Ēteru
Capítulo XLVIII
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De entre todas las bellezas,
Hermano mío,
El despertar del pensamiento
Me parece la más hermosa.
-.-.-
Lo comprendo, querida.
La luz que surge
Es cálida e intensa durante
El parpadeo que la contiene
.
Kagome recibía la energía a través de permitir que ésta ingresara a su cuerpo del modo que decían los escritos del templo en el Sengoku, aquellos de los que había aprendido y con los que practicaba. La energía que conseguía acumular la llevaba a su corazón, como el mayor contenedor de ésta en su cuerpo, y desde ahí la dirigía a las manos, para posteriormente escribir el hechizo en el pergamino. La tinta se iluminaba de forma tenue, y durante un instante, cuando el pincel tocaba la superficie del papel, confirmando que el trabajo estaba efectuado.
Liberó un suspiro de alivio en el momento en que consiguió escribir el último conjuro. Al fin estaban listos para ser consagrados.
—Ha sido un trabajo arduo, Kagome sama —expresó el onmyouji con una reverencia de reconocimiento.
El hechicero permanecía dando vueltas entorno a ella, moviendo el incensario pendular para purificar el espacio de forma permanente.
—Ciertamente lo ha sido, Tetsuo sama. Agradezco su colaboración —ella también adjunto una reverencia a sus palabras.
—Prepararemos el altar para la consagración —propuso el hombre, con calma.
—Me parece lo correcto, aunque me gustaría salir un momento y tomar el aire —se puso en pie, mientras explicaba aquello.
El onmyouji asintió y por un momento creyó que iba a decirle algo más, sin embargo hizo una reverencia y se alejó hacia el interior del templo.
Kagome deslizó la hoja de la puerta y se sintió reconfortada por el aire fresco del exterior. El aroma intenso del incienso era útil para centrar los sentidos, no obstante la tenía incómoda e incluso algo mareada. Nada más dar un paso al exterior inhaló profundamente para, a continuación, comenzar a buscar a InuYasha. Por un momento pensó en que estaría cerca y llegaría en cuánto la supiera fuera del edificio, así que bajó la escalera y caminó un poco, como una forma de dar movimiento al cuerpo después del tiempo que llevaba sentada solemnemente escribiendo los conjuros. Al paso de un corto instante sin que InuYasha apareciese, se sintió algo inquieta ¿Dónde estaría? ¿Le habría pasado algo?
No seas obsesiva —se reprendió a sí misma. Su compañero no era un niño y sabía cuidarse, se recordó.
—Kagome sama —la voz del onmyouji la sacó de sus pensamientos y pudo ver que se acercaba a ella con dos vasos de cerámica, del estilo que se usaba en el palacio. Le ofreció uno—. Es té de jazmín.
Ella lo recibió con un gesto de agradecimiento y se lo acercó a la nariz para disfrutar de su aroma.
—Su compañero ¿No está? —preguntó.
—Debe haber salido a correr un poco. Eso le gusta —la explicación llego acompañada de una sonrisa.
—Lo comprendo —aceptó, después de todo él también era un hanyou.
Para Kagome resultó obvio que el hombre tenía algo más deambulando en su mente. Lo había notado también un momento atrás.
—Y usted, Tetsuo sama ¿Tiene alguien especial? —se animó a soltar la pregunta, dando un espacio al onmyouji para que se sintiera en libertad de compartir si así lo necesitaba.
Lo vio sonreír con suavidad, mientras miraba hacia el suelo.
—Es usted muy perceptiva Kagome sama —dijo en el momento en que volvió a mirarla a los ojos—. Tengo poco más de doscientos cincuenta años de vida y en todo este tiempo me he enamorado dos veces y en ninguna de ellas he conseguido mantener una relación duradera.
—Las relaciones no son fáciles, piden mucho y cuando son las correctas dan mucho también —quiso mostrarse comprensiva.
—Lo entiendo —aceptó—. Es por eso que me he detenido a observar el modo en que usted y su compañero se complementan. Me parece admirable.
Kagome hizo una suave reverencia con la cabeza a modo de agradecimiento.
—Somos una pareja inusual. Nos unimos a través de —de pronto se silenció y sonrió ante las palabras que pensaba decir. El onmyouji se mantuvo a la espera—… se podría decir que nos unimos a través del tiempo, de forma literal y simbólica.
—Sí, claro, la sacerdotisa del tiempo —Tetsuo la acompañó con la sonrisa.
—Exactamente —Kagome probó su té.
El onmyouji se mantuvo un momento en silencio.
—La distancia física no es precisamente el impedimento entre ella y yo —parecía querer decir algo más y no obstante finalizó la declaración con esas palabras.
—Son los corazones los que se acercan, no los cuerpos. Se puede estar a poblados de distancia, incluso en países diferentes, y los corazones permanecerán unidos. Sin embargo, se puede estar hombro con hombro y encontrarse en distintas sincronías sin siquiera reconocerse —Kagome quiso dar un poco más de amplitud a lo que él parecía necesitar escuchar. La forma en que el aura del hombre se había ampliado al hablar de la persona de su interés le mostraban el amor que sentía, aunque fuese en una pequeña referencia.
—Gracias, Kagome sama. Me ha dado otro prisma para mirar —Tetsuo se inclinó en una honesta reverencia que mantuvo un instante más de lo necesario— ¿Le parece que continuemos?
Kagome asintió y lo siguió hacia el templo, no sin antes mirar hacia lo profundo del bosque esperando encontrar una señal de su compañero.
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InuYasha observó a su alrededor y comprobó que ante las palabras de Setsuna, sus atacantes habían cambiado de actitud. Ella permaneció de pie junto a él, vestía el mismo tipo de indumentaria que le había visto dentro de palacio: un traje de cazadora.
—Te diría que lo siento, pero deberías saber que no puedes confiarte en estos bosques —ciertamente no era una disculpa.
No entendía lo que era esto y no tenía paciencia para esperar a que ella se decidiera a decir qué pasaba. En este momento sólo podía pensar en que había dejado a Kagome sola y que podían acometer hacia ella igual que acababan de hacer con él.
—No tengo tiempo para esto. Explícate ¿Por qué me has atacado? —exigió, con todo el cuerpo en tensión, haciendo caso omiso al dolor quemante en las heridas.
—Quería hablar contigo —la sutileza seguía ausente en su voz.
—Para mí esto no es un diálogo —le parecía imposible tener que remarcar lo obvio.
Setsuna no iba a pedir disculpas, eso estaba claro. Volvió a mirar al grupo que tenía alrededor. Bufó y se dispuso a abrirse paso, así tuviese que usar a Tessaiga para ello.
—Espera —lo sostuvo por un brazo e InuYasha miró la sujeción con poca simpatía—. Las dagas estaban envenenadas, dentro de poco estarás tirado en mitad del bosque a la espera de que tu cuerpo depure el veneno.
—Ya veré cómo me las arregló, no será la primera vez que tenga que lidiar con el veneno —se liberó del agarre. Ella no mentía, era consciente de cómo su visión comenzaba a hacerse menos clara.
—Tengo algo para contrarrestarlo, sólo te quitaré un momento.
No confiaba en Setsuna, tampoco confiaba en su hermana, sin embargo si quisieran hacer algo con él ya lo habrían hecho en las condiciones en que estaba y con el número de seres que los rodeaban.
Asintió una vez.
Pudo ver cómo ella sacaba un pequeño paquete de un bolsillo lateral de su traje y se lo extendió. Comenzó a abrir el envoltorio de tela y se encontró con unas hojas secas.
—Mastica las hojas durante un momento y luego escupe —le indicó.
Tomó lo que le ofrecía, para luego olfatear y reconocer las hierbas como de aquellas que Jinenji le enseñó a Kagome para los venenos. Se echó unas cuántas a la boca. Las trituró con los dientes y esperó un instante a que la saliva se mezclara con el jugo amargo que liberaban.
—Quiero hablar contigo sobre los rebeldes —la escuchó decir.
No pudo evitar tensarse al escuchar con claridad el movimiento por entre las ramas de los árboles de quienes la acompañaban y que parecían esperar por ellos. Le quedó claro que no estaban a la vista todos los seres que formaban esta comitiva. Odiaba no poder percibir su olor.
Así que para eso lo habían detenido.
Reunió las hojas mordidas con la lengua, formando un amasijo contra el paladar que luego escupió a un lado.
—Ya hablé con tu hermana sobre eso —respondió resuelto.
—Sé que lo hiciste. Quiero que me cuentes qué hablaron —aclaró.
Se mantuvo un momento en silencio y escrutando la expresión de la hanyou que parecía decidida y altiva. Ambos se midieron en ese tiempo, de un modo muy distinto a sus anteriores encuentros. Sentía curiosidad, debía reconocerlo.
—No lo haré. Pero te doy sólo hasta que el veneno deje de picar para que me cuentes tu versión —decidió.
Pudo ver que Setsuna asentía con un sonido de aprobación.
—Descansaremos aquí un momento—dijo para el resto de quienes acompañaban esta conversación desde el refugio de los árboles.
De inmediato pudo ver que los seres que estaban ocultos salían de entre las sombras y comenzaban a arrancar de los troncos de los arboles las dagas que le habían lanzado, para luego sentarse aquí y ahí. Alguno sacó un pequeño bocado de algo de entre su ropaje. Quiso preguntar cómo es que sabían que él estaba por este bosque y luego se negó a hacer la pregunta por la obviedad de la respuesta: siempre estaba vigilados. Eso lo llevó a pensar de nuevo en Kagome y en la necesidad que tenía de volver con ella. Además notaba que el veneno iba remitiendo.
—Al grano ¿Qué querías decir? —expresó sin miramientos.
Pudo observar que el semblante de Setsuna cambiaba de la dureza a una ligera diversión. Él levantó una ceja en señal de impaciencia.
—No cabe duda que perteneces al clan de los perros demonio —mencionó y sin dar espacio a réplica, continuó—. Hablaste con Towa sobre los rebeldes —mencionó ella.
—Lo hice —expresó. La negativa que había manifestado a participar de las rencillas internas que hubiese en este lugar y este tiempo, era lo único que tenía para hacer preguntas y no lo soltaría a la primera—¿Qué sabes de Riku? —fue directo a lo más importante para él, según lo que Moroha le había manifestado, debían cuidarse de ese ser. Pudo ver como Setsuna ampliaba la mirada a modo de sorpresa.
—¿Así será? —preguntó. Era obvio que no esperaba a que él pidiera información a cambio de escucharla.
—Sí.
Por un momento Setsuna evaluó las palabras a decir.
—Esa es una pregunta con una respuesta demasiado extensa —comenzó—. Piensas volver al tiempo del Sengoku ¿Es así?
InuYasha asintió una sola vez en un gesto sólido que no dejaba espacio a duda.
—En ese caso, no sé cuánto sea prudente que sepas —sinceró.
—Has hablado con Moroha —sus palabras fueron seguras. El tono que usaba Setsuna era el mismo que su hija.
—¿La has visto? —no ocultó su sorpresa.
—Lo he hecho.
La vio soltar una risa contenida, aunque risa al final, y ahora el sorprendido era él. Toda la seriedad malhumorada que la acompañaba de habitual desapareció y dejó ante él a una mujer joven que se contraponía en imagen a la hanyou que lo había recibido en este mismo bosque días antes.
—¿Qué te parece gracioso? —quiso saber, ocultando como pudo su desconcierto.
—Se lo dije, le dije que no sería fácil engañarte. Lo supe el día que nos enfrentamos —declaró con prístina honestidad. Le resultó particular notar el contraste con el ocultismo que manejaba su hermana de forma usual.
—Y ella ¿No lo creyó? —no tenía muy claro por qué estaba entablando esta conversación, quizás quería escuchar un poco más de su hija por parte de alguien que parecía haberla tratado durante todos estos siglos.
Setsuna se encogió de hombros.
—Creo que se arriesgó y también creo que de cierta forma deseaba que la descubrieran.
Volvió a su memoria la forma en que se había dado cuenta de todo. Si lo pensaba con cierto desapego, Moroha podría haber cerrado la puerta que daba a su cabaña original, sin embargo no lo hizo. Se le calentó el pecho ante esa idea. Por un instante, que podría parecer largo y corto a la vez, toda la nostalgia que albergaba dentro pareció inundarle el cuerpo y se sintió débil y vulnerable. Deseo volver a esos momentos en la cabaña, cuando Kagome y él hacían planes para la vida que venía. Deseo, también, revivir el momento exacto del alumbramiento, a pesar de la angustia que experimento por el sufrimiento de su compañera. Nunca olvidaría el modo en que Kagome lo invitó a mirar lo que ambos habían creado.
—Riku —mencionó Setsuna, sacándolo de su instante de introspección—. Caminemos un poco —lo invitó, centrando nuevamente la conversación. Parecía querer alejarse un tanto del campamento.
Lo hicieron al principio en silencio, para que luego ella comenzara a hablar.
—Es una creación de Kirinmaru. Su relación con nosotras ha sido, por decirlo de alguna forma, ambigua. Partió siendo una especie de aliado que de vez en cuando nos complicaba la situación y llegamos a pensar que estaba de nuestro lado —era evidente para él la forma en que se iba tensando la voz a medida que surgía el relato.
—Y ¿Qué pasó? —insistió cuando Setsuna se tomó una pausa más larga de lo necesario.
Detuvo el andar y lo miró directamente a los ojos.
—Podría decírtelo, pero qué sentido tendría. Si vuelves al Sengoku espero que lo hagas dónde lo dejaste y cualquier cosa que te diga no habrá sucedido aún —expresó con total claridad.
—Y si hay cosas que puedo evitar —la primera de ellas era no permitir que los apartaran a él y a Kagome de su hija.
—Esa es la cuestión. Y si hay cosas que no deben ser evitadas —interrogó.
InuYasha se mantuvo en silencio, sin apartar la mirada. Sentía la necesidad de recopilar toda la información posible para tener alguna seguridad al regresar al Sengoku. Sin embargo, también comprendía lo que Setsuna intentaba decirle.
—¿Qué querías hablar sobre los rebeldes? —cedió.
Pudo ver la forma en que cambiaba el semblante de la mujer. Fue como presenciar el paso del día a la noche. Los ojos, que casi le llegaron a mostrar cierta calidez, se volvieron agudos y fríos.
—Towa habló contigo sobre los rebeldes ¿Qué te dijo? —la pregunta llegó clara y sin adornos. La respuesta también.
—Insisto, no voy a contar lo que me dijo tu hermana. Sin embargo puedo escuchar tu versión —para él estaba claro que en esto ambas mujeres estaban enfrentadas y lo más probable en que cada una por su lado creía tener la razón.
Setsuna tensó la espalda ligeramente, manteniendo una postura más rígida. Parecía posicionarse en sí misma, en su punto de vista. Tomó aire y retomó la conversación.
—Los rebeldes surgieron hace unas cuantas décadas. Sus protestas van de la mano de la presión con la que se vive en las aldeas para cumplir con normas de conducta y acción que superan lo tolerable para muchos. Ya has visto lo que sucede en palacio cuando no se cumple una orden.
InuYasha recordaba el mutismo en los pasillos, la sensación de opresión y las palabras del herrero en la aldea cuando los identificó. Esperó en silencio a que Setsuna continuara con su relato.
—El control sobre los youkais que viven en las Tierras del Oeste es rígido y no todos están conformes con eso.
—Sin embargo ha funcionado hasta ahora —demarcó InuYasha.
—Es una forma de verlo. Muchos youkais han escapado al mundo de los humanos y una vez ahí parte de ellos se vuelven peligrosos y es difícil controlarlos. Towa cree que se puede mantener este tipo de vida y este tipo de normas por siempre —había cierta amargura en el tono de su voz.
—¿Quién se encarga de los youkais que son un peligro? —quiso saber. Kagome y él se habían topado con uno.
—La guardia del palacio —respondió—, cuando es posible, no siempre damos con aquellos que causan los problemas.
—Y los diriges tú —había notado el respeto que los guardias en el palacio le profesaban, así como el grupo que los encontró en medio del bosque cuando tenían a Nyoko.
—Sí —aceptó.
En ese momento InuYasha dio una mirada más a los seres que la acompañaban ahora y notó que había diferencia entre estos y los guardias de Towa. De inmediato hizo la relación en su mente y volvió a dirigirse a Setsuna.
—Y ¿Desde cuándo diriges también a los rebeldes?
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Para la consagración habían dispuesto el altar justo a los pies de las representaciones en madera de las cuatro deidades elementales: Genbu, Byakko, Seiryu y Suzaku. Cada uno de los hechizos descansó delante de su respectiva deidad para dejar el quinto, el elemento éter, coronando los demás.
El trabajo de conexión con el mundo espiritual había resultado algo más arduo de lo habitual. Kagome asumía que la razón de ello era la carga emocional que llevaba y que parecía acumulativa. Cuando finalmente sintió que su ser despegaba del cuerpo físico, primero se fue a visitar a su hija, la vio mujer, sentada delante de un claro a orillas del río. Su vientre estaba abultado y supo que estaba esperando un bebé. El pecho se le calentó y pudo sentir las lágrimas de alegría y añoranza que le aguaban los ojos. Le costó un gran esfuerzo abandonar aquel paraje, desapegarse del deseo de permanecer en él y poder observar desde ahí a Moroha en su vida. Consiguió avanzar cuando finalmente su ser sobrepuso por encima del deseo llano de la madre que era y la sacerdotisa tomó el poder. Su espíritu la llevó ante la imagen del Goshinboku, en el templo en que había crecido, como un pilar que reconocía en su andar. No era la primera vez que se veía a sí misma en ese espacio y se encontraba con una de sus guías. La figura, una mujer vestida con un kimono completamente bordado con hilos de sol, la esperaba sentada bajo la sombra del frondoso árbol. Mirarla era como ver la luz reflejando sobre la corriente de un río. Su rostro mostraba una ligera sonrisa serena, un gesto que la caracterizaba y el que Kagome había apreciado cada vez que había conectado con ella.
Sé su nombre, sin embargo no lo recuerdo —pensó y el pensamiento se difuminó vago, hacia algún lugar entre su mente y sus emociones, fusionándose en el espíritu.
Kagome se arrodilló delante de ella, haciendo una reverencia profunda para mostrar la mayor pureza posible en su petición. Luego de aquello se arrodilló. El conocimiento de su alma le había hablado, en medio de las enseñanzas que había recibido, que la energía sólo fluía entre aquellos que se desprendían de la barrera que creaba el ego. Y ¿Qué era el ego si no el contendor del ser?
Ella había entendido que ese ego debía ser transparente y flexible, para que el espíritu anidara y se hiciese fuerte, alimentado por la luz de todo lo existente.
¿A qué has venido? —preguntó la mujer, sin hablar en realidad. Kagome sintió su pregunta dentro, como una energía que interpretó con las palabras que conocía su mente.
Extendió sus manos delante de la mujer comenzando a crear los pergaminos en el espacio entre ellas; parecía estar materializando un sueño. Los conjuros comenzaron a brillar en la luz de su elemento.
Te agradecería que los consagraras —pidió Kagome, probablemente sin palabras. Ese era el modo en que se estaba efectuando esta comunicación.
La mujer extendió las manos con las palmas hacia arriba, muy cerca una de otra y de ese punto emanó energía dorada que giraba como si se tratase de una galaxia. A continuación, con una de sus manos la indicó a ella.
Tú también posees el poder de consagrar. Provienes de una línea clara de consciencia divina —la escuchó decir.
Kagome notó la fuerza con que sus diferentes cuerpos comprendieron el mensaje. Observó los pergaminos de energía que tenía delante de ella y meditó un instante, largo o corto, sobre cómo hacerlo. La mujer ante ella parecía brillar incluso más que antes y las puntas de su pelo se alzaban ligeramente en respuesta a la energía divina que manifestaba. Supo que la estaba sosteniendo en este trabajo y se sintió conectada con la luz dorada que emanaba de ella. Las puntas de su propio pelo comenzaron a elevarse y flotar con gracia a su alrededor.
Unió sus manos del mismo modo que hacía la deidad y centró la energía de su ser en la razón de la existencia de esos pergaminos. Pidió, desde su espíritu, para que éstos consiguiesen la fortaleza mágica que necesitaba. La energía comenzó a brotar de las palmas de sus manos, como un resplandor totalmente natural y ella sabía que su procedencia iba más allá de su persona.
Hazlo —la instó la mujer.
Kagome sintió que era capaz, podía consagrar ella misma el poder de los pergaminos. A continuación abrió los ojos en su cuerpo físico y la luz dorada estaba en sus manos, más tenue que en espacio astral, sin embargo igual de fuerte en el espiritual. Inhaló aire profundamente, se llenó de éste, y a continuación, con una exhalación suave y constante extendió la energía entre sus manos por encima de los conjuros. Se quedó durante un instante observando y sosteniendo la energía, para que ésta cumpliese con su tarea. Cerró los ojos cuando su intuición le dijo que el trabajo estaba hecho. Agradeció a cada uno de los seres que la habían asistido, los visibles e invisibles, y creó un símbolo de sellado ante los pergaminos. Sintió un profundo agradecimiento por el amor recibido, porque sólo el amor abre las puertas más enormes y es la energía capaz de conducir las realidades. Expresó ese agradecimiento en una reverencia que la llevó a tocar la frente sobre las manos que descansaban con las palmas hacia abajo en el tatami.
La consagración estaba hecha.
—Ha hecho un trabajo impresionante —apreció el onmyouji cuando Kagome estaba ya de regreso de su estado meditativo.
Le hizo una reverencia en agradecimiento y se puso en pie. La consagración de los pergaminos le había tomado a Kagome mucho más tiempo y esfuerzo que el crear los conjuros que contenían. Se notaba con la mente vivaz y en contraste tenía el cuerpo cansado de la posición que había mantenido durante todo ese tiempo. Miró hacia la puerta y deseó encontrar a InuYasha tras ella para poder ir con él y descansar un poco.
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La tarde estaba bastante avanzada, con el sol en descenso y oculto ya de la vista tras los árboles del bosque. InuYasha había vuelto de su carrera por entre el bosque y del encuentro con Setsuna. La conversación que habían mantenido se quedaría entre ellos y eso incluía a Kagome.
La estaba esperando fuera de las puertas cerradas del templo. Por una parte tenía deseos de enfadarse por la cantidad de horas y esfuerzo que estaba dedicando a este trabajo y por otra sabía que su compañera estaba haciendo algo muy importante para conseguir volver con Moroha. Cada vez que pensaba en su hija el corazón se le oprimía en el pecho, ya le resultaba casi imposible desvincular la imagen de la bebé que dejaron de la mujer mayor que había conocido.
Escuchó pasos en el interior del templo, se acercaban a la puerta, y él como en un acto reflejo dio los propios encontrar a su compañera. Pudo ver cómo se deslizaba la madera que componía la puerta de la entrada y el olor del incienso le dio le lleno como si hubiese estado prisionero en el interior. Vislumbro a Kagome y la sonrisa cansada que le dedicó. Se adelantó hacia ella y subió los peldaños de un salto para quedar ante ella.
—¿Cómo ha ido? —quiso saber. Suponía que bien, ella traía abrazados varios pergaminos enrollados y atados con hilos de color blanco.
—Bien, tenemos los conjuros —la sonrisa se hizo más profunda, a pesar que el cansancio seguía acompañándola.
Asintió en comprensión y abrigó el deseo de acariciarle la mejilla, no obstante esperaría a encontrarse solos.
—¿Qué te ha pasado? —Kagome indicó el corte de la tela de su hakama en el muslo derecho.
El efecto del veneno se había contrarrestado con rapidez, gracias a las hierbas que le había dado Setsuna y prácticamente se le había olvidado la herida.
—Estoy bien, luego te lo contaré —intentó calmarla. Ella lo miró midiendo la veracidad de sus palabras. No la culpaba, tenía tendencia a minimizar aquello que le sucedía—¿Nos vamos? —preguntó, dando una mirada fugaz al brujo que permanecía en la puerta del templo.
Su compañera parecía deliberar si conformarse o no con la respuesta que le acababa de dar. Finalmente aceptó.
—Sí —dijo y se giró para hacer una reverencia al onmyouji—. Gracias por todo, Tetsuo sama.
—El mayor trabajo ha sido suyo, Kagome sama. Espero que lo conseguido aquí le sea de utilidad a usted y a su compañero —indicó el hombre.
—Sinceramente yo también lo espero —admitió. En todo este camino emprendido tenían poco más que esperanza.
El hechicero se inclinó suavemente a modo de despedida. Entonces le extendió un rollo de papel y agregó algo más.
—Aquí tiene el mapa y le dejo un par de pulseras que le servirán para ocultarse. Recuerde lo que hablamos —mencionó y miró a InuYasha.
—Lo haré —expresó, recibiendo lo que le ofrecía, antes de hacer una reverencia final. Se giró hacia su compañero que la miraba con una pregunta implícita en los ojos.
¿Qué sería aquello que habían hablado?
—Gracias —masculló él, con poco entusiasmo. Sin embargo aceptaba que si Kagome estaba animada eso era algo bueno y el brujo la había ayudado.
Kagome comenzó a bajar los peldaños de la corta escalinata e InuYasha la acompañó. Una vez se habían separado unos cuántos metros del templo ella aceptó la espalda que él le ofrecía y sosteniendo los pergaminos hacia su pecho, se cobijó en el hueco del cuello de su compañero mientras éste caminaba en lugar de correr y darle así mayor comodidad.
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Kagome se había dormido durante el camino y cuando llegaron a la habitación en la que se alojaban, InuYasha la bajó con cuidado de su espalda y ella apenas despertó lo suficiente como para murmurar que descansaría sólo un poco. Lo cierto es que de eso hacía un largo tiempo. La noche había llegado y él encendió la lámpara de aceite con que se iluminaban, para que su compañera tuviese luz cuando despertara.
Tomó el pergamino que le había entregado el brujo antes de dejar el templo y lo extendió sobre el tatami. Era un mapa antiguo, hecho con tintas y en un estilo artístico tradicional. En él se podía ver un amplio territorio, en cuyo centro se encontraba el Fujisan y diversos puntos marcados de forma particular. Pudo ver el dibujo de algunas puertas torii en tinta negra, repartidos por doquier. Igualmente había alguno más grande, también con tinta negra, además de un ribete de color rojo a modo de sombra. Cada uno de los lugares iba acompañado por un nombre. Las puertas más grandes se encontraban a poca distancia de los lagos que rodean el Fujisan; Shouji, Motosu, Yamanaka, Sai y Kawaguichi. A continuación observó que en la esquina inferior derecha del mapa aparece escrita una referencia: lugares sagrados.
Miró a su compañera que aún descansaba sobre el futón. Su respiración había cambiado y probablemente pronto despertaría. Agradeció que la esencia almizclada del incienso hubiese superado el olor del brujo en ella. Lamentó no poder percibir el aroma de la vida que crecía, dado que aquello lo calmaba.
Por un momento se permitió el espacio para la añoranza, recordando las tantas cosas que habían compartido desde que ella regresó al Sengoku y se hizo su compañera. Sintió una dulce calidez en el pecho al rememorar sus instantes tras el byobu aquel que le robaba su desnudez y la manera en que ambos habían ido haciendo cambios en la cabaña que compartían. Recordó el miedo extremo que experimentó por ella cuando fue atacada por aquel youkai comadreja. También resonó en su interior el recuerdo de un miedo diferente, cuando le habló del embarazo. Se llenó los pulmones de aire y lo liberó en un suspiró ante el evocación de las palabras que compartieron y del enorme amor que lo colmó ante ellas.
Acercó una mano hacia el pelo que le caía a Kagome por el hombro y ensortijó un mechón en uno de sus dedos, notando la suavidad y la caricia de las hebras sobre la piel. La escuchó suspirar para luego hacer ese sonido placentero que solía emitir cuando estaba descansada. Sonrió al verla esconder la cara hacia el futón, llevándose consigo el mechón de pelo que él había retenido durante un instante.
—¿Has descansado? —le preguntó, con un claro tono de dulzura.
Kagome asomó la mitad de la cara y abrió un ojo para mirarlo. Se sintió en otro momento y estado de sus vidas, uno más feliz y libre de las angustias que los llevaban acompañando por un tiempo demasiado largo.
—¿He dormido mucho? —sonaba aletargada aún.
—Bastante, aunque creo que lo necesitabas.
La vio girar de costado e incorporarse hasta quedar sentada, para luego estirar los brazos y las piernas en mitad de un bostezo.
—Me hacía falta, el trabajo con la energía me dejó agotada. Fue muy intenso —le confesó con el entusiasmo particular que solía traer después de mañanas enteras en el templo que había en la aldea.
Kagome pocas veces le hablaba de los detalles de su trabajo como sacerdotisa. El modo en que ella daba forma al mundo espiritual era algo prácticamente desconocido para él, sin embargo comprendía la fortaleza que necesitaba para ello.
—Han dejado comida —le contó y su compañera miró la bandeja a un lateral del futón.
—¿Has comido tú? —quiso saber, tomando la bandeja para ponerla entre ambos.
—Ahora lo haré —aceptó—. He estado mirando este mapa.
—Mhmm —ya tenía una porción de arroz en la boca—. Me lo dejó Tetsuo sama.
—Hasta ahí ya llego —no se molestó en ocultar cierto tono de ironía mientras la miraba, sólo para descubrir que tenía una marca del futón en un lado de la cara. Se rio sin molestarse en disimular. Kagome lo miró, con otra porción de arroz de camino a la boca—. Comamos primero.
Estaba claro que en este momento la comida tenía prioridad para ella y a pesar de lo mucho que querían avanzar con todo, pensó en que podían tomarse este tiempo para comer en calma. Ya tendría tiempo para contarle lo que había descubierto sobre Setsuna y Towa.
—¿Está bueno? —le preguntó por el arroz, mientras tomaba uno de los recipientes y los palillos para comer.
—Sí, sobre todo si lo mezclas con las setas —en entusiasmo en su voz le habló de lo mucho que estaba disfrutando.
Asintió e incorporó unas cuantas setas a su cuenco de arroz.
—Ahora, cuéntame ¿Cómo te has herido? —Kagome podía estar medio dormida y con hambre, sin embargo cuando tenía una duda esta no quedaba para después.
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Continuará
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N/A
Les comparto un nuevo capítulo de esta historia que espero estén disfrutando.
Espero que les guste el capítulo y que me cuenten
Gracias por leer y acompañarme
Anyara
