYasha prosiguió con el movimiento, en tanto ella se echaba un poco atrás, sosteniendo ambas manos en el borde de la mesa para conseguir una sujeción. La sangre se le arremolinó en el sexo y en el vientre, ante la visión del pecho de Kagome, prisionero bajo la tela delgada de aquella yukata de su época. Se echó sobre uno de ellos y le mordió el pezón por encima de la tela, en tanto había encontrado aquella pequeña protuberancia que su compañera tenía entre los pliegues de su sexo y efectuaba un suave movimiento dispar de sus nudillos, sabía que aquello la enloquecía y la ponía a temblar en cuestión de un momento.

Kagome estaba a punto de jurar que este era el instante más erótico que había tenido con InuYasha, sin embargo, cada vez que sus caricias la sobrepasaban tendía a pensar así. Separó las piernas un poco más, habría deseado que él acariciara su clítoris por un tiempo más extenso, así como deseaba que continuara con las blandas mordidas que estaba dando a su pecho y que conseguían someterla. Sin embargo, él retiró su mano de entre las piernas y le dio un nuevo mordisco a uno de los pezones, así como una fuerte lamida por encima de la tela.

El movimiento siguiente fue rápido y certero. Se encontró girada, con InuYasha a su espalda y el pijama recogido casi hasta la cintura. Respiró más agitada aún, sabía bien lo que vendría y el modo en que su compañero la haría sentir. El sólo pensamiento casi le anula la razón, deseaba esto, más allá del placer físico que le podía proporcionar, necesitaba sentirlo agitado junto a ella. Kagome necesitaba sentirlo perdido y entregado: desmedidamente suyo.

Tocó el pelo de Kagome y lo movió por encima del hombro como si fuese una cortina oscura y suave. Puso un beso intenso en la base del cuello, junto donde a ella se le marcaba una vértebra al echar la cabeza hacia adelante; y no pudo evitar recordar el primer beso que puso en ese lugar y más abajo en su columna. La tentación fue tan fuerte que con la garra de un dedo rasgó la tela desde el cuello hasta el final de la espalda. Sintió como su compañera se estremecía entre sus brazos cuando le rozó la piel con los nudillos, para luego dejar unos cuántos besos húmedos en la ruta entre sus omoplatos. Se fue introduciendo en ella con mucha más lentitud de la que se creía capaz un momento atrás. La sensación de los recuerdos de aquella primera vez lo transportó a un estado de apasionamiento y profundo amor. Con una sola mano sostuvo a Kagome por el torso, mientras terminaba de entrar en ella y ahogaba las expresiones de su pasión sobre el pelo de ella para no ser oído.

La escuchó musitar palabras que él apenas alcanzaba a oír, por tanto los sonido que ambos emitían aún estaban a un volumen que mantenía la paz y el sueño de los demás habitantes de la casa. La escuchó jadear un poco más alto y puso su otra mano cerca de la cara de su compañera para que ella se sintiera en la libertad de usarla para acallar su voz.

Kagome sentía la piel arder ante los toques que InuYasha había dejado en su espalda, además, sentirlo entrar y salir de ella con aquella mezcla de delicadeza y potencia la estaba desesperando. Movió la cabeza y se giró un poco hacia atrás, intentando encontrar los labios de su compañero que estaba dejando su aliento con suspiros llenos de lujuria sobre su pelo. Notó el beso húmedo, con poco acierto, sin embargo era un beso cargado de las emociones que ahora estaban albergando los dos.

—Aquí estás —musitaba InuYasha sobre sus labios.

Ella no sabía si comprendía del todo esas dos palabras, aunque su instinto y su intuición le hablaban de la recuperación que ella buscaba con tanto ahínco. Con una mano le toco la cabeza a su compañero, intentando sostenerlo en el beso, en tanto tenía la otra puesta sobre la sujeción que él hacía sobre su torso. Lo sintió inclinarse un poco más, ante la postura, para poder entrar en ella con brío. Por un momento sintió como los pies casi se le despejaban del suelo. No sabía cómo era posible que no estuviesen jadeando y lamentándose como unos posesos en este momento.

La sentía tan entregada, tan caliente y suya que sólo tenía consciencia de que al fin su Kagome estaba de vuelta. La emoción de aquello, se convirtió en combustible puro para su deseo y comenzó a entrar en ella sin ninguna reserva, casi alzándola del suelo y notando como su voluntad se despedazaba con ese sólo movimiento. Se mantuvo en su interior por un instante más largo, en el que profundizó el beso en la boca de su compañera que ya estaba hinchada por las caricias dadas. Luego la soportó sobre la mesa y la sujetó con una mano sobre la columna, para que ella se mantuviese recostada en la superficie de madera. Respiró inquieto, le costaba contenerse y mover sólo un poco la cadera ahora que se sentía albergado por ella.

Se inclinó hacia Kagome y acercó la boca al oído de su compañera.

—Dime —esa corta palabra les subía a ambos la temperatura de forma increíble. Era parte de un ritual que habían comenzado hacía años y que encontraba su lugar en algunos de sus encuentros y éste era un ejemplo.

—Fuerte —casi suspiró la respuesta, sintiendo como perdía el aliento sólo con esa petición.

InuYasha le besó la mejilla con inmensurable ternura.

Cuando se incorporó trajo una de las manos de Kagome y la sostuvo en la curva de su espalda, lugar en el que puso la sujeción para comenzar a empujarse dentro de ella. Las embestidas comenzaron con un ritmo medio, que le permitía salir de ella casi del todo, para entrar de una sola estocada. InuYasha se obligaba a contener los gemidos cuando su vientre se chocaba directamente con la entrada de su mujer. Por un momento sintió la necesidad de marcarla con las garras y los colmillos, comprendiendo que su sangre youkai estaba demasiado cerca de la superficie. Respiró hondo, antes de retomar el ritmo con que se empujaba dentro de su hembra. Se escuchó bufar por la nariz, no podía permitirse esa libertad ahora mismo, aunque todo el cuerpo le estuviese pidiendo liberar su parte más oscura. Por un momento pensó que la tensión de este día estaba aflorando de esta manera.

Decidió que no podía hacer esto con calma, mientras más tiempo le daba al youkai, más probable sería que saliera.

Tiró de Kagome un poco hacia él y tener margen suficiente para pasar una mano bajo su vientre y tocar ese bultito suyo, enormemente sensible, con la yema de dos dedos. La sintió temblar bajo su cuerpo cuando al toque se sumó la embestida y ella pareció estar a un paso de colapsar.

Quizás fue su necesidad de darle sosiego a su mujer, o quizás la cordura que aún primaba en él, pero el hecho es que consiguió aplacar la sangre youkai y permitirse sentir el placer junto con Kagome.

Entraba y salía de ella, depositando su respiración agónica sobre el hombro de su compañera, en tanto la veía cubrir su boca con la mano y ahogar los propios. Sentía la piel perlada por el sudor y notaba la humedad en la espalda de ella que ahora estaba a merced de sus besos. La besó en medio de un jadeó y la embistió varias veces seguidas, mientras le acariciaba el bulto sensible al inicio de los pliegues. El sonido de su humedad, siendo arrastrada dentro y fuera de ella por su erección, fue un estímulo para ambos. InuYasha sintió las cabriolas dentro de su vientre, mientras Kagome se retorcía bajo su cuerpo, completamente presa del orgasmo. Sintió como su propio sexo era bañado por el líquido que fluía de ella y estaba seguro que le correría por las piernas.

Ahí está —pensó, en relación a la culminación de ella que estaba en pleno proceso. Sin embargo, aquellas palabras fueron como una declaración para sí mismo.

Alcanzó a salir de ella y dirigir su pene con la mano, cuando su semen comenzó a brotar con fuerza, como si llevara un año entero de abstinencia. La forma en que se agitó su cuerpo, echado sobre la espalda de ella, era muy similar a los movimientos compulsivos que había hecho Kagome.

Le costó volver de las sensaciones, apenas comenzaba a escuchar la respiración agitada de su compañero que permanecía abrazado a ella.

—¿Estás bien? —quiso saber, aunque la voz no le salía de lo seca que tenía la boca. Él emitió un sonido afirmativo que le hablaba de lo relajado que estaba.

InuYasha pensó en que debían volver a la habitación, que ni siquiera era su habitación; del mismo modo que ésta tampoco era su casa. Lo confirmó de golpe, cuando escuchó ruido en la habitación del abuelo.

—Kagome, tu abuelo —musito, ella parecía lánguida y casi podría decir que a punto de dormirse.

La escuchó reaccionar de forma tardía, por lo que no alcanzaban a subir por las escaleras. InuYasha la tomó en brazos y salió por la puerta lateral que daba al jardín y desde ahí volvió a entrar por la ventana del cuarto de Kagome, con ello ya eran dos veces este día.

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Continuará

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N/A

Buah, este capítulo ya tuvo lo suyo.

El momento en el bosque me resultó muy denso, pero a la vez tenía muchas ganas de relatar algo cargado de emotividad.

Ahora bien, el momento en la cocina ha sido un GUSTAZO que me he dado, porque sí, porque amo a esta pareja y amo como se aman.

Si todo va bien y veo que avanzo suficiente, puede que el sábado o el domingo les deje otra actualización.

Muchas gracias por acompañarme, leer y comentar

Besos!

Anyara