Capítulo XXXVII
.
El palacio en que se encontraban contaba con extensos pasillos interiores que daban a un gran jardín, recorrerlos les estaba tomando varios minutos y era difícil dilucidar cuántas personas podían vivir aquí. Algunas de las puertas que iban encontrando en el camino permanecían cerradas, en tanto otras permitían el acceso a zonas interiores que Kagome suponía serían de uso comunitario. Se sintió tentada a explorar cada una de las que fueron dejando atrás, sin embargo creyó prudente primero recorrer el entorno junto al jardín; de ese modo se iría haciendo un mapa mental del lugar. InuYasha la acompañaba dos pasos por detrás de ella, aquel gesto le resultaba extraño, hacía mucho que ellos habían dejado de conservar distancias reglamentarias y menos siendo él quién iba detrás.
—¿Pasa algo? —lo interrogó, ralentizando el paso para mirarlo.
—Todo —fue la escueta respuesta que recibió.
—¿Qué es todo? —Kagome se detuvo y miró a su compañero.
—Camina —le indicó, tomando uno de sus hombros para indicarle que girara y siguiese el camino que llevaban—. Hablaremos cuando no nos escuchen.
El tono que usó InuYasha era tan bajo que ella tuvo que dilucidar sus palabras. Comprendió que no quería hacer partícipe de sus inquietudes a las dos personas que los acompañaban. Venían varios metros tras ellos, pero probablemente tendrían sangre demoniaca y podrían oír su conversación. Kagome no logró evitar la sensación de estar siendo más bien vigilada que asistida.
Asintió y continuó el camino.
En más de una ocasión se encontraron con alguna otra persona residente del lugar. Era extraño que para ella hubiesen dispuesto ropajes tradicionales, similares a los que llevaba Towa, y sin embargo se habían encontrado con personas vestidas al parecer con estilos de diferentes épocas. Quiso mencionárselo a su compañero, pero se quedó en silencio en cuánto dio con sus ojos dorados.
Necesitaban un sitio en que resguardarse.
Cuando se encontraron con que debían dar la vuelta por el mismo pasillo, dado que el edificio llegaba a su fin, InuYasha tomó uno de los brazos de Kagome, desde la parte alta, justo por debajo de la axila y se pasó el brazo por encima de la cabeza, mientras se agachaba, para que ella quedase montada sobre su espalda, del mismo modo que lo habían hecho tantas veces. Para él, su compañera pesaba lo mismo que para ella lo haría una almohada de plumas. Kagome tardó un momento en reaccionar y enseguida se sostuvo del pecho de su compañero. Notó las agujetas que aún tenía en el cuerpo por el esfuerzo del día anterior, pero no dijo nada, no quería preocupar a InuYasha.
—Salgamos de aquí —fue lo único que alcanzó a oírle decir.
Luego de eso se vio alzada por el tejado del pasillo que antes recorriesen y de ahí a la saliente del segundo piso del edificio. Rodearon todo e InuYasha comenzó a dar largos saltos que en cuestión de un momento los tenían sobre los tejados de lo que parecían casas más pequeñas.
—Un poblado —susurró. Le parecía imposible que tal lugar existiese tras la barrera que habían cruzado.
¿Por qué toda esta gente parecía insistir en vivir a la antigua usanza?
A pesar de la velocidad que había tomado InuYasha, consiguió sentir la energía que emanaban los que vivían en el lugar y le pareció que eran muchas personas.
—Creo que han quedado atrás —escuchó a su compañero y en ese momento se decidió a mirar por encima de su hombro, para verificar sus palabras. Se sintió mareada, probablemente por la velocidad que llevaba InuYasha.
—No los veo —confirmó Kagome, descansando la frente sobre el hombro de su compañero, que inmediatamente bajó la velocidad y la sostuvo con más insistencia por la sujeción sobre los muslos.
Salieron del poblado y para entonces InuYasha ya iba caminando con ella aún en la espalda.
—Puedo caminar —apuntó Kagome.
—Lo sé —fue la respuesta que recibió y contrario a lo que podría pensar InuYasha no la bajó.
—¿Seguirás cargando conmigo? —quiso simular algo de diversión a causa del momento, era difícil en medio del permanente desconcierto.
—¿No es lo que llevo haciendo desde que nos conocimos? —él sabía que esa afirmación le costaría un apretujón en las costillas, que para ella sería algo parecido a un golpe, aunque no le hiciese el menor daño.
—¡Oye! —le reclamó, sabiendo que intentaba animarla. Apretó las piernas en torno a su cintura, intentando que su compañero se hiciese consciente de un malestar que en realidad no sentía.
—Ouch —hizo el amago de una queja, pero de inmediato se le escapó una sonrisa sonora.
Kagome respiró profundo y se sintió aliviada de al fin sentir algo de calma junto a InuYasha. Descansó sobre la espalda de él, apreciando como su calor traspasaba la tela que vestían ambos, sin poder pasar inadvertida la fuerza que su compañero poseía, podía sentirlo en la yema de los dedos sólo por sostenerse de él. Era una energía que manaba de InuYasha, como lo hace la fuerza telúrica bajo la tierra, y que hacía vibrar el músculo y la piel sobre éste. Por un momento se permitió recrear la idea de que todo estaba bien, que otra vez paseaban por el Sengoku, como cuando ella se cansaba mucho de algún largo paseo y volvía a casa sobre la espalda de su compañero. Necesitaba de esos amados recuerdos aunque sólo fuese por unos pocos instantes. Pudo oler los árboles a los que se aproximaban y la tierra humedecida por la lluvia de la última noche.
—Este lugar es extraño —dijo InuYasha, cuando llegaron a un alto desde el que se podía ver el poblado y al fondo el palacio con sus edificios por encima de la altura de las casitas que en su mayoría tenían un piso.
—Sí —aceptó ella—. Pero ¿A qué te refieres específicamente?
—No creo que lo hayas podido ver, por la velocidad a la que veníamos, pero todo resulta demasiado ordenado para un lugar con tantos seres conviviendo —explicó, permaneciendo en una postura rígida, con las manos dentro de las mangas del haori, la espalda muy recta y la mirada puesta en el horizonte. Kagome estaba por asegurar que InuYasha era capaz de dilucidar algunas de las calles del poblado que acababan de cruzar—. Ni la aldea era tan organizada y viven menos humanos. Aquí hay seres que no son humanos, al menos no del todo.
—Pude sentir energías. No todas, claro, había mucha presión y también mucha desidia en una mezcla de extraña tensión —expresó, observando en la misma dirección que él, aunque no podía ver del mismo modo.
El aura del poblado era de un color rojizo, matizada por tonos grises pálidos y en algunos puntos podía llegar a vislumbrar una pequeña explosión de luz de colores violeta, azules o amarillos; suponía que en esos lugares había niños.
—No entiendo el sistema, ni eso de tener a dos personas sirviéndonos. Creo que ambos coincidiremos en que nos estaban vigilando —Continuó InuYasha. Kagome asintió e hizo un sonido afirmativo.
Se mantuvieron un momento más en silencio. Al menos la calma del monte les ayudaba a rebajar la intensidad de las emociones que experimentaban.
—Es extraño que Sesshomaru no esté aquí si lo están sus hijas —mencionó él, sin dejar de otear el horizonte—. Da igual, dentro de dos días iré en su busca y nos veremos las caras —Kagome lo observó y vio en el dorado de sus ojos ese brillo guerrero que le conocía.
—Ni hablar —le advirtió, sin siquiera mencionar el motivo de su negativa. Su compañero la observó, aún con el reflejo combativo en su mirada.
—Te quedarás aquí —sentenció, no tenía que decirlo, él ya sabía cuál era la intención de Kagome.
—Ni hablar —ella se giró para enfrentarlo. Tenía claro que InuYasha no iría sólo al encuentro con Sesshomaru.
—Te quedarás, Kagome, no hay discusión posible —sus palabras resultaban tajantes, de un modo que su compañera pocas veces le había oído. Si se tratara de cualquier otra cosa, ella podía ceder, sin embargo sabía que este encuentro sería pólvora pura para InuYasha.
—Iré —se mostró segura, él no podía verla dudar. InuYasha tenía la capacidad de filtrarse por cualquier muestra de vacilación que ella mostrase.
—No —intentó imponerse, no quería que ella se arriesgara y menos ahora. Aunque sabía que era difícil sacarle algo de la cabeza, ya lo había intentado cuando estaba embarazada de Moroha y no lo consiguió.
—Iré —volvió a repetir, crispándole el carácter a su compañero.
—Obedece, mujer —dio un paso hacia ella. Sin embargo Kagome era Kagome y no le resultaría fácil.
—¿Obedecer? —preguntó, sin poder disimular la ofensa que le significaba aquella sola idea— Oh, InuYasha, si lo que querías era obediencia deberías haberte quedado con alguna de las aldeanas que babean tras de ti —dio un paso hacia él, acortando aún más la distancia.
Finalmente quedaron uno frente al otro, de sus miradas parecían brotar chipas capaces de incendiar el bosque. Kagome estaba decidida a no dejar solo a InuYasha e InuYasha estaba decidido a cuidar de ella y dejarla atrás para poder cumplir con ello. Pudo ver las tonalidades de rojo que se iban entremezclando en las mejillas de su compañera y aquello siempre era un acceso a su mayor debilidad. Nunca se lo había dicho a ella, pero esos tonos le recordaban mucho al color de sus pezones y eso siempre lo desviaba del tema.
—¿Babear? —discrepó— ¡Bah, mujer! Sólo buscas distraerme
Kagome se contuvo para no dejar escapar la sonrisa que jugaba en la comisura de su labio. El tono enrojecido de las mejillas de su compañero le resultaba adorable y a punto estuvo de comenzar a coquetearle.
¿Es que no podía estar apartada de él? —se reprochó, ante las ganas que sentía de abrazarlo y que toda la discusión de diluyera en un beso.
La lucha de miradas se mantenía, ni uno ni el otro abrían el siguiente juego de palabras para ver quién salía triunfante. Se conocían bien y sabían que cuando una conversación llegaba a este punto muerto, cualquier cosa podía inclinar la balanza a un lado, dando la razón, y el triunfo, al otro.
Un sonido captó su atención y los sacó del duelo silencioso que mantenían. Ambos mostraron al otro la sorpresa en su mirada y mencionaron a alguien al unísono.
Kirara
El rugido del youkai felino abrió el aire y superó a cualquier otro sonido que pudiese captar la atención de ellos. Kagome se emocionó y avanzó a paso rápido hasta el borde del risco en el que se encontraban, InuYasha se emocionó también, aunque se quedó de pie en el lugar, observando la situación y el modo en que la youkai descendió hasta quedar junto a Kagome. En ese momento avanzó hasta ambas y pudo ver que su compañera derramaba lágrimas gruesas.
—¿Por qué lloras? —quiso saber. Era consciente que el tiempo que pasaron en la tumba de su padre no era tanto en realidad, pero las sensaciones y ese letargo en que estuvieron, hizo que pareciese mucho más; él mismo tenía la sensación de no haber visto a Kirara en años.
—Es una tontería —Kagome intentó quitarle importancia al sentimiento de pérdida que la había embargado cuando vio a Kirara y comprendió que en este tiempo sus amigos no estaban vivos.
Sintió la mano de InuYasha sobre el hombro, como un punto de apoyo permanente y cierto. Él podía no comprender del todo lo que le pasaba y podía, incluso, sacarla de su centro cuando discutían, no obstante siempre estaba ahí, como una luz centinela en lo alto que siempre te permite llegar a un lugar seguro. Ella descanso su propia mano en la de su compañero.
—Kirara —Kagome pronunció el nombre con una carga de ternura y otra de alegría, consiguiendo que el espacio entre los tres se llenara de una grata sensación.
La youkai se acercó a ella y frotó su cabeza con la propia a modo de caricia. A continuación el sonido de un ronroneo enérgico comenzó a vibrar dentro de ellos. Kagome muchas veces tuvo la sensación de que los ronroneos de Kirara ordenaban la energía áurica con su vibración, era un ser mágico de muchas formas. Acarició el pelaje de la criatura y por un instante se mantuvo perdida en el goce de sentir a la que había sido una compañera de batallas, tanto como Sango, Miroku o Shippo.
—Se acerca alguien —escuchó decir a su compañero, que había liberado las manos de dentro de las mangas de haori, manteniendo los brazos a los laterales de su cuerpo en una actitud que Kagome le conocía; se preparaba para la defensa.
Ella le miró las manos y una vez más se sorprendió de la fuerza que esas manos manifestaban incluso en una actitud de relativa calma. InuYasha mantenía los dedos y las muñecas ligeramente tensionados hacia el interior, Kagome sabía que se estaba preparando para afilar las garras ante la primera muestra de necesitarlo. Ella se quedó junto a Kirara, esperando para saber a quién había percibido su compañero. En cuestión de un momento Setsuna apareció de un salto, proveniente de la parte baja del risco, y se quedó de pie a pocos metros de ellos.
—Sabía que Kirara daría con ustedes —mencionó. En ese momento la youkai felina se le acercó.
InuYasha y ella se quedaron en silencio. Kagome se acercó hasta él, quedando medio paso por detrás en una actitud que ambos reconocían como de resguardo. Si ella no estaba armada, esa era la táctica que solían usar.
—¿Por qué está Kirara contigo? —su compañera fue la primera en intentar una conversación, siempre era así.
—Supongo que la heredé —explicó Setsuna, sin ahondar en detalles.
¿Heredar? ¿Cómo? ¿De quién? —las preguntas se abrieron en la mente de Kagome.
InuYasha, sin embargo, sólo se dedicaba a analizar los movimientos de la hanyou que tenía delante. Reconocía en ella el aroma de su propia sangre, aunque débil le era familiar, sin embargo eso no evitaría que la considerara como a cualquier otra desconocida; un enemigo, hasta que se demostrara lo contrario.
—Volvamos —indicó la hanyou. InuYasha bufó una sonrisa que mostraba su disconformidad.
—¿Por qué deberíamos? —preguntó.
Kagome pensó en detener a su compañero, no le parecía que una pelea fuese lo que necesitaban; no obstante sabía que InuYasha debía medirse con la mujer que tenía enfrente. Más allá de la consideración familiar que pudiese haber entre ellos, habían pasado muchos siglos desde que la había visto nacer y ella misma no sabía a lo que atenerse. Setsuna mostraba la misma fría mirada que su padre cuando lo conoció y bien sabía que no había sido precisamente amable o piadoso; de ahí que InuYasha le cortase un brazo.
—¿Vas a pelear? —preguntó la hanyou. A continuación, InuYasha crispó los dedos levemente, aún sin afilar las garras.
—¿Vas a hacerlo tú? —la voz de su compañero se había oscurecido y su mirada prometía poca delicadeza si se veía obligado.
—Sería interesante probar tu fuerza —ella también pareció agazaparse de forma ligera—, pero Towa me mataría.
InuYasha arrastró un pie sobre el suelo unos cuántos centímetros, separando un poco más las piernas a la vez que daba mayor protección a Kagome. Ella no sabía si era un acto reflexivo o parte de su hábito de protegerla.
—No tenemos por qué decírselo —al expresar aquello su compañero pareció sonreír con cierta complacencia. Ella comprendió que sí, que ambos se iban a medir, el aura que emanaban se lo estaba advirtiendo. Se movió un paso hacia atrás— ¡Kirara!
A la voz de InuYasha la youkai felina respondió, acercándose a Kagome para protegerla con su cuerpo. Setsuna sonrió muy ligeramente, como si la comprobación de la relación que Kirara tenía con ellos le satisficiera.
Ambos contrincantes no dejaban de mirarse, mientras se desplazaban creando un círculo ilusorio a modo de espacio de batalla. Kagome reconocía ese tipo de acción de otras veces en las que había visto a InuYasha medirse con demonios. La tensión era evidente, a pesar de no tratarse de una batalla real, eso Kagome también podía sentirlo. El aura demoniaca de ambos se había elevado y resultaba imponente, sin embargo no había sed de sangre de por medio y era esa razón, justamente, la que la mantenía sin intervenir.
La primera en atacar fue Setsuna, que a pesar de llevar una naginaga a la espalda, no parecía dispuesta a desenvainar, lo mismo hizo InuYasha con Tessaiga. Ella lanzó un ataque con las garras afiladas y la mano abierta, era un movimiento destinado a desgarrar el torso de cualquier enemigo. InuYasha esquivó el zarpazo sin dificultad, preparándose para el segundo intento de Setsuna y el tercero, quién comenzó a frustrarse al ver que por más que lo intentaba su rival siempre se movía un segundo antes.
—¿Vas a dedicarte a huir? —preguntó con sorna la hanyou.
—¿Quieres que te ataque? —InuYasha sonrió al responder y Kagome casi podría afirmar que un brillo resplandeció en sus ojos dorados.
—¿Creía que estábamos peleando? —Setsuna lo instigó.
InuYasha simplemente amplió el gesto de la sonrisa, permitiendo que asomaran sus colmillos. Lo siguiente que notó Setsuna fue su espalda chocando contra el suelo. Comprendió que la había tomado por la parte alta del brazo, la alzó y la azotó; ella tomó aire y le enterró las garras de ambas manos en el torso, para empujarlo lejos de ella. InuYasha dio un salto hacia atrás, aterrizando y sosteniendo el peso en la mano derecha, para girar sobre sí mismo y volver al ataque con una patada que Setsuna sólo pudo evadir parcialmente. No contento con eso, InuYasha se agazapó y esperó con las garras afiladas al siguiente movimiento de su contrincante. Kagome pudo notar como la energía de ambos había vuelto a cambiar, dejando de manifiesto que estaban centrados en la pelea.
—¿Cansada? —la voz de InuYasha cambiaba irremediablemente cuando luchaba. En ella había contenido cierto punto de claro disfrute ante la pelea.
La respuesta llegó con un grito de batalla que Setsuna había destinado a la mayor descarga de energía que le era posible. Se acercó con rapidez e InuYasha pudo esquivar un primer zarpazo lanzado con la mano izquierda, el que venía acompañado de un puñetazo que le dio de lleno en la costilla, haciéndolo perder el aire. Se dejó arrastrar por la fuerza del mismo golpe, para alejarse e impulsarse con la fuerza de sus pies e ir directo a una Setsuna que se agachó y barrió con el pie el suelo en un semi giro que InuYasha evadió dando un salto hacia atrás, sosteniendo su peso nuevamente en una mano para hacer un tornillo con el cuerpo, hasta dar un golpe en la espada a su rival, viendo como ésta se elevaba, aterrizaba en sus dos piernas y usaba el impulso para intentar dar un zarpazo directo a InuYasha y que éste dejase de luchar. Cuando percibió la forma en que su mano desgarraba la ropa y parte de la piel, se sintió triunfadora, sin embargo el dolor de las garras que se le habían clavado en el costado le quitó de inmediato el triunfo. Se sorprendió al comprender que él le había permitido herirlo. Saltó hacia atrás y derrapó agazapada, llevando una mano a la empuñadura de su naginaga de forma instintiva.
En ese momento InuYasha se incorporó del todo con la espalda muy recta, la ropa sucia, rasgada y unas ligeras marcas de sangre en ella. Había dejado la posición de ataque, aunque Setsuna tenía por seguro que estaba preparado para continuar.
—Hemos terminado —sentenció él.
Ella oprimió los labios, dejando que apenas una fina línea marcada en su lugar. Se incorporó de la posición de lucha y liberó la mano de la empuñadura de su arma, sabiendo que el haberla puesto ahí era lo que había dado por terminado el combate. Se llevó una mano al costado.
—Hemos terminado —aceptó.
.
InuYasha se encontraba sentado en el suelo de la habitación que les habían asignado. Kagome permanecía arrodillada delante de él, después de haberlo obligado a quitarse el haori y el hitoe para poder revisar las heridas que había sufrido en la pelea. Debía reconocer que desde que Setsuna se las había producido, en lo alto de aquel risco y hasta ahora, no era mucho lo que quedaba de ellas; no pasaban de ser fuertes arañazos que ya tenían postilla.
Habían regresado rato después que la hanyou se alejara montando a Kirara, no sin antes arrancarles le promesa de volver en poco tiempo y de no alejarse mucho más para no quedar nuevamente expuestos a la barrera. Para Kagome sería difícil olvidar la energía que componía esa protección. Ya no estaban en la puerta las dos personas que habían sido puestas a su servicio y que ellos habían dejado atrás al salir del palacio por los tejados, así que al menos parecía que desistían de custodiarlos.
—Sabes que no necesito que hagas esto —se quejó, mientras ella tocaba la piel con un paño empapado en agua hervida que aún se mantenía tibia.
—Lo sé, pero también sabes que prefiero hacerlo —defendió ella—. Además, no era necesario que pelearas con esa chica.
—Te recuerdo que ahora mismo tiene más años que yo —acotó—. Y sí, era necesario.
Kagome lo miró a los ojos y no pudo debatir sobre sus palabras. InuYasha tenía razón, desde que se encontraron en el bosque Setsuna parecía ansiar el enfrentamiento y la mejor forma de acabar con algo así era de justamente de frente.
—Bien, lo acepto —dijo ella.
—¡Vaya! ¿Me has dado la razón? Esto habrá que apuntarlo en uno de esos diarios que llevas en el Sengoku —le advirtió, con cierto tono divertido que Kagome se sorprendió de oír. Llevaba días con un humor oscuro que ella no conseguía quitarle y al parecer la descarga de energía en la pelea con su sobrina le había aligerado el carácter.
—No te burles o me retracto —no pudo evitar su propia sonrisa e InuYasha amplió el sonido de la suya.
Rieron, rieron como hacía mucho no lo hacían, uno alimentando la alegría del otro en una escalada que sólo terminaría cuando el estómago no pudiese más con el esfuerzo. Rieron, y se miraron, y ambos comprendieron la profundidad de la incertidumbre del otro, y se consolaron en el reflejo que encontraban a sus miradas.
InuYasha llevó hasta la mejilla de Kagome su mano que era fuerte en batalla y delicada en la caricia. Le tocó el mentón con el pulgar en un gesto pausado y ella puso su propia mano sobre la de él. Las miradas conectadas continuaban contándose cosas, en una especie de recuento detallado de todo lo vivido juntos y de todo lo que los mantenía una al lado del otro. Su compañera fue la primera en buscar su boca y él la recibió cerrando los ojos y embriagándose del sabor a hogar que Kagome significaba para él. Estaban en un lugar extraño, aún no les constaba del todo si era un sitio amigable para ellos, sin embargo se tenían y eso era algo que no podían permitirse olvidar.
Lo besó con todo el mimo que le fue posible, antes que el beso pidiera más de sí y de ellos. Kagome notó la mano de su compañero rodearle la cintura para acercarla un poco más y como si aquello no fuese suficiente se inclinó y le pasó el brazo por debajo del trasero y la alzó, sosteniéndola con la mano apoyada con firmeza en el muslo, para sentársela en el regazo. Ambos suspiraron en el proceso y aquello alimentó aún más la entrega del beso que se había vuelto húmedo, insistente y profundo. Las manos de Kagome encerraban el rostro de su compañero, mientras su respiración se agitaba y sus pulmones exigían aire y su cuerpo cercanía.
—No sé… si es buena idea —expresó InuYasha, comenzando a besar y lamer el cuello de su compañera.
—No lo es —la nota de cordura que ella intentaba mantener se perdía en el ansia que su cuerpo expresaba.
InuYasha removió el hombro del hitoe que Kagome vestía y apretó los colmillos en el inicio del brazo, ella soltó un jadeo que se le metió a él bajo la piel y se marcó en el pantalón.
—Podemos hacerlo rápido —sugirió ella, justo antes de humedecer y aprisionar entre los labios una de las orejas de él. Lo escuchó contener un gruñido y sintió como oprimía los dedos en ambos lados de su cadera. Aquello la impulsó a buscar un poco más, rozando con el dorso de la mano la erección que InuYasha comenzaba a manifestar.
—No —le pidió, casi como una orden, sosteniéndole la mano por la muñeca.
Él estaba luchando con su propio instinto y con el desquiciante aroma que comenzaba a desprender Kagome. Sin embargo, alguien debía mantener la cordura por los dos. Sus bocas se separaron unos centímetros y sus frentes se unieron en busca de la calma que parecía lo adecuado en este momento. Sin embargo, cuando la vida da tantos avisos de ser infinitamente frágil, nace un profundo sentimiento de sobrevivencia y anhelo por aquello que lleva a sentir como vibra la sangre.
Kagome respiraba inquieta cerca de su boca e InuYasha luchaba por no mover las manos de la posición en que ahora las mantenía: una en la cadera de ella y la otra sosteniendo su muñeca, lo que le permitía sentir en el pulgar el pulso inquieto de su compañera. Ella comenzó a acariciarle el pecho desnudo con un letargo que podía, incluso, considerarse inocente, no obstante, cuando sus dedos llegaron al pezón, lo acariciaron con insistencia e inigualable delicadeza. La caricia se desperdigó por todo su cuerpo, como si cada ramificación nerviosa se conectara, y confabulara, para hacerlo temblar. El temblor llegó acompañado de un gruñido que acalló en la boca de Kagome, hundiendo la lengua en ella.
Ambos fueron conscientes de la línea que estaban cruzando. Ambos sabían que tenían tantas posibilidades de concluir lo que ansiaban empezar, como de ser interrumpidos en ello. Así como sabían que era una completa locura no parar ahora mismo.
Kagome comenzó a desatar el cinturón de su hakama e InuYasha hizo lo mismo con el propio. El fundoshi de ambos paso a mejor vida gracias a las garras de él y en cuestión de un instante ella sintió los dedos de su compañero probando si la humedad entre sus piernas era la suficiente como para adentrarse. Lo escuchó soltar el aire en una especie de alivio y desesperada excitación. InuYasha sintió como su compañera sostenía su sexo endurecido y lo guiaba entre los pliegues de su propio sexo. La escuchó siseas muy despacio en el momento de acariciarse a sí misma con la punta e InuYasha la acompañó con aquel sonido al notar el calor que emanaba de ella.
—Mételo —le pidió con palabras endurecidas por la excitación y Kagome sintió como la emoción de aquella vasta petición le erizaba la piel y le arrancaba una sacudida a su propia pasión.
Se mordió el labio en el momento en que comenzó a sentir como InuYasha entraba en ella. Se dejó caer con lentitud, para no perderse la maravillosa sensación de acoplarse a él, pero su compañero tenía otro plan y se empujó hacia arriba o a ella hacia abajo, no lo sabía, y se encajó en su interior hasta que sintió la presión de la ingle de él entre sus piernas.
Ambos soltaron el aire como si ese acto de unión les permitiese respirar un aire fresco.
.
Continuará.
.
N/A
Qué de cosas están pasando aquí!
Esta historia está en esos momentos de ir hilando muy fino, cada suceso encadena con otro y resulta necesario tomarse el tiempo de pensar todo.
Les agradezco mucho por permanecer leyendo y acompañándome. Ēteru se ha convertido, sin ella pedirlo, en una de las historias que más estoy amando escribir. Espero que ustedes también disfruten mucho leyéndola.
Un beso
Anyara
