Capítulo XXXIX

.

Kagome estaba molesta, a pesar de lo mucho que trabajaba a nivel energético y de lo mucho que intentaba mantenerse equilibrada, otra vez había fallado y lo había hecho de la peor forma: había vulnerado la confianza de InuYasha.

No conforme con eso y aunque sabía que el error lo había cometido ella, su ego estaba subido sobre sus hombros y hacía una fiesta con sus pocas ganas de pedir una disculpa. Ella, que llevaba tantos años en esto del trabajo espiritual, sabía que ahora mismo estaba actuando con rabia y quien lo sabía era su ser que resonaba en el fondo del agujero en que lo había metido en estos momentos para que no estorbara.

Quizás, y después de todo, las personas siempre sabemos lo que es correcto, simplemente decidimos no oírlo.

Había salido de la habitación poco después que lo hiciera InuYasha, iracunda y con la clara idea de encontrar a Tetsuo y que la guiara en la búsqueda de un arco. Con esa idea en mente ahora caminaba por los largos y relucientes pasillos externos de madera que había en el palacio en que se encontraba. No podía desoír la pregunta permanente en su cabeza de cómo se mantenía un lugar como éste, con sus habitaciones, jardines y pasillos relucientes y la única respuesta que encontraba era: con mucho trabajo. Trabajo que probablemente ponían aquellos que vivían en la aldea que circundaba el lugar como si sus casas y sus vidas fuesen una barrera dentro de la barrera de energía. Respiró hondamente, ahora mismo no podía detenerse en esos hechos, a pesar de no poder ignorarlos del todo. Quizás su mente estaba buscando fantasmas con los que lidiar.

Se detuvo y miró el jardín interior, necesitaba calma, necesitaba dejar de sentirse tan enfadada y ya no recordaba cuando había comenzado ese enfado. Pensó en un momento atrás, cuando InuYasha la acusó de saltarse el compromiso silencioso de confianza que había entre ellos. Sí, entonces sintió rabia, aunque quizás sólo la retomo después de haberla apaciguado cuando él la abandonó en el templo todo un día y ella sintió que el mundo se le caía con la forma de una enorme tormenta sobre la cabeza. Entonces su mente la llevó más atrás aún, al momento en que había comprendido el padecimiento que había creado, como una ilusión, ante el dolor enorme de perder a Moroha. Se llevó una mano al pecho, no podía olvidar a su hija y sin embargo le dolía cada vez que pensaba en ella más de un segundo seguido. Volvió a respirar hondamente, dejando su mirada puesta en una lycoris radiata, o flor del infierno, que había prosperado fuera de tiempo y que decoraba con su tono rojo el jardín.

Quizás su enfado venía de mucho más atrás de cuando supo que su bebé, que aún no había nacido, estaba destinada a peligrar en un mundo de demonios y seres oscuros que no perdonan.

Suspiró, sabiendo que por mucha ira que acumulara no podía cambiar nada de momento. Después de mañana toda su energía estaría puesta en volver con Moroha. Con ese pensamiento claro continuó su camino, necesitaba un arco y purificar flechas para que la acompañaran al día siguiente, porque InuYasha y ella podían estar enfadados, pero nunca separados.

Finalmente, y después de mucho preguntar, llegó a un templo que se encontraba en una de las salidas del palacio. Se trataba de una edificación aislada y rodeada de árboles y naturaleza. Había tenido que preguntar a personas que se encontró trabajando dentro del palacio, así como a las que hacían guardia en la puerta. Se encontraba muy sola en aquel lugar, al menos parecía que no la seguía nadie, aunque no podía evitar la sensación de estar siendo vigilada.

—Tetsuo sama —llamó, desde la parte baja a la entrada del templo. La puerta estaba entreabierta y se podía adivinar el interior.

Insistió una segunda vez, antes de decidir sentarse en uno de los escalones y esperar. Quizás el hombre estuviese cerca y podría volver pronto. Se quedó observando el entorno, la gran montaña a la que subirían InuYasha y ella mañana, tras el bosque que cercaba el palacio y el poblado. Intentó rememorar algún momento es que estuviese por esta zona durante su tiempo en el Sengoku, sin embargo sólo recordaba una y fue justamente para lo mismo que subirían mañana al Fujisan. Ese día ella tampoco había aceptado quedarse en la aldea, a pesar de estar embarazada y de las protestas de InuYasha. No pudo evitar un nuevo suspiro, la situación se parecía tanto a la de aquella vez.

—Kagome sama —la voz la sacó de sus pensamientos, antes que estos se hiciesen más profundos. Miró tras ella y se encontró con el onmyouji que la miraba con el mismo gesto cordial con que lo había conocido horas antes.

—Tetsuo sama —respondió ella, igualmente con gesto cordial, en tanto se ponía en pie—. Quizás lo he interrumpido, lo siento.

—No lo sienta, estaba terminando de orar y verla me sirve para conectar nuevamente con este plano —explicó el hombre, bajando dos de los seis escalones que separaban el alto del templo del suelo llano.

—Me alegra que mi interrupción le sea útil —Kagome quiso mantener el tono cortés.

—¿Ha venido para que le enseñe la barrera? —la pregunta era lógica, después de todo era lo que Tetsuo le había ofrecido.

—Bueno, también a eso —aceptó.

—Muy bien, hablemos mientras caminamos hacia la barrera —pidió el onmyouji, extendiendo la mano por delante de él, en un gesto suave que Kagome podía interpretar como de control y armonía sobre sí mismo.

Comenzaron a caminar, al principio en silencio. A Kagome le parecía un ser tranquilo y con cierto aire de cauteloso autocontrol. Se preguntó de dónde provendría su sangre youkai, eso podía decir mucho sobre lo que parecía un carácter pacífico. El hombre detuvo su andar.

—Por cierto, antes que nada quería entregarle esto —sacó algo de dentro de la manga de su vestimenta tradicional y se lo extendió a ella para que lo viese—. En apariencia es sólo una obsidiana, sin embargo contiene un hechizo que la ayudará a no ser detectada por youkais u otros seres superiores o inferiores.

—¿No ser detectada? —Kagome no tenía muy claro de a qué se refería en realidad.

—Sí. Oculta la energía espiritual, demoniaca, además del aroma —la última palabra la pronunció con cierta cadencia que hacía que se distinguiese de las demás.

—¿También el aroma? —cuestionó, mientras recibía aquel talismán hechizado. Lo miró durante un instante, preguntándose cómo era posible que InuYasha hubiese percibido su olor y ella su energía. Sus ojos se posaron en los del hombre una vez antes de decirse a usar lo que le había entregado.

—Comprendo su duda —el onmyouji retomo el camino—. Hace un momento no llevaba el mío, lo estaba purificando en el templo para volver a formular el hechizo sobre él —sacó de entre su ropa un colgante con una piedra del mismo color.

—¿Purificarla? —Kagome se detenía en las palabras clave de la conversación y aquello parecía complacer al hombre.

—Sí —sonrió con cortesía, aunque no fuese necesario—. He estado en algunos pueblos que se encuentras fuera de la barrera y eso habitualmente contamina la energía del hechizo.

—Comprendo —expresó ella, volviendo a captar otra de las palabras clave de aquello— ¿Pueblos youkai?

—Sí, por lo general sí.

—Eso quiere decir que no sólo viven aquí —concluyó y eso la llevó a pensar en si alguno de los youkais o hanyous que conoció en el Sengoku aún estaría con vida en este tiempo. Inevitablemente el pensamiento la llevó hasta Moroha y se llevó la mano al pecho instintivamente, notando ese latido de advertencia que le dolía, el mismo que sintió el día que tuvo que separarse de ella.

—No son muchos poblados, están a dos o tres días a paso de hanyou —aclaró. Kagome asintió al comprender.

Por un momento observó al hombre y quiso llenarlo de preguntas. Inmediatamente después comprendió que si Towa no le había dicho nada de su hija, poco podía saber el onmyouji.

—Necesito un arco y flechas ¿Me podría ayudar a conseguirlos? —inquirió, con la esperanza de que el hombre le diese alguna indicación.

—Es cierto, la sacerdotisa del futuro usaba un arco —expresó con cierta admiración.

—Ahora mismo sólo soy una sacerdotisa de este tiempo —Kagome no consiguió ocultar el desazón de sus palabras.

Tetsuo ralentizó un poco el paso, para poder mirarla algo más directamente.

—Tengo un arco en el templo y también tengo algunas flechas que se mantienen preparadas. Le puedo entregar todo eso —le explicó. Ella asintió.

—Se lo agradezco.

.

Frío.

Esa era la sensación que lo rodeaba por dentro y por fuera. Se detuvo, después de haber corrido varios kilómetros subiendo por el monte para que el esfuerzo fuese mayor y el desgaste le sirviese como apaciguador. Miró hacia atrás, a la distancia, no podía distinguir ni el poblado, ni el palacio; la barrera los ocultaba. Aún se sentía iracundo, el aire fresco que le había dado en la cara durante la carrera no había sido suficiente como para calmar el enfado que aún experimentaba en el pecho después de lo sucedido con Kagome. La forma en que ella había usado la energía para apaciguar su estado de ánimo lo había violentado mucho más que los tantos conjuros consecutivos que llegó a pronunciar alguna vez. Desde que se habían unido como compañeros apenas recordaba dos momentos en que los hubiese usado y es que ellos habían superado esa parte de su relación. Se sentía molesto, tremendamente enfadado y si tenía que hurgar un poco más: estaba herido.

Pensó en echarse en el mismo sitio en que estaba y ver pasar las horas, no tenía deseos de enfrentarse con Kagome. Sin embargo debía cuidarla y no podía permitirse dejarla sola tanto tiempo. Cerró los ojos y respiró profundamente, contuvo el aire y lo soltó, del modo en que ella misma le había enseñado que hiciera para que las ideas fluyeran.

¿Por qué no confió en mí? —pensó, aún tenso por lo sucedido.

Ni siquiera había permitido que ella se explicara, sentía tal desilusión que había salido y saltado por sobre los tejados. Dejó atrás el palacio, sus guardias que parecían asumir que no podrían detenerlo y a Kagome.

Comenzó a descender el monte y corrió un poco más una vez estuvo en camino llano. Al cabo de unos cuántos kilómetros empezó a andar, para terminar de serenar su ánimo antes de encontrarse con su compañera. Debía reconocer que por muy molesto que estuviese no quería estar separado de ella, menos en estas circunstancias y ante la incertidumbre sobre el futuro. Sin embargo, sentía que la sangre le volvía a hervir con sólo recordar el aroma de Kagome mezclado con el olor de ese hanyou.

Sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, debía centrarse. Miro al cielo y comprobó que el cometa comenzaba a verse de día.

Caminó un poco más, hasta que su mirada se detuvo en un lugar que no llegó a ver cuándo iba en sentido contrario. Poco a poco comenzó a distinguir una cantidad enorme de piedras fúnebres que permanecían unas junto a otras al lado de un gran árbol que parecía resguardarlas bajo su sombra. Había unas doscientas de ellas, con facilidad, y variaban su tamaño entre sí. Al acercarse a ellas, para comprobar que eran realmente tumbas, se encontró con la figura de una mujer que permanecía reclinada frente a una de esas piedras. Le llamó la atención el gesto solemne que mantenía y que no podía percibir su aroma, algo que al parecer era mucho más habitual de lo que él pensaba en este tiempo y con ciertas personas. Parecía delicada, tenía la cabeza y el cuerpo cubierto por una capa fina que transparentaba el color oscuro de su pelo, en contraste con las ropas claras que vestía. Quiso preguntarle quién era, si se encontraba bien o si necesitaba algo; sin embargo, decidió que no era su asunto. Aun así se quedó un momento más observando la cantidad de piedras fúnebres que había. Pensó en que probablemente sólo eran un recuerdo en nombre del fallecido, puesto que no había lugar entre una y otra para un cuerpo.

¿De quiénes serían? —se preguntó.

—Todos ellos son mis hijos —respondió la mujer, sin moverse de su posición. Su voz resultaba delicada y con cierto tono profundo.

InuYasha la observó y esperó por si decía algo más. Supuso que sus palabras eran una alegoría, puesto que no era posible ser madre de tantos. Quizás la mujer había perdido la cordura, ya había visto algún caso en la aldea en la que vivían Kagome y él.

—Lo siento mucho —se animó a decir a la mujer. InuYasha sabía que el dolor creaba sombras en la mente.

—Te lo agradezco —su voz era pacífica, con cierto tono que danzaba entre la melancolía y la calma, lo que a él le pareció una extraña composición.

Vio como ella inclinaba la cabeza ligeramente en un gesto que le pareció el final de un tiempo de oración. Luego de eso extendió muy bien el cuello y a InuYasha le pareció ver que se iluminaba durante un instante.

—Sabes ¿Cómo murieron? —se animó a preguntar en el momento en que la mujer comenzó a ponerse en pie con un gesto suave y elegante.

Ella terminó el movimiento, aun observando las piedras fúnebres, e InuYasha pudo ver algunos mechones largos y oscuros que se escapaban de la capucha.

—Murieron por creer ¿Por qué, si no? —respondió.

—¿Por creer? —inquirió él, notando como se acrecentaba la curiosidad que esta mujer le causaba.

—¿Tú crees en algo? —formuló la pregunta con el mismo tono afable y hasta maternal con el que se estaba dirigiendo a él desde el principio. Antes que respondiera, se giró para observarlo— ¿Morirías por ello?

Era hermosa, de un modo que no tenía descripción posible. Era bella como las mañanas luminosas del otoño y como los pétalos de las flores que adornan los árboles en primavera. InuYasha tuvo la sensación de que aquella hermosa mujer quería leer en sus ojos la profundidad de su respuesta.

—Sí —contestó, sin vacilar. A su mente había venido Kagome y Moroha y el sentimiento insondable de amor que tenía hacia ellas.

—Entonces lo comprendes —aseguró, justo antes de comenzar a caminar en dirección al poblado. InuYasha la acompañó, quizás por la curiosidad que le despertaba.

—Puedo comprender eso. Me cuesta entender que tantos creyesen en algo que los hizo morir —no quiso ocultar su duda.

—Quizás creyeron en algo equivocado —la mujer abrió aún más las dudas.

El silencio se mantuvo durante un instante en el que sólo caminaron. InuYasha mantenía las manos dentro de las mangas de su haori y observaba a la mujer de reojo. Era algo más alta que Kagome y su andar era tranquilo. La ropa que vestía le resultó extraña, no parecía venida del tiempo de las guerras civiles y tampoco era como las prendas de este tiempo.

Aún mantenía en su mente la duda sobre aquellas lápidas.

—No te apresures a encontrar las respuestas —habló la mujer, como si adivinara lo que él estaba pensando—. La historia va buscando sus propios escribas para ser contada.

¿Qué significaba eso?

—Venías bajando del monte ¿Es así? —le preguntó, cambiando totalmente el registro de la conversación.

—Sí —aceptó, sin querer agregar nada más. Quizás había llegado el momento de dejar este extraño diálogo.

—Las montañas ocultan secretos — la voz de ella sonó un paso por detrás de él y le pareció incluso más delicada de lo que había sido desde que comenzaron a hablar— Dime, Hermano ¿Cuántos secretos han liberado los mortales en su expansión? ¿Sientes la barrera del rayo romperse?

InuYasha percibió la mano de ella en su hombro y en su mente y cuerpo se instaló la obligación de detenerse, además de una inquietante sensación de aturdimiento que le duró un instante. Sacudió ligeramente la cabeza ante aquella extraña pregunta y su forma de dirigirse a él. Se giró hacia la mujer y se sorprendió al encontrarse completamente solo.

—Pero qué…

.

InuYasha se escuchó exhalar cuando estuvo a pocos metros de la puerta de la habitación que compartía con Kagome, luego de la carrera que había emprendido para volver. Creía que su enfado se había apaciguado, luego del encuentro con aquella extraña mujer que de pronto se desvaneció. Por un momento, durante el recorrido de vuelta, se permitió pensar en que tal vez había estado junto a una aparición. No debía de extrañarle, después de todo había visto muchas cosas en su vida como para pensar que los espíritus eran algo improbable.

A medida que sus pasos lo acercaban a la puerta, comenzó a rememorar el encuentro con aquel hanyou que estaba junto a su compañera y el aroma de ella enredándose en torno al olor de él como dos energías espirales que danzaban juntas y se unían de un modo que no estaba dispuesto a aceptar. Bufó una maldición apenas audible, cuando comprendió que las sensaciones de ese momento estaban apenas aplacadas en su interior.

Se sorprendió al no percibir el aroma de Kagome en el lugar y una vez que abrió la puerta comprobó que no estaba ahí. El día ya había pasado de la mitad de su tiempo de luz y aunque aún quedaban varias horas de claridad, se sintió angustiado y con la necesidad de encontrarla. Este lugar no le gustaba, había un ambiente opresivo en él y aunque InuYasha no era precisamente quien percibía las energías, aquello le resultaba evidente.

Se encaminó por los pasillos a paso raudo, confiando en su olfato para dar con el aroma de Kagome. Su olor se percibía por el lugar y supuso, por lo tenue del rastro, que ella había pasado por ahí al menos un par de horas atrás, quizás poco después de la discusión que tuvieron. Se obligó a poner sus pensamientos en su afán de encontrarla y estar unidos, ya tendrían tiempo para aclarar lo sucedido y que ella se disculpara, porque si de algo estaba seguro era de que Kagome le debía una disculpa como nunca antes. No era el grado de la afrenta, una cosa como esa la habría tolerado fácilmente hace seis o siete años, sin embargo la historia que tenían juntos estaba más allá de ese tiempo.

Pudo rastrearla hasta una de las salidas del palacio y aquello ya comenzó a instalar cierto grado de inquietud dentro de él. No parecía estar acompañada de nadie, aunque eso no le otorgaba a él ninguna garantía, había podido comprobar que muchos de los que vivían aquí no emitían olor alguno. El rastro de su aroma lo llevó hasta el inicio de un bosque, para ese momento InuYasha ya había comenzado a correr entre los árboles en su busca. No pudo evitar el recuerdo de aquel día en que la encontró llorando en mitad del bosque. El corazón le dio un golpe contra el pecho que distaba mucho de ser producto del esfuerzo físico. Quizás había sido muy duro con ella y el haberse marchado por tanto tiempo había desequilibrado la fortaleza de su compañera. Se reprochó el no haber pensado en ello y permitir que su enfado pesase más que la sabiduría. Tal vez, y después de todo, Kagome tenía razón en intervenir en él y su energía, no podía desconocer su naturaleza demoniaca y bien sabía que su carácter distaba mucho de ser pacífico.

Comenzó a detener la carrera cuando por en medio de los árboles pudo vislumbrar una edificación. Caminó a paso ligero hasta que se abrió un pequeño claro y en él había un templo no muy grande. El aroma que venía rastreando se mezcló entonces con otro olor e InuYasha sintió como se le estrujaba el estómago ante la comprensión; Kagome estaba otra vez con ese hanyou. Se sintió absurdo, luego enfadado y eso de inmediato se extendió por su cuerpo como la fiebre. Si hubiese podido verse en un espejo, estaba seguro que su apariencia era la de un demonio completo, porque al menos así se sentía por dentro. Notó como las venas se le tensaban al contener un bombeo mayor y potente de su sangre.

Subió los peldaños que separaban la entrada al templo del suelo y abrió la puerta con un movimiento brusco que por poco arranca la madera de su sitio. Pensó que los encontraría ahí dentro, sin embargo lo único que había era un espacio vacío y un potente aroma a incienso. Respiró profundamente y sacudió la cabeza, pero qué esperaba encontrar. Confiaba en Kagome, no confiaba en nadie que se le acercara puesto que tal como él lo veía, su compañera contenía un amor tan inmenso por todo y todos que cualquiera podría quererlo para sí. En ese momento cerró los ojos comprendiendo que su dolor más enorme estaba en no tenerla. También comprendió que aquello que estaba experimentando era a lo que Kagome llamaba celos y se sentía como un veneno que se le metía en la venas y lo privaba de todo lo hermoso.

Se sostuvo del marco de aquella puerta que estuvo a punto de desvencijar y comenzó a respirar agitado, inquieto ¿Cómo se luchaba contra un demonio que se te instala en el cuerpo, en la mente y en el corazón?

Dolía.

—¿InuYasha? —escuchó su voz tras él y la miró.

Kagome venía acompañada de ese hombre que en comparación con él, ahora mismo, era un manantial calmo y limpio.

Gruñó y de un saltó se encaminó hacia el bosque.

La escuchó tras de sí. Oía sus pasos, sin embargo no podía olerla. Se giró bruscamente y acortó la ventaja que su andar rápido le había dado.

—¡¿Por qué no hueles?!—demandó una respuesta. Se echó hacia ella de forma que le resultó mucho más pequeña e indefensa de lo que en realidad era.

—InuYasha —su nombre, otra vez su nombre ¿Para qué lo usaba?

—¡Responde! —le exigió con mucha más vehemencia.

Kagome se notaba agitada y él podía ver en el castaño de sus ojos una súplica que no estaba dispuesto a escuchar. Estaba harto del ocultismo de este lugar, de los secretos que parecían inexistentes y sin embargo él presentía. No fue hasta que ella mostró un gesto de dolor que él no reaccionó y comprendió que la tenía sostenida de un brazo con más fuerza de la debida. Sus garras habían aumentado de tamaño y aunque el agarre sólo lo ejercía con los dedos, ella estaba sufriendo. En ese momento InuYasha sintió como un gruñido reverberó en su pecho y se le escapó por entre los dientes. El aire se llenó con aquel reclamo gutural, oscuro, que buscaba sacar de él todo aquello que no quería sentir.

—Kagome sama —la voz de aquel hanyou le erizó los vellos de la nuca y se inclinó lo suficiente como para tomar impulso y echársele encima de un salto.

—Estoy bien —expresó su hembra, en un tono que buscaba ser conciliador. InuYasha mantenía la mirada fija en aquel que le estaba quitando la atención de su compañera.

—¿Está segura? —el hombre dio un paso hacia ellos y Kagome escuchó un nuevo gruñido oscuro y contenido en el pecho de InuYasha. En un rápido movimiento sacó una flecha del carcaj que el mismo onmyouji le había dado y la tensó con el arco.

—Lo estoy, Tetsuo sama, le pediría que nos dejara —la flecha permanecía tensa en el arco.

—Kagome sama —insistió el hombre y Kagome escuchó un nuevo gruñido y el pecho de InuYasha dando un toque en su espalda al avanzar.

—Lo puedo manejar, lo conozco, es mi compañero —declaró ella, con tanta claridad y determinación en su voz, algo que apaciguó a InuYasha ligeramente.

Deslizó una mano, le rodeó la cintura y se la pegó al cuerpo como un aviso que Kagome comprendió. Retrocedió con ella dando un corto salto y cuando su compañera aligeró la tensión del arco, se giró con ella y perdió de vista al hanyou que se la quería arrebatar. Recorrieron unos cuántos cientos de metros en esa posición. InuYasha se detuvo y la giró para que no estuviese incómoda por el resto del camino que pensaba hacer, alejándose todo lo posible del hombre aquel y también del palacio que los albergaba. Kagome lo miró a los ojos y pudo ver que aún su mirada conservaba aquel rojo intenso que había consumido el blanco y aunque el dorado seguía en su iris, éste estaba bordeado por un turquesa intenso que amenazaba con devorarlo. Escondió el rostro en su pecho y se aferró a la túnica roja que ahora mismo no sólo era una armadura que lo protegía, también se había convertido en un refugio para Kagome.

Se detuvo del todo cuando supo que no faltaba mucho para llegar a la barrera y aunque se sentía salvaje y algo desenfocado, sabía que debía cuidar de la integridad de compañera. Ella no se separó de él, ni dejó de ocultar su rostro en su pecho, a pesar de que ambos ya estaban en tierra. Quiso decirle algo, pero fue consciente de que su voz sonaba como un gruñido y eso lo alteró incluso un poco más. La sostuvo por los brazos y la separó de su cuerpo; Kagome no lo miraba.

—Tranquilo, lo entiendo —le dijo y contrario a la tranquilidad que aquellas palabras debían darle, se sintió aún más irritado.

Gruño hasta que el gruñido se convirtió en una palabra y luego en otra.

—¿Por qué no hueles? ¿Dónde está tu aroma? —aquello le estaba arrebatando completamente la poca cordura a la que en este momento se aferraba. Pocas cosas existían en su vida que fuesen un punto de mira que lo guiaba y entre ellas estaba el aroma de Kagome.

—Por esto —ella sacó un colgante de entre su pecho con una piedra negra—. Es un conjuro, me lo ha dado…

No la dejó terminar. No, no, era insoportable, su mente no lo dejaba descansar y sus emociones amenazaban con explotar en su pecho y en todo su cuerpo, como si fuesen capaces de destrozarlo. Sostuvo el colgante encerrado en un puño, mientras la besaba con desesperación. Kagome, contrario a lo que él pudiese esperar, o quizás sabiendo que reaccionaría así, le correspondió el beso con los labios, aunque no aún con el cuerpo. Sin embargo, eso fue suficiente para sosegar en algo su angustia. Tiró del colgante lo suficiente como para que la cuerda se tensase y en ese momento le paso una garra para cortarla.

El aroma de Kagome se tardó un instante en regresar e InuYasha literalmente ronroneó en el momento en que se reencontró con él y con su propio olor en ella, lo llevaba consigo desde hace unos días, y eso era algo que lo enloquecía y le hacía desearla incluso con más intensidad de la habitual.

Mía. Mía —se repetía en su mente, mientras olía su pecho, su cuello, su boca; no podía evitar esa necesidad. Se sentía embriagado en ella.

La tenía abrazada y mantuvo el abrazo con una mano, mientras que con la otra le quitaba el carcaj para dejarlo olvidado en algún lugar de la hierba rodeada de árboles. Inmediatamente después de aquello se inclinó sobre ella, manteniendo la sujeción en su espalda y agregando otra en la parte alta de sus piernas para tumbarla en un sólo gesto que resultó delicado, a pesar de su intensidad. La escuchó soltar el aire con fuerza a causa de la sorpresa y cuando la tuvo en el suelo, rodeada de vegetación, en un entorno natural y semisalvaje, se sintió algo más tranquilo. Se detuvo a mirar sus ojos castaños, los que le devolvían una mirada llena de preguntas ¿Es que no lo entendía?

InuYasha frunció el ceño, queriendo reservarse esa emoción oscura que lo había poseído hace muy poco y que aún permeaba en sus venas, no permitiendo que su estado fuese del todo controlado. Sabía que su sangre youkai estaba galopando por su cuerpo y haciendo que todo, incluso la necesidad de tener a su compañera fuese incluso más intensa. Ella continuaba mirándolo como si esperara algo.

—Me duele —le confesó él, sin embargo Kagome aún lo miraba cómo si no lo comprendiera—. No te quiero con nadie más.

Se aseguró de dejar claro lo que sentía. Ella oprimió los labios en un gesto que él no quería ver ahí. Le lamió la boca, buscando que el gesto se aplacara. Aún había en ella trazas de un olor que no era el suyo y eso lo hizo gruñir. Kagome contuvo un temblor ocasionado por lo imprevisible del sonido que acababa de hacer e InuYasha podía comprenderlo.

—InuYasha —murmuró ella, con cierto estremecimiento que él reconoció como miedo. Podía oler su temor.

—No —le pidió, exhausto de la batalla que se gestaba dentro de él. El hanyou dominando al youkai. La razón por sobre la naturaleza salvaje.

—Tenemos que calmarnos —la voz de ella era sensata e InuYasha por una parte agradecía por la existencia de Kagome y su calma en los momentos más increíbles, sin embargo otra parte no se calmaría con palabras. Y ahí estaba la lucha.

Le tomó una de las manos y Kagome contuvo el aire ante la delicadeza de aquel movimiento, debía reconocer que esta no estaba siendo una transformación habitual. Aún podía vislumbrar el rojo intenso en reemplazo del blanco y el dorado bordeado de turquesa y aun así InuYasha se comportaba de un modo muy racional. Sintió el toque de su lengua en la cara interior de la muñeca, comenzando a recorrer lentamente la palma, hasta llegar a la punta de los dedos. Ella contuvo el aire y permitió que él continuara, notando que la lengua caliente le recorría el filo de la mano, luego de eso InuYasha atrajo a su boca la zona en la que estaba el hilo rojo, símbolo de su unión y la succionó, creando con aquello una sensación tremendamente erótica. En ese instante la miró y llegados a ese momento Kagome cuestionaba si no era mejor permitir que InuYasha quemara toda esa energía que ahora mismo percibía en él. Su aura ya no parecía encolerizada y con esos tonos grises y oscuros del momento en que se encontraron en el templo del onmyouji, ahora irradiaba un intenso color rojo, que incluso variaba hacia hermosas tonalidades anaranjadas. Distaba mucho de estar en equilibrio, sin embargo todos pasamos por variaciones y en este instante no estaba para pedirle a su compañero que meditara.

Se escuchó suspirar cuando InuYasha comenzó a pasarle la lengua por el cuello, desde el hueco del hombro, hasta tocar su oreja y recrearse entre los recovecos de ésta. Su cabeza comenzó a repasar los acontecimientos, el miedo que había sentido a que él hiciera algo cuando se encontró con el onmyouji en la habitación, el modo en que ella lo había apaciguado usando su energía y el enfado enorme que InuYasha había manifestado. Ella quiso reafirmarse en la razón por la que había vulnerado la confianza que se tenían, sin embargo sabía que no había actuado bien y lo tuvo claro cuando se encontró con su compañero en el bosque y estuvo dispuesta a defenderlo con su arco y flecha.

Se escuchó gemir en voz alta y eso bastó para aplacar sus reticencias iniciales. La lengua de InuYasha había comenzado a buscar por el escote, momento en que escuchó como un gruñido reverberaba en el pecho de su compañero.

—Kagome. Kagome —su voz era profunda, oscura, y vibraba sobre ella erizándole la piel.

—Estoy aquí —murmuró, sabiendo que cualquier cosa que dijese InuYasha la escucharía. Enredó los dedos en el pelo de su compañero y aquello intensificó las sensaciones para ambos.

Al cabo de un momento la tenía entre sus brazos prácticamente desnuda. Le había recorrido gran parte de la piel, lamiendo cada lugar que podía e insistiendo en aquellos sitios que a ella la hacían estremecer. Quería que su olor se mezclara con el de su compañera hasta que no hubiese nada más que ellos en el aire que respiraba. Aún notaba la fuerza de su sangre clamando por la posesión y estaba seguro que esta no se aplacaría hasta que obtuviese aquello. Hundió la lengua en su ombligo, recreando la vibración del latido que germinaba en su vientre y tras ello sintió aún con más fuerza la ambición de poseerla. Deslizó una mano por debajo de su compañera y la sostuvo por la cadera para poder girarla, para en ese nuevo estado, de espalda a él, poder recorrer con su lengua la piel que le faltaba. Con cada nuevo tramo de piel que recorría Kagome se conmovía y ahora que ya no podía enredar los dedos en su pelo, la veía sostener un manojo de hierba fresca. Su mujer, su hembra, era lo más exquisito que existía.

Se notaba agitado, el aroma que emanaba de ella a causa de las caricias, le resultaba abrumador. La alzó por la cadera y Kagome quedó expuesta. Podía percibir en el aire la humedad de su sexo, como si las notas acre del fluido que emanaba se impregnaran en él. Se inclinó tras su compañera y la reconoció con la lengua también ahí. Su sexo se contrajo en reacción al contacto e InuYasha insistió presionando la entrada con la lengua. La escuchó gemir y musitar su nombre como si lo anhelara. Le acarició las piernas con las manos abiertas, desde la cadera hasta los tobillos, sin dejar de lamer su sexo y ascendió con la caricia del mismo modo que la había efectuado antes, continuando esta vez hacia la espalda, para luego rodear las costillas y sostener el pecho desnudo. Su mente divagaba entre la ternura que habitualmente lo embargaba y el total desenfreno que le exigía el cuerpo. Gruñó, gruñó y bramó, intentando despejar su cabeza. En ese momento una de las manos de Kagome se posó sobre una de las suyas que ahora mismo le estaba apretando un pecho.

—No puedes parar ahora —la escuchó decir en un acto de total voluntad.

Se alzó y la abrazó en una caricia que la cubrió por completo. Su propio sexo, ya expuesto y preparado, se rozó con la entrada de ella e InuYasha se regocijó en el calor que brotaba. La acarició, recorriéndola con las manos, tocando la piel, la boca, lamiendo sus hombros, amenazando con morderla, para luego suspirar sobre su espalda. Ambos se movían al unísono, buscándose. Sentía en las yemas de los dedos la piel y cada espacio que recorría de su compañera. Su mente estaba despertando de un modo que probablemente no conseguiría jamás explicar. Todo a su alrededor era mucho más intenso, del mismo modo sucedía con sus emociones y con lo que experimentaba su cuerpo. Sentía el aire en la piel y el latir del corazón de Kagome en su propio pecho. Era consciente de su sangre demoniaca despierta y latente, reconocía la sensación, el ansia salvaje, el deseo y sin embargo todo parecía nuevo, podía percibir los colores y los olores y el amor de otra forma, como si todo se desgranara para él.

Alzó la cadera, arrastrando su sexo por entre la humedad de los pliegues de su compañera. Contaba con la fuerza de la tensión que ahora sentía en su sexo para encontrar la mejor posición y entrar en ella. Era capaz de seguir cada respiración de Kagome, cada cambio mínimo en la temperatura de su piel y cada diminuto movimiento de sus músculos. Dejó escapar un resuello ronco en el momento en que sintió el calor que emanaba de ella en la punta de su sexo, se sentía como el calor más delicioso que podía desear y a la vez le parecía el mismo infierno. Abrió la quijada y sostuvo con los colmillos el hombro de su compañera, deseando romper la piel, conteniendo la fuerza para no hacerlo. Se empujó en su interior con más lentitud de la que recordaba haber hecho en su estado semi salvaje y para su sorpresa aquella intromisión le estaba quitando el aliento incluso más que si la hubiese invadido de una sola estocada. Siseó o gruñó, no lo tuvo claro, únicamente supo que su cuerpo se estremeció cuando su miembro estuvo dentro de ella y su ingle se clavaba hacia la entrada de su compañera.

La sostuvo en un abrazo que entremezclaba los cuerpos. InuYasha iba hacia Kagome y ella hacia él. Sentía como lo tocaba, como gemía, como se movía el aire alrededor de ellos, el sonido de la hierba bajo sus cuerpos. Su sangre youkai continuaba latiendo frenética, sin embargo en este momento la notaba como una fuerza potente y suya; nunca pensó que esa misma sangre que por años lo había aterrado, le pudiese mostrar tal fascinante descarga de sensaciones.

¿Qué era esto?

¿Qué estaba pasando?

Sentía como si se destapara algo que estaba bloqueado dentro de él. Su mente estaba nublada y clara a la vez, pudiendo centrar su total atención en un punto y en todo a mismo tiempo. En ese momento retumbaron en su mente las palabras de aquella mujer.

¿Sientes la barrera del rayo romperse?

Supo que habían significado algo. Quiso contárselo a Kagome y la alzó, aun estando dentro de ella. Su compañera gimió alto al quedar sentada sobre su sexo, mientras él soportaba el peso de ambos en sus piernas flexionadas. Sus pensamientos volvieron a enturbiarse de ese extraño modo lúcido que lo hacía sentir como parte de todo, de los árboles que los rodeaban, de la hierba, las montañas, el cielo y ella; siempre ella.

Te amo —quiso decir, sin embargo todo era tan intenso que sus palabras se rompían en rugidos y sus sensaciones se llenaban de su compañera.

Kagome se agitaba y se removía sobre él. InuYasha bramaba de placer, sintiendo su sexo distenderse dolorosamente hasta el límite. Su cuerpo era un mar de sensaciones y aun así, su emoción se centraba en su compañera, sólo en ella y en todo aquello que había en él y que se prendía sólo con pensarla.

Te amo —lo dijo o lo intentó. Sentía aún su voz perdida y sin darse por vencido buscó en la poca claridad de su garganta el poder repetirlo—. Te amo.

Kagome le apretó la mano que tenía sobre su brazo y le devolvió las mismas dos palabras.

—No —insistió él—. Te amo —la abrazó aún más, pegándosela al pecho como si se abrazase a sí mismo. No podía ni comenzar a describir todo lo que estaba experimentando ahora mismo. Sus sensaciones eran un torrente de momentos vividos que lo golpeaban como si su memoria fuese infinita, y no solo eran imágenes, había olores, sonidos y sentimientos que se desbordaban de él, del mismo modo que su simiente buscaba salir.

Fue consciente del momento en que a Kagome se le erizó la piel y de cómo la sangre de su cuerpo golpeó justo antes de escucharla gemir una y otra vez en medio de un orgasmo que comenzó a mojarlo, derramándose entre la unión y sobre sus muslos. Le sostuvo el mentón en alto, mientras temblaba sobre él, para pasar su lengua desde el hombro, por el cuello, hasta el oído de su hembra que suspiraba maravillosamente. En ese momento entrecerró los ojos y comenzó a convulsionar, sintiendo como su vientre estallaba otorgándole el placer más pleno que recordaba. Perdiéndose a sí mismo en múltiples capas de sí.

Volver de todo aquello fue un acto de completa voluntad. Kagome comenzó a aflojarse entre sus brazos. Resultó obvio para él que ella estaba saciada de momento. Le besó el cuello, el hombro, el omoplato desnudo. Con cada beso ella temblaba un poco, aquel gesto no le era desconocido, solía sucederle cuando se relajaban después de la pasión, más aún cuando la culminación era así de intensa. La sintió extender una mano hacia atrás, hacia él, y acariciarle la cabeza. Mantuvo los ojos cerrados, mientras se llenaba del aroma nuevo a ellos. La sintió removerse para quedar sobre su regazo y poder mirarlo mejor. Sus ojos se encontraron y en los de Kagome se mostró la sorpresa.

—Aún… —no pudo terminar. La mirada de su compañero aún estaba invadida de rojo, oro y turquesa.

—Tranquila, estoy bien —mencionó, tocando por primera vez el hilo rojo de su dedo meñique. Comprendió que no había necesitado hacerlo ni una sola vez.

—Pero ¿Cómo? —quiso saber, tocando con la punta de los dedos la mejilla remarcada en ese tono violeta que aparecía cuando su sangre demoniaca afloraba.

—Ya te lo explicaré. Ahora, déjame besarte —lo último fue un murmullo que gesticuló sobre la boca de su compañera.

.

Continuará

.

N/A

Este capítulo me ha resultado agotador de muchas formas. Debía mantener la tensión aunque a cada momento ellos parecían querer perdonarse sin explicaciones. Además de los detalles que van dejando miguitas para lo que sigue.

Espero que pudiesen disfrutarlo a tope, con todo y youkai consciente.

Gracias por leer y comentar.

Besos

Anyara