Capítulo XXXIII

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Lo que para cualquier humano habría significado caminar diez horas o más. InuYasha lo había recorrido con Kagome a su espalda en poco más de dos horas. Las azoteas de los edificios se convirtieron en su refugio, en tanto su compañero avanzaba a una velocidad implacable. En algún momento se permitió sugerirle que descansara o que al menos bajara el ritmo, sin embargo él le había respondido con un bufido cercano a una sonrisa autosuficiente y ella se había limitado a sostenerse mejor. Habían decidido comenzar la travesía que mencionara Myoga y salieron muy temprano desde el templo. Se tomaron un momento junto al Goshinboku, instante en que Kagome elevó una última plegaria al Universo, y al Ēteru, para ser guiados por el camino que debían recorrer. Ella sabía que al liberar esa petición también estaba diciendo: confío, y hacerlo nunca era del todo fácil.

Poco antes del amanecer Kagome se había levantado, se había purificado con agua y había salido con una yukata de sacerdotisa, de las que su abuelo conservaba, para hacer una meditación en la parte central del templo. El aire aún estaba frío a esa hora de la madrugada, el cielo recién comenzaba a clarear en tonos azules, rosas y anaranjados, hasta llegar a un tono amarillo casi blanco justo en el horizonte. Cerró los ojos y comenzó a respirar, esperando que la concentración llegara a ella. Llevaba días cargada de demasiadas emociones que le estaban haciendo muy difícil el equilibrio y ella necesitaba estar fuerte para acompañar a InuYasha en lo que venía.

No podía asegurar cuánto fue el tiempo pasó buscando despejar su mente, los pensamientos recurrentes sobre su hija no dejaban de aparecer. En el último, ante ella aparecía Moroha con sus ojos despiertos y llamativos, sobre todo cuando la cabaña sólo estaba iluminada por el fuego y alguna vela de aceite durante la noche. Sentía el corazón inflamado de amor ante la imagen de su niña, pero necesitaba limpiar su mente de pensamientos para que ésta pudiese funcionar como una receptora de la información contenida en el éter. Respiró profundamente mientras buscaba darle alivio a sus sentimientos. InuYasha y ella partirían en busca de una solución para todo lo que ahora sucedía y eso debía servir de consuelo a su alma.

Cuando su mente fue capaz de volver a centrarse en el espacio más neutral posible, vislumbro un estrecho camino entre árboles, apenas podía pasar sin tocar los arbustos o encontrarse con alguna rama baja. Le pareció un sendero antiguo y con poco o ningún uso. Tuvo la sensación de haber recorrido este mismo bosque cuando muchos de sus árboles aún no habían nacido. Se sintió expectante por lo que debía encontrar más allá de la espesura. Le pidió a las deidades por claridad para ver lo que querían mostrarle y entonces vio junto a ella a una sacerdotisa que solía venir a sus meditaciones y a la que nunca había podido ponerle un nombre. En ocasiones aparecía como una enorme figura cuya poderosa energía la llevaba a reconocer lo ínfima que era la propia. En otras, como ahora, era un ser más pequeño, quizás tan alta como ella, pacífica y dulce que simplemente la acompañaba.

Cuando el camino pareció despejase, se dio cuenta que estaba en un espacio abierto a los pies de un enorme monte del cual sabía uno de sus nombres y que de tan antiguo que era no sabía pronunciarlo. En ese claro había también un palacio que permanecía resguardado tras altas paredes. Pensó en llegar hasta él, no obstante vio a un costado, unos pasos a su izquierda, algo oscuro entre la hierba y caminó en esa dirección, no sentía miedo sólo cierta curiosidad. Al llegar entre el verde fresco y frío que crecía entorno al objeto, que bien por el color podría haber sido una piedra, se encontró con el libro que venía rondando sus días.

¿Qué era lo que aún no leía en él? —La pregunta se quedó en el aire.

Un destello de luz apareció desde el centro del palacio, se giró y miró. Comenzó a vislumbrar algo parecido a un sol radiante que aparecía justo en medio del palacio que resguardaba aquella muralla, creciendo por instantes, haciéndose más y más grande, al punto que pensó se tragaría todo. En ese momento se dio cuenta que su acompañante sonrió. No tardó mucho en ver que dentro de aquella luz se distinguía un rayo que la surcaba, parecía crecer como una figura que salía en todas direcciones más allá del halo de la luz, luego escuchó un estruendo, y sintió que uno de esos rayos le atravesaba a ella el pecho. Y la frase que resonó en su cabeza.

Eres tú, la humana que derribó la puerta del miedo y del odio. Eres tú, la que debe volver a hacerlo. Nuestras creaciones son nuestro legado ¿Dónde está la criatura que llevaste en el vientre?

El dolor que experimentó en el pecho resultó tan fuerte que la obligó a salir del estado meditativo sin alinear sus cuerpos. Abrió los ojos casi con desespero, llevándose la mano al pecho para intentar calmar el dolor.

—Kagome —escuchó a InuYasha que se mantenía cerca de ella. Lo había presentido durante la meditación.

La había rodeado con los brazos y el cuerpo, en una de esas actitudes protectoras que tomaba, en la que todo su cuerpo se abría a ella y se cerraba a lo demás. Lo miró, mientras aún intentaba recuperar el aliento y la armonía de sus partes, apenas estaba sintiendo las piernas y las manos. Además, sus emociones se habían disparado y se sentía absurda ya que no estaba triste y sin embargo sentía como las abundantes lágrimas le mojaban las mejillas y le nublaban la visión.

—Estoy bien —se obligaba a pronunciar, para no asustar más a su compañero, cuyos ojos la observaban con cierto desespero—. No pasa nada —continuó.

—¿Has visto algo? —quiso saber él. Kagome asintió suavemente, no podía dejar de llorar y buscaba aire para calmarse.

Desde ese momento él le había sugerido que estuviese tranquila y le recordó que las cosas que ella veía en conexión no necesariamente tenían que ser ciertas.

Tú misma me has dicho que en el éter encuentras cosas que no siempre pasan y obviamente no son literales —le había dicho.

Kagome se pegó un poco más a InuYasha, mientras continuaban el recorrido hacia el bosque, intentando encontrar el consuelo que ahora le hacía falta. En la mochila que se había puesto a la espalda llevaba algo de comida, una manta ligera, pero abrigada y un par de cosas más que podían servirles en caso de pasar días en el bosque. Habría querido traer el libro, sin embargo tuvo que aceptar que el peso extra no era un factor que jugara a favor de ellos, menos si se encontraban con algún youkai, como la última vez que habían estado en esa zona. No tenía ni siquiera un arma que la ayudara, a pesar de buscar algún arco entre las cosas de su abuelo.

De todos modos había buscado algo en el libro antes de salir, teniendo que tolerar los bufidos y paseos de InuYasha por la habitación mientras lo hacía.

"Un método mencionado por las pocas personas que aún conservan el traspaso de la sabiduría ancestral, en la lengua antigua, es el de ofrendar a un 'Guardián del Tiempo', para que este abra un portal. Dicha ofrenda no funciona con cualquier Goshinboku, debe ser uno milenario y cuyas raíces aún conserven la unión con todo, que el bosque siga vivo alrededor a él. Cuando se habla de algo vivo en la lengua antigua, se habla de espíritu, no sólo de vida material, por tanto se entiende que el Guardián del Tiempo debe estar conectado en espíritu a su entorno.

Las ofrendas deben ser conseguidas por quien quiere hacer la petición, por tanto no sirve que la haga otro o que ya estén almacenadas. Estas ofrendas se corresponden a energías asociadas a cuatro grandes deidades: Genbu, Suzaku, Byakko y Seiryu. Tierra, fuego, aire y agua. Los que aún conservan el conocimiento dicen que resulta imposible reunir las ofrendas, que las energías de las deidades se han difuminado por el mundo y que su pureza se ha perdido"

Kagome recordaba aquello y se sentía derrotada mucho antes de comenzar a buscar. Sabía que las palabras en el libro eran ciertas, las energías puras se habían perdido.

—¿Qué te pasa? —preguntó, InuYasha, deteniendo la carrera cuando estaban a poco metros del inicio del bosque.

—Nada —quiso disimular con una sonrisa que él no vería al llevarla a su espalda, pero aun así esperaba que se filtrara por su voz.

—Y yo me lo tengo que creer —fue la confirmación de que mentía muy mal.

Kagome suspiró, sabiéndose derrotada en su intento.

—No es nada que podamos solucionar de momento —confesó.

—Sabes que me puedes contar lo que quieras —InuYasha quiso reafirmar algo que entre ambos parecía un hecho inamovible, no obstante, a veces era bueno recordarlo.

—Lo sé —se abrazó nuevamente un poco más—. Creo que si vamos caminando, desde aquí puedo sola.

—¿Por los tejados? —apuntó él. Kagome rio, esta vez de buena gana, no había reparado en ello. InuYasha se sintió aliviado de escuchar su risa, siempre que la oía era como si el sol brillase más, o al menos quisiese asomarse tras las nubes, como era el caso hoy.

—Tendremos que bajar en algún momento ¿No? —apuntó su compañera. Aún les quedaban algunos metros de tejados que podían recorrer.

—Un poco más adelante —aclaró.

Efectivamente, unos metros más adelante InuYasha dio un salto y bajó del último edificio alto, luego de eso todo eran casas de un piso y alguna de dos, por lo que ya no quiso seguir por alto. Kagome lo miró, caminando junto a ella y tuvo alguna remembranza de cuando la acompañaba de vuelta a casa desde el instituto, claro que por entonces o llevaba una gorra o un pañuelo, no como ahora, que parecía estar habituado a hacerse aquella coleta alta que ocultaba sus orejas.

Se veía atrayente, le quedaba bien, sin embargo Kagome siempre se sentiría molesta porque InuYasha tuviese que ocultar una característica suya que para ella había sido hermosa desde la primera vez que lo vio.

Caminaron a buen ritmo, sin exagerar demasiado. No les costó mucho salir del linde de las casas y llegar al inicio del bosque, se trataba de una reserva natural, así que el espacio estaba claramente delimitado por la carretera, una angosta acera y un alto muro de piedra que daba inicio a un monte lleno de árboles. InuYasha le hizo un gesto a Kagome, bajando ligeramente el hombro hacia ella y su compañera lo comprendió de inmediato. Se sostuvo de él y en dos movimientos la tuvo sobre su espalda, luego un salto y ya estaba entre los árboles.

Recorrieron un gran tramo del camino evadiendo los troncos de los árboles y evitando los caminos trazados para los senderistas. Cuando InuYasha escuchaba el rumor de humanos cerca, se subía a las copas y en ese momento el ritmo bajaba un poco, aunque no el esfuerzo, ya que el recorrido se hacía por sobre las copas.

—Paramos un momento —pidió Kagome, cuando ya había pasado de medio día, según lo que ella podía calcular, hacía mucho que media el tiempo por la sensación de la hora.

—Un poco más adelante, aún no estamos en la zona menos visitada —aclaró su compañero.

Kagome aceptó con un sonido afirmativo. Era cierto que el mayor esfuerzo lo hacía InuYasha, pero para ella era duro pasar tanto tiempo sosteniéndose de él. Probablemente algo de su cansancio se filtró en el tono de su afirmación ya que bajaron de las copas de los árboles y su compañero se inclinó para que ella bajara.

—Descansaremos un momento —sentenció.

Kagome lo observó, hacía mucho que no veía al InuYasha siempre alerta de sus tiempos en busca de los fragmentos y de Naraku. Había vuelto a comportarse así cuando sucedió lo de Kirinmaru y tuvieron que separarse de Moroha, pero incluso entonces había sido un corto tiempo de tensión. Ahora parecía preparado para algo parecido a una travesía muy larga que no tenía que ver sólo con un camino físico.

—¿Myoga te dijo algo más? —preguntó, Kagome, antes de ofrecerle agua de la botella que tenía en la mano.

Intentaba saber si él pretendía protegerla de algo más. InuYasha fijó su mirada dorada en ella, como si evaluara hasta dónde podía decir.

—¿Por qué lo preguntas? —sabía que su compañera era muy intuitiva, a veces demasiado y eso la hacía hurgar más de lo que él necesitaba que hiciera.

—Bueno, estás demasiado tenso, incluso más que estando dentro de la Perla —no se iba a ir con rodeos, aunque tampoco le diría que aún le dolían ciertas partes del cuerpo, debido a la forma que había encontrado él para aliviar en algo esa tensión. Después de todo a ella también le había servido.

Bajó la mirada cuando sintió que el calor le subía a las mejillas. Aún ahora, tanto tiempo después, Kagome era susceptible al sonrojo cuando se trataba de su compañero.

InuYasha tomó aire por la nariz y llenó por completo los pulmones. Estaba evadiendo todo lo posible las preguntas de Kagome. En realidad no sabía más de lo que le había contado, eran los detalles inexistentes los que lo ponían tenso.

¿Qué había pasado con ellos?

Había llegado a pensar que el cometa simplemente caía y acababa con la mitad del país, con ellos de por medio, y que esa era la razón por la que nunca habían vuelto con su hija.

—No responderás ¿Verdad? —lo increpó, bebiendo de la botella que él ni siquiera había recibido.

—¿Qué esperas qué te diga? —preguntó, su voz sonó más endurecida de lo que esperaba. Ella se mantuvo sin mirarlo— ¡Kuso, mujer!

Saltó sobre la copa de un árbol, quizás como una forma de calmar la frustración.

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Caminaron horas en un silencio inflexible, que sólo era roto por el sonido de sus pasos y algún resoplido de Kagome que no estaba dispuesta a pedir un respiro. La dirección era constantemente hacía el oeste y avanzaban manteniendo la distancia de dos pasos, siendo Kagome quien iba por delante. A InuYasha le costó decidir qué era mejor, en principio no quería poner a su compañera a la cabeza, por si surgía algún peligro, pero tampoco le parecía buena idea dejarla con la espalda desprotegida. De ese modo le indicó la posición y ella pareció entender sin que mediaran objeciones.

La escuchó resoplar una vez más y él sabía bien que ya estaba cansada. Podían haber hecho el camino en mucho menos tiempo si la llevaba a su espalda, pero Kagome se había negado con un único y rotundo no.

Se escuchó resoplar a sí mismo y no precisamente por agotamiento físico.

Olfateó el aire una vez más, como tantas durante el camino y llevaban una buena parte del trayecto sin humanos cerca. Por lo que InuYasha había podido comprobar de los recorridos anteriores, a medida que se internaba en el bosque había cada vez menos humanos, a no ser que avanzara en paralelo a las calles que tenían un tránsito regular. Al hurgar en el aire pudo comprobar que aún estaban lejos del lago.

A su memoria vino un momento, durante un verano, en que Kagome y él habían decidido venir al lago a pasar unos días en que el calor parecía no querer dar tregua. Ella caminaba delante de él, igual que ahora, aunque enfadada por razones diferentes.

—No era tanto pedir —la escuchaba quejarse en voz baja, como si creyese que él no podía escucharla.

Aun así no le respondió y le dio cierto espacio para que siguiera soltando su molestia.

—Mira que olvidarlo —InuYasha la escuchaba y sentía que su propia molestia iba creciendo. Si seguían así estos no iban a ser los días agradables que ambos habían planeado, después de hacer el amor esa misma mañana.

Caminaron unos cuántos metros más en los que Kagome removía la maleza del camino con una vara de madera que había tomado varios kilómetros más atrás, cuando decidió que no quería seguir siendo llevaba por su compañero. Las descargas verbales y, seguro mentales, continuaban e InuYasha notó la forma en que su paciencia se aburría de ser mantenida a raya y toda esa energía concentrada se convertía en una especie de volcán cuya lava brotaría de su boca con la forma de un reclamo.

—¡Ya para, mujer! —exclamó, en el momento en que se detuvo y se mantuvo en total tensión.

Kagome se giró y lo miró echando tantas chispas como las que echaba él.

—¡Te pedí sólo una cosa! —le devolvió la rabia.

Seguramente si el estado de ánimo de ambos hubiese tenido forma, habría sido como una bola que era lanzada de uno a otro, siendo devuelta antes de tocar a ninguno.

—¡Lo siento! ¡Ya me he disculpado más de una vez! —devolvió la bola él.

—¡Ya lo sé! ¡Pero aún me molesta! —ella mandó la bola devuelta.

—¡Y ¿Qué más te puedo decir?! —bola para ella.

—¡No lo sé! —bola para él.

En ese momento InuYasha apretó los labios y las manos sobre los brazos dentro de las mangas del haori, para evitar decir algo más que no sería de ayuda para calmar la situación.

La bola flotaba entre ambos y las miradas expresaban un sinfín de pensamientos que la voz no llegaba a traducir.

Kagome dio un paso hacia él, pero InuYasha fue más rápido y la tiró por la ropa para abrazarla.

Se mantuvieron así por un instante que pareció largo y corto a la vez.

¿De qué servía tener la razón cuando los corazones se alejan?

El pensamiento pasó de uno a otro, sin que fuese de ninguno y a la vez los representaba a ambos. Estaba en el éter.

—Lo siento —volvió a decir InuYasha, esta vez como un susurro dedicado.

—Y yo —aceptó, Kagome, escondiendo un poco más la cara en el pecho de su compañero.

InuYasha suspiró ante el recuerdo de aquel momento. Todo era tan fácil por entonces. No quería estar enfadado con ella, sin embargo la conocía y además comprendía la razón de su malestar, él le estaba ocultando el miedo profundo que sentía a que nunca pudiesen regresar con Moroha, a que ese cometa finalmente cayera; miedo a verla morir y no poder salvarla. Esa sola idea le oprimía el pecho causándole un dolor enorme que dificultaba hasta la respiración.

Kagome se giró ligeramente para mirarlo, su intuición le advertía del modo en que InuYasha estaba tirando de su energía, la estaba necesitando y resistirse a eso para ella era apelar a su fuerza de voluntad, mucho más allá del límite de lo difícil. Continuó caminando, a pesar de lo cansada que ya estaba y de no ver más que árboles y árboles por todos lados. No quería sucumbir al aura que emanaba su compañero, por muy complicado que le resultase. Sin embargo, se giró y lo enfrentó sin meditarlo mucho más. Sólo cuando se dio la vuelta y vio como InuYasha se frenaba, antes de chocarla, comprendió que había sido un acto reflejo ante la enorme fuerza de la necesidad que sentía en su compañero por ella.

—¡Qué pasa! —expresó él, dando medio paso atrás para poder enfocar bien la mirada de Kagome.

—¡Dímelo, tú! —InuYasha no pudo evitar la sensación de remembranza y como ya sabía el camino que iba a tomar la discusión, quiso abreviar.

—No me pasa nada, todo está bien —aspiró a sonar lo más sincero posible e intentó pasar junto a ella para seguir el camino.

—Y entonces ¿Por qué no te creo? —Kagome le cerró el paso y él tuvo que echarse atrás nuevamente.

Resopló, mirando las copas de los árboles. Cada vez estaba más seguro de que no podría seguir ocultando sus angustias; paradójicamente se estaba sintiendo enjaulado en la mitad de un bosque.

—Me preocupa lo lento que avanzamos ¿Querrás que te lleve? —intentó darle fuerza a sus palabras que buscaban disfrazar una inquietud mayor, con una pequeña.

Kagome se mantuvo en silencio un instante, dos, más de dos. InuYasha quiso sostenerle la mirada, no obstante la fuerza de su percepción lo apabullaba.

—¿Hace cuántos años nos conocemos? —le preguntó. Él no pudo evitar quedarse mirando a los ojos castaños que lo interrogaban.

—¿A qué viene esto, mujer? —respondió con cierto tono de defensa.

—¿Cuántos años? —Kagome acentuó la pregunta, gesticulando con los brazos.

—¿Cuál es el punto? —InuYasha tenía claro que lo que Kagome buscaba decirle, nada tenía que ver con los años que llevaban juntos.

—Esa es la cuestión —lo apuntó con el dedo sobre el pecho—. Así cómo tú me lees a mí, yo te leo a ti.

Él apretó los labios y los mantuvo tensos en una línea casi recta. No podía negar que más allá de enfadarse con su compañera, sentía una enorme admiración por ella y su espíritu indómito e inquebrantable. Cierto era que en los últimos días había experimentado grandes crisis, pero aquí estaba de pie frente a él, un hanyou, imponiendo su asertividad.

—No veo cómo el expresarte mis miedos nos pueda sacar de esto —intentó ser todo lo directo posible, sin terminar de mencionar aquello que no se atrevía a pronunciar en voz alta, para no escucharlo, para no invocarlo.

—¿A qué temes? —toda la energía femenina y emotiva de Kagome hizo gala en el tono y el carácter de la pregunta. Fue tanto el sentimiento que la movió que estuvo a punto de ir hasta él y abrazarlo, pero no quería romper la oportunidad de que InuYasha le entregara sus miedos para ella purificarlos.

Sin embargo, él negó con un gesto en tanto miraba la maleza a sus pies.

¿De qué serviría decirlo?

—Si lo sacas de ti podemos hacer algo con ello —continuó instándolo—. Incluso podemos enviarlo al éter para que lo transmute.

InuYasha bufó, casi sin darle tiempo de terminar.

—Kagome, por favor —creía en ella, pero su propia fe tenía límites que le costaba cruzar, más aún cuando parecía que todos los elementos estaban en su contra.

—Sé que es difícil de entender, pero confía en mí —su compañera acababa de esgrimir la baza de la confianza y aquello no podía tomarse a la ligera.

InuYasha supo que no había muchos caminos que tomar, llegados a este punto. Podía enfurruñarse y no responder, con lo que estaban condenados a horas de silencios incómodos y bufidos molestos. También estaba la posibilidad del beso, esa le servía muchas veces, sin embargo ahora mismo no pasaría de ser una distracción leve, lo sabía. Tomó aire profundamente, la última alternativa que veía era la de decir lo que sentía y que Kagome hiciera lo que pudiese con ello.

La miró intensamente, tan intensamente que ni siquiera tuvo que emitir palabra.

—Tienes miedo a que no salgamos de ésta —sentenció su compañera, y él sintió cada palabra como una losa que caía sobre otra hasta sepultarlo.

Desvió la mirada.

Kagome lo observó durante un instante. Había comprendido que ambos compartían el mismo temor, sin embargo ella conocía herramientas sutiles que le ayudaban a canalizar emociones tan perniciosas como esas, pero su compañero era mucho más terreno, necesitaba otras formas de liberación y ahora mismo no las encontraba.

—Sigamos —expresó ella.

Se dio la vuelta y sostuvo las asas de la mochila que llevaba a la espalda como una forma de reafirmarse en su decisión. Tenía que seguir, no podían detenerse por nada. Moroha los esperaba.

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Continuará.

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N/A

Ciertamente esta historia se ha convertido, poco a poco, en una oda a lo que deseo que suceda con esta familia. Espero, sinceramente, que lleguemos a verlos juntos.

Ojalá el capítulo les haya gustado.

Esta semana habrá una actividad con el ht inukagfluffweek y espero poner alguna cosa sobre ello, así que alguna actualización más tendremos.

Un beso!

Anyara

P.D.: Agradezco el hermoso arte de mi amiga Len. Gracias, hermosa. Haces magia