Advertencia: Yaoi, lemon, homofóbicos están sobre aviso blah, blah, blah... no digan que no les dije.

Disclaimer: Saint Seiya no es mío, si lo fuera estaría censurado y hasta prohibido en muchos países.

Parejas: MiloxCamus, algo de ShuraxAioria.

Murder of Blood

By: Konoto-chan

Chapter IV: Just a little girl (part I)

No tenía la menor idea de cuanto tiempo llevaba sentado allí, dentro de aquel pequeño armario. No sabía sí ya era de noche o si seguía siendo de día, aunque a juzgar por la oscuridad de la habitación ya debía de haber anochecido. El sonido de la puerta al abrirse lo hizo sobresaltar y agazaparse más contra la esquina del angosto armario, sentándose algo apretado entre las cajas de la mudanza.

--Me cuentas un cuento antes de dormir, papi?.-preguntó la dulce voz de una niña.

--Ya es tarde, cariño.-dijo una voz varonil, el padre.

--Por favor.-rogó la pequeña.

--Hora de dormir, Katy.-habló otra voz, la madre.

--Esta bien.-dijo la niña, con algo de decepción en su voz.

--Buenas noches, cariño.-dijo la madre besando a la niña en la mejilla.

--Buenas noches, mami.-pronunció la niña.

--Duerme bien, princesa.-habló el padre arropando a la niña y dejando un suave beso en su frente.

--Buenas noches, papi.-se despidió acurrucándose entre las mantas, abrazando a un oso de peluche. Los padres salieron del cuarto, el padre apagó las luces y cerró la puerta.

--Papi!.-llamó la niña.

--Lo siento, princesa.-se disculpó el hombre, dejando la puerta entreabierta, dejando entrar a la habitación un pequeño as de luz, que provenía del pasillo.

La niña sonrió. Se quedó dormida casi en el mismo momento en que su cabeza tocó la almohada.

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Después de una larga espera de aproximadamente tres horas, creyó que era el momento correcto para salir, se incorporó del lugar en el que hasta ahora había permanecido sentado.

Abrió la puerta del armario con lentitud, tratando de evitar el menor chirrido. Caminó sigilosamente hasta llegar a la puerta de la habitación, la abrió con lentitud, salió y la volvió a dejar entreabierta, para dejar entrar un poco de luz. Caminó por el largo y oscuro pasillo hasta llegar a las escaleras. Las bajó con lentitud, evitando tocar algún objeto con sus manos descubiertas, se dirigió a la sala de estar y tomó el jarrón que se encontraba en la mesa ratona entre sus manos y lo estrelló contra la pared, el objetó de cristal se rompió el miles de pequeños pedazos, que se esparcieron por todo el piso, haciendo un gran estruendo.

Espero pacientemente unos cuantos segundos hasta escuchar unos pasos apresurados bajando por la escalinata hacia la sala, se posicionó contra la pared de la entrada y esperó.

--Quién anda allí!.-exclamó el hombre, con voz enérgica aunque el timbre de temor en su voz era bastante notable..-Será mejor que salga ahora mismo de ésta casa sino quieres vérselas que llame a la pol...-pero antes de terminar la frase un fuerte golpe en la boca del estómago lo hizo callar, obligándolo a caer de rodillas en el piso sujetándose el lugar del golpe, respirando con gran dificultad ya que el golpe le había sacado el aire por completo.

--Vas a morir.-susurró arrastrando las palabras.-Al igual que toda tú maldita familia.-murmuró en su oído con voz fría y susurrante, para acto seguido golpearlo con el puño en el rostro, mandándolo de bruces al piso de madera.

Se dirigió con paso tranquilo hacia la cocina, abrió una de las numerosas gavetas y sacó un pica-hielo y un cuchillo bastante afilado. Caminó de regreso a la sala donde el hombre trataba de incorporarse todavía dolorido por los golpes. Tomó el pica-hielo firmemente y en un rápido movimiento clavó el objeto punzante en el tobillo derecho. El hombre ahogó un gutural grito de dolor. Lo retiró lentamente girándolo en el proceso, provocándole más dolor al pobre hombre, la sangre salió a borbotones de la herida, manchando el pulcro piso de madera pulida. Vió como el hombre se revolvía en el suelo, cerrando fuertemente sus ojos y tratando de ahogar gritos y gemidos de dolor en su garganta. El profanador se puso de pie empuñando en su mano el cuchillo, hizo ademán de apuñalarlo, pero cando el filo del cuchillo estaba por tocar al hombre una mujer se interpuso, colocándose casi encima de su esposo.

--No!..-exclamó.- Basta!... No lo lastime, por favor, por lo que más quiera.-dijo la mujer entre sollozos, mirando a aquel hombre con sus grandes ojos azules, suplicantes, derramando unas cuantas lágrimas. Esperando que aquel hombre que había invadido su casa tuviera un poco de piedad. Pero lo que ella no sabía era que él había enterrado su piedad hacía ya muchos años atrás.

La tomó bruscamente por los cabellos, obligándola a ponerse de pie. Y ante la mirada de horror de su marido, hundió con rapidez y facilidad el arma blanca en la garganta de la mujer, introduciendo el cuchillo hasta la empuñadura. La mujer abrió ampliamente sus zarcos ojos, sus labios se abrieron en un grito, pero ni un solo sonido salió de ellos, ni un sollozo, ni un grito, ni un gemido. La mujer cayó de rodillas cuando él le soltó los cabellos, y se desplomó, ya sin vida, boca arriba. Un charco de sangre escarlata se formó debajo de ella, empapando la tela rosa pálido de su pijama, tiñéndola de un rojo intenso. El hombre seguía sin poder articular palabra alguna, sin poder ni querer creer que su amada esposa estaba muerta en el piso de su sala de estar. Sólo se limitó a bajar la cabeza y llorar silenciosamente. Lágrimas de odio, tristeza e impotencia corrían sin control por su magullado rostro.

--Tu turno.-dijo apuntándole con un arma de fuego, una Colt 45 semiautomática.-Lo haces tu o lo hago yo?.-preguntó sonriendo ante el rostro pálido del otro.

El hombre tomó la pistola entre sus manos, temblando de pies a cabeza. Se inclinó hasta dejar un beso en los aún tibios labios de su esposa muerta. Colocó el cañón del arma en su sien izquierda, cerró sus ojos y apretó el gatillo, gotas de sangre escarlata mancharon las paredes y el piso, el cuerpo inerte del hombre se desplomó al lado del de la mujer. Un hilillo de sangre bajó por su rostro hasta terminar goteando en el piso, con sus ojos azules ampliamente abiertos y vidriosos.

Se volvió hacia la entrada de la sala y la vió. Aquella personita que había presenciado todo desde el principio. Una pequeña niña de escasos cinco años, de largos cabellos castaños y grandes ojos azules como los de sus padres, sostenía un oso de peluche entre sus brazos, con sus pececitos descalzos en el frío piso.

--Shhh...-pronunció el hombre a la pequeña con un dedo sobre sus propios labios.

El rostro pálido de la pequeña se contrajo en una mueca de horror. Lágrimas cristalinas y silenciosas bajaron por sus mejillas. Asintió con su cabeza lentamente, mientras mantenía sus ojitos fijos en los cuerpos sin vida de sus padres. El hombre sacó un encendedor de uno de sus bolsillos, lo encendió y lo colocó cerca del detector de incendios. El aparato comenzó a timbrar de forma intermitente, para acto seguido gotas de agua mojaron todas las habitaciones de la casa.

El hombre abrió la puerta principal y salió caminando tranquilamente, hasta que se perdió de vista en la oscuras calles.

Mientras tanto, la pequeña niña sólo permaneció parada en el mismo lugar, en silencio. Estuvo así por mas de una hora, mirando fijamente los cuerpos ya fríos de aquellos que alguna vez fueron sus padres. Se acercó lentamente, temerosa; se arrodilló ante su madre y acarició con su manita el rostro de la mujer, se inclinó y dejó un suave beso en la frente. Después gateó una escasa distancia hasta quedar frente al rostro de su padre. Los ojos azules del hombre, fijos y vidriosos miraba a la nada, la niña acercó su mano hasta tocar el rostro de su padre, con sus dedos cerró suavemente los párpados antes abiertos, dejó un tenue beso en la frente de su padre, tal y como lo había hecho anteriormente con la mujer.

Se acurrucó en el pequeño espacio que separaba ambos cuerpos sin vida, cerró sus ojitos azules.

--Mami... Papi...-susurró la vocecita entrecortadamente.

Y lloró...

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--El detector de incendios se activó, pero cuando los bomberos llegaron no había ninguno.-dijo Aioria, avanzando hacia donde se encontraban los cuerpos, en medio de la sala de estar.-Un hombre y una mujer, cuarenta y treinta y siete años respectivamente. El hombre era un reconocido cirujano y la mujer era ama de casa.-siguió.-Una puñalada en la garganta.-dijo señalando a la mujer que estaba boca arriba.-Una herida en el tonillo derecho y otra herida de bala en la sien izquierda.-continuó.

--Encontramos huellas digitales en uno de los armarios de arriba, no coinciden con las del hombre ni con las de la mujer.-dijo Saga.

--No hay cerraduras forzadas.-siguió el castaño.-Tampoco las ventanas.

--Puede ser que se haya metido cuando no había nadie.-objetó Milo.

--Es lo más probable.-secundó el peliazul.

--Estaba alguien más en la casa?.-preguntó Camus.

----Si.-contestó el castaño.-Una niña, hija de ambos.-dijo leyendo los reportes con detenimiento.

--Dónde esta?.-preguntó el rubio.

--No lo sabemos.-el castaño se encogió en hombros.-Registramos todo el lugar pero no la encontramos.-dijo con pesar.-Tememos que se la haya llevado.-

--No.-negó el pelirrojo mirando fijamente un punto a espaldas de Saga, atrayendo tres miradas incrédulas.

--De qué hablas, Cam?.-preguntó el ojiazul.

--Ella está aquí.-dijo para después caminar apresuradamente hasta uno de los escapes del sistema de ventilación que estaba al ras del piso. Trató de zafarlo pero no pudo.

--Camus?.-llamó el griego.

--Un desarmador, rápido!.-pidió.

El castaño se dirigió apresuradamente hacia la cocina, buscó en cada una de las gavetas hasta encontrar uno, regresó y se lo tendió al pelirrojo, quien lo tomó y con rapidez quitó cada uno de los cuatro tornillos que mantenían a la rejilla en su lugar, para después retirarla. El francés se inclinó y extendió sus brazos.

--Sal, linda. No voy a hacerte daño.-dijo con voz suave.

Y para sorpresa de Milo, Aioria y Saga una pequeña figura salió y se aferró con desesperación a Camus enredando sus bracitos alrededor cuello del francés, llorando desconsolada. El pequeño cuerpo de la niña estaba frío y temblaba incontrolablemente, de sus labios escapaban tenues y casi inaudibles sollozos.

--Milo... me prestas tu abrigo?.-preguntó el pelirrojo con voz suave.

--Si.-el rubio se sacó el abrigo negro que vestía (Konoto-chan: recuerden que todavía tiene pantalones y camisa ¬¬), y cubrió con él el cuerpo de la pequeña, quien seguía aferrada al francés.

--Y ahora que hacemos con ella?.-preguntó Saga rompiendo el incómodo silencio que se había formado por lo que parecieron largos instantes, roto únicamente por los quedos sollozos de la niña.

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Muchísimas gracias a las personas que leen y siguen éste mediocre fic u.u. Os los agradezco mucho.

Perdón por hacedlos esperar, gracias por leer y espero que os haya gustado. Opiniones en los reviews por fa n.n Ja Ne!.