Ēteru

Capítulo XLVII

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Aquellos que son

Bendecidos de entre

Los que no saben

Serán cercanos a la

Naturaleza

De toda existencia

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Estaba arrodillado en medio de un lugar que se había convertido en un paraje yermo. Los grandes árboles del bosque se mantenían como columnas oscuras y humeantes y lo que alguna vez había sido hierba fresca ahora sólo era tierra seca, quemada, rociada de hollín y sangre. InuYasha podía ver los cuerpos de aquellos que habían luchado, dispersos alrededor. Sus rostros desencajados lo miraban acusándolo de la tragedia. Un rayo constante cruzaba el cielo oscurecido por la nube provocada por el fuego que había quemado el bosque en cuestión de un instante. Su estridencia lo llenaba todo y la energía que de él emanaba le erizaba el vello y le electrificaba el pelo. A pesar de ver la masacre a su alrededor, él sólo podía sentir el cuerpo inerte de Kagome entre sus brazos y las lágrimas que se secaban en sus mejillas nada más brotar, debido al calor del entorno.

InuYasha.

Escuchaba su nombre o ¿Era el murmullo del fuego que aún quemaba el interior de los árboles?

InuYasha.

Sí, parecía su nombre y aun así no encontraba la fuerza para intentar saber de dónde provenía.

El rayo constante tronó de nuevo y brilló intensamente durante un momento. Parecía como una grieta que partía el cielo en dos. Entonces, apareció ante él una figura semi oculta por la nube de humo. Gruñó y buscó a su lado la empuñadura de Tessaiga, consciente de no soltar a Kagome. No abandonaría su cuerpo, había decidido quedarse ahí con ella hasta que el suyo sucumbiera por la batalla o por el tiempo. El ser ante él continuaba acercándose, su visión no conseguía enfocar bien sus facciones, menos aún darle un atisbo de quién era. Finalmente esperó, con su espada sostenida por la empuñadura aunque ésta no tuviese intención de transformarse.

Ya no tenía nada que proteger.

—¿Quién eres? —intentó exigir, sin embargo la garganta le quemaba por los alaridos de dolor que había soltado cuando vio caer a Kagome.

InuYasha.

Otras vez su nombre.

—¿Quién eres? —insistió y la figura ante él avanzó un nuevo paso, permitiéndole visualizar las orejas que coronaban su cabeza y luego el resto.

Se vio como si estuviese ante un espejo. El personaje que tenía delante vestía ropas idénticas a las suyas, además de una armadura que le protegía el torso. Lo miró directamente a los ojos, dorados al igual que los propios, sin embargo lo que destelló ante él fue el medallón que colgaba de su cuello.

—¡InuYasha!

Se incorporó de un saltó que lo alejó del futón y se agazapó para protegerse de quién fuese. Estaba desnudo y le costó un instante comprender que tenía a Kagome delante, desnuda al igual que él.

—Soy yo —se indicó a sí misma, cómo intentando traerlo de vuelta de algún lugar.

Miró al suelo y le costó centrar su pensamiento. Se tocó el pecho, en él encontró el dolor roto de la perdida. Entonces miró nuevamente a Kagome, esperando comprender lo que sentía y lo que veía.

—Estás aquí —murmuró con la voz roída producto de una garganta herida por los gritos.

—Lo estoy —ella se acercó un poco, deslizándose sobre el futón para extender su mano e intentar llegar a él.

InuYasha se quedó mirando la mano que le ofrecía y buscó dentro de sí la coherencia que le dijese que ésta era la realidad y no el lugar del que venía. Le resultó difícil y sólo lo consiguió cuando se tocó la cara y descubrió las lágrimas que había llorado en mitad de esa pesadilla. Miró a Kagome y sintió que todo el cuerpo le temblaba. Se echó hacia ella para aferrarla, casi llevándola atrás consigo.

—Tranquilo —la escuchó decir y tuvo deseos de replicar.

¡¿Cómo voy a estar tranquilo?! Estabas muerta —pensó. No dijo nada. La estrechó un poco más.

Notó que ella lo rodeaba con sus brazos y le daba besos ahí dónde podía: cuello, mandíbula, pecho. Al paso de un instante largo comenzó a aligerar la sujeción en torno a Kagome y la escuchó suspirar aliviada. Un pequeño acceso de culpa quiso hacerse parte de él, sin embargo suficiente culpa había sentido ya al pensar que había muerto porque no pudo protegerla. Pasó el dorso de una mano despreocupadamente por sobre el vientre desnudo de ella.

—Te vas a enfriar —dijo, con la voz algo menos rasgada.

Tomó la manta que los había cubierto mientras dormían y se la echó a su compañera por la espalda para cerrarla por delante y que consiguiera recuperar calor.

—¿Qué has soñado? —la escuchó preguntar y desvió la mirada hacia su hitoe para alcanzarlo; no se atrevía a mirarla directamente.

—Nada importante —deseó quitar peso a la situación, no quería preocuparla más. Sin embargo, debía contar con que Kagome no se conformaba con facilidad, nunca lo hacía.

—InuYasha —su nombre sonó con ese deje de insistencia dócil que ella había aprendido a usar y del que le costaba mucho escapar.

Chasqueó la lengua antes de responder.

—Ha sido un jodido mal sueño, nada más —esperaba que con eso ella se conformase. Aún le costaba mirarla a la cara y no ver su expresión sin vida.

Su compañera se quedó en silencio un momento, estaba seguro que evaluaba la validez de su respuesta. Hizo un leve gesto con su cabeza hacia un lado, un suave movimiento que reconoció y que Kagome empleaba cuando algo no la convencía y sin embargo decidía aceptarlo; al menos de momento.

—Ven, descansa conmigo un poco más, aún falta para el amanecer —abrió la manta que él le había puesto encima.

InuYasha pensó en descartar la oferta de momento e ir a tomar un poco de agua y aire para aclarar sus pensamientos. Sin embargo observó el lugar que Kagome le ofrecía junto a ella y sin pensarlo mucho más se refugió. Habitualmente era él quien le ofrecía su brazo y pecho como almohada, aunque en algunas oportunidades los papeles se cambiaban y, tal como ahora, era su compañera quien lo cobijaba. Sentía los besos que ella dejaba sobre la coronilla y la caricia lenta y amorosa de los dedos alrededor de una de sus orejas.

De pronto se sintió invadido por todas las emociones que había llegado a sentir con ella. Recordó que en algún punto de todo lo vivido juntos, Kagome se había convertido en una unidad con él. Era como tener el corazón viviendo en otra parte; si a ella le pasaba algo, él se moriría.

Le dio un beso en el pecho, justo sobre el corazón, y luego buscó su mirada hacia arriba. Los ojos castaños, iluminados por la luz de la noche que entraba por el panel de papel que componía la puerta, le mostraron comprensión más allá de la inquietud.

—Te protegeré con mi vida ¿Lo sabes? —no le dio razón sobre aquella declaración, ni quería contarle la horrenda pesadilla de la que acababa de salir, sin embargo necesitaba recordarle esa promesa.

—Lo sé, siempre lo has hecho —sintió como se acentuaba la caricia que le daba con los dedos entre el pelo.

Le despejó la frente y la vio acercarse para dejar un beso largo en esa zona.

—Ahora descansa, en este momento te protegeré yo —la declaración de Kagome le sonó hermosa, venida desde su suave timbre de voz, no obstante firme y segura.

Cerró los ojos e inhaló profundamente, amaba sentir su propio aroma mezclado con el de ella. Percibió, también, con algo más de nitidez el aroma de la vida que llevaba consigo.

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Al amanecer InuYasha propuso salir del palacio, llevar el libro y buscar algún tipo de información sobre la aparición que él se había encontrado en el bosque. Kagome estuvo de acuerdo, además pensó en que sería bueno para su compañero estar en un ambiente que le resultase más agradable que el encierro de las paredes de la habitación. Conociendo su temperamento inquieto, el aire libre le vendría bien.

Le costó volver a dormir, después de la pesadilla que había tenido y de la que no había querido comentar nada. Lo sintió removerse sobre el futón y en algún momento en que abrió los ojos para mirarlo, se lo encontró observando las vigas que sostenían el techo con un antebrazo descansando sobre la frente y los pensamientos muy lejos del espacio que observaba.

Mientras iban caminando por unos de los pasillos de madera perfectamente limpios y ella divagaba en medio de las preguntas que se hacía sobre lo que ocupaba la mente de InuYasha, éste la miró de pronto y le habló de ese modo categórico que solía usar cuando no había debate sobre sus conclusiones.

—Tienes hambre —declaró y la sorprendió ligeramente.

—Sí, un poco —aceptó con más facilidad de la que él pareció esperar, dada la mirada clara que le dedicó.

—Pasaremos por la cocina y pediremos algo, seguro que nos darán.

—Si lo pides tú, seguro —no quería exponer de forma abierta lo molesta que se sentía cuando algunas de las hembras que se dedicaban a mantener activo el palacio lo atendían con particular beneplácito. No era ciega, lo miraban con interés mal disimulado, estuviese ella o no presente. De hecho, parecían ignorarla a propósito.

—¿Te han dejado sin comer? —preguntó con un tono que mixturaba el enfado con la preocupación.

—Oh, no, no —se apresuró a aclarar. Desde luego no quería que su posesividad hacia él le diera un problema gratuito a nadie.

—¿Entonces? —insistió.

Se sonrió, intentando dejar el tema en ese limbo en el que caen todas aquellas cosas de las que no queremos hablar.

—Vamos por algo para comer —le tomó la mano y él se tardó un corto instante en responder, enlazando sus dedos y sosteniéndola.

Hicieron el recorrido hasta la cocina y tal cómo Kagome había previsto a InuYasha no le costó nada conseguir que le diesen algunas raciones de arroz y un bentō con curry. Ella se mantuvo a una distancia prudente, buscando un punto del jardín que observar para no dejarse llevar por pensamientos oscuros inútiles. No podía evitar que otros vieran características atractivas en InuYasha, estaban en su naturaleza y ella no las limitaría.

Una vez estuvieron fuera del palacio, se alejaron unos cuántos minutos caminando, hasta que encontraron un lugar junto a las raíces de un árbol guía, uno de aquellos que por antigüedad y tamaño servían para situarse en mitad de un bosque. Se acomodaron, usando las raíces como resguardo e InuYasha le entregó una ración de arroz para que comenzara a comer.

Mientras ella se alimentaba, él empezó a desenvolver el libro del morral de tela en que lo había trasladado y comenzó a buscar en él. Kagome saboreó el arroz y de inmediato empezó a sentir que su estómago agradecía el alimento. Bebió un poco de agua, de una cantimplora de bambú, muy similar a la que solía llevar en el Sengoku. Para ella era completamente reconocible todo lo que se usaba en el palacio, como de otro tiempo, y aun así le costaba olvidar que estaban en la era moderna.

—¿Qué has encontrado? —le preguntó a su compañero cuando lo vio leer con atención. Luego le dio un mordisco a la bola de arroz que tenía en la mano.

InuYasha comenzó a leer.

—… Existe una relación jerárquica entre las deidades y los humanos. Según lo que cuentan en las aldeas los ancianos: es el orden natural sobre el que se ha construido la fe y la vida —sonaba solemne— Al inicio había tres dioses: Amaterasu, Tsukuyomi y Susanoo. Sol, Luna y Tormenta. Eran puros, venidos del propio Izanagi. De la fuerza de ellos tres, surgieron Genbu, Suzaku, Byakko y Seiryu. Norte, Sur, Oeste, Este. Tierra, Fuego, Aire, Agua.

—Eso lo conozco —intervino Kagome, recordando que esto había aparecido para ella durante el adormecimiento en que estuvieron dentro de la Perla Negra—. A continuación detalla los atributos de las creaciones elementales.

InuYasha siguió la lectura en silencio por un momento.

—Sí. Genbu, Suzaku, Byakko y Seiryu —confirmó.

—Sigue —le pidió.

Luego, desde ellos, comenzaron a aparecer los seres mitológicos. Al principio se trataba de creaciones hermosamente amadas por cada una de las cuatro deidades, destinados al cuidado de la creación mayor y su equilibro. Sin embargo, cuando se dota de voluntad a un ser, éste busca su trascendencia y, por tanto, el instinto lo lleva a pretender la comprensión de su propio caos e iniciar su propia creación —detuvo la lectura y comentó—. Ahora comienza a detallar una especie de jerarquía.

—¿Crees que es algo útil? —quiso saber, aunque no llegó a esperar a la respuesta— Olvida la pregunta, sigue leyendo.

InuYasha asintió, estaba de acuerdo en que la información no iba a sobrarles.

Daimashii o alma poderosa, es como se le conoce a la primera de esas creaciones. Son seres que rozan la eternidad, aunque pueden morir si son atacadas por criaturas de su mismo poder o que desciendan de las deidades —véase apartado: 'Descendencias' —casi suspiró ¿Cuántos apartados tenía este libro?

—¿Quieres que continúe? Así podrás comer algo —mientras decía aquello le pasaba el bentō con el curry.

—Sí —fue la escueta respuesta que recibió, mientras InuYasha dejaba el libro por delante de ella.

Kagome aclaró un poco la voz y retomó la lectura donde él la había dejado.

DaiYoukai o poderoso espíritu, seres creados por las deidades superiores para ser observados en sus vidas y mostrar a seres prácticamente eternos el significado de la vida y la muerte. Son seres longevos, que consiguen vivir milenios —aquí hizo una pausa—. Tu padre era un DaiYoukai ¿Es así?

—Eso es lo que me ha dicho Myoga —contestó, intentando que no se le escaparán los granos de arroz de la boca. Kagome pensó en sonreír ante la imagen, sin embargo había cierto halo de seriedad que no le permitía distraerse. Era como si realmente estuviese leyendo algo único y muy bien trabajado. Preparado para ser descubierto.

—Ahora habla sobre los Youkais, leeré un poco más —escuchó el asentimiento de su compañero que parecía mucho más hambriento de lo que habría supuesto, sobre todo después de haber cenado tres veces más que ella—. Youkai o espíritu, seres nacidos de los DaiYoukais, que no llegan a asemejar su poder. En algunos casos estos seres perfeccionan sus capacidades y pueden llegar a convertirse en poderosos espíritus o DaiYoukais. También pueden degradar su poder y con el paso de las centurias y milenios, se convierten en entidades oscuras de las que emanan criaturas inferiores y deformes.

—¿Naraku? —InuYasha dejó la pregunta para que ella la confirmara.

—Creo que no es tan simple como eso, Naraku fue el resultado del pacto de Onigumo al ofrecerse como recipiente de esas otras emanaciones youkai. Probablemente los demonios que lo poseyeron fuesen de esos youkais degradados de los que se habla.

Lo escuchó aceptar aquello. Continuó con la lectura.

Mashi o alma superior, hace referencia a las criaturas nacidas entre un Youkai y un Hanyou. Son seres longevos y pasan fácilmente por Youkais —ambos comprendieron que en ese rango estaba Nyoko, ella misma se los había dicho—. Hanyou o medio extraño…

—¿Medio extraño? —InuYasha pareció quejarse. Kagome le indicó silencio y lo escuchó refunfuñar en respuesta.

—… son los seres nacidos de la unión de un Youkai y un Humano. En este grupo también podría considerarse a un ser nacido entre un Mashi y un Humano, aunque esta información es meramente especulativa ya que no se conoce caso alguno. Su longevidad, fuerza y aspecto está directamente relacionado con la estirpe Youkai que lo ha engendrado —paró la lectura y comentó—. Al ser hijo de un DaiYoukai tu longevidad está asegurada —sonrió.

—Anda, deja ese tema —se quejó y tomó el libro para continuar él.

Kagome pensaba que los años juntos habían suavizado en algo el asunto de su corta vida en comparación con la de él, no obstante su reacción le decía que no. Mantuvo el silencio, aunque se inclinó un poco hacia el brazo de su compañero, tocándolo con el hombro.

Shihanyou o poco extraño —casi fue necesario hacer una pausa. Ambos sintieron que el corazón se les expandía un poco al recordar a Moroha. Para InuYasha resultó incluso más complejo dado su último encuentro con ella. Tomó aire nuevamente y continuó con la lectura—, se llama así a las criaturas nacidas de Hanyou y Humano —sintió que Kagome le tocaba el brazo en señal de unión— . Su longevidad es mayor a la de un Humano, sin embargo al igual que con un Hanyou ésta depende de la estirpe que lo ha engendrado y sucede lo mismo con su fuerza y aspecto.

—Bueno, ya sabíamos que era fuerte —intentó sonreír Kagome— ¿Recuerdas cómo nos apretaba los dedos con sus manitas?

InuYasha asintió, poniendo una mano sobre la de su compañera, para él había sido evidente el suave quiebre en su voz. Continuó con la lectura.

En este punto llegamos hasta los Humanos. Entre ellos encontramos: Humanos Mashi o Humanos con alma. Son aquellos que traen consigo la capacidad espiritual ya desarrollada y que es puesta al servicio propio y de otros. Entre ellos se encuentran monjes, hechiceros, brujas y sacerdotisas —la miró, fue inevitable—. Bruja —le susurró con una suave sonrisa que Kagome le devolvió con cierta picardía. Necesitaba animarlo, luego continuó—. Humanos. Aquellos que no portan ningún tipo de cualidad, además de la vida.

—¡Vaya! —expresó Kagome— Me sorprende que se haga una diferencia entre humanos.

—¿Por qué? También se hace en youkais —él no veía un problema en aquello.

—Claro, visto así —descansó la cabeza en el hombro de su compañero y esperó a que continuara leyendo e InuYasha así lo comprendió.

A mencionar: Se hace referencia al Youkai, y a las creaciones que derivan de él, como sinónimo de demonio. Esta interpretación procede de los pequeños poblados que existían hace cientos de años y se da debido a que una parte de los Youkais han sido responsables de matanzas y destrucción en las aldeas.

—Tiene sentido —aceptó ella.

La energía que compone a cualquier ser de los antes mencionados, es totalmente neutra, por tanto, la definición de bien y mal se instala a través de la personalidad del ser en cuestión, de las experiencias vividas por éste y de la forma en que ve el mundo. Cada uno de estos seres, desde los Youkais hasta los humanos, presenta variaciones de conducta y carácter que a su vez han dado nombre a los clanes, tribus y sociedades a las que pertenecen.

—¡Eso tiene total sentido! —Kagome se incorporó sobre sus rodillas y exclamó con entusiasmo. Le prestó atención para ver si le aclaraba un poco la razón de su emoción, sin embargo ella sólo lo miraba como si tuviese que saber algo— ¿No lo entiendes? —le preguntó.

—Entiendo que quizás te ha picado algún insecto y me miras para que lo mate —jugó un poco, aprovechando el buen humor de ella. Se sentía triste por lo descubierto con Moroha y necesitaba un aliciente para salir de esa sensación.

—El bien y el mal no tiene nada que ver con ser o no youkai o hanyou —lo indicó con la mano como muestra de referencia—. Nosotros lo hemos comprobado y este libro es la prueba que no somos los únicos que lo hemos visto.

—Oh, bueno, eso ya lo sabíamos —en realidad a él no le había impresionado el leer aquello, no obstante a Kagome le pareció fascinante.

—Sí, tú y yo —volvió a sentarse sobre sus tobillos—, Sango y Miroku, Kaede; ya me entiendes, aquellos que han podido conocer o convivir con seres sobrenaturales. El libro es una posibilidad para que más personas lo entiendan.

—Humanos ¿Dices? —Kagome asintió— Me parece que no muchos han leído esto, ya ves que siguen viviendo separados.

—Puede que ya estén viviendo juntos, recuerda que nos encontramos con un youkai por la calle aquella noche.

—Sí y nos atacó —aclaró.

—Sí, pero ese es un detalle —le restó importancia. InuYasha la miró sorprendido.

—¿Un detalle? —hizo hincapié y aun así su compañera lo ignoró.

—La cuestión es que puede que ya estén entre los humanos, viviendo vidas normales y tranquilas.

No se equivocaba, su propia hija era una prueba de ello. InuYasha se sintió reconfortado por el optimismo de Kagome. Era cierto que en ocasiones lo exasperaba, no obstante ahora mismo le hacía falta.

—Es probable —aceptó, finalmente y se mantuvo enfocado en ella un poco más.

—¿Sigues? —lo alentó.

Asintió y volvió con la lectura.

Se dice en las aldeas más antiguas que han sobrevivido a las innumerables guerras, que para mirar la jerarquía de los seres que componen el mundo, se debe pensar en un árbol cuya raíz es el Humano y cuyo fruto maduro el Daimashii. Las deidades superiores son el cielo.

Kagome suspiró al sentir que integraba esa información.

Así, como en todo, la armonía entre los elementos, cualesquiera sean, es lo que lleva al cielo y una desarmonía en esa energía vital es el camino al infierno. También se dice que las Deidades y sus cercanos pueden ser vistas por sus inferiores, paseando por el espacio de una vida.

Ambos se quedaron en silencio. El apartado sobre las jerarquías había terminado.

—¿Qué sigue? —quiso saber Kagome.

—Sobre esto, nada más. En la siguiente página hay un apartado que dice: Leyendas —explicó.

Se quedaron asimilando la información y con una duda que parecía silenciarlos a ambos: ¿Tenía sentido continuar por este camino y esta información?

—Sigamos —decidió Kagome, aunque ninguno de los dos había expresado la duda en voz alta.

InuYasha prosiguió.

De entre todos los seres elevados el Daimashii es el más curioso. Su creación surge de la raíz misma del 'Árbol Esencial' y su destino es nacer con la luz del mundo y morir cuando éste acabe, por tanto no conoce más que la vida y la muerte es una incógnita. Por eso es que no son pocos los Daimashii que crearon nuevas criaturas a su imagen, con una vida larga, aunque finita. En ellos podían observar a la muerte. Como la observación del tránsito de una vida larga se les hacía tedioso, dieron a sus hijos la capacidad no sólo de engendrar, si no también de emanar creaciones a partir de sí mismos. Esas criaturas a su vez creaban y engendraban y así, una y otra vez, dando paso a vidas más y más cortas, que los Daimashii observaban y por primera vez comprendieron la muerte y el dolor que dejaba en los que no morían —miró a Kagome que permanecía a su lado en silencio, pareciendo incluso fascinada con la historia. Continuó—. Se dice que así los Daimashii fueron generando otra curiosidad: las emociones. En ellas se dispersaban y tocaban algo mucho más profundo que la vida o la muerte: el sentido de vivir.

—Increíble —dijo ella, pensando que había terminado. InuYasha alzó un poco la mano, para indicarle que esperara y leyó las últimas líneas.

Cuenta la leyenda que los Daimashii bajan y se mezclan con sus descendientes, para mirar a los ojos de quienes tienen un 'sentido de vivir'.

Se miraron y comprendieron la emoción refleja de uno en el otro. Estaban felices de encontrar algo parecido a una explicación sobre el encuentro que tuvo InuYasha, aunque comprendían que no tenía utilidad para ellos ahora mismo.

Kagome se echó atrás en la hierba y miró las ramas del árbol y las hojas nuevas que comenzaban a verse con claridad.

—Si se te vuelve a aparecer la mujer aquella, pregúntale qué quiere. Quizás responda —se animó a decir, tocando con la palma de una mano la espalda de su compañero que la observaba de medio lado.

InuYasha asintió, aunque no estaba muy seguro de si hacer eso serviría de algo. La información leída sería útil, desde luego siempre sería mejor saber aquello que no saberlo. Ahora se centrarían en el paso siguiente, y así quiso comunicárselo a Kagome.

—Ahora, háblame de las ofrendas —pidió.

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InuYasha se encontró frente a la puerta del templo del onmyouji, tamborileando los dedos de una mano sobre el otro brazo en un acto de impaciencia que quedaba oportunamente oculto entre las mangas de su kosode rojo. Kagome había entrado en el lugar hacia varias eternidades, según su cálculo emocional, lo que probablemente se pudiese traducir a un momento. Ella le había contado toda la información que había podido recabar sobre las ofrendas y de paso le mencionó que debía escribir algunos jumon, conjuros, que les servirían para sostener la energía que luego se usaría como ofrenda. Cada uno de esos jumon debía ser enrollado y conservado en un cilindro de bambú que sería sellado, con un grabado a fuego, en el momento de obtener la ofrenda correspondiente. Para escribir los conjuros necesitaba un ritual de purificación que estaba haciendo ahora dentro del templo, InuYasha podía oler las hierbas que estaban quemando. Luego se debían escribir, recitando mantras para otorgarles el poder que se les estaba solicitando, y consagrar mediante un ritual de meditación y conexión.

Con todo aquello a él no le quedaba más que esperar y soportar que el brujo ese acaparara a Kagome con su conocimiento y capacidad. Intentó pensar en que era un hombre que sabía muchas cosas, tal como Miroku y nada más pensar aquello se dio cuenta que era un mal consuelo. Sin embargo se preguntó ¿Qué le diría su amigo el monje?

InuYasha, debes ser paciente —pensó, escuchando en su cabeza la voz de Miroku.

Eso ya lo estaba siendo, mucho más de lo que cualquiera que lo conocía esperaría de él.

Quizás fuese buena idea dar una vuelta por el bosque, gastar algo de energía para no seguir pensando en algún método para hacer sufrir al onmyouji. Suspiró, no quería dejar a Kagome sola, aunque no estuviese con ella ahí dentro su compañera sabía que él estaba aquí, plantado como un árbol más.

Comenzó a caminar de un lado a otro por delante del templo, como un precario modo de gastar energía. Por más que llenaba los pulmones de aire, hasta que la presión le indicaba que no había lugar a más, y luego lo expulsaba en una fuerte descarga que lo ayudara a agotarse, nada le servía.

Miró una vez más la puerta cerrada del templo y se dijo a sí mismo que podía permitirse una vuelta y volver antes que esa puerta se abriese.

De ese modo dio un salto que lo llevó a dar un segundo impulso sobre el tejado del edificio, quizás como una forma pueril de sentir que tenía el control. Desde ahí se adentró en el bosque.

El aire se cortaba a su paso, creando una ráfaga constante que le zumbaba en los oídos. Los músculos de las piernas comenzaron a tensarse y a exigir un poco más de velocidad para romper esa barrera. El olor de la maleza y el verde que brotaba en las ramas de los árboles se hacía más evidente a medida que más corría y se adentraba en la vegetación. El terreno comenzó a mostrar un ligero ascenso que tomó sin dificultad, hasta que comenzó a escuchar el agua que golpeaba sobre la superficie y las rocas. Por la intensidad del sonido llegó a la conclusión que sería una cascada de poca altura. No tardó demasiado en comenzar a ver el claro a través de los árboles y cuando lo alcanzó el sonido del agua llenaba el espacio auditivo por encima de los demás sonidos del bosque. Una refrescante bruma se alzaba y le tocaba la cara y el pelo. Se acercó a la orilla del río, se agachó y se mojó las manos, llevando éstas hasta su cuello. Se permitió un momento de descanso observando el entorno. El bosque era frondoso al otro lado de la corriente de agua y podía continuar con su carrera por ahí. Miró al cielo, el sol aún no estaba en lo alto, tenía tiempo. Se puso en pie y respiró profundamente antes de tomar impulso y saltar el ancho del río para echar a correr por entre los árboles.

—¡Kuso!

La exclamación fue el resultado de un dolor agudo en el muslo derecho, se detuvo de inmediato y se agazapó para observar alrededor. Se quedó muy quieto, observó el corte en su pierna y agudizó los sentidos. No conseguía olfatear a quien fuese que lo había agredido y no se animaba a blandir a Tessaiga sin un punto fijo al que dirigir el ataque. Prestó especial atención a los sonidos. Intensificó todo lo posible la capacidad de su oído y aunque cerrar los ojos lo habría hecho más efectivo, no podía permitirse prescindir de mirar. En este momento era capaz de escuchar el débil crujido de las ramas de los árboles al soportar el peso de quienes lo rodeaban y gracias a eso pudo identificar varias posiciones, llegando a contar a doce seres. Empuñó su espada a la espera de algún movimiento, el que llegó de la mano de una daga en su dirección la que consiguió esquivar, no así una de las otras cuatro que le lanzaron. Notó un nuevo corte en la pantorrilla izquierda, con lo que ahora tenía una herida en cada pierna.

—¡Alto! —escuchó y reconoció la voz de inmediato— ¡Dije que lo detuvieran, no que lo atacaran!

Se incorporó cuando vio aparecer por entre los árboles a la figura que esperaba. Continuó manteniendo el control de los sonidos alrededor, comprobando que nadie se movía.

—¡¿Qué es esto, Setsuna?! —interrogó con poca amabilidad.

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Continuará

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N/A

Qué ganas tenía de poner este capítulo!

Hay mucha información que creo importante para considerar el mundo en que se mueve ĒTERU.

Espero que disfrutaran de la lectura y que me cuenten.

Besos

Anyara