Capítulo XXXVIII

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—Algo no me cuadraba en esta historia de amor y desamor, porque yo tengo mucho amor dentro y estoy seguro que tú también, Kagome.

La tenía frente a él e intentaba convencerla de que jamás había dejado de amarla. No obstante ella parecía no querer comprenderlo e InuYasha sentía que el pecho se le comprimía de dolor.

¿Por qué se sentían tan lejos sus almas ahora?

Ella lo miraba y en sus ojos había desolación y desesperanza. Recordaba haber visto esa expresión en Kagome, sin embargo no conseguía saber cuándo había sido aquello. De pronto tuvo una imagen, como un pestañeo, y en ella veía a Kagome recogida sobre sí misma dentro de una esfera de luz.

Envuelta en luz.

Tras ellos, fuera de la cabaña que había sido su hogar, se escuchó una risa clara y joven. Aquello atrajo su atención y lo obligó a centrarse en lo que estaba escuchando. Miró a Kagome, ella seguía con los ojos anegados por las lágrimas, no obstante InuYasha supo que no podía detenerse a consolarla, debía ir tras aquella risa y saber quién la emitía.

—Kagome —le pidió, con la voz quebrada por la súplica. Su compañera lo miró y se secó las lágrimas con la mano derecha. En ese momento él pudo ver el hilo rojo en su dedo meñique y recordó también la promesa que se habían hecho.

—Ve —dijo ella e InuYasha comprendió.

Las piezas en su mente comenzaban a formar una imagen. Ellos dos arrastrados dentro de la Perla Negra, confinados en la tumba de su padre y Moroha, su hija, lejos de ellos.

Ahí estaba nuevamente el dolor.

Habían sido muchos días de espera hasta que ella había nacido. La había oído moverse dentro del vientre de Kagome, la escuchaba mientras su madre dormía y luego, fueron muchas horas de observarla dormir. La recordaba perfecta.

Salió de la cabaña que compartieron como familia y la encontró de pie junto al farol de piedra. Ahí estaba su hija, una adolescente, fuerte y vivaz.

—¿Vienes? —le dijo y comenzó a retroceder en una especie de carrera que él comprendió. Lo estaba retando a recorrer el bosque.

—Claro —aceptó.

A pesar de la extraña sensación de saber que algo no era del todo correcto en estos eventos, se dejó llevar por el júbilo que le producía el correr junto a Moroha. Lo hicieron en paralelo y a pesar de que InuYasha sabía que no estaba usando su mayor capacidad, su hija le llevaba el ritmo muy bien y eso lo hizo feliz. Ambos esquivaban los árboles que tenían delante, a un lado y a otro, manteniendo la distancia que en algún momento llegaba a acortarse. El aire le removía el pelo y podía oler el bosque y la hierba y la naturaleza con sus aromas acre, todos ellos mezclados en una simbiosis que parecía perfecta. Escuchaba las risas alegres de Moroha y por un momento pensó en que podría crecer feliz lejos de ellos. Fue ante ese pensamiento que el bosque dejó de oler a naturaleza y se detuvo en seco cuando vio ante él un campo de muerte.

Ante sus ojos había humo, fuego y cuerpos de hombres, youkais y mestizos. En el cielo, oscurecido por las propias cenizas de lo que ya se había quemado, se vislumbraban rayos que lo cruzaban todo y caían en la tierra removiendo a los muertos. Si tuviese que imaginar el infierno lo describiría así.

Tienes que salvarla —escuchó la voz de su hija y se giró para mirarla. Moroha retrocedía, sin dejar de mirarlo con sus ojos de color miel, vivaces como los de su madre y cargados de vivencias como los propios.

—¿A quién? —le preguntó, buscando la comprensión dentro de él, hasta que la encontró. Ella sonrió en el momento en que InuYasha supo que hablaba de Kagome.

Abrió los ojos, poniendo los sentidos alerta. Recorrió la habitación con la mirada, el olfato y el oído, para comprobar que seguía estando en el mismo lugar en el que se había dormido rato antes. Estaba sentado con la espalda apoyada en una pared y Kagome permanecía dormida en sus brazos y lo estaba tan profundamente que tuvo que inclinarse un poco para escuchar su respiración. Sólo cuando fue capaz de concluir que respiraba tranquila y que estaba bien, él mismo se permitió relajarse. Oprimió un poco más la mano que mantenía sobre ella, que se había dormido acunada entre sus piernas y brazos, como tantas veces había hecho. Soltó a Tessaiga, que descansaba en el tatami, a su lado, y le despejó un poco la frente a su compañera para poder contemplarla mejor.

El sueño que acababa de tener no sólo era parte de un recuerdo doloroso o producto de la tensión que estaban viviendo; InuYasha sabía que había más. Pocas veces había tenido sueños así de vividos y así de inquietantes, y cada vez que sucedía se trataba de una advertencia. Era consciente de haber recreado a su hija adolescente tal y como la había visto en las fotografías, sin embargo, también tenía claro que la había visto en medio de la ensoñación que creo Kagome en la Perla Negra, mucho antes de ver las fotos. Algo en su mente y su corazón, algo que él no entendía del todo, lo había conectado con su hija.

No podía dejar de mirar a Kagome y acariciarla, probablemente terminaría despertándola. Al menos ella estaba bien, de momento. Sin embargo, las palabras de Moroha eran una advertencia clara, lo sabía en su corazón, en ese lugar al que Kagome llamaba de certezas.

—No permitiré que nada te pase —murmuró tan despacio como pudo. Kagome respiró profundamente, como si percibiera la energía que emanaba de él.

InuYasha sonrió, aquello no debía de sorprenderlo. Su compañera era impresionante de muchas formas.

Olfateó el aire, debían de ser entre las cuatro o las cinco de la madrugada. Dentro de un par de horas el sol ya iluminaría lo suficiente como para salir a inspeccionar el lugar. Unos pasos que se acercaban por el pasillo llamaron su atención. El andar era calmo y constante, probablemente sería alguna ronda. Ya lo había notado durante la noche anterior.

Por un momento barajó la idea de dejar a Kagome dormida e ir por los tejados cercanos a investigar un poco, después de todo por la noche suceden muchas de las cosas que no deben ser evidentes. Se quedó observando a su compañera, como si algún gesto de ella le pudiese dar una respuesta.

—Estás despierto —la escuchó susurrar con la voz tomada por el sueño.

—Sí —hizo un sonido que llamó al silencio—. Descansa —le pidió.

Kagome se recogió un poco más dentro del abrazo en que la mantenía y perdió una mano por entre la unión de su hitoe en un gesto muy suyo. InuYasha sonrió; se podía estar cayendo el mundo a pedazos y él seguiría emocionándose por suaves gestos como ese.

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InuYasha salió de la habitación en cuánto despuntó la mañana. Dejó a Kagome medio dormida en el futón y le advirtió que volvería dentro de poco, que estaría muy cerca y que bastaba con que dijese su nombre para que él volviese de inmediato. Ella intentó oponerse e ir con él, sin embargo consiguió convencerla de que estaría fuera sólo unos pocos minutos, que era rápido. Sabía que no sería fácil inspeccionar dado que el lugar estaba habitado por seres similares a él y que probablemente tendrían capacidades como las suyas. Así que recorrió los pasillos en silencio, observando por si encontraba cualquier cosa que le resultase fuera de lugar.

Al cabo de unos instantes y un par de pasillos, se encontró con una zona en la que al parecer se lavaba la ropa de la forma antigua, colgando las prendas mojadas en largos palos de madera, para luego asolearlas. Entre el grupo de personas que estaba haciendo aquella labor se encontraban los acompañantes que les habían puesto el día anterior. Parecía que llevaban mucho tiempo sin descansar, quizás efectuando otros trabajos. InuYasha no pudo evitar preguntarse si aquello era un castigo. Uno de ellos lo miró, el hombre, y por la forma en que se inclinó supo que de poder se le habría echado encima.

Se apartó y continuó el camino. Al parecer el palacio se dividía en clases y a esa hora de la mañana había un tipo de trabajo dirigido al servicio. Se encontró con la puerta abierta de uno de los edificios pequeños que estaban separados de los más grandes, en los que se hallaban las habitaciones. Desde él surgían vapores y olores que de inmediato le hablaron de comida; el lugar era una cocina. Se quedó un momento en la puerta y una de las mujeres que estaba en el interior dio un respingo cuando lo vio.

—Sigue a lo tuyo, mujer —intentó que no le prestaran atención, consiguiendo justo lo contrario.

Las demás mujeres que estaban trabajando en aquel lugar detuvieron sus labores y lo miraron. Algunas de ellas se dijeron cosas en susurros que ni siquiera él conseguía escuchar. Por un momento comprendió lo que decía Kagome de las aldeanas. Bufó y se marchó, escuchando más de alguna risilla a su espalda.

Saltó el tejado de uno de los edificios y comprobó que al otro lado había otra sección parecida a la anterior. Tenía un jardín interior bastante austero, prácticamente decorado con piedras y arena, la que en este mismo momento estaba siendo rastrillada por Towa. Pudo ver que ella detenía el trabajo para mirarlo en el tejado.

—Baja y nos tomamos un té —le sugirió.

InuYasha la observó un momento, sin responder de inmediato. Analizó la utilidad de aquella acción convencional y tal como había aprendido de Kagome, recordó que algo de cortesía en ocasiones abría puertas.

Descendió del tejado de un salto, pisando una de las piedras de aquel jardín, para luego dar un salto más allá, hasta el pasillo de madera, sin llegar a tocar la arena rastrillada, algo que Towa agradeció sin necesidad de palabras, le bastó con ver su expresión.

—Has salido pronto —mencionó ella, mientras caminaban a la par por uno de los pasillos.

—Duermo poco —su respuesta fue concisa.

—Una de las virtudes de ser hanyou —aseguró, manteniendo el mismo tono cordial del día anterior. InuYasha no pudo evitar reparar en lo diferente que parecían las dos hermanas.

—Lo sabrás de primera mano —le costaba irse por las ramas.

Towa hizo un gesto cercano a una sonrisa.

—¿Qué opinas del lugar? —le preguntó, con cierto tono semejante al orgullo.

—Tiene muchos sirvientes —remarcó lo que le resultaba más obvio.

En ese momento una mujer se acercó a ellos con una bandeja que dejó a la entrada de una habitación que mantenía la mesa casi al exterior. Towa agradeció con un gesto.

—Yo serviré —le indicó a la mujer, que se retiró con otra inclinación reverencial.

InuYasha habló cuando estuvieron solos nuevamente.

—A eso me refiero —hizo hincapié en el servicio.

—Por favor, siéntate ojisan —lo invitó, e InuYasha se sintió extraño ante esa referencia de familiaridad, sobre todo porque no sonaba con la honestidad con que se la había declarado la pequeña Mei, por ejemplo.

Se sentó en silencio, junto a la mesa baja que descansaba sobre el tatami. El sol comenzaba a ser cada vez más luminoso, pronto llegaría la primavera.

—Tienes preguntas —aseguró Towa, en tanto servía el té con la parsimonia característica de los tiempos antiguos.

—¿Por qué se mantiene este lugar protegido? —sí, tenía preguntas y las iba a formular.

—Orden —aseguró.

—¿Orden? —había algo en la doctrina que parecía impartir Towa que conseguía que su instinto se mantuviese alerta.

—Los humanos y los youkais no conviven bien juntos —afirmó.

—¿Quién dice eso? —continuó interrogando.

—Entiendo tu reticencia. No es lo mismo tu historia y la de Kagome sama —InuYasha supo que Towa buscaba aplacar sus defensas—. Se intentó la convivencia y no siempre fue bueno. Los youkais menores no conocen el respeto a otras especies, ya lo sabes, son como animales fuertes y sin consciencia.

—Y ¿Los demás? ¿Los más sensatos? —no se sentía conforme con la explicación que estaba recibiendo. Tal y como él lo veía había muchos seres capaces de convivir con humanos.

—La mayoría ha buscado refugio en estas tierras. Después de todo son las tierras del Inu no Taisho —a InuYasha le pareció que Towa mostraba cierta altivez al posicionarse a sí misma en ese lugar.

—Y esa eres tú —aseveró los hechos. Ella, simplemente lo miró y sonrió.

—He visto que Setsuna llegó algo magullada ayer. No es habitual que alguien le supere —de inmediato supo lo que buscaba con sus palabras, al parecer creía que con adularlo conseguiría que él bajara la guardia, estaba claro que lo veía así de simple.

—Sólo hemos hecho un poco de entrenamiento —concluyó el tema, antes de continuar con las preguntas— ¿Cuántos seres viven aquí?

—Unos cientos —bebió de su té.

—Y ¿Cómo les proteges? —tocó y recorrió el borde de su taza con una de sus garras.

—Tenemos algo parecido a una guardia. La mayoría de los youkais, mashis y hanyous son fuertes y entrenan no sólo por su fortaleza, sino por su naturaleza. Ellos y ellas componen la guardia —le explicó.

—Y ¿De qué se protegen? Los humanos no son rival —intentó ahondar un poco más. Towa lo miró directamente e InuYasha creyó dilucidar en aquella mirada una especie de falso respeto. Sí, realmente ella lo consideraba simple.

—No subestimes a los humanos, son peligrosos. Sin embargo, no sólo hay humanos y youkais en esta historia; ya has visto el cometa en el cielo —Towa miró más allá del alero del tejado. El cometa era apenas visible de día, no obstante ahí estaba.

—Lo destruiré —aseguró, InuYasha.

—Lo harán, probablemente —aceptó ella— No has probado el té, ojisan.

Ahí estaba nuevamente ese apelativo que no se sentía cómodo viniendo de Towa.

—¿Por qué no has vuelto a ver a tu familia de este tiempo? —InuYasha hizo la pregunta sin adornos, algo habitual en él.

La mujer miró el jardín seco a medio rastrillar y sonrió levemente.

—No pude volver en su momento y el tiempo pasó por mí, con todas sus vivencias. Ya no soy la Towa que ellos recuerdan.

No podía quitarle peso a sus palabras. Hasta ahora había respondido a todas sus preguntas, sin embargo seguía percibiendo algo que no lo dejaba tranquilo.

—La niña ¿De quién es hija? —nuevamente una pregunta directa. Esta vez Towa lo miró sin filtro e InuYasha captó la ira detrás de sus ojos rojizos. Por un momento encontró la total similitud con la mirada salvaje de su hermana.

—Mía —fue toda la respuesta que recibió.

InuYasha asintió una sola vez, aceptando la contestación, aunque eso no implicaba que la duda estuviese resuelta.

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Kagome acababa de terminar de asearse y vestirse con la ropa que le había dejado alguien al otro lado de la puerta, junto con una bandeja con comida suficiente para InuYasha y ella. Se estaba cepillando el pelo a la espera del regreso de su compañero que llevaba fuera un buen tiempo. Le había dicho que se mantuviese tranquila y descansara un poco más, que él estaría tan cerca que con sólo decir su nombre estaría aquí en un instante. Había querido replicar, sin embargo InuYasha salió por la puerta antes que pudiese decir nada.

Escuchó un par de toques en el marco de madera de la entrada.

—¿Sí? —dejó el cepillo y caminó en esa dirección. Pudo percibir una energía amable, aunque también trabajada, lo que no hacía fácil leer a una persona.

—Kagome sama, soy Tetsuo, el onmyouji —un exorcista—. La señora Towa indicó que me presentara con usted —explicó el hombre.

—Adelante —indicó y esperó a que el propio hombre abriese la puerta.

Lo vio dar un paso al interior, para luego girarse y cerrar. Lo primero que Kagome pensó fue en que su apariencia resultaba bastante joven para ser un hechicero y eso acentuado por su vestimenta más bien tradicional. Quizás sería aprendiz hasta hace poco. Lo vio inclinarse en una reverencia que demostraba formalidad.

—Espero no ser inoportuno —comenzó a decir, mientras se erguía—. Quizás he venido demasiado pronto —la miró directamente a los ojos.

Era alto, quizás tanto como InuYasha. Tenía las ojos de un color gris que Kagome supuso que cambiaban su tonalidad según la condición del clima; ahora mismo eran oscuros. Su energía aun le resultaba amable y ahora que podía vislumbrar su aura, ésta parecía equilibrada.

—Es buena hora para comenzar el día —aceptó ella— ¿Quiere sentarse?

—Se lo agradezco. Intentaré ser breve —el hombre mostró una suave sonrisa.

Ambos se sentaron sobre el tatami, uno frente al otro. Kagome comenzó la conversación.

—Lamento no poder ofrecerle algo, en esta habitación no tengo disposición de nada —se disculpó.

—Por favor, no se disculpe, tengo real intención de ser breve —el hombre mantenía un gesto amable—. La señora Towa me ha mencionado que tuvo usted problemas con la barrera, le pido disculpas, si hubiese sabido que venía habría estado atento. Lamentablemente no me encontraba en palacio.

—No se preocupe, estoy mejor —quiso quitar importancia al hecho. Además era cierto, la sensación de cansancio del día anterior, junto con la tensión en los músculos se le había ido casi del todo.

—Me podría mencionar lo que ha llegado a sentir —pidió Tetsuo con un aire de solemnidad que a Kagome le resultó extraño para estos tiempos.

—Sí, podría, aunque primero me gustaría saber cómo alguien tan joven ha conseguido una barrera de tal fortaleza —el hombre no le causaba desconfianza, sin embargo, con el tiempo y las circunstancias, la confianza se había convertido casi en un lujo para ella.

—No tan joven cómo Kagome sama puede suponer —esgrimió cierta modestia en sus palabras—. Soy el onmyouji de este palacio y también soy un hanyou—en ese momento descubrió sus manos y las puso delante de ella. Tenía largas garras grises como sus ojos—. Tengo alguna otra señal que me reservaré ante una sacerdotisa como usted —Kagome tuvo la sensación de volver a un momento de su pasado. El comentario que acababa de hacer Tetsuo sama le recordó enormemente a su amigo Miroku.

—Comprendo —aceptó con total formalidad—. La barrera me atravesó —fue su escueta explicación. El onmyouji se quedó un instante en silencio por si ella agregaba algo más.

—La atravesó —se limitó a repetir sus palabras como si al pronunciarlas pudiese leer un significado que aún no veía. Kagome comprendió que debía matizar un poco más, aunque no sabía cómo.

—Sentí como me paralizaba y el dolor en cada músculo y terminación nerviosa; los meridianos del cuerpo —se animó a buscar un término relacionado con la sanación—. Me desvanecí y al despertar tenía agujetas.

—¿Sólo agujetas? —preguntó con algo más de curiosidad.

—Sí y un poco de malestar en la cabeza el que se disipó con aire fresco —concluyó. El hombre asintió con lentitud.

—Impresionante —una sola palabra, pronunciada con calma.

Kagome no estaba muy segura de a qué se refería.

—¿Me permitiría percibir su energía? —lo que Tetsuo pedía no era desconocido para Kagome, aun así tuvo que tomarse un momento para aceptar. En ese intervalo se centró en notar cualquier cambio en la energía que emanaba el hombre: se mantenía en calma.

—Claro —aceptó.

—Gracias —hizo una leve reverencia que mostraba respeto.

Se acercó hasta ella, al menos a un brazo de distancia. Unió ambas manos delante de su pecho, creando de esa forma un mudra que Kagome conocía como del amor; un activador de energía muy usado para el trabajo energético. El ritual que llevaba a cabo era bastante similar al que ella conocía: respiraciones profundas y centrar la energía. Tetsuo se mantuvo en tal calma que Kagome se preguntó si haría algo más. Finalmente acercó las manos a los hombros de ella y ahí las posó, mirándola directamente a los ojos. Por un momento ella sintió la incomodidad de aquella mirada intensa y perseverante, parecía estar leyendo pasajes de su vida a través de sus ojos. Respiró profundamente, cuando notó la necesidad de evadir esa mirada; sin embargo, cuando comenzó a soltar el aire fue percibiendo como se relajaban sus músculos y también su mente. Pudo ver como el onmyouji le sonreía con un gesto que se pareció mucho a la dulzura.

—Ya puedo leerla —dijo.

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InuYasha caminaba de regreso con Kagome luego de su conversación con Towa, la señora de estas tierras. La información que había podido conseguir de ella parecía correcta, sin embargo él tenía la sensación de que faltaba mucho por saber en referencia a la forma en que vivían aquellos que eran protegidos por ella. Cuando él quiso saber de qué estaban siendo protegidos, las respuestas se volvieron ambiguas, incluida la pregunta sobre el padre de Nyoko.

Volvió a pasar por la zona en que la que se lavaba la ropa que aún estaba ocupada con personas haciendo esa labor. No cuestionaba el trabajo, él mismo había hecho muchas labores de cuidado en la aldea durante los años que habían pasado ahí Kagome y él, su incomodidad estaba en la emoción que destilaba la gente de este lugar: silencio, trabajo y hasta diría que algo de sumisión. No se escuchaba a niños por ninguna parte y su oído era bastante agudo.

Pensó en salir con Kagome a recorrer un poco más el lugar y tener una idea algo más cabal de todo. Inmediatamente, hilado a ese pensamiento, apareció la imagen de su hija, tanto la niña que había dejado en el Sengoku, como la adolescente que estuvo en este tiempo hace sólo unas semanas. Alzó un poco la barbilla y respiró muy profundamente, necesitaba ordenar sus ideas y dar prioridad a lo que realmente la tenía.

Kagome y él debían comenzar a buscar el medio para reunir las ofrendas de las que hablaba el libro, para poder volver con Moroha. InuYasha no tenía ni idea por dónde comenzar y esa sensación de incertidumbre lo estaba tensionando mucho más de lo que quería mostrar a su compañera. Pensó en preguntar a Towa por aquello, sin embargo no le pareció buena idea.

Decidió que esta tarde saldrían a recorrer el lugar Kagome y él y que mañana subiría al palacio de la madre de Sesshomaru y destruirían el cometa, del mismo modo que habían hecho en el Sengoku, y luego arreglarían cuentas. Sólo esperaba poder convencer a Kagome para que se quedase aquí.

Estaba a metros de la habitación que ocupaba con su compañera y pudo percibir su aroma, eso era algo que siempre le daba cierta calma. Cerró los ojos y respiró en busca de esa paz, sin embargo su intento se vio comprometido por otro olor que se mezclaba con el de Kagome. En ese momento comprendió que ella estaba acompañada y eso lo asustó.

¡Kuso! —no debió dejarla sola.

Corrió los metros que lo separaban de la habitación y abrió la puerta sin delicadeza. Kagome estaba junto a un hombre que mantenía sus manos sobre los hombros de ella, lo que dejaba una distancia entre ambos que a InuYasha le pareció una completa vulneración de la privacidad de su compañera. Avanzó un paso y antes de llegar a dar el siguiente ella lo miró e hizo un gesto con la mano que le indicó que se detuviese. Parecía relajada y hasta cómoda, él apretó los puños con fuerza. De pronto fue consciente de que aquel hombre además no era sólo humano, podía oler la sangre youkai en él. Se sorprendió por la fuerza con que su instinto le pedía arrancar a aquel personaje del lado de Kagome. El aroma de ella, mezclado con el olor de aquel individuo lo estaba llevando a un estado de intolerancia que le costaba manejar, tanto que escuchó como un gruñido comenzaba a gestarse en su pecho.

Kagome se quedó mirándolo fijamente y como si hubiese leído algo en él, se echó atrás y se separó del hombre.

—InuYasha, él se Tetsuo sama el onmyouji del palacio —una vez dijo aquello, se puso en pie y se acercó a su compañero para calmar en algo la tensión que percibía. El hombre se puso en pie y se dirigió a él con una reverencia.

—Encantado.

InuYasha se mantuvo en total silencio, con los labios cerrados de forma hermética y el gesto endurecido. Kagome, además, fue consciente del rigor con que su compañero observaba al hombre. Se decidió a romper el silencio por él.

—Tetsuo sama ha venido a ver cómo estoy después del incidente con la barrera —explicó a InuYasha, aunque no obtuvo respuesta. Se dirigió luego al onmyouji—. Creo que como ha comprobado, mi energía está bastante bien —mencionó, con un tono amable y hasta risueño. InuYasha respiró muy hondo, Kagome fue consciente de ello.

—Sí, creo que el daño fue puntual y ya está restablecida. Me alegro —el hombre comenzó una reverencia que buscaba acentuar su complacencia.

—¿Qué eres? —fue la primera frase que se escuchó de InuYasha, que permanecía con los ojos dorados fijos en el hechicero.

—Soy el onmyouji —insistió en la presentación más que efectuada.

—No ¿Qué eres? —había cierto deje territorial en la forma en que InuYasha se dirigía a Tetsuo.

—Comprendo —mencionó el aludido, con un aire de calma y cortesía que exasperaba a InuYasha—. Soy un hanyou como usted, tengo entendido.

En ese momento el color gris de los ojos del hombre se tornó algo más oscuro y ligeramente siniestro, si se requería una mejor descripción. Kagome percibió como las dos energías aumentaban de forma irracional y si tuviese que predecir algo sería una contienda.

—Tetsuo sama, agradezco su interés y me gustaría dejar esta reunión hasta aquí —enlazó los dedos de InuYasha en un gesto que a él no le resultaba desconocido, sin embargo no era habitual al estar con alguien más y menos si se trataba de una persona a la que acababan de conocer.

El hombre tardó un instante más de lo necesario en apartar la mirada de InuYasha y dirigirla a ella.

—Desde luego —aceptó el onmyouji—. De todos modos me gustaría que nos viésemos más tarde, quisiera mostrarle los límites de la barrera y algún conjuro que le ayude a cruzar.

InuYasha volvió a ahogar un gruñido.

—Claro, me será muy útil —aceptó, Kagome. Luego de decir aquello respiró profundamente y puso energía en su compañero para que contrarrestara la suya que comenzaba a vibrar de forma tan densa que ella sentía el peso en el aire que los circundaba.

Pensó en que InuYasha no era consciente de la potencia de su energía.

Prácticamente de inmediato sintió como comenzaba a relajarse la tensión en la mano que ella tenía tomada con las dos suyas. Al parecer su trabajo con la energía estaba haciendo efecto.

—Volveré más tarde —anunció el onmyouji. InuYasha tomó aire para responder algo cuando el hombre pasó por su lado, sin embargo las palabras perdieron su fuerza antes de ser pronunciadas.

En ese momento su compañero la miró y Kagome supo que se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.

—Sí, gracias —se limitó a decir ella, mientras Tetsuo cerraba la puerta tras de sí.

—Kagome ¿De verdad? —InuYasha sacudió su mano del agarre con que lo sostenía como si le hiciera daño, con un gesto tan aireado que se asustó.

—¿Qué querías que hiciera? —le preguntó, para luego mantener un gesto rígido en su rostro. Por alguna razón comenzaba a tener deseos de llorar y se sentía molesta con ello, no quería mostrar debilidad.

InuYasha la miró con tal intensidad y un gesto tan adusto que parecía esculpido. Kagome notó las lágrimas quemándole en los lagrimales. Lo escuchó bufar y gruñir y bufar nuevamente y volver a gruñir cuando le dio la espalda. De pronto todo fue silencio y a ella comenzó a pesarle esa sensación en los hombros y en el cuello y quiso sentarse, se sentía mal por esta situación. Finalmente su compañero fue quien habló.

—No creí que llegaras a hacerme algo así —no la miraba. Kagome respiró por la nariz un par de veces, respiraciones cortas que marcaban el frenético latido de su corazón.

—Estabas perdiendo el control —quiso explicarse. Vio cómo él se giraba y avanzaba los dos pasos que los separaban, hasta cernirse sobre ella en una actitud que podía resultar incluso amenazadora.

—Parece que no me conocieras —sus palabras se asemejaban a pesados hierros marcando las sílabas. Cada una de las palabras pesaba más que la anterior. Respiró agitado sobre su cara y ella giró la cabeza de forma leve.

A continuación lo vio salir y se quedó sola en la habitación.

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Hermana mía, no detengas el tiempo

Para observar el mismo instante

¿No lo ves? Ellos son efímeros

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Los son, Querido mío

Y sin embargo resplandecen

Durante ese instante que duran sus vidas

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Continuará

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Ēteru!

Amo esta historia. Amo la forma en que se hila y las ideas que va generando en el camino. A veces quisiera que llegase a un final, porque algún día lo tendrá, sin embargo siento que tiene tanto para contar que lo sigo contando.

Muchas gracias por leer y acompañarme

Besos!

Anyara