Ēteru
Capítulo XLV
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Los sueños son el legado
De aquellos que
Pensaron lo posible
No crees, Querido mío,
¿Qué el Sol ilumina
Para encontrar al Rayo?
-.-.-.-
Todas las luces son cegadoras,
Hermana mía,
Su existencia
Oculta los sueños legados
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No era difícil para él imaginarse la vida así para siempre. Regresaba de pescar y de paso entró en la cabaña de Miroku para compartir algo de lo obtenido con él y su familia. Su amigo le contó que Kagome y Sango estaban asistiendo a Rin en su parto. No le sorprendió, con lo avanzado que parecía el embarazo ya era tiempo. Decidió quedarse en la cabaña del monje y esperar a que ambas mujeres regresaran, en tanto se distrajo observando la interacción de Miroku con sus hijos, él y Kagome se verían inmersos en ese mundo dentro de unos meses; aún le costaba asimilar la realidad de aquello. Cuando vio que su amigo se disponía a dormir a sus hijos, decidió que era momento de tomar rumbo a su hogar. Sabía que cuando se trataba de un parto no era posible calcular el tiempo que podía tardar, conocía algunos detalles de éstos por otros que había atendido su compañera y éste, además, no era un nacimiento convencional dada la mixtura de las razas en la criatura.
Recorrió el camino hasta su cabaña con la luna alumbrando y el sonido agradable de la calma, ahora que entraba el otoño. Al entrar en la cabaña no sólo la encontró solitaria, también estaba fría. Pronunció una dócil queja ante el descubrimiento, recordando la cantidad de veces que le había dicho a Kagome que procurara dejar al menos alguna brasa pequeña encendida. Dejó la pesca en el lugar designado de siempre y se puso a la labor de dejar encendiéndose un fuego antes de salir a encontrar a su compañera por el camino. De ese modo hizo una madeja de hierbas secas que le serviría para que las chispas que conseguía con las piedras encendieran más rápido. Realizó el movimiento de choque entre las piedras unas cuántas veces hasta que consiguió que la madeja encendiera y en ese momento comenzó a soplar y pudo ver la llama crecer y tomar las ramas pequeñas que luego pasaron al leño para calentarlo y encenderlo. Se sintió satisfecho cuando la habitación se comenzó a calentar, dentro de poco la cabaña tendría una temperatura más agradable para recibir a su compañera.
Se puso en pie y observó el espacio comprobando que era seguro dejar el hogar encendido. Salió hasta la puerta y olisqueó el aire, reconociendo que Kagome estaba cerca. Comenzó a recorrer el sendero que comunicaba la cabaña con el pozo y desde ahí a la aldea. Al principio lo hizo con calma, sin embargo fue consciente de la agitación en los pasos de Kagome al acercarse; resultó evidente para él que algo le pasaba. Apresuró el paso, al punto de comenzar a dar saltos y se detuvo sólo cuando se plantó delante de ella y la sostuvo por los hombros.
—¿Estás bien?
La vio negar con un gesto de su cabeza, para luego buscar el refugio de sus brazos. Kagome era fuerte, él lo sabía muy bien, sin embargo hasta la fortaleza se sometía de vez en cuando. La olfateó para saber si estaba herida, aunque no encontró ningún rastro físico de aquello. Luego miró tras ella a la distancia y escudriñó el aire por si descubría a alguien que la hubiese dañado. Finalmente pensó en volver a preguntar qué pasaba y que ella se explicara, no obstante la sintió fría y muy tensa, decidió que sería mejor llevarla a casa y hacer las preguntas cuando recuperara algo de calor.
La alzó para que estuviese cómoda entre sus brazos y ella le rodeó el cuello sin queja, descansando las manos unidas en la parte alta de su espalda y la cabeza hacia su pecho. En ese sitio notó el aliento caliente cuando le susurró una sola palabra:
Gracias.
InuYasha suponía que cuando el agotamiento físico, mental o emocional, se hacía presente de forma tan patente como ahora le pasaba a Kagome, debía ser un alivio que alguien se hiciese cargo de ti. A él le había pasado en manos de su compañera unas cuántas veces, así que se sintió contento de poder darle aquello.
Cuando llegaron a la cabaña el calor los envolvió de inmediato. La sentó en el genkan y la descalzó, encargándose también de los tabi que estaban empolvados del camino. Le sostuvo los pies entre las manos y se los masajeó con suavidad, aquello se había convertido en un hábito dado que a su compañera se le enfriaban los pies con facilidad; él había llegado a creer que eso le pasaba por lo mucho que pensaba. Volvió a escuchar de ella una palabra de agradecimiento, seguida de una explicación.
—Rin ha dado a luz a dos niñas hermosas —comenzó y a pesar de que aquello debería ser una noticia alegre, más aun conociendo el talante de Kagome, ésta no parecía animada.
—¿Dos? —demostró su sorpresa, sobretodo porque creía que eso podía contagiar algo de entusiasmo a su compañera.
—Sí, hermosas y sanas. Sesshomaru se las llevó —explicó casi como si narrara una historia ajena, algo que le habían contado y que no le afectara en nada.
—¿Qué? —sabía que su medio hermano no era precisamente una persona de dar explicaciones sobre sus actos, sin embargo parecía haber cambiado en algo estos últimos años debido a Rin.
—Se las llevó, prácticamente sin mediar palabra —en ese momento Kagome se tocó el vientre e InuYasha entendió que el mundo se le estaba desajustando.
—Tranquila, a nuestro bebé no le pasará nada.
Partiré en dos al que se les acerque —le faltó por decir.
—Y ese hombre que apareció de pronto —continuó. Él mantuvo un profundo silencio, mientras se le tensaba cada músculo, aun en cuclillas frente a ella. Necesitaba que hablara—. Dijo algo sobre el cometa que se acerca y que debes destruir. También habló de un youkai que no tolera la existencia de los hanyous u otros similares.
Sopesó las palabras de su compañera y aunque sabía que él no tenía todas las respuestas, también tenía claro que le daría seguridad a costa de sí mismo. Ella había atravesado la barrera del tiempo para estar a su lado.
—No te preocupes, Kagome, nadie tocará a nuestro bebé —expresó con convicción.
—Ese hombre dijo que era una niña.
¿Cómo era posible que un extraño supiese que esperaban un bebé y además que se trataba de niña?
Fue esa misma pregunta la que trajo el recuerdo a él con tanta nitidez que lo recuperó casi por completo. Ahora sabía que el hombre del que habló entonces Kagome era el mismo del que Moroha le había advertido y todo lo que tenía al respecto era esto. No podía ser una casualidad la advertencia de su hija. Quizás debía hablar seriamente con Towa y obtener más detalles sobre Riku y descubrir qué papel ha jugado en todo esto. De paso hablar también con Setsuna, tal vez no fuese mala idea comenzar a hacer preguntas si quería solucionar, de algún modo, los conflictos que lo esperarían de regreso al Sengoku.
Se detuvo un momento para descansar. Miró a lo alto por entre los árboles y pudo ver que pronto las estrellas los coronarían. Pensó en sentarse en la rama de algún árbol durante un momento, sin embargo desechó la idea. Olfateó el aire y percibió una fogata que se encontraba a mediana distancia hacia su izquierda, probablemente alguien estaría acampando por la zona, suponía que lo que Kagome llamaba turistas. También olía a comida y sintió el hambre punzar en su estómago. Aun le quedaba un tramo de trayecto y pensó en la posibilidad de cazar algo y comer, no obstante prefería apurar el paso y regresar con su compañera lo antes posible; no era la primera vez que tenía que aguantar el hambre. A pesar de la premura que tenían por regresar con su hija, esperaba contar con un baño al llegar, comer algo y quizás obtener un par de horas de sueño. Recordó los días en que el trabajo en la aldea resultaba extenuante, durante esos largos días de verano en que todo el mundo estaba haciendo algo; ya sea recoger el grano de arroz o preparar la leña para el invierno. Incluso había quiénes decidían construir las cabañas en las que comenzarían su vida en pareja. Él colaboraba en infinitas tareas, le gustaba, lo ayudaba a gastar energía; sin embargo lo mejor de ello siempre era volver a su hogar y saber que Kagome estaría con él y que compartirían un guiso caliente y el futón extendido. También disfrutaba de las conversaciones, del modo en que su compañera le contaba sus descubrimientos del día o los avances que hacía sobre algo que se había propuesto. Le resultaban particularmente agradables las primeras noches del otoño, eran algo que atesoraba, en ellas Kagome empezaba a buscar nuevamente su calor para dormir, después de las temperaturas del verano.
Suspiró, al parecer este viaje se estaba volviendo demasiado nostálgico.
Se echó a correr nuevamente, esperaba pisar la aldea antes que la luna iluminara el cielo.
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Kagome miró al cielo desde en hermoso banco de madera que decoraba uno de los jardines interiores que había en el palacio. Se encontraba frente a la habitación que ocupaban ella e InuYasha en este lugar y se había quedado ahí esperando a que él regresara, después de un largo día de investigación en medio de los manuscritos y libros más actuales que conservaba Towa en aquel estudio. InuYasha le había dicho un día y aunque éste aún no terminaba, estaba inquieta por su demora. Notó el modo en que la preocupación comenzaba a buscar un espacio que usurpar, porque en ocasiones las noches se hacían tan largas que el miedo la hacía temblar. No podía decir que temiese por su integridad en este lugar, más allá del halo de misterio que circundaba a los seres que aquí vivían, de la fría cortesía que recibía por parte de quienes servían en el lugar y la distancia de su Señora, a ellos los habían tratado bien.
Miró el lycoris que crecía a un lado, la primera de varias flores rojas ya se estaba marchitando, en tanto comenzaba a florecer una segunda, que venía acompañada de una tercera. El color intenso de los pétalos captó su atención y la llevó de inmediato a pensar en el rojo de la sangre. Lo había visto tanto durante una parte de su vida que era irremediable para ella sentirse cautivada por algo que le resultaba aterrador y familiar. A través de su corta vida había visto la violencia de la guerra en la época del Sengoku, aunque ella permanecía relativamente a salvo en la aldea, hasta donde no había llegado ésta. También había participado en una de las batallas más crueles de las que se tenía registro, entre la luz y la oscuridad. El hermoso tono rojo de lycoris le recordó lo cerca que había estado de morir, varias veces y comprendió que en ocasiones se normalizaba lo más horrendo sólo por cotidiano.
Respiró hondamente, necesitaba sacar a su mente del dolor de ciertos hecho, tanto los que habían sucedido como lo que resultaron ser avisos que nunca se habían cumplido. Deseaba con todas sus fuerzas poner en ese último lugar aquellos sueños que la estaban asechando, en ellos había muerte y un dolor tan abismal que amenazaba con tragarse todo.
Buscó centrarse en lo que había conseguido por estos días. Ya tenía un método que podía funcionar para concentrar la energía elemental, aun no experimentaba con él, sin embargo lo haría mañana mismo con ayuda del onmyouji. Probablemente InuYasha gruñiría y tendría que recordarle el objetivo: regresar con Moroha. También había conseguido saber que antiguamente existía un templo dedicado a Seiryu, deidad del agua, cerca de aquel lugar en el que vieron la energía del agua purificada. Tendrían que ir ahí en busca de ese espacio sagrado, aún no sabía si antes o después de aclarar dónde podrían encontrar los demás elementos. Era probable que encontrasen más templos dedicados a las demás deidades.
—¡Kagome! —se sorprendió y se giró a un lado cuando escucho su nombre, para encontrarse con los ojos dulces de Nyoko. Sonrió y le prestó su atención— ¿Qué haces?
—Descanso y disfruto del aire —explicó. No podía decirle a la niña que estaba agotada de leer y ansiosa por ver a su compañero nuevamente.
—Disfrutaré el aire contigo, entonces —se sentó a su lado y miró a las estrellas.
—Te lo agradezco —recordó la calidez que había experimentado al conocer a la niña en medio del bosque, la había sentido como un alivio en mitad de su maternidad interrumpida. Esa emoción también le trajo al cuerpo el deseo que acunar a su propia hija, cuidar de ella.
El deseo por aquello era tan fuerte que en ocasiones sentía dolor en el pecho, el tipo de dolor que experimentaba cuando Moroha tenía hambre y era hora de amamantarla. No se lo había comentado a InuYasha por no acrecentar en él la angustia sobre algo que de momento no se podía solucionar. Un nuevo pensamiento fugaz pasó por su mente y aunque lo ansiaba, no quería mencionarlo, no quería hacerlo real en estas condiciones.
—Esa estrella de ahí se llama Vega —mencionó la pequeña a su lado, volviendo a captar su atención y lo agradeció, la oscuridad del alma era algo difícil de sobrellevar.
—Veo que conoces las estrellas —intentó prestarle su atención. El aquí y ahora era importante para centrar la mente.
—Sí. Mamá me las ha enseñado, dice que debo aprender todo lo que pueda —explicó con fluidez.
—Tiene razón —ella también habría hecho lo mismo con su hija.
Haría —se corrigió a fin de no decaer en su ánimo.
Nyoko bostezó a su lado y se inclinó hacia ella, descansando la cabeza en su brazo.
—Deberías ir a dormir —le indicó. Era cierto que su sangre youkai no le exigiría tanto el sueño como a un humano, sin embargo estaba claro que ahora mismo lo necesitaba.
—Me gusta mirar las estrellas —defendió, con la voz adormilada.
—Las miraremos juntas durante un momento y luego a la cama —era grato sentir este tipo de calma, a pesar de la inquietud de su alma, a través de momentos sutiles de comprensión ella se encontraba a sí misma.
Rodeó a Nyoko con uno de sus brazos y la niña descansó el cuerpo hacia su costado y volvió a bostezar, para luego alzar nuevamente la mirada al cielo con los ojos algo más cerrados. Probablemente se dormiría en cuestión de un instante. Pensó en que esperaría un poco, le gustaba la compañía de su calor e inocencia. Suspiró con suavidad, aceptando que necesitaba de algo cercano a lo cotidiano, que le diera una luz permanente como la que tenían las estrellas que tintineaban en el cielo, así su luz se hubiese apagado hace miles de años.
Extrañaba su vida en el Sengoku y el modo en que InuYasha y ella habían conseguido que su convivencia fuese armónica a pesar de las desavenencias y las cuestiones que traía consigo el compartir la vida. Al mirar el cielo, y sólo el cielo, por un momento tuvo la sensación de estar de regreso. Quinientos años después las mismas estrellas componían el mismo trazo visible contra el manto oscuro.
—¿Te puedo acompañar, Kagome sama? —escuchó y se sorprendió de lo ensimismada que estaba en sus pensamientos.
—Claro —aceptó.
Towa se quedó de pie delante de Nyoko y ésta extendió ambos brazos para que la tomase entre los propios.
—Te has escapado —le dijo a la niña y ésta le devolvió una mueca y la insistencia de sus brazos.
Observó con detención la situación. Era tal la rigidez de la madre que llegó a pensar que desistiría de la petición de la hija. Ambas se mantuvieron decididas, sin embargo al paso de un instante fue Towa quien cedió y se inclinó para enlazar a la niña y alzarla, ocupando el lugar en que estuviese sentada Nyoko, con ella en su regazo. Pudo ver el modo en que la pequeña descansaba la cabeza sobre el pecho de su madre y desde ahí miraba aún el cielo.
Sintió el profundo dolor de la ausencia.
—Debes extrañarla —escuchó decir Towa.
Entendió que aquel comentario era producto de la comprensión de ser madre. Kagome contuvo el aliento y liberó un suspiro casi inaudible.
—Volveré con ella —aclaró, como un modo de comunicarlo a su acompañante y también haciendo de aquella frase una reafirmación a sí misma. Las necesitaba a diario aunque no las mencionara.
—Espero que los libros y escritos que hay en el estudio te estén ayudando —sonaba conciliadora y cercana. Se permitió reparar en lo vivaz que resultaba su mirada de ojos rojizos. Se parecía mucho a su padre, aunque el tono en que habló le recordó ineludiblemente a su madre.
—Sí, mucho —aceptó. Quería ser afable, después de todo eran ese tipo de sentimientos los que acercaban las almas, ella lo sabía.
Había dado con datos importantes que quería compartir con su compañero en cuánto llegase. Sin embargo se reprendió a sí misma ante ese pensamiento, InuYasha llegaría cansado y también quería darle tiempo.
—Me alegro —expresó Towa en lo que primeramente parecía una culminación cortés a su pregunta. Sin embargo, continuó—. Una de las cosas que deseo, ahora que están aquí y conozco la posibilidad, es que Moroha llegué a reencontrarse con ustedes y crezca con sus padres.
Notó cómo el corazón palpitaba disonante en su pecho. Su mayor temor estaba delante de ella expresado por esta mujer que la superaba en tiempo vivido y probablemente en experiencias. Sintió que se le secaba la garganta y emitir palabra iba a ser doloroso. Aun así se atrevió a hablar.
—Nunca regresamos ¿Es eso? —la miró y se encontró con los ojos de ella que de pronto se abrieron más en una clara muestra de su sorpresa.
—Lo siento, no pensé…
Buscó disculparse sin encontrar el método. Eso las llevó a dejar que un silencio denso llenara el espacio. Sintió que las lágrimas se le acumulaban en la garganta y subían hasta sus ojos. Nyoko suspiró, en medio del adormecimiento que la había atrapado y ambas centraron su mirada y emoción en ella; quizás también su esperanza.
Comenzó una batalla en su interior. Sentía la sombra del pesimismo y la desolación intentando abarcar cada espacio de su consciencia. Cerró los ojos un instante y apeló a su fe y al recuerdo de las tantas cosas imposibles que habían superado InuYasha y ella. Recordó el abismo de angustia sobre el que corrió aquella primera vez que lo creyó muerto, también el dolor de imaginarse lejos de él para el resto de su vida y todo aquello había sido superado; esto también lo sería. Se llevó una mano al vientre, casi como un acto de reivindicación. Al paso de un instante su espíritu consiguió superar la cárcel que intentaba crear su mente.
Un pensamiento vino a ella y lo emitió en voz alta.
—Sabemos muy poco sobre la dimensión del tiempo, sobre las implicancias que tiene en nuestras vidas. No sabemos si movernos por él cambia algo o si realmente esos movimientos debían suceder para que exista lo que conocemos —reflexionó e intentó dar un espacio de posibilidades a los acontecimientos. Necesitaba pensar que conseguirían regresar con Moroha y enfrentar a aquellos que significaran un peligro para ese fin.
En ese momento volvió a enfocarse en Nyoko y comprendió que no podían acabar con Kirinmaru, o de lo contrario la niña no existiría. Decidió que habría que buscar un camino que no implicase su aniquilación. Debía fortalecerse.
—Voy a meter a esta niña en la cama —se disculpó Towa, poniéndose en pie.
Kagome asintió. La mujer mantuvo su atención y mirada en ella durante un instante algo más largo de lo necesario, parecía sopesar una idea que finalmente no verbalizó. Se despidió con una sonrisa suave y la vio alejarse por el camino de pequeñas piedras con su hija abrazada.
Suspiró, tanto por anhelo como por la emoción de saber que esa niña tenía una madre a la que le importaba.
Volvió a centrarse en las estrellas y trajo a su memoria una de esas largas tardes de verano en la que cuando el calor comenzaba a remitir, ella tomaba su pincel y tinta y comenzaba a escribir sobre los eventos de los días. Sentía aquel cuaderno como una especie de diario, en su tiempo se hacían álbumes de fotos, sin embargo en el Sengoku no podía acceder a algo como eso. En ocasiones dibujaba alguna escena que quería memorizar y aunque su dibujo no era realmente bueno, la composición se entendía.
—¿Por qué no intentas dibujar sobre madera? —le preguntó ese día InuYasha al llegar con unos pocos peces para la cena— Puedo intentar hacer láminas con Tessaiga —ofreció.
—Terminarás arruinando el filo de tu espada —no le pediría que hiciera eso, aun así se sintió alegre al notar que él se mostraba interesado por lo que ella hacía.
—¡Bah! —expresó con cierto tono de presunción— Tessaiga es muy fuerte.
Se rio ante la ola de recuerdos que llegó a ella sólo por esa expresión. A continuación quiso mofarse de él, para bajarle un poco los humos.
—¿Sólo has conseguido tres pescados? —intentó mostrar sorpresa.
—Bueno, me pareció suficiente —miró la cesta—. Además, yo no tengo hambre —quiso parecer decidido.
Al día siguiente se enteraría que había dejado parte de la pesca en casa de Miroku y Sango, además de pedirles que compartieran algo con el hijo del herrero, que se había casado hace poco y su compañera esperaba un bebé.
Los recuerdos son poderosas fuentes de energía, traen consigo voluntad y anhelo, dependiendo qué se escoja tomar de ellos. Salió de ellos cuando su intuición le avisó que al fin su compañero estaba cerca y la espera de poco más de un día se había acabado.
Se puso en pie y comenzó a hacer el camino de piedras contrario al que tomara Towa un momento atrás. Se abrió paso por entre los árboles, arbustos y piedras grandes que creaban una composición junto con la pequeña laguna en la que flotaban hojas de nenúfares. En algún momento había apreciado la belleza de este jardín, sin embargo ahora toda su atención estaba en el pasillo interior por el que debía aparecer su compañero. Lo presentía por muchas razones y algunas de ellas eran su energía demoniaca, la forma en que irradiaba su aura, a pesar de que aún no podía ver su color, y el irrefutable resonar que le daba el corazón.
Se quedó en pie en el pasillo de madera y esperó lo que le pareció un largo instante hasta que pudo ver la figura rojiza aparecer a muchos metros de distancia, semi oculta por las sombras de la noche y la escasa luz artificial en el lugar, la que llegaba por medio de faroles de piedra de escasa altura que bordeaban el pasillo y bajo la que resplandecía su pelo plateado.
InuYasha siempre le resultaría la más fascinante criatura sobrenatural que existía.
No era sólo su aspecto, que lo demostraba con creces; también el conocimiento de sí mismo, de sus capacidades y de cómo usarlas. Cada vez que lo veía en batalla, o en una simple acción que requiriese de su destreza, se le cortaba el aliento. Si tuviese que buscar un ejemplo, probablemente sería como aquellos majestuosos bailarines de ballet, cuyos movimientos resultaban exactos, armónicos y hermosos.
Permaneció frente a la puerta de la habitación que tenían asignada, sin perder detalle del avance que él hacía, pudiendo ya definir sus facciones. Mientras más cerca lo tenía, más fuerte era su ansia por abrazarlo. Se dio cuenta que su propio corazón parecía latir al ritmo de los pasos que él daba y de aceleraba a medida que la distancia se acortaba.
Sólo ha sido un día —se repetía en su mente.
Parecía imposible concebir que la ausencia le doliese tanto, después del tiempo que llevaban juntos.
Cuando lo tuvo a pocos pasos vio que se llenaba de aire con una inhalación, para luego exhalar y mostrar el alivio que sentía al volver a verla. Se sintió regocijada y emocionada ante la conexión que se producía entre ellos cuando el reencuentro era inminente. Sus auras se abrían y se entremezclaban en reconocimiento e indiscutible amor y ella era capaz de leer sus gestos y sus miradas sin necesidad de palabras. Extendió una mano con la palma hacia arriba como muestra de su recibimiento y un instante después sintió el toque de InuYasha, que la recorrió desde la punta de los dedos con los suyos, pasando por el centro de la mano, hasta llegar a la muñeca y ahí asirla, haciendo ella lo mismo. Sintió cómo le acariciaba con el pulgar la línea por la que discurría su pulso, reconociendo en ella la satisfacción de su reencuentro. El vínculo los acompañó a un costado cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para que Kagome tuviese que alzar la barbilla para enfocar los ojos dorados de su compañero.
—Bienvenido —le dijo y le sonrió.
Pudo notar lo mucho que necesitaba descansar, se lo mostró el suave gesto que hizo con los labios al intentar una sonrisa. Pensó en darle un beso y en saciar así su propia necesidad de él, sin embargo se contuvo y reservó esa caricia para luego, primero necesitaba darle descanso y que InuYasha volviese a tener la sensación de estar en el hogar. Quería recordarle que ahí dónde estuviese uno se encontraba el hogar del otro.
—Vamos —tiró de él con suavidad, mientras retrocedía para guiarlo hasta la zona de baño que había pedido que les prepararan, e InuYasha se dejó guiar.
No hubieron palabras de camino, sólo la inigualable sensación de estar juntos.
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Continuará.
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N/A
Un nuevo capítulo de Ēteru.
Estoy disfrutando mucho de escribir con pausa y dejar que los personajes me vayan contando lo que quieren explorar durante cada capítulo. Muchas veces comienzo con la idea de contar ciertos eventos y lo hago, sin embargo entremedias salen otras cosas que le dan profundidad a sus mundos y eso me sorprende y me fascina.
Espero que disfrutaran el capítulo y que me cuenten en los reviews/comentarios.
Gracias por acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
