Capítulo XL

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Los puntos están marcados

En la espiral del destino

Ninguno ha escapado jamás

De los eventos del tiempo.

-.-.-.-

Alguien podría hacerlo

Querido mío,

Uno con el valor suficiente

Para despertar las montañas

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Acababan de hacer el amor por segunda vez y él había recuperado su apariencia de hanyou en el momento en que había cedido al dominio de ella. Aún notaba la piel encendida por el calor y las sensaciones que la habían atravesado como rayos certeros de luz. Miró a su compañero que ahora permanecía a su lado, desnudo y boca arriba. Le acarició el pecho con un corto y constante movimiento de sus dedos, mientras se recreaba en la forma perfecta de su perfil. A su mente vino la imagen reciente de un InuYasha perdido en las sensaciones que experimentaba, desvaneciéndose de placer bajo su cuerpo. Tembló involuntariamente al atraer de forma brutal el recuerdo sensitivo a su piel y la manera en que aquella imagen de él la había hecho estallar también.

—¿Estás bien? —él la miró y la cubrió un poco mejor con el kosode del haori que le estaba sirviendo de manta— ¿Tienes frío? —la pregunta parecía pertinente después de su temblor y Kagome sólo pudo negar y pensar en lo hermoso que resultaba InuYasha cuando se cubría de esa honesta inocencia suya, así desnudo como estaba. Sólo él podía conseguir semejante maravilla.

—Siento mucho lo que te hice hoy —le confesó. Después de la dosis de sexo que llevaban encima, cualquier barrera entre ellos estaba destinada a desintegrarse. No había razón para sostener el ego ahora que las almas estaban entrelazadas.

Sus hermosos ojos dorados la miraron con seriedad y Kagome, por un momento, temió que su compañero no estuviese en posición de disculpar la forma en que había roto su confianza. Se giró hacia ella, le tocó una mano y jugueteó con sus dedos entre los de su compañera. Fijó la atención de su mirada en ese gesto y le acarició el hilo rojo que mantenía atado al dedo meñique.

—Cuando decidimos esto —acentuó el toque en el dedo y el hilo— sabíamos que pasarían muchas cosas, ya nos habían pasado antes, no tenía por qué ser diferente.

Ella quiso replicar, decir algo más, expresar que comprendía sus palabras y sin embargo no debía ser indulgente consigo misma. Él le puso dos dedos en la boca, para que lo dejara terminar. Kagome sintió el cosquilleo de la punta de las garras en su nariz.

—Tú y yo nos comprendemos, nos entendemos, más allá de todo somos uno —le aseguró— y no hay nada que puedas hacer que rompa esa verdad.

Kagome le tomó la mano que le sellaba la boca y movió los dedos solo un poco, lo suficiente como para que le permitiese hablar sin dejar de sentir el toque en su mejilla.

—No está bien lo que hice, digas lo que digas. Comprendo si algún día consideras que no quieres conti… —no se atrevió a terminar la frase. Pudo ver cómo él arrugaba el ceño en una clara muestra de molestia.

—¿Cómo puedes decir eso? Ni siquiera lo pienses —respondió con cierta vehemencia—. De todos los riesgos que puedo correr contigo, el único que no quiero es el de no tenerte. Me podré enfadar, podré gruñir literalmente —a Kagome se le erizó la piel de recordarlo en ese nuevo estado demoniaco y a InuYasha eso no le pasó inadvertido, así que le acaricio la piel desde el hombro hasta el brazo, muy lentamente, observando el gesto como parte de la exquisita intimidad que compartían— y aun así nunca podría pensar en no estar a tu lado.

Aquello lo dijo sin mirarla ya a los ojos, deteniendo su mirada en un punto de la piel. Kagome le acarició el ceño, que aún se mantenía algo tenso.

—¿Cuándo te has vuelto tan sabio? —le preguntó con una sonrisa que apenas comenzaba a crearse. InuYasha la miró y se relajó ante su inminente sonrisa.

—¡Qué dices, mujer! —prácticamente puso los ojos en blanco, antes de volver a mirarla—. Son muchos años aguantándote.

—Mira qué eres… —no supo cómo responder, así que intentó desquitarse pinchando con un dedo su estómago, pero el abdomen firme se lo hizo imposible.

InuYasha aprovechó ese movimiento de la mano de su compañera para sostenerla y acercarla más a él. Kagome se giró de medio lado y ambos se miraron en silencio, uno de esos silencios que declaran los más profundos sentimientos y que consiguen derribar las puertas más imponentes. Ella descansó la mano sobre la cadera de su compañero y la cabeza en el brazo que él le ofrecía. Se quedaron así durante un largo momento en que sólo escuchaban el bosque y la vida que contenía. Kagome alzó la mirada al cielo.

—El cometa ya se ve de día —mencionó. La incertidumbre sobre sus vidas se sentía como estar en un abismo de tinieblas a plena luz.

—Mañana ya no existirá —sentenció él, con total seguridad. Ella no alcanzó a razonar o responder a aquella aseveración, pues InuYasha se había alzado y la había guiado para quedar sobre su cuerpo. Sostuvo el peso con las manos, una a cada lado de sus hombros y la miró directo a los ojos—. No pienses más en ello.

Kagome comprendió, por la forma en que el dorado de sus ojos parecía destellar, que le estaba pidiendo un poco más de tiempo juntos olvidando el mundo, antes que éste intentara devorarlos. Afirmó despacio, soltando el aire cuando sintió los dedos de su compañero acariciarla entre las piernas. Los besos de él comenzaron a sucederse sobre su piel aún sensible por todas las caricias recibidas anteriormente y los remolinos de sensaciones en los que se convertían sus poros cuando él la tocaba. Suspiró y comenzó a empujar los talones desnudos sobre la hierba, notando las agujetas que ya comenzaba a acusar su cuerpo luego de contenerlo en su fase youkai, sin embargo su ansia por él era mayor que cualquier incomodidad que ahora pudiese sentir. Volvió a hacerse trémula entre sus manos, su cuerpo y el apasionando sonido de la voz de su compañero. Percibió el calor de la boca en su cuello, en su clavícula y en su pecho. Se agitó y clamó cuando la caricia que InuYasha ejercía en su sexo se hizo más intensa y le buscó la mirada sólo para mostrarle el deseo en la suya. Él la observó durante un instante en el que sólo se contemplaron, para luego echarse sobre ella y besarla con el ansia que albergaba su cuerpo. Kagome buscó entre ambos y acarició la erección de su compañero que había vuelto a llenarse para exigirla. Lo escuchó bramar y luego sisear sobre su boca, para enseguida sentir como él le sostenía la mano por la muñeca indicando que se detuviese.

—No —eso la llevó a rememorar aquella primera vez, cuando en medio de la ansiedad, el desconocimiento y el amor, se dedicaron a sentirse y experimentarse.

En aquella oportunidad ella se había detenido, sin embargo ahora no lo haría. Oprimió un poco más y suspiró cuando InuYasha le sostuvo la muñeca con un poco más de intensidad y descargó sobre ella una mirada fiera.

—No sigas… —insistió, respirando agitado.

Kagome aligeró el agarre, apiadándose de él durante un momento. Lo escuchó resollar y el aire que libero le agitó el flequillo. Sonrió, notando la conmoción dentro de sí, la alegría de tenerlo suyo se mezclaba con la pasión del momento y con la incertidumbre que los cercaba. Cerró los ojos, en un parpadeó más largo de lo normal y cuando los abrió instó a InuYasha para seguirla en un movimiento que buscaba hacerla a ella dueña y quedar por encima. Su compañero la siguió sin esfuerzo y cuando la tuvo a horcajadas sobre él, se quedó en silencio observando la belleza de su piel desnuda. La forma de su pecho que coronado por los pezones que expandían todos aquellos tonos de rosa que tanto amaba y que lo invitaban a sostenerlos, sopesarlos y llevárselos a la boca. Posó sus manos en la cintura y descansó los pulgares en el vientre. Decidió respirar muy hondo para reencontrarse con el maravilloso nuevo aroma de ella.

InuYasha la miraba de forma tan intensa que Kagome se sacudió con un temblor que la hizo suspirar. Sabía lo que quería hacer, anhelaba sentirlo cerca y profundamente dentro. Una vez más vino a ella el recuerdo de aquel primer encuentro íntimo y la forma en que la pasión les había dado a ambos herramientas para amarse por encima de la timidez y la inexperiencia. Se sintió invadida de una honda ternura, que se matizaba del amor que tenía por su compañero. Quería recorrer cada espacio de él, encontrarlo en sus remansos y protegerlo en sus tormentas, tal y como había hecho tiempo atrás. Quería ser ella el lugar al que InuYasha acudiese al final de todas las cosas. Llevó una mano hasta la mejilla de él y se la acarició.

—¿Pasa algo? —InuYasha veía como se comenzaban a cristalizar los ojos de Kagome e hizo acopio de toda su fuerza para no aceptar la sensación de pánico que solía abordarlo cuando ella parecía querer llorar.

—No —acentuó la negativa con un gesto suave de su cabeza y una sonrisa en los labios; los mismos que descendieron para posarse en los de su compañero.

Kagome comenzó con un movimiento destinado al acoplamiento. InuYasha decidió ayudarla y con la mano se posicionó y esperó a que ella lo enfundara. Se le aceleró el corazón ante la sensación de estar entrando en su amada, del mismo modo que hacía siempre, e intentó mantener el beso con dificultad, como si aquello pudiese extender en el tiempo la asombrosa sensación de ser uno.

Cuando lo tuvo totalmente dentro, Kagome se quedó muy quieta y lo miró a los ojos, desde la poca distancia que los separaba. Estaban, uno respirando el aliento del otro, los corazones aleteando sentimientos que se comunicaban sin palabras, la piel traspasando el calor de un cuerpo al del compañero. Entonces ella habló.

—Cuando estamos así de cerca, creo que somos dos que recuerdan ser uno.

InuYasha sintió que se le llenaba el pecho de esa intimidante y maravillosa sensación que hace mucho había reconocido como amor. Enredó los dedos en el pelo oscuro de su compañera y le sostuvo la cabeza para conseguir apoderarse de sus labios con contenida rudeza. La besó y continuó besándola; la besó tanto que sintió que se le inflamaba la boca. Cuando finalmente la liberó, lo hizo sólo para poder decir lo que deambulaba en su mente.

—Entonces, seamos dos que siempre se recuerdan.

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La tarde comenzaba a morir, aún quedaba luz de día y el bosque empezaba a cambiar, pasando de ser un entorno diurno a buscar la calma y complicidad de la noche. Kagome terminaba de atar el cinturón de su hakama e InuYasha tomaba el hitoe que les había servido como una barrera que aislaba el frescor de la hierba, para comenzar a ponérselo. De pronto algo llamó la atención de él y se quedó oteando el horizonte y el aire que traía consigo un olor que reconoció de inmediato. Su ceño se tensó y Kagome tomó el arco que estaba en el suelo previniendo un posible peligro.

—¿Qué es? —quiso saber su compañera.

InuYasha no respondió, sin embargo ella vio cómo se agazapaba, flexionando ambas rodillas, una más alta que la otra y con los dedos de una mano apoyados sobre la hierba. Parecía esperar el momento para lanzarse sobre quién fuese que se acercara. Entonces Kagome lo supo, la energía que provenía de entre los árboles se lo anunció.

—Kouga.

El youkai lobo apareció desde el bosque y se detuvo en cuánto puso un pie en el pequeño claro que InuYasha y Kagome habían usado como refugio. Se quedó mirando a ambos compañeros.

—No se te ocurra detenerme —le advirtió InuYasha a ella, con determinación en la voz y los músculos tensos.

Kagome fue consciente de la sorpresa inicial en Kouga, que no alcanzó a pronunciar palabra antes de tener que esquivar el ataque que InuYasha había iniciado. Sintió que un temblor le recorría la espalda, aun consideraba que el daño entre ambos seres no era aceptable, sin embargo comprendía el enfado de su compañero, pues ella misma lo compartía.

Le costaba seguir los movimientos que efectuaban, InuYasha atacaba con gran velocidad y Kouga se limitaba a esquivar, creando rodeos en el espacio. De pronto ambos se perdieron de su vista, internándose entre los árboles. Kagome corrió en esa dirección, no obstante se detuvo porque no quería convertirse en blanco de aquella pelea. Escuchó algunas ramas partirse, vio a los pájaros que escapaban y trinaban y oyó el golpe seco de un cuerpo contra un árbol. Contuvo el aire cuando el silencio se apoderó del lugar y se sintió impulsada a dar un paso más. Sabía que ambos contrincantes eran muy fuertes y que probablemente ninguno dañaría al otro de muerte, a pesar de ello tuvo miedo por InuYasha y ese miedo se acrecentó cuando una fuerte ráfaga de aire se abrió paso entre los árboles y sintió que era levantada del piso.

Kagome quiso decir algo, sin embargo la propia potencia con que había sido elevada le quitó el aliento y la fuerza de forma momentánea. Cuando volvió a poner los pies en el suelo, supo que tenía a Kouga tras ella y era él quién la sostenía por la cintura y le pegaba el pecho a la espalda, creando una cercanía poco apropiada.

—¡Detente! —demandó, el youkai lobo.

Kagome vio a InuYasha en el aire, para luego caer agazapado a unos metros de ellos.

—Suéltala —exigió InuYasha, con la voz oscurecida. Kagome miró detenidamente su rostro, para asegurarse que no estaba transformado. A continuación desvió la mirada hacia Tessaiga que descansaba en el suelo junto al resto de la ropa de su compañero—. Tranquila —mencionó él, adivinando su inquietud. Kagome lo volvió a mirar.

—¡No he venido a luchar! —quiso aclarar Kouga. Kagome notó que el agarre en su cintura era firme, aunque no férreo.

Ella tomó una decisión y se giró con toda la rapidez que le fue posible. Quizás fuese por lo inesperado de su movimiento o porque simplemente Kouga no pretendía hacerle daño, el hecho es que pudo cruzarle la cara de una bofetada. Él se quedó estupefacto, no había otra palabra para definir su expresión. Kagome retrocedió un paso, sin encontrar resistencia por parte de él.

—Kagome —murmuró el youkai, como si el golpe fuese más doloroso que una herida abierta.

—¡¿Cómo pudiste venderla?! —le reclamó, en un grito tan ferviente que los pocos pájaros que aún permanecían alrededor escaparon del lugar.

—Yo no lo hice —quiso defenderse el youkai lobo.

—¡Como si lo hubieses hecho! ¡Te confié la vida de mi niña! De mi pequeña —intentó mantener la voz firme, sin embargo se le aguaron los ojos y no fue capaz de seguir hablando.

—¡Maldito lobo! —en ese momento Kagome vio a InuYasha pasar por su lado y sostener a Kouga por el cuello para llevarlo contra el árbol más cercano.

Era tal la fuerza con la que InuYasha sostenía a su contrincante, que por un momento Kagome sintió miedo de que pudiese matarlo. Podía ver la rigidez en los músculos de su brazo y la forma en que desde el punto en que las garras tocaban el cuello éste comenzaba a sangrar. Extrañamente Kouga no parecía querer defenderse y sólo la miraba a ella.

—InuYasha —intentó, Kagome. Lo escuchó gruñir.

Quiso tocar a su compañero, no obstante detuvo el movimiento a pocos centímetros de él cuando InuYasha giró la cabeza y le dirigió una mirada furibunda. Kagome tuvo la sensación de que esa era la mirada de alguien capaz de asesinar. Un instante después, el dorado oscurecido de los ojos que la miraban se abrió ligeramente y le permitió a ella ver de nuevo a su compañero. Escuchó como un nuevo gruñido reverberaba en el pecho de él y a continuación vio que soltaba a Kouga, no sin antes intentar dirigir su fuerza para que cayera al suelo, cuestión que no pasó.

El youkai lobo quedó de pie, apoyado en el tronco del árbol. Se llevó una mano al cuello, para aliviar la molestia que le había producido la presión que efectuara InuYasha y que según lo que Kagome alcanzaba a ver no sólo le había dejado hilillos de sangre, también había enrojecido mucho la piel.

—Creí que quedaba en buenas manos —la voz de Kouga sonó áspera.

InuYasha volvió a gruñir y adelantarse, decidido a volver a apretar el cuello del maldito lobo que había abandonado a su hija. Vio como éste daba un salto a un lateral, usando a Kagome como un punto en medio de los dos.

—¡No fue así! —Kagome alzó la voz nuevamente y con ello tomó el mando de la situación.

Si Kouga hubiese tenido un kotodama no nenju como el de InuYasha, no habría parado de conjurar hasta que se le rompiesen todos los huesos y de ese modo obligar a su cuerpo de youkai a pasar por el dolor de sanar; al menos así comprendería una mínima parte del dolor que ella llevaba consigo. Sin embargo, entendía que no iban a solucionar nada con violencia y menos sabrían sobre Moroha. Kouga hizo el amago de acercarse a ella y Kagome alzó la mano, enfocando su energía en la palma de ésta, algo que resultó visible para el demonio.

—No —le advirtió y Kouga mantuvo la distancia.

Después de eso, y a pesar de saber que no era bienvenido, Kouga se quedó esperando cerca de ellos. Kagome pensaba que lo hacía en una especie de muestra de lealtad a la que había fallado miserablemente con respecto a Moroha.

—Deberíamos dejar que nos explique —dijo ella, finalmente, mientras InuYasha terminaba de atarse el cinturón de su hakama luego de ponerse el hitoe y el kosode. Se había vestido en medio de un tenso silencio. Kagome podía sentir la furia en el aura de su compañero, la que no se aplacaba a pesar de los gestos calmos que efectuaba para vestirse.

¡Sí, deberían! —se escuchó a Kouga, desde la distancia.

—¡Cállate, maldito lobo!

InuYasha liberó en algo la tensión con ese grito. No parecía muy de acuerdo con Kagome en escuchar a Kouga. Había aceptado que ella interfiriese porque eso lo ayudaba a mantener cierto grado de tranquilidad y no es que pensase matar al lobo, aunque su sangre youkai le pedía hacerlo, sin embargo podía pelear con él hasta el amanecer y aun así no aquietar en lo más mínimo su cólera.

—Quizás nos pueda contar algo más sobre este lugar y sobre Moroha —susurró Kagome. Prácticamente sólo moduló las palabras. InuYasha pudo sentir la súplica de su compañera al mencionar el nombre de su hija y el pecho se le contrajo con más rabia aún y también con dolor.

Respiró hondamente antes de poder decidir. Miró a Kagome a los ojos y aunque no se dijeron nada, ella entendió que le estaba dando el mando. Luego de ello, InuYasha asintió con un solo movimiento de su cabeza.

Kagome miró a Kouga que permanecía unos metros tras ella y reconoció en su interior los sentimientos diversos que tenía en este momento. Se sentía feliz de ver a uno de sus amigos, saber que estaba bien y vivo; no obstante, eso se contraponía con la rabia por todo lo demás. Se acercó a él con calma, buscando dentro de ella ese punto neutral que la ayudara a fluir con la situación y conseguir respuestas. Pensó en comenzar preguntando por Moroha, sin embargo supo que si las respuestas de Kouga no eran satisfactorias, InuYasha olvidaría la poca contención que estaba teniendo.

—¿Qué sabes de este lugar? —abrió el diálogo cuando quedó frente a Kouga.

—Me alegra verte y saber que estás bien —respondió éste. Kagome no supo cómo tomarse aquello, aunque al parecer InuYasha sí, ella pudo comprobarlo al escuchar claramente el gruñido que liberó.

No parecía haber cambiado nada, era el mismo Kouga de hace cinco siglos atrás, aunque en lugar de vestir pieles, llevaba pantalones de piel curtida y una camiseta roída.

—Kouga, esta no es una reunión de amigos. Debería serlo, pero ahora mismo no lo es —sentenció Kagome con toda la calma que pudo conseguir.

El youkai lobo bajó la mirada y dejó entrever el suave gesto de una sonrisa.

—Es una pena, es cierto —alzó la cabeza y miró a la distancia, como si desde ese punto en que se encontraban fuese capaz de visionar el poblado en que se alojaban InuYasha y ella—. Este lugar, las tierras de la Señora del Oeste —sentenció con cierto tono sarcástico que Kagome no pasó por alto.

—Sí ¿Qué sabes? —la pregunta abarcaba cualquier detalle que Kouga pudiese dar.

Se quedó un momento en silencio, como si buscara el evento por el que debía comenzar. Al cabo de ese tiempo comenzó a relatar.

—Ayame y yo nos marchamos al continente. Había una tribu de lobos albinos que se estaba extinguiendo. Los grandes youkais estaban abandonando sus tierras, nadie entendía muy bien la razón, algunos decían que era por el tiempo aunque tampoco se referían a él como un paso de ciclos —Kouga hizo una pausa que Kagome no quiso interrumpir—. Supongo que es un poco lo mismo que pasó con el hermano del perro, que no quiso tomar el control de las tierras del Oeste.

—Se llama InuYasha —apuntó Kagome, para continuar con las preguntas— ¿Por eso lo hizo Towa?

—Supongo que sí, al no estar… el cachorrito y tú, los youkais inferiores comenzaron a tomarse los territorios y asolar aldeas.

Kagome comprendió que desde los tiempos de Naraku eran InuYasha, ella y los demás, quienes se encargaban de eliminar a ese tipo de demonio inferior que para las aldeas podían llegar a significar un gran problema.

Habían comenzado a caminar por medio del bosque.

—¿Qué pasó con Kirinmaru? Él quería matar a las niñas —se le contrajo el estómago sólo de pensar en ello. Sabía que Towa y Setsuna estaban vivas, sin embargo no sabía nada de Moroha.

—Sé que se desató una batalla al liberar a la mujer de Sesshomaru —apuntó Kouga.

—Rin —le aclara Kagome.

Kouga miró a Kagome a los ojos y tras ellos, a poca distancia, se escuchó el gruñido de InuYasha.

—Tranquilo perro, no le haré nada —Kagome comprobó que Kouga seguía sin saber callarse.

—Limítate a responderle —le advirtió InuYasha, con la voz demasiado tensa para lo que su compañera acostumbra a oír en él.

Kouga volvió a mirar al frente y continuó con el relato.

—En esa batalla murió la hermana de Kirinmaru, no tengo claro a manos de quien. Sí sé que a partir de ahí él se recluyó por un largo tiempo y a pesar de la necesidad que había por la ayuda de un youkai de sangre pura para el control de los demonios inferiores, éste se negó a ayudar.

—Me parece hasta lógico, después de todo nosotros lidiamos con Naraku y nunca supimos que Kirinmaru existía —razonó Kagome.

—Yo pensé lo mismo —aceptó Kouga.

—En ese momento tomó el mando Towa —era lógico pensarlo.

—Sí, eso fue lo que Ginta nos comunicó. Los lobos vivimos en relativa calma, porque somos un clan fuerte, sin embargo aquellos youkais, hanyous y demás, que no tienen arraigo o son menos fuertes, han sido absorbidos por el mandato de la Señora de las tierras del Oeste —el tono en la voz de Kouga seguía sin parecer grato.

—Y ¿Eso no ha sido bueno? —quiso saber Kagome, oteando el trasfondo del relato.

—Seguramente para algunos sí, para aquellos que no aprecian su libertad —Kouga sonó lapidario y tuvo la necesidad de rectificar—. Al parecer no viven mal.

Kagome comenzó a hacer un repaso de lo poco que había visto en aquel palacio y la aldea que lo circundaba.

—No hay miseria, pero tampoco hay felicidad —sentenció.

El silencio se mantuvo durante un par de pasos, hasta que InuYasha lo rompió.

—Y ¿Moroha? —en el tono de su voz se notaba el inmenso trabajo de contención que estaba haciendo.

Kouga se tomó un instante antes de responder, quería escoger bien las palabras en consideración a Kagome.

—Ella creció fuerte —comenzó—. Se hizo conocida como cazadora de recompensas. Al haber tantos youkais interfiriendo, los aldeanos reunían lo que podían y pagaban para que alguien los librase del problema. Moroha destacó en ello —sonrió e InuYasha gruñó, saber que su hija se había hecho fuerte era un alivio, sin embargo él debió estar para protegerla. Kouga se giró y lo enfrentó—. Si quieres continuamos la pelea, perro.

—Por mí perfecto —fue la respuesta que recibió.

Kagome alzó una mano entre ambos como si aquel gesto fuese suficiente como para detener a un youkai y un hanyou. Volvió a dirigirse a Kouga.

—¿Esta viva? —la pregunta tenía un potente significado, a pesar del tono dubitativo y frágil que expresó Kagome al efectuarla.

Kouga se olvidó del posible enfrentamiento y la miró a los ojos.

—La última vez que supe de ella fue hace unas tres décadas —aceptó.

Todos se quedaron en silencio por un tiempo que se hizo extraño, que no se podía medir en instantes si no en sensaciones. Kagome se puso una mano en el vientre, instintivamente, tomó aire de forma profunda y volvió a hablar, ya desde otra emoción, desde otro punto de sí misma.

—¿Era muy mayor? —En cuánto hizo la pregunta notó la tensión en los hombros de InuYasha y la ansiedad que emanaba.

—Se veía como un humano mayor, si es esa tu pregunta.

Kagome asintió.

—Hizo cosas excepcionales —agregó Kouga. En ese momento Kagome alzó la mirada y se encontró con los ojos azules del youkai lobo—. Yo aún no regresaba, pero supe que fue ella quien selló a Kirinmaru en algún lugar de estas tierras.

—¿Sellarlo? —Kagome se sorprendió, tanto por la capacidad de su hija como por la necesidad de hacer algo como eso.

—Sí, bueno, Ayame y yo seguíamos en el continente, así que la información que tengo es algo difusa. Las pocas veces que me encontré con ella no fueron para tener una conversación, después de todo yo era un desconocido —se explicó Kouga e InuYasha volvió a gruñir, para girarse de medio lado, daba la sensación de ya no ser capaz de tolerar al youkai lobo ni un momento más.

—¿Sabes por qué selló a Kirinmaru? —Kagome intentó sacar el máximo de información de esta reunión que en cualquier otro contexto habría sido un grato reencuentro.

—No estoy seguro, creo que por la hija que comparte con la Señora de estas tierras.

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Las tardes se habían vuelto ligeramente más cálidas y ahora que estaban a un paso de la noche Kagome pensó que podrían quedarse en algún lugar del bosque, hacer una fogata y esperar el amanecer. No quería volver al palacio y sentir el peso de la tristeza que parecía recorrer los pasillos y esconderse tras las puertas.

—No quiero regresar —se detuvo, esperando a que InuYasha lo hiciera también.

Habían caminado un tramo largo desde que dejaran a Kouga, el lobo había dicho que estaría en las tierras de su clan por si Kagome necesitaba de él. Antes de marcharse tomó las manos de ella y se disculpó por fallarle con Moroha, aunque el momento duró el tiempo que tardó InuYasha en lanzarle un zarpazo que se llevó por delante algunos girones de la camiseta desgastada que vestía.

—¿Prefieres quedarte en el bosque? —preguntó su compañero con cierto tono de incredulidad.

—Sí, la verdad —aceptó.

Él se quedó mirando a los ojos castaños que podía ver con nitidez, a pesar de la escasa claridad que había en medio de los árboles. Sintió el peso de la responsabilidad de cuidar de Kagome, más aún dado que él conocía su estado y ella no. Se quedó por un momento sopesando el lugar, los ruidos cercanos, el grado de frío que había en el aire y cuando había sido la última vez que su compañera había comido.

—¿Tienes hambre? —quiso saber. De ser el caso tendría que cazar algo para que se alimentara.

—No —le resultaba difícil pensar en comer. El encuentro con Kouga y la reacción de InuYasha era sólo un anticipo de lo que se encontrarían mañana.

InuYasha volvió a mantenerse en silencio un instante más. Kagome esperó a que él hiciera todas sus consideraciones.

—Bien —aceptó. Su tono de voz no se había suavizado después de dejar a Kouga atrás y eso a Kagome le pesaba. De alguna manera sabía que su compañero estaba en su derecho al sentirse enfadado y no quería quitarle eso; sin embargo ella sentía en la piel la distancia que tomaba InuYasha cuando experimentaba ese tipo de presión—. Buscaremos un lugar para encender un fuego y estar protegidos.

Kagome tuvo una ligera sensación de remembranza ante esas palabras. Habían sido muchas las veces en que descansaron en mitad de algún bosque y en todas ellas él hacía una evaluación del lugar y buscaba el espacio que mejor los situara para estar seguros. Ella, al principio, no era consciente del modo en que su compañero hacía tal consideración o del afán que él ponía en no demostrar su preocupación por los demás. Kagome había pasado por alto las señales, aunque no tardó demasiado en notarlas y probablemente aquello fue una de las tantas razones por las que terminó amándolo como lo hacía.

—¿Qué piensas? —preguntó InuYasha y ella no pudo evitar cavilar en que las conexiones del pensamiento eran reales y estaban ahí cuando alguien percibía algo, aunque no supiese qué.

—Sólo una cosa — se acercó a él y le tomó la mano, enlazando los dedos con los de su compañero—, que te amo.

Aquella frase consiguió que InuYasha sonriera un poco y le contuviese el agarre de la mano, con un apretón de la suya. Kagome de inmediato notó como el aura se abría para permitirle permanecer a su lado.

—¿Quieres que te lleve? Estarás cansada —se aventuró a decir. Él no tenía tanta facilidad como su compañera para expresar con palabras lo que sentía, sin embargo se lo demostraba con hechos y creía que ella lo comprendía.

—Estoy bien —se arrimó un poco más a InuYasha y continuó caminando a su lado por medio del bosque.

Al cabo de poco tiempo se encontraron una zona menos poblada de árboles y matorrales, lo que les permitía hacer un fuego y protegerse del frío. InuYasha había recolectado algunas ramas en el camino que le estaban sirviendo para encender una fogata y Kagome permanecía como espectadora de ese momento, sentada junto a un árbol y con el kosode del haori rojo de su compañero protegiéndola del frío. Pudo ver como el trabajo que él acababa de hacer al chocar dos piedras entre sí comenzaba a surtir efecto. InuYasha se inclinó y ladeó la cabeza para empezar a soplar la chispa que encendía la bolita de hierbajos secos que había hecho. Kagome se quedó muy quieta, mirando cómo se le inflaban ligeramente las mejillas cuando tomaba aire y se iban desinflando a medida que soplaba. No pudo evitar pensar en que su expresión se parecía mucho a la de un niño y entonces su mente la llevó de inmediato a la imagen de un pequeño con el pelo corto y gris, casi blanco, además de dos hermosas orejas como las de su padre.

Kagome se llevó la mano al vientre de forma instintiva. Sabía que la posibilidad existía, del mismo modo que tenía claro que no era el momento; sin embargo, la vida era tan incierta ahora que por un instante le pareció que no importaba.

—Ya está —dijo InuYasha, sacándola de su ensoñación y sus cavilaciones.

—Ven conmigo —le pidió, extendiendo la mano hacia su compañero. Esperó, sin dejar de mirarlo, a que él se pusiese en pie para llegar hasta ella y arroparla con su cuerpo y su amor.

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Continuará

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N/A

Ēteru se lleva un pedacito de mi corazón con cada capítulo.

Creo que todo el que escribe, o crea algo, hace lo mejor que en ese momento es y por eso me siento orgullosa de lo conseguido hasta ahora y les agradezco que se mantengan acompañándome a mí y a esta historia.

Besos

Anyara