Ēteru
Capítulo XLVI
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No era la primera vez que lo recibía luego de algún trabajo extenuante, de alguna batalla, y sabía lo mucho que agradecían sus músculos el agua caliente y su alma los cuidados. Su compañero era fuerte, tenía una capacidad impresionante en la lucha y reconocía que en ocasiones se había quedado embelesada en mitad de una batalla, por un instante, admirando los movimientos que sus ojos eran capaces de captar. Aun así, sabía que su alma era dulce y profundamente delicada. Era por eso que le procuraba cuidados que él aceptaba con un agradecimiento que sólo les pertenecía a los dos, como parte de la comunicación tácita que existe en una pareja.
Kagome deslizó la puerta de madera de la estancia en que estaba el baño que había pedido para cuando su compañero llegara. En el centro de la habitación estaba el ofuro humeante, lleno de agua caliente, posicionado delante de un pequeño y privado jardín interior, cuya puerta se encontraba ligeramente abierta. Dentro del lugar estaban las dos youkais hembras que habían preparado todo. El primer día que había pasado aquí comprendió algo importante, prescindir de la ayuda de quienes estaban asignados a ciertas tareas era hacer más compleja la situación para esos mismos seres en el lugar; se los había confirmado el forjador de la aldea con sus palabras mordaces.
—Muchas gracias, podemos seguir por nuestra cuenta —intentó ser amable y resolutiva.
Las youkais intentaron una reverencia hacia ella que no llegó a ser todo lo correcta que correspondía, sin embargo esos formalismos no le importaban. InuYasha tampoco pareció darle importancia, de hecho su actitud era la de quién ni siquiera las había visto.
La puerta de madera fue deslizada por una de las mismas youkais y Kagome se dio a la labor de quitar el atado de tela que llevaba InuYasha cruzado entre pecho y espalda, supuso que sería el libro.
—Yo puedo —dijo él, sosteniéndole una mano en el aire, mientras con la otra se quitaba el atado de tela.
—No pongo en duda tu fortaleza —le aclaró—, sólo quiero cuidar de ti.
Se liberó de la sujeción que su compañero ejercía sobre su mano. No le fue difícil, él no la estaba reteniendo. Sin embargo aquella fue la primera señal de una tensión que InuYasha traía consigo y que no se debía sólo al esfuerzo del viaje. El atado con el libro fue a descansar a un lado sobre la madera que constituía el suelo de la estancia y entonces se enfocó en comenzar con su labor de desnudarlo y empezó por el nudo del hakama.
—¿Ha ido todo bien? —quiso saber, quizás como una forma de aligerar la tensión que aún mantenía InuYasha en su cuerpo por la suma de las horas de recorrido. No obstante sabía que entre ambos el silencio también era un buen compañero.
No pudo evitar reparar en la mirada que él le daba, a pesar de no estar observando directamente su rostro. Su aura, que había conseguido el hermoso violeta de la calma y la trasformación cuando se encontraron, comenzaba a mutar a un rojo tan intenso como su haori. Alzó la mirada y buscó el dorado de sus ojos que parecía esconder una determinación que ella consideró que no intentaría abatir ahora mismo.
—Sí —fue toda la respuesta verbal que recibió. Ahí estaba la segunda señal.
—Me alegro —aceptó. Ya habría tiempo para deliberar sobre lo demás que InuYasha traía consigo y que no estaba contando.
El rojo comenzó a mutar a un rosa como color predominante en su aura. Probablemente había dejado se sentir que debía custodiar sus palabras.
La labor de desnudarlo prosiguió y al liberar el nudo del hakama se agachó para que él sacara los pies del pantalón. Los tenía sucios y algo enrojecidos por el trabajo extenuante que les había dado. Él se dejó hacer, a pesar de ejercer movimientos algo tardíos y a regañadientes, en medio de varias pronunciaciones sobre su capacidad de arreglarse solo. Kagome sonrió, aquello era parte de la personalidad de su compañero; estaba segura que si alzaba la mirada se encontraría con un sonrojo incipiente en las mejillas del poderoso hanyou y aquello, en contraste con su fortaleza, era algo que le llenaba el pecho de amor. InuYasha no era consciente de su maravillosa naturaleza y a veces se cuestionaba sobre si sabía todo lo que producía en ella.
Se incorporó y comenzó su labor con el kosode, liberando la atadura lateral que lo mantenía en su sitio para poder quitar el hitoe a la vez. Notó que la paciencia de su compañero tocaba su límite y ayudó a descargar la prenda de los hombros. Sonrió ante ese gesto particular y propio que lo dejaba sólo con el fundoshi puesto. Observó el pecho desnudo y los músculos se agitaron ante el escrutinio, consiguiendo en ella una sonrisa. Recorrió con los dedos la tela sobre la cadera, buscando el extremo que le permitiría quitar la última prenda que lo separaba de la desnudez y él le sostuvo ambas muñecas, posicionando las manos entre los dos.
—Esto puedo hacerlo solo —no era una petición; estaba lejos de serlo.
Asintió, aceptando el condicionamiento que él ponía a esta última fase. Se acercó a la estufa que mantenía caliente el agua del ofuro y puso un leño más en el interior. Luego se acomodó la cinta de tela que le servía para sostener las mangas de su vestimenta levantadas, dándole así capacidad de maniobra. Se distendió en observar a InuYasha dejando caer la tela del fundoshi con el resto de prendas de ropa, así como tomar una vasija con agua para echarse por encima antes de pasar el jabón por las zonas esenciales. Por un momento se sintió como la espectadora invisible de una visión.
No dejó de mirarlo mientras efectuaba diversos movimientos, entre ellos sentarse en el pequeño banquillo de madera que había junto al ofuro para poder extraer el agua caliente de éste y enjuagarse. Se acercó y se posicionó a su espalda, tomando los mechones húmedos de pelo platinado para aplicar algo del jabón destinado a esa labor. Notó que él tensaba de forma leve la espalda, para quedar más recto. El aire estaba humedecido y comenzaba a generar una ligera nube de vapor que la estaba haciendo sudar y pensó en quitarse parte de su propia indumentaria, aunque prescindió de ello para así poder dedicar sus cuidados al pelo de su compañero.
Resultaba inevitable para ella notar el carácter ritual del momento.
Se deleitó con la suavidad de las hebras platinadas entre sus dedos, mientras las recorría y las impregnaba del jabón que olía a hierbas del campo. Comenzó a masajear la cabeza, el propio nacimiento del pelo, y escuchó a InuYasha ronronear cuando tocó la base de las orejas con aquella húmeda emulsión. Tuvo total consciencia de la forma en que él relajó la tensión en los hombros y el gesto la animó a insistir un poco más en ese toque.
—Me gusta —lo escuchó murmurar, casi adormilado y eso la hizo reaccionar.
—Te enjuago y te metes al ofuro —lo alentó. Lo mejor sería terminar con el baño pronto y que así pudiese descansar de forma apropiada.
Lo vio asentir y ante ese gesto tomó el agua caliente que había en la vasija junto a ella y se la echó por encima. InuYasha inclinó la cabeza y curvó levemente la espalda. Verlo en esa posición la llevo a dejar de pensar en lo coherente o adecuado y se abrazó a él, rodeando sus hombros con los brazos. Descansó el pecho sobre la espalda mojada de su compañero, quien le tomó las manos y se las acarició con los pulgares.
—Te extrañé —murmuró Kagome.
—Y yo a ti —susurró InuYasha.
El espacio se había llenado de ellos con gestos y casi sin palabras.
Se mantuvieron en esa misma posición durante un largo instante, hasta que uno de ellos consideró que había que seguir e hizo el primer leve movimiento que motivó al otro. Ahora mismo no sabían quién lo había iniciado. InuYasha suspiró y Kagome lo siguió con una respiración similar, para luego liberarlo del abrazo, sólo después que él soltara la sujeción de sus muñecas.
—Ve un momento al agua caliente —le dijo, empujando con suavidad la espalda bajo la capa platinada de su pelo.
Se puso en pie y ella se obligó a desviar la mirada para no quedarse embelesada. Aun así volvió a observarlo cuando metió un pie dentro del ofuro y los músculos de todo el cuerpo se sacudieron ante la sensación del calor. Una vez estuvo dentro del todo y se sentó en el lugar interior dispuesto para ello, Kagome se puso en pie.
—¿Está bien de temperatura? —preguntó, dispuesta a solucionarlo si es que él no estaba cómodo.
—Está perfecta —casi suspiró, echando atrás la cabeza con los ojos cerrados.
Lo observó durante un momento, dilucidando qué había bajo su expresión de cansancio. Presentía un algo que se había metido bajo los tejidos de sus pensamientos. Podía verlo en el modo en que su energía balbuceaba una calma forzada, deseando estallar cómo cuando se preparaba para una batalla. Suspiró, agotada por todo lo que su intuición la hacía sentir y el modo en que su cabeza corría en torno a las ideas. Quizás podía parecer estimulante ser capaz de visionar tantas capas de la realidad, sin embargo al paso de los eventos resultaba agotador.
—¿Has estado bien? —escuchó la pregunta que él le manifestó, aún con los ojos cerrados, para luego abrirlos y mirarla nuevamente a intervalos cortos. InuYasha la conocía y sabía que pocas cosas de él se le escapaban, era probable que temiera a que ella leyese algo en el dorado honesto de sus ojos.
—Sí, he pasado mucho tiempo entre libros —decidió que le daría tiempo para que él le contara lo que fuese que contenía ahora mismo.
Se acomodó cerca del ofuro, sobre el mismo banquillo de madera que usara antes para asearle el pelo y metió una mano dentro del agua caliente para empujarla y mojar el pecho de su compañero un poco más arriba del nivel de ésta.
—No te habrás sobre esforzado ¿Verdad? —preguntó, sosteniéndole la mano con una de las suyas, en tanto su mirada la escrutaba. Pensó en que no era justo que él intentara desvelar los acontecimientos en ella, cuando no le contaba todo lo que había pasado en su viaje.
—Y ¿Tú? —lo instó, sin resistir la sujeción de su mano que fue a dar de forma natural a descansar sobre el pecho de él, cuando la llevó hasta ahí junto con la propia.
—No entiendo lo que preguntas —notó la inhalación profunda que esa simple respuesta le había producido—. Sabes que aguanto muy bien es esfuerzo físico.
Y el emocional, de pena —pensó.
—Lo sé, no me refiero a eso —al parecer su convicción de no insistir en lo que él ocultaba se estaba disolviendo—. Pareces agotado, sin embargo el peso que traes no es sólo por el esfuerzo físico.
Él se quedó en silencio, mirándola fijamente mientras su ceño se iba contrayendo poco a poco. Casi pudo escuchar la expresión bruja que le habría espetado a la cara si hubiese hablado. Sin embargo lo escuchó bufar mientras cerraba los ojos y se volvía a echar hacia atrás, descansando la nuca en el borde del ofuro.
No se lo diría.
Suspiró, tampoco presionaría más. InuYasha pocas veces se reservaba algo importante con ella, no obstante cuando lo hacía era por alguna razón que él consideraba relevante. Confiaba en su compañero y sabía que en algún momento la haría participe de aquello que lo mantenía inquieto. Le acarició el pecho mojado con la punta de los dedos y comenzó a crear figuras con éstos sobre la piel. Se mantuvo así durante un largo momento, mientras su mente divagaba por instantes similares a éste en su pasado, aunque muy distantes de la carga emocional que llevaban juntos desde que supieron del cometa Aciago en el Sengoku. Su mente estaba parcialmente en esa noche y en detalles nimios como el frescor que había. Su mirada estaba en la forma como dos de sus dedos rodeaban uno de los pezones de su compañero y éste parecía inflamarse ante el lento circuito que efectuaba. Lo escuchó suspirar y luego le habló.
—Dame un momento —le sonrió, aun con los ojos cerrados.
Kagome comprendió hacia dónde iba su comentario.
—No siempre te acaricio porque busque algo más —en su voz sonó la sonrisa que ahora mostraba su boca. Descubrió que necesitaba sacar los pensamientos oscuros de su mente.
—¿No? —la dosis de coquetería que él ocultaba tan bien había comenzado a participar en esta conversación y eso la animó.
—No —era incapaz de demostrar en su voz el grado de solidez necesaria para que le creyese.
—Es una lástima —murmuró, atrapando la mano con que ella lo acariciaba, para hundirla en el agua y mostrarle la razón de su desaliento.
—Oh —expresó cuando le posicionó la mano sobre el sexo que comenzaba a endurecerse.
Retiró la mano del agua y permaneció sentada junto al ofuro. InuYasha abrió los ojos y los enfocó en ella. Sintió un leve temblor recorrerle la espalda y se sorprendió al comprobar que la intensidad de su mirada siempre le producía aquello. Lo vio inclinarse en su dirección, movilizando el agua alrededor de su cuerpo, y recibió el beso que le había destinado. Entrecerró los ojos en el proceso consciente de que él también la observaba con ojos adormilados. Lo escuchó respirar de forma profunda como si el beso le estuviera devolviendo algo y se animó a enredar los dedos en las hebras mojadas de su pelo para mantenerlo cerca. La caricia de los labios comenzó a ser insuficiente y percibió la suave humedad de la lengua abriéndose paso hacia su boca. Un colmillo le rozó el labio inferior y ella sonrió y lo tocó con la punta de la lengua, recorriendo el paladar por la parte interna, para escuchar y percibir cómo le vibraba un gruñido en la garganta. El agua se agitó un poco más ante el movimiento que él hizo para acercarse y notó la mano abierta en su costado, preparándose para alzarla. Sabía que no necesitaba más sujeción que esa, era habitual que manejara su cuerpo con ligereza.
—Espera —murmuró y resopló en medio del beso.
—Kuso —maldijo, con la voz oscurecida, y presionando los dedos sobre sus costillas. Ahí estaba la contención que traía consigo, la evidencia de una frustración mayor que la sexual.
Detuvo el beso y se mantuvo respirando sobre su boca. El silencio se volvió pesado y ninguno de los dos daba el siguiente paso. Kagome se sentía inquieta por el lugar y la forma, InuYasha sólo deseaba apaciguar la realidad en ella.
Fue consciente de la insistencia de él que avanzó de forma sigilosa aunque decidida. Los dedos que la sostenían por el costado se pronunciaron un poco más entre las costillas y los labios calientes creaban roces sobre los suyos, leves toques que no llegaban a ser besos ni profundizaban en su boca. No le costó demasiado provocar un efecto condensador en su cuerpo, logrando hacer que cuestionara sus reticencias. Su mente la llevó a razonar de nuevo sobre el lugar en que estaban y las circunstancias, sin embargo llevaba dos días completos en el palacio y no parecía ser un sitio en el que temer por su seguridad, lo único que podían enfrentar sería a una de las encargadas del baño entrando sin permiso. Un leve toque de la lengua sobre sus labios la estremeció y suspiró al percibir los pezones tensarse contra la tela que los cubría bajo el hitoe y se volvió a estremecer con algo más de fuerza al comprobar que su sexo también se humedecía.
Atrapó uno de los labios de InuYasha con los suyos en una mezcla entre el alivio y el ansia.
Comenzó a desanudar el cinturón de su hakama, que hoy era de color olivo, y escuchó cómo su compañero gruñía ante la comprensión de su aceptación. La ayudó a liberarse de las prendas superiores, en tanto ella se deshacía de las inferiores. Se arrodilló sobre el piso de madera, para quitar el hakama por los pies y sintió la boca de InuYasha atrapando un pezón, siendo la sacudida que dio su cuerpo la que hizo más evidente su deseo.
Escuchó un nuevo gruñido por parte de él y se sintió elevada del suelo, siendo sostenida y cuidada en el movimiento, hasta que estuvo dentro del agua cuya temperatura no resintió en absoluto. Lo escuchó suspirar cuando la sentó por delante de su propio cuerpo y la rodeó con los brazos para experimentar la anhelada sensación de calma que les daba el estar así de juntos. La desnudez en ellos significaba ya tantas cosas y una de ellas era el reencuentro. Cerró los ojos y de inmediato comenzó a notar que su cuerpo se relajaba dentro del agua caliente. Inclinó la cabeza hacia adelante, descansando la mejilla sobre uno de los brazos que la rodeaban.
—Así, mejor —lo escuchó decir.
—¿Mejor? —comenzaba a sentir el sopor delicioso del calor del agua y de su compañero.
—Sí. Olías demasiado a ese brujo —se sorprendió ante el comentario. Una inquietud y su potencia le habían sido reveladas en un susurro.
No llegó replicar, no habría podido hacerlo ni aunque lo hubiese pensado. Los labios de InuYasha se habían posado sobre su cuello justo al terminar la nuca, recordándole a su cuerpo la poderosa carga emocional que tenía para ella esa caricia. A continuación los colmillos le acariciaron la piel de forma basta y la lengua suavizó esa misma caricia. Se escuchó suspirar una vez más como respuesta y dudo de si lo hizo antes o después que él le pinzara un pezón con dos dedos. Se removió, sentada en el bordillo del escalón del ofuro y pudo percibir la erección de su compañero en la parte baja de su espalda. Un instante más tarde los dedos de él estimulaban y comprobaban la humedad de su intimidad. Sus fluidos se entremezclaban con el agua y se mantenían calientes en su interior. Fue consciente del modo en que este encuentro estaba destinado a ser breve e intenso y aquello no sólo le pareció perfecto, si no que era justo lo que necesitaban ambos.
InuYasha —suplicó su ansia y su compañero respondió a ésta.
Sintió que le acariciaba los muslos con las manos abiertas y extendidas, mientras los recorría por debajo hasta posicionarse en el lugar adecuado para alzarla unos centímetros y sentarla hacia su vientre. Sus sexos se tocaron y separó un poco más las piernas para sentir mejor el roce de la erección atrayendo más calor a esa zona. Llevó una mano hacia adelante y masajeó con un par de dedos el canal inflamado que se le marcaba a InuYasha cuando se endurecía. Lo escuchó mascullar una maldición sobre la piel de la espalda y se sintió poseedora de su delirio. Suspiró una sonrisa y alzó la cadera rozando ambos sexos en una caricia que finalmente la hizo resoplar.
Lo escuchó sisear y reír con oscura diversión, para luego percibir un murmullo junto a su oído.
—Yo lo hago —ejecutó un balanceo con la cadera que resultó tan certero como la más precisa de sus maniobras en batalla. Sintió la punta del sexo tocar la entrada al suyo y empujarse dentro lo suficiente como para permitir que entrase sólo la punta, comenzando a abrirse paso.
—Por Kami, InuYasha —no pretendía que sonase a suplica y aun así lo parecía. Hubo algo lascivo y primitivo en percibir como se distendía y se ajustaba su entrada para acoplarse a él.
Lo escuchó suspirar y lo acompañó en ese suspiro, con total consciencia de las sacudidas que daba su erección. Lo escuchó maldecir otra vez y sintió la presión de los dedos en la sujeción que mantenía por la parte baja de sus muslos. El sopor del agua y el vapor en el aire parecían acrecentar la sensación de distorsión que todo iba adquiriendo. Acarició con las puntas de los dedos la parte de la erección que aún no entraba en ella, sintiendo su dureza y la leve vibración de la sangre que contenía. Lo escuchó murmurar una declaración soez sobre lo profundo que quería entrar en ella y a continuación concretó la amenaza.
Gimió, se retorció y cerró los ojos ante la fantástica sensación de estar llena. No importaba cuántas veces lo hubiesen hecho ya, siempre el acoplamiento era certero y sacudía todo su cuerpo.
—Kuso, Kagome ¡Cómo necesitaba esto! —ella lo sabía, su aura se había expandido para cercar la propia.
Enseguida notó los besos temblorosos que él fue dejando en su cuello y en los hombros. El pelo le colgaba todo hacia adelante y se abría como tinte oscuro por sobre el agua. Fue consciente del intenso calor interno que comenzaba a subir por su columna, un poco más con cada movimiento firme de InuYasha hacia arriba y dentro de ella. Lo escuchó sisear, escuchando sus propios quejidos lastimeros al sentir que retrocedía antes de hundirse de nuevo en su interior.
La abrazó, cruzándole el pecho con un brazo y acariciándole con la mano la mejilla. Le escuchó la respiración agitada y entrecortada junto a su oído, acompañada de tres palabras que en principio no entendió.
—No te asustes —fue un susurro afectivo y casi dulce, el que vino acompañado de una exclamación que se entremezcló con un gruñido— ¡Largo de aquí!
Se sorprendió y sólo en ese momento captó la presencia de pasos al otro lado de la puerta. Comprendió que serían las youkais que estaban asistiendo el baño antes que InuYasha llegara. Por un instante sintió la ansiedad de estar siendo descubierta, la que inmediatamente fue aplacada por una nueva entrada profunda de su compañero.
—No hagas caso, olvídalo —la conocía bien y por lo mismo no estaba dispuesto a dejarla pensar—. Me gusta tanto cuando me oprimes así.
La declaración la bañó en una intensa ola se excitación y comprimió aún más las paredes de su sexo de forma casi inconsciente. Lo sintió gruñir sobre su nuca y a continuación la guio inclinándola hacia adelante. Llevó las manos a los costados del ofuro para darse un punto de soporte y no se equivocó al hacerlo, lo comprobó al sentir la forma brutal en que InuYasha comenzó a entrar en ella. Supo que se habían acabado las pausas y que desde aquí sólo se detendrían cuando ambos se deshicieran de placer. Cerró los ojos y liberó lamentos y suspiros con cada uno de los embates que él daba. Le dolía cada golpe y del mismo modo le daba un intenso deleite. Su erección la estaba tocando en un punto exacto y con cada golpe el estímulo se hacía mayor. Sentía el modo en que las paredes de su interior mantenían la presión, creando un cúmulo de energía en su vientre la que le avisaba que pronto estallaría.
Necesitaba saber si él estaba igual de cerca, así que llevó una mano hacia la unión, rozó los testículos con la punta de los dedos y su propio cuerpo reaccionó con una descarga de excitación al notar lo duros que estaban.
—Kagome —lo escuchó balbucear una súplica con su nombre que aplacó ligeramente las embestidas. Sintió que necesitaba esto, ser la dueña de las sensaciones de su compañero. Volvió a acariciar la piel rugosa de esa zona con particular delicadeza y él volvió a suplicar—. Me vas a hacer…
Acabar —pensó ella y la sola idea la hizo temblar.
Volvió a sostenerse de los bordes del ofuro y comenzó a mover la cadera formando círculos sobre la de InuYasha, en tanto continuaba dando caricias en aquella zona particularmente sensible para él. La tenía sostenida por el pecho y la cadera y notó la presión de los dedos sobre las sujeciones.
—Bruja —le murmuró sobre el hombro para luego abrir la boca y atrapar la zona entre los dientes. Fue consciente de la presión de los colmillos sobre la delgada piel por encima de la clavícula, sin embargo eso no la asustaba. La pasión que se estaba desbordando, tanto como el agua del ofuro, la estaba calmando y le daba un pequeño acceso de normalidad y de perfecta unión con él. Al paso de un corto instante sintió el vaho caliente de la respiración liberado en un quejido. Soltó el intento de mordida y le volvió a hablar—. Bruja —repitió como parte de una letanía que no estuvo segura de sí buscaba ser oída.
Quiso girarse y besarle y cabalgar sobre él hasta que ambos se abandonaran en el espacio infinito del orgasmo. La idea se nubló en su mente cuando él deslizó la mano que mantenía sobre su cadera hacía la zona entre sus piernas. Kagome se tensó al sentir el toque del pulgar sobre el clítoris, creando un conocido y efectivo movimiento circular que le trajo placer y desesperación a la vez. Contuvo el aliento cuando otro de sus dedos fue a acompañar a su erección, creando una presión mayor en su interior. InuYasha estaba tocando un punto dentro de ella y ese toque, acompañado del pulgar sobre su clítoris, creaba un estímulo que la llevó a emitir una súplica extensa. Su cuerpo comenzó a temblar, al principio de forma suave, hasta que el temblor comenzó a hacerse cada vez más fuerte y a diseminarse desde el centro hasta las extremidades. Las embestidas de InuYasha se hicieron más fuertes y la presión de sus dedos en los puntos precisos consiguieron que su orgasmo llegase de forma vertiginosa y arrasara con ella. Durante un instante sólo fue consciente de la forma en que su cuerpo temblaba en tensión y de la manera en que su compañero gruñía, siseaba y se desesperaba en busca de su propia culminación.
—No me sueltes... No me sueltes —lo escuchó suplicar en medio de la tensión de su cuerpo.
Le sostuvo la mano que le cruzaba el vientre y comprimió las paredes de su sexo en medio de una sensación apabullante.
—Fuerte, mi amor… fuerte —pidió, aun medio desconectada de sí misma.
Pudo sentir el modo en que InuYasha se tensaba, embistiéndola con la fuerza que le había pedido. Lo escuchó bramar al inicio de su propio clímax y por el modo en que presionó los dedos que aún mantenía en ella, se sintió al borde de un segundo orgasmo concadenado. Tembló, sin llegar a ello, y sintió que él se echaba hacia ella para sostenerse mejor ahora que su cuerpo se sacudía de placer.
Temblaba.
InuYasha no llegó a recuperar el aliento antes de hablar. Lo hizo cuando aún el orgasmo estaba dando los últimos bandazos y su mente era una maraña que se entrelazaba con sus emociones.
—Te necesitaba tanto —su voz sonaba contraída, presa aún de la reciente liberación. Supo que a su compañero lo acompañaba en su viaje un peso enorme que le embebía el alma y esperó a poder compartirlo cuando él estuviese listo.
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Continuará
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N/A
AnyaraXXX
¿Qué más puedo decir?
El ambiente, la situación, la tensión de todo lo que están viviendo… Había que desfogarla.
AMO Ēteru, de un modo que no sé si algún día conseguiré contar
Espero que disfrutaran del capítulo y que me cuenten en los comentarios.
Gracias
Anyara
