Capítulo XLI
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La noche se había hecho larga, Kagome había soñado mucho y entre su sueño había rememorado parte de la pelea de InuYasha con Kouga, hasta que ésta se detuvo por el retumbar de un rayo surcando el cielo y el sonido estrepitoso del trueno que lo acompañó. También se soñó en medio de un bosque de bambúes, con un niño de la mano que tenía el pelo casi tan blanco como el de su padre y dos hermosas orejas coronando su cabeza y que le pedía que lo liberara para así poder correr tras su hermana. Kagome fue consciente de cómo el corazón se le inflamaba de amor ante la maravillosa idea de un niño y descubrió como las lágrimas la acompañaban en sueños cuando Moroha, algo más grade que él, lo recibía y lo abrazaba y con esa emoción se fue despertando. Al principio no abrió los ojos, sólo se permitió sentir el alma dentro del cuerpo, regresando del viaje de los sueños, para luego pensar en lo que ese niño en sus sueños le venía a contar. La posibilidad de su existencia era clara, llevaba días sin tomar precauciones y sabía que una parte de ella no había querido hacerlo. Podía considerarlo un acto de total irresponsabilidad, sin embargo sentía que le estaba aportando vida a un espacio de sobrevivencia y deseaba que fluyera sin obstáculo en medio de la incertidumbre.
Cuando finalmente abrió los ojos el sol aún no despuntaba. Había despertado a esa hora de la mañana en que la noche comienza su descanso y el movimiento de los seres que habitan de día comienza. Esta era una de las cosas que había aprendido a amar del bosque. Quizás nunca llegaría a explicar a alguien, con todas las implicancias que contenía, lo que significó para ella dejar su vida en la era moderna y lo que descubrió fuera de ella. Muchas cosas habían quedado atrás, algunas las extrañaba y otras ya ni las recordaba; sin embargo, cuando tenía que evaluar lo perdido y lo ganado, la balanza siempre estaría del lado de InuYasha y el Sengoku. Pocos tenían el privilegio de conocer el bosque en su plenitud: natural, lleno de los sonidos que sólo puede contener la vida y nadie sabía lo que era compartir todo aquello con un ser sobrenatural como el que ahora la acunaba entre sus brazos, para que no perdiera el calor conseguido por la fogata que ya había menguado. Alzó la mirada y pudo ver a InuYasha con los ojos cerrados y con su semblante definido, hermoso y calmo. No quería moverse, ni siquiera quería respirar diferente, para que él no despertara. Los dedos, las manos y los brazos le pedían rodearlo, abrazarlo y hundirse en el pecho que siempre le daba seguridad, lo había hecho desde que lo conoció, aunque por entonces apenas compartía una meta con él.
—Ya estás despierta —lo escuchó decir, sin siquiera abrir los ojos.
Kagome sonrió, no era posible sorprender a InuYasha y menos en la antesala de un día crucial como éste.
—Lo estoy —aceptó y permitió que sus dedos, sus manos y sus brazos cumpliesen el deseo de aprisionarlo tal y como quería.
En ese momento InuYasha abrió los ojos también y la miró. Ambos sabían que no había terreno que en este momento les aportara certidumbres, sin embargo el saberse juntos era como una fortificación que los defendía de cualquier cosa que sucediese. Lo había sido desde siempre, desde ese primer reconocimiento en que él dijo su nombre y desde ese primer abrazo, en el que los dos comprendieron que se importaban. Había pasado tanto tiempo ya desde ello y no obstante, parecía que si daban una mirada atrás el día estaba ahí mismo, con las mismas emociones y el mismo deseo de protegerse de forma mutua.
—Tendrás hambre —ahí estaba la parte sobreprotectora de su compañero e igualmente su forma de expresar amor.
—La verdad es que no, tengo la sensación de no poder tolerar nada en el estómago —explicó ella e InuYasha no pudo evitar crear la similitud con el embarazo de Moroha.
Ellos no habían hablado de esto, y probablemente aún era pronto para cualquier síntoma, sin embargo él sintió que aquello lo hacía incluso más real que el aroma que Kagome portaba desde hacía días. Notó como la emoción se le ahogaba en la garganta, al igual que la declaración que aún no haría; quizás, cuando ya pudiesen estar con Moroha.
—Entonces deberíamos comenzar el camino —decidió él. Su compañera asintió, sin embargo ninguno de los dos de movió de momento.
No fue hasta que el sol comenzó a iluminar por entre los árboles, que ambos se pusieron en pie y comenzaron el camino hacía de Fujisan. Kagome había pedido andar un poco para desentumecer el cuerpo e InuYasha aceptó sin remilgos. Lo hicieron por un sendero que había entre los árboles del bosque y ella fue mirando la vegetación invernal y como comenzaba a dar paso a los primeros brotes que se abrirían en primavera. Por un momento se detuvo ante un arbusto que tenía flores blanquecinas y que no había visto antes.
—¿Qué será esto? —se detuvo e inspeccionó la planta.
InuYasha la observó y vino hasta él la reminiscencia de una Kagome adolescente que recorría los caminos aprendiendo de plantas y contándole las propiedades medicinales de éstas.
—Debemos seguir —le recordó con suavidad y Kagome lo miró como si apenas pudiese traer su pensamiento de vuelta del mundo en que estaba.
—Sí, claro —se limpió las manos en el hakama y se acercó a su compañero para continuar la ruta.
Kagome continuó por delante de él e InuYasha estuvo de acuerdo, el bosque parecía sosegado, sin ruidos estruendosos u otros que le impidiesen saber lo que sucedía alrededor. Todo lo que escuchaba era pájaros y pequeños animales que comenzaban a despertar del invierno que pronto acabaría.
—¿Tienes miedo? —escuchó a su compañera hablar y notó como se tocaba el hilo rojo que tenía en el dedo meñique de la mano derecha, con el pulgar.
—¿Miedo? ¿De qué? —la pregunta que Kagome le hacía era extraña, aunque quizás muy oportuna.
—No sé. De todo, supongo —ella sí tenía miedo a estar creando ilusiones en su mente, de creer que volverían a la vida que habían dejado y que todo estaría bien.
—No te preocupes —él quiso calmarla, aunque reconocía las dudas de Kagome en sí mismo.
Continuaron caminando en silencio, cada uno en sus propias cavilaciones. Los árboles dieron paso a un pequeño claro que dejaba a la vista el inicio de un bosque de bambúes. Kagome respiro muy hondo, rebosante de emoción. En algún punto entre este bosque y el otro, los árboles se encontraban, sin embargo ella sólo podía ver la luz que se filtraba entre los gruesos tallos del bambú. Esto tenía que ser una señal, una de esas que el éter, el ēteru, le permitía conocer y comprender. InuYasha pudo ver como su compañera daba una vuelta y lo miraba sonriendo, aunque aún la sonrisa no le llenaba los ojos, para volver y tomar camino hacia los bambúes.
La siguió.
Quizás sería un buen momento para buscar algo que Kagome pudiese comer, le parecía importante que ella estuviese alimentada. Sin embargo era un día extraño, InuYasha sentía como presionaba dentro de él una energía oscura, casi siniestra, que iba de la mano de la frustración que toda esta situación con Moroha, el cometa, el palacio del Oeste y todo lo demás estaban conjurando en su ánimo. No obstante, ver a Kagome recorrer el espacio entre los gruesos y altos tallos de bambú era una hermosa visión, podría decir que casi catártica, le proporcionaba calma en medio del dolor y el caos, Kagome era su ojo en el huracán. En ese momento ella lo miró, estaban a pocos pasos uno del otro, la luz creaba formas sobre su pelo oscuro y él la recordó a pocos días de volver de aquellos largos tres años de ausencia, sumergida en la belleza del bosque de bambúes que había cerca de la aldea. Llevaba esta misma ropa de sacerdotisa, el pelo suelto, el carcaj de flechas al hombro y el arco en la mano. Sí, la recordaba igual, del mismo modo que rememoró el amor indeleble que experimentó en ese momento y que ahora era un sentimiento que reconocía como igual y a la vez mucho más profundo. Soltó el aire que contuvo ante esa confirmación de su mente y decidió que aunque el mundo y las circunstancias pareciesen implacables, él siempre iría a por ella, ahí dónde estuviese.
Kagome le mantuvo la mirada e inclinó la cabeza de forma ligera, como si intentara contarle algo a través del castaño expresivo de sus ojos. InuYasha lo supo y pensó en lo que él mismo quería contarle. Ambos guardaron silencio, un silencio cómplice que los unía y los hacía aún más próximos; adyacentes, completamente uno.
Caminó a paso lento y seguro: uno, dos, tres pasos. Le rodeo la cintura a su compañera con un brazo para pasar el otro tras sus piernas y alzarla en el aire con una media vuelta. Sí, a pesar de cualquier oscuridad Kagome era su luz. De entre todas las personas, era la única que podía profundizar hasta encontrar la raíz misma de su corazón, sanarlo, y que en él germinase el amor. La vio y la escuchó reír, el sonido claro de su risa apaciguó en algo su talante agreste de esta mañana. Dentro de unas horas estaría ante otro escenario, lidiando con otras emociones, sin embargo ahora tenía a Kagome en sus brazos y no había más.
Ella se inclinó y lo besó sobre los parpados, primero uno y luego el otro.
—Ya no tengo miedo —declaró Kagome.
—¿No? —la pregunta se llenó de esperanza en una sola sílaba.
—No, el amor es el más poderoso transformador que existe para el miedo.
InuYasha no tuvo replica posible ante aquellas palabras.
Kagome observó los ojos de su compañero y la forma en que las luces que se filtraban por entre las ramas de los bambúes le iluminaban con pequeños toques el iris dorado. Quiso decirle algo, quiso compartir con él su intuición, sin embargo decidió sonreír y esperar.
Al cabo de un momento la bajo y retomaron el camino; primero de la mano, luego del mismo modo que venían haciendo. De pronto InuYasha se detuvo y se quedó muy quieto moviendo únicamente las orejas. Kagome sostuvo instintivamente el arco y llevó una mano atrás para sostener una flecha por su cola y su pluma.
—Es un riachuelo —aclaró su compañero cuando vio que ella se ponía en alerta—. Creo que está —se giró medio paso a la izquierda—… por ahí.
InuYasha la guio hasta el lugar en el que efectivamente bajaba un riachuelo con agua transparente. Le pareció buena idea preparar un fuego ahí, para asar unas cuántas setas que había olido unos pasos más atrás, entre las hojas caídas de los bambúes. Kagome observó cómo su compañero sacaba a Tessaiga para tocar y con ello cortar un tallo de tamaño pequeño en comparación con los gruesos que componían el bosque. Hizo un segundo corte y con ello creo un recipiente en el que se podía beber agua. Kagome se sorprendió de lo cotidianas que le resultaban las habilidades de InuYasha.
Al cabo de poco tiempo ya estaban terminando de asar las setas en un fuego que encendieron con unos cuántos tallos secos y hojas. El sonido del agua resultaba relajante y toda la escena parecía utópica si pensaban en la realidad que los acompañaba. Kagome extendió la mano y tocó el agua con los dedos. Estaba fría y la corriente que llevaba era suave. Cerró los ojos y sintió la energía que manaba del agua y la forma en que esa energía le transmitía pureza, además de gestar imágenes en su mente sobre el recorrido que había seguido hasta aquí: mar, lluvia, nieve. Miró tras de sí a la corriente que bajaba y pudo ver dos rocas de similar tamaño entre sí, probablemente medirían poco más de un metro de altura. Resultaban normales, si las miraba a simple vista, sin embargo ella notó la forma en que su energía se conectaba una con la otra. Se puso en pie.
—¿Qué pasa? —quiso saber InuYasha, se incorporó y mantuvo la alerta.
—Quiero observar algo —murmuró Kagome, centrada en las suaves ondas de energía que alcanzaba a vislumbrar en el espacio entre las piedras.
A medida que se iba acercando, podía ver como esa misma energía conseguía mantener en suspensión algunas gotas de agua y cuando las ondas de fuerza se movían éstas iban siendo reemplazadas por nuevas partículas cristalinas.
—¿Esas son gotas? —preguntó InuYasha, que venía tras ella.
—¿Tú también las ves? —lo miró de forma fugaz, para volver a observar las ondas de energía que estaban ahora mismo a poco más de tres metros.
—Claramente, además —mencionó su compañero.
—Y las ondas ¿Las puedes ver? —Kagome extendió la mano, incluso antes de estar a una distancia adecuada para tocar aquello que veía; sin embargo el asombro imperaba por encima de la lógica. En su mente había muchas ideas que en algún punto conectarían seguro, aunque aún no lo hicieran.
—No, sólo veo gotas —aceptó InuYasha, para luego adelantar su mano y contener la de su compañera antes que tocara algo que pudiese dañarla. Kagome era temeraria, bien lo sabía él.
Ella lo miró, pestañeó un par de veces con rapidez como si buscara aclarar su mente para entender lo que su compañero acababa de hacer. No estaba molesta por la intromisión, estaba evaluando las capacidades de cada uno y lo que podían percibir cada uno.
—Es lógico —concluyó.
—¿Qué es lógico? —quiso saber su compañero, notando la forma en que la mirada de Kagome le contaba que su mente estaba plagada de ideas. Esa era una característica de ella que desde que la había descubierto lo apasionaba.
—Bueno, tú trabajas más el cuerpo y la mente, por tanto es lógico que veas sólo lo que tu mente ahora mismo acepta —comenzó a decir y él le prestó total atención—. Yo, en cambio, llevo mucho tiempo trabajando a nivel espiritual, es parte de mis características, además de la parte emocional, por eso soy capaz de ver lo más sutil… de ver más…
Parecía querer explicar incluso mejor aquello e InuYasha sólo podía pensar en lo magnífica que era su compañera y en las capacidades que tenía. No sabía si él despertaba el mismo grado de admiración en ella.
—¿Qué crees que es? —preguntó él, intentando encausar la situación y sus propios pensamientos.
—No estoy del todo segura —volvió la mirada al lugar entre las piedras— .Parece un espacio sagrado, su energía resulta muy pura.
Se mantuvo un momento en silencio, mientras buscaba lo que este sitio estaba invocando en ella.
—¿Qué era lo que decía el libro sobre las ofrendas? —preguntó, su memoria era buena, sin embargo la de InuYasha resultaba prodigiosa en comparación.
—¿Qué parte?
—Agua —especificó.
InuYasha miró la corriente durante un momento, como si en ella encontrara un enlace para recordar. Luego de un corto instante comenzó a mencionar lo escrito como si lo estuviese leyendo.
—… si lo que se desea es una buena lluvia, se lleva la ofrenda a la deidad de Ame-onna, a su templo o a la representación más cercana de éste. Si lo que se requiere es una buena irrigación de las tierras, la ofrenda deberá entregarse a la deidad de Mizuchi quien controla los ríos y el agua.
—Y sobre cómo encontrarlas —Kagome instó un poco más.
InuYasha hizo una breve pausa antes de continuar.
—… los actos inspirados por la emotividad o que transmitan la dulzura de la creación, son los más esperados por la Deidad del Agua. Para ofrendar a Seiryu, la mayor deidad del agua y protector de los estados emotivos e inspirados de los seres inferiores, se deben encontrar los lugares que potencian su doctrina —en ese momento InuYasha se silenció como si estuviese estrujando a su mente por más información— … los lugares no permanecen por siempre, aunque siempre son los mismos, es la sincronía entre quien pide y el don de su alma lo que abre el espacio como una llave.
—Bien, creo que lo entiendo —Kagome se acercó nuevamente a las piedras, está vez llegando mucho más cerca—. Debemos recordar este lugar y lo que ahora mismo sentimos, la carga emotiva que nos ha conectado con el espacio.
InuYasha supo inmediatamente que aquel estado era su amor por ella y por la vida que comenzaba a gestarse en su interior. Una idea cruzó por su mente, aunque no supo darle una forma; quizás este descubrimiento sucedía justamente porque Kagome estaba embarazada ¿Sería esa la creación de la que hablaba el libro?
—Vayamos a comer, debemos seguir —dijo su compañera, enlazando los dedos de sus manos para dirigirlo al pequeño fuego que tenían a unos metros de ahí.
InuYasha pudo notar la determinación en Kagome y reconocía la fuerza que solía esgrimir cuando un conocimiento nuevo surcaba su mente. Cerró los dedos para asir mejor la mano de su compañera en un acto de completa adoración.
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Hicieron el tramo que les faltaba hasta el Fujisan aún caminando. Una vez comenzó el ascenso, InuYasha le pidió a Kagome que subiese en su espalda y que se sostuviese bien porque iría rápido. Comenzaron el trayecto a gran velocidad y en algunas partes de la montaña InuYasha corría como si se tratara de campo abierto y en otras daba saltos que le acortaban la ruta. De pronto InuYasha la sintió temblar a su espalda.
—¿Estás bien? —quiso saber, ralentizando un poco la velocidad.
—Sí —respondió ella, con la voz temblorosa y entonces InuYasha se detuvo del todo, sostenido de una saliente y con el cuerpo muy inclinado hacia adelante, dado que el monte hacía un ángulo pronunciado en esa zona.
—¿Qué pasa? —dejo de lado la posibilidad, estaba claro que a Kagome le pasaba algo.
Ella volvió a temblar y lo miró, sintiéndose abatida y molesta consigo misma.
—Tengo frío —aceptó.
InuYasha mostro una expresión que mezclaba la sorpresa con la comprensión y con un reproche hacia sí mismo por no pensarlo antes.
—Claro —era lo lógico, ya estaba alcanzando casi la mitad de la altura del monte y él avanzaba a gran velocidad, lo que acrecentaba la sensación de frío.
Puso a Kagome en el suelo y que descansara la espalda sobre la pared de roca para él quitarse el kosode y envolverla con él. Hizo un movimiento con sus manos arriba y abajo, por encima de los brazos de ella y Kagome le sonrió con poca alegría. Se la pegó al cuerpo, consiguiendo que ella descansara la mejilla en su pecho e hizo el mismo movimiento de arriba y abajo con las manos, esta vez en la espalda de ella.
—Gracias —la escuchó musitar.
—No nos queda mucho, con el kosode estarás bien —se apresuró a consolarla.
—Sí —ella aceptó e InuYasha puso un beso en la coronilla de ella, justo en el nacimiento del pelo.
Al cabo de un momento habían retomado la escalada es InuYasha fue muy riguroso a la hora de escoger permanentemente la ladera que le ayudaba a cortar la dirección del viento, así eso implicase tardar un poco más. Kagome comenzó a sentirse más confortada, el kosode le aportaba un enorme calor y al estar pegada al cuerpo caliente de su compañero, el frío se disipó al cabo de un momento, a pesar de ir en ascenso por el monte. De pronto se permitió sentirse ilusionada con la idea de haber dado un primer paso de regreso con su hija, sin embargo no dejaba de darle vueltas a una idea en su cabeza.
—Si volvemos al Sengoku
—Cuando volvamos al Sengoku —la corrigió su compañero. Ella sonrió ante la vehemencia de la aclaración.
—Cuando volvamos al Sengoku, supongo que encontraremos todo igual, al menos si conseguimos volver al momento en que dejamos a Moroha —había tantas variantes que considerar.
—Sí, ese es el plan —InuYasha respondió—. Sostente bien —a continuación se dio un impulso largo con los pies, extendiendo todo el cuerpo en una especie de salto completamente felino.
—Si es así, Kirinmaru seguirá siendo un peligro para la niña —razonó—, para las tres.
—Es extraño que sea el padre de Nyoko —InuYasha continuó por un sendero que le permitía caminar durante un momento. Les quedaba muy poco para la cima, así que encontrarían el lugar en cualquier momento.
—Eso desde luego —aceptó—, quizás no sea tan malo como parece ¿No?
InuYasha bufó una risa que indignó ligeramente a Kagome.
—¿Qué?
—A veces eres demasiado buena.
—Nunca se es demasiado bueno o buena —se defendió.
—Crédula entonces.
—Tampoco —continuó con su tono altivo de defensa—. El problema lo tienen quienes se aprovechan de la bondad o la inocencia.
InuYasha la miró por encima del hombro y le sonrió. Seguía pensado que era demasiado buena, sin embargo era un rasgo de Kagome que él atesoraba a pesar de lo que dijese.
Cuando estuvieron casi arriba del todo, se permitieron mirar por un instante el paisaje.
—Es impresionante ver todo desde aquí —mencionó Kagome. No era fácil ver la energía que emanaban las zonas más pobladas y sintió cierta frustración ante aquello, sin embargo percibió con bastante claridad la energía que fluía en una de las partes bajas del monte y tuvo la sensación de estar notando la fuerza del bosque de bambúes. Por un momento quiso mirar más allá, en otros lugares, y ver si era capaz de captar otra energía similar.
—Debemos seguir —ante el tono que había usado InuYasha, Kagome dejó su intención y comprendió que debía centrarse en él. Su compañero comenzaba a emanar un aura diferente, parecía estar preparándose para el enfrentamiento, la protección y el momento que viviría dentro de poco.
Kagome miró al cielo y pudo ver el cometa Aciago con total claridad y aquello fue suficiente para mostrar su aceptación.
—Vamos —caminó con cuidado por delante de InuYasha.
A unos cuantos metros encontraron la roca con el grabado que les abriría el paso al palacio en lo alto en el que supuestamente se encontrarían con Sesshomaru. Aun con todo lo sobrenatural que Kagome había visto, le resultaba increíble pensar que existiese un lugar como ese palacio. No estaba del todo segura de cómo llamar al espacio en que éste se sostenía, quizás simplemente era un paso a una realidad invisible para la mayoría, del mismo modo que no todos podían ver el cometa que en este momento estaba tan cerca que parecía igual de grande que el sol.
No cualquiera tenía acceso a esa puerta, sin embargo la sangre de InuTaisho que su compañero poseía era una de las llaves. Kagome se quedó observando la forma en que InuYasha se producía un corte con una de sus garras en el interior de la mano, para dejar caer algunas gotas de sangre sobre el tallado que había en la piedra y el que decía: puerta de oeste.
¿Cuántas de ellas existirían? —era lógico pensar que hubiesen más. La pregunta se quedó deambulando en su mente, como tantas otras surgidas este día.
En el momento en que la sangre cubrió el tallado una escalinata comenzó a hacerse visible junto a ellos, la parte inicial resultaba traslucida y aquello a Kagome le causaba inseguridad, del mismo modo que lo hizo la primera vez que visitó el lugar, quinientos años en el pasado. De igual modo que en aquella ocasión InuYasha la sostuvo entre sus brazos y comenzó a ascender.
El recorrido no fue demasiado largo, en comparación a lo que significaba subir el Fujisan e InuYasha lo efectuó sin problemas dando largos saltos. Kagome se mantuvo expectante, sabía que el momento venidero sería extraño y tenso, probablemente muy parecido a lo que había sucedido con Kouga el día anterior. No había querido hablar con su compañero de lo que se avecinaba, porque lo conocía y obtendría de él un bufido acompañado de un silencio hermético.
Se detuvieron cuando llegaron a la primera planicie que daba un descanso, para continuar subiendo paso a paso una siguiente escalinata, hasta llegar a una segunda explanada que precedía la tercera escalinata que los dejaría al pie del palacio. Tal como había sucedido la vez anterior, se encontraron con una guardia youkai que se mantuvo en su lugar sin obstaculizarles el paso, ignorándolos del todo, como si no existiesen. Subieron los peldaños siguientes, otra vez, paso a paso y sin querer adelantarse a nada. Kagome era consciente del modo en que InuYasha había ido condensando su energía con cada uno de esos pasos, acrecentando su nivel de alerta y con la mano permanentemente sobre Tessaiga.
—Están todos aquí —le anticipó él, cuando aún les quedaban unos cuántos peldaños, probablemente valiéndose de su olfato.
—Toma —Kagome llamó su atención, extendiéndole el kosode rojo para que se lo pusiera. El frío en este lugar no era un problema y ella necesitaba que él estuviese protegido.
—Quédatelo —InuYasha quiso rechazarlo.
—Por favor —se encargó de mostrarle a su compañero, a través de una mirada, lo que necesitaba.
InuYasha soltó el aire por la nariz y no volvió a replicar. Se puso el kosode y lo acomodó en la cintura de su hakama. Cuando aquello estuvo completado, Kagome asintió y dio el siguiente paso por la escalinata.
En cuanto estuvieron en aquella gran zona de recepción, ella pudo ver a Jaken de pie a cierta distancia de ellos, del mismo modo que vio a Towa y Setsuna junto a una mujer que aunque le era desconocida su parentesco con la familia de Sesshomaru era evidente y comprendió que probablemente sería la madre de éste. Él también se encontraba en el lugar, apartado del grupo. InuYasha gruñó en cuanto lo vio y volvió a hacerlo cuando la mirada de su medio hermano se encontró con la propia. Kagome no podía culparlo, si ella pudiese gruñir de esa manera también lo haría.
Sesshomaru se giró para quedar de frente a InuYasha y a pesar de la distancia que había entre ambos, la energía que circundaba el lugar se enrareció de golpe.
—Llegas tarde —se escuchó decir a Sesshomaru y a continuación el youkai desenvainó y comenzó a caminar a paso firme hacia ellos.
InuYasha se mantuvo un instante en el lugar, su poder demoniaco parecía brotar por los poros de su piel y Kagome podía percibirlo sin ninguna duda. Lo escuchó respirar profundamente para luego soltar el aire sin perder de vista a su medio hermano.
InuYasha tenía claro lo que haría, lo había comprendido en los últimos pasos dados en la escalinata. Tomó una nueva respiración honda y dio dos pasos en dirección a Sesshomaru que se convirtieron en el impulso para un largo saltó que lo dejó delante de él. Hizo a un lado a Bakusaiga con el antebrazo izquierdo y encajó el puño derecho en la mejilla de su medio hermano usando para ello toda su fuerza, obligándolo a perder el equilibrio y a retroceder varios pasos.
La energía que Kagome había percibido como enrarecida había chocado en el momento del encuentro, justo en el centro, entre ambos cuerpos. Estalló ocasionando una expansión que pareció capaz de remover los cimientos de aquel lugar. Luego de eso todo fue silencio, la cara de Sesshomaru comenzó a colorear de inmediato y un grueso hilo de sangre se deslizó desde el labio hacia el mentón.
InuYasha se mantuvo muy quieto y en alerta, esperando por si llegaba alguna respuesta después de descargar parte de su furia. Sesshomaru lo miró atentamente y con los ojos entrecerrados; parecía sopesar si se iniciaría una pelea o si con esto InuYasha daría por saldado el conflicto. Aunque para InuYasha no había forma posible de satisfacer la soledad en que había crecido su hija. Desenvainó a Tessaiga y pudo ver como su medio hermano tensaba la sujeción de Bakusaiga, previendo la arremetida. Sin embargo InuYasha se giró en dirección al cometa Aciago, visionando la parte de él que se había despendido y se dirigía a la tierra.
—A lo que hemos venido —fueron las palabras categóricas de InuYasha, quien se posicionó listo para actuar en el momento correspondiente.
Sesshomaru se mantuvo alerta un instante más y luego decidió limpiarse la sangre de la boca con el dorso de la mano. Se giró en la misma dirección que su medio hermano, observando el objetivo para calcular la distancia y a continuación dar un salto que lo elevó rápidamente por el cielo. InuYasha esperó a dar tiempo para el golpe que asestaría Sesshomaru e hizo lo mismo. El primero de los dos blandió a Bakusaiga, abriendo el trozo de cometa en dos partes y del interior amenazaron con salir criaturas que parecían demonios venidos de otro mundo. A continuación fue InuYasha quien agitó a Tessaiga y lanzó un Meido Zangetsuha con el cual arrastró al trozo de cometa y su contenido hasta el más allá.
Esta parte de la tarea estaba ejecutada.
En cuánto ambos tocaron nuevamente el suelo del palacio, InuYasha ignoró a todos alrededor y se dirigió hacia Kagome. Se posicionó frente a ella para mirarla a los ojos, buscaba algo, quizás la comprensión y aprobación de su compañera sobre su actuar. Kagome fue consciente de aquello y le dejó ver una leve sonrisa, apenas un gesto que le hiciese notar que estaba de acuerdo, que nada conseguían con una disputa mayor, luego asintió muy suavemente una única vez.
—Volvamos —le pidió y él de inmediato aceptó.
Alcanzaron a dar un par de pasos y escucharon una voz tras ellos.
—No tengo por qué dar explicaciones. Hice lo que tenía que hacer —InuYasha cerró las manos en puños y Kagome percibió claramente cómo se densificaba y oscurecía su aura. Era difícil, incluso para ella, mantener una actitud equilibrada en este momento. Aun así le sostuvo uno de los puños entre sus manos como un reclamo de calma. InuYasha se centró en los ojos castaños que parecían pedirle toda su atención—. Fui por ustedes y ya no los encontré.
Kagome pudo ver como su compañero tensaba la mandíbula, apretando los dientes con fuerza.
—Hemos terminado aquí —habló ella, instándolo a dejar el lugar.
InuYasha se giró hacia su compañera, extendió una de sus manos de forma calma y la posó sobre la mejilla con una delicadeza que Kagome reconoció y agradeció, descansando la cabeza hacia el toque que recibía. Él esperaba centrar su atención en lo único realmente importante.
La voz de la madre de Sesshomaru se escuchó desde lo alto, lugar en el que había permanecido en todo momento. Parecía tremendamente molesta y ofendida porque su hijo no fuese escuchado por ese hanyou. InuYasha continuaba centrando su mirada sólo en Kagome y ella sintió que el mundo alrededor comenzaba a hacerse cada vez más lejano e irrelevante, a pesar de que ambos se mantenían atentos a lo que sucedía en torno a ellos.
—Ahora iremos por Moroha —le murmuró a su compañera, desoyendo todo lo demás que sucedía, incluso la voz de aquella mujer.
Kagome asintió y descansó una de sus manos sobre la que InuYasha mantenía en su mejilla. Se reafirmó en un solo hecho: en medio de todo esto sólo se tenían el uno al otro.
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Dices que son débiles
Lo dices y lo crees
Es por eso que no ves
Sus fortalezas
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Continuará.
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N/A
Esta historia tiene una parte de mi corazón y no sé si es que lo toma de mí y lo crea en paralelo para existir.
Espero que este capítulo les haya gustado con todas sus partes y que me cuenten en los comentarios.
Gracias por leer y acompañarme
Anyara
