Capítulo XLII
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Bajo una potestad inferior
Han germinado los bienes
Y los males
No será distinto
Hermana mía.
Ahora no.
-.-.-
El canto del pájaro
Siempre es ansiado
Querido mío.
El rayo también.
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Bajar del Fujisan se había convertido en un acto silencioso. Ni InuYasha ni Kagome expresaron lo que sentían, simplemente se acompañaron durante el tiempo de descenso y ella fue notando como la energía de su compañero se iba estabilizando. Quizás no estaba en su momento más calmo, sin embargo no parecía capaz de volar los árboles con Tessaiga para abrirse camino.
Una vez en terreno llano, dejando a un lado el Fujisan, Kagome hizo parte del trayecto caminando junto a InuYasha y otra parte subida a su espalda. Cuando estaban por llegar al poblado que cercaba el palacio de la Señora del Oeste, Kagome quiso entrar caminando y recorrer las calles. Le pareció buena idea conocer la energía que se movilizaba por el lugar, aquello le serviría para saber cuánta guía o ayuda podían encontrar ella e InuYasha aquí.
Durante el recorrido se percibía la tensión en aquellos que los veían pasar, estaba claro que no acostumbraban a recibir visitantes y también estaba claro que ellos lo parecían. Por lo que pudo apreciar los seres que habitaban el poblado llevaban mucho tiempo haciéndolo dada la antigüedad de la construcción y la preparación de las calles que como mucho tenían una calzada de piedra.
Kagome se obligó a centrar su atención y conectar con la energía que emanaba entre los edificios y dentro de ellos. Pudo comprobar el mismo tono rojizo que percibió el día anterior, además que tonos grises que variaban su matiz, lo que hablaba de sobrevivencia. Volvió a experimentar esa sensación de opresión y falta de felicidad que había notado días antes. Los seres que los habitaban se movían silenciosos y casi podría decir que con sigilo; no queriendo dar señales de su existencia. InuYasha no abandonaba el estado de permanente alerta, Kagome era consciente que su compañero tampoco confiaba en quienes habitaban el área. Entonces se detuvo en un destello de color verde que procedía de una de las calles secundarias e irradiaba por encima de los tejados y aquello iluminó ligeramente su alma.
—Vamos por ahí —lo tomó de la mano y tiró de él sin más aviso. InuYasha tuvo la remembranza de una Kagome adolescente que cambiaba de rumbo en momentos inesperados cuando era atraída por algo. Se mantuvo en alerta, por si veía señales de peligro.
Comenzaron a recorrer un estrecho pasadizo entre dos casas. InuYasha podía escuchar el rumor de las conversaciones de quienes habitaban el interior, así como de aquellos que los observaban por ser forasteros. Una vez terminado el pasadizo, Kagome pudo vislumbrar con mayor claridad la estela verde del aura de esa zona en la que se encontraron con un pequeño parque para niños. La visión fue intensa y hermosa a la vez. Entre los elementos de juego había un tobogán de madera y un par de columpios que se sostenían de dos fuertes ramas de un árbol y los niños que poblaban el espacio eran de lo más diverso. InuYasha se sintió extrañamente inquieto al ver a youkais y hanyous participando juntos de los juegos. Tenía la sensación de estar presenciando algo imposible.
—Es maravilloso —expresó Kagome y él se quedó observando a su compañera y el modo en que los tonos de la piel de sus mejillas se fortalecían por la alegría.
Probablemente jamás conseguiría contarle la cantidad de variaciones que sucedían en ella a cada momento del día. Por ejemplo, cuando se despertaba y los matices de su piel eran de un rosáceo cálido, conseguido por las horas de descanso, el calor de las mantas y su propio cuerpo acompañándola. Tampoco conseguiría contarle la forma en que sus labios se igualaban al color de otras zonas de su cuerpo cuando hacían el amor.
InuYasha notó que le soltaba la mano y vio que Kagome se adelantaba hacia los niños y se acercaba a una mujer hanyou que los estaba acompañando.
—Parecen muy contentos —dijo su compañera, en cuanto estuvo junto a la mujer que la miró con cierto desdén.
—¿Quién eres? —fue el saludo que la hanyou le dedicó. Kagome la miró con esa magia suya y le sonrió.
—Kagome —se presentó, sin mediar título o condición. La mujer resultaba casi tan humana como ella, salvo por los colmillos que sobresalían ligeramente de su mandíbula inferior y que no conseguía ocultar, además de los ojos de un intenso color violáceo y el pelo gris sostenido en una larga trenza.
—Eres humana ¿Qué haces aquí? —remarcó lo evidente, incluso como si aquello fuese un desmérito y lo acompañó de una pregunta poco cordial.
—Es humana, eso es obvio. Y tú ¿Quién eres? —InuYasha no pudo evitar intervenir, sabía que su compañera podía con una situación tan simple como esa, sin embargo su instinto protector actuó antes que pudiese reprimirlo.
—Mai, cuido de las criaturas —expresó la hanyou—. Y ¿Tú?
InuYasha se debatió entre si presentarse o ser tan descortés como ella había sido con Kagome. Optó por lo segundo.
—Veo hanyous y youkais ¿Hay alguna variación más? —preguntó.
—¿Importa? —cuestionó Kagome— Están juntos y están felices ¿No notas la alegría?
—Importa si queremos entender algo más —le aclaró él y Kagome sabía que en parte tenía razón.
Le tomó la mano a su compañero y le enlazó los dedos con los suyos en una clara muestra de cercanía. La hanyou que presenciaba aquello se quedó mirando el gesto como si estuviese presenciando un acto derivado de la mitología. Sabía que en ocasiones los youkais se unían a humanos, ella misma era la prueba, sin embargo hacía mucho que eso no sucedía y en parte se debía a este poblado. Sin embargo los hanyous lo tenían aún más difícil; detestados por humanos y demonios.
—De momento sólo miremos —le pidió su compañera e InuYasha fue testigo de cómo la frustración por hacer su voluntad se diluía ante la sola mirada de Kagome.
En ese momento guardaron silencio y fueron conscientes de las risas claras y abiertas que procedían de los niños. Sus juegos y su buen ánimo los ayudaban a energizar el espacio en que estaban y fue aquello lo que llamó la atención de Kagome: un foco de luz sanadora en medio de un poblado que sobrevivía.
InuYasha continuó observando a su compañera y por un instante le pareció ver la energía que emanaba de ella. No era la primera vez que le sucedía, aunque difícilmente él conseguía ver los colores que Kagome era capaz de distinguir, aun así se deleitó al poder apreciarlo y dejó de importarle lo que había alrededor. Reflexionó sobre como se le llenaba el pecho de amor y el modo en que ese sentimiento adquiría la capacidad de romper todo lo preconcebido y dejar un espacio para pensar lo nuevo. Fue ante ese razonamiento que tuvo la necesidad de contarle a Kagome lo que había descubierto días atrás.
—Kagome
Ella escuchó su nombre y no fue el oírlo si no la forma en que InuYasha lo había pronunciado lo que llamó su atención. Lo miró y pudo dilucidar en lo profundo de sus ojos dorados un anhelo que ella compartía. Sin embargo lo abordó un silencio prácticamente hermético y Kagome lo comprendió también como un reflejo de su misma reticencia.
—Hay mashis —intervino Mai, la cuidadora, quizás sensibilizada por la unión que veía en la pareja. La interrupción les sirvió para recordar el lugar en que estaban y la razón de ello—, pero no hay shihanyou, si es lo que preguntas —dada la relación evidente que tenían, para ella resultó lógico que quisieran saber si había otra clase de criatura viviendo en el poblado.
—¿No hay en ninguna parte? —la pregunta de InuYasha era pertinente. Kagome continuó sosteniendo su mano, buscando una forma de sostenerse a sí misma ante lo que pudiesen oír.
—Yo soy el resultado de la relación de un humano y una hembra youkai. Sin embargo he escuchado que ese tipo de cruza ya no sucede, al menos no aquí. Además la cruza de humanos y hanyous trae criaturas muy débiles —explicó la cuidadora.
InuYasha se reservó su deseo de espetarle a la cara un gruñido ¿Qué podía saber ella de alguien como Moroha?
Kagome oprimió un poco más su mano para intentar que se calmara, aunque lejos de intervenir en el proceso más que con una señal.
—Sigamos —le dijo y tiró ligeramente de él. Podía ver la forma en que la energía de InuYasha se enturbiaba en respuesta a la de aquella hanyou que parecía desear una buena pelea.
Al cabo de un instante en el que la cuidadora e InuYasha se miraron y liberaron gruñidos bajos y contenidos, éste se giró y caminó junto a Kagome por medio de los callejones estrechos de esa parte del poblado.
—No tenías por qué enfrentarla así —dijo su compañera, cuando estaban a una distancia que le permitiese no ser oída por la hanyou.
—¡Claro que tenía que hacerlo! Tú no lo entiendes —la respuesta resultó mucho más soez de lo que InuYasha pretendía.
—Ah ¿No? —ella sonó seria, aunque no enfadada— Ilústrame.
—No creo que tenga que contarte nada que no sepas. Si los demonios te ven débil te conviertes en su presa —por alguna razón vinieron de golpe a él los recuerdos de su infancia y ello, irremediablemente, lo llevó a pensar en la niñez que habría tenido su hija.
—No todos son iguales —Kagome quiso defender su punto dando un nuevo y suave apretón a la mano de su compañero.
—Hay muy pocas excepciones.
La sentencia de InuYasha resultó categórica y Kagome tuvo que aceptar que en este momento él no entendería sus razones. Incluso admitió que tenía que reconocer la experiencia que su compañero tenía al respecto.
Continuaron en silencio durante un momento. Las callejuelas del poblado resultaban interesantes, puesto que hablaban de cómo se realizaba la vida en aquel lugar. No parecía un mal sitio para vivir, sin embargo Kagome pudo comprobar que existía muy poca alegría, salvo aquel pico de energía que había encontrado en el parque para niños.
Mientras caminaban InuYasha mantenía en todo momento la alerta sobre quienes estaban alrededor y desde hace un buen rato había notado que eran seguidos por alguien y quién fuese estaba paseándose por los tejados. No quiso advertir aun a su compañera, Kagome parecía estar muy centrada en descubrir la forma en que se convivía en el poblado. En principio le pareció una tontería, no se quedarían lo suficiente en el lugar cómo para que fuese importante para ellos; sin embargo, Kagome tenía la facultad de hacer que aquello que parecía irrelevante de pronto importase y se convirtiera en algo visible para el resto. Se sorprendió al recordar, una vez más, que eso era justamente lo que había hecho con él. Cuando se encontró con Kagome, InuYasha se sabía mucho más fuerte que el promedio de demonios que había conocido, no obstante fue ella la que consiguió sacar de él otra clase de cualidades que lo convirtieron en una persona, dejando de lado el animal que muchos veían.
Oprimió un poco más el enlace de sus manos.
—¿Pasa algo? —preguntó ella, al notar ese pequeño cambio en la sujeción.
—Nada —respondió su compañero, mirándola con calma, aunque sus orejas estaban en ese estado de alerta hacia el entorno, un gesto muy diferente al que tenía cuando estaba relajado.
—InuYasha —intentó un poco más.
Él la miró y cómo tantas otras veces supo que era imposible engañarla.
—Luego te explico —eso siempre era mejor que intentar sostener un engaño.
Kagome asintió con total confianza, oprimió un poco más el agarre de la mano de su compañero y continuó caminando cómo si hubiese encontrado una dirección que quería seguir. Entonces ella expresó su intención.
—Huele muy bien, tengo hambre.
InuYasha aún mantenía la atención en quien fuese que los estaba siguiendo, con la molestia de no poder percibir con su olfato si se trataba de hanyou, mashi o youkai, como tantos otros seres aquí, éste no olía Sin embargo sí pudo oler la comida hacia la que se dirigía Kagome.
—No te va a gustar —sabía exactamente lo que se estaba cocinando.
—¿Vendrá de alguna cabaña? —la pregunta era totalmente retórica, aun así InuYasha la respondió.
—Creo que es una especie de mercado, se escuchan voces y mucho ruido localizado —percibió el modo en que su compañera se animaba.
—Vamos, quiero ver qué es eso que huele tan bien —insistió Kagome, tirando de él.
—No te va a gustar —repitió y la siguió, no sin antes mirar atrás, hacia el tejado.
Aún los seguían, sin embargo InuYasha tenía claro que quien fuese sólo los vigilaba.
Continuaron por la estrecha callejuela y a medida que avanzaban las voces eran más claras y Kagome pudo oírlas; el olor de la comida también se hacía más potente.
—Por aquí —InuYasha no pudo evitar la sonrisa. Literalmente el olfato de Kagome era el que los estaba guiando ahora mismo.
Doblaron en una calle secundaria que estaba flanqueada por pequeños espacios de comercio en los que encontraron ropa, algunas herramientas de labranza, así como armas comunes y comida. Kagome avanzó directamente al sitio del que emanaba el olor que ella venía siguiendo. Cuando se encontró ante el objeto de su ansia se sintió ligeramente contrariada. Frente a ella había un asador que sobre su parrilla tenía pequeñas criaturas de cuatro ojos y seis patas, similares a lagartijas que permanecían ensartadas en una varilla de madera creando una suave ondulación. Kagome las miró atentamente, como si el observarlas pudiese ayudarla a comprobar que de ellas emanaba ese olor que tanto le había gustado. Cuando su olfato y su mente hicieron conexión las náuseas que esperaba sentir no se hicieron presentes, al contrario, comprobó que aún le apetecía comer aquello. Tuvo la sensación de saber por qué podía tolerarlo; cuando esperaba a Moroha fue capaz de comer ranas asadas y esta coincidencia sólo venía a hacer más evidente para ella que una nueva vida empezaba a gestarse en su vientre.
—Vamos —le dijo a InuYasha y comenzó a alejarse del lugar.
—Te dije que no te iban a gustar —sonó algo divertido y la siguió.
—Digamos que es eso —intentó darle la razón y lo escuchó soltar un sonido especulativo al que no quiso prestar mayor atención.
A continuación se centró en los demás objetos del lugar.
Había una cierta aura de fuerza en el espacio que ocupaba este mercado y se enfocó en ello y en los objetos que había en otros puntos. Pudo ver flechas y algún carcaj expuestos, también pudo comprobar que no tenían ningún poder espiritual, eran armas abocadas a ser empleadas por su fuerza material.
—Espera —dijo InuYasha.
Se acercó a un ser que estaba trabajando con una forja. Kagome lo siguió y logró definir que se trataba de un youkai por las orejas visiblemente puntiagudas que le asomaban por debajo de una bandana. Estaba trabajando en un puñal, lo ponía al fuego y luego lo golpeaba sobre un una pesada superficie de hierro, para luego enfriar el metal en agua y devolverlo a las llamas cuyo calor se expandía hasta tocarla, a pesar de los casi tres metros de distancia que mantenían InuYasha y ella. Su compañero observó varias de las armas que había en exposición; Kagome pudo comprobar la seriedad con que las examinaba.
—Estás —InuYasha apunto a un grupo de dagas pequeñas que permanecían algo apartadas del resto— ¿Para quién las haces?
Kagome pudo ver en la empuñadura el símbolo de un rayo salido del fuego y éste coronado por una media luna. Lo reconoció de inmediato.
—¿Quién pregunta? —fue la respuesta que dio el forjador, que al incorporarse en todo su tamaño pareció mucho más fuerte y grande que cuando estaba dando golpes al acero.
—Un hanyou más —InuYasha parecía estar en un punto medio entre el enfrentamiento y el diálogo.
—Si preguntas es que no eres de aquí —aclaró el youkai, con un tono algo irónico y mostrando una sonrisa ladina que Kagome no tuvo demasiado claro cómo interpretar. Se había centrado en su aura, para al menos por ese medio leer su intención, sin embargo esta parecía calma y equilibrada, contradiciéndose con el talante de sus palabras.
Quizás y era que los youkais no sabían comunicarse de otra forma que no fuese a la defensiva y ese era su estado de equilibrio. La idea se quedó dando vueltas en la mente de la sacerdotisa para poder analizarla con algo más de profundidad en algún momento.
—No lo soy —InuYasha estaba decidido a que respondiera a su pregunta inicial. El youkai miró a Kagome y pareció atar algunas ideas.
—No serás la humana aquella —caviló—. Aléjense, no quiero que me manden a limpiar los corrales de los animales por no hacer algo bien.
InuYasha no pareció sorprendido ante las palabras del youkai, sin embargo Kagome se sintió incómoda.
—Si respondes a mi pregunta, nos iremos de inmediato y no tendrás que dedicarte a nada más que a tu trabajo —su compañero continuó con un tono de voz calmo, como si no estuviesen siendo rechazados. El youkai lo miró con detención durante un largo momento. La sonrisa ladina volvió a completar su expresión y finalmente respondió.
—Son para la guardia, llevan el símbolo de la Señora.
InuYasha notó el enfado burbujeando dentro de él. Si esas dagas llevaban el símbolo de Towa significaba que algo tenía que ver con quiénes habían herido a Kagome en el bosque y ese sólo pensamiento contenía ahora mismo todo su enfado.
—No te ha gustado la respuesta —agregó el youkai, antes de continuar con su trabajo en la forja.
Kagome observó a su compañero que mantenía un gesto severo, mucho más de lo habitual.
—Quédate aquí —le dijo y ella no llegó a comprender sus palabras, sólo lo hizo cuando lo vio subir al tejado de un salto.
Alrededor se escuchó el rumor de las voces de quienes habían sido testigo del movimiento que había efectuado InuYasha, acompañado de la forma en que había atrapado de un manotazo a la figura que permanecía agazapada en lo alto de las cabañas. Kagome logró presuponer que los venía siguiendo.
—¿Quién eres? ¿Por qué nos sigues? —fueron las preguntas que InuYasha le soltó al demonio que tenía asido por un brazo.
Hizo un repaso por la indumentaria que llevaba. Vestía de color negro y su ropa se asemejaba mucho a la de un cazador como Sango. El youkai no respondió de forma verbal, sin embargo hizo un giro que pilló desprevenido a InuYasha y le retorció la mano, por lo que tuvo que soltarlo. El ser se agazapó delante de él y se mantuvo en guardia.
—Contesta —insistió, quedándose de pie delante de quien los seguía.
—Sólo cumplo con mi trabajo —respondió el youkai.
—¿Quién te manda? —tuvo el nombre de Towa en la punta de la lengua.
El demonio se puso en pie, con cierto aire de confianza.
—Mi Señora sólo quiere saber que están bien —las palabras del youkai estaban decoradas con un deje mordaz.
InuYasha tomó aire de forma profunda antes de responder.
—Entonces ve y dile a tu Señora que podemos cuidarnos solos.
Una vez dijo aquello le dio la espalda al youkai, demostrando que no temía a lo que pudiese hacer, y bajó del tejado volviendo con Kagome.
—¿Estás bien? —quiso saber ella.
Físicamente estaba bien, sin embargo se sentía cansado de todo esto y sólo quería volver al Sengoku con su hija y su compañera.
—Sí, vamos —comenzó a caminar, esperando a que Kagome lo siguiera, como así fue.
Tuvieron que caminar un tramo circundante antes de dar con las puertas del palacio. Hicieron el resto del camino en silencio, ambos tenían la sensación de estar siendo permanentemente observados y a pesar que InuYasha no notaba que los siguiesen, la desconfianza ya se había instalado en ellos.
Al estar dentro del palacio Kagome volvió a experimentar la opresión del lugar y aunque no hubiese un solo hecho puntual que la ayudase a confirmar su sensación, ella la tenía. Al entrar en el último tramo que los llevaría hasta la habitación que compartían, pudieron ver a un par de mujeres que se alejaban en un silencio hermético. Parecían ser parte del servicio que había dentro del lugar.
—Han traído comida —aclaró InuYasha, a pesar de estar a varios metros de la puerta de la habitación.
—Lo agradezco, aunque tanto control me agobia —fue la respuesta que recibió de Kagome.
InuYasha fue el primero en entrar en la habitación que les habían asignado y comprobó que todo en el lugar seguía igual. Sólo había cambiado una cosa, la ropa que Kagome traía en el momento de llegar estaba limpia y doblada junto a la mochila de ella.
Comieron lo que les habían puesto en la bandeja y aquello fue un momento de calma y silencio, aunque ninguno de los dos terminaba de sentirse del todo en paz. InuYasha repasó los eventos del día desde su visión y desde la relevancia que los sucesos tenían para él: hallar aquel riachuelo, el encuentro con Sesshomaru y saber de quién era el símbolo en la daga que hirió a su compañera. Kagome trabajó en su propio repaso de los eventos, considerando la posibilidad de estar embarazada como uno de los principales, luego estaba el riachuelo en el bosque de bambúes y lo que InuYasha recordaba sobre las ofrendas que debían reunir.
—Creo que debemos repasar lo que sabemos y crear una ruta para buscar las ofrendas —dijo InuYasha, cuando Kagome tenía la misma idea en mente, así que asintió con diligencia.
—Necesito papel —agregó, dejando de lado la comida.
Acercó su mochila y de ella sacó una libreta fina y un lápiz que le serviría para tomar notas. Apuntó todo lo que había recordado InuYasha esa misma mañana sobre las ofrendas y añadió lo que les había sucedido en el bosque de bambú junto al riachuelo.
—Seguimos sin saber qué son exactamente las ofrendas de las que se habla en el libro y dónde buscar —aceptó InuYasha, poniéndose en pie para comenzar a recorrer el espacio sin esconder su frustración.
—Tengo una idea, aunque creo que no te va a gustar —la voz de Kagome lo alertó de inmediato. Se detuvo y la observó con total atención—. Creo que debería ir con el onmyouji, es probable que él pueda ayudarnos.
El bufido que soltó InuYasha sólo era comparable en fuerza con la forma en que le dio la espalda a su compañera. Parecía que buscaba esconder su expresión de enfado. Pensó en el onmyouji y en la posibilidad incómoda de obtener más claridad por medio de él.
Durante un largo momento no se dijo nada en la habitación y Kagome se resignó a analizar lo escrito, ejecutando una lectura en voz baja.
—Voy a buscar al brujo ese —espetó InuYasha, con poca cautela.
—Onmyouji y espera —corrigió Kagome y extendió una mano a lo alto, para tocar la ropa de su compañero y detenerlo. Él le sostuvo la mano y luego el antebrazo, alzándola sólo con esa sujeción.
—Quizás debería ir yo sola —mencionó Kagome, recordando el último encuentro de InuYasha con el hechicero.
—Ni hablar.
—Seamos consecuentes —intentó Kagome.
—Ni hablar —repitió InuYasha.
Ella se quedó por un instante observando la mirada dorada, intentando comprender qué había tras esa negativa. A estas alturas de su relación le parecía absurdo pensar en que InuYasha aún considerase los celos como una emoción posible entre ellos.
—Dame una razón —Kagome atacó con lo que en términos militares se llamaría artillería pesada.
InuYasha se puso tenso ante la pregunta de su compañera. Él no podía decirle que odiaba que su aroma se enturbiara al estar cerca de otro hanyou o youkai; tampoco podía decirle que su instinto de protección estaba elevado a niveles sólo comparables con el tiempo en que esperaban a Moroha. No era algo que pudiese controlar del todo, ni empezar siquiera a explicar.
Kagome esperó, mientras veía como a su compañero se le comenzaban a marcar las venas del cuello ante la presión que sentía.
—Bueno, si no hay una razón, voy —quiso pasar por delante de él y saltarse lo que quedaba de aquella conversación.
Sintió como InuYasha la sostenía por el brazo con una de sus manos. No ejercía excesiva fuerza, era más bien una sujeción leve de la que podría liberarse cuando lo decidiera. Lo miró hacia arriba y él mantenía la mirada fija en algún punto de la habitación.
—Dame una razón —volvió a repetir con decisión, aunque con algo más de dulzura.
—No puedo —el tono de su voz resultaba severo.
—No creo que el onmyouji tenga mucho interés en hablar contigo después de lo que pasó —ella pensaba seguir argumentando, no obstante InuYasha la detuvo con una declaración que sonó visceral y tan profunda que la dejó sin palabras.
—Kagome, no soporto que su olor se pegue al tuyo, cuando lo huelo en ti me siento desvalido y lleno de rabia, furioso; es superior a mí.
Kagome quería una razón y esta parecía lógica en el mundo que ambos vivían. InuYasha tenía un corazón más humano que muchas de las personas que ella había conocido; sin embargo, también había una parte salvaje en él, que clamaba por aquello que consideraba suyo. Lo había aceptado así desde que supo que lo amaba.
—Mírame —le pidió, quería mirar los ojos de su compañero.
InuYasha cerró los ojos un momento, respiró hondo y echó el aire por la nariz con fuerza, en un acto de rendición. A continuación la miró directamente y en total silencio.
—Me mantendré lejos —le explicó Kagome y pudo escuchar el sonido de desaprobación que él hacia—, sólo me acercaré lo suficiente como para hablarle.
—Kagome… —su voz era una mezcla entre negativa y desesperación.
—Y si aun así huelo a él, luego nos daremos un baño, juntos —terminó de explicar.
InuYasha mantuvo un gesto rígido durante un instante más largo del que esperaba Kagome. Quizás él también se encontraba al límite en todos los aspectos. La situación que estaban viviendo era difícil y aun así se mantenían funcionando.
—Te pondré en remojo, mujer —expresó al cabo de ese silencio.
Kagome le sonrió con cierta tristeza, no por la oferta, si no por sus pensamientos recientes. Posó una mano con la palma abierta sobre el pecho de su compañero, con la clara idea de cerrar el tema con un poco de afecto. Sin embargo escucharon pasos fuera de la puerta y eso los sacó parcialmente de su concentración. Ambos esperaron a ver quién aparecía, aunque InuYasha lo supo antes que Kagome.
—Nyoko —anunció, cuando la niña aún no abría la puerta.
No pasó ni medio minuto y se escuchó la voz de la pequeña que pedía autorización para entrar.
—Claro —aceptó Kagome, girándose hacia la puerta con cierta ilusión. Justo en este momento la alegría de la mashi le vendría muy bien.
La niña entró y les mostró un genuino sentimiento de felicidad.
—¡Qué bien que ya están aquí! —se echó a los brazos de Kagome y la estrechó. Por un momento ella tuvo la remembranza de los abrazos de Shippo ¿Qué sería de él? — Hola —Nyoko le soltó un saludo casi esquivo a InuYasha y éste alzó las cejas en un gesto de confusión que a Kagome le arrancó una risa, aunque la midió para no ofender más a su compañero por la falta de efusividad de la niña.
—¿Vienes sola? —preguntó a la pequeña entre sus brazos.
—No, mamá está por llegar —aclaró—. No volverán a irse ¿Verdad? —quiso saber.
—Nos quedaremos un poco más, si somos bienvenidos —aceptó Kagome, aunque no se refirió a cuánto significaba eso. Nyoko asintió, como si aquella información fuese suficiente. A continuación cambió su atención a la libreta que Kagome le había pasado a InuYasha para poder sostener a la niña.
—¿Qué lees? —quiso saber la mashi.
—Son apuntes —fue la explicación que le dio, para luego bajarla de sus brazos.
Nyoko quedó de pie entre InuYasha y Kagome, sin perder de vista la libreta de color púrpura.
—Si te interesan los libros, hay más de estos en la sala de estudio —comentó la niña, tocando la tapa de la libreta con cuidado, como si supiera que se trataba de algo importante.
En ese momento vieron llegar a Towa, venía sola y les sonrió desde la puerta. Kagome la observó sin responder a esa sonrisa, después de todo no hacía tanto que se habían visto y no parecía animada a acercarse a ellos en ese momento.
—Me alegra que estén aquí nuevamente —mencionó.
InuYasha no hizo eco de los formalismos y le entregó la libreta a Kagome.
—Necesito hablar contigo —dijo al pasar junto a Towa para salir de la habitación.
Ésta lo miró de reojo y arrugó muy ligeramente el ceño, como si no quisiese mostrar su primera impresión. Siguió a InuYasha.
—Parece que está enfadado —Nyoko le hizo una mueca divertida a Kagome.
—No es eso, sólo tiene muchas preocupaciones —la conformó y le sonrió.
Kagome deseó tener la capacidad auditiva para escuchar lo que InuYasha quería hablar con Towa. Decidió que sería mejor permanecer con la niña, para que ésta no se viese involucrada en los temas que suponía su compañero quería tratar.
InuYasha dio unos cuántos pasos alejándose de la puerta de la habitación. Pudo comprobar que del mismo modo que cada día que habían pasado aquí, nunca estaba solo del todo. Se giró y miró a Towa directamente a los ojos. Su mirada era muy parecida a la de su hermano, si tenía que hacer alguna comparación, quizás algo menos afilada aunque no menos fría.
—¿Querías hablar sobre algo? —pregunto la Señora de las Tierras del Oeste, subida en su posición y rango frente al resto de habitantes de estas tierras.
—La figura de un rayo, fuego y una media luna ¿Te dicen algo? —InuYasha se mantuvo de pie con la espalda muy recta y las manos metidas en las mangas de su haori.
Towa se sacó un medallón de entre la ropa y se lo enseñó, era el mismo símbolo del que InuYasha hablaba.
—Pertenece a la guardia de este lugar —explicó.
InuYasha respiró muy hondo, buscando esa calma que su compañera siempre le aconsejaba tener.
—Y ¿Por qué tu guardia atacó a Kagome con una daga envenenada hace unos días? —esperaba haber sido suficientemente claro en la explicación que buscaba.
Towa separó los labios como si quisiera reaccionar con una defensa que se quedó atascada en su garganta durante un momento. Finalmente habló.
—Tenemos algunos rebeldes —intentó explicar. InuYasha mantuvo un mutismo hermético ante lo insatisfactoria de la respuesta y esperaba que ella lo entendiera así. Towa no pudo evitar pensar en que él resultaba imponente y eso quizás le serviría—. No es fácil mantener todo esto a flote. Tu ayuda nos vendría bien, eres fuerte y ya sabes que la fuerza entre los nuestros es importante.
InuYasha tenía claro cuál era la jugada de Towa y buscaba convencerlo a través de alimentar su ego.
—¿Por qué no le pides ayuda a tu padre? —la pregunta era justa. Towa sonrió sin alegría y fijo la mirada en el jardín que tenían de fondo con aquella flor del infierno que había prosperado fuera de tiempo. Extrañamente había algún botón más por abrir.
—Hoy lo he vuelto a ver después de un par de décadas —aclaró ella—. Sinceramente, llegué a creer que no aparecería.
InuYasha pudo notar la decepción en las palabras de la mujer. Por un momento pensó en que se le estaba pegando aquello de la intuición de lo que tanto hablaba Kagome.
—Mi padre es un youkai de los de antes —continuó y volvió a mirarlo—. Cuando te miro lo veo, aunque creo entender que ustedes nunca se llevaron bien del todo; basta con ver lo que ha sucedido hoy —otra vez mostró una sonrisa triste—. Cuando digo cómo los de antes, quiero decir más puros y eso lo hace poderoso en muchos aspectos e incapaz en otros —InuYasha había decidido que era bueno escuchar, así podía saber qué terreno tenía bajo sus pies— ¿Sabes? Los libros que he podido recopilar sobre nosotros, que no son muchos, hablan de lo difícil que es para un youkai, y de ahí hacia arriba, comprender la complejidad de las emociones humanas —no dejaba de mirarlo a los ojos—. Se dice que son seres que no saben manejar demasiadas emociones a la vez y de ahí proceden sus arrebatos de ira e incluso su indiferencia y la distancia que toman cuando no saben manejar el amor o el dolor de la perdida —hizo una pausa, tomó aire y lo soltó, para rematar su idea—. Creo que en eso nosotros somos superiores.
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Continuará
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N/A
Esta historia es compleja desde muchos puntos y espero que los hilos que he ido dejando se estén atando de buena forma. Aún nos queda bastante y sinceramente estoy feliz de ello, sobre todo por el amor que le tengo a InuYasha y Kagome.
Un beso y a seguir
Anyara
