Capítulo XXVIII

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Era difícil mirar hacia alguna parte y no encontrar caos y destrucción.

Kagome observaba su entorno y la forma en que se abría el suelo bajo sus pies, como si todo estuviese sucediendo a una velocidad infinitamente lenta, dando a su mente el espacio para regodearse en los gritos de dolor, la sangre, el espanto en la cara de quienes la rodeaban: su madre, su hermano… Mei.

¿InuYasha? ¿Dónde estaba InuYasha?

En sus manos sostenía un libro grande y pesado, sentía que debía protegerlo, que no sucumbiera a la catástrofe, el libro aún tenía algo que contarle.

La sensación de angustia creció en su pecho, incluso más de lo que podía tolerar, ya no sólo era un sentimiento: era dolor. Alzó la mirada y pudo ver el segundo fragmento del cometa rojo que estaba a punto de caer sobre ellos. Supo que InuYasha había fracasado; y también lo supo muerto.

El dolor en el pecho ya no la dejaba respirar y comenzó a ahogarse. Se llevó las manos al cuello y abrió la boca para intentar por todos los medios meter algo de aire en su garganta y llevarlo a sus pulmones, pero no podía. Su pensamiento se enfocó en lo absurdo que resultaba querer vivir cuando esa vida sólo duraría unos poco segundos más.

Kagome —escuchó su nombre, era como un susurro que provenía de su espalda.

Estaba tan lejos que no podía responder a él. Necesitaba aire.

Kagome —otra vez su nombre.

Sentía que desfallecía y el fragmento más grande del cometa ya estaba sobre ella. Era tan rojo y hermoso, podía ver los brillos infinitos que lo constituían.

—Kagome —InuYasha le hablaba y la movía con algo de fuerza, ella parecía ahogada, como si no pudiera despertar—. Despierta, Kagome —le acariciaba la mejilla con los nudillos en un toque mucho más intenso de lo habitual.

Se estaba desesperando y comenzó a considerar llevarla a la bañera y meterla en el agua. Entonces, Kagome abrió los ojos y respiró con una inhalación amplia como si fuese a tragarse todo el aire de la habitación, incluso su cuerpo se arqueó ante la fuerza del movimiento que hacía. InuYasha la sostuvo por miedo a que se hiciera daño.

—Kagome —volvió a decir su nombre, con el mismo tono de angustia que el anterior, esperando a que ella le dijese de alguna forma que todo estaba bien.

Respiraba agitada, como si recién descubriese el aire y para lo que servía. Se incorporó un poco del abrazo en que InuYasha la sostenía, se aferró a él y luego comenzó a mirar alrededor con cierta desesperación, parecía que le estaba costando aterrizar la realidad.

—Mírame —le pidió él, necesitaba centrarla.

Kagome no lo hizo de inmediato, sólo respondió cuando escuchó la súplica por segunda vez. Lo miró y le oprimió la mano que su compañero mantenía tomada, aún no se sentía con fuerza para hilar una frase sin ahogarse.

—Tranquila, estás bien —le aseguró, como una forma de estabilizar las emociones que Kagome le mostraba a través de su mirada. El tiempo le había enseñado a leerla muy bien.

Ella comenzó a tomar aire por la nariz, necesitaba oxigenar su cerebro para comenzar a calmarse. InuYasha esperó.

—Ha sido una pesadilla —dijo, cuando finalmente se encontró capaz de hablar.

—Lo sé, pero ya está —le acarició la mejilla, pasando por el camino de lágrimas que tenía en ella.

—Era tan real —intentaba contar algo, no obstante aún le dolía la sensación de pánico de aquel sueño. Más aún cuando comprendió que podía ser una premonición.

—No te preocupes más, sólo era un sueño —intentó calmarla.

—¡No! —su voz se había roto con aquella exclamación clara. InuYasha se sorprendió e intentó volver a prestarle la atención que parecía necesitar. Era claro que no estaba considerando algo que para ella era importante.

—Te escucho, no hay prisa —le ofreció. Sin embargo, Kagome pensó que en eso se equivocaba, tenían poco tiempo, no sabía cuándo el cometa caería.

—Creo que no es sólo un sueño —tomó aire para infundirse fuerza—, más bien creo que he tenido una premonición.

Sintió que se le erizaba la piel, pocas veces su compañera hablaba así.

—Y ¿Qué pasaba en ella? —la pregunta llegó con rapidez.

Kagome lo miró a los ojos e InuYasha pudo leer el miedo.

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Kagome tenía la sensación de que la cabeza le iba a estallar, necesitaba encontrar el libro que les había dejado Kainuko, lo había visto en su pesadilla y estaba cada vez más segura que encontraría alguna respuesta en él. Sin embargo, el libro no aparecía.

—¿Dónde lo dejaste la última vez? —preguntó a InuYasha, volviendo a revolver el armario que tenían en su cuarto.

—Ahí, justo dónde estás buscando —insistió él.

—Pero ¡No está! —eso lo tenían claro desde hace diez minutos, pensó él— Piensa bien.

InuYasha contuvo el aire y la miró con tal intensidad que Kagome tuvo que girarse por el aura que comenzó a emanar. El enfado la hacía cuestionar su memoria y si algo tenía InuYasha era la capacidad de recordar hechos en base a sensaciones, olores y una retentiva admirable. Sus ojos dorados la miraban y pudo comprobar la fuerza que había adivinado, se sintió perturbada de muchas formas.

—Bajaré e intentaré seguir a mi olfato —sentenció él—. Este cuarto huele demasiado a nosotros y el aroma me confunde.

Lo vio dar la vuelta para salir por la puerta y se sintió responsable de su desagrado, no era justo que lo cargara con sus estados emocionales.

—Espera —le pidió. Él se giró apenas lo suficiente como para mirarla—. Dame un momento y bajamos juntos.

No era una disculpa al uso, InuYasha sabía que esas palabras pocas veces circulaban en su lenguaje común, pero la forma en que los hombros de Kagome se habían relajado, el ritmo inquieto de su corazón y la leve dilatación de sus pupilas dentro de ese precioso iris castaño, le hablaban del deseo de redimirse en ésta cuestión. Él, simplemente, asintió con un seguro sonido afirmativo.

Kagome lo miró un poco más y fue consciente, otra vez, que el amor tan enorme que se tenían siempre iba más allá de las barreras corrientes de la vida y que sólo un alma trabajada para sostener esa clase de amor, podía hacerlo. Por un momento pensó en todas aquellas historias de romances fallidos que escuchaba en su adolescencia, tanto de personas jóvenes como de otras no tanto. Ahora lo comprendía, el amor cuando es realmente amor, es infinito y sólo puede encontrar cabida en un alma igual de infinita.

Estaba teniendo una epifanía.

—¿A qué esperas? —le preguntó InuYasha, cuando la vio quedarse ahí de pie. Kagome era profunda, en ocasiones el creía que realmente insondable, y a veces necesitaba sacarla de ese mirar hacia adentro que él reconocía en ella.

Comenzó a rebuscar en los cajones la poca ropa que tenía y que podía usar: un par de pantalones, unas camisetas demasiado infantiles para cómo se sentía y una blusa que le había dejado su madre, además de unas cuántas faldas adolescentes que ya no le resultaban cómodas. En más de una oportunidad había pensado en que necesita comprar algo de ropa, pero en todas ellas le había terminado por parecer irrelevante. Suspiró y tomó un jeans y la camiseta que tenía la caricatura de un gato. Comenzó a vestirse, mientras InuYasha estaba de pie junto a la puerta y con la espalda apoyada en el umbral la miraba sin reparo.

—No mires —lo reprendió y quiso sonreírle, mostrando apenas un gesto en los labios.

—Te miraré siempre, ya te lo dije una vez —se encargó de recordarle. Ambos sabían a qué momento se refería. Ella, con pocos meses de embarazo comenzaba a notar los cambios de su cuerpo, eso la había vuelto insegura y no quería que él la viese desnuda.

Kagome continúo con la labor de ponerse aquella ropa. El jeans había sido suyo, de antes de irse definitivamente al Sengoku y aunque se le ajustaba un poco más a la cadera de lo que recordaba, le quedaba bien. Su madre le había dicho que prefirió conservar algo de su ropa, por si algún día venía de visita. Sin embargo, la camiseta con el gato era otra cosa, quizás había encogido con algún lavado, no lo sabía, pero lo cierto es que se le ceñía al pecho de una forma que le resultaba incómoda. Se giró y le hizo un gesto a InuYasha con las manos abiertas, como quién dice: pero mira. Por el brillo en los ojos de su compañero comprendió que no había sido buena idea. No es que ahora anduvieran echándose uno encima del otro como el primer año en que descubrieron el sexo, y el segundo; pero las miradas de InuYasha seguían siendo fuego puro. Aunque pudiese parecer imposible, y ella pretendiera no darle importancia, Kagome sintió como se le enrojecían las mejillas.

—Tengo que solucionar esto —dijo, pasando junto a su compañero al salir de la habitación, consciente en todo momento del aura demoniaca de él y de cómo había manifestado en unos grados su fuerza.

Se dirigió al baño, buscó una tijera en uno de los cajones y tomó la camiseta, justo por una de las orejas del gato caricaturizado que estaba a la altura de su pecho y dio un corte, enganchando la punta de la tijera para abrir una brecha hacia el cuello. Ese corte permitió que la camiseta la dejase respirar y a pesar de crear un escote algo provocativo, esta era una solución y no le pareció momento para andar pensando en comprar ropa. Se miró en el espejo y se sintió conforme con el resultado.

InuYasha se puso tras ella en el sitio en que estaba y por un momento pensó que la acorralaría contra el lavabo. No podía negar que a pesar de la pesadilla y de saber todo lo que estaba en riesgo ahora mismo, la sensación del sexo que habían compartido la noche anterior le ablando el cuerpo. Sin embargo, su compañero no hizo nada de lo que ella pudiese estar imaginando. Se tomó el pelo con las manos y comenzó a hacerse aquella coleta tan socorrida que estaba usando por estos días para cubrir sus orejas.

—Esa mujer, amiga de tu abuelo, está aquí. La puedo escuchar —dijo.

Kagome asintió muy despacio mientras lo veía maniobrar, a través del espejo. Se detuvo en la mirada seria que adoptaba en medio de la labor y la forma en que sus colmillos sostenían la liga elástica con la que se sostendría el pelo; sólo pudo concluir que InuYasha era hermoso.

—¿Qué pasa? — le preguntó, cuando acomodaba el último paso de la coleta alta que se había hecho.

Ella negó con un gesto, un sonido y le sonrió.

Ambos bajaron la escalera, aún era temprano, por lo que en la cocina apenas estarían con un té o algo así para despejar el cuerpo. Comenzaron a escuchar la conversación que se llevaba a cabo en el lugar. Su madre fue la primera en salir al encuentro de ambos y descanso tranquila cuando vio que las orejas de InuYasha no estaban a la vista.

—¿Un té? —preguntó. Parecía su facultad mayor, calmar cualquier estado de ánimo con un té. Kagome lo sabía, siempre lo había hecho con ella, incluso en las peores épocas de exámenes, o cuando más triste se sentía por no poder estar con InuYasha durante esos tres años separados.

—Sí —asintió ella—. Espera —la sostuvo por el brazo, justo en el momento en que por su mente pasó la imagen que había visto de su madre en sueños. Le dio un beso en la mejilla, lleno de cariño—. Gracias.

Su madre le tomó el rostro y le devolvió el beso. InuYasha ya no se sorprendía con las muestras de afecto espontáneas de su compañera, a decir verdad, era de las cosas que más amaba de ella.

—Deberías comprar algo de ropa —le sonrió la madre, mirando el corte que había hecho en la camiseta. Kagome se encogió de hombros.

Luego de eso, entraron en la cocina.

—No estoy muy segura de lo que puede ser —decía Kainuko, que estaba inclinada junto a su abuelo a un lado de la mesa de la cocina.

—Es la primera vez que veo algo así —agregaba el anciano— ¿Podrá ser savia de la madera?

—Pero esta mesa no es nueva —analizaba la mujer.

—No lo es, tiene varios años —confirmaba el hombre, acercando el dedo a la viscosidad blanquecina que caía por uno de los lados de la pata de la mesa de madera. Estaba algo reseca y se había deslizado varios centímetros a lo largo de la zona.

InuYasha vio como el hombre se acercaba aquello a la nariz. Se puso tenso y blanco y rogó porque no se lo llevara a la boca, había visto a muchas personas insensatas que probaban aquello que desconocían para salir de dudas. Resopló aliviado cuando el hombre se limpió la mano en un paño que sostenía.

—Pues es una viscosidad muy particular —dijo la anciana junto a él, llevando su dedo al mismo lugar en la madera.

No, de verdad que no necesitaba esto en este momento. InuYasha se giró para salir de la cocina, intentando ocultar la palidez de sus mejillas. Él sabía perfectamente que era eso y tenía consciencia del total descuido de no haberlo limpiado durante la noche, pero el mismo hombre que ahora analizaba su semen los había interrumpido y él se había llevado a Kagome de ahí casi huyendo. Escuchó como su compañera lo seguía por el pasillo y a la madre de ella poner una solución al tema de la pata de la mesa.

Sea lo que sea, hay que limpiarlo. Ya está. Se acabó.

Nunca terminaría de agradecer a esa mujer por su extraño comportamiento, muchas veces se cuestionaba si ello provenían de la intuición o el mero desconocimiento. Sin embargo, siempre lo ayudaba de alguna forma.

—Espera —escuchó a Kagome tras él.

Suspiró y ralentizó el paso. No podían permitirse seguir en este plan salvaje de desahogar la carga emocional que llevaban en cualquier parte. No eran unos niños y no debían pasar por esto.

¡Kuso! ¡Ellos tenían su propio hogar! —quiso gritar— Extrañaba la entrada de su cabaña.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó su compañera, cuando se encontraron fuera de la casa, el aire fresco de la mañana resultaba agradable.

InuYasha la miró, ella no se había enterado del asunto y prefirió que fuese así.

—Nada, quería respirar aire fresco —le dijo, no pudo evitar reparar en la forma que el corte que había hecho en la camiseta que vestía marcaba un camino al centro entre sus pechos.

¡Por Kami! —no podían andar así.

Quiso pensar que quizás la luna lo tenía alterado, después de todo iba hacia creciente y luego a llena, pero incluso con eso…

—El libro, creo que lo tiene tu abuelo en su habitación —dijo. Al caminar hacia la salida, el olor del libro le vino de la habitación que estaba justo a la entrada de casa.

—Oh, bien —se alegró, a pesar de sentirse molesta por que el abuelo tomara aquello de su habitación, pero qué podía decir; era el abuelo—. Ahora, me dirás ¿Qué te ha pasado?

InuYasha la miró con una seriedad que ella le reconocía de cuando algo lo molestaba y lo avergonzaba por igual.

—No quiero —fue sincero.

—Me voy a enterar de todos modos —Kagome insistía, tenía claro que su compañero podía arrastrar la molestia de una situación por días si no lo depuraba.

—Lo dudo, tu madre ya lo ha solucionado —habló, categórico.

Kagome se quedó en silencio un momento. InuYasha arrugó el ceño, le había dado en qué pensar y su compañera era muy intuitiva. Su mirada se distrajo nuevamente en la camiseta que llevaba. Probablemente la frecuencia con que habían hecho el amor los últimos días lo estaba convirtiendo en un adicto.

—¡Oh! —exclamó ella.

Kuso —ya lo había adivinado, estaba seguro.

—El abuelo. La savia en la madera… —comenzó. InuYasha empezó a respirar hondamente, mientras ella lo miraba a los ojos y él intentaba hacer lo mismo. El cúmulo de recuerdos de hace unas horas no ayudaba mucho a todo este extraño y apasionado ambiente que los estaba rodeando.

—Ya está, ya lo sabes —sentenció, intentando cortar el tema.

—El abuelo —Kagome arrugó la nariz cuando recordó que el hombre había tocado la viscosidad con el dedo.

—No tenemos tiempo para esto —argumentó para terminar con la comprometida imagen.

Ella tardó un instante más en reaccionar, pero lo hizo y asintió. InuYasha decidió dejar de darle vueltas al tema de la cocina, para centrarse en lo importante.

—Tenemos que decidir qué hacer —estaba preocupado. Tenía claro que con el Meido de su espada podía absorber los restos del cometa Aciago, pero también que había que destruirlo primero y que eso no sería posible con Tessaiga.

—Buscar en el libro —sentenció Kagome, como si no tuviese ninguna duda.

—No podemos entretenernos leyendo el libro, no podemos perder tiempo —se quejó, aun con las manos metidas en las mangas de su haori.

—El libro contiene algo, estoy segura —defendió, poniendo las manos apoyadas en la cintura en una actitud que InuYasha le conocía muy bien de cuando estaba decidida a algo. Antiguamente, luego de eso venía un conjuro, aunque ahora ya no sucedía.

—Sólo fue un sueño, Kagome —quiso sonar firme, pero otra vez se estaba distrayendo con el corte de esa camiseta.

—Fue un sueño, InuYasha —insistió ella. No podía quitarle razón, después de todo Kagome los había sacado de la tumba de su padre.

La miró desde su porte serio, primero a los ojos, vislumbrando la determinación, luego a las mejillas arreboladas por esta suerte de discusión, luego a los labios ceñidos en un gesto que apoyaba el de sus ojos y luego al escote; ese dichoso escote.

¡Por Kami!

—Bien, vamos por el libro —aceptó. Kagome sonrió— y ponte otra cosa —agregó, refiriéndose a la camiseta. Ella bajo la mirada y se observó.

—¿Por qué? —quiso saber.

—Por qué me distrae —sentenció, antes de entrar nuevamente a la casa.

Esperaba que para ese momento el tema de la viscosidad en la pata de la mesa ya se hubiese acabado.

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InuYasha permanecía sentado en una de las ramas del Goshinboku e intentaba distraerse con el sonido de las hojas mecidas por el viento. Kagome se mantenía en la parte baja, junto al tronco, revisando una por una las páginas de aquel pesado libro que no había dejado de mirar en horas. No sabía cómo podía tolerar la posición y el sitio en que estaba sentada, él mismo había cambiado de rama más de una vez. Tampoco sabía si ella era consciente del tiempo que llevaban en esta labor que lo estaba exasperando. Por más que Kagome pasaba y pasaba páginas, leyendo concienzudamente cada una de ellas, no encontraban nada que pudiese resultar de ayuda ni para destruir el cometa Aciago, ni para volver con su hija. Sinceramente, la paciencia se le había acabado rato atrás, sin embargo, permanecía a la espera porque le había dicho a ella que le daría el día de hoy para revisar esto, pero ni un día más. InuYasha creía que lo mejor era ir a investigar al Fujisan y no lo había hecho ya porque le había prometido a su compañera que no volvería a dejarla sola.

La miró hacia abajo, una vez más, como tantas durante las últimas horas; podía ser realmente testaruda.

—No he encontrado nada más sobre ella —la escuchó decir, le costaba nombrarla porque cada vez que lo hacía le temblaba la voz—, de Moroha.

—Ya te he dicho que no hay nada más —InuYasha no quería sonar lo brusco que fue finalmente.

Le preocupaba que el libro dijera tan pocas cosas de su hija, como tampoco decía nada más de ellos dos. Quizás no regresaron y no sabía cuánto podía tardar Kagome en llegar a la misma conclusión.

Se mantuvieron en silencio un momento más. Kagome continuó pasando las páginas con una lentitud que InuYasha escuchaba y conseguía aumentaba su ansiedad y mal humor. Intentó distraerse nuevamente con el viento entre las hojas y el olor inminente de la primavera, pero el mismo viento abrió su visión entre las ramas y por un momento le permitió ver el Fujisan.

Debía ir hasta ahí, estaba seguro.

—Escucha —dijo ella, entonces comenzó a leer, no necesitaba hacerlo muy alto para que InuYasha la entendiera.

"… los habitantes originarios del lugar trataban a de los Guardianes de Tiempo como ancestros y asumían de ellos una gran sabiduría y la capacidad de conceder ciertas peticiones a cambio de ofrendas, es por eso que cada…"

—¡Para ahí! —exigió, bajando del árbol de un salto, para quedar agachado junto a Kagome.

Ella se detuvo, algo sobresaltada por la reacción de su compañero, mientras sentía la fuerza del movimiento que se produjo en el aire al bajar InuYasha y quedar frente a ella.

—¿Qué pasa? —exigió saber, sin dejar de mirar a los ojos dorados que se mantenían muy serios. No podía negar que se sentía algo molesta, parecía como si no quisiera encontrar una solución.

—No me gusta eso de ofrendas. Volver al pasado no es como pedir que te rasquen la espalda, es algo grande y lo que sea que pidan por ello no será poco —el razonamiento de InuYasha no carecía de lógica. Hasta ahora él no se había encontrado un camino fácil en nada, si incluso para estar con Kagome tuvo que esperarla tres años.

Ella lo miró un momento, podía comprender el temor que su compañero sentía, sólo el pensar en todo lo que tuvieron que pasar por la Perla de Shikon daba pie a pensar que esto no sería fácil tampoco.

—No lo sabremos si no leemos —intentó que él bajara la guardia. Lo vio tomar aire para rebatir sus palabras, pero luego oprimió los labios por un momento que se le hizo muy largo y soltó el aire por la nariz.

—Lee —fue todo lo que gruñó.

Ahora Kagome tomó aire profundamente.

"… es por eso que cada habitante buscaba purificar su propio espíritu para conseguir las peticiones que hacían. Con el paso del tiempo fue cada vez más difícil entregar las ofrendas necesarias a los Guardianes del Tiempo. Algunos creían que sus ofrendas eran cada vez más inalcanzables —podemos ver esto en el apartado: 'Ofrendas, Dones y Deidades'. Otros, sin embargo, pensaban que las ofrendas eran las mismas y que quienes habían perdido Dones eran los habitantes de cada lugar."

Kagome detuvo la lectura para releer murmurando las palabras mientras lo hacía.

—Ahí está —indicó InuYasha, poniendo una de sus garras a lo largo de la línea que quería marcar—. Creían que sus ofrendas eran cada vez más inalcanzables ¿No lo entiendes? —la miró de frente; su compañera lo hizo también.

—Entiendo que esa es una interpretación y que debemos leer más —Kagome sentía que su paciencia estaba tocando zonas límites.

—¡No! ¡Lo que debemos hacer es dejar este libro, ya le hemos dado más de una oportunidad y no nos dice nada! —las palabras de InuYasha retumbaban en sus oídos de una forma particular, era como si crearan un eco en ella que le resultaba incómodo y le dolía. Necesitaba seguir aferrándose a lo que tenía a mano y creer en que el sueño de esta mañana tenía algo positivo que contarle, no todo podía ser caos y muerte, siempre.

Se estaba volviendo a desesperar y sabía que no era bueno para ella.

Se quedó atrapada en el mirar dorado casi furibundo de su compañero. No sabía cómo enfrentar los cuestionamientos de InuYasha y quiso reclamarle como una niña el compromiso que él había pactado con ella horas atrás, ya no sabía cuántas; incluso se había puesto una chaqueta deportiva de su madre para no distraerlo. Sintió deseos de llorar y comenzó a sentir como se le acumulaba el amargor de las lágrimas en la garganta.

—Me voy a dar una vuelta —declaró, poniéndose en pie y dejando el libro a un lado, junto al Goshinboku. Una ráfaga de aire se arremolinó alrededor de ellos y del árbol, pero ninguno de los dos le prestó atención.

—¿A dónde iras? —la miró, aún sentado en el suelo.

—No lo sé, pero quiero estar sola —InuYasha notó la voz agitada de su compañera y el olor salino de las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos.

Estuvo a punto de rebatirle, pero finalmente pensó que sería mejor darle su espacio, siempre podía seguirla a cierta distancia.

Se mantuvo sentado en el suelo, con los ojos cerrados y las manos metidas en las mangas de su haori, como era habitual en él cuando esperaba. La sintió alejarse y comenzó a contar, unos cincuenta pasos la separaban del lugar en que estaban y la puerta sintoísta de la entrada al templo, que era hacia donde parecía dirigirse, otros casi cien, entre la cima del monte y la calle.

Notó un particular pinchazo en el cuello y abrió los ojos primero de forma interrogativa, para luego expresar la sorpresa que le producía reconocer esa ínfima molestia. Se dio un golpe sobre el cuello y luego se miró la mano.

—¿Myoga?

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Continuará…

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N/A

Ayyy!

¡Cómo esperaba este reencuentro!

El capítulo ha tenido un poco de todo y es como creo que se siente estar en medio de un caos que no termina de ordenarse.

Y así, a lo tonto, ya vamos en el capítulo 28

Espero que lo disfrutaran y que me cuenten en los comentarios.

Besos!

Anyara

P.D.: Les recuerdo que entre algunas fans y una amiga, hicimos algunas historias en torno al Solsticio y que se pueden ver y leer.

Len Barbosa colaboró con una imagen animada que pueden encontrar en sus redes titulada Geshi

Minako K colaboró con su relato Confianza

Archangemaudit (mi amiga) colaboró con el relato Kintsugi

Anyara, yo misma, con el relato SŌZO que pueden encontrar en la Antología de Ēteru

Anímense a pasar!