Capítulo XXXVI
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Mi adorada alma.
La frase vino a la mente de InuYasha, mientras observaba a Kagome sobre el futón. Recordó la primera vez que esa frase se creó en su mente como una forma de definir a su compañera, y el contexto de entrega en que le había producido aquello. Se le erizó la piel en el momento en que sus recuerdos lo llevaron a las caricias aún tímidas por entonces, cuando apenas comenzaban a reconocerse con el cuerpo.
A su memoria llegó aquel sitio lleno de las luciérnagas al que llevó a Kagome y esperaba poder llevarla nuevamente este verano y a Moroha, cuando fuese un poco mayor y pudiese conservar en su memoria lo hermosas que eran todas esas luces brillando. Contuvo el aire, sabiendo que todo lo que estaba deseando pendía del delgado hilo de su esperanza. Soltó el aire muy despacio, casi como si aquello pudiese darle tiempo para calmarse.
¡Kuso! —pensó y cerró los ojos con fuerza, se sentía miserable de una forma que no conseguiría jamás explicar.
¿Cuánto dolor podía soportar un alma?
La pregunta se quedó dando vueltas en su cabeza, sin encontrar una respuesta.
Abrió los ojos nuevamente y observó una vez más a su compañera que llevaba largo tiempo sumergida en el mar de la inconsciencia. Se había derrumbado al intentar cruzar la barrera que protegía el lugar en que ahora se encontraban. InuYasha no lo sabía en ese momento, pero quién debió protegerla era él puesto que la barrera estaba hecha para ser cruzada por youkais, hanyous y cualquier ser que presentase sangre demoniaca, en una cantidad importante y por tanto estaba cerrada para los humanos. También maldijo a la mujer que los había traído hasta aquí por no advertirles.
Volvió a respirar hondamente, buscando calmar su frustración. Kagome se veía vulnerable sobre el futón, estaba pálida y mantenía una suave tonalidad oscura bajo los ojos, se maldecía a sí mismo por no haber reaccionado antes y sacarla de aquella energía que había amenazado su vida.
Cerró los ojos, respirando agitado y molesto consigo mismo. Quería gritar hasta que la garganta se le agrietara por el esfuerzo o salir a partir las rocas de los montes aledaños; cualquier cosa le serviría, pero no iba a dejar a su compañera sola y no se movería de su lado hasta que despertara. Apretó los puños que descansaban sobre sus muslos, llevaba horas sentado en el suelo junto a ella y se obligó a practicar ese tipo de respiración que Kagome le había enseñado para cuando sentía que se iba a transformar en youkai. No era el caso, pero necesitaba calmar la densidad de sus pensamientos.
La observó, permanecía iluminada por la vela que le habían dejado en la habitación en la que estaban. Le despejó un poco la frente del pelo que llevaba siempre hacia la cara y que le había crecido notoriamente en estas últimas semanas. Usó los nudillos para acariciarle la frente, la mejilla y de ahí ir hacia el mentón. Necesitaba darle una caricia sutil, que cuidara de ella y sintió, como le pasaba tantas otras veces, que el amor tenía un componente de delicadeza que lo basto no era capaz de comprender.
Eso se lo transmitía Kagome a cada momento y él lo atesoraba en esa parte suya que no compartía con nadie más que con ella.
Soltó el aire que había contenido, como si esperara que aquel suspiro se llevara una parte de la carga que ahora mismo sentía. Ya ni siquiera el peso era en el pecho, lo notaba consumiendo su cuerpo, su voluntad y cada sentimiento que albergaba.
¿Desde cuándo se había vuelto tan blando? —se rio de sí mismo, quizás siempre lo había sido, pero con Kagome se había atrevido a explorar esa parte que estaba escondida bajo capas y capas de miedos.
Se masajeó la sien con ambas manos, manteniendo los ojos cerrados durante un momento, para calmar el ansia y el cansancio. Miró a través de una de las pequeñas ventanas que había en la habitación, parecían hechas especialmente para dejar entrar la luz, sin que nadie pudiese cruzarlas.
¿Qué lugar era este?
La pregunta se quedó dando vueltas en sus pensamientos. Descansó la cabeza en la pared que tenía tras él y cerró los ojos un momento, los notaba irritados por el cansancio y el tiempo sin dormir. Pudo percibir el olor de la lluvia que pronto caería.
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Dos figuras permanecían de pie bajo en árbol que estaba alrededor del edificio más grande del lugar. Una de ellas tenía el pelo blanquecino por los años, la otra por la genética.
—Creo que ella ya está bien —mencionó una.
—Sí, eso parece. Es fuerte —sonrió la otra.
Hubo un instante de silencio, roto por las hojas nuevas del árbol que las cobijaba y que eran mecidas por una fría brisa nocturna.
—¿Por qué no los has traído tú misma? —la pregunta se quedó esperando el tiempo en que se medita una respuesta.
—Mientras menos sepan de su futuro, mejor.
La sentencia era clara.
El viento sopló con más fuerza, y estaba cambiando.
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La habitación comenzaba a estar iluminada por la luz de la mañana que entraba por las pequeñas ventanas. Kagome acababa de abrir los ojos y comenzaba a situarse en un lugar que le era desconocido; sin embargo, el tener a InuYasha junto a ella hacia que la situación no le resultara violenta. Observó todo lo que le era posible desde su posición de medio lado en el futón, pudo ver que en una esquina aún estaba encendida una lámpara de cristal de color verde cuya vela parecía a punto de consumirse, en tanto, otra vela más cercana había acabado ya su trabajo. La luminosidad que entraba le permitía ver los rasgos ligeramente rígidos de InuYasha, que permanecía dormitando junto a ella. La postura que él mantenía no le era desconocida: sentado, con la espalda posada en algún elemento, en este caso la pared, y Tessaiga que descansada hacia el hombro de modo que fuese fácil tomarla y desenvainar de ser necesario. Muchas veces lo había visto así durante el tiempo que estuvieron buscando terminar con la amenaza que significaba Naraku.
Una profunda sensación de añoranza apareció en su pecho. No pudo evitar recordar la primera noche que InuYasha durmió junto a ella en el futón. Kagome insistió, a pesar de que ambos aún no daban pasos grandes en su relación en cuánto a lo físico. Por entonces compartían una intimidad creada con besos delicados, miradas, abrazos, historias sobre la vida cotidiana; todo aquello era esencial y propio, lo entendieron con el tiempo. Desde entonces él había comenzado a recostarse a su lado y a hablar de cualquier cosa, hasta que Kagome comenzaba a dormirse.
Pensó en incorporarse, pero de hacerlo su compañero iba a despertar y quería que él descansara un poco más, estaba segura que habría dormido muy poco. Se preguntó en dónde estaban, claramente no era una cabaña por lo que alcanzaba a ver desde su posición, estaban dentro de un edificio más grande; quizás un palacio. Recordó el lugar que había visto en su sueño, un palacio con altas murallas que no permitían el ingreso con facilidad. Entonces recordó la sensación de la energía en la barrera que intentó cruzar y el dolor extendido por todo el cuerpo, un temblor la invadió y la sacudió como respuesta física al recuerdo. Respiró con la intensión de calmarse y se mantuvo un momento más observando a InuYasha para ver como contraía el gesto en su rostro, en tanto su mano apretaba a Tessaiga.
Supo que estaba soñando.
InuYasha se veía en medio de una oscuridad densa, que lo asfixiaba y los cercaba. Había desenvainado a Tessaiga y la blandía al aire, mientras sostenía a Kagome pegada a su cuerpo, estaba inerte, fría; en un estado que se asemejaba demasiado a la muerte. Sentía el pecho comprimido y le zumbaban los oídos ante la carencia absoluta de sonido. En ese momento recordó el camino al inframundo, la absoluta nada que lo componía y se vio siendo devorado por esa oscuridad. De pronto, sobre su cabeza, se vio una luz que surcaba de lado a lado esa oscuridad. No tardó demasiado en comprender que era un rayo, tan luminoso y potente que tuvo que cerrar los ojos, cegado por su luz. No hubo sonido, a pesar de su irrupción absoluta en el espacio. Miró entre sus brazos y fue consciente de como Kagome comenzaba a desaparecer. Soltó a Tessaiga, para poder asir a su compañera con ambas manos, sin embargo ella se desvaneció en medio de aquella oscuridad.
Ya no había luz, ya no había sonido, ni tacto; ni amor.
Abrió los ojos con calma, como si hubiese desconectado totalmente de aquel lugar del que venía su mente, aunque las sensaciones seguían con él. El corazón le latía con ímpetu y le dolían los dedos por la fuerza con que sostenía a Tessaiga. Cuando vio a Kagome observándolo, sintió alivio y comprendió que sus miedos y debilidades debían quedarse con él, no podía cargar en ella esas emociones y menos ahora.
—Estás despierta —lo escuchó murmurar y se enfocó en aquellos hermosos ojos dorados, que mostraban los tintes de la preocupación que seguramente ella le había causado.
Asintió, buscando incorporarse y en ese movimiento comprobó que la energía de la barrera que sintió en la piel la había dañado. Le dolían los músculos, todos ellos y tomó aire por la boca, intentando llenarse de oxígeno y de valor para sentarse en el futón.
InuYasha se movió hacia ella con diligencia, con tanta rapidez que por un momento le pareció un gesto imposible. Sintió su mano tras la espalda, dándole un punto de apoyo en ese lugar. Lo miró, asombrada por la capacidad que él tenía de leer cada una de sus necesidades. Quiso recordar aquel tiempo en que InuYasha parecía indiferente y hosco, con los años juntos comprendió que en realidad nunca lo había sido, la sutileza y ternura que ahora le mostraba había estado oculta bajo las capas de su soledad.
—Estoy bien —le aseguró y en ese momento él se animó a mirarla a los ojos. La fragilidad del temor que Kagome vio en su mirada la llevó a entender que debía estar fuerte, no podía permitir que él cargara con tanta culpa y responsabilidad—. Estoy bien —repitió, y esta vez acompañó la aseveración con una sonrisa que esperaba le diera algo de calma a su compañero.
Él bajó la mirada y con la otra mano la sostuvo también por el estómago. Posicionó su mano sobre la de él, sin embargo su compañero no mantuvo el toque, parecía rehuirle y Kagome tuvo una extraña sensación de vacío en la que no alcanzó a regodearse por qué InuYasha comenzó a hablar.
—Estamos en un palacio —explicó, que era quien estaba consciente al llegar al lugar.
Kagome se recompuso, intentando seguir el hilo de la conversación que su compañero comenzaba.
—Lo imaginé por la habitación —él asintió y dejó, también, el apoyo que había puesto en su espalda, aunque con algo más de precaución como si intentara saber que ella estaba cómoda.
Por un momento le recordó tremendamente al InuYasha de hace años atrás; siempre temeroso de ser el culpable de lo malo que sucedía alrededor. A su mente vino aquel encuentro con la bruja Tsubaki y el modo en que ella había intentado decirle que no se preocupara más allá de lo que le correspondía. Resultaba extraño sentir que estaba de vuelta en aquellas emociones.
—No he podido investigar, prefería estar aquí —confesó.
Kagome comprendió que aunque él no lo dijese directamente, no quería dejarla sola. Extendió la mano y buscó la de él que hizo un amago de acercarse, sin llegar a concretar ese movimiento. InuYasha no era capaz de medir la forma en que se volvía transparente para ella. Podía ver su temor y su inquietud, aunque no pudiese darle nombre. No, él no sabía las líneas de emociones que ella podía leer en cada pequeño gesto que hacía.
—No te preocupes, lo entiendo —le dijo.
Quiso agregar que ya lo harían, que investigarían juntos, pero fueron interrumpidos por el sonido estrepitoso de unos pasos que se acercaban y se detuvieron en la puerta de madera que tenían a la izquierda, ésta fue deslizada con esfuerzo por quién estaba al otro lado; Kagome supo que se trataba de Nyoko sólo cuando la niña asomó medio cuerpo.
—¡Estás despierta! —exclamó la pequeña con la voz cargada de alegría.
—Lo estoy —le sonrió. Se alegraba de verla.
InuYasha pudo vislumbrar la expresión de alivio en su compañera cuando vio a la niña y se sintió frustrado por no poder darle esa alegría con su propia hija. Cerró los ojos, como la única muestra de debilidad que se podía permitir; no era fácil vivir en alerta permanente y él comenzaba a notar el peso de esa tensión.
En ese momento entraron por la puerta dos figuras más, una de ellas era la mujer que los había dirigido hasta aquí. Kagome pensó en que sería un buen momento para sentirse mejor, aunque dudaba que el dolor que experimentaba por todo el cuerpo se lo fuese a permitir con rapidez, así que optó por mantenerse sentada.
—Buenos días —saludó una de las mujeres con una inclinación, conservando cierto aire de formalidad que resultaba extraordinario para esta época. Su indumentaria era tradicional; un hakama, como el que solía llevar ella en el Sengoku y un hitoe, ambos de un ligero color gris cielo —. Soy la señora de este lugar y quisiera darles la bienvenida; mi nombre es Towa.
—Es mi mamá —mencionó Nyoko, que se había sentado junto a Kagome en el futón.
—Nyoko —la mujer reprendió la interrupción. La niña contrajo el gesto, no veía el problema en contar que esa mujer era su madre. La mujer pareció recobrar la compostura y la solemnidad—. A mi hermana Setsuna ya la han conocido.
Kagome asintió con lentitud, manteniendo absoluto silencio, fue evidente para ella quienes eran estas mujeres. La pregunta inmediata sobre su hija se gestó en su mente, no llegó a preguntar, la energía que comenzaba a emanar de InuYasha se lo impidió. Lo miró, él permanecía estático y sentado a poca distancia de ella con el ceño fruncido como una muestra de su enfado.
—¿Dónde está Sesshomaru? —la pregunta que salió de labios de su compañero fue casi un reclamo.
—InuYasha —intentó Kagome, pero él descendió la barbilla un par de centímetros hacia el pecho, sin perder de vista a las mujeres, en un gesto que exigía una respuesta y le pedía a su compañera silencio.
Ella podía discutir con él muchas cosas, incluso el que la mandara a callar con un gesto como aquel; sin embargo con el tiempo habían aprendido a conocerse y Kagome sabía cuándo un gesto estaba ahí declarando su importancia.
Towa lo miró directamente, aunque sin perder el aire de solemnidad que mantenía desde el principio. Kagome no supo interpretar si aquello era parte de un hábito personal o de la presencia de InuYasha.
—Él te estará esperando dentro de un día en la cima del Fujisan —declaró con decisión.
Su compañero se mantuvo en silencio. Ella creyó que era momento de intervenir.
—¿Saben algo de Moroha? —la pregunta era lógica, nadie podía reprocharle el hacerla. Las dos mujeres se mantuvieron impasibles y eso a Kagome comenzó a roerle; si algo había aprendido con el tiempo es que cuando una respuesta necesitaba ser meditada más allá de dos segundos es que no sería buena.
InuYasha la observó nada más escuchar la pregunta. No podía negar que él también tenía la misma duda, pero Myoga ya le había dado a entender que Moroha no quería que supieran de ella en este tiempo.
—Lo siento, no hay nada que podamos contar —respondió Towa, que al parecer era la más habladora de las dos hermanas.
InuYasha oprimió ligeramente los labios. La mujer había optado por una forma elegante de decir que no contaría nada que supiera y aunque él no era precisamente el que comprendía de energías, supo que Kagome comenzaba a bullir en cólera.
—¿Nada? —su compañera insistió— ¿Ni siquiera si ha muerto?
InuYasha sintió que algo se le revolvía por dentro ante lo visceral de la pregunta. Quiso pararla, pero comprendía que su inquietud, aunque aberrante, también era la propia.
¿Cuánto podría vivir? —la pregunta estaba en su mente, llevaba días en ella, después de todo Moroha tenía menos sangre youkai que él y no sabía cómo eso afectaría a su longevidad.
—Lo siento, si contara algo sería una mentira —insistió Towa, la hija mayor de Sesshomaru.
Kagome mantuvo un silencio hermético que duró un largo instante en el que nadie dijo nada. Ella le sostuvo la mirada a la mujer que le había dado aquella respuesta, dilucidando lo que había tras sus palabras. Quizás Moroha no quería que ellos tuvieran datos sobre ella, eso explicaría el silencio del anciano Myoga.
—Yo estuve en su nacimiento —dijo, finalmente, expresando la frase con total naturalidad, como si no acabaran de protagonizar un momento de extrema tensión.
—¿De verdad? —Nyoko fue la primera en romper la capa de hielo, esgrimiendo la curiosidad propia de sus años. De cierta forma Kagome se lo agradeció.
—Sí —le sonrió—. Dos hermosas y saludables niñas nacidas en una noche de verano.
La pequeña expresó su admiración y observó a ambas mujeres que parecían muy diferentes entre sí, pero de las que comenzabas a extraer parecidos a nada que podías mirarlas durante un instante. Kagome se hizo consciente del parecido físico que tenía cada una a su padre y a su madre. Luego, alcanzó a hacer un leve escrutinio sobre el parecido emocional de cada una, a cada uno de sus padres, justo antes que Towa volviese a hablar.
—Son libres de recorrer todo el palacio, pero si salen de él es bueno que se acompañen de alguien que sepa los límites de la barrera —explicó—; no quisiera que te vieses nuevamente afectada, Kagome sama —se dirigió directamente a ella.
—Gracias —fue lo que alcanzó a expresar Kagome. Se sintió extraña ante aquella mención venerable de su nombre.
—También hay dos personas fuera de la habitación que están disponibles para prepararles un baño y entregarles ropa limpia, si así lo deciden —agregó, sin dejar en ningún momento el deje de solemnidad.
—¿Dos personas a nuestra disposición? —preguntó Kagome, objetando el hecho de que estuviesen dos personas esperando a que ellos, quizás, requiriesen sus servicios.
—Sí —afirmó, Towa— ¿Necesitan alguna más?
Kagome estuvo a punto de mostrar su indignación, pero no movió un músculo de su expresión.
—No, aunque preferiría que se nos dijese dónde tomar un baño y dónde lavar nuestra ropa —explicó.
—Ya veo —Towa mostró una leve sonrisa—. Papá Souta suele pensar igual, aunque hace mucho que no nos vemos —Kagome se sorprendió al comprender que esta mujer no había vuelto a ver a su familia en este tiempo, por tanto, nunca regresó y sólo siguió viviendo a través de los siglos—. Todos los que viven aquí prestan un servicio, es necesario para el equilibrio de la convivencia.
—Comprendo —aceptó. Kagome—. InuYasha y yo sólo estamos de paso, pero también querríamos colaborar.
En cuánto terminó la frase escucho el gruñido contenido de su compañero.
—Lo agradecemos ¿Setsuna? —la que gruño por lo bajo ahora fue la otra mujer presente.
Dicho esto, Towa comenzó una reverencia destinada a despedirse y sintió la mano de su hija que se tomaba de su ropa, así que se detuvo y volvió a mirar a Kagome, paseando su mirada hasta InuYasha, para volver a Kagome.
—De verdad que siento no poder darte más información sobre ella —comprendía la inquietud de una madre—. Gracias por cuidar de Nyoko.
Kagome asintió con un sólo gesto, aceptando el agradecimiento y, quizás, la disculpa.
Setsuna no dijo nada en absoluto, parecía la guardiana de su hermana, y se dispuso a retirarse tras ella.
—¡Eh, tú! Podrías habernos avisado que la barrera era a prueba de humanos —la encaró. Setsuna se giró y lo miró.
—Es una sacerdotisa, sabía que podía tolerarlo —la respuesta, desde luego no compensó a InuYasha. Tuvo el impulso se ponerse en pie y lanzarse sobre la mujer. Para él no era nadie, sólo tenía el título de hija de un medio hermano con el que tenía pendientes que saldar.
Sintió la mano de su compañera sobre la pierna y comprendió que era su forma de detenerlo. La miró y ella profundizó el mensaje al fijar sus ojos castaños en él. InuYasha se limitó a oprimir los puños hasta sentir que se le clavaban las garras.
—Pude tolerarlo —Kagome volvió su mirada a Setsuna. Su gesto no era amable, tampoco era de enfrentamiento, InuYasha reconoció un gesto que le había visto pocas veces, casi siempre cuando alguien se atrevía a decir algo de él por ser un hanyou; su expresión era de fortaleza.
Puso su mano sobre la que ella había descansado en su pierna. Su compañera era fuerte de un modo que él admiraba.
Desde fuera de la habitación se escuchó la voz de Towa que nombraba a su hermana. Setsuna se retiró sin decir nada más.
InuYasha y Kagome se quedaron solos luego de que la puerta fuese cerrada. Ambos se miraron y mantuvieron el silencio, aunque sin librar las manos que se tocaban.
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Kagome tenía que reconocer que el agua caliente del ofuro le estaba relajando los músculos y eso le estaba ayudando a sentir menos dolor luego de su intento por atravesar la barrera que protegía este lugar. Habían transitado por un largo pasillo cerrado, con habitaciones por ambos lados, hasta llegar a una zona que parecía dar a un jardín interior que tenía un alto bosquecillo de bambú como división entre una zona y otra. Era en una habitación que daba a ese jardín que se encontraba la zona de baño. Las dos personas que había mencionado Towa, y que habían permanecido fuera de la habitación, los guiaron hasta ahí. Se trataba de un hombre y una mujer, ambos vestían una yukata, por encima de otro tipo de vestimenta. Kagome no pudo evitar recordar el atuendo que solía llevar su amiga Sango para cubrir su traje de cazadora.
—¿No te vas a bañar? —le preguntó a InuYasha, que permanecía sentado a un costado, junto a la pared y a la puerta. Había despachado rápidamente a la mujer que se ofreció a ayudar a su compañera y le había dicho que ya se bastaba él sólo.
—Prefiero buscar un río y meterme ahí, alguien tiene que vigilar —expresó su desconfianza.
—Puedes entrar en la bañera en cuánto yo salga, ya vigilaré yo —ofreció.
InuYasha soltó un bufido y sólo le faltó la risa irónica.
—¿Dudas que pueda? —le soltó la pregunta e InuYasha comprendió que por ahí llevaba mal camino.
—No dudo de ti, pero ahora estás recuperándote y, además, ni siquiera tienes un arco para defenderte —expuso sus argumentos.
—¿Crees que necesito un arco? —Kagome levantó el dedo índice y desde la yema del dedo comenzó a brotar una luz rosácea, el mismo tipo de luz que emanaban sus flechas o sus ataques directos con las palmas de las manos.
InuYasha soltó el aire en algo parecido a un suspiro que llegó acompañado de una sonrisa y de la expresión de derrota inminente.
—Bien, lo acepto, no necesitas un arco —negó con un gesto suave, mientras le mantenía la mirada a su compañera, que lo observaba con el pelo recogido y sostenida por el borde del ofuro, en tanto el vapor creaba una ligera neblina en torno a ella.
Aquella le pareció una visión maravillosa, fuese cual fuese la situación que estuviesen pasando.
Cuando Kagome dio por finalizado su baño se puso una yukata de baño y permaneció sentada junto a la puerta mientras se secaba el pelo con una toalla. InuYasha comenzó a desanudar el cinturón del hakama de su haori, el que cayó a sus pies, permitiendo a Kagome ver parte de sus piernas desnudas. La desnudez entre ellos se había vuelto algo normal y hasta cotidiano, sin embargo eso no impedía el aire de sensualidad que rodeaba a su compañero cuando lo veía quitarse la ropa de forma despreocupada. InuYasha era hermoso, ella no se cansaría jamás de afirmar aquello. Detuvo el movimiento de secado que hacía con la toalla cuando lo vio quedar sólo con el fundoshi. Verlo con esa prenda le causaba un leve cosquilleo en la piel y la llevaba a recordar la primera vez que se lo quitó ella misma.
Desvió la mirada y la fijó en un punto del suelo, porque sabía que no era el momento ni el lugar para dejarse llevar por esta ansia que se estaba manifestando con fuerza particular.
No pudo evitar contemplar como desenvolvía la prenda de su cuerpo, con cada movimiento se marcaba un músculo diferente en su cuerpo y cuando finalmente se metió en el ofuro, luego de dejarse caer dos vasijas de agua por el cuerpo, Kagome pudo volver a recuperar un ritmo normal de respiración. Si tenía que ser sincera consigo misma, había estado a punto de meterse nuevamente en el agua, aunque esta vez con él.
InuYasha sintió como el agua le relajaba los músculos y hundió todo el cuerpo y hasta la cabeza en ella, para relajar también el instinto que comenzaba a aflorar en él como respuesta al aroma que comenzaba a desprender Kagome. Su compañera no era consciente de la forma en que lo atraía cuando su esencia lo reclamaba y probablemente él no encontraría jamás las palabras para explicarle cómo su propio cuerpo, su mente y su amor por ella surgían cuando eso sucedía. Soltó el aire muy despacio, estando bajo el agua, creando pequeñas burbujas en la superficie, y emergió de ésta cuando necesitó respirar nuevamente. Se frotó con la pastilla de jabón en los sitios necesarios y se enjuagó rápidamente; no quería permanecer vulnerable más que el tiempo justo.
Al salir del agua, Kagome lo esperaba con la toalla en la mano y lo rodeó con la tela, del mismo modo que había hecho él cuando ella había salido del ofuro. No pudo evitar recordar el primer baño que compartieron en el anexo que habían construido fuera de la cabaña y que les permitía momentos de intimidad que él atesoraba.
—Gracias —le dijo, cuando la tenía con las manos rodeándole el torso, poco más arriba de la cintura.
Olía tan bien.
La abrazó durante un momento, su compañera aún tenía el pelo húmedo y pudo sentirlo en las manos. Lo miró directamente a los ojos y él estuvo tentado de contarle aquello que había descubierto apenas el día anterior; sin embargo, sentía miedo que al decirlo algo malo sucediese. Oprimió los labios en un gesto de contención y Kagome separó los suyos como contrapunto. InuYasha sabía que no era el momento, ni el lugar para ir más allá, pero que las deidades lo partieran con un rayo aquí mismo si llegaba el día en que él se negara a besar a su compañera.
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Continuará
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N/A
Un capítulo más de esta historia que siempre se lleva un pedacito de mí. El amor que InuYasha y Kagome comparten aquí tiene tantos matices que resulta difícil manejar esa carga como escritora y quizás por eso siempre terminan teniendo su momento de romance, porque de otra forma yo me ahogaría con el amor que ellos crean.
Muchas gracias por leer y comentar!
Besos
Anyara
