ĒTERU

Capítulo LI

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Seguir adelante ese día les había tomado tiempo. Luego de canalizar la energía de la primera ofrenda, Kagome se había sentido cansada e InuYasha la recostó junto al fuego que aún mantenía algún leño a punto de ser consumido y que ayudaba a que el lugar estuviese caliente. Ella se durmió, dando tiempo a InuYasha para repasar la mejor ruta a seguir y por la que pudieran evitar los caminos por los que transitaban aquellos a los que Kagome llamaba senderistas.

Cuando consideró que tenía claro por dónde ir, suspiró y se permitió observar a su compañera con calma. Estaba recostada de medio lado, usando el bolso que llevaba a modo de almohada y él la había cubierto con su kosode para que no se enfriara. Tenía el pelo suelto tal como solía llevarlo y le enmarcaba la cara al caer por sobre la mejilla y el mechón creaba una onda que rodeaba la mandíbula. Todo el cuadro lo llevó a recodar una mañana en la ella dormía, pocas semanas después del nacimiento de Moroha. Él la acunaba a su hija en sus brazos y la niña le sonreía y lo miraba con sus ojos grandes. Kagome le había explicado que los bebés no veían bien a esa corta edad, sin embargo InuYasha estaba seguro que su hija lo veía claramente; además, parecía no perder detalle de él. Bajo la membrana tornasol que le velaba la mirada podía ver el tono miel que entremezclaba el color castaño de su compañera con el dorado que él mismo poseía, heredado de su padre. Recordaba la sensación de profundo agradecimiento que tuvo entonces, por estar viviendo ese instante con Moroha en sus brazos, además de agradecer todos los eventos, afortunados y desafortunados, que habían construido el camino hasta llegar ahí.

Volvió del recuerdo y acercó la mano al pergamino en el que Kagome había puesto la primera ofrenda, con un enorme esfuerzo espiritual. Aquello significaba un paso más para regresar con la hija que dejaron. Ansiaba poder abrazarla y decirle que todo estaría bien y que esta vez sí crecería con sus padres. El haber encontrado a Moroha en este tiempo y saber que ella no creció con sus padres, era algo que lo perseguía y angustiaba; no podía permitir que se repitiese. No sabía cómo funcionaba el tiempo ¿Quién lo sabía? No obstante, estaba decidido a seguir el camino que lo llevase a reunir a su familia. Notó la presión de ese sentimiento en el pecho, sintió el dolor de la incertidumbre; no le permitiría acampar en él.

En ese momento Kagome comenzó a despertar y eso lo ayudó a recobrar el presente. Poco después, cuando se sintió más recuperada, salieron del templo con una amplia reverencia de agradecimiento por parte de Kagome y que InuYasha se sintió impulsado a repetir, aunque no la efectuó. Tuvo la sensación de que no le correspondía aquello, después de todo él no era un sacerdote o un monje; incluso estaba lejos de considerarse a sí mismo un ser espiritual, con derecho a manifestar la fe como alguien que dedicaba su vida a ello.

Durante el inicio del viaje se permitió reflexionar. Él no se consideraba creyente de nada particular, la vida que había llevado le enseñó que en el mundo existía bien y mal; del mal debía defenderse y beneficiarse del bien cuando llegaba. Sin embargo, estando con Kagome pudo considerar que quizás hubiese más que eso; un espacio en medio de aquellas dos fuerzas que parecían en pugna constante.

Sostuvo a su compañera con un poco más de intensión, ella había aceptado hacer el inicio del camino a su espalda y él lo andaba con calma.

—¿Kagome? —le habló, no demasiado fuerte para no sobresaltarla, ella parecía aún aletargada por el sueño y el cansancio.

La respuesta le llegó con un sonido interrogante, una especie de muletilla sonora que ella usaba con frecuencia y que él reconocía como parte de la forma en que se comunicaban. Por un momento le pareció que la pregunta que pensaba hacer ni siquiera tenía forma y por tanto, quizás, fuese mejor no realizarla.

—¿InuYasha? —su compañera lo apremió y él se sonrió con cierta ironía, debía saber que ella leería más allá de sus palabras.

—No es nada. No tiene importancia —declaró.

—Algo me dice que eso no es cierto —murmuró en el hueco de su cuello y la vibración de la voz fue llevada por las hebras de su pelo hasta cosquillearle en la oreja.

Bruja —maldijo en su mente, con un tono mucho más amable de lo que una maldición en condiciones requería.

—Te equivocas, es cierto, no es algo realmente importante —insistió. Ahora mismo se sentía absurdo sólo por comenzar esta conversación.

—Bueno, pues cuéntame aquello poco importante. No tenemos nada mejor que hacer mientras caminamos —pidió ella—. Y, por cierto, me vendría bien comenzar a andar desde aquí.

—¿Estás segura? Estabas muy cansada.

—Sí, lo estoy —dicho eso le dio un beso en el costado de la cara.

InuYasha de cierta forma ya estaba habituado a las expresiones de afecto de Kagome, las había tenido desde que se conocían, incluso si no las merecía, y aún así le resultaba sorprendente recibirlas de manera gratuita; sólo por estar ahí.

Se detuvo y ella se deslizó desde su espalda hasta poner los pies en el suelo. Él percibió en todo momento las manos de su compañera sobre los hombros hasta que se sintió segura. Luego de eso ella se acomodó la mochila que llevaba a la espalda y comenzó a andar. InuYasha hizo lo mismo con el atado en que llevaba el libro, se lo pasó a la espalda y la siguió. No había sendero, avanzaban por en medio de la maleza y Kagome debía dar cada paso sólo cuando estuviese segura. InuYasha observaba la situación con cierta inquietud. Le gustaba ir un paso tras ella para así observar lo que pudiese venir desde delante y ser un escudo para Kagome si algo se avecinaba desde atrás; sin embargo se estaba planteando ir adelante para allanar el camino. Ella pidió seguir por su propio pie y aunque él quería hacerlo todo en el menor tiempo posible, entendía que por muy fuerte que fuese su compañera le era necesario un tiempo de descanso, no era conveniente que intentara una nueva canalización de energía como la que recibió anteriormente.

—Y bueno —dijo Kagome, echando una mirada de medio lado hacia atrás a su compañero— ¿Me contarás que es eso, sin importancia, que da vueltas por tu cabeza? —lo vio hacer un gesto con los ojos, llevándolos a blanco en una clara manifestación de hartazgo e incluso hastío. No obstante sabía bien que era una de las tantas barreras de seguridad que InuYasha usaba para resguardar esa parte emotiva y dúctil que eran los sentimientos que se le acercaban al alma.

Esperó.

Y mientras lo hacía continuó caminando, sin perder de vista lo que había a cada paso. Si su intuición era correcta ya no sólo estaba cuidando de sí misma, con lo que cada acción debía considerar un resguardo mayor.

—¿Crees —él comenzó a hablar, tal y como ella lo había supuesto, haciendo una pausa que denostaba la inseguridad que sentía. A Kagome le pareció extraño, dado el largo tiempo que llevaban juntos, sin embargo de inmediato corrigió su pensamiento y recordó que las personas evolucionaban a cada momento de su vida, profundizando cada vez más en los aspectos que las componían. Ella misma se descubría muchas veces planteándose preguntas que probablemente unos años, e incluso un mes antes, no consideraría—… que alguien que nunca ha dedicado tiempo a la espiritualidad pueda orar?

—Estoy segura de ello —sentenció.

Decretar algo como una realidad, habitualmente daba al otro una seguridad sobre la propia intuición que éste no habría considerado. De ahí, igualmente venía la necesidad de estar conectada en todo momento con el equilibrio del universo y de la vida en sí misma. Kagome consideraba muy probable el no ser capaz de resumir lo que le significaba hacer un trabajo espiritual, dado que veía aquello como un estado permanente. Su energía como sacerdotisa era una de las circunstancias más hermosas de su vida, sin embargo la llevaba a poder olvidar mantener una constante limpieza sobre su pensar, sentir y actuar; y aquello en ocasiones resultaba agotador.

Una nueva pausa larga marcó el camino. Kagome estaba acostumbrada a los tiempos de reflexión, ya fuesen propios o de aquellos que buscaban consejo, y aunque InuYasha estaba tan cerca de su alma que podía enturbiar su capacidad de percibir la energía en su estado natural, ella intentaba la neutralidad que un consejo le pedía.

—Entonces ¿No es un problema si en algún momento siento que quiero orar junto a ti?

La pregunta tardó y a pesar de ser llana y clara, no carecía de duda y vacilación. Kagome reconocía la valentía que se requería para poner en palabras los miedos y por eso se detuvo y se giró para mirarlo a los ojos y darle mayor énfasis a su declaración.

—No, no lo hay. Si sientes algo siempre estarás conectando con esa parte de ti que llamamos espiritual —le puso una palma abierta sobre el pecho—. La espiritualidad no es sólo para algunos, es algo que nos pertenece a todos y que parte desde el mismo momento en que nos preguntamos si somos seres espirituales.

InuYasha fue consciente de la enorme carga emocional que tenían las palabras de Kagome. Puso su propia mano sobre la que ella había instalado al lado de su corazón.

—Pero… Y todo el tiempo que dedican algunos a las cuestiones espirituales; Miroku y tú, por ejemplo —instaló la pregunta entre ambos.

Kagome observó la unión de sus manos sobre el pecho de él y como si necesitase reforzar la idea que acababa de plantear, así como sus propias convicciones, puso su otra mano sobre la de él, presionando sin dejar de mirar el punto de unión.

—Las personas como yo nos dedicamos a profundizar más en lo que ya nos pertenece a todos —retomó—. Al hacerlo, podemos ayudar a otros a recorrer su propio camino.

Pudo ver que él analizaba sus palabras y respiraba de forma profunda, lo que para ella era una muestra de interiorizar la información e integrarla al pensamiento.

—Pero ¿Cómo sabré si lo estoy haciendo bien? Si estoy pidiendo o agradeciendo de forma correcta —expresó.

Kagome sonrió, no por la pregunta en sí misma, si no por la emoción que la llenó cuando leyó toda la energía que se estaba moviendo alrededor de InuYasha.

—Tienes que hacerlo con el corazón. Con la mayor claridad y pureza posible en tu pensamiento —comenzó y él la interrumpió.

—Yo no soy puro, soy un medio demonio —su voz fue casi un estruendo que declaraba algo que estaba atascado en su garganta y en su corazón como una piedra inamovible.

—Lo eres —aseveró—. Ser un medio demonio no te hace incapaz de la pureza, sobretodo porque ésta se interpreta como la carencia de oscuridad y no es eso. La pureza de la que te habló es la que obtienes siendo quien eres, consciente de ti mismo y mostrando aquello sin máscaras; es la única forma de conseguir un camino limpio de comunicación porque la energía lo lee todo.

Kagome observaba el brillo en los ojos de su compañero que no dejaba de mirarla. En el dorado limpio podía leer la luz de una idea nueva. Le sonrió, porque no había palabras que pudiesen expresar la emoción de ver aquello en el dorado luminoso de la mirada de InuYasha. Suspiró de emoción y se preguntó si él sería consciente, alguna vez, de lo maravillosamente mágico que era.

—Además —agregó a su explicación anterior—, ya lo has hecho. Cuando estábamos dentro de la perla negra y le pediste al Árbol Sagrado que nos ayudara ¿Recuerdas?

Ella pudo ver que su compañero se llenaba de comprensión y suspiró. En el brillo de sus ojos pudo ver el agradecimiento expresado con amor infinito por ese instante de luz que le había ayudado a encontrar. Entonces Kagome sintió la plenitud de un pensamiento hecho verdad, pocas veces el amor necesitó tan pocas palabras para expresarse.

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El sol había superado el medio día y la temperatura resultaba agradable. Estaban quedando atrás los días de frío y la primavera mostraba su llegada ahí dónde fijaban la mirada. Sin embargo, en este mismo momento, ni InuYasha ni Kagome estaban disfrutando del paisaje. Ella, porque se estaba peleando con la maleza para abrirse paso por mitad del bosque y él porque sabía que todo sería más fácil si su compañera aceptara subirse en su espalda. Siempre podían encontrar el siguiente templo y esperar a que ella estuviese recuperada antes de intentar obtener la ofrenda correspondiente.

—Kagome, no es por ahí —mencionó por segunda vez, desde que ella se había empeñado en acercarse a un bosque de bambú que pasaron la primera vez que caminaron esta parte del territorio e insistía con que iban a encontrar más adelante.

—Yo creo que sí —afirmó con la voz tensa, en tanto observaba cómo cruzar los matorrales que se alzaban delante de ella y que parecían crear una barrera entre un lugar y otro del bosque.

InuYasha fue consciente del modo en que su compañera comenzaba a elevar la voz cuando hablaba y de la forma en que su respiración parecía algo más agitada que un rato atrás. Sabía que aquellos eran síntomas del hambre que ella aún no notaba y que incluso podría no advertir en el resto del día; sin embargo, muchas veces él escuchaba cómo le rugía el estómago.

—Paremos para comer algo —indicó. Habían traído consigo algunas setas que se podían asar, además de las raciones de arroz que les quedaban; estarían algo secas, pero valdrían.

—No tengo hambre —respondió ella, intentando poner un pie por encima de los matorrales, lo que él de inmediato supo que era una mala idea.

Cuando Kagome comprendió que no podía traspasar el grueso muro de ramas y hojas que tenía delante, ya no había mucho margen de acción y se sintió caer hacia atrás, extendiendo las manos para asirse de algo. InuYasha estuvo con ella en el tiempo que tardaba un soplo de aire. Quedó sostenida por él desde la espalda, medio tumbada sin llegar a tocar el suelo y desde ahí tenía la visión clara de la mirada acusadora que su compañero le regalaba.

—Esto no significa que el bosque no esté en esa dirección —intentó defender, indicando con el dedo.

—Kagome, mi nariz no miente —se dio dos toques en la punta de la nariz—, ese bosque no está ahí —fue conciso.

Presionó los labios en una línea que buscaba callar su malestar. Se sintió absurda, tanto por la postura en la que se encontraba, como por la sensación de frustración ante algo que no era relevante en realidad. Buscó ponerse en pie, extendiendo las manos a los lados para asirse de algo a lo que InuYasha respondió empujando desde la espalda para que se incorporara. Cuando se encontró nuevamente frente al matorral que no pudo cruzar, se sintió abatida y tonta. Las lágrimas se le acumularon en los ojos y dejó que estas salieran sin filtro.

Escuchó a InuYasha resoplar frustrado igual que ella y eso hizo que una nueva remeza de lágrimas le llenara los ojos, luego vino el sollozo. Se giró y abrazó a su compañero con fuerza, sin mediar palabra. Le pasó los brazos por los laterales de la cintura y se aferró a la tela de su ropa, rodeándolo.

—Tranquila, no pasa nada —intentaba reconfortarla, mientras la acercaba por la espalda y la cabeza.

Kagome lloró todo lo que le hizo falta sin que ninguno de los dos dijese nada. Sabía que era irracional sentirse así por un bosque de bambú, sin embargo para ella resultaba importante; ahí había visionado a su futuro hijo y de alguna manera necesitaba mirar dentro de ese futuro una vez más, para sentir cierta seguridad sobre sus vidas.

InuYasha recordó que el temperamento de su compañera se había vuelto volátil durante el embarazo de Moroha y lo relacionó de inmediato, así como el aroma que se acentuaba en ella cuando sus emociones se desbordaban. Si lo pensaba con cierta frialdad de eso no había pasado tanto tiempo; ellos habían dejado a su hija con unos pocos ciclos de edad.

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—Cuando quieras te puedo llevar —mencionó InuYasha por cuarta o quinta vez desde que habían dejado el incidente con el bosque de bambú. Continuaba caminando un par de pasos tras Kagome con la misma idea de tenerla vigilada y protegida.

—Te lo agradezco, pero prefiero caminar —fue la respuesta que recibió y que se sumó a las anteriores.

—Iríamos más rápido —insistió. Las manos metidas dentro de las mangas del kosode.

—Prefiero caminar —Kagome también insistió con un deje entre divertido y resignado en la voz.

Lo escuchó resoplar con cierta impaciencia. Aquella era una acción que lo había caracterizado desde que se conocieron. Al principio de todo a ella le parecía un gesto de total descortesía, venido de un ser grosero y poco empático. Sin embargo, con el tiempo, comprendió el contexto en que InuYasha había existido y todas aquellas expresiones fueron encontrando un lugar y encajaban con él; significaban algo muy distinto a lo que ella traía como una preconcepción desde su tiempo. InuYasha era un sobreviviente y en la sobrevivencia no había espacio para los deseos, se hacía lo más conveniente a cada momento.

Lo miró de medio lado hacia atrás, reafirmándose en que el amor no es sólo un sentimiento que habla de romance, es una energía que abarca todas las facetas de lo amado, desde la admiración hasta la tolerancia. Claros y oscuros danzan entorno al amor, haciendo de éste un núcleo que ilumina todo lo que se acerca a él.

—Al menos deberías dejar que lleve el bolso ese —le dijo, aprovechando la mirada de Kagome.

—Estoy bien —le respondió con suavidad, consciente de cuál era la preocupación principal de su compañero.

—¿Segura? —la pregunta fue expresada casi en un susurro, como si InuYasha temiese que los árboles del camino pudiesen leer el trasfondo de su pensamiento.

Kagome asintió y le sonrió, para volver la mirada hacia adelante y permitirse sentir algo de felicidad.

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La noche llegaba poco a poco y aunque InuYasha era capaz de ver con la luz que aún había, era consciente que para Kagome no era igual. El horizonte aún dejaba ver una tenue línea amarilla que era acompañada por un tono anaranjado en el borde de los montes que se alcanzaban a divisar en medio de los árboles del claro en que InuYasha había decidido que descansarían.

Encendieron una fogata y comenzaron a asar unos pescados que él había atrapado en el río cercano. Kagome lo observaba, sentada a poca distancia sobre un tronco caído que llevaría en el lugar un par de veranos.

—Hay menos peces en este tiempo —aseveró InuYasha, mientras le daba vuelta a la vara de madera que acercaba el pescado al fuego y la volvía a enterrar por un extremo.

—También somos más personas —resolvió, manteniendo su atención en mirarlo. Después de su desplante del medio día se sentía particularmente agradecida con él por la paciencia que le demostraba y eso hacía que no pudiese parar de mirarlo. Lo hizo mientras pescaba y también en el momento de encender el fuego y al limpiar el alimento.

—Y menos youkais —InuYasha insistió con su punto, para luego observar a Kagome sin comprender que el silencio de su compañera descansaba en otro pensamiento.

Entonces fue que ella se integró de lleno a la conversación.

—Supongo que no hemos cuidado bien de los recursos —aceptó, concluyendo sobre el sin número de veces que había escuchado hablar del medio ambiente cuando aún vivía en este tiempo.

—Eso está claro, con la cantidad de senderos que hemos tenido que evitar —razonó y agregó—. Avanzaríamos más si fuésemos por las copas de los árboles.

Kagome se abrazó a sí misma, comenzaba a sentir algo de frío.

InuYasha pareció tener algo más que decir, sin embargo se mantuvo callado y dio una vuelta más a la varilla con el pescado. El olor a la comida asada había llenado el espacio y a Kagome le sonó el estómago de hambre. Había comido poco durante el día, aprovechando el tiempo para avanzar sin que su compañero cargase con ella. Sonrió recordando parte de las rencillas que tuvieron por el camino y luego inhaló profundamente para suspirar después. Salvo aquella crisis emocional que tuvo, el día había transcurrido sin problema, aunque no dieron con el siguiente templo.

—Ya casi está —mencionó él, como respuesta al nuevo rugido que le dio el estómago.

—Lo sé. Lo siento —casi se encogió de hombros.

Se produjo un momento de silencio y luego su compañero la observó de forma intensa, de ese modo que solía usar cuando sus pensamientos resultaban tan profundos que no podía ponerlos en palabras. Kagome le sostuvo la mirada, intentado dilucidar lo que él no podía decir o al menos darle seguridad para que lo intentase.

—Cuando regresemos cultivaré Hakusai —declaró, como si estuviese hablando de construir una gran obra.

Kagome lo observó un poco más y pudo dilucidar que los pensamientos de InuYasha estaban siendo rondados por el temor y que él, declarando un propósito simple y cercano buscaba aplacar el miedo.

—Lo haremos —apoyó ella— y raíz de loto —agregó.

La conversación era trivial, carecía totalmente de importancia y, aun así, les era en extremo necesaria.

—Eso implica crear un estanque ¿No? —quiso saber InuYasha, después de todo había aprendido a cultivar verduras esenciales y lo que Kagome proponía no estaba en su conocimiento.

—Creo que sí. Los hombres al otro lado de los campos de arroz cultivan algunos —le contó.

—Es cierto, he visto los nenúfares —aceptó.

—Podemos crear nuestro propio estanque —ella le sonrió y en ese momento ambos volvieron a mirarse.

Compartían la sensación de estar gestando un hermoso paisaje en sus mentes y eso, de alguna manera, les daba esperanza para el futuro.

La cena transcurrió prácticamente en silencio y aquello se parecía mucho al tiempo que pasaron a la espera del nacimiento de Moroha, luego que Riku apareciese con su vaticinio de terror sobre el futuro de la niña. No era fácil para ellos, por entonces, hacer planes y de algún modo ahora tampoco. Sin embargo reconocían la necesidad de engañar a la mente por un corto tiempo para que los pensamientos le permitiesen descansar.

Al terminar la cena se quedaron durante un rato en silencio, mirando las llamas. Kagome se había reclinado hacia el pecho de su compañero, mientras éste le daba calor con sus brazos rodeándola. No supo definir en qué momento comenzó a ver que se creaban formas en la luz del fuego. Lo primero que definió fue la figura sinuosa de un arco que parecía fuerte, aunque no lo reconoció, para luego ver la flecha que se tensaba en éste y a sí misma como parte de la escena. Respiró con un poco más de intensión y profundidad para que su mente le diera claridad sobre lo que comenzaba a ver. El fuego dejó de ser protagonista y Kagome se supo dentro del escenario de los sucesos. El cielo se mantenía oscuro como la noche y se iluminaba bajo los relámpagos que lo cruzaban cada pocos segundos. Esos mismos eran los que le permitían a ella ver un campo infestado de demonios, demasiados como para medir la cantidad. Sus flechas sagradas se abrían paso por el aire y tocaban a algunos de los demonios consiguiendo purificarlos, no obstante el número de éstos no se veía mermado. Todos ellos se mantenían perfectamente organizados como si se tratase de un ejército adiestrado que seguían a su comandante, ahí donde ella ponía una flecha y eliminaba a alguno, otro cubría la posición. Podía sentir cómo le temblaban los brazos por la fuerza constante que estaba ejerciendo para atacar, consiguiendo muy poco en comparación al avance de los contrarios. En su mente se gestaban las preguntas y no conseguía respuestas ¿Qué era todo esto? ¿Por qué se encontraba en medio de este infierno? ¿Dónde estaba InuYasha?

La respuesta a la última pregunta le llegó con un dolor terrorífico que le cruzó el pecho, acompañado con la comprensión de algo que no quería pensar. Fue consciente del modo en que las lágrimas le desbordaron los ojos de golpe y le cerraron la garganta casi por completo. La visión desapareció, dejando frente a ella la hoguera en la que ahora mismo ardía su angustia.

—¡Qué pasa! —quiso saber su compañero, que aún la mantenía con la espalda pegada hacia su pecho.

Kagome no pudo articular una respuesta. Las visiones eran parte de algo que no significaba necesariamente una realidad o un futuro, al menos eso es lo que ella decidía creer, no podría vivir de otra forma. Algunas de las que había tenido en los años anteriores, a medida que su poder espiritual se incrementaba, se habían concretado y otras no; por tanto, lo que acababa de sentir no podía ser cierto.

Sintió que InuYasha se inclinaba hacia ella, buscando su mirada por el lado izquierdo del abrazo en que la tenía y Kagome sólo pudo cerrar los ojos para refugiarse de la pregunta que él ahora efectuaba con el gesto de sus ojos. Las lágrimas cayeron con más peso por sus mejillas y se giró para guarecerse. No podía hablar, no encontraba su voz para decir nada y aunque físicamente pudiese hacerlo, no quería verbalizar lo que había sentido.

—Kagome —su voz era un susurro que se le filtraba a ella en la piel, acariciando sus miedos para apaciguarlos y devolverla al amor—. No pasa nada, estoy contigo.

Sintió que las lágrimas no tenían fin, en parte por el desconsuelo inmenso que traía consigo desde la visión y en parte por la necesidad de descargar todo lo que llevaba consigo. Percibió la suavidad con que él le despejaba la mejilla del pelo que se le había ido hacia adelante cuando lo abrazo y las garras le cosquillearon sobre la piel con delicadeza extraordinaria, atrayendo su atención y permitiéndole, al fin, despejar un poco las lágrimas y mirarlo a los ojos.

—Estoy bien —intentó calmarlo y pudo ver que él oprimía los labios, creando una línea con ellos, guardándose así su incredulidad.

Finalmente InuYasha asintió y la besó en la frente, acunándola y meciéndola suavemente, como si quisiera quitarle de encima todo lo que le hacía daño.

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Continuará

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N/A

Cada vez que consigo compartir un nuevo capítulo de Ēteru, me siento en la gloria. Amo esta historia, por todas las sutilezas que contiene y por el modo en que me trajo de vuelta a explorar a estos personajes que para mí son maravillosos.

¿Les ha pasado que la vida los mueve tanto que olvidan cuánto amaban algo?

Supongo que eso me pasó con InuYasha y Kagome. Ahora lo recuerdo.

Gracias por acompañarme, leer y comentar.

Un beso.

Anyara