Ēteru

Capítulo XLIX

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El amanecer comenzaría pronto. InuYasha podía sentirlo en el aire y percibía con claridad el aroma del bosque cuando éste despierta, el que resultaba mucho más intenso al inicio de la primavera. Era como si la tierra renaciera y con ella la vida dormida durante el invierno.

Kagome y él habían pasado las horas de la noche planeando lo que debían hacer a continuación, así como compartir la información que cada uno había recopilado durante las horas que pasaron separados durante el día anterior. En sus corazones había una razón, una única motivación que resultaba indeleble a los acontecimientos. Lo mencionaban cuando era necesario, cuando alguno de los dos perdía ese punto en el horizonte que en ocasiones parecía demasiado difícil de alcanzar. Sin embargo, estando juntos, ellos sentían que nada era imposible.

No olvidaban que tenían el amor como meta.

—Entonces, mañana preparamos todo para salir —resolvió Kagome, luego de revisar con su compañero el mapa que le había dejado el onmyouji.

—Hoy, en realidad —corrigió InuYasha, cuando las primeras luces del amanecer comenzaron a iluminar la ventana.

—¿Está amaneciendo? —se sorprendió y luego recordó que su compañero no había dormido nada— Estarás cansado. Deberías dormir un poco.

Lo vio negar con un gesto.

—Me interesa más que pensemos lo que vamos a llevar a este viaje —indicó el mapa.

—No tenemos demasiadas cosas —ella dio una mirada alrededor. Su mochila estaba a un lado y el libro, envuelto nuevamente en la tela que InuYasha usara como morral—. Deberemos llevar algo de comida, al menos hasta dar con algún poblado.

—Estoy de acuerdo ¿Crees que los pergaminos tengan sitio en tu mochila?

Kagome observó ambos objetos y se encogió de hombros.

—Me parece que sí —aceptó.

—Bien.

Se quedó observando el modo resolutivo en que InuYasha estaba llevando todo, sin que se le pasase por alto cierto tono de frialdad en sus palabras. Tuvo la sensación de que buscaba aislarse de las emociones para que no interfirieran en los planes que tenían y su intuición le supo decir la razón.

—¿Qué haremos con lo de Setsuna y Towa? —le preguntó y su compañero le dedicó una mirada seria que se fue haciendo más rígida.

—Y ¿Qué vamos a hacer? —respondió de mala manera— Ya son adultas, que arreglen sus problemas.

—Yo diría que no lo están consiguiendo y arrastran a otros a ese conflicto que tienen —ella intentó un poco más.

InuYasha se mantuvo en silencio. No había podido dejar de pensar en lo que Setsuna le había contado sobre la forma en que su hermana estaba llevando el cuidado del territorio. Era rígida y él sabía bien que cuando no se conseguía la flexibilidad adecuada las cosas, como los planes y las emociones se rompían.

—No podemos hacer nada, Kagome. Nuestro plan es volver con Moroha ¿Recuerdas? —las palabras fueron categóricas.

Kagome se quedó un instante en silencio, meditando sobre las prioridades que ponía su compañero, las que ella también compartía. Pensó en la posibilidad de retrasarse un día más, después de todo volverían con su hija a un momento de su pasado concreto, así lo hicieran mañana o dentro de un mes; al menos ese era el plan. No pudo evitar sentir que se le oprimía el estómago la idea.

—Podemos pasar aquí un día más e intentar que hablen —comenzó a decir—. No es posible que una hermana esté enfrentada con la otra, además Towa está en desventaja.

—Si Setsuna quisiera traicionarla realmente ya lo habría hecho, tiene todo a su favor —intervino.

—A eso me refiero. Ahora mismo están actuando sin concordancia entre ellas. Aquí viven familias ¿Cuánto puede durar este lugar así? —defendió con una vehemencia que InuYasha ya conocía.

—Y ¿Qué consíguenos con eso? —la pregunta era válida— No me quedaré aquí haciendo de tope para esta disputa, eso debería hacerlo su padre.

—Sabes que no lo hará —Kagome comenzó a morderse una uña y aquel gesto no le pasó inadvertido a él ¿Desde cuándo hacía eso?

Se cruzó de brazos dentro de las mangas del kosode y pudo notar la rigidez en los músculos de su cara ante el gesto que tenía. Era totalmente consciente que cuando a Kagome se le cruzaba una idea era prácticamente imposible hacerla claudicar; y estaba seguro que este era el caso. Sin embargo, también tenía total claridad sobre su objetivo y éste no pasaba por quedarse en este poblado a marcar una especie de equilibrio que al parecer ambas gemelas, por separado, consideraban.

—Además, la solución que ambas quieren por separado es tener mayor poder, utilizándome para ello —declaró, con la misma claridad que uso anteriormente al contárselo a su compañera.

—Lo sé —el lamento nítido en la voz de ella— ¿Cómo pudieron separarse tanto?

—Por lo que sabemos lo estuvieron durante mucho tiempo.

InuYasha cerró los ojos, esperando dar por concluida esta conversación. A pesar de sentir ese leve cosquilleo que se le instalaba en la nuca cuando Kagome quería buscar la solución a los problemas del mundo.

—Aplacemos todo un día —pidió ella e InuYasha comenzó a tomar el aire en una lenta y profunda inhalación—. Quizás consigamos que se comuniquen un poco mejor antes de irnos.

Soltó el aire.

—No podemos decirle a Towa que Setsuna lidera a los rebeldes, eso dejaría la disputa entre ellas en el centro mismo del palacio —expresó en tono tácito. Kagome lo miró a los ojos.

—Eso ya lo sé —explicó—. Si no voy a ser parte de la solución no ampliaré el problema.

Quiso darle seguridad a su compañero. Era cierto que ella quería que la armonía fuese parte de este lugar, sin embargo sabía que todo tenía un proceso y por mucho que quisiera que todo sucediese ya, los tiempos del ēteru debían respetarse.

Ambos se mantuvieron en silencio. Kagome inclinó la cabeza, manteniendo las manos sobre el regazo en una actitud muy cercana a la derrota. InuYasha no quería que ella se sintiese decepcionada, aunque sabía que no podían hacer mucho por cambiar lo que ahora sucedía en este poblado. Retrasar la partida un día le resultaba molesto, casi doloroso, más aún después de haber estado con su hija. El ansia por regresar al Sengoku se había vuelto casi parasita dentro de él, no obstante tenía total consciencia de que un día no haría gran diferencia para el plan que habían trazado Kagome y él.

Así que finalmente cedió.

—Un día —dijo—. En tanto preparamos lo necesario para comenzar el viaje.

Ella le sonrió con suavidad y, maldito fuese su corazón amante, él sonrió también.

A continuación Kagome bostezo y ambos supieron que el letargo de una noche sin dormir la estaba venciendo.

—Tienes que descansar un poco —si InuYasha pretendía que sus palabras fuesen una sugerencia, su tono lo había traicionado y convertido la frase en una cuasi orden.

—No —arrastró la negativa tal y cómo haría una niña. Aquella sola acción aligeró el ambiente.

—Sabes que sí —insistió—. Si no lo haces, luego serás como un saco de manzanas a medio llenar.

Kagome suspiró y se inclinó hacia él, descansado la cabeza en una de las piernas flexionadas de InuYasha.

—¿De esas manzanas pequeñas que tanto te gustan? —su compañera formuló la pregunta con los ojos ya cerrados.

—Anda, duerme mujer —le acarició el pelo.

Se mantuvo con ella en esa posición hasta que Kagome buscó otra, esta vez en su regazo.

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Todo estaba dispuesto para el día siguiente. Kagome observó una vez más lo que llevarían a su viaje; la mochila, el libro envuelto y algo de pan y arroz que pedirían en la cocina antes de partir, junto a las cantimploras que llenarían de madrugada previo a salir. Respiró de forma profunda, intentando encontrar ánimo para el encuentro que los esperaba a InuYasha y ella en la zona del palacio en que vivían Towa y Setsuna.

Kagome se pasó las manos por la parte delantera del kimono, cuya tela tenía el color de las hojas que nacen en los árboles y el dibujo, en la parte baja, representaba la hierba acompañada de las flores silvestres que aparecen con la primavera. Se lo habían dejado a modo de regalo en la puerta de la habitación que mañana mismo dejarían. Sabía que no lo llevaría con ella, no lo necesitaba ni le era útil; aun así se animó a usarlo para complacer a la Señora de las Tierras del Oeste. Se giró hacia la puerta y se encontró con InuYasha recostado hacia el marco de ésta, con los ojos cerrados y esperando por ella. La imagen se le antojó nostálgica, de las tantas veces que la había esperado en la puerta del pozo o de la cabaña que compartían. Se le acercó y le enlazó el brazo, para caminar con él por los pasillos y jardines del palacio hasta la zona en la que serviría una cena especial de despedida para ellos.

InuYasha le mostró un leve gesto que Kagome conocía bien. Se trataba de una pequeña sonrisa que se marcaba durante un instante corto, para desaparecer de inmediato, y que estaba destinada a mostrarle el amor que le profesaba.

Comenzaron a recorrer en silencio el primer pasillo de madera, lustroso como era habitual, hasta que InuYasha rompió el silencio sin poder evitar expresar los pensamientos que lo perseguían.

—No intervengas más de lo necesario —decía, caminando junto a ella, saltándose las apariencias que hablaban del hombre yendo unos pasos por delante, no obstante a él nunca le habían importado esos convencionalismos. De hecho, de alguna manera, se había curado de ellos el día en que Kagome uso aquel bikini que ella misma había hecho en uno de los días de celebración del verano en el Sengoku. InuYasha jamás olvidaría el calentón emocional y físico que aquella prenda le había producido y mucho menos la liberación que experimento al sentir que no le importaba si ella era apropiada a los ojos de los demás; lo era a los suyos y eso era suficiente.

—No lo haré — fue la respuesta que recibió, acompañada de una segunda mano sobre el mismo brazo al que ella se había asido.

Pronto tomaron uno de los jardines interiores del palacio, un jardín seco hermosamente trabajado y que los llevaba a la zona en que se encontrarían con Towa y Setsuna.

—Recuerda que no puedes decir nada de lo que sabemos de Setsuna —continuó con sus advertencias, en voz muy baja. Después de todo lo que Kagome buscaba era reconciliarlas, no pelearlas a muerte.

—Eso también lo sé —declaró, alzando la mirada para buscar la de él que le fue cedida de reojo, casi como evade un hijo la mirada experimentada de una madre.

Kagome se preguntó si finalmente el amor que nacía en una pareja iba explorando todas las demás fases que componían el amor; amistad, familia, erotismo, universalidad.

InuYasha mantuvo el silencio durante un instante. Una parte de él confiaba plenamente en su compañera, no obstante no podía evitar custodiar todas las posibilidades de lo que pudiese pasar. Quizás fuese por aquello que Kagome alguna vez intentó explicarle sobre las diferentes ramificaciones de la evolución del alma. Tal cómo ella se lo había dicho, había tres estados que precedían al espíritu y en ellos se encontraba el estado emocional, mental y físico. Según aquella consideración, probablemente él estaba en el estado físico y mental; además era plenamente consciente que Kagome desbordaba el estado emocional.

—Sé cómo manejar una situación compleja ¿Lo has olvidado? —la escuchó decir, muy pegada a su cuerpo.

InuYasha recordó una problemática que hubo en la aldea por una tierra en la que uno de los chicos jóvenes, que estaba pronto a casarse, quería construir su cabaña. En ese momento había sido Kagome la que dedicó horas de su tiempo a escuchar las razones de una y otra de las partes, hasta que coincidieron y el problema se solucionó a un plazo no demasiado largo. Claro, él tuvo que ayudar a construir la cabaña para que estuviese lista antes que naciese el primer hijo de la pareja recién casada.

InuYasha arrugó el ceño ante el recuerdo de lo laborioso que había resultado para él su forma de solucionar el conflicto.

—Sólo digo que no tenemos tiempo para solucionar todo lo que hay pendiente en este tiempo —quiso defender.

En ese momento le pareció que su compañera razonaba algo y en un acceso de optimismo declaró algo.

—¡Claro! ¡Cuando regresemos al Sengoku evitaremos que tengan problemas! —el entusiasmo de sus palabras se marcaba en las facciones de su cara.

—¿Tú crees? —mostró su incredulidad.

Hasta dónde él sabía no era buena idea modificar demasiado el futuro.

—Claro, las ayudaremos a entenderse y a fundar este lugar con menos rigidez, para que los youkais y hanyous no se sientan prisioneros de las normas —aseguró.

Por un instante InuYasha se preguntó si realmente era tan ingenua cómo para pensar aquello o era que quería convencerse a sí misma. Optó por lo segundo, después de todo su compañera era ingenua, aunque no tanto como para creer en lo que acababa de asegurar.

—Kagome no podemos intervenir en el futuro de estas chicas, no desde nuestro tiempo; mi tiempo…

—Nuestro.

Aclaró ella. Él asintió.

—¿Lo entiendes? —la pregunta de InuYasha llenó el espacio.

El silencio de ella fue acompañado por un murmullo que brotó de su pecho, casi como si se quisiera rebelar a su propio razonamiento.

—Sí —aceptó, finalmente.

Kagome lo observó y la mirada dorada de InuYasha permanecía estable y algo inquieta. Ella sabía que la insistencia de su compañero estaba acompañada de aquello que no terminaba de contarle y que ella no preguntaría aún.

Continuaron el camino a la sala en la que los esperaban. La noche haría su aparición dentro de poco.

Al llegar a aquel salón fueron recibidos por dos youkais que se comportaban diligentes en medio de un cortés silencio, del mismo modo que hacia la mayoría de los seres que cumplían labores de servicio. Les indicaron un lugar en el interior con una mesa baja cuadrada que por su tamaño podía ser usada por unas ocho personas.

InuYasha y Kagome esperaron de pie a un lado de la mesa, a pesar de las indicaciones de los sirvientes. Al paso de un momento InuYasha agitó sus orejas, mostrando a Kagome que percibía algo a la distancia.

—Nyoko —mencionó, sin demasiada parsimonia.

Kagome asintió y de cierto modo se sintió aliviada; la presencia de la niña la ayudaba a recuperar cierta tranquilidad.

La pequeña criatura irrumpió en el lugar saltándose todas las normas de etiqueta que el momento podía pedir y se abrazó a las piernas de Kagome cómo si se tratase de un árbol al que querías pedirle su energía, aunque en este caso parecía ser la niña quién se la cedía a ella.

—¿Qué animada vienes, Nyoko? —mencionó, descansando las manos sobre los hombros de la pequeña.

—Quiero que tengan un buen recuerdo, para que vuelvan —mencionó la niña con total naturalidad—. Y que sepas que no me importa que vivas mucho —concluyó.

Kagome soltó una risa alegre que InuYasha apreció, más allá de las palabras inconscientes de la mashi. En ese momento apareció Towa por una puerta que conectaba con el interior del palacio.

—Me alegra ver que el kimono te sienta bien, Kagome sama —mencionó a modo de saludo.

—Sí, es hermoso, gracias.

La cortesía era en parte una aliada y una extraña pared que mantenía a cada quien protegido del otro. Kagome alcanzó a hacer esa reflexión cuando Setsuna apareció por una puerta que daba al exterior. En ese momento se permitió, igualmente, reflexionar sobre la metáfora implícita en el lugar desde el que aparecían ambas hermanas; una desde dentro y la otra desde fuera.

—Siento la tardanza —se disculpó Setsuna, con talante directo y poco refinado.

—¿No te cambiarás? —fue el recibimiento de Towa, que se acercaba a su propio lugar en la mesa.

—No lo veo necesario —fue la respuesta que recibió.

A continuación Setsuna se quitó la naginata de la espalda y la dejó en un lugar junto a la pared tras ella, para luego quitarse la espada del cinto y dejarla junto a ella cuando se sentó a la mesa. Towa parecía rígida, sin embargo intentó disimularlo con una sonrisa tenue. Indicó el lugar en la mesa para InuYasha y Kagome, haciendo un gesto delicado con la mano. Nyoko corrió, rodeando el espacio, para tomar un lugar junto a su tía y aquello también pareció molestar a la anfitriona, aunque se abstuvo de mencionarlo.

Kagome tomó su sitio, sin dejar de sentir el aura que se había generado en la habitación.

Desde el primer día que las vio juntas notó que la energía alrededor de ellas estaba rígida. Quizás fuese por su reciente incidente con la barrera que no pudo dilucidar más en ese momento. Ahora mismo comprobaba que el resto del tiempo había prestado poca atención, sumida cómo estaba en sus propias metas. Se reprendió en silencio ante esa falta que no sólo involucraba a las dos mujeres presentes, también era una advertencia de que tal vez se estaba perdiendo detalles importantes del entorno.

InuYasha se sentó junto a Kagome, dejando a Tessaiga en el espacio entre ellos.

—Finalmente parten mañana —mencionó Towa, intentando crear una conversación que distendiera el ambiente.

Las mujeres que habían permanecido en el pasillo interior se acercaron y comenzaron a poner platos en la mesa.

—Sí, ese es el plan —aceptó Kagome.

InuYasha permanecía en silencio en tanto Setsuna jugueteaba con Nyoko.

—¿Tienen alguna idea de a dónde deben ir? —Towa continuó con la conversación.

Kagome no pudo evitar pensar en que ese punto de cortesía que mostraba le recordaba mucho a Souta. Tenía claro que para Towa hacía siglos que no lo veía, aun así quiso pensar que su hermano había dejado algo en la que, incluso ahora, consideraba su hija.

—Sí, más o menos —la respuesta de Kagome no buscaba ser demasiado precisa, esperaba ver cuál era el nivel de control que necesitaba la Señora de las Tierras del Oeste sobre sus dominios y lo que en ellos sucedía.

—Entonces ¿No tienen claro a dónde irán? —insistió, mirando de paso a InuYasha que continuaba sin decir palabra.

Kagome comprobó que su aura se enturbiaba ligeramente.

—Iremos por el territorio en busca de lo que creemos nos servirá para volver a nuestro tiempo —la respuesta era simple y aun así era imposible concretar algo. El camino podía tener ramificaciones que no sabían a dónde los llevaría.

Eso pareció incomodar un poco más a Towa.

—No es posible que deambulen por ahí sin destino —su voz mostraba cierta afectación que no estaba ahí un momento atrás.

—¿Cuál es el problema con eso? —fue la pregunta con la que Setsuna entró en el diálogo.

Towa la enfocó sin alzar del todo la mirada.

—No es seguro —contestó a regañadientes.

—Nada lo es del todo —insistió la gemela.

Towa prefirió dejar esa discusión y volvió a enfocarse en Kagome.

—Mandaré a algunos miembros de la guardia con ustedes, así estarán protegidos —el tono señorial con que lo había dicho los dejó a todos en silencio durante un instante.

—Creo que yo soy suficiente protección para ambos —declaró InuYasha, con el tono inamovible de quién no acepta una réplica. Aquella fue su primera intervención.

—No dudo de ello ojisan —Towa inició una explicación en un tono cortés, dirigida a maniobrar con la situación.

—Yo también creo que InuYasha es capaz de procurar la protección de Kagome sama y la propia —interrumpió Setsuna.

Towa pareció ponerse algo más rígida, sus facciones se endurecieron en el momento en que miró a su hermana y Kagome pudo notar la forma en que su energía se había vuelto densa e incapaz de permitir la entrada a nada que pudiese intervenir en sus ideas. Aquello era algo que había visto un par de veces en la aldea, sobre todo cuando dos cabezas de familia pretendían estar resguardando una propiedad en la tierra o una idea de cómo llevar a cabo una labor y Kagome les decía que la tierra no tenía dueño en realidad, sólo personas que la cuidaban y vivían de ella. Inhaló en consciencia y muy lentamente, centrando su energía espiritual para aportar armonía al espacio, sin intervenir en la energía individual de los presentes.

—No sé si eres la más indicada para hablar de protección, Setsuna —la increpó Towa, con un tono mordaz mal disimulado.

La hermana menor se mantuvo en silencio.

—¿Cuál es el problema, Towa sama? —inquirió Kagome con tal delicada inocencia que InuYasha se cuestionó cuántas veces le había hecho preguntas solapadas como ésta. Recordó un par de veces en las que había caído redondo a la hora de querer guardar un secreto.

Towa soltó la presa en la que ahora mismo se estaba convirtiendo su gemela y liberó el aire en un suspiró suave que le devolvió la prestancia que había estado a punto de perder.

—Supongo que ojisan te habrá hablado de los rebeldes, ellos te hirieron tiempo antes de llegar aquí —mencionó con calma. Kagome asintió. En tanto InuYasha le daba una mirada intensa a Setsuna—. Mi hermana es la encargada de la guardia, la que a su vez cuida de la seguridad de palacio y de mantener el orden en las Tierras del Oeste.

—Cuéntame sobre ellos —sugirió Kagome.

InuYasha comenzó a comer de lo que le habían puesto como su ración personal; un pescado asado, sopa, un cuenco de arroz y una abundante ración de verduras.

—Son un grupo de youkais y hanyous que en algún momento pertenecieron al palacio y al poblado que nos circunda. Dejaron de estar de acuerdo con ciertas normas que manejamos aquí, para luego convertirse en opositores —explicó Towa a grandes rasgos.

—¿En algún momento intentaste hablar con ellos, Towa sama? ¿Exponer puntos de vista? ¿Buscar cuestiones en común?

Las preguntas que Kagome efectuaba eran las adecuadas y aun así Setsuna reprimió un gesto de desidia que a InuYasha no pasó por alto.

—Sí, intenté explicarles porqué eran necesarias las reglas que tenemos. El orden es importante Kagome sama, usted lo sabe, ha sido sacerdotisa de un poblado —Kagome vio la situación con tanta claridad como el color gris que se entremezclaba con los demás colores del aura de la mujer.

—Sí, lo fui —sería todo lo que le concedería.

—La ayuda de ojisan nos vendría bien —continuó Towa.

—Dudo que tu gente siga a un hanyou que ni siquiera conoció a su padre —las palabras eran duras, sin embargo era la realidad que InuYasha llevaba consigo.

—Olvidas que yo también soy hanyou —Towa parecía estar recuperando el tono de la señora de estas tierras.

—No lo olvido. Tampoco olvido el que tú provienes de un linaje que está reconocido —parecía querer marcar un punto final.

—Setsuna sama —retomó Kagome— ¿Tú también intentaste dialogar con ellos?

Setsuna la miró directamente a los ojos, presuponía que InuYasha le había contado todo lo que ella misma le había dicho.

—Sí, lo hice. Sus convicciones parecían inamovibles —mencionó con total seguridad.

—Rebeldes —insistió Towa.

En ese momento a Nyoko se le derramó un vaso de té. La niña se había mantenido comiendo en silencio ante la conversación de los adultos, tal y como le había enseñado su madre.

—Nyoko —la voz de Towa pareció tensarse.

—Tranquila, cariño, sólo es té —Setsuna calmó a la niña, tomó la tela que le ofrecía una de las mujeres que los estaban sirviendo y secó el lugar.

El resto de la cena pasó sin demasiado percance. Kagome, impulsada por su instinto materno, le prestó muchas más atención a Nyoko. InuYasha y Setsuna compartieron algunos movimientos útiles en batalla, llegando a ponerse en pie para mostrar la técnica uno al otro.

—Ahí es dónde fallas —habló InuYasha con claridad y sin aspavientos, tal como haría un maestro. Kagome recordó algún momento en que enseñó algunos movimientos a Shippo y lo mucho que ansiaba enseñarle a Moroha, cuando tuviese edad para ello.

—Tu técnica es burda —se quejó Setsuna, lanzándose hacia InuYasha una vez más.

Ambas manos de la mujer se mantenían en tensión en una clara representación de lo que serían sus garras venenosas si esto fuese una pelea real. El primer zarpazo lo dio con la mano derecha e InuYasha, que permanecía de frente a ella, aplicó un bloqueo tomando la muñeca de esa mano con su izquierda y dando un medio giro con su cuerpo, hacia afuera, para darle un toque con la palma derecha sobre el hombro derecho de Setsuna. Ese mismo golpe, dado con la fuerza de una pelea real, le habría dislocado la zona.

—Burda, pero efectiva —InuYasha respondió y la soltó.

—¡Yo quiero! —intervino Nyoko. Se puso de pie de su cojín y se acercó a ellos.

—Nyoko, déjales que están practicando —Towa buscó detenerla. La niña la miró en tanto Kagome miraba a la mujer para dedicarle una suave sugerencia.

—A InuYasha le encantará.

Towa la miró a los ojos y Kagome no estuvo segura de qué emoción estaba leyendo en ella, sin embargo el gesto de la señora de este palacio se suavizó.

—Ve —aceptó, dirigiéndose a la niña que retomó la corta carrera de inmediato, tomando la tela del hakama de InuYasha.

—Traidora —se mofó Setsuna cuando vio que su sobrina escogía a su oponente.

—Tú siempre me has dicho; ve donde tengas más posibilidades —respondió la pequeña y las risas no se dejaron esperar.

Un instante después la escena se repitió casi al completo. Esta vez Setsuna atacó primero con la mano izquierda, suponiendo que le quitaba ventaja a InuYasha. Éste ejecutó el mismo movimiento como si se tratara de un paso de baile, cambiando el lado de ataque y arrastrando consigo a Nyoko para posicionarla tras su pierna. El toque de la palma sobre el hombro de Setsuna no se dejó esperar, quizás pudiese haber tardado medio segundo más que en el enfrentamiento anterior.

—Maldición —se quejó un instante antes de ser liberada.

Miró a los ojos de InuYasha y luego a los vivaces ojos de Nyoko que parecía encantada con haber sido elevada por el aire para encontrar una posición segura.

—Burda, pero efectiva —Setsuna repitió las palabras de InuYasha.

—¡Otra vez! —pidió Nyoko.

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La cena había terminado bien, sin embargo Towa no podía evitar la inquietud que sentía ante el cuestionamiento de sus métodos para con quienes estaban a su cuidado. Su percepción le decía que estaba bien, que Kagome e InuYasha no estaban deliberando, simplemente querían conocer la situación. Aun así se le hacía difícil tolerarlo.

Se acercó a la biblioteca que estaba oscura y en silencio dada la hora. Al abrir la puerta principal se dirigió directamente a una de las lámparas de aceite y la encendió, aquello permitió que un halo de luz la circundara. No tenía necesidad de esa luz, conocía de memoria el espacio y el lugar que buscaba en el recinto. Aun así se dirigió por entre los estantes de libros, hacia uno de los últimos cubículos aislados del resto, el que sólo estaba reservado a ella. Dejó la lámpara sobre el escritorio y levantó una de las piezas del tatami para dar con una puerta de dos hojas, perfectamente encajada en el piso. Tenía una cerradura no demasiado grande y dos tiradores de hierro que parecían tener la fuerza necesaria como para sostener cada una de las hojas de la puerta. Tomó de entre su ropa el medallón que siempre llevaba consigo y con un giro lo abrió para descubrir dos llaves en el interior.

Llevó una de aquellas llaves hasta la cerradura de la puerta, está cedió y se abrió pesadamente para dar paso a una escalera que le indicaba el camino a una segunda puerta, cuya llave también llevaba consigo. Towa sintió una calma profunda al apreciar el sonido y el roce del metal dentro del metal; la llave en la cerradura. No podía explicar exactamente por qué aquel lugar le daba tal sensación de paz. Abrió la puerta y al alzar la luz de la lámpara de aceite en su mano, pudo ver los rollos de pergamino que conformaban capítulos de libros que estaban ahí para dar algo de claridad a quién quisiere buscar su propia historia.

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El olor del amanecer lo llenaba todo. La luz en el horizonte hablaba del día que se acercaba e InuYasha llevaba consigo el morral de tela en que estaba el libro y la mochila amarilla de Kagome. Ella se había ataviado con la misma ropa con que llegó al lugar; un jeans y una camiseta, además de una sudadera que la protegía del frescor de esta hora.

—Aquellos a quienes Towa llama rebeldes sólo quieren poder decidir sobre su vida —Setsuna se dirigía a Kagome, que se encontraba de pie casi a la salida del palacio.

Habían quedado de reunirse al amanecer, para que la hanyou pudiese darle su propia versión del problema.

—Y ¿Dónde están viviendo esas personas? —quiso saber Kagome.

—Hay algunos que se mantienen en el poblado y en el castillo. Son los que piensan distinto, pero no se sienten con la fortaleza de ser radicales —comenzó a decir—. El resto vive en los pueblos más alejados del palacio.

—Entiendo —Kagome asimilaba la información.

—Debemos irnos —avisó InuYasha—. No quiero que tu hermana llegue y nos dé problemas.

Setsuna lo observó.

—No te preocupes. Anoche, después de la cena se fue a la biblioteca y cuando está inquieta pasa horas ahí. Así que en este momento estará dormida —le explicó y se enfocó en Kagome—. De todas formas no los detendré más —puso una mano sobre el antebrazo de Kagome—. Espero que consigan lo que necesitan.

—Gracias —la sinceridad en la voz de Kagome pareció conmover a Setsuna.

—Pueden ir tranquilos, los rebeldes no harán nada contra ustedes. Sólo tengan cuidado con Ishi, es demasiado desconfiada.

—Entendido —aceptó Kagome.

Setsuna asintió y miró a InuYasha.

—La próxima vez que nos veamos te venceré —le anunció.

—Si te sirve creer eso para mejorar, por mí bien —se encogió de hombros y Kagome habría jurado que escondió el inicio de una sonrisa.

Al paso de un momento los dos estaban fuera del palacio. Se detuvieron en una pequeña loma que les permitía ver el amanecer y los primeros rayos de sol que se demarcaban entre las nubes del horizonte. Se tomaron de las manos y se miraron. Finalmente partirían y ambos estaban ansiosos por comenzar esta parte de su odisea.

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Todas las luces

Pálidas al inicio

Muestran sus bellos

Tonos al amanecer

-.-.-

Vano esperar

Es la infinitud si

Como conoces

Pronto se apagarán

.

Continuará

.

N/A

Cada paso que da esta historia termina llevándose un pedacito de mi corazón. Al estar involucrada en otras historia y tramas, además de aquello que leo, me olvido de lo hermoso que me resulta el universo de ĒTERU y cuando lo escribo, lo repaso y lo comparto, siento que una parte de mí va con él. Espero que lo reciban y me cuenten.

Besos!

Anyara