Ēteru

Capítulo L

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Llevaban todo el día andando, por una parte debido a las zonas semi montañosas que había en el trayecto y por otra parte al hecho de que Kagome prefería caminar a que su compañero la llevase. En el cielo comenzaba a despuntar el atardecer y se acercaba una tormenta, InuYasha podía olerlo desde hacía largo tiempo.

—Kagome, ahora te llevo —indicó y esta vez no se trataba de la sugerencia que le había hecho varias veces antes—. La tormenta está muy cerca y hay que refugiarse.

Su compañera aceptó e InuYasha se inclinó para sostenerla hacia su espalda.

Echó a correr por entre los árboles a un ritmo que le permitió acercarse a una colina y a una velocidad que a Kagome le resultaba cómoda. Antes de emprender el viaje tomaron la decisión de acercarse hasta aquel cúmulo de energía que encontraron en el río, de camino al Fujisan y esperaban hallar cerca el templo del elemento agua. No se encontraban lejos, sin embargo él no estaba dispuesto a exponer a su compañera a la tormenta para llegar.

Se refugiaron bajo una saliente que no estaba demasiado alta en la montaña y no era lo suficientemente amplia como para encender un fuego. El día había mantenido una buena temperatura, aun así InuYasha temió que la tormenta y la noche serían menos benévolas.

—Te quedarás aquí un momento —comenzó a decir, mientras se quitaba el kosode.

—¿Dónde vas? —quiso saber Kagome, mientras él le dejaba caer la prenda sobre la cabeza y los hombros. El primer relámpago los iluminó.

—Buscaré otro lugar para pasar la noche —alcanzó a decir antes de escuchar el estridente sonido del trueno.

—Podemos ir los dos —intentó, mientras él le ajustaba el kosode por delante, tomándole una de las manos para que ella lo asegurara.

—La tormenta está aquí mismo. No te preocupes, no tardaré —acercó la mano a la cara de ella y con el pulgar le acaricio el mentón y el inicio de la mejilla. La habría besado, no obstante sabía que un beso lo retendría.

Notó la voluntad que puso Kagome para mantener el silencio, haciendo sólo un gesto de asentimiento. InuYasha tenía claro que a ella no le gustaba la idea de separarse. Se dio la vuelta y en un instante ya se había alejado lo suficiente como para que no lo viese. Decidió rodear la montaña en la que estaban, quizás pudiese encontrar una cueva, no necesitaba que fuese demasiado grande. Se reprendió por no pensar en el anochecer con anticipación, de alguna manera se había acostumbrado a su vida actual en el Sengoku y a no tener que pasar la noche en mitad de un bosque. Se sonrió con cierta ironía, se estaba ablandando.

Cuando se dio cuenta que ya llevaba demasiado recorrido, pensó en ascender y desde ahí tener una mejor visión del espacio. Por lo que el mapa del brujo decía, no encontrarían ningún poblado cerca de este lugar, aun así miró hacia los árboles por si hubiese alguna señal de un hogar encendido; no hubo suerte. La lluvia había comenzado a caer un instante atrás en ráfagas de agua que danzaban creando ondas verticales que él podía distinguir con claridad gracias a su aguda visión. Un nuevo relámpago cruzó el cielo, resultó majestuoso y llenó de luz el valle, destacando algunas zonas del río que corría más abajo y una construcción de madera que brilló debido el agua que la había mojado y la luz resplandeciente.

—El templo —mencionó para sí mismo y se lanzó ladera abajo, ayudado por la propia agua que había suavizado la tierra.

Se deslizó todo lo posible y observó que se acercaba a una roca saliente que lo mandaría despedido fuera de la montaña. Se agazapó lo suficiente como para que fuesen sus pies los que primero escaparan por aquella saliente y cuando eso sucedió se sostuvo con ambas manos de la roca para darse impulso con las piernas en el aire y cambiar la dirección. Aterrizó en la copa de un árbol y sonrió ante la pequeña hazaña. El bosque y su magnificencia conseguían conectarlo con algo dentro de él; algo salvaje y lleno de vitalidad.

Cerró los ojos, respiró profundamente y se llenó del olor a tierra húmeda y al aire purificado por los relámpagos. Soltó la respiración en un suspiro y se echó nuevamente montaña abajo para llegar con Kagome.

Al paso de un momento llevaba a su compañera a la espalda, cubierta con el kosode, mientras corría esquivando los árboles con precisión. La tormenta se iba alejando poco a poco con su luz y su estruendo, dejando con ellos sólo la lluvia que auguraba acompañarlos toda la noche; InuYasha podía adivinarlo por el olor de las nubes cargadas y el color del cielo.

—Estamos cerca —le avisó a su compañera, alzando la voz por encima del rumor del aguacero.

Escuchó un sonido de aceptación por parte de ella y sintió las manos y brazos que se sujetaban de su pecho un poco más. InuYasha sonrió, le gustaba la forma en que Kagome siempre respondía con el cuerpo, lo había hecho desde que la conoció. Él suponía que tenía que ver con la época de la que venía, sus amigas de la escuela eran bastante invasivas, las recordaba ocupando su espacio personal. Durante el camino que aún le faltaba se permitió recordar la sensación de Kagome abrazándolo por primera vez y lo mucho que aquel abrazo lo sorprendió por su intensidad y emoción. Su mente saltó a otro abrazo; el que se dieron cuando ella regresó de su tiempo después de tres años de ausencia. Aun hoy no dejaba de sentir el calor reconfortante de su cuerpo cuando aquello sucedió. Aquel pensamiento lo llevó a sostenerla con un poco más de fuerza.

—¡Ahí está! —dijo, cuando pudo distinguir el templo por entre los árboles.

Kagome alzó la mirada y alcanzó a vislumbrar una construcción a la distancia, sin embargo lo que fue realmente visible para ella era el aura que emanaba el lugar. Delante de ellos corría un río que logró reconocer cómo el mismo que había visto con InuYasha días atrás, sólo que se encontraban en otro lugar del cauce. Notó la fuerza de los músculos de su compañero en el momento en que se impulsó para saltarlo y enseguida estuvieron en la ribera contraria y a pocos pasos de la construcción. InuYasha se inclinó para que ella bajara y pudo observar todo con claridad. Se trataba de un pequeño templo de madera que permanecía rodeado por una vertiente de agua del mismo río cercano. Ésta entraba por el lado derecho y daba toda la vuelta en torno a la edificación que se mantenía elevada por pilares del mismo material. Justo antes que aquellos extremos del agua se tocaran había una piedra tallada que separaba el afluente y éste volvía al cauce del río, aquello mantenía el flujo permanente.

—Vamos, no te quedes bajo la lluvia —la apremió InuYasha, sin embargo ella lo detuvo.

—Espera —le dijo, sosteniendo su brazo por sobre el hitoe empapado que su compañero llevaba—. Debemos pedir permiso.

InuYasha no se caracterizaba por su paciencia, sin embargo el tiempo le había enseñado a respetar las cuestiones del espíritu que componían el universo de Kagome, así no las entendiese como ella.

Esperó.

Pudo ver a su compañera acercarse a la piedra que había entre el flujo de entraba para agua y el que salía luego de rodear el templo. Se quedó de pie a su lado, mientras ella se arrodillaba, y observó cómo ponía sus manos unidas delante de su pecho en un gesto de oración. InuYasha tuvo el impulso de imitarla, sin embargo no se sintió capaz de emitir algo cercano a una petición como la que su Kagome probablemente haría. Con aquello en mente decidió que su silencio la seguiría mejor.

Podía escuchar que ella murmuraba algo y lo hacía de forma tan íntima que él apenas podía adivinar alguna palabra y entre las pocas que alcanzó a escuchar se encontraban: estamos, humildemente, agradecemos, equilibrio y amor. Todas aquellas palabras se las había escuchado en alguna otra petición. Kagome habitualmente hablaba de equilibrio y amor en la misma oración y aunque para él en principio aquellos conceptos no se amalgamaban, ahora mismo sentía que eran parte de una misma energía más grande que su comprensión.

Gracias —la escuchó decir con claridad al final de la plegaria.

—Creo que podemos entrar —mencionó al mirarlo. El agua ya había calado el kosode que Kagome llevaba a modo de capa y el flequillo se le pegaba a la frente.

—Hagámoslo entonces —decidió él, extendiendo su mano para que su compañera la usara de apoyo y de ese modo cruzar una de las vertientes.

Subieron los escalones de madera que daban acceso al pequeño templo e InuYasha alzó la barra de hierro que servía de cancela a la puerta que tenía cincelados un par de kanji que decían: bienvenidos aquellos cuya armonía esté.

Para Kagome la inscripción fue completamente comprensible e InuYasha pudo entender debido a todo lo que habían leído en el libro que ahora mismo llevaba cruzado en una tela delante del pecho. Cada uno de ellos empujó una de las puertas y se encontraron con el olor natural de una estancia cerrada por mucho tiempo. El lugar era pequeño, parecía estar compuesto por dos espacios; la entrada en la que había un hogar y otra en la que se alcanzaba a vislumbrar un altar.

—Encenderé el fuego —dijo InuYasha, observando los elementos con los que podía trabajar.

Escuchó a su compañera aceptar.

InuYasha tomó un par de troncos de una pila pequeña que había en una esquina, junto a la pared y removió con uno de estos las cenizas antiguas del hogar para descansar ambos maderos.

Kagome avanzó hasta la otra estancia mientras él maniobraba para encender el fuego, y la inspeccionó cómo le fue posible en medio de la oscuridad. Cuando una llama, aún débil, comenzó a iluminar el espacio, ella consiguió distinguir una placa de madera que tenía grabado el nombre del elemento al que estaba dedicado este templo: Agua.

La madera estaba tallada y se podía apreciar que en las zonas en que el kanji profundizaba en el material, éste había sido decorado con papel dorado, lo que conseguía un brillo reluciente. No había grandes lujos en el lugar, quizás ese fuese el único. Tuvo la fuerte necesidad de reconocer el espacio, de poder mirar todo con mayor claridad. Buscó alrededor, esperando encontrar alguna lámpara que encender.

—Acércate, debes calentarte —escuchó a InuYasha. Asintió, manteniendo su atención en encontrar algo con lo que iluminarse mejor.

Examinó con los dedos la superficie del altar, comprobando dos velas acabadas y un incensario de metal que aún contenía ceniza de la última vez que se había encendido, hasta le pareció notar el aroma que éste debió tener. Entonces percibió el espacio lleno de las oraciones de aquellos que habían pasado por aquí; casi le pareció ver brillar la energía en el aire.

—Kagome —esta vez InuYasha se encontraba tras ella. Estaba tan ensimismada que no se dio cuenta que él se acercaba— ¿Estás bien?

La pregunta la sorprendió.

—Sí —respondió, mientras se giraba para mirar los ojos dorados de su compañero, que estaban velados por la semi oscuridad del lugar y la observaban con cierta curiosidad.

—Te he hablado tres veces —le mencionó.

En ese momento Kagome lo comprendió.

—Este es un espacio sagrado —comenzó a decir, percibiendo el aura de todo; de la inscripción tallada, del altar, la madera de las paredes y el suelo, el aura de él—. No me refiero sólo a que sea un lugar bendecido, está lleno de la energía que la fe ha puesto en él y eso hace que todo aquí sea sagrado.

InuYasha le enlazó una mano.

—Muy bien, lo entiendo —aceptó él—. Pero sagrado o no, debes acercarte al fuego y calentarte. Tienes las manos frías.

Kagome se mantuvo en silencio y lo acompañó en los pasos que InuYasha dio hacia el hogar. Por un momento se sintió frustrada por no poder mostrarle a él la maravilla del espacio en el que se encontraban; si tan sólo pudiese ver con sus ojos. Para ella no era fácil describir el mundo en que se movía y en ocasiones experimentaba aquello como un fracaso y una barrera.

Se sentó en el suelo junto al fuego y notó que InuYasha le quitaba de sobre los hombros el kosode que la había protegido del agua. A continuación comenzó a extenderlo en el sitio contrario, sobre el suelo, esperando que aquello lo ayudase a secarse. En ese momento Kagome consiguió recordar que su compañero trabajaba otros planos de la energía y del mismo modo que a ella sus cualidades la acercaba a los planos más espirituales; InuYasha la sostenía y en ocasiones la anclaba a la tierra.

—Te amo —declaró Kagome, de pronto.

Pudo ver que él la miró con rapidez, aún estaba agachado extendiendo el kosode. Parpadeó un par de veces antes de decir algo.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —las interrogantes resultaron curiosamente inquietas. Kagome se echó a reír— ¿Por qué te ríes? —se puso en pie con agilidad.

—¿Tiene que pasarme algo para decir que te amo? —la pregunta salió ahogando con suavidad la risa.

La expresión de incredulidad de InuYasha resultó extraña. De pronto Kagome sintió que le estaba soltando aquellas palabras de profundo afecto al InuYasha que fue hace muchos años.

—No —respondió él, finalmente—. Es sólo que no estamos en un momento romántico ni nada de eso.

La risa de Kagome había pasado a convertirse en una sonrisa, para luego ser un gesto dulce. Mientras ese cambio sucedía InuYasha había esperado a que ella dijese algo más y finalmente se había vuelto a agachar para remover el fuego, dando cortas miradas en su dirección.

—Deberíamos comer algo —su compañero se animó a romper el silencio.

—Te amo siempre —le soltó de pronto, sin aceptar el cambio de asunto—. Aunque a veces esté inmersa en mi mundo espiritual o en ocasiones me moleste por cosas circunstanciales. Todo esto que haces por mí —hizo un gesto con su mano que indicaba el kosode, el fuego y la comida que había dejado sobre la mochila y cerca de ella— me lleva a sentir un amor profundo, que no es sólo romántico y no tiene un sólo nombre.

Él la miró en todo momento. No la interrumpió, ni cambió su expresión, simplemente la escuchó. Cuando se decidió a decir algo, lo hizo con un tono seguro e increíblemente dulce.

—Lo sé. Así me has enseñado el amor.

Kagome volvió a sonreír un poco más ampliamente e InuYasha le devolvió el gesto, para luego desviar la mirada al fuego, haciendo del momento algo hermosamente íntimo.

—Creo que sí hay magia aquí —declaró él.

—Te lo decía.

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Kagome comenzaba a despertar, aún mantenía los ojos cerrados y notaba las mejillas arreboladas por el calor que había en el espacio. Un resquicio de su memoria la empezó a situar y recordó el templo, el momento de la llegada, la poca luz que los acompañó al principio y la enorme energía que había en el lugar. En ese instante comenzó a sentir esa misma energía en la piel y se le erizó el vello de la nuca y de los brazos. Respiró profundamente y recordó que InuYasha le había sugerido esperar hasta la mañana para trabajar con el elemental de este templo. Ante ese pensamiento se situó físicamente; su cabeza descansaba en la curva entre la cadera y la pierna de su compañero y uno de sus brazos permanecía extendido y reposando lánguido por sobre el muslo de esa misma pierna.

—Buenos días —lo escuchó decir, en tanto le despejada el pelo que Kagome tenía sobre la mejilla. Ella sonrió.

—Buenos días —la voz le sonó pastosa, pesada por las horas de sueño— ¿Ya amaneció? —quiso saber, haciendo intentos para abrir los ojos; últimamente dormía mucho y por momentos de forma muy profunda.

—Sí, hace un momento. La luz empieza a entrar —le manifestó.

Kagome inhaló hasta llenarse de aire y avisar así a su cuerpo que debía comenzar a funcionar. A continuación exhaló con calma, giró la cabeza sobre la pierna de su compañero y lo observó desde ese punto. El agua que rodeaba el templo se escuchaba con claridad y ese fue el primer instante de conexión de Kagome con ello. Alzó la mano y le acarició la mandíbula a InuYasha un momento antes de incorporarse. Notó un leve dolor en los puntos de presión que había mantenido su cuerpo sobre la madera y se quejó muy despacio.

—¿Estás bien? —él reaccionó de inmediato.

—Sí, es sólo la mañana que se hace notar —ella le sonrió. Ahora mismo le daba la espalda, ambos aún sentados en el suelo.

Se giró y lo vio asentir, aceptando la respuesta. InuYasha era metódico y Kagome había aprendido a conocer eso en él. Lo entendía, su mundo era mucho más físico que el de ella y necesitaba de referentes y cierto orden para encontrar calma.

—Buscaré algo para que desayunes —declaró, poniéndose de pie tras ella. Kagome no pasó por alto que no había usado el plural.

—No podría comer nada ahora mismo —concilió ella, extendiéndole una mano para que la ayudase a ponerse en pie.

Su compañero respondió al gesto sin dificultad, de hecho podía elevarla completamente del suelo con una sola mano, no obstante procuraba aplicar la medida necesaria.

Kagome se estiró una vez estuvo completamente posicionada e InuYasha se sintió divertido al verla querer alcanzar las vigas del techo con las puntas de los dedos.

—Si quieres te levanto —le dijo, con tono distraído.

Ella soltó el aire en una exclamación dirigida a desperezarse y lo miró algo confusa.

—Para llegar al techo, digo —le aclaró. Kagome miró las vigas y recién en ese momento relacionó las ideas.

Sonrió.

—Creo que necesito lavarme la cara o algo, sigo dormida —aceptó y se encaminó al exterior del templo.

El aire fresco de la mañana la llenó y se sintió complacida al comprobar que la energía que percibía en el lugar se mantenía igual de fuerte que cuando la descubrió durante la noche. Sin embargo había una diferencia, Kagome notaba que la fuerza al interior del templo la acompañaba, la rodeaba, como si la estuviese escoltando. No parecía algo oscuro o peligroso, así que no quiso mencionarlo por si InuYasha no lo comprendía del todo.

Se arrodillo ante la parte de la vertiente que rodeaba el templo y que iba de camino a incorporarse al río. Acercó las manos en un acto de profunda veneración, mucho más de lo que pretendía en un principio. Los costados de sus manos tocaron el agua fría y de inmediato percibió el frescor y la pureza de ésta. Creó un cuenco con ambas manos unidas y observó el contenido durante un instante en el que también pudo ver su imagen reflejada. Se llevó el agua a la cara y musitó la primera parte del mantra que estaba en su memoria.

Agua, purifica el miedo, otorga vida.

La sensación fue de frescor y vitalidad. Sonrió al sentir la conexión con el elemento. La energía del templo parecía continuar rodeándola con suavidad, como si se tratara de una espectadora. Volvió a unir sus manos creando un cuenco y una vez más se mojó la cara con el agua limpia. El segundo mantra fue recitado con calma.

Agua, purifica los pensamientos limitantes, transfórmalos en comprensión.

Respiró hasta que llenó por completo su cuerpo de oxígeno. Se sintió plena y agradeció por aquella plenitud. De pronto la energía que la circundaba comenzó a transformarse. Kagome se preguntó si debía seguir con el mantra y su intuición le respondió con un sí rotundo.

Recitó el siguiente mantra cuando el agua que llevaba en las manos le tocó la cara.

Agua, purifica las emociones para que mantengan el equilibrio.

La energía a su alrededor se había transformado en presencias. Kagome podía definirlas como entidades o seres; las decenas de personas que habían traído consigo su fe a este mismo templo. Una fuerte sensación de anticipación se le instaló en la espalda y le recorrió la columna en lo que pareció la descarga de diminutos rayos de energía que la tensaron y llenaron de luz a la vez.

Suspiró y volvió a poner las manos en el agua, sabiendo que aún le faltaba un último mantra que recitar. Sin embargo, antes que llegase a mencionarlo y aún con las manos dentro de la corriente, las entidades a su alrededor corearon las palabras por ella y las escuchó con claridad en su mente.

Agua, purifica el espíritu para que sólo refleje la luz.

Kagome percibió las lágrimas agolparse en sus ojos. Se sentía inundada de una infinita sensación de agradecimiento. No le era ajena esa sensación, la había experimentado muchas veces durante sus momentos de meditación y en ocasiones ante el hecho simple de recolectar las hierbas medicinales y percibir que la naturaleza se comunicaba. No obstante ahora estaba siendo mucho más intenso, forzando a sus cuerpos a alinearse de forma rápida para canalizar la energía. Y eso le exigió que asentara la respiración tomando aire y conteniéndolo durante un instante creando sincronía. Finalmente fue exhalando de forma suave.

Comenzó a alzar las manos, del mismo modo que había hecho anteriormente. El cuenco que creaba con ellas comenzó a elevar el agua en una forma viva que buscaba ser esférica y creaba ondas en su interior. El líquido cristalino brillaba matizado entre azul y verde pálido y se mantenía elevado a poca distancia de sus manos.

Escuchó a InuYasha ir hacia el interior del templo, no se había movido de su lado en ningún momento. Tardó sólo un momento y en tanto la formación de agua, no más grande que lo que Kagome podía contener en las manos, mantenía el movimiento armónico de suaves ondas cómo si esperase el instante adecuado para cambiar.

—¿Cuál? —por primera vez escuchó a InuYasha decir algo desde que se había acercado a la vertiente.

—Seiryu —respondió con suavidad, prestando atención a todo lo que en este momento conseguía percibir.

Tuvo la sensación de tener la piel erizada y la mente alerta, aunque en total entrega al momento. Las emociones estaban vibrando dentro de ella y en sintonía con el espíritu del agua que ahora mismo, en su visión, se representaba como un ser compuesto de infinitas gotas que se entremezclaban y al tocarla la llenaba de vida.

InuYasha comenzó a sacar el pergamino correspondiente a la Deidad del Agua y lo extendió delante de ella sin estar del todo seguro de hacerlo correctamente. Se había mantenido observando a su compañera en lo que parecía un ritual normal de contacto con el agua, hasta que notó que a ella se le erizaba el vello en la piel y entonces a él le pasó lo mismo en la nuca.

Observó que Kagome acercó sus manos hasta el pergamino que acababa de extender y comenzó a crear una invocación con un mantra.

Deidad del Agua, Seiryu. En conexión con el equilibrio universal y con el amor como la primera energía emanada de la perfección, te pido que me otorgues tus dones.

Una vez recitado aquello, Kagome inhaló hasta que pareció que no había más espacio en ella para el aire. Contuvo el aliento e InuYasha lo hizo en resonancia, de pie a poca distancia, dejando el espacio necesario para que su compañera conectara con todo aquello que ella entendía mejor.

La energía aún mantenía la forma del agua y tenía un aspecto vibrante y luminoso en manos de Kagome. De pronto comenzó a descender en gotas largas y resplandecientes que parecían densificarse a medida que bajaban hasta tocar el papel y la tinta del pergamino. Se expandió por la superficie sin trastornar nada de lo que había en ella, la tinta y el papel permanecían intactos. Los kanji se complementaron con las palabras, irradiando en color azul y verde pálido y representaba así al elemento que lo componía.

Las manos de Kagome se vaciaron en armonía con el último resquicio de aire que quedaba en ella de aquella inhalación profunda. Creó la figura de un sello en el aire, para cerrar la energía de ese trabajo espiritual y se sintió agradecida de un modo amplio, como la luz del sol cuando toca la tierra. Se inclinó hacia adelante en una reverencia remarcada que llevó sus brazos extendidos con las palmas de las manos hacia el suelo y su frente entre éstas. Se mantuvo así durante todo el tiempo que le tomó sentir que la energía dentro de ella se asentaba, así como el cúmulo que la rodeaba y que ahora mismo pertenecía al templo, del mismo modo que la propia energía que ella había expresado a través de su petición y fe.

Gracias —murmuró, cuando finalmente se dejó vencer por el agotamiento.

InuYasha la sostuvo al comprender que se quedaba postrada y laxa sobre la hierba.

—Tranquila, ya estoy aquí —musitó, en tanto le despejaba la cara del pelo oscuro que se la cubría.

En ese momento Kagome le sonrió con infinito amor y él simplemente pudo agradecer que estuviese bien.

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Oh, Hermana mía

Comprendo, con tristeza:

No soy capaz de

Captar la luz firme que

Guía el caos

Del alma dulcemente

Humana, frágil

Y a la vez fuerte e

Imponente del

Modo que suelen ser las

Estrellas cuando

Se oscurecen

.

Continuará

.

N/A

AMO AMO AMO esta historia.

ĒTERU me permite explorar tantas ideas que se mantienen como algo abstracto en mi vida, que cuando consigo contarlas siento que TODO está en orden.

Gracias por leer, comentar y acompañarme en esta aventura maravillosa de sacar lo que se tiene dentro.

Besos!

Anyara