Capítulo XXXII

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InuYasha observaba las pequeñas plantas que le había traído un repartidor al abuelo de Kagome y que éste había puesto en los cajones preparados con tierra para cultivar. Le pareció extraño que el anciano no comenzara desde la semilla él mismo, pero de sus tantas visitas había concluido que en el tiempo de Kagome muchas cosas se hacían de modo diferente. El lugar olía a las plantas de una hierba que solía poner Kagome en sus comidas después de cocinarlas, porque sabía que a él no le gustaba. Miró los brotes de negi que comenzaban a tener una buena hoja, seguramente darían cebolletas de buen tamaño. La luz en el interior se había ido intensificando, con lo que el día indiscutiblemente había llegado. Se dispuso a salir, pretendía estar en la habitación cuando Kagome despertara, no quería que se asustara si no lo encontraba. Al dar un par de pasos pudo ver una planta que estaba abandonada en un semillero en el suelo, seguramente al anciano se le había quedado rezagada. La miró con detención y comprobó que era un shishito, un pimiento de una variedad que él no conocía en su tiempo. Le pareció que la planta estaba más débil que las demás, llevaría ahí un par de días. Se giró y buscó dónde estarían sus compañeras y cuando las encontró se acercó a ellas e hizo un agujero con la mano para poner la pequeña planta, luego le dejó caer unas gotas de agua con la mano en la zona de las raíces, que era dónde debían ser alimentadas.

Era probable que ni él ni Kagome llegaran a ver ningún fruto de esta huerta.

Salió del edificio de aquel material que en casa de Kagome llamaban plástico y se quedó un momento fuera de la casa. Desde el lugar en que estaba se podía ver el Goshinboku y también la pagoda en la que se encontraba el pozo. No podía negar el ambiente de misticismo que envolvía al templo, principalmente a esta hora en que no había movimiento. Ahora que lo miraba con calma podía reconocer parte de las edificaciones que aún quedaban de su tiempo, así como los lugares que ya no existían. Miró por sobre su hombro, hacia la izquierda, y pudo verificar que aún existía un altar junto al recordatorio de la tumba de Kikyo. Se preguntaba si las personas que visitaban el santuario, sobre todo en los días que Kagome mencionaba como fines de semana, y dejaban sus ofrendas en ese altar sabían a quién estaban venerando; suponía que no.

Dentro de poco comenzarían a llegar las personas que venían a las clases que se daban en el lugar y recordó que se debía recoger el pelo en aquella coleta que le enseñó la madre de Kagome. Respiró el aire fresco de la mañana, era algo que siempre agradecía, más aún cuando sentía que la vida se complicaba. Se quedó ahí un poco más, atento a su compañera que todavía descansaba y se preguntó dónde podría estar Myoga, no lo veía desde el día anterior.

Se mentiría a sí mismo si negara el punto de sorpresa y hasta de alegría que había sentido al ver al anciano el día anterior. En su caso sólo llevaba días sin verlo, pero para el youkai pulga habían pasado centurias. Aquella afirmación del anciano lo inquietaba mucho, pues significaba que ni él ni Kagome habían regresado al Sengoku, de hecho se lo preguntó y el anciano mantuvo un férreo silencio. También le preguntó por Moroha.

—No sé nada que pueda contarle —contestó. InuYasha se sintió agraviado y alzó la mano para dar un manotazo sobre su propia rodilla, que era el lugar en que el youkai estaba sentado. La pulga dio un salto y se escapó de su alcance.

—¡Kuso! —exclamó— Tendrás que decirme algo de ella.

—Ha sido fuerte. Es todo lo que puedo decir, todo lo demás debe averiguarlo usted, o no, según sea su destino —declaró, con convicción.

InuYasha se acercó rápidamente, pero la pulga parecía prever sus movimiento ¿Tan obvio resultaba?

—¡No entiendo lo que pretendes decir! —se mostraba exaltado ¿Por qué no quería hablarle de su hija?

—Más bien, señor InuYasha, son las cosas que no digo —aclaró el youkai, de pie en una de las maderas de la valla que cercaba el Goshinboku.

InuYasha dio un manotazo sobre la valla, atrapando al anciano. Era extraño, a diferencia de años atrás, ahora sólo se limitaba a mantenerlo sostenido de la ropa con los dedos, en tanto lo amenazaba con el filo de una garra, ya no lo aplastaba como antes. Se estaba ablandando.

—¿Por qué no quieres decirme lo que ha pasado con Moroha? —preguntó, el nombre se le atragantó debido al temor. La pulga negó con los ojos cerrados.

—No es lo que he venido a contar, señor. Lo prometí —en ese momento InuYasha dejo de amenazar al anciano y lo sostuvo sobre la palma de la mano.

—Se lo prometiste ¿A ella? —quizás ahí estaba la única pregunta importante.

El pequeño youkai lo miró en total silencio, sentado sobre la palma de su mano. InuYasha comprendió que no diría nada más al respecto, y también entendió la razón por la que aquel ser aún permanecía con su familia: Lealtad.

Respiró hondamente ante el recuerdo. Cuando le contó aquello a Kagome, ella se había quedado muy callada por un instante que le parecieron miles. Cuando finalmente volvió a decir algo, lo miró a los ojos.

¿Myoga sabe algo de cómo regresar?

Había dejado la pregunta en el aire, no preguntó con ansiedad sobre nada, no insistió en la razón por la que Myoga había guardado silencio; InuYasha pensó en que su compañera había aceptado las razones del pequeño youkai, y las de su hija, mucho más rápido que él. Kagome funcionaba en base a intuición y confianza, InuYasha había aprendido a aceptarlo, aunque a veces su propio carácter lo hiciera olvidar aquello de forma momentánea. Luego de eso le dijo todo lo que el youkai le había contado, que no era mucho.

Debían ir hacia el oeste e internarse en el bosque hasta dar con una cascada, desde ahí todo el camino sería siguiendo las señales.

InuYasha movió las orejas cuando escuchó un suspiro desde la habitación que ocupaban con Kagome. Se giró y dio unos cuántos saltos en esa dirección. Abrió del todo la ventana que había dejado entreabierta previamente y la miró aun dormida. Se movió con sigilo y se sentó a un lado del futón para observarla, sabía que ella llevaba dormida menos tiempo del que habitualmente descansaba. Permanecía recostada de medio lado y algo recogida sobre sí misma, como solía hacer para esconderse de la luz de la mañana. El pelo se le había desperdigado por encima de la almohada y una parte le cubría la cara como si lo hubiese puesto a propósito para escapar del sol. Tuvo ganas de apartarlo para mirarla bien, siempre le sucedía, pero prefirió no hacer nada para que no despertara ya que no tenía claro cuándo podría volver a descansar así de bien.

Ambos habían decidido que prepararían hoy la salida hacia el lugar que había indicado Myoga. Kagome había comenzado a hacer el plan durante la madrugada y, entonces, comenzó a enumerar la serie de cosas que debían llevar para que no les faltara nada durante el viaje. InuYasha le había dicho que con su Tessaiga ya bastaba, todo lo demás lo podían conseguir en el bosque. Su compañera había resoplado en desacuerdo, luego se había quedado en silencio y un momento después se había dormido recostada hacia su cuerpo. Él se había quedado despierto un poco más, para asegurarse de sentirla en medio de la seudo calma que habían conseguido, necesitaba de todos los momentos posibles de cercanía, para que alimentaran su fuerza.

La familia de Kagome comenzaba a despertar, los podía escuchar levantarse y ponerse a sus tareas, esperaba que su compañera pudiese descansar un poco más, ajena al movimiento que iba produciéndose en los demás lugares de la casa.

Miró el libro antiguo aquel que estaba sobre la mesa que había en la habitación y sintió la necesidad de explorarlo un poco más, valiéndose del tiempo en que su compañera continuara dormida. Se puso en pie y lo abrió, comenzando a pasar las páginas por si veía algo más de Moroha. Ya lo había mirado en su momento y estaba prácticamente seguro de no haber visto nada más de ella pasados sus catorce años de vida y eso le llamaba profundamente la atención. De todos modos miró y miró, hasta que se detuvo en el nombre de Kagome, no parecía tener que ver con la hija de ambos, pero de todos modos quiso leer.

Al comenzar prácticamente desde el nombre de su compañera, comprendió que debía empezar desde más atrás para entender lo que querían explicar de ella.

"En el rango jerárquico de Seres Excepcionales, podemos encontrar a humanos espirituales, los cuales tienen capacidades superiores a los humanos corrientes que no han desarrollado sus habilidades evolutivas —humanos dormidos. En este rango también podemos encontrar a los exterminadores y a seres particulares como los Shihanyou —al ser desconocida la existencia de gran cantidad de éstos últimos no se ha considerado crear una categoría exclusiva. No resulta fácil catalogar a ciertos seres debido a sus cualidades intermedias entre un rango jerárquico y otro. Es por eso que sobre algunos de ellos es más fácil dar antecedentes que buscarles un lugar exacto.

Para poner en contexto lo dicho anteriormente, debemos hablar de algunas sacerdotisas que han resultado difíciles de catalogar. Comenzaremos con la sacerdotisa Midoriko, Entre sus cualidades de encontraba el gran poder espiritual que poseía, manejo de la energía, además de su fuerza física y capacidades de lucha, por tanto abarcaría jerarquías tanto espirituales como físicas a la altura de un Daiyoukai o un Daimashii. Al igual que otras sacerdotisas poseía un poder particular y éste residía en conjurar sólo con su energía y exorcizar a youkais; a dicho exorcismo se le conoció como el exorcismo de Shikon. Debido a este conjuro fue capaz de crear la Perla de Shikon —podemos ver el apartado: 'Creación de elementos mágicos'.

La sacerdotisa Kikyo, al ser instruida desde muy joven, obtuvo gran capacidad para utilizar su poder espiritual lo que le proporcionaba facilidad para enfrentar a un youkai medio sin problema. Desarrolló, igualmente, la utilización y purificación de energía, además de conjurar sobre objetos para convertirlos en mágicos. El caso de esta sacerdotisa tiene una particularidad ya que al morir y ser resucitada por medio de magia —podemos ver el detalle de esto en el apartado: 'Magia e invocaciones'— adquirió dominio sobre otras capacidades. Como poder particular se le puede atribuir la destreza y precisión con el arco."

InuYasha buscó en el apartado que mencionaban, debido a la curiosidad que le causaba la información que manejaba el libro. Con todo lo que contaba no entendía cómo era posible que no pudiese dejar que en el tiempo de Kagome se viesen sus rasgos de hanyou.

"Magia e invocaciones

La sacerdotisa Kikyo fue resucitada por la bruja Urasue, quien esperaba utilizar sus capacidades espirituales para conseguir los fragmentos de la perla de Shikon que habían sido esparcidos por una amplia zona. Al ser regresada a la vida la sacerdotisa desarrolló nuevos poderes como: crear criaturas mágicas, sanación a través de la energía, mantener su intención y energía en objetos por largo tiempo, además de acentuar su intuición. Con estos poderes agregados era capaz de enfrentar sin problemas a youkais fuertes y mal herir a Daiyoukais como Naraku."

Pensó en que Kikyo era más que lo explicado aquí y probablemente encontraría eso en el libro si lo buscaba, pero él no necesitaba que le dijeran lo que ya sabía. Kikyo había sido un alma triste, aun en vida, lo comprendió mucho después al lado de su compañera. Ella le demostraba cada día que la vida se enfrentaba con tesón y valentía y que dicha valentía nada tenía que ver con no mostrarse vulnerable, al contrario, la mayor valentía de todas era reconocer cada una de las partes que te componían.

No pudo evitar sonreír al observarla dormida, Kagome le había mostrado las partes de sí mismo y si ahora él podía considerarse realmente fuerte era justamente por eso.

Continuó leyendo, quería saber qué decía el libro sobre su compañera.

"La sacerdotisa Kagome, también conocida como la sacerdotisa del tiempo, contaba entre sus cualidades con alto poder espiritual innato que al ser desconocido para ella no se encontraba con la barrera mental de un límite. Poseía claridad mental, percepción, utilización y purificación de la energía, además de su habilidad de viajar en el tiempo la que, al parecer, estaba sostenida por la existencia de la Perla de Shikon. Su emotividad era su mayor fuente de poder, y al ser utilizada en consciencia podía llegar a enfrentar a un youkai medio y fuerte sin problema, e incluso a seres de jerarquía Daiyoukai entre los que se encontraban Naraku, Hoshiyomi y el demonio chino Menomaru. Se llegó a mencionar que su personalidad luminosa era un medio de sanación adherido a su esencia y que podía ser otorgado a otros sólo por su presencia."

No encontró mucho más sobre Kagome en esa parte del libro. Continuó pasando las páginas en busca de algún indicio de ellos más allá del nacimiento de Moroha. Se fue hasta los apartados, todos aquellos detalles sobre líneas de sangre, magia, armas; entre ellas pudo ver que se hablaba de Tessaiga, probablemente a esto se refería la anciana que rondaba al abuelo de Kagome. Finalmente dio con un capítulo titulado: Uniones.

Comenzó a leer y de entre quienes conocía pudo encontrar a Miroku y Sango, Sesshomaru y Rin, también a su padre y su madre. Contuvo un gruñido cuando leyó el nombre de Kouga, acompañado de Ayame. Se sorprendió al leer el nombre de Shippo, que se había unido a una mujer humana llamada Eiko. Hasta que finalmente llegó a su propio nombre, acompañado de su compañera.

Se relataba, de una forma bastante detallada, como se habían conocido e incluso de la forma en que Kagome iba y volvía de su tiempo. También se hablaba de la partida de ella, luego de desaparecer la Perla de Shikon y se daban detalles muy particulares de su regreso, explicando la forma en que las gemelas de Miroku jugueteaban con sus orejas cuando él percibió el aroma de Kagome. Incluso ahora que estaba leyendo el relato de ese momento, sucedido tantos años atrás, se le erizaba el vello de la piel al recordar la emoción que experimentó. Luego de eso aparecían relatados diferentes eventos, así como el nacimiento de Moroha y la forma en que habían tenido que dejarla.

Tuvo la sensación de que se le podía vaciar el pecho por la angustia, y aunque él no lloraba nunca, sintió las lágrimas amenazando.

InuYasha respiró profundamente, ratificando su sospecha de que ninguno de los dos había estado en el Sengoku después de ser enviados dentro de la Perla Negra. No había nada más de ellos en ese relato del libro y aquello le preocupaba, inevitablemente.

Escuchó a Kagome suspirar, era uno de esos suspiros que solía dar cuando estaba a punto de abrir los ojos. Habitualmente eran dos o tres suspiros. Casi siempre, cuando eran tres, significaba que había dormido bien y tranquila. Se giró para observarla y se sentó en el suelo junto a ella, justo antes de volver a escuchar como tomaba aire y suspiraba, luego de eso comenzó a abrir los ojos.

—¿Qué hora es? —preguntó, con la voz adormilada aún.

—Temprano —le puso una mano sobre la pierna cubierta por la manta y le dio un par de golpecitos destinados a entregarle calma. Kagome lo miró con los ojos entreabiertos y sonrió.

—A qué hora huele —le gustaba retomar detalles de las tantas historias que ya acumulaban. Le tocó la mano que él había acercado y le acarició un par de dedos, deslizándose hasta encontrarse con una garra y sostenerla entre sus propios dedos.

Una pequeña sonrisa se marcó en la boca de InuYasha y cerró los ojos para oler el aire, no porque lo necesitara, sino para complacerla.

—Huele a la hora de alimentarse —contó, con cierta diversión—. Tu madre ya está en la cocina.

El estómago de Kagome habló por ella.

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Kagome revisaba el almacén en que su abuelo mantenía las hierbas y estaba separando las que quería llevar en caso de necesidad para alguna emergencia. Tenía claro que no podía llevar demasiadas cosas, sin embargo, había algunos imprescindibles. Miró sobre la pequeña mesa que tenía su abuelo en el lugar e hizo un recuento: salvia, romero, lavanda, caléndula…

Se acercó nuevamente a la estantería y dejó en su sitio el último frasco que había tomado. Recordó que también quería llevar jengibre y en ese momento vio a un lado el frasco con las hierbas que debía tomar esta mañana en particular, después de todo lo que habían compartido ella y su compañero la noche anterior. Miró el frasco y el contenido con atención, sopesando el momento en que podría prepararse la decocción.

—Aquí estabas —InuYasha vio a su compañera en mitad del almacén. Llevaba algunos minutos buscándola, por su aroma sabía que estaba en el santuario, pero aun así tuvo que revisar dos pagodas antes que esta, el olor de las plantas lo distraía, a pesar de estar secas.

—Sí, estoy separando algunas hierbas para llevar al viaje —le explicó. Él estuvo a punto de quejarse, pero cuando vio el poco espacio que ocuparían aquellos sobres de papel, prefirió guardar silencio.

No así, rato después, cuando se encontraban en la cocina y Kagome tenía una serie de objetos sobre la mesa.

—Pero ¿Por qué tenemos que estar en esto? —se quejaba InuYasha de pie junto a ella.

—Porque no sabemos cuántos días andaremos por ahí en mitad de la nada —aclaró su compañera.

—Yo puedo cazar y tú sabes encender un fuego —cuando dijo aquello razonó en que sin los aparatos de su época no se le daba muy bien—. Bueno, siempre que lleves de esos —indicó las cerillas.

Kagome miró lo que indicaba y luego se giró para mirarlo directamente a él con ambas manos en la cintura. Se había levantado de buen humor y no quería dar demasiadas vueltas en las razones. Ese mismo estado de ánimo la llevaba a juguetear un poco, le gustaba ver como a InuYasha aún se le subían los colores a las mejillas cuando la creía enfadada.

—¿Qué? —preguntó él, dubitativo. No creía que sus palabras pudiesen despertar el mal genio de su compañera.

Por un instante se permitió razonar sobre aquello del genio, aun le sorprendía que Kagome no relacionara a los genios de la lámpara de aquellas historias que le había contado a Shippo durante algún campamento, con el carácter que las personas poseían como estados de ánimo y al que también llamaban genio ¿Es que no se daban cuenta que los deseos no se cumplían nunca porque no los pedían con el genio correcto?

Su divagación se rompió.

—¿Dices que no sé hacer un fuego? —la escuchó preguntar y sintió como se le calentaban las mejillas.

—No, digo que no lo sabes encender —aclaró, con aquello debía de ser suficiente.

Kuso —se había cruzado de brazos.

Kagome intentó que su pose de enfado le durara, incluso se cruzó de brazos para hacerlo más creíble, pero una sonrisa traicionera comenzó juguetear en la comisura izquierda de su labio. Le dio la espalda a su compañero para no caer de forma tan miserable ante sus confusos y hermosos ojos dorados. Inmediatamente su mente dio con una puya más y no pudo evitar lanzarla. Se giró y se acercó peligrosamente a él, ambos estaban solos en la cocina. Le puso un dedo sobre el pecho, consiguiendo que InuYasha retrocediera sólo por la fuerza de ese gesto.

—Estás diciendo que no sé encender el fuego —por la mirada dorada pasó un rayo de luz que marcaba la comprensión de una idea. Lo vio humedecerse los labios ligeramente, casi ocultando el gesto, y Kagome se quedó observando el brillo húmedo sobre la boca de su compañero, sin poder evitar pensar en que la emoción siempre capta la energía antes que la mente.

InuYasha se movió con su rapidez característica y le tomó la mano cuyo dedo ella le había llevado al pecho, para rodearle la cintura con la otra y atraerla hacia su cuerpo en un gesto que casi la levanta completamente del suelo.

—No juegues conmigo, mujer —le advirtió, con ese tono dominante, que aunque ella esgrimiera su independencia en todo orden, conseguía ablandarle los huesos.

Inevitablemente le miró la boca.

Inevitablemente la besó.

Ambos sabían que estos momentos eran como gotas dulces robadas al destino agrio que ahora mismo compartían. Sin embargo, cada una de estas gotas de dulzura era atesorada como el alimento que los sustentaba.

Kagome al principio se limitó a sentir el beso, a ser besada y amada, a través de esa caricia. InuYasha se recordó, en un racconto de imágenes, la razón por la que ella era su luz. Ambos reconocieron que un beso podía abrir el espíritu.

La puerta de entrada se abrió, a varios metros de ellos, pero fue suficiente para recordarse que ya está, que debían seguir con la tarea impuesta.

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Al anochecer se encontraron ambos sentados sobre el tejado de casa de Kagome. Habían cenado con la familia, el abuelo, la madre y hoy habían vuelto a venir Souta, Moe y Mei; Kagome se lo había pedido. A ninguno le dijeron lo que iban a hacer, en realidad ni ellos estaban del todo seguros de qué encontrarían en la dirección que Myoga les había indicado; sin embargo, hablaron de estar días fuera y de la posibilidad de volver al Sengoku al hacer este viaje.

El silencio se hizo en la mesa, ninguno de los adultos dijo nada, no obstante se escuchó la risa de Mei desde la sala en la que estaba viendo la televisión junto a Buyo.

—Siempre será bueno que puedan volver con Moroha —la madre fue la primera en hablar. InuYasha reafirmó de inmediato que Kagome había heredado lo bruja de ella.

—Siempre estamos a tu lado, hermanita —obviamente, Souta fue el segundo.

Luego de eso dijo algo su mujer y el abuelo se mantuvo en silencio con los brazos cruzados, hasta que finalmente habló.

—Tus decisiones siempre han sido equilibradas, Kagome, ésta también lo será —InuYasha notó como su compañera se emocionaba—. Es por eso que les daré un regalo mañana, antes de partir.

Para InuYasha no pasó desapercibida la forma en que la expresión de Kagome pasó de la emotividad a la completa objeción.

—No es necesario, abuelo.

—Insisto, y deberías aprender algo de tu hija, ella siempre los agradece —Kagome no pudo evitar el golpe que le dio el corazón en el pecho al escuchar eso. Por un momento imagino a la niña de las fotografías feliz de recibir lo que a ella le parecía una bobada y comenzó a sentir las lágrimas acumularse en los ojos. Bajó la mirada buscando calmarse, no podía arruinar el momento con este tipo de emociones.

Su abuelo conocía más de su hija que ella.

InuYasha percibió el aroma de las lágrimas de Kagome. Era tenue, aun no comenzaba a llorar, pero lo haría, y comenzó a angustiarse.

En ese momento habló Souta.

—Si hay suerte, y vuelven a la época antigua, me gustaría que le dijeran a Towa que la recordamos con mucho amor.

InuYasha observó la sonrisa del hombre que ahora tenía frente a él y pudo comprobar que al igual que a Kagome y a él, ésta no le llegaba a los ojos. Agradeció la intervención que había hecho, porque aquello centro a su compañera que también se quedó con la mirada puesta en su hermano; después de todo no sólo ellos habían perdido a una hija.

—Se lo diremos —aseguró, Kagome.

Extendió la mano por encima de la mesa, y aunque de habitual las expresiones físicas de afecto eran algo muy limitado, Souta extendió la suya y se la tomó. En este momento ambos eran unos adultos.

En su lugar de la mesa la madre de ambos enjuagó un par de lágrimas con los dedos, esperando a que nadie las viera.

Cuando la cena terminó, Souta y su familia se despidieron. Mei abrazó a su oba y su ojisan.

Todo saldrá bien —les dijo y les sonrió. Ninguno de los adultos presentes fue capaz de contradecir a la niña.

Luego de eso y cuando el ajetreo dentro de la casa se calmó, ambos subieron al tejado como una forma de aislarse del mundo, aunque no podrían hacerlo del extraño enemigo que los asechaba y se acercaba a ellos por días. El santuario se mantenía en silencio y el rojo candente del cometa se visionaba en el cielo.

—Es hermoso ¿Verdad? —mencionó Kagome e InuYasha tuvo que mirarla.

—¿Hablas enserio? —el tono de la pregunta le contaba su total incredulidad.

Ella, que se mantenía sostenida por las tejas y del brazo de su compañero, lo miró de medio lado y se sostuvo un poco más de él para volver a enfocar la mirada en el cielo.

—Bueno —dudó un momento, buscando la forma de explicar su punto—. Se dice que las situaciones que no aprendemos se repiten en nuestra vida; por ejemplo, aprender a amar incondicionalmente.

El ejemplo sonó tan simple dicho por Kagome ¿Ella se daba cuenta del trabajo que implicaba aquello que ponía como una muestra?

InuYasha esperó un poco más por la aclaración de su compañera.

—Y si el cometa quiere decirnos algo. Piénsalo ¿Por qué reaparece cada quinientos años? —continuó con su analogía.

—¡Y yo qué sé, Kagome! —gesticuló, encogiéndose de hombros— No veo forma de preguntárselo.

Ella mantuvo el silencio. InuYasha comprendió que su compañera sólo intentaba encontrar un sentido a todo lo que estaba pasando. Quizás, y después de todo, era cierto aquello de que las cosas pasan en el orden que deben suceder, aunque no estés de acuerdo con ello.

Ambos se quedaron un poco más en silencio. La noche estaba realmente hermosa y nada presagiaba la tragedia que surcaba el cielo.

—Y si lo que nos quiere decir es que sobrevivamos —argumentó él.

Kagome cambió totalmente la postura para ver cómo InuYasha había alzado la mirada al cielo, buscando respuestas al igual que ella.

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Continuará.

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N/A

Bueno, de momento seguimos sin salir del santuario, pero no hay prisa en realidad.

¡Qué nos puede caer un cometa!

Detalles xD

Espero que el capítulo les haya gustado y que vayan apuntando en su libreta mental los hilos que van quedando de este tejido.

Muchos besos y gracias por leer y comentar!

Anyara