Capítulo XLIII

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Transitaban con calma por entre los árboles, Kagome y él acababan de dejar atrás el recinto del palacio y se encaminaban al templo del onmyouji. El bosque estaba tranquilo y el entorno parecía muy vivo, InuYasha podía comprobarlo por el sonido que hacían los animales y las aves que lo habitaban.

—Yo seré la que me acerque —comenzó a decir Kagome, caminando un paso por delante de él. InuYasha mantuvo el silencio—. Creo que el onmyouji, al ser hanyou, entenderá lo que pasó.

El silencio continuó siendo la respuesta y ella se animó a mirar hacia atrás, para encontrarse con el rostro adusto de su compañero que la observó con el ceño apretado. Volvió la mirada hacia adelante y continuó con sus advertencias, intentando omitir la justa paciencia en él.

—Tienes que confiar en que sabré mantener la distancia y si Tetsuo intenta acercarse más de lo que consideres...

—Le daré un zarpazo —la interrumpió y sentenció la situación.

Kagome se detuvo y se giró del todo para tenerlo enfrente.

—¡Qué! ¿No estás de acuerdo? —farfulló, mirando a su compañera hacia abajo.

El ligero tono de rosa en las mejillas de ella le hablaba del esfuerzo de andar, lo que era algo natural y habitual, se lo había visto muchas veces. El gesto de sus labios levemente apretados, era la característica visión de un montón de ideas que no compartiría a la ligera con él y el brillo profundo de sus ojos castaños se encargaba de mostrarle todas las consideraciones que hacía sobre el momento. Para cuando habló ya había ordenado todos los elementos que InuYasha sólo podía suponer a través de mirarla.

—Esto lo hacemos por nuestra hija, por Moroha, no podemos detenernos en nada que obstruya ese camino —la suave voz femenina era categórica e InuYasha no pudo más que rendirse a sus palabras.

Sus sensaciones no eran diferentes porque Kagome le recordase lo primordial, seguía sintiendo que el onmyouji ese era desagradable para él y probablemente se le echaría al cuello ante el más mínimo gesto de invadir el espacio de ella. Sin embargo había un dique para sus emociones en las palabras de su compañera y se aferraría a ellas cuando fuese necesario y como tenía las manos dentro de las mangas del kosode, se clavó las uñas en uno de los antebrazos como recordatorio.

—Sigamos, mujer —le soltó, de ese modo desprolijo en que se dirigía a ella cuando los sentimientos se volvían algo inconfesable.

Kagome aceptó y a punto estuvo de sonreír, no obstante quería mantener una actitud firme, que le demostrase que estaba decidida a enfadarse de ser necesario. Comenzó a caminar y él la siguió. A poco andar, comenzaron a encontrar arbustos maltratados y ramas rotas en los árboles que los circundaban. Recordó que estaban en el sendero que hicieron de vuelta con un InuYasha transformado en youkai. Se sentía conforme con la idea de que él hubiese podido manejar esa parte con mayor claridad, aquello era un gran descubrimiento, sin embargo le molestaba la incertidumbre que aún tenía sobre el cómo había sucedido.

—InuYasha —el tono en que se dirigió a él marcó de inmediato la pregunta— ¿Qué fue lo que sucedió con tu última transformación?

Kagome continuaba caminando por delante de él, aunque se giró ligeramente para darle una mirada fugaz y volver a centrarse de inmediato en el camino.

InuYasha mantuvo el silencio durante un instante que a ella se le hizo muy largo, parecía sopesar su respuesta y eso abrió aún más su curiosidad e incertidumbre. De todas maneras esperó a que él estuviese preparado, llevando un paso calmo.

No era fácil explicar lo que él presuponía, sin embargo tenía algo parecido a la certeza sobre lo sucedido con el despertar de su sangre youkai y la lucidez que había experimentado en medio de la transformación. Recordaba la sensación de vitalidad y de total extensión de sí mismo. Recordaba los colores más intensos y muchos más, en cantidad, de los que solía ver de forma habitual. Recordaba, también, sentir a Kagome de una forma impresionante, casi adictiva. No era sólo una cuestión física, aunque lo físico se había magnificado, era la suma: su respiración, el modo en que se le erizaba el vello de la piel y poder oír ese diminuto sonido, los latidos de su corazón creando armonías dentro de su pecho, consiguiendo que la sangre transitara en una corriente similar a la de un río y el preámbulo a su clímax, el que pudo presentir varios segundos antes por la forma en que su piel olía.

Inhalo profundamente, para soltar el aire apelando a la misma calma con que lo hacía. Incluso ahora los recuerdos le resultaban demasiado vívidos.

—No lo tengo muy claro —comenzó a decir y pudo ver a Kagome girar de forma leve hacia él para mirarlo—. Salí a despejarme, ya sabes —intentó no retomar el tema de su enfado de ese momento. Ambos habían ralentizado el paso—. Al bajar por una ladera del monte me encontré con una mujer que permanecía junto a un sitio lleno de piedras fúnebres.

—¿Una mujer? —se detuvo y le prestó total atención.

—Sí.

InuYasha se quedó en silencio un instante más y Kagome intentó dilucidar lo que había en su mirada extraviada en medio del recuerdo.

—Parecía de una época indefinida —intentó continuar.

—Y ¿Qué te hace pensar que tiene que ver con tu transformación? ¿Te hizo algo?

No podía ocultar su inquietud, quizás lo que estaba pasando a su compañero no era exactamente bueno. Quiso leer en las emociones que le despertaba el hecho, aunque no conseguía claridad, la preocupación la bloqueaba. Las situaciones no siempre le resultaban fáciles de definir, luz y oscuridad estaban habitualmente entrelazadas.

—No estoy seguro —hizo una breve pausa—. Sus palabras quizás y algo parecido a una visión, aunque no reparé en ello de inmediato.

—Explícame —se acercó un paso más hacia él, quedando muy poco espacio entre ambos. Pensó en abrazarlo, sin embargo necesitaba la distancia emocional para poder analizar lo que tuviese para decir.

InuYasha fijó la vista en el suelo, en la tierra, las hojas y las ramas que había ahí, aunque sin prestarles mayor atención.

—Me hablaba con familiaridad —comenzó—, como si fuésemos cercanos, del modo en que haría una madre —razonó y alzó la mirada para dirigirla a su compañera, mostrando lo que le parecía un descubrimiento—. De hecho ella misma se definió como la madre de aquellos cuyas existencias recordaban las piedras.

—No puede ser. Has dicho que eran muchos —remarcó lo obvio.

—Es lo que pensé, además de creer que podía estar como esa mujer de la aldea ¿Recuerdas? ¿La que deambulaba de noche? ¿La que perdió a sus hijos?

—Kasumi —mencionó, con pesar, aquella era una historia triste—. Es posible, el dolor enloquece a las personas.

InuYasha asintió. De pronto las palabras de Kagome sonaban resolutivas y desapegadas, ya le conocía esa forma de actuar, aunque siempre le generaba una inquietante sensación de pérdida.

—¿Qué más pasó?

No, nunca se acostumbraría a ese talante que adoptaba su compañera. Durante esos razonamientos de ella, perdía a la Kagome dulce y optimista, se encontraba frente a una mujer muy diferente, distante a él; era como si se la quisieran arrancar del pecho.

—Me preguntó si moriría por algo.

—Y ¿Qué respondiste? —en ese momento Kagome perdió un poco de la calma y el desapego y pareció algo ansiosa por la respuesta.

InuYasha recordó que había pensado justamente en ella y en su hija.

—Dije que sí.

Kagome cerró los ojos, no estaba segura de quién podía ser esa mujer. Sin embargo, si algo había aprendido en todos estos años es que debía desear lo mejor y prepararse para lo peor. Volvió a abrir los ojos y los enfocó en su compañero. Tenía una clara idea de porqué había respondido aquello. Otra vez quiso abrazarlo y otra vez se obligó a mantener la distancia emocional.

—¿Algo más? —insistió, esperando con menos calma de la necesaria.

—Me preguntó si venía del monte y entonces dijo algo…

Se detuvo para captar el momento en su memoria con la mayor claridad posible.

—¿Qué cosa?

En ese momento InuYasha recordó no sólo las palabras, también algo de lo que parecía ser consciente sólo ahora.

¿Cuántos secretos han liberado los mortales en su expansión? ¿Sientes la barrera del rayo romperse? —pronunció las mismas palabras que la mujer.

Recordaba haber visto el monte abrirse en lo alto siendo atravesado por un rayo cuya punta, al cruzar el valle, le había tocado muy cerca del hombro izquierdo. Se llevó la mano al lugar como un acto reflejo y en ese momento una punzada de dolor le cruzo bajo la clavícula, tensándole la espalda. Oprimió los dientes, no le pareció buena idea poner sobre Kagome más ansiedad que la ya acumulaba.

—¿Pasa algo? —la pregunta de ella era lógica. InuYasha había contraído el rostro mientras se tocaba el hombro, además sus pupilas se habían estrechado ligeramente como si estuviese centrando la mirada en algo puntual.

—Recuerdo que ella me tocó el hombro —explicó, lo cual era cierto—. Luego desapareció.

Kagome abrió un poco más los ojos en un gesto de sorpresa.

—¿Así, sin más? —quiso aclarar.

—Supongo. Durante unos cuántos pasos iba a mi espalda y luego, cuando miré atrás, ya no estaba.

Su compañera enfocó la mirada en el suelo, se giró y le dio la espalda. Meditaba sobre lo que él acababa de decirle. Durante un momento todo estuvo en silencio entre ellos. Finalmente Kagome se giró de nuevo para mirarlo.

—Llévame a ese lugar —pidió.

—Pero ¿El brujo?

—Iremos ahí primero y luego volveremos con el onmyouji.

InuYasha la observó y comprendió que estaba decidida. Pocas cosas podían con él y ver la decisión en Kagome era una de ellas. Le ofreció su espalda y ella aceptó. Se echó a correr por entre los árboles en la dirección en que se encontraban aquellas piedras fúnebres.

El trayecto estuvo marcado por un silencio permanente entre ellos. Kagome se sostenía del kosode de su compañero como si aquella sujeción fuese lo único estable en su vida. Era consciente de la carga emotiva que estaba llevando, tanto así que su estado de ánimo fluctuaba sin aviso. Tenía momentos de alegría en los que la sonrisa le brotaba sincera, sin embargo había otros instantes en que una oscura nube parecía plantarse delante de ella sin permitirle ver nada del futuro. Ahora mismo se sentía como si estuviesen atravesando esa nube en busca de algo de luz. No podía explicarle a InuYasha la sensación fría que le recorrió la espalda cuando él terminó su relato sobre aquella mujer misteriosa. A lo largo de sus estudios como sacerdotisa, de leer los pergaminos a los que había accedido y las historias que le habían sido confiadas, Kagome había podido conocer relatos sobre la existencia de seres espirituales de gran poder que pocas veces se mezclaban con los mortales y pocas veces precedían a algo bueno. Temía que éste pudiese ser uno de esos casos. No quería mencionarle nada de esto a su compañero aún, primero debía comprobar la energía del lugar.

InuYasha comenzó a disminuir la velocidad hasta que ya sólo caminaba, no tardaron demasiado en tener a la vista el claro y bajó a Kagome que comenzó a andar junto a él.

El espacio del claro era más bien largo que ancho. InuYasha dirigió la mirada de inmediato hacia la izquierda, el lugar en que estaba aquel gran árbol que días atrás albergara una gran cantidad de piedras funerarias, agudizó la mirada cuando comprendió que no veía ninguna de ella. Comenzó a caminar con algo más de rapidez, mientras observaba en todas direcciones, dejando a Kagome unos pasos por detrás.

—Estaban aquí —expresó con frustración. No se lo había imaginado—. Estaban aquí —repitió, como si se convenciese a sí mismo.

—Sí, su energía residual aún se siente.

InuYasha se giró para mirar a su compañera casi con agradecimiento. Estaba a un par de pasos tras él y mantenía la mano ligeramente alzada, con la palma de ésta hacia abajo, de ese modo que InuYasha le había visto en otras ocasiones

—Aunque es una energía antigua, no es reciente —continuó diciendo.

Él apretó los puños dentro de las mangas del kosode. Estaba molesto, sin embargo mantuvo el silencio, esperando a que su compañera terminara con su escrutinio.

—Ocupa un gran espacio —hizo un gesto con la mano desde su derecha hacia su izquierda, reforzando sus palabras—. Se siente el ¿Dolor?… No, no es dolor es algo más profundo, menos físico —parecía estar analizando algo que para InuYasha era imposible ver—. Desolación.

Lo miró. Comenzó a respirar más rápido, sin llegar a profundizar en las inhalaciones. Parecía saber más y no decidirse a decirlo o no.

—Dilo —la instó. No sería él quien juzgara lo que su compañera era capaz de presentir, lo sobrenatural era parte de su existencia.

Kagome arrugó el ceño, había algo totalmente ilógico en esto y a la vez muy cierto para ella. Tomó aire por la boca, buscando llenarse de éste antes de seguir.

—Todo esto es de hace siglos, muchos, antes del Sengoku y a la vez aún no sucede. Es como un ciclo que se repite y a veces cambia, pocas veces. Es como si…

InuYasha se obligó a permanecer en silencio mientras su compañera parecía querer hilar sus propios pensamientos con palabras que fuesen comprensibles para ambos. Hace mucho entendió que el mundo que transitaba Kagome a través de la energía era uno que no siempre se podía concebir con el lenguaje de la mente.

—… es como si el tiempo se abriera en lugares como éste porque alguien así lo decide.

Escuchó lo que ella acababa de decir y supo encajar inmediatamente sus palabras.

—Esa mujer —mencionó.

Pudo ver como su compañera asentía muy despacio. El silencio los envolvió nuevamente, del mismo modo que durante el camino hasta aquí. Kagome observó el espacio en el que permanecía la energía de aquellas tumbas y pensó en la posibilidad de conectar con el éter desde este punto. Sin embargo presentía que no sería un buen lugar, estaba cargado de energía y era esa misma carga energética la que podía enturbiar los mensajes.

—Creo que ahora debemos centrarnos y volver a plan inicial. Ya retomaremos esto… O no —concluyó. Su compañero la miró y aunque ella quiso mantener su mirada en él, no le fue posible, tenía demasiadas dudas y no quería traspasárselas.

Quizás, y después de todo, debían volver al Templo Higurashi y rescatar el libro que los había traído hasta aquí. Tal vez contuviese algo más de información sobre lo que sentía en este lugar.

InuYasha aceptó y le ofreció su espalda, como ya era habitual para ellos. Comenzaron a dirigirse al templo del onmyouji, con la convicción que lo descubierto aquí no debía ser olvidado.

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—Hace mucho que no venías por aquí.

—Hace mucho que no sucedía algo que me incentivara a hacerlo.

La tarde estaba terminando y se podían ver los últimos rayos de sol tocando el bosque, desde lo alto del árbol en que se encontraban dos seres que alguna vez habían sido amigos.

—No es como si fuese la primera vez que has presenciado la destrucción del cometa.

—Cierto, sin embargo los eventos que pueden venir a continuación son únicos.

—¿No estás seguro de lo que sucederá? —hizo una pequeña pausa— Es muy extraño.

Los ojos verdes la enfocaron con la misma viveza de antaño, intentando esconder algo de la melancolía que se había acumulado con el paso de los tiempos.

—Justamente ahí está lo fascinante.

Towa encontró tanta veracidad como locura en la forma en que dijo aquella frase. Eso la llevó a recordar la razón por la que sus caminos se habían apartado del modo que lo hicieron y sintió nuevamente la espina que no podía sacarse del corazón.

—Riku, tú no nos harías daño ¿Verdad?

El hombre miró a la distancia, manteniendo aquella sonrisa enigmática que le recordaba de los paseos que compartieron hace casi quinientos años.

—El daño es relativo, lo que beneficia a unos puede ser la muerte para otros —se giró hacia ella y plasmó la misma mirada que le dio el día en que su amistad se transformó—. No temas, yo nunca les haría daño.

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InuYasha se mantenía cruzado de brazos al pie de los escalones que conectaban el suelo llano con el templo del onmyouji. Había decidido que no diría nada y que permitiría que fuese Kagome quien dirigiera la conversación. A pesar de su buena conducta el hechicero no dejaba de darle miradas cada medio minuto, como si buscara asegurarse de que seguía ahí o, más bien, que continuaba en su forma de hanyou.

—Sobre las ofrendas quizás pueda ayudarle, Kagome sama —decía el brujo, a menos de dos metros de su compañera, ambos de pie en la parte más alta de los peldaños—. Hay una sala de estudios, que pertenece a la Señora Towa, en la que me parece recordar tiene un pequeño libro con detalles sobre ellas —volvió a mirar hacia InuYasha, para regresar la mirada a Kagome—. Es un anexo de un libro mayor y que toca una extensión considerable de temas sobre los youkai, el mundo espiritual e historias sobre ello.

—Se lo agradezco Tetsuo sama —Kagome sonrió e InuYasha carraspeó, aunque ella prefirió no hacer caso a ello—. También me gustaría comentar con usted algo más.

InuYasha se puso tenso, sabía que Kagome ahora querría tocar el tema de la mujer misteriosa.

—Desde luego —aceptó—. Quizás prefiera, prefieran —incorporó a InuYasha—, ir hacia la biblioteca mientras hablamos.

—Claro —Kagome aceptó y miró a su compañero para medir su grado de aceptación. Él permaneció callado, por lo que supo que lo haría aunque no le gustase.

En tanto el onmyouji cerró las dos puertas correderas de madera del templo y dibujó unos sellos en el aire antes de volver con ellos.

A InuYasha le resultaba extraño ver a un medio demonio, llevando a cabo labores espirituales. No pudo evitar recordar que en otro tiempo a él se le consideraba impuro y alguien que no podía tener contacto con el mundo espiritual. Observó por delante al brujo y a Kagome, comprendiendo que nada es absolutamente luz u oscuridad, después de todo su compañera era una sacerdotisa con un gran poder y tenían una hija, juntos. Al parecer él ya no era tan impuro como por entonces.

—¿En qué más le puedo ser útil?

—Verá —comenzó Kagome—. Quisiera saber si en este bosque suelen haber sucesos particulares.

—¿Particulares? —el onmyouji sonrió e InuYasha contuvo un gruñido— Es un bosque con una aldea de seres sobrenaturales, bueno eso según a quién le pregunte.

Kagome aceptó la réplica con una sonrisa igualmente amable. InuYasha, que tenía los brazos tomados dentro de las mangas de su kosode, se hundió las garras en la piel.

—Seré más específica —aclaró—. Deidades.

El onmyouji detuvo su andar y se giró para buscar la mirada de la sacerdotisa que de pronto planteó algo como poco inusual, aunque no absurdo.

—He escuchado leyendas —mencionó—, al menos eso es lo que he considerado siempre que son, parte del imaginario de pequeñas aldeas que circundan el palacio y que buscan alejar a los forasteros.

—Entonces es posible que existan ¿No?

—Quizás ¿Ha visto usted algo? —la pregunta era del todo pertinente.

Kagome bajó la mirada y la dirigió luego a su compañero, quien hizo un casi imperceptible movimiento afirmativo con su cabeza.

—Hemos tenido una experiencia —observó la energía que se movía entorno al hechicero y la forma en que ésta cambió su fuerza y su color: estaba sorprendido.

—Ya veo —Tetsuo sama la miró con tal intensidad, con sus ojos grises fijos en ella, que estuvo por dar un paso atrás para que InuYasha no le saltara encima— ¿Cree que podría relatarla, Kagome sama?

—No hay mucho que contar, en realidad. Había una mujer orando junto a un amplio espacio lleno de piedras fúnebres. Mencionó que aquellos, todos ellos, eran sus hijos —el onmyouji no le quitaba la mirada. Kagome se preguntó si estaría leyendo también su energía—. Luego tocó el hombro de mi compañero y desapareció.

Prefirió no contar lo que había sentido al conectar con la energía del lugar.

—¿Tocó a su compañero? —en ese momento se giró hacia InuYasha y éste arrugó ligeramente el ceño.

—Sí.

Se mantuvo un instante en silencio. Estaba muy serio, parecía analizar algún pensamiento y Kagome se preguntó si lo compartiría.

—Ya veo —dijo, de pronto—. Esto comprueba que las leyendas son reales.

—Eso, como poco Tetsuo sama —aceptó.

InuYasha se adelantó un paso hacia ellos y el hechicero se tensó de forma leve.

—¿Qué significa que aparezca una de ellas? ¿Qué Deidad en específico podría hablar de los muertos como sus hijos? —él no tenía la paciencia de Kagome.

—Bueno, es difícil decirlo —comenzó el onmyouji. InuYasha mantenía la vista firmemente en él—. Las deidades son diversas, responden a diferentes cuestiones, tanto humanas como youkai. Sería necesario estudiar a las que podrían estar relacionadas…

—¿Cómo hago eso? —lo interrumpió. Kagome se sintió tentada a tocar a su compañero para que se calmara, sin embargo no quería cometer el mismo error.

Tetsuo sama se quedó pensando un momento, mirando la hierba cerca de sus pies, luego negó con un gesto y finalmente miró a InuYasha. Todo eso en un tiempo que a éste le pareció demasiado largo y aun así esperó.

—Creo que hay un libro antiguo que tiene información sobre aquello, aunque lamento decir que prácticamente hablamos de otra leyenda. Se sabe de la existencia de dicho libro, pero son muy pocas las copias que se hicieron y ninguna está aquí —la retahíla de palabras se quedó dando vueltas en la mente de InuYasha y Kagome. La primera en decir algo fue ella.

—¿Cómo se llama el libro? —recordó todos los tomos antiguos que había visto en casa de la amiga de su abuelo.

El onmyouji se quedó pensando un momento.

—Es el Shutsuji

—Orígenes —mencionó Kagome—, de Takeshi Tahoshi.

—Así es.

—Voy por él —habló InuYasha.

—Iremos —aceptó su compañera.

—¿Tienen el libro? —se sorprendió el hechicero.

—Sí —Kagome intentó ser cortés con él.

—No, iré solo —no quería exponerla, por segunda vez, a un viaje así de pesado y menos ahora. Aunque también le preocupaba dejarla sola. Sin embargo si se apresuraba al máximo, era probable que estuviese de regreso para el día siguiente a esta misma hora.

—No —ella acompañó la negación con un gesto de su cabeza y una mirada tan intensa que InuYasha pensó en la posibilidad de llevarla. No obstante, pudo ver la duda.

—Volveré en un día, no necesito más —quiso convencerla dando argumentos.

Notó como Kagome tomaba aire por la nariz en busca de calma para pensar, algo tan característico de ella que InuYasha simplemente se quedó esperando, ya conocía cómo funcionaba. Sí, con su compañera solía tener la paciencia que no ejercía con nadie más, ni consigo mismo.

—Bien —aceptó, finalmente. Había hecho las consideraciones del caso y aunque no quería que él se sobre exigiera, estaba claro que acompañarlo sólo se convertiría en una carga—. Un día —indicó, alzando el índice para dar énfasis a sus palabras.

—Quizás antes —ofreció.

—No, tampoco se trata de eso —ella negó, categórica y luego buscó su brazo e InuYasha sacó las manos de las mangas del kosode y descansó los brazos a los costados del cuerpo, mientras que los dedos de su compañera se encontraban con los suyos.

El onmyouji presencio aquel acto de sutil complicidad, en completo silencio.

Cuando Kagome se le acercó más y comenzó a ponerse en puntas de pies, InuYasha se obligó a ignorar la presencia del brujo y se inclinó para recibir de su compañera el beso que no debía faltarle cuando se separaban. Era una especie de tradición que Kagome había instalado en su vida juntos, convirtiendo aquello casi en una norma. Sintió el toque suave y corto de ese beso que en este momento no podía ser ni convertirse en otra cosa más que un roce. Luego ella lo miró a los ojos y le soltó la mano.

—Ve —lo alentó. Con esa calma aparente que siempre usaba cuando sabía que se jugaban algo importante.

InuYasha asintió una vez y se giró para dar unos cuántos pasos en carrera antes de darse impulso para el primer salto que lo haría perderse en medio de los árboles.

—Es muy fuerte —aprecio Tetsuo sama.

—Lo es —afirmó, categórica, manteniendo la mirada un poco más en el bosque por el que su compañero se había perdido.

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Kagome observaba los tomos de libros y pergaminos que llenaban las estanterías de madera de la sala de estudios. El lugar resultaba agradable, el olor del papel llenaba la estancia y el orden en que estaba todo puesto permitía revisar los escritos de primera mano, tal y cómo habían sido creados y trabajados, con ejemplares que representaban la cultura de cada época. Le agradaba la sensación de poder tocar algo que había estado en manos de otra persona como ella, con anhelos, preocupaciones y sueños. Una persona más, un ser más, en un mundo que habitualmente sentía miedo de su naturaleza; lo había visto en su época y en la de su compañero. Se preguntaba ¿Cuántos enfrentamientos se evitarían si conociéramos la historia del otro?

No pudo evitar pensar en que muchas de las costumbres de antaño se habían perdido y las bibliotecas se convirtieron en lugares útiles para el estudio y no así para el reconocimiento de lo que en él habitaba; se había perdido la maravillosa sensación de estar en medio de la sabiduría que otro había cultivado. Se sintió llena de una energía que la invitaba a imaginar al conocimiento como algo que bullía en espacios como éste. Visionó a personas pudiendo consultar la experiencia de otros y encontrar inspiración en ella, de ese modo se podía dar con el fuego que se agita dentro de cada uno, lo que se entiende como el propio don.

Acarició el lomo de uno de los libros, la rugosidad del material en que había sido encuadernado le resultó particular. Cerró los ojos y pudo percibir la energía residual de su creador, así como la emotividad desde la que había sido trabajado todo, desde los materiales hasta el contenido. Recordó entonces que Miroku le había contado que los monjes elevaban mantras mientras creaban, para que esa creación a la que estaban entregando su tiempo se impregnara de alabanzas y pasara al recepto entre bendiciones.

—Kagome sama.

La voz de onmyouji la sacó de sus profundos pensamientos. Lo miró, sin poder hablar aún; en ocasiones conectar con la energía no permitía al cuerpo aterrizar, o volver de ese espacio místico, con la misma rapidez de la mente.

—Sí.

—Encontré el libro —indicó lo que traía entre sus manos y a Kagome le pareció que no era mucho mayor que un cuadernillo.

—Es muy delgado —acotó ella, extendiendo la mano para recibir el escrito. Él simplemente asintió.

Abrió el libro en la primera página y se encontró con el título y el nombre del autor.

—Ofrendas, por Takeshi Tahoshi —el mismo autor del libro que había ido a buscar InuYasha. Kagome no pudo evitar preguntarse quién sería y cómo había accedido a tanta información— ¿Se sabe algo del autor?

—No, me temo que no —la respuesta fue inmediata.

Respiró de forma profunda, lo hacía muchas veces, lo había incorporado como una forma de integrar la información que recibía.

—Vamos a mirarlo —decidió.

Antes de comenzar lo sostuvo en sus manos para ver si conseguía algún tipo de luz sobre la energía que contenía y si eso podía llevarla hasta el autor. Sin embargo no logró nada, probablemente porque sería una copia o porque hoy había usado mucha de su capacidad y estaba cansada. Desistió y se acompañó del onmyouji para acercarse a una de las mesas de estudio que había y comenzó a pasar las páginas cuyo papel era similar al del Shutsuji. Al inició había un mapa del Fujisan y los lagos que alrededor, cada uno aliado a un elemento, dejando un quinto para el alma. Kagome observó detenidamente el mapa por si había alguna conclusión que pudiese sacar sobre ello.

—¿Hay algo que le sea útil? —el onmyouji permanecía sentado frente a ella.

—No estoy del todo segura —su voz era dubitativa. Quería confiar en el hechicero, hasta ahora no tenía motivos para no hacerlo.

—Será mejor leer, Kagome sama —habló con amabilidad—. Me alejaré un momento para dejar que centre su atención —se puso en pie—. Estaré cerca.

—Se lo agradezco Tetsuo sama —expresó y pasado un instante regresó la mirada a la primera página escrita.

El onmyouji le permitió la soledad, tal como había dicho, consiguiendo con eso que pusiese toda su atención en comprender el texto que comenzaba a leer.

"Cuentan las leyendas que existe la posibilidad de pedir lo que es necesario a las deidades, cuya magnificencia no se pone en duda. Las voces de los aldeanos dicen que antaño aquello sucedía con frecuencia y las mismas voces hablan de las ofrendas que eran dadas por el intercambio a las peticiones en un acto de equilibrio: dar y recibir. También se habla del arduo proceder hasta conseguir lo que una deidad puede considerar aceptable. En ello debe haber una energía pura que haga posible que el cielo cambie su rumbo y lo pedido se conceda, tal y como cuenta el mayor de los ancianos de la aldea: 'No todo es cambiable y sin embargo todo es posible'

Para acceder a las peticiones es importante razonar que las deidades son diversas y diversos son los deseos que conceden. Sin embargo, las voces de las aldeas hablan de una ofrenda que ningún Ser Superior rechaza: la energía elemental."

Al llegar a ese punto de la lectura Kagome pudo ver la ilustración de las cuatro energías primarias sobre las que estaba basada la vida: tierra, aire, agua, fuego.

En ese momento recordó la energía que habían visto en el riachuelo de camino al palacio de la puerta del oeste. Quizás aquello podía considerarse como una energía elemental pura, el tipo de energía de la que se hablaba en el texto. Debía volver a ese lugar, aunque tendría que esperar a InuYasha, él se enfadaría mucho si lo dejase atrás, además ella sola y a su ritmo de andar se tardaría el triple que si fuese con él y además estaba el encontrar la forma de contener una ofrenda. Tenía que adelantar todo lo que pudiese antes que regresara su compañero.

De pronto sintió que se abrumaba, la respiración se le aceleró y notó que el corazón le latía con mayor rapidez, un claro síntoma de ansiedad que debía controlar, ella era una sacerdotisa y no podía permitir que su mente la traicionara, menos ahora. Decidió cerrar los ojos y hacer un ejercicio de respiración, inhalando profundamente y exhalando con suavidad, en tanto se recordaba a sí misma que lo importante era regresar con Moroha.

Al conseguir calmar su cuerpo y medianamente su mente, comprendió que estaba entrando en un estado meditativo. De pronto comenzó a ver algo, una luz en el cielo que de pronto se convirtió en un estallido que sabía la estaba cegando y aun así no podía dejar de mirar. Era un rayo que abrió un alto monte por la mitad y cuya punta, al cruzar e iluminar el valle le daba a InuYasha en el pecho. A pesar de estar junto a él no podía moverse para sostenerlo mientras caía con los ojos muy abiertos y sin respirar.

Abrió los ojos, obligándose a volver de aquella visión horrorosa. Tenía los ojos y las mejillas llenos de lágrimas.

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Continuará

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N/A

Ēteru cumple un año desde su publicación y estoy muy contenta de poder dejarle un nuevo capítulo de esta historia que me trajo de vuelta la pasión de lo que es amado.

Sé que en lugar de cerrar situaciones parece que se abren más y sí, es totalmente cierto xD

Ēteru es una historia que comenzó con la idea de seguir un camino que empezó a encontrar ramificaciones y en algún punto decidí que lo escribiría todo, sin importar lo que eso durase.

Espero que estén disfrutando de esta historia tanto como yo al escribirla.

Besos!

Anyara