Capítulo XXXV
.
Míralos, Querido mío,
Son hermosos.
Hay una parte en ellos
que aspira a que el mundo
sea un espacio de Deidades.
-.-.-
No olvides, Hermana mía,
que ineludiblemente,
otra parte los hiere
y no consiguen ver más allá
de la herida que supura.
-.-.-
Y ¿Eso los hace impropios?
-.-.-
No. Eso los hace peligrosos
.
.
InuYasha se mantenía sentado sobre una roca, Nyoko lo miraba seriamente, sentada frente a él en el suelo, y ambos parecían llevar a cabo una competición de serias miradas mientras Kagome cepillaba el pelo de su compañero. Él se había negado prácticamente en redondo cuando ella lo sugirió, pero tuvo que ceder ante la alternativa que le había dado.
O te cepillas el pelo y te haces esa coleta o voy sola —le había advertido.
Habían encontrado un poblado cerca de donde se hallaban y Kagome habló de comprar más de esa comida que preparaban con tanta facilidad. Era curioso para InuYasha, pero aquello que tanto le gustaba años atrás, ahora le parecía vano y carente de importancia. Le había discutido que siempre podía cazar para alimentarlas a las dos, luego agregó: A ti y a Nyoko. No le gustaba esa sensación de estar fallando cada vez que una palabra se cruzaba entre ellos y Moroha aparecía de forma ambigua. Ellos debían estar cuidando de su hija, esa era la tarea primordial que ambos habían decidido cumplir cuando supieron que Kagome estaba esperando una criatura.
Por un momento se permitió el recuerdo de los primeros días luego de aquel anuncio. Kagome lo había guardado como un preciado secreto durante una lunación más, sin embargo llegó el momento en que quiso compartirlo con Sango y por ende, Miroku llegó junto a él a hacer los comentarios propios de su carácter.
Suspiró, extrañaba muchos momentos que por entonces le parecían incómodos e invivibles. No sabía si los volverían a tener y eso le estrujó el corazón, comprendió lo importante que era apreciar lo que se tiene a cada momento, tantas situaciones y personas que se dan por seguras y que desaparecen de pronto. Volvió a suspirar y a mirar los ojos rojizos de la niña. Lo cierto es que ahora aquí estaban, en mitad de un bosque, buscando un lugar sin nombre al que les había enviado Myoga y cuidando de una mashi que ni siquiera era su hija.
—¿Por qué me miras? —inquirió, InuYasha. Quizás sulfurado con la niña, quizás con estar ahí detenido mientras Kagome le cepillaba el pelo o, quizás, simplemente estaba molesto consigo mismo y con lo poco que avanzaban a pesar de los días. Había una densidad extraña en el ambiente y en él mismo, notaba que su humor se iba agriando y aunque tenía motivos de sobra para ello, no estaba seguro de que aquella fuese la razón.
—¿Por qué te dejas cepillar el pelo? —la pregunta resultó extraña viniendo de una niña; más aún el tono de incredulidad que había puesto en ella.
—¿Pasa algo si dejo que Kagome lo haga? —ahí estaba su respuesta poco amistosa. De pronto se sintió como si hubiese retrocedido diez años o más en el tiempo y estuviese discutiendo con Shippo sobre cualquier nimiedad.
—Nada, sólo que es extraño —la forma en que Nyoko analizaba las cosas contenía una mezcla entre la inocencia y la lógica que hacían de su razonamiento algo atrayente.
Kagome reparó en que las mentes jóvenes son capaces de crear ideas nuevas al no estar contaminadas de prejuicio. Así que intervino por InuYasha, queriendo ahondar más en cómo funcionaba la mente de la niña.
—¿De qué forma es extraño? ¿No has visto algo así antes? —preguntó, esgrimiendo una sonrisa.
—Bueno —la mashi pareció titubear. Kagome esperó, sin dejar de mirarla y verificando a la vez que su aura se había densificado un poco, lo que demostraba que sus pensamientos se habían vuelto confusos.
—Si no quieres contarnos, está bien —la tranquilizó.
—No es eso —la niña negó rápidamente—, es sólo que mi madre no confía mucho en otros y nunca la he visto permitir que alguien cuide de ella.
InuYasha no pudo evitar la sensación de remembranza en las palabras de la niña, él mismo no se permitía acciones como ésta antes de conocer a Kagome, e incluso tuvo que pasar un tiempo con ella para consentir algo de confianza. Extendió su mano hacia atrás y sostuvo la de su compañera, con la excusa de detener el trabajo que ella hacía con su pelo.
—Ya está bien —le dijo, sin embargo Kagome fue consciente del modo en que el pulgar de InuYasha le acarició el dorso de la mano al apartarla.
—Bien —respondió ella y dejó la labor. Él se recogió el pelo con aquellos movimientos que le enseñó la madre de Kagome y que ya dominaba a la perfección, terminando en una coleta alta que destacaba mucho más los ángulos de su rostro e incluso el dorado de sus ojos parecía más visible.
Magnífico, como siempre —pensó, Kagome, antes de bajar la mirada y guardar el cepillo en la mochila, intentando centrarse.
.
Cuando entraron en la zona urbana InuYasha fue consciente de los comentarios que hacían las personas que pasaban junto a ellos, haciendo referencia a sus pies descalzos y a Tessaiga. Estuvo a punto de quejarse con Kagome ya que lo obligaba a cubrirse las orejas, pero en realidad el problema estaba en cualquier cosa que no cumpliera ciertas normas de habitualidad para las personas. En eso esta época se diferenciaba poco del Sengoku.
Caminaron por entre las calles hasta que dieron con una tienda en la que comprar todo lo que Kagome consideraba necesario. InuYasha y Nyoko se quedaron fuera, esperando, y no pudo evitar notar que al cabo de unos minutos la niña había comenzado a sostener la tela del pantalón de su haori.
—¿Te pasa algo? —InuYasha no era delicado, el tono de su voz sonaba áspero más veces de las que desearía, pero eso no le quitaba sinceridad a su pregunta.
La mashi lo miró con el ceño arrugado.
—Hay mucho ruido —se quejó. Él la comprendió totalmente.
—¿Nunca habías estado en una aldea humana? —comenzó a hablar con ella, sin dejar de mirarla, para que se centrara en su voz.
—No —negó con un gesto y miró hacia la puerta de la tienda como si con eso pudiese conseguir que Kagome volviese más rápido.
—Bueno, los humanos son ruidosos —se inclinó un poco sobre Nyoko, para darle un aire confidencial a lo que le estaba contando—. Inventan muchas cosas que creen que son para vivir mejor, pero yo no estoy muy seguro.
La niña lo miró y le sonrió como si ambos compartieran una travesura.
InuYasha no podía dejar de preguntarse cómo sería exactamente el lugar del que provenía esta niña y cómo era que aún no se encontraban con nadie que la estuviese buscando. De hecho, le llamaba profundamente la atención no haber dado con ningún youkai en mitad del bosque, considerando que a Kagome la habían herido mucho más atrás en el recorrido que llevaban. Quizás la colonia de la que provenían estaba en otra dirección.
Junto a ellos pasaron dos mujeres que ralentizaron el paso y se susurraban cosas que InuYasha creyó poder interpretar.
Mira su pelo
Y sus ojos
Es más alto que el chico del karaoke
Su postura es…
Él se quedó mirando fijamente a las dos mujeres, intrigado y molesto ¿Qué importancia tenía su color de pelo, o de ojos?
En ese momento su compañera salió de la tienda y miró en la dirección en que estaban aquellas mujeres, como siguiendo la línea de la mirada de él. Cuando llegó junto a ellos, se plantó frente a InuYasha y lo sostuvo por los mechones de pelo que le colgaban junto a la cara y le dio un beso en los labios que parecía destinado a contarle una suerte de enfado que él no llegó a comprender.
Luego de eso cruzaron el poblado y siguieron su camino.
.
El sol había comenzado su camino de descenso y aunque los días se iban haciendo un poco más largos, aún las horas de luz resultaban insuficientes. El grupo no se había detenido a comer, el desayuno lo hicieron a medio día y lo habían cubierto con alguna fruta que Kagome consiguió en la misma tienda a la que había entrado. InuYasha, por sí sólo, había acabado con cuatro bananas y dos manzanas; Nyoko, en cambio, sólo había comido una manzana, las bananas no eran una fruta que conociera y no quería comerla. Kagome no pudo evitar pensar en lo absurdo de aquella norma, después de comer medio vaso de ramen la noche anterior.
Luego de aquel receso continuaron el camino, hasta que se encontraron con el inicio de un nuevo poblado.
Será mejor que las lleve y crucemos esto a la mayor velocidad posible —había dicho InuYasha, que no tenía pensado pasar por el poblado humano intentando parecer normal. Kagome se mostró diligentemente de acuerdo. Nyoko prácticamente se dormía en brazos de ella que había comenzado a cargarla un par de kilómetros atrás. De ese modo avanzaron rápidamente la zona urbana, hasta encontrarse otra vez en mitad del bosque. Entonces Kagome comenzó a impacientarse. Había traído consigo un mapa que tenía su abuelo en casa, pero no conseguía sacar mucho de él, no podía ver exactamente la ubicación en la que estaban, ni tampoco le señalizaba ninguna cascada como la que necesitaban encontrar.
—¿Cuánto dijo Myoga que tardaríamos? —preguntó, mientras le traspasaba la niña dormida a InuYasha, que la sostuvo con mucho más cuidado del necesario, rememorando las precauciones que tomaba con Moroha recién nacida.
—No lo dijo —le aclaró, acomodando la cabeza de Nyoko sobre su hombro.
Ciertamente esta no era una forma segura de viajar por un bosque que no sabían qué peligros podía tener. Sin embargo, la mashi parecía agotada del viaje y no podía darle a Kagome el trabajo de cargar con ella todo el tiempo, era una niña pequeña, pero llevarla en los brazos por kilómetros resultaba agotador. InuYasha intentaba mantener la alerta lo más posible, porque aunque hasta ahora no se habían encontrado con ningún peligro, eso no era garantía de nada.
—Deberíamos buscar dónde acampar —le mencionó a su compañera. Ella se mantuvo en silencio un instante, al parecer no estaba de acuerdo y tal cómo él la conocía, sabía que cuando algo no le gustaba se reservaba un comentario o dos— ¿Pasa algo? —buscó saber.
Escuchó a Kagome bufar y casi pudo ver su expresión de fastidio.
—No tenemos nada claro —se quejó—, ni siquiera sabemos a dónde pertenece esta niña, ni sabemos cuándo llegaremos a dónde sea que nos ha mandado Myoga —hizo una mínima pausa que sólo pareció ser el tiempo necesario para tomar fuerza y expresar lo siguiente— ¿Por qué has confiado con tanta rapidez?
InuYasha tuvo que procesar lo que Kagome decía y por un momento se quedó en silencio, intentando asegurarse de no entender mal ¿Realmente lo estaba culpando?
—Es Myoga —se detuvo y se giró para enfrentarla, cosa que le gustaba muy poco, este no era el mejor momento para enfadarse.
—Pero ser Myoga no lo hace infalible. Además, ni siquiera dijo algo sobre Moroha —continuó descargando su frustración y seguramente también su cansancio.
InuYasha se llenó los pulmones con una respiración profunda, dedicada a calmar las ganas que comenzaba a tener de gruñirle a su compañera. Avanzó unos cuántos pasos en solitario.
—Acamparemos —repitió y comenzó a caminar por delante de ella.
Kagome lo miró, sintiendo la emoción del enfado contenida en el estómago, tenía que procesarla o terminaría gritándole a InuYasha por cuestiones absurdas.
Al cabo de un rato llegaron a un lugar que les permitía encender un fuego, además de espacio para dormir. InuYasha limpió la zona en la que harían la fogata, de modo que no quedase nada de maleza que pudiese conducir el fuego fuera del lugar que le había asignado. Luego posicionó las piedras que harían de límite a las llamas y finalmente puso un par de ramas gruesas en el centro y apiló algunas ramas más finas por encima. Hizo una madeja de maleza seca y la puso entre las ramas delgadas, dejando el encendido a Kagome, que llevaba aquellos palitos de madera que inflamaban rápidamente. Todo aquel trabajo lo efectuó en un silencio que Kagome supo interpretar como la barrera que su compañero estaba poniendo para que el conflicto entre ambos no escalara.
Nyoko despertó y parecía mucho más animada ahora que había descansado en brazos de ambos.
—¿Por qué InuYasha está en el árbol? —preguntó la niña, sentada junto a Kagome, mientras ambas esperaban a que el fuego calentara el agua para la comida instantánea.
—Está vigilando desde lo alto —intentó que su respuesta fuese creíble.
La niña volvió a alzar la mirada a la rama en la que InuYasha permanecía con los ojos cerrados.
—Más parece dormido que vigilante —Nyoko no estaba convencida con aquella explicación pobre.
No estoy dormido —murmuró InuYasha, en un tono tan bajo que Kagome apenas alcanzó a percibir que él había dicho algo, en cambio la niña lo había escuchado claramente.
—¿Puedo subir yo también al árbol? —preguntó la mashi.
No —la respuesta llegó en el mismo tono bajo que Kagome no llegaba a percibir.
—¿Por qué? —insistió Nyoko, sin dejar de mirar a lo alto del árbol.
Porque yo lo digo.
—Vaya respuesta más idiota —se quejó la niña.
Kagome inhaló profundamente, intentando que el nudo del enfado que tenía en el estómago no se le pasara directo al corazón. Sentía que estaba a punto de conjurar y ya no recordaba la cantidad de años que llevaba sin hacerlo. Se limitó a poner agua caliente en la comida de Nyoko y se la extendió. Luego de eso se puso en pie y se sacudió las rodillas del pantalón para echarse a andar en dirección al bosque.
—¿Te vas? —preguntó la niña, pero Kagome no le respondió.
—¿A dónde vas? —quiso saber InuYasha y su compañera sólo respondió con un bufido que se parecía demasiado a los que soltaba él.
InuYasha se sentó más recto en la rama, en una posición que hablaba de la atención casi imposible que estaba prestando al entorno. No podía dejar sola a la niña en el campamento y tampoco quería perder la referencia de dónde y cómo estaba Kagome.
Kuso —la maldijo, internamente, muchas veces.
Kagome comenzó a recorrer el bosque que a esta hora del atardecer mantenía muy poca luz. Pensó en que debió tomar la linterna que había puesto en su mochila, entre las cosas que podían ser de utilidad, pero con la prisa y el enfado no la recordó. Así que intentó caminar con el máximo de cuidado para no tropezar con la raíz de algún árbol o caer por una hendidura en la tierra. Se sentía molesta y estaba claro que no todo era a causa de InuYasha y su comportamiento, ella misma no se sentía del todo cómoda con la densidad que había en la energía del lugar. Tenía que calmarse y razonar, no podía comportarse como una niña ante todo lo que les estaba pasando, aunque claro, quizás ese comportamiento no era más que un mecanismo de defensa de su propia mente.
Suspiró, sintiéndose derrotada.
La luz se hacía cada vez más precaria y se enfadó consigo misma por haber tenido este ataque de dignidad innecesario, si InuYasha quería dormir en el árbol, por ella bien. Escuchó la maleza al ser aplastada tras ella, se giró y se agachó, esperando a que su vista fuese lo suficientemente clara como para dilucidar de quién se trataba.
InuYasha —musitó en cuánto lo distinguió.
—Volvamos. No me lo hagas más difícil, mujer —se quejó, cuando estuvo frente a ella que había vuelto a ponerse en pie.
—Claro, no seré yo la que te lo ponga difícil —la respuesta salió de ella con más sorna de la que esperaba.
¿Por qué?
—¡Kuso! ¡Qué te pasa! —InuYasha se mantuvo rígido delante de ella, enfadado por no poder comprender lo que le sucedía, no era el primera muestra de irritación que le soltaba hoy. Su compañera enfocó los ojos dorados en la penumbra de la tarde que se apagaba.
Kagome tenía arrebatos de mal humor, siempre había sido así, pero con los años estos se habían aplacado mucho porque ambos habían encontrado una forma de comunicarse y el amor que se tenían había funcionado como un bálsamo. Ya no eran unos críos.
—¡Y yo qué sé! —ella gesticuló con las manos, como si quisiera que su mal humor quedase atrás, en el sitio que estaba abandonando.
Pasó por delante de InuYasha, en dirección al campamento que habían armado. En ese momento él notó algo diferente en el aire que los rodeaba y se mantuvo un momento centrado en ese olor. Cerró los ojos y se sintió invadido por un sentimiento de remembranza, ella ya había tenido un aroma así antes. La miró caminar, luchando con la maleza y ayudándose por los troncos de los árboles para andar un camino inexistente en mitad del bosque. InuYasha respiró mucho más hondamente que en cualquier otro momento, atrayendo hacia sí la esencia que Kagome desprendía ahora mismo y que al ser aún tan sutil, apenas podía rescatar en el aire.
¿Qué debía hacer?
¿Se lo debía decir?
El corazón le latía frenético y notaba debilidad en las extremidades ante ese loco e innecesario esfuerzo físico.
Se apresuró hasta ella y le sostuvo la mano por la muñeca con delicadeza, posando el pulgar justo sobre la vena, lo que le permitía sentir el latido del corazón de su compañera. Quería retenerla un poco más en este espacio silencioso y privado: intimo. Kagome lo miró y él podía ver la fortaleza de sus ojos castaños. Quizás ella se estaba preparando para esto, aunque aún no lo supiera.
¿Cuándo ha sido? ¿Hace dos noches? ¿Cinco? —su mente divagaba, en tanto su corazón y su estómago se debatían en el dominio de las emociones: el estómago le decía que era una pésima idea y el corazón no le cabía dentro del pecho de gozo.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, finalmente, comprendiendo que su compañero comenzaba a custodiar un secreto. Ella tuvo un presentimiento, pero no lo quiso exteriorizar, quizás buscando custodiar aquello al igual que él. Bajó la mirada hasta el agarre sin buscar soltarse. InuYasha relajó el toque y deslizó la mano con suavidad hasta tocar con la yema de los dedos la palma de ella en una caricia tan delicada como el secreto que ahora compartían.
Por un momento todo pareció silenciarse dentro de ellos. La ansiedad, el miedo, la turbulenta sensación de estar al borde del fin del mundo; todo dejó de tener importancia y sus corazones latieron en la misma sintonía de amor.
Sin embargo, aquello no les duró demasiado.
Escucharon el sonido de un grito proveniente de la zona en la que habían puesto en campamento y ambos se miraron, sabiendo que debían volver de inmediato. InuYasha sostuvo a Kagome por la cintura y ella se asió se su torso con aquella seguridad característica que difícilmente abandonaría, por muy enfadada que estuviese. Su compañero echó a correr por entre los árboles, calculando las posibilidades del espacio a cada momento. No tardaron en ver la fogata y notar la soledad que había entorno a ella.
¿Dónde estaba Nyoko?
Se quedaron de pie junto al fuego. InuYasha sostuvo la empuñadura de Tessaiga y Kagome no pasó por alto esa actitud defensiva en tanto él agudizaba los sentidos al máximo y liberaba un gruñido contenido al notar que no era capaz de captar el olor de quienes estaban alrededor.
—Estamos cercados —murmuró, como un aviso para su compañera, sintiendo como la espalda de ella se pegaba a la suya.
—Sí, lo están —se escuchó una voz femenina, que para InuYasha tuvo un toque familiar, tanto en su entonación como en la rigidez con que eran expresadas las palabras.
—¿Quién eres? —preguntó él, con la mirada baja y los sentidos alerta, mientras observaba con detención a la figura que aparecía por entre los árboles, claramente no era humana si había podido escuchar lo que acababa de decir a Kagome. Sin embargo, no podía saberlo si no captaba su olor.
¡Kuso!
—Las preguntas las hago yo —insistió la mujer.
Kagome se giró levemente, intentando visualizarla en medio de la penumbra, sin descuidar la espalda de su compañero.
—¿Dónde está Nyoko? —su tono era decidido y exigente, la mujer no lo pasó por alto.
—¿Por qué te importa? —le respondió con otra pregunta.
Ella era claramente quién dirigía el grupo. InuYasha logró calcular que serían entre unos diez o doce seres. Se centró más, si era posible, para saber si el número era mayor; concluyó que no.
—Está con nosotros, cuidamos de ella —declaró, Kagome, obteniendo como primera respuesta un bufido que acababa en una risilla mordaz.
—Pues lo has hecho muy mal. Estaba sola —aseveró la mujer.
—No te atrevas —gruñó InuYasha, en defensa de Kagome. Bien sabía que su compañera que se había dedicado al cuidado de la niña, desde que la encontraron.
La mujer se dirigió a él.
—Pues sí que se parecen.
Le resultó un comentario extraño y molesto. InuYasha sabía que estaban en desventaja por número, pero también por conocimiento. Estaba claro que la líder de este grupo sabía quiénes eran ellos. Quiso volver a exigir una explicación, sin embargo la mujer intervino una vez más y nuevamente tuvo una sensación de remembranza ante el tono de sus palabras.
—Nos vamos todos más allá de la cascada.
InuYasha estuvo a punto de replicar, sin embargo la cascada era un lugar que debían encontrar y probablemente esta mujer los llevara al sitio al que Myoga intentaba dirigirlos. Sintió como Kagome se sostenía de la manga de su haori y comprendió que ambos estaban considerando lo mismo. Le dio una mirada fugaz y pudo ver en su cara la determinación: Irían con este grupo.
En ese momento Nyoko salió de entre los matorrales que los circundaban.
—¡Inu! —se echó hacía ellos con una expresión de alegría que les dio a entender que se encontraba bien con quienes estaban en la penumbra del bosque.
No podía ser tan malo ¿Verdad?
.
El camino por la ladera de la montaña se había hecho relativamente cómodo. Nyoko había viajado caminando por si misma gran parte del trayecto, hasta que se acercó a la mujer que dirigía el grupo, le dio un par de tirones al pantalón que ésta vestía y ella la tomó en brazos y se la sostuvo hacia la cadera en un gesto cercano a lo maternal. InuYasha y Kagome observaron la acción y entendieron que la relación de ambas era de larga data, una comprensión de ese tipo sólo se consigue con la convivencia. Kagome llegó a pensar que quizás se trataba de la madre de Nyoko, pero la mashi no había dicho nada. Resopló a causa de la frustración, se suponía que iban en busca de respuestas y cada vez tenía más preguntas.
Dieron unos cuántos pasos más, el grupo de seres los rodeaban desde tierra y desde las copas de los árboles. InuYasha percibió un sonido particular.
—Se escucha la cascada —mencionó, no debía estar a más de un kilómetro, quizás menos.
Kagome asintió con un monosílabo desanimado y ese sólo hecho lo llevó a buscar la mirada de su compañera; parecía agotada.
—¿Estás bien? —preguntó en un tono que llegaba a rozar lo dulce.
Su compañera no respondió de inmediato, respiró un par de veces por la nariz y soltó por la boca, como si buscara darse ánimo para seguir.
—Sube —InuYasha se inclinó hacia ella para que se sostuviese de sus hombros, le preocupaba que Kagome no se sintiese bien. Notó su toque en el hombro, pero sólo a modo de una caricia.
—Tranquilo, estoy bien —el cansancio que estaba sintiendo no era sólo físico.
—¿Estás segura? —insistió su compañero un poco más y lo miró, a pesar de lo mal que podía distinguirlo en la noche.
Asintió y apoyó su decisión con sonido positivo.
Lo que Kagome estaba sintiendo era claramente energético y se adelantó un par de pasos a InuYasha para ser ella la que primero se encontrase con la fuente de esa energía y que no le hiciese daño a él. Era consciente de la forma en que podía quemar una barrera y aunque su compañero tuviese la capacidad de regenerar sus tejidos con facilidad, las heridas que se quedan dentro: el miedo, la desconfianza; esas no sanan con rapidez y en ocasiones no llegan a hacerlo
No tardaron demasiado en dar con la parte densa de aquella energía. Kagome sentía como le erizaba el vello de la piel y le debilitaba los huesos. Sin embargo algunos de los youkai que los acompañaban, incluida Nyoko y la mujer que la cargaba, parecían atravesar aquella barrera sin problema. Kagome se detuvo y extendió la mano hasta percibir un cosquilleo en la palma de ésta que comenzó de forma suave, no obstante poco a poco parecía quemarle la piel. Fue consciente de InuYasha un paso tras ella, así que extendió un brazo en el aire que le sirviera de barrera y le indicara a su compañero que se detuviera, aunque ella no estaba dispuesta a seguir esa misma orden. Avanzó un poco más y notó el dolor similar al de miles de agujas surcándole la piel, el dolor amenazó con entumecer el músculo y el hueso, notaba el frío recorrer su cuerpo. De pronto se supo incapacitada para hablar y sintió como su mente pedía auxilio y el modo en que todo su cuerpo dejo de responder.
En ese momento se desvaneció.
.
N/A
Un capítulo que me ha resultado denso de escribir, quizás también porque no todos los días son iguales en nuestras propias vidas y, obviamente, no puede resultar igual el dedicarnos al trabajo que amamos.
"Nulla dies sine línea"
"Ningún día sin una línea"
Intento que sea mi lema, de ese modo avanzo.
Muchas gracias por leer y comentar
Anyara
