Capítulo XXXI

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Acariciar el pelo de Kagome, después de hacer el amor, era uno de sus momentos preciados en la vida. Cualquier cosa podía estar mal en su mundo, cualquier cosa podía estar de cabeza, pero tenerla a ella pegada a su cuerpo, mientras él recorría las hebras de su pelo era como encontrar un remanso que le devolvía la calma. La escuchó suspirar, llevaban un rato tendidos sobre el futón que habían rescatado del armario luego de aquel momento de fuego puro que habían compartido. El bullicio dentro de la casa se había calmado un momento atrás, por lo que InuYasha asumía que la madre y el abuelo ya se habían ido a descansar.

—¿Me lo contarás ahora? —le preguntó ella, creando con los dedos una figura en su pecho, mientras descansaba la cabeza sobre su hombro.

InuYasha volvió a notar el ansia crecer dentro de él. Era valiente, se enfrentaba a todo lo que se pusiese por delante sin acobardarse. Había sido valiente cuando decidió amar a Kagome, sin saber si ella se quedaría junto a él o no; sin embargo, el miedo a perderla siempre le hacía compañía. Cuando era joven, apenas un adolescente, lo único que podía perder era su vida y ante eso no sentía ningún apego, incluso llegaba a ser temerario en aquello, pero ahora la tenía a ella y a su hija en otro tiempo; no podía permitirse perderlas, o incluso, privarlas de la protección que el amor que sentía lo impulsaba a dar.

—Luego —le ofreció, tomando la mano de ella, que creaba figuras en su pecho, para poner un beso en la palma y pedirle con eso, que dejara los problemas detenidos un poco más.

Kagome lo comprendió y aunque una parte de ella ansiaba saber lo que estaba pasando, otra sabía esperar y había aprendido a confiar en el criterio de su compañero. Quizás, si le daba suficientes besos, él se permitiría estar mejor.

Comenzó besando su pecho, notando la piel tibia e inmaculada que él tenía; era tan perfecta que cuando conocías las múltiples heridas que lo habían cruzado esa perfección resultaba avasalladora y dolorosa. Puso otro beso más arriba, en la clavícula y en el cuello, pudiendo escuchar como su respiración comenzaba a marcar un ritmo distinto. En ese momento él la miró y Kagome reposó su mentón sobre el pecho de su compañero y desde ahí lo miró, también, prendada del hermoso dorado de sus ojos. Probablemente jamás se cansaría de mirarlo, más aún cuando le mostraba ese resquicio de indefensión que a nadie más exponía.

—Te amo —le dijo ella, dejando que una sonrisa le diese soporte a sus palabras.

InuYasha la observó un poco más, él pocas veces le declaraba su amor con esas palabras, aunque estaba seguro que Kagome lo comprendía tanto como lo conocía. Le acarició con los dedos la mejilla, los labios, mirando el recorrido y creando en éstos el mismo símbolo del infinito que ella marcaba sobre su pecho. Decir te amo le resultaba una pequeña frase que no alcanzaba para expresar lo que su alma experimentaba. Cuando le decía te amo, buscaba volverse transparente en todas las capas que lo componían y mostrarle a ella que todo lo que él podía ser ahora nacía del reflejo de lo que ella había sido siempre.

—Te amo —le concedió, deseando poder transmitir todo aquello.

A Kagome le gustaba, a ella le hacía falta oírlo y que lo devoraran mil youkais, por mil años, si él no estaba dispuesto a hacerla feliz.

La vio sonreír, sus sonrisas habían dejado de llegar hasta sus ojos hace tiempo, sin embargo ésta que le regalaba jugueteaba por sobre las mejillas y permitía un brillo maravilloso en esos ojos castaños.

Oh, Kami, la amaba.

No sabía qué hermosa conjunción del éter, del que ella hablaba, se la había otorgado, pero él lo agradecía en cada respiración.

La vio dejar un nuevo beso en el pecho y sintió la presión de sus labios suaves que le marcaban la piel con su calor. Desde ahí ella bajó para besar su estómago e InuYasha notó la inquietud que ese camino de besos comenzaba a despertar. La caricia le había humedecido la piel y se trasladó a su costilla, él tuvo el impulso de alejarse ante el temblor que le robó ese contacto y sintió el modo en que Kagome lo sostenía por la cintura para que no se escapara. El siguiente beso lo volvió a poner en el estómago, esta vez un poco más abajo, de camino a su vientre y él cerró los ojos un instante al sentirla remover la manta que lo cubría.

Fue consciente de sus labios posándose sobre un lado de su cadera y a dónde buscaban llegar. InuYasha se entregó a las sensaciones que su compañera le iba removiendo; a todas ellas. No la detuvo en ningún momento, del mismo modo que ella no lo había detenido a él tiempo antes.

Por una parte quería esto y sólo esto, no pensar más, no sentirse culpable o responsable y conseguir parte de la abstracción de hace un rato atrás. Sin embargo otra parte de su mente le recordaba a cada instante que la muerte estaba ahora mismo en el cielo, acercándose a ellos por minutos. Se tocó el pecho y se lo frotó para aliviar la carga y Kagome pareció consciente de ello, porque le dio un beso en el vientre y desde ahí lo miró un momento.

InuYasha respiraba con cierta agitación y notó un cambio en la energía que emanaba, no era excitación lo que sentía, al menos no del tipo que debía surgir en medio de las caricias que le estaba procurando. Lo miró y el gesto que él hacía al tocarse el pecho le hablaba de lo que su aura ya le había contado. Le dio un beso en el vientre y dejó descansar la mejilla sobre él, para observarlo desde ahí. Sus ojos dorados le hablaron de la preocupación que guardaba su corazón, seguramente a raíz de aquello que aún no le contaba. Para ella era indudable la importancia que debía tener, sin embargo su intuición le decía que aquello podía esperar por las horas que faltaban hasta la mañana.

—Déjalo, y que espere hasta el amanecer —escuchó la petición de su compañera, suspiró y notó como se aflojaba la presión que notaba en el pecho.

—Eres una bruja —dijo, antes de regalarle una sonrisa que le hablara de la calma que comenzaba a conseguir. A veces se preguntaba si los poderes de Kagome podían influir en como él se sentía con ella, porque inevitablemente lo ayudaba. Siempre.

—Lo sé —aquellas dos sílabas fueron dichas con total intención, justo antes de proseguir con la labor que había detenido.

La boca de Kagome pasó por su ingle, sus muslos, sus testículos y se detuvo en la base de su pene, desde ahí lo miró con sus ojos de maga. InuYasha se quedó observando el modo en que sus labios se cerraron en esa parte de su carne, sintiendo la humedad y presión de su lengua sobre el canal que ahí se marcaba. Las manos le hormigueaban por tomarla de los hombros y atraerla hasta él para penetrarla; sin embargo, se contuvo y sólo la miró recrearse en la caricia húmeda que le daba su boca.

Quiso entregarse totalmente al momento y deseo seguir en ese estado de desconexión que ella intentaba entregarle, el amanecer traería consigo sus propias preocupaciones. Ahora mismo sólo quería ser uno con Kagome y grabar en su mente, y su instinto, el sonido de su corazón cuando latía ligeramente más rápido, así como el aroma de su piel. Se escuchó gemir, jadear y hasta rogar y eso acrecentó el ritmo de los latidos de su compañera, acompasándose cada vez un poco más a los suyos. Respiró hondo cuando las inquietudes y la realidad amenazaron con aplastarlo e intentó centrarse nuevamente en Kagome y en sus caricias.

Sintió cómo se apoderaba de su sexo, creando un espacio para él dentro de su boca y dejó caer la cabeza hacia atrás como un acto reflejo de placer. Cada vez que Kagome hacía aquello sentía que el suelo se abría bajo él. Y en cada una de esas oportunidades recreaba en su mente aquella primera vez, cuando no podía ni imaginar el goce que su boca podía darle; luego de aquello, él también le había demostrado lo que podía hacerle con la boca. Siseo de pura ansia, notando nuevamente la incomodidad de los pensamientos intranquilos sobre todo lo que sucedía con ellos ahora mismo: Moroha, el cometa, el viaje que debían emprender.

Volvió a centrar su mente en las sensaciones y se llevó un antebrazo por encima de los ojos para dedicarse simplemente a sentir la forma en que ella lo contenía, lo recorría y creaba formas con la lengua en torno a su sexo. Le gustaba escuchar la manera en que la humedad dentro de la boca de Kagome lo permitía deslizarse en ella y percibir el aroma que su compañera iba desprendiendo, así como el roce de su pecho sobre las piernas. InuYasha sintió que se le secaba la garganta, las sensaciones se estaban convirtiendo en un potente estimulante y comenzaba a perderse a sí mismo en medio de ellas. Notó que su vientre comenzaba a concentrar el calor peligrosamente.

—Para —siseó—… Para —sus palabras eran una súplica. Extendió la mano para sostener su propia erección y detener el movimiento que ella efectuaba. Necesitaba que este momento durara más, que fuese una de esas noches en las que no dormirían. Una de aquellas en las que todo su mundo estaba en su sitio.

Kagome lo miró y por un momento se sintió extraviada, se había inmerso de tal forma en su labor de despegarlo de las preocupaciones que ella misma estaba excitada de una forma casi obscena. Notaba la humedad que se iba produciendo en su intimidad y la necesidad que tenía de sentir cómo InuYasha la saciaba. Cuando comprendió que él quería detenerla, se sintió llamada a retarlo.

—¿Pararas esto también? —le preguntó con cierta nota de lascivia, en tanto se incorporaba para intentar montarlo.

InuYasha la observó y la sostuvo con ambas manos por la cadera, usándola a ella misma como soporte para deslizar su cuerpo por entre sus piernas y quedar con la boca justo bajo su sexo humedecido y con aquel olor almizclado que brotaba de su deseo. Escuchó como quedaba atrás un sonido de sorpresa emitido por Kagome que se solapaba con una nueva expresión cargada de gozo. La sostenía con fuerza por la cadera, mientras se alimentaba del líquido que emanaba de ella. La lamía y la saboreaba de ese modo que él conocía y que la llevaba al delirio en segundos. Percibió, más que vio, como caía debilitada sobre sus propias manos, intentando no desplomarse del todo sobre el futón. Lo sostuvo por el hombro e intentó quitarlo del sitio en que él estaba bebiendo, para luego liberar un quejido lastimero que intentó consumir dentro al oprimir los labios con obstinación. InuYasha la sintió temblar, casi escapando de él, y derramarse con abundancia sobre su boca. Bebió todo lo que pudo y finalmente tuvo que alzar la barbilla para no ahogarse, notando como aquel torrente le mojaba el cuello.

Kagome jadeaba, sin sentirse aún dueña de sus movimientos, notando como el cuerpo le pedía dejarse caer luego de la descarga de energía que acababa de experimentar. InuYasha respiraba agitado entre sus piernas y cuando pudo mirarlo, con la boca empapada de sus fluidos, sintió como un nuevo temblor la sacudía. Era realmente maravillosa la forma en que la mente le daba paso abierto a las emociones después de un orgasmo.

Sintió los dedos de una de las manos de él que se enlazaban con los suyos, para darle un soporte, y lamer nuevamente sobre el clítoris que estaba demasiado sensible como para tolerarlo.

—No… Por favor —casi le gritó, mientras se sacudía por las sensaciones. Lo escuchó reír y aunque apenas tenía fuerzas, se mantuvo mirando absorta el dorado que brillaba de un modo que la llenaba de nostalgia. Sintió deseos de llorar, ahora mismo estaba sensible de todos los modos posibles. Respiró profundamente.

InuYasha la ayudó a recostarse de medio lado sobre el futón y tembló cuando él le besó la piel de la cadera y luego las costillas, marcando la forma de éstas con un dedo, de abajo hacia arriba. La empujó suavemente desde el costado, para que quedara recostada del todo y en ese momento le besó el vientre. Fue un beso extraño, cargado de la emotividad que ahora mismo los conectaba. Kagome había podido asentar ligeramente todo lo que estaba experimentando y fue consciente del modo en que sus auras se habían entrelazado. InuYasha permanecía echado, usando su vientre como almohada, mientras la miraba y deslizaba los nudillos de una mano, de arriba abajo, desde su ombligo hasta el inicio de uno de sus pechos. Lo sintió, y vio, hacer ese gesto dos veces, tres y a la cuarta los nudillos rozaron el pezón y se recrearon en él.

—Me encanta como hueles —le confesó. Kagome no pudo evitar la sensación de remembranza, de aquella primera vez que le había dicho que le gustaba su olor. Le acarició el pelo con la punta de los dedos.

—Y a qué huelo —la pregunta siempre jugaba entre ellos cuando InuYasha se lo mencionaba.

—A ti, a mí, a los dos siendo uno —sus palabras eran calmas, estaban rodeadas de la emotividad que ahora mismo los envolvía.

Tuvo deseos de decir algo, no obstante se distrajo ante el estímulo que su compañero ejercía sobre el pezón, atrapándolo entre dos dedos. Sintió la presión de la sangre que volvía a excitarse y se humedeció los labios como un acto innato e InuYasha, que no había dejado de mirarla, se lo tomó como la invitación que finalmente era. Lo vio incorporarse, no sin antes dejar un beso en el vientre que lo había sosegado un momento.

Se inclinó sobre ella y la besó sin prisa, no obstante, poniendo en claro sus intención de continuar con la sesión de caricias, besos y confesiones murmuradas al espacio que los albergaba. No sabía si esta noche la dejaría siquiera dormir, sólo tenía la seguridad de que se iba a albergar en ella todas las veces que se lo permitiera.

Notó la forma en que su compañera recibió el beso sin barreras, le entregó su boca, de la misma forma que le entregaba el cuerpo y las emociones y los pensamientos y un amor tan inmenso que no le cabía en el pecho. Aun hoy, se sentía tocado por un milagro cuando pensaba en tenerla en su vida. Suspiró sobre su boca como un acto de alivio ante la fuerza de sus propios sentimientos y se dedicó a saborearla con dedicación, la misma que puso en la caricia que le daba en el pecho, sosteniendo su peso con la mano abierta por un costado e incitando el pezón con el pulgar. Kagome suspiró y él se llenó con ese suspiró como hacía tantas veces. Puso una de sus rodillas entre las piernas de ella y le pidió ocupar el sitio en que se sentía cobijado. Su compañera separó las piernas y alzó la cadera para indicarle que sí, que ahí estaba su lugar.

Estímulo su sexo sobre el vientre de ella, moviendo la cadera de adelante y atrás, para que la erección se llenara nuevamente por completo. Sintió como se iba endureciendo y se llevó un pezón a la boca mientras lo hacía; Kagome se tensó bajo su cuerpo y se quejó soltando el aire hacia una de sus orejas. InuYasha sintió que se endurecía aún más ante ese estímulo y entonces ella, como si buscase una revancha, le atrapó la oreja entre los labios, arrancándole un gruñido.

Él arrastró despacio su sexo por encima del vientre tibio de su compañera y la separación de sus piernas le permitió sentir el calor y la humedad del canal que lo llevaría a su interior. En el paso la acarició en aquella zona expuesta y tan sensible ahora mismo por todo lo que llevaban compartiendo y notó como se estremecía soltando su oreja, lo que le permitió mirarla en el momento en que sintió la punta de su erección humedeciéndose en la entrada a su cuerpo.

—Mírame —le pidió, con la voz desgastada por su propia excitación. Siempre sería un placer ver la expresión de su compañera cuando lo recibía.

Kagome busco el dorado oscurecido de sus ojos y no dejó de mirarlo.

InuYasha sintió la fuerza del amor que le profesaba, no había modo en que pudiese siquiera comenzar a desgranarlo para ella. Kagome era su existencia más preciada, su lugar de comprensión para todo lo que era el mundo. En el portal de sus ojos la vida encontraba principio e infinito.

¿Qué haría si un día le faltaba? —aquella pregunta había dejado de ser un pellizco en el corazón para convertirse en una garra completa que lo estrujaba.

No quería pensar.

Se empujó mi despacio hacia ella y notó el paso de esa primera barrera que siempre estaba ahí, la punta atravesando, abriéndose paso por la forma definida de la entrada; luego de eso el cuerpo de ella se adaptaba a él, siempre era así, su propio cuerpo lo reconocía. No dejó de mirarla en tanto se adentraba en su sexo y veía la forma en que el color de sus mejillas cambiaba a aquellos infinitos tonos de rosa que tanto amaba. Sus pupilas cubrían casi totalmente el castaño de sus ojos, probablemente el dorado de los suyos se había perdido también, Kagome se lo había contado muchas veces, algunas de ellas con palabras y en otras con sonrisas o besos perdidos en la pasión.

Soltó el aire cuando se sintió completamente aprisionado por su compañera y se permitió pensar en que probablemente mañana los problemas los engullirían, pero esta noche, ahora, en este instante, ella estaba ante él y era asombrosa y perfecta.

Le besó la boca, le lamió los labios y luego un pezón varias veces, hasta que ella gimió de gozo y entonces mordió con suavidad y comenzó a mecerse en su interior, suspirando cuando él mismo tuvo que soltar el bocado a causa de su placer. Metió ambas manos tras los brazos y hacia la espalda de ella para adherírsela al cuerpo, murmurando sobre su oído y su cuello palabras sueltas que hablaban de pasión, de ansia y de amor. Se metía en ella una y otra vez, despacio y completamente dentro, y aun así le parecía insuficiente. El olor de la habitación era obsceno y delicioso, cada partícula de aire estaba rodeada del aroma del momento que compartían. La piel de Kagome resultaba cálida y su interior estaba caliente como la brasa que quedaba encendida en el hogar de la cabaña que habitaban en su tiempo. InuYasha jadeó sobre su hombro y ella apreció como todo su cuerpo reaccionaba el aire caliente que él desprendía. Se sintió alzada, así como la tenía abrazada y se sostuvo con fuerza de los hombros de él y de su espalda cuando notó que la anclaba con las manos y los brazos por debajo de las piernas, para que el movimiento hacia él fuese más fluido y seguro. Comenzó a perder el aire y la razón a medida que su compañero la removía sobre su cadera firme.

InuYasha —murmuro su nombre tantas veces como la voz y la fuerza se lo permitió.

Kagome notaba la forma en que sus cuerpos se habían ajustado y se rozaban, la fricción era apremiante y le erizaba la piel de la nuca y la espalda. En ese momento su compañero le buscó la boca, con un gesto acuciante, abriéndose paso como podía por medio del abrazo y la sujeción y la necesidad de estar unidos. Sus labios se encontraron, en medio de jadeos que no les permitían un beso completo. Era tanta el ansia, el anhelo perpetuo de permanecer siempre unidos, que todo espacio entre ellos era un abismo.

Kagome le enterró las uñas en la espalda e InuYasha soltó un quejido difuso que lo incitó a hacer el movimiento con ella aún con más brío. Sintió que el clímax le calentaba el vientre y los músculos de su interior comenzaban a aferrarse al sexo de su compañero. Fue totalmente consciente del modo en que perdía el enlace con la realidad a través del orgasmo y el vínculo que éste creaba con lo más esencial de su ser. Todo en ella se sacudía en espasmos que no era capaz de controlar. Notó como InuYasha intentaba acallar sus gemidos, con los labios presionando en un beso errático y tembloroso. Logró algo de consciencia y lo escuchó sisear su nombre sobre su boca y se le erizó aún más la piel ante la vibración que la voz ronca ponía en su interior. InuYasha comenzó a temblar, echándose un poco más hacia atrás y conteniendo el peso de ella, y su propia posición, en el momento en que empezó a gemir cada vez más alto. Kagome le puso una mano abierta en la boca para que no se escucharan sus casi bramidos, entonces la miró durante un instante y pensó en que esta era la segunda vez que se derramaba dentro de ella hoy.

—Estoy… —alcanzó a expresar sobre los dedos que le cubrían la boca.

—Lo sé… —fue la hermosa comprensión que le otorgó.

En ese momento InuYasha se dejó ir del todo, cerró los ojos y oprimió los párpados. Su cuerpo convulsionó sin margen al silencio o a la mesura. Su bramido se abrió paso, a pesar de la mano de Kagome que tuvo la sensación de ser capaz de alcanzar otro orgasmo sólo por sentir la potencia del que experimentaba su compañero. Lo observó, jadeando a la par con él y le quitó la mano de la boca para abrazarlo con la única consciencia de estar complementándose y transcendiendo.

Resultó un enorme esfuerzo regular la respiración, uno en el hombro del otro. Kagome comenzó a hacerlo primero, su propio orgasmo había llegado unos instantes antes que el de InuYasha y le acarició el pelo como señal de recuperar parte de su claridad. Él se tardó sólo un momento más y le besó el cuello, apretándola hacia su pecho, demostrando con eso que sus fuerzan también regresaban. Kagome notaba la humedad en la unión que aún mantenían y que al parecer ninguno quería abandonar. Cuando InuYasha pudo comenzar a darle algo de espacio, la mantuvo abrazada desde la cintura para así poder mirarla y comprobar los maravillosos colores en su rostro y el brillo que se le quedaba en los ojos después de su culminación.

—Te brillan los ojos —le dijo ella y él se sonrió en medio del esfuerzo de respirar.

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La noche estaba siendo extrañamente agradable, a pesar de la sensación de estar en medio de la oscuridad y al borde de un abismo del que no veían el fondo. Desde el día en que se conocieron todo había sido un ir con los eventos y ella había visto a InuYasha de un modo que por entonces no entendía; no lo veía con los ojos, lo veía con el espíritu y eso consiguió abrir en ella un mundo desconocido y en él sus propias posibilidades.

Cuánto poder puedes llegar a obtener sobre ti mismo cuando alguien cree en ti —pensó, acariciando la cabeza de su compañero por detrás de una de sus orejas, mientras él descansaba en la curva que creaba su cadera y su cintura, recostada de medio lado como estaba.

A través de la ventana entreabierta se podía escuchar el canto de una campanilla que colgaba en una de las pagodas. Kagome se mantenía en ese estado de adormecimiento, en que tenía claro que aún no la había atrapado del todo el sueño, sin embargo podía llegar a hacerlo en cualquier momento. Durante las horas de esta noche no habían parado de hacer el amor, lo seguían haciendo ahora mismo a través de las caricias que se daban, cobijados por la penumbra que se filtraba por la ventana.

Kagome tenía claro que toda la energía que InuYasha parecía despiadadamente decidido a liberar, tenía que ver con la angustia y la presión de estos días y por aquello que debía contarle y que continuaba aplazando. Sintió como le acariciaba la piel sobre la costilla con un gesto de su mejilla, en tanto rebuscaba hacerse un espacio entre sus piernas con los nudillos.

—Sabes que me estoy durmiendo ¿Verdad? —continuaba acariciándole la cabeza tras la oreja, con suave movimientos cargados de amor.

—Sí… —alargó la sílaba, continuando con las caricias. Esta vez removiéndose de la cómoda posición en que estaba para intentar dejar a Kagome expuesta a él.

—Y ¿Entonces? —preguntó con la voz adormilada y divertida, cuando sintió que él se ponía una de sus piernas sobre el hombro. Ciertamente no tenía voluntad, ni deseos, de negarse.

—Espero despertarte —dejó un beso húmedo en la parte interna del muslo, unos centímetros bajo la ingle.

Ella se removió y lo miró. Los ojos de InuYasha se encontraron con los suyos y le hablaron de ese abismo profundo que presentía.

—Me vas a contar de qué estas huyendo —intentaba alcanzar la mejilla de su compañero para acariciarla. Él le envió una mirada retadora, como si le ofendiese que la hablara de huir, sin embargo su mirada se ablandó de inmediato; sabía que llevaba horas haciendo justamente eso: Rehuyendo.

Lo escuchó suspirar, bajando la mirada hasta su sexo expuesto para él. Kagome suspiró, también, en el momento en que notó que los nudillos de él tocaban con sosegada calma los pliegues de su entrada.

—Esta tarde, cuando te has ido, ha aparecido Myoga —no pudo continuar, ni con las palabra y apenas con la caricia, Kagome se sobresaltó y de sentó sobre el futón junto a él.

—¡¿Myoga?! —la pregunta y la exaltación eran pertinentes.

—Sí —confirmó lo dicho, distrayéndose un instante, en el pecho desnudo de su compañera y el aroma de su semilla dentro de ella. Un pensamiento fugaz cruzó su mente, pero lo desechó.

—Y ¿Dónde está? —preguntó e inmediatamente comenzó a mirar alrededor, mientras buscaba refugio junto al cuerpo de InuYasha— Espero que no esté aquí.

Se le tiñeron las mejillas de un rojo tan intenso, que él tuvo que soltar una risa.

—No, tranquila, bebió suficiente sangre como para quedar tumbado por ahí en mitad del bosque —le contó. Después de todo, la pulga lo había extrañado.

Kagome pestañeó un par de veces, enfocándose en su compañero como si buscara centrar sus propias ideas.

—¿Qué te ha dicho? —la pregunta surgió llena de temores e InuYasha ya no pudo evadirla.

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Continuará

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N/A

AYYYYYYY…

Sí, hablan con AnyaraXXX

Me ha encantado escribir este capítulo, creo que a estas alturas quienes me leen saben que amo escribir lemon, es mi forma de encontrar el norte.

Este capítulo en particular mantiene la sensación de búsqueda de evasión a la vez de querer consuelo en brazos de quien amas, algo que creo debería ser primordial en el amor. También quería relatar un momento de pasar horas y horas, sin tiempo, haciendo el amor de ese modo hermoso que existe cuando lo haces, incluso, sólo estando.

Y bueno, las aclaraciones a las dudas que puedan surgir por la aparición de cierto anciano youkai, las podremos ir viendo desde aquí y otras muchas cosas que aún falta contar.

Espero que, literalmente, disfrutaran del capítulo y que me cuenten en sus comentarios. Fuera timidez que sé que leen xD

Besos!

Anyara