Capítulo XXX
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Observa, Hermano mío
Incluso cuando la muerte
Parece engullirlos
Ellos se sumergen
En sus sentimientos
Y viven
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Sí, era evidente que estaba molesto.
Se pasó la mano por encima del vestido y sintió el volante cosquilleando en sus piernas, justo en la parte en que comenzaba la media, quizás como una forma de calmar su propia inquietud.
No alcanzó a volver a levantar la mirada cuando sintió una fuerte ráfaga de aire delante de ella que la obligó a retroceder medio paso, con la mala suerte de tropezar y caer sentada. Prácticamente no tocó el suelo, alcanzó a sentir que caía y notó a InuYasha sobre ella. Lo escuchó soltar el aire con fuerza y agitado, quizás más de lo correspondiente a la acción que acababa de efectuar, lo siguiente fue el encuentro de sus miradas y sentir su boca en un beso intenso que se adentraba en ella, le costó reaccionar y encontrar el ritmo para responder a ese beso. Sus pensamientos la llevaron a cuestionar lo que estaba pasando y antes de conseguir aclarar algo en su mente él la liberó y Kagome sintió la respiración temblorosa de InuYasha sobre su boca al soltarla de ese beso que destilaba fiereza, uno de aquellos que sólo le daba cuando ella había pasado el día cautivándolo con gestos que acumulaban su ardor, o estaba muy enfadado porque ella había hecho algo que resultaba peligroso; ahora mismo no sabía qué era lo que había motivado este arranque. Ella misma se notaba agitada por lo imprevisto del abordaje de él. Lo siguiente que sintió fue la presión que ejercía InuYasha en su cintura con la mano que había ido a parar ahí en aquella especie de confusión y la forma en que él le miraba la boca y de ahí hacia abajo, entre ellos.
—¿Qué pasa? —fue la pregunta lógica que Kagome hizo, pero él no sabía cómo explicarle que ver ese ínfimo trozo de piel desnuda en sus piernas, entre el final del vestido que llevaba y esos tabi largos que se había puesto, dispararon su avidez como si llevara meses encerrada. Le había dado una puerta de escape para la tensión que mantenía contenida.
La miró y sintió deseos de volver a besarla. Alcanzó a tocar sus labios con los propios y soltó una maldición antes de levantarla del suelo.
—Te espero arriba —fue todo lo que dijo, antes de volver a saltar a la ventana de la habitación.
Kagome se quedó perturbada y alborotada, sin procesar todavía lo que acababa de pasar.
Miró a lo alto, hacia la ventana de su habitación; estaba abierta y vacía. Soltó el aire en un suspiro y decidió que debía entrar en casa, no pudo pasar por alto que si InuYasha hubiese querido habría podido llevarla con él de un salto hasta la habitación; en cuánto puso un pie dentro de casa comprendió por qué no lo había hecho. Se escuchaba una conversación fluida que provenía de la cocina y pudo distinguir la voz de su hermano Souta y de Mei, suponía que también estaría Moe.
—Hola —saludó, nada más entrar en la cocina.
Escuchó las respuestas y sonrió para todos los presentes. Mei, como ya se estaba haciendo costumbre, se acercó a ella y la abrazó por las piernas para saludarla.
—Qué bonita estás hoy, Kagome oba —ella se inclinó y dejó un beso sobre la cabeza de la niña.
Los demás presentes se aliaron a la apreciación de la niña, para dar su opinión sobre el atuendo de Kagome. Su madre alabó el detalle de los botones delanteros del vestido y le pidió que se diese una vuelta completa para verla, a lo que ella respondió con un excesivo: mamá.
—Anda sube a dejar tus cosas y de paso trae a InuYasha para que comparta un momento con nosotros —su madre siempre resultaba conciliadora y pertinente. No sabía si le había pedido que subiera porque realmente esperaba a InuYasha o porque le leía a ella en la cara la sensación de estar siendo invadida.
Era una pena, pero no se sentía parte de lo que estaba sucediendo en la cocina en ese momento.
Asintió y partió hacia la escalera con la idea de ir a ver qué le pasaba a su compañero y porqué se estaba comportando así de extraño. No podía negar que en parte lo comprendía, ella misma no se encontraba del todo en su centro y eso considerando que se dedicaba al trabajo espiritual.
Caminó despacio, mentiría si dijera que con calma porque no se sentía tranquila. Abrió la puerta de la habitación y miró al interior que permanecía solitario y en penumbra, iluminado por la luz que entraba desde la ventana abierta, probablemente InuYasha había salido por ella. La temperatura en el interior contrastaba con la del resto de la casa. Cerró la puerta y llevó la misma mano hasta el interruptor que había junto a ella en la pared, pero no llegó a accionarlo. Se había equivocado, InuYasha sí estaba en la habitación y le sostenía la mano, permitiendo que el antebrazo se pegara como una sombra al suyo, luego sintió como su pecho le tocaba la espalda y perdió del todo el aliento cuando él respiró sobre su coronilla.
Cerró los ojos.
Lo siguiente fue sentir como le rodeaba la cintura con su brazo y el propio unidos, sosteniéndola contra él mientras se movía tras ella despacio para que tuviera consciencia de cómo se iba excitando. Kagome soltó la bolsa que traía en la otra mano y esta cayó al suelo, del mismo modo que cayó su resistencia. No estaba segura de qué le pasaba a InuYasha precisamente, pero tenía la certeza de que lo entendía, la energía que emanaba era de pura necesidad y era algo que compartían ambos, había un cansancio mental implícito en esto que comenzaba.
Descansó la cabeza contra el pecho de él y lo escuchó liberar un gruñido ligero que fue a dar justo en su cuello. Notó que tocaba su cadera con la mano que mantenía aún libre, la sostuvo y la atrajo más a su cuerpo, creando una suerte de suave danza a la que ella se entregó por medio de suspiros y acompasados movimientos.
Sentir a Kagome ahora mismo era una necesidad. Tenía muchas cosas que contarle, muchas cosas que le oprimían en pecho, pero en este momento sólo podía pensar en poseerla y en liberarse junto ella de todas las emociones que contenía, usando el modo elemental y salvaje que le permitía el cuerpo. Él no era delicado, muchas veces las palabras se le escapaban y no conseguía expresar todo lo que tenía dentro, no obstante, de este modo ella siempre lo entendía y lo dominaba y lo llevaba de la mano hacía sí mismo.
Mantuvo la mano abierta sobre la cadera, siseando cuando sintió el cuerpo de su compañera presionar sobre su erección. Tenía prisa, quería entrar en ella sin pausa y sin reparo, sin embargo también quería disfrutarla, que el momento se hiciese tan extenso como pudiera, y de ese modo alargar la llegada del mañana y de todo lo que parecía perseguirlos. Puso los colmillos sobre el cuello y el latido de vida que había en ese lugar, necesitaba aplacar los pensamientos y entregarse al deseo. La escuchó respirar inquieta por la sorpresa de su agarre y apaciguar luego la respiración, ya lo conocía, sabía que él no la dañaría nunca; no obstante, ahora necesitaba el fuego del temor y la lucha, necesitaba jugar con ese límite. Presionó un poco más la mano que le tenía prisionera sobre el estómago, para que en ese subir de su cuerpo Kagome sintiese su sexo. El movimiento abrió paso al aroma que ella concentraba entre sus piernas y esa excitación femenina ya conocida se le filtró por la nariz y la provocación decantó en una mayor fuerza de los colmillos en su cuello, enrojeciéndole la piel. Deslizó la mano abierta por el muslo y descendió muy despacio para reconocer la forma de esa parte de ella que siempre le había atraído. Kagome se removió inquieta y su aroma lo llenó todo.
El suspiro que liberó le erizó la piel incluso a ella misma. Sentir los colmillos de InuYasha sobre su cuello, y la presión que ejercían ahí, era algo que le electrizaba el cuerpo entero. Notó la forma en que su sexo reaccionó, comprimiéndose y preparando la musculatura en la zona para recibir lo inevitable. El corazón se le había disparado y aun así le latió con más fuerza cuando sintió la mano de su compañero recorriendo su pierna.
Ahí está —pensó, InuYasha, cuando tocó el borde de los tabi largos que llevaba Kagome. Acarició el contorno con un par de garras, procurando que el toque fuese suave. Seguía sin entender el efecto que tenía aquella prenda en él, ya que a pesar de no tenerla a la vista, reconocía su forma y el lugar en que estaba, además de lo mucho que cubría y todo lo que no. Había podido verlo cuando Kagome tropezó y su mirada se instaló directamente en esa zona. El deseo le resultó tan potente que por un instante lo asustó.
Lamió el cuello de su compañera en el lugar en que había dejado marcas rojizas, luego extendió la caricia de su lengua un poco más arriba y se detuvo cuando ésta llegó a la parte trasera del oído de Kagome. En ese momento se dedicó a respirar, sólo a respirar. Quería susurrar ideas obscenas, quería contarle el modo en que deseaba llevarla al suelo y montarla como si ambos estuvieran en celo. Sin embargo, se limitó a levantar la falda del vestido y acariciar la piel de la pierna, desde delante hacia el centro. Kagome tembló entre sus brazos y liberó una tensa queja. InuYasha presionó un poco más su sexo contra ella, pero ya no encontraba alivio en aquel gesto. La apretó con ambas manos: en el vientre y en la pierna, alzándola ligeramente del suelo para que sintiera su erección. Ella se quejó más alto y el sonido de su voz que se rompió en un gemido le llevó la sangre a ebullición, por un momento sintió el latido de su parte demoniaca y casi desfalleció bajo su fuerza.
—Kuso, Kagome —no eran las palabras, sino el entramado de deseos con que las emitía—. No seré suave —declaró, poniendo su frente sobre la cabeza de ella. Y volvió a oprimirla hacia su cuerpo.
Ella necesitaba que cumpliera esa sentencia.
—No quiero que lo seas —incitó a la bestia.
Lo escuchó gruñir y la vibración de aquel sonido le reverberó dentro del pecho, se le metió bajo la piel y la hizo temblar.
InuYasha la alzó y de dos zancadas la tuvo delante del marco de la ventana. Kagome se sostuvo del borde, intentando recuperar el equilibrio y comenzó a notar los movimientos de su compañero para liberarse del pantalón. El sonido de la tela y de la respiración de él la incitó de tal forma que percibió claramente cómo se humedecía su sexo, mojando la ropa y preparándose para la arremetida que estaba segura que vendría. Percibió su propia respiración agitada ante la expectativa. En el momento en que sintió el aliento de su compañero junto a su oído fue como si el corazón le fuese a estallar.
Todo se detuvo por un par de segundos que parecieron largos minutos. Kagome se mantuvo quieta, sostenida del marco de la ventana y se movió ligeramente agitada cuando sintió los nudillos de InuYasha dentro de la braga, él tanteó su humedad y lo escuchó soltar un suspiro necesario para aliviar la presión que parecía acumular en el pecho; y sus palabras, sus palabras eran cargas explosivas preparadas para detonar toda la energía que ambos iban condensando. Kagome podía reconocer la necesidad de InuYasha en la forma en que efectuaba la caricia, en la presión que ejercían sus dedos ahí donde la tocaba y en los sitios que escogía para asecharla como un depredador hambriento.
Sí, conocía a InuYasha y en este momento las carencias de ambos se equiparaban.
Sintió el roce deliberado de los colmillos sobre la oreja y luego los besos que fue dejando en su cuello. Le levantó la falda del vestido, tocando los muslos y arrastrando las manos hacia arriba con un ansia salvaje que ella estaba dispuesta a saciar. Murmuró su nombre y apretó los labios cuando fue consciente de que él se había arrodillado. La anticipación a sus movimientos fue casi tan potente como el miedo que tuvo a que la escucharan en la planta baja si él se atrevía a hacer lo que creía. Tocó a modo de súplica, una de las manos de su compañero que la sostenía por la cintura, pero se le escapó un gemido antes de tener tiempo de pedir nada; InuYasha lamía su sexo por encima de la prenda interior.
—Kami, mujer, tu olor me tiene trepando por los árboles con las garras —le soltó, pocas veces le decía cosas tan explícitas como ésta, pero siempre que lo hacía ella tenía la sensación de que los músculos se le licuaban.
Buscó sostenerse mejor del borde de la ventana abierta y jadeo hacia el exterior, esperando a que sus lamentos se perdieran en el bosque. Los pulgares de InuYasha exploraron por dentro de la tela que cubría su intimidad para abrir los pliegues, en tanto su lengua insistió un poco más por encima. Kagome notaba las convulsiones que aquello le ocasionaba y respiró profundo doblándose ligeramente sobre sí misma. Los pulgares de su compañero iban en ascenso, cortando la tela de la braga cuando llegó a los laterales con una facilidad pasmosa y ésta cayó al suelo como si se tratara de un trozo de papel inútil.
InuYasha comenzó a pasear la lengua por la humedad de su sexo, le tocó primero el clítoris y luego se hundió dentro de ella. Para entonces Kagome estaba con la frente sobre los brazos que descansaban en el borde de la ventana, respiraba agitada y su cadera se sacudía sin que pudiese controlar el movimiento. Su mente existía, a la vez que era incapaz de comunicarle ideas, simplemente estaba sintiendo y era lo que ahora necesitaba. Llegó un momento en que comenzó a acostumbrarse al nivel de placer que estaba recibiendo y creyó que si esperaba lo suficiente podría sentir su liberación. InuYasha, ajeno a sus planes, cambió el movimiento y llevó la lengua nuevamente hasta el clítoris para luego saborear su sexo, literalmente lo escuchaba disfrutar del sabor del líquido que nacía en ella y eso le tenía la piel encendida de forma impresionante. No conforme con aquellas sensaciones, su compañero lamió todo el canal de su sexo y algo más arriba, acariciando el ano con la punta de la lengua en una nueva carga de placer. La sensación la llevó a sacudirse de forma violenta, tanto que InuYasha la sostuvo por la cadera con firmeza, mientras creaba caricias con la lengua.
Deseaba escapar de aquel toque, tanto como dejar que profundizara en ella; simplemente su mente ya no conectaba las ideas.
Tuvo que sostenerla por la cadera cuando Kagome amenazó con escapar por la ventana abierta. No era la primera vez que llevaba la caricia de su lengua a esa zona, aunque no recordaba que fuese bajo este nivel de ansiedad. No quería pensar demasiado, quizás porque su propia mente estaba centrada en que su cuerpo sintiera. Todo esto había comenzado por los mismos dichosos tabi largos que ella aun llevaba puestos y por una necesidad casi palpable de permitir que su mente descansara de los pensamientos crueles.
InuYasha comprendió que los actos primitivos surgen de las emociones insondables y oscuras.
La mantuvo sostenida por la cadera mientras ella se esforzaba por respirar. Se sentó sobre sus propios pies, visionando su erección dispuesta para hundirse en su compañera, su mujer.
—Kagome —la nombró como un aviso, con la voz agitada y oscurecida por la sangre demoniaca que mantenía a raya.
La vio sacudir ligeramente la cabeza, para luego mirarlo desde esa posición en la que estaba. Sus ojos reflejaban el cúmulo de sensaciones que había ido gestando. Quiso besarla, volver a lamerla, desnudarla y recorrerla con la lengua sin dejar espacio de su piel por tocar. Sin embargo, su sexo la quería en torno, necesitaba sentir el calor de su interior rodeándolo mientras se hundía en ella hasta que le dolieran los huesos. Notó un fuerte escalofrío sólo de imaginarse en su interior, ese espacio en que calzaban todos sus deseos.
Kagome sintió sobre la cadera las manos fuertes de su compañero que la llevaban hacia él. No tuvo miedo a caer, el resquicio de su mente que todavía pensaba le recordó que estaba en el lugar más seguro existente. Su espalda dio con el pecho de InuYasha y notó el calor de su cuerpo a través de la ropa. Él le despejó el cuello, moviendo su pelo por sobre el hombro para luego darle un beso intenso, pero suave y aquello le pareció un remanso en medio del ardor. Llevó la mano hacia atrás y acarició a su compañero, en tanto suspiraba por el beso y el toque de InuYasha sobre su pecho al liberar algunos botones del vestido, también lo escuchó gruñir cuando uno de ellos se resistió más de lo que su paciencia le permitía.
Le acarició el pecho, uno y luego el otro, sólo con un toque superficial de la mano abierta que buscaba marcar un espacio de pertenencia. Luego de eso llevó la mano hacia adelante y estaba tan estimulado que se sacudió ante el propio roce de sus dedos con la punta de su erección. Kagome quiso ser parte de aquello y tocó igualmente la carne caliente y dura. Se escuchó bufar sobre el hombro de su compañera y de inmediato abrió la boca para posicionar los colmillos sobre aquella zona. Notó la punta de su sexo en la humedad caliente de ella y presionó los colmillos un poco más, escuchando a Kagome tomar aire y guiando junto a él su sexo: al fin estaba dentro de ella.
Ambos exhalaron al unísono y se mantuvieron muy quietos. InuYasha aun marcaba los colmillos en aquella zona al inicio del cuello y podía notar cómo latía el pulso acelerado de su compañera en ese lugar. Dejó que su aliento le quemara la piel y le cruzó el torso con el brazo para llenarse la mano con uno de sus pechos, en tanto la otra le cubría la boca y contenía los gemidos que Kagome comenzaba a emitir ahora que él se movía en su interior.
A lo lejos se escuchó a la madre de su compañera llamar desde el inicio de la escalera. InuYasha decidió Ignorar aquello mientras no la escuchase acercarse. Kagome emitió una queja de preocupación que él apagó al sostenerla con fuerza para entrar en ella con más intensidad. Sentirse en su interior era de las cosas más anheladas que existían para él, no era del todo consciente de la falta que le hacía tenerla, hasta que volvía a reconocer su intimidad con aquella parte suya hecha para encajar. La escuchaba quejarse, lamentarse lo más despacio que le era posible, y cuando él daba fuertes embestidas que iban cambiando el ritmo, Kagome le mordía los dedos para evitar gritar de placer. La humedad que brotaba de ella comenzaba a mojarlos a ambos e InuYasha se sentía embriagado por el aroma que desprendía. Le pellizcó un pezón, casi por desesperación, quería estimularla y que surgiera más de ese olor que liberaba cuando la excitación iba en aumento. La conocía, siempre que hacía el amor su compañera comenzaba a concentrar esa esencia que a él lo iba enajenando hasta hacerlo estallar.
Kagome percibía el aura enorme que InuYasha estaba creando, llegó a pensar que si esa aura pudiese convertirse en una barrera, los estaría protegiendo a ambos. Las sensaciones físicas la tenían al borde del colapso y le parecía que toda la habitación se estaba moviendo, así que se sostuvo con ambas manos puestas en sus muslos de su compañero, en tanto él la alzaba con su cadera, enterrándose en ella sin consideración. Los colmillos le marcaban la piel y luego la lengua aliviaba la presión que éstos habían ejercido, para nuevamente posicionar los colmillos y no estaba segura de si en algún momento, finalmente, la mordería. Se lo había advertido, le había dicho que no sería suave. Por un momento se notó sin fuerza ni aliento, y descansó la cabeza completamente sobre el hombro de su compañero que aprovechó aquello para lamer el cuello y la mandíbula, hasta la comisura de sus labios. Lo sintió entrar, golpearse hacia ella y acariciarla y dejar tentativas de mordidas en su cuello. Una vez más creyó que con esa cantidad de estímulo su clímax llegaría muy pronto, pero entonces InuYasha la empujó hacia adelante. Él había roto nuevamente el ritmo, comenzó otra retahíla de embestidas desde esa posición y las sensaciones se intensificaron aún más cuando la liberó del abrazo, para erguirse tras ella y desde ahí entrar con más fuerza; Kagome se sintió desprotegida y débil. Extendió una mano hasta el marco de la ventana y se sostuvo de él. Sus gemidos aumentaban cada vez que la ingle de InuYasha magullaba los límites de su entrada.
Escuchó las voces venidas desde el exterior de la planta baja de la casa. Apretó los labios y casi se los mordió para no hacer ruido, sin embargo el sonido de la humedad de sus sexos al encontrarse resultaba tan estimulante como inoportuna, parecía que podía ser oída en mitad del bosque. InuYasha pegó su pecho a ella nuevamente y volvió a cubrirle la boca con la mano. Sus propios gemidos los acallaba con la boca cerrada sobre el hombro de su compañera y Kagome estaba segura que la culminación para ambos estaba a un paso, sólo esperaba que el sonido de sus voces rotas por el orgasmo no llegasen a ser oídas fuera de la habitación.
Kagome habrá estado cansada
Cuídense para volver a casa
InuYasha se sostuvo con una mano al marco de la ventana, quedando junto a la de su compañera y se la tocó con el pulgar. Ahora mismo todo contacto era necesario.
Dile a Kagome que la llamaré mañana
Las voces la tenían inquieta, pero no podía parar. Sentir como InuYasha ahogaba gemidos con su nombre sobre su oído era de lo más excitante que recordaba. Tenía total consciencia de la fiereza que luchaba dentro de él.
Se lo diré, hijo.
Kagome gemía con sonidos cortos y ahogados por la mano que él le había puesto en la boca. Lo mordía y el dolor tenue de ese gesto se convertía en un catalizador para el remolino que mantenía a raya en el vientre y que buscaba su libertad. Sabía que no se podía negar al orgasmo mucho más y sentía la sangre arder por todo el cuerpo, sabía que estaba a un paso de transformarse. La madera de la ventana crujió bajo la presión de su agarre y Kagome buscó acariciarlo, tocando su cadera. Las acciones sucedían y él las veía, sin embargo su mente comenzó a centrarse cada vez más: los jadeos contenidos de su compañera, el vaivén de su pecho, la humedad en su sexo y él dentro de ella. Cerró los ojos, sintió como se le expandían los músculos y su cuerpo se fortalecía aún más. Las garras en sus manos aumentaron de tamaño se enterró los colmillos en la parte alta del brazo que sostenía a su hembra conteniendo un bramido. La escuchó decir su nombre y él se lo repitió en su mente.
InuYasha, ese soy —pensó, y quiso buscar el hilo rojo del meñique.
Presionó con su cuerpo el de Kagome que se soltó del borde de la ventana para quedar sometida bajo el peso, la potencia y la firmeza que él estaba ejerciendo ahora que se derramaba dentro de ella. Temblaba, temblaba tanto, que esa parte de su mente que detenía la transformación completa temía no poder contenerse y que la fuerza despiadada del youkai cediese sobre Kagome. Notó la punzada y las marcas que las uñas de ella le estaban dejando desde la cadera hacia el muslo y la sintió tensarse y temblar igual que él. Oprimió el marco de la ventana con más fuerza, como el único punto de soporte para los dos. Su mente se mantenía clara, sabía quién era y a quién estaba entregándose. Le acarició torpemente la mejilla con la mano con que antes le cubría la boca y la escuchó soltar el aire en una especie de suspiro que intentaba ser silencioso, luego fue ella la que se derramó en torno a él y un instante después pudo notar el líquido caliente recorriéndole las piernas.
Los temblores fueron cediendo poco a poco, las respiraciones se mantenían agitadas. Sin embargo, ninguno de los dos cambiaba la posición en la que se encontraban. InuYasha comenzó a acariciar a Kagome con la mejilla que mantenía pegada a su cara y ella intentó sonreír, pero el gesto fue aplacado por la necesidad de respirar. Se atrevió a soltar el marco de la ventana y éste crujió cuando la presión que ejercía fue liberada. Sintió su corazón batiendo aun y estaba seguro que la fuerza de sus latidos los podía sentir Kagome en la espalda. Se notaba nuevamente centrado y la fuerza del youkai lo iba abandonando de forma tan brutal que se sentía débil. Le besó la sien y se meció suavemente hacia su cuerpo, notando las sensaciones placenteras posteriores al clímax. Ella alzó una mano y con el dorso de los dedos le tocó la mejilla e InuYasha le acarició el cuello, el pecho y repasó con los dedos un pezón desnudo, entonces notó como ella se estremecía y dejaba caer su peso a un lado. La siguió en el movimiento, totalmente acoplados, no quería salir de ella. Se quedaron ahí, echados en el suelo, con la ropa a medio sacar y la respiración volviendo a su cauce.
—Tendrás frío —razonó InuYasha, cuando fue consciente de la brisa fresca que entraba por la ventana. Ella siempre tenía más frío que él.
Kagome reconoció la conmoción que aún bailaba en las palabras de su compañero y buscó abrazarse a él un poco más, ciñéndose hacia atrás, hacia su cuerpo, para tomar su antebrazo y rodearse con él, notando la sangre.
—Estás sangrando —consiguió articular, su propia voz resultaba disonante en medio de los sonidos que había tenido que acallar.
—No es nada —él siempre minimizaba sus heridas; todas ellas.
InuYasha la sostuvo más cerca de él, aunque tal acción era físicamente imposible si no era para metérsela en el cuerpo. Extendió parte de la chaqueta de su haori, el que aún vestía, y la cubrió para alargar el momento, para no dejar de tenerla envuelta con su amor. Sabía que había sido, incluso, violento con ella, más de lo que recordaba haber sido nunca en su estado normal de hanyou y luego en esa amenaza de transformación que sufrió. Suspiró, apenas soltando el aire, se sentía perturbado por todo lo que sucedía y que aún tenía que contarle a ella.
Le besó el pelo oscuro, manteniendo la intensidad del beso durante unos cuántos instantes.
—¿Qué pasa? —quiso saber Kagome. Tenía claro que su compañero estaba inquieto por algo, lo había podido leer en su aura en todo momento.
InuYasha suspiró sobre su pelo.
—No quiero perderte a ti también —confesó.
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Continuará.
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N/A
AnyaraXXX al habla…
No podía ser más propicio este capítulo como el número 30 en romano xD
Hemos tenido varios elementos, incluyendo los "tabi largos", me encanta que InuYasha los defina así, me gusta crear esa parte de él en la que comprende las cosas con sus herramientas.
Espero que disfrutaran con este capítulo, en toda la amplitud de la palabra, y que me dejen sus comentarios.
No llegamos a los comentarios que había propuesto, sin embargo varias personas que leían en la sombra se animaron a participar, así que hay una hermosa recompensa en una imagen dedicada para este capítulo hecha por mi querida amiga Len y la pueden ver:
En mi página de face anyarataisho
En mi tw anyarapleyadian
Y también en las redes de Len
Face aquaspirits
Tw lenbarboza
Además, de todas formas subiré un drabble dedicado para el primer comentario que reciba este capítulo y que tenga más de dos líneas xD
Muchas gracias a todas las personas que dejaron su comentario, a algunas no les he podido responder porque no estan registradas, sin embargo desde aquí un abrazo grande.
Besos!
Anyara
