Capítulo XXIX
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Los cuadrados que componían la acera por la que caminaba resultaban monótonamente grises y estaban perfectamente limpios, ya se encargaba de ello la máquina que barría y cepillaba el suelo cada mañana sobre las ocho. Kagome la había escuchado un par de días, y aunque era un recuerdo absurdo, ahora todo lo parecía. Iba por la calle sin un rumbo claro y tenía demasiadas emociones dentro que le estaba costando clasificar y convertir en energía útil, era como si su tramoya interior estuviese en un receso y no quisiese trabajar.
Había salido del templo enfadada, seguramente por lo mismo que pensaba de las emociones revueltas, y había echado a andar sin pensar en un destino. Al principio lo hizo a paso raudo, para que cuando InuYasha viniese a alcanzarla, su andar le demostrara que estaba molesta. Sin embargo, al cabo de un tramo del recorrido, él no había aparecido y Kagome comprendió que al parecer su compañero también necesitaba algo de espacio, en ese momento comenzó a hacer sus pasos más lentos, quizás esperando a que en algún momento la alcanzara.
Paradójico —pensó. Podía estar muy enfadada con InuYasha y aun así lo querría a su lado.
Debía dedicar algo de tiempo a meditar, llevaba demasiados días dejando que las situaciones la llevaran de un lado a otro como el viento que mece la hoja que se ha desarraigado de la seguridad del árbol. Respiró, intentando que el aire entrara lo más fácilmente posible, sin embargo le costaba; debía recordarse una de las premisas principales de la espiritualidad: Equilibrio al pensar, sentir y actuar. Debía recordarlo y en ese mismo orden, para evitar momentos como el que acababa de tener con su compañero.
Casi no se dio cuenta de cuando llegó al primer cruce que daba fin al monte en que estaba el templo. Se quedó un instante esperando a que el semáforo cambiara de color para poder cruzar y en ese intervalo razonó en cuál era el lugar físico exacto en que estaba. Miró hacia atrás y vio el arco sintoísta que daba inicio a la escalera del templo, enseguida fue consciente que la cabaña de la anciana Kaede estaría junto a él, lo que inmediatamente la llevó a mirar hacia el frente y calcular el lugar en que ella estaba y que cruzando la calle estaría la cabaña en la que vivían Sango, Miroku y sus tres hijos. Al observar se encontró con una tienda de venta de diversos tipos de arroz. No pudo evitar la desazón, todo había dejado de existir. Aquél pensamiento la llevó a mirar en la dirección hacia la que caminaba desde el principio, notando una extraña sensación entre la alegría y la tristeza: melancolía.
Cruzó la calle en cuánto el semáforo le dio paso a través de su luz, también cruzo los brazos como si esperara resguardarse de algo. Siguió el camino despacio, tenía clara consciencia sobre lo vana de su ilusión, no era posible que hubiese nada ahí delante de lo que ellos habían dejado, pero aun así sintió la necesidad de caminar hasta el lugar en que había estado su cabaña.
Debía reconocer cierta ansiedad, a pesar de suponer de antemano lo que encontraría. Llegó al siguiente cruce de calles y continuó adelante, de pronto recreó en su mente el lugar, aunque todo era muy diferente ahora mismo. Miró nuevamente atrás y se detuvo, creyendo que ya había andado la distancia que según recordó separaba la cabaña de la aldea. Se quedó de pie en la acera mirando el edificio de dos plantas que se alzaba en el lugar, una casa más bien moderna que conservaba el estilo tradicional. Sobre la puerta de madera que marcaba la entrada principal sobresalía un árbol, cuyas ramas se alzaban por lo que ella supuso sería un jardín interior. Por un momento sintió el impulso de dar unos pasos hasta la puerta y ver si podía entrar; era muy probable que pudiese hacerlo, sin embargo se cruzó de brazos con más fuerza para no hacerlo.
¿Había algo de su antiguo hogar ahí dentro? —la pregunta resultaba totalmente ilógica ¿Qué podía quedar?
El gesto de sus brazos cruzados, pronto se convirtió en una especie de abrazo a sí misma. Se sintió sola y vulnerable y quiso que InuYasha estuviese aquí para que la abrazara y sentir ese hogar que extrañaba.
Escuchó cuando se abría la puerta de madera junto a ella y tuvo el primer impulso de disimular y hacer de cuenta que pasaba por ahí.
—Muchacha —escuchó la voz familiar de Kainuko, que salía de aquella casa. La miró con curiosidad— ¿A dónde te diriges?
Kagome la observó ¿Vivía aquí?
—En realidad, sólo salí a caminar —respondió, mientras la mujer se le acercaba. Era algo más baja que ella, quizás llegó a tener su misma altura durante su juventud, dudaba que más.
—¿Te importa si caminamos juntas? —preguntó la anciana, cuando estuvo delante de ella.
Se quedó en silencio un momento y tuvo la sensación de que alguna vez ya habían compartido un paseo por esta misma calle, recordó que habían hecho el recorrido desde el templo hasta el instituto, unos días antes de caer al pozo.
—Tengo que ir a una tienda para reemplazar unos pantalones que se me han desgastado ¿Vienes conmigo? —preguntó la mujer, tomándola del brazo tal como haría una abuela con su nieta.
Tuvo una sensación grata de remembranza cuando Kainuko la enlazó, quizás era por aquella vez que también la había tomado por el brazo. La mujer la miró como si la invitara a comenzar a andar, era extraño, su mirada parecía muy clara para los años que debía tener, a casi todas las personas mayores se les comenzaban a velar los ojos cuando se hacían mayores. Muchas veces Kagome relacionó eso con el no poder seguir viendo el mundo, casi como una despedida lenta.
—¿Qué me dices? —insistió un poco más la anciana. Kagome asintió con un gesto y lo acompañó con un sonido afirmativo.
Comenzaron a caminar a un paso cómodo, sin prisa. Atrás iba quedando el templo y el lugar en que había estado su cabaña.
—¿Tu compañero no ha salido a pasear contigo? —preguntó la mujer, Kagome estaba segura que con la intención de buscar algo de conversación en medio de una caminata silenciosa.
—No, se ha quedado en el templo —se limitó a responder.
—¿Se han peleado? —buscó, con ese tono afable y ligeramente sabio que utilizan los mayores para dar justo en la diana.
—No, en realidad, sólo necesitábamos un poco de espacio —Kagome solía ser todo lo sincera posible, con todo aquel que se cruzara en su camino.
—Ya veo —fue la respuesta.
Continuaron caminando en silencio un poco más, entonces Kagome pensó en que sería buena idea preguntarle algo sobre el libro. No estaba muy segura de cómo comenzar, ni si la mujer le podía decir algo útil.
—Hemos estado leyendo el libro que le dejó al abuelo —le contó, como un inicio.
—Y ¿Qué te ha parecido? —se encontró con una pregunta de vuelta. Tenía que reformular la conversación.
—Interesante, la verdad. Me gustaría saber ¿Cómo es que lo consiguió? —se iban acercando a la parte más central del barrio en que estaba el templo, las tiendas comenzaban a cambiar e iban dejando atrás las de comestibles, para dar paso a otro tipo de artículos.
—El libro siempre ha estado con nosotros. Mi familia de siempre ha estado ligada a lo antiguo —aclaró la mujer, aderezando sus palabras con una sonrisa— ¿Hay algo en particular que te llame la atención?
Aparte de salir mencionada en él, al igual que mi familia y personas a las que conocí, quiero saber si tiene una fórmula para regresar quinientos años en el tiempo —sus pensamientos se dispararon, pero sabía claramente que sus palabras debían ser otras.
—¿Además de que está finamente encuadernado? —esa era una de las cosas que podía comentar y que le habían gustado desde el primer momento, nada comparado con leer parte de su propia historia en él.
—Sí, además de eso —la instó, la mujer, tomando el brazo del que iba asida, ahora también con la otra mano, creando un instante de confidencialidad.
Kagome comenzó a barajar las preguntas que quería y podía hacer, para no descubrir más de lo necesario.
—¿Cómo es que se consiguió la información que hay en él? —ella podía verificar de primera mano parte de lo que había leído, pero necesita más.
—El autor fue muy concienzudo en su investigación —sentenció la mujer.
—¿Cómo sabe eso? —la pregunta era lógica.
—Cuando un artículo con esa antigüedad llega a ti, trae una historia y la cuenta quién lo ha puesto en tu camino —explicó.
Kagome se mantuvo en silencio un instante. Todo lo que Kainuko le decía resultaba metafórico y ella necesitaba anclar la información.
—¿Quieres saber algo más? —preguntó la anciana, deteniendo el andar.
Ella meditó aquella oportunidad por un momento algo más largo de lo que esperaba. Finalmente comprendió que lo único que quería saber era si el libro le podía dar una solución viable para volver con su hija, pero ¿Cómo preguntar aquello?
—Bueno, el libro habla de cierta forma de magia —se animó a plantear, con bastante cautela.
—Y tú, muchacha ¿Crees en la magia? —Kagome sintió algo en aquella pregunta, no podía definir muy bien lo que era, muchas veces la energía de las cosas, personas y situaciones no se definía del todo hasta tiempo después, hasta que estabas de pie en el lugar correcto para trazar las líneas, como ella se decía.
—Sí —la respuesta fue clara y sincera, no necesitaba dar razones para ella. La magia había rodeado su vida desde antes de su nacimiento, estaba en todo lo que era y en las personas que la acompañaban en la vida. Sí, creía en la magia.
—Entonces sigue leyendo el libro —le sugirió Kainuko, mirándola directamente a los ojos, con lo que Kagome alcanzó a descifrar como una sonrisa amable, casi dulce—. Ya estamos —anunció la mujer con un par de toques en el brazo que le tenía asido, para luego indicar la tienda que había al otro lado de la calle.
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Kagome se paseaba por aquella tienda llena de prendas de ropa de diferentes tallas, modelos y colores. Se sentía extraña al comprobar que algo que hace años le habría resultado interesante y hasta el objetivo de algún fin de semana con sus amigas, hoy no le reportaba ningún placer, es más, sólo era capaz de pensar en la inutilidad de tanto. Suspiró y se esforzó por poner algo de interés al mirar las prendas, después de todo llevaba días quejándose de lo poco que había en su armario que le quedase ligeramente bien y cómodo. Se había puesto algunas de las faldas plisadas que tenía de antes de ir al Sengoku, le quedaban bien y sus piernas seguían viéndose bonitas con ellas, a pesar de haber cargado un embarazo, suponía que el ejercicio y la vida en la aldea no le permitían a su cuerpo debilitarse y eso estaba bien; sin embargo aquellas prendar ya no le representaban igual que hace años. Respiró hondamente, para luego soltar el aire en un suspiro que buscaba calma. Miró alrededor, Kainuko se había perdido de su vista hace unos minutos, le había dicho que venía por un pantalón y terminó mirando más cosas y probándose diversas prendas. Ciertamente era una anciana curiosa.
—¿Te llevarás algo? —la escuchó hablar tras su espalda.
—¿Ah? No, no lo sé —la había descubierto en sus cavilaciones y se sorprendió un poco de no haberla notado. Esta mujer desprendía muy poca energía reconocible para ella. Suponía que era simplemente por ser una humana corriente; incluso su aura era bastante neutra.
—Mira éste —Kainuko indicó un vestido con pliegues en la falda y que estaba colgado en uno de los expositores—, es muy del estilo de lo que solías llevar, así no eres tú —le indicó la chaqueta deportiva que llevaba y que era de su madre. Kagome quiso sonreír con cierta ironía, hacía mucho que ella no era ella—. Anda, vamos a mirar algo.
—Bueno, en realidad no salí con esa idea —sinceró. Aunque no podía negar que era una oportunidad como cualquier otra y había llegado sin buscarla. Quizás debía hacer caso al flujo de la energía como ella misma solía decir.
—A veces no buscamos las ideas y ellas llegan —sonrió la mujer y Kagome tuvo una grata sensación con esa sonrisa—. Pruébate éste y éste y éste otro —tomo unos cuántos vestidos y se lo extendió a Kagome. Ella hizo el amago de negarse, pero Kainuko insistió con un gesto que le pareció absurdo discutir.
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Rato más tarde, ambas mujeres se encontraban en la puerta de la casa de estilo tradicional frente a la que ella se había detenido antes. Kainuko le había ofrecido un té y conocer su casa, al parecer estaba muy feliz con lo que había conseguido con ella a lo largo de los años y quería enseñárselo. En el camino le había hablado de momentos en los que la había visto de niña y adolescente, ella recordó alguno de ellos, quizás no tantos cómo habría esperado Kainuko.
Hasta que comenzaste a pasar tiempo enferma, según me contó tu abuelo —le había dicho. Ella sabía a qué tiempo se refería.
Kagome no podía abandonar del todo la preocupación del peligro que los asechaba; sin embargo, quería conocer aquella casa y quería sentirse un poco normal y ella misma, aunque fuese sólo por unas horas. Mientras se probaba uno de los vestidos en la tienda, pensó en cuánto le gustaría que InuYasha la viese con él, que la mirara como hacía cuando siendo ella una adolescente lo descubría observándola desde la distancia, quería sentirse anhelada como una mujer nada más y dejar por un momento a la sacerdotisa o a la compañera guerrera. Se sabía un tanto egoísta por desear aquello, pero también había decidido que al día siguiente saldría con InuYasha en busca de lo que fuese que él creía que iban a encontrar en el monte Fuji, así que se estaba permitiendo ser un poco joven, otra vez, un poco más.
La entrada a la casa de Kainuko efectivamente era a través de un jardín interior. Tendría unos dos metros de ancho en los que se encontraba un camino de losas de piedra que daba a un pasillo y éste, a su vez, permitía el acceso a las habitaciones de la casa. El árbol que Kagome había visto desde el exterior se alzaba en el centro de aquel espacio verde visible, que por lo que pudo vislumbrar, daba la vuelta en torno a la casa.
—Pasa, muchacha —invitó la anciana, quitándose los zapatos a la entrada, para calzarse una zapatillas de tela. Kagome repitió su acción y entró tras ella.
Nada más dar un par de pasos dentro de la casa pudo comprobar que realmente la mujer parecía haber estado rodeada de historia toda su vida.
—¡Cuántas cosas! —mencionó de forma admirativa. Kainuko le sonrió.
—Pasa por aquí, pondré agua para el té —le indicó—. Tengo ryokucha sencha y bancha ¿Cuál quieres?
—El que prefieras, prefiera usted —se corrigió de inmediato. Se había descubierto hablándole como haría con una amiga de su misma edad.
—No te preocupes por los formalismos Kagome, a estas alturas de mi vida ya no los necesito —le explicó la anciana, perdiéndose por el interior de la casa.
Kagome tuvo una sensación agradable de bienestar, como cuando te encuentras con alguien que puede ser tu amiga y te sientes en ese plano de confianza en el aún no sabes tanto de ella, ni ella de ti como para que ninguna de las dos partes se siente decepcionada. Quizás le hacía falta compartir con alguien que no estuviese tan ligada a ella y de ese modo ampliar un poco el espacio del mundo en que estaba. Aprovechó el momento de soledad para cerrar los ojos y extender la mano un poco, para sentir en la palma de ésta la energía del lugar en que estaba. Pudo percibir calma, gratitud, una especie de soledad antigua y sabiduría. Aquello la ayudó a confiar e ir tras la mujer que habitaba esta casa. Al pasar por medio de la siguiente habitación, se encontró con una estantería repleta de libros antiguos, la forma en que estaban posicionados le hablaba del cuidado con que se los trataba. De pronto se sintió responsable al haber dejado aquel libro bajo el Goshinboku, esperaba que InuYasha lo hubiese llevado dentro.
Se sentaron a tomar el té en la cocina. Era un espacio interior pequeño, no obstante daba a una esquina de la casa que se abría al jardín interior, justo en la parte en que éste giraba, por tanto la atmósfera de la habitación era relajada e invitaba a la calma.
—¿Vives sola? —preguntó Kagome, quizás impulsada por la confianza que había sentido con la mujer durante las últimas horas.
—Sí, hace años —la respuesta se limitó a eso y ella sintió que no debía ahondar. El tiempo le había enseñado a medir cuando una persona estaba dispuesta a contar más.
—Tienes muchos libros y me parece que todos antiguos —quiso amenizar un poco más el té, a la vez que saber sobre esta nueva amiga que parecía haber encontrado.
—Sí, mi línea familiar es antigua y los libros que has visto han permanecido por mucho tiempo con nosotros —Kagome pensó en preguntar por quién los heredaría, pero no se atrevió a emitir esa duda, en realidad no debía ser relevante para ella.
Tomó un poco más de su té, lo saboreó y notó como la tarde comenzaba a marcar las nubes en el trozo de cielo que alcanzaba a ver desde el sitio en que estaba sentada.
—Debería irme —expresó su pensamiento en voz alta. Hacía horas que había salido y aunque estaba segura que InuYasha podía dar con ella si quería, lo mejor sería volver.
—Antes me gustaría que te pusieras aquel vestido tan bonito que has escogido, seguramente tu compañero lo apreciará cuando llegues —Kainuko sonrió con cierta travesura que a Kagome le pareció curioso de ver en una persona con sus años. Quizás se había acostumbrado a personas mayores como Kaede o su abuelo y por eso le resultaba tan jovial la actitud de esta mujer.
Se quedó un momento en silencio, considerando su decisión. Una parte de ella quería sentirse libre y bonita, pero otra estaba hundida en una especie de depresión y le estaba costando salir.
—Vamos —se puso en pie la anciana—. No creo que hayas comprado aquello para dejarlo colgado en tu armario. En ocasiones es bueno mostrarnos en las diversas partes que somos.
Kagome, la mujer —pensó ella.
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Comenzó a subir la escalera que daba al templo, cuando la noche estaba a punto de caer. Su tarde había sido extraña, sin embargo se sentía en una especie de relativa calma. Kainuko la había animado a ocuparse de sí misma, le había dejado su baño para que se aseara y se cambiara de ropa. No estaba muy segura de la razón, pero se sintió con la confianza suficiente como para admitir el ofrecimiento. Kagome se miró en un espejo que había al final del pasillo de aquella casa que le resultó hermosa y concluyó que su aspecto era mucho mejor que durante esa misma mañana, al menos ahora se sentía dentro de sí misma, incluso su aspecto la representaba más. Sabía que era casi una frivolidad, pero se había puesto unas medias largas y acanaladas que le llegaban a medio muslo, cuyo color negro combinaba hermosamente con el gris del vestido que finalmente se había decidido a comprar. El volante que llevaba el bajo de la prenda se alzaba cada vez que daba un paso para subir otro escalón y rozaba ligeramente el borde de la media, cosquilleando sobre la piel. No podía negar que sentía cierta emoción y quería advertir la expresión de InuYasha cuando la viera, de alguna manera ella asemejaba esto a la primera vez que se puso una yukata diferente a la ropa tradicional de sacerdotisa que solía llevar por el pueblo. Aún recordaba el tiempo que pasó Sango con ella para enseñarle a coser bien la tela, con la delicadeza necesaria para que está quedase bien. Por entonces también su intención había sido la de darle una sorpresa a InuYasha en uno de los primeros aniversarios de su día para recordar, que era como le llamaban al momento en que se había unido a través del hilo rojo que ahora acariciaba en su meñique derecho.
Cuando llegó al final de la escalera, la primera estrella se veía sobre el tejado de la casa. No quiso mirar el cielo a su espalda, sabía lo que encontraría ahí y por hoy quería robarle un instante al tiempo. El templo estaba en calma y aunque la primavera estaba cada vez más cerca, aun se notaba en el aire el frío del invierno. Se detuvo ante el Goshinboku y miró sobre sus ramas, por si InuYasha estaba ahí, era extraño que no hubiese venido por ella aún ya que estaba segura que su olor le habría avisado de su presencia. En ese momento barajó la posibilidad de que estuviese molesto realmente. Estando en el Sengoku solían decirse cosas muchas veces, discutían, pero siempre se trataba de micro peleas que más tenían que ver con la mecha corta que tenía una y la capacidad de prender con agua que tenía el otro, y éstas siempre terminaban nada más comenzar. Respiró el aire frío de la noche, con los ojos cerrados y continuó el camino hasta la casa.
Se dio un par de vueltas en el sitio, mirando el entorno por si encontraba a InuYasha en alguna parte, cuando finalmente lo vio lo encontró en la ventana de su habitación. Se detuvo y se quedó mirándolo, su cara mantenía un gesto serio, casi podría decir que molesto por lo que alcanzaba a ver debido a la poca luz. Tenía las manos metidas en las mangas del haori y no le quitaba la mirada de encima. Kagome tuvo la sensación de percibir su aura desde la distancia en la que estaba y ésta le resultó densa y exaltada, como cuando se preparaba para entrar en batalla.
Sí, era evidente que estaba molesto.
Se pasó la mano por encima del vestido y sintió el volante cosquilleando en sus piernas, justo en la parte en que comenzaba la media, quizás como una forma de calmar su propia inquietud.
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Continuará
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N/A
Hola a todas/os los que pasan por aquí.
Este capítulo tiene muchos pequeños elementos y ganas de contar una parte de la vida que no esté plagada de miedos y peligros, aunque sepamos que están ahí.
Espero que les haya gustado y que me dejen sus comentarios.
Muchos besos!
P.D.: Ayer publiqué un nuevo relato en "Ēteru — Antología" por si alguien no sabe que existe esa otra historia que contiene relatos complementarios a Ēteru.
P.D.: En más de una oportunidad me he preguntado si debería crear aquí una dinámica en base a la cantidad de comentarios que reciba un capítulo (un día vi que Lis Sama lo hacía y creo que a alguien más también)
Pues bueno, a riesgo de que esto caiga en el vacío total, voy a proponer que si este capítulo llega a los 15 comentarios (qué sé que existen los lectores fantasma xD ) de aquí a mi miércoles noche, estoy con horario España, publicaré el siguiente capítulo. Además, bajo esta consideración, el primer comentario del capítulo 30 tendrá un drabble (posiblemente viñeta) dedicado.
Ahora sí, de nuevo
Muchos besos!
