Hola! Sé que ha pasado bastante tiempo desde la última actualización.
He estado centrada en terminar otras historias, y ahora le ha llegado el turno a esta. Va a tener 40 capítulos en total.
Capítulo Treinta y Tres
La última duda
Inuyasha se limpió el sudor de su frente, guardando su espada en la vaina que colgaba de su cinto.
Levantó la mirada al cielo y suspiró. Todavía faltaban unos días para la luna llena.
La batalla había sido larga y sangrienta, pero habían conseguido encontrar el escondite de una parte de los yōkai de la luna y derrotarlos.
Sesshomaru estaba metido en un río cercano quitando las manchas de sangre de su traje y armadura. Inuyasha se unió a él, mirando de reojo a los tres yōkai soldados que habían sobrevivido a la lucha y estaban descansando apoyados en los árboles.
—Esto no ha terminado, Sesshomaru —comentó, hundiendo su melena blanca en el agua para limpiarla.
Su hermano asintió.
—Lo sé —sus ojos se entrecerraron, contemplando los restos de yōkai que habían quedado esparcidos por el suelo del bosque. —Aunque esto los mantendrá alejados durante un tiempo. Necesitarán reagruparse y planear otra estrategia para atacarnos.
Inuyasha se quitó su chaqueta roja, que tenía varios agujeros y una gran quemadura en la espalda, y la hundió en el agua.
—Hemos conseguido sorprenderlos —murmuró, levantando la vista mientras sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa malvada. —Tienes buenos espías.
Sesshomaru salió del agua a pasos lentos, esperándolo junto a la orilla.
—Pocos yōkai tienen tan buen oído como nosotros.
Muy cierto. Inuyasha escurrió su chaqueta tras comprobar que ya no quedaban rastros de sangre y se alejó del río, sacudiéndose para secarse.
—Manejas bien la espada, hermano —añadió Sesshomaru, girándose para mirarlo a los ojos. —Serías un gran soldado.
Él sacudió la cabeza.
—Sabes que no me interesa —respondió mientras se volvía a poner su chaqueta rajada.
En un par de días volvería a estar como nueva.
Sesshomaru se cruzó de brazos, arqueando una ceja.
—Podrías ser mi segundo al mando.
Nada le atraía menos que la vida de soldado. Inuyasha apretó los labios.
—Prefiero no mezclarme con la política —admitió, limpiando la hoja de su espada en el tronco de un árbol. —Pero te ayudaré siempre que me necesites.
Su hermano inclinó la barbilla.
—Como desees —Sesshomaru agitó su mano en dirección a los soldados, que se levantaron y recogieron sus armas. —Si algún día cambias de idea, la oferta seguirá en pie.
Inuyasha le dedicó una media sonrisa, girando la cabeza hacia el sur y mordiéndose el interior de su mejilla.
—Ella estará durmiendo ahora —murmuró Sesshomaru, adivinando sus pensamientos. —Descansa esta noche en el palacio y cura tus heridas.
Inuyasha inspiró lentamente y asintió.
—Está bien.
Siguió a su hermano a través de los árboles, corriendo tanto como le permitían sus pies.
Hacía tres días que no sabía nada de Kagome. Tres días sin salir del bosque, persiguiendo demonios con Sesshomaru y sus soldados. Tres días protegiendo el palacio y a todos sus habitantes.
Tres días sin ella.
Inuyasha se despidió de su hermano al atravesar la muralla del palacio, desviándose hacia la parte trasera de los jardines.
Dejó su traje rojo en el suelo y se metió en las termas, suspirando aliviado cuando sus heridas dejaron de doler por un momento.
Se hundió en el agua hasta los hombros, apoyando la cabeza en el filo de piedra y mirando hacia arriba.
Desde allí podía ver la estrella Polar y el cinturón de Orión brillando en lo más alto del cielo, algo que echaba de menos en sus noches tenebrosas.
En la ciudad humana había tanta luz que era imposible ver las estrellas.
Inuyasha cerró los ojos, relajándose contra la pared pedregosa y dejando que las propiedades mágicas del agua se adentraran en sus heridas.
Todavía era noche cerrada y Kagome estaría dormida.
A la mañana siguiente salió de su cuarto vestido con ropa humana y se encontró a Sesshomaru junto a una de las ventanas del pasillo con gesto serio.
Se detuvo a su lado, siguiendo su mirada. Irasue estaba caminando por los jardines con una yōkai de largo pelo plateado y ojos tan azules como el mar a su lado.
—Ella es la elegida.
Inuyasha contuvo el aliento, mirando a su hermano de reojo.
—¿Cómo se llama?
—No me importa —Sesshomaru se encogió de hombros. —Pronto llevará a mi heredero dentro.
Él no pudo reprimir el escalofrío que bajó su espalda. Arrugó la nariz y dio un paso atrás con los puños apretados.
—No quiero estar aquí cuando eso ocurra.
La idea de escuchar a su hermano o a aquella yōkai mientras se dejaban llevar por su lado más salvaje le ponía los pelos de punta.
Los labios de Sesshomaru se curvaron, mostrando una sonrisa burlona.
—Todavía quedan unos días para que sea fértil —reveló, apretando los labios para no reír cuando Inuyasha hizo una mueca de disgusto. —Estás a salvo por ahora.
Él sacudió la cabeza, intentando alejar esa imagen de su mente, y escuchó a su hermano riendo entre dientes.
Cruzó los brazos sobre su pecho y lo miró con mala cara.
—¿Por qué te ríes?
Sesshomaru chasqueó la lengua y se apartó de la ventana.
—Le das demasiada importancia a esto —murmuró, poniendo los ojos en blanco. —Todavía me acuerdo de tu grito la primera vez que viste a dos yōkai teniendo sexo.
Inuyasha entrecerró los ojos.
—Era un niño, Sesshomaru —siseó, apretando los dientes. —Y estaban junto a las puertas del palacio.
Sesshomaru resopló, agitando su mano con desdén.
—Su compañera estaba ovulando y no querían esperar.
Avanzó por el pasillo en dirección a las escaleras e Inuyasha lo siguió.
—Espero que tú seas más discreto —murmuró entre dientes, aplastando sus orejas contra su cabeza.
Escucharlo durante ese momento le provocaría pesadillas durante el resto de su vida.
—Tranquilo, hermano —Sesshomaru giró la cabeza hacia él y sonrió, levantando sus cejas. —A nosotros nadie nos verá.
Inuyasha metió las manos en los bolsillos de su pantalón y desvió la mirada.
—Me marcho —anunció en voz baja. —Volveré pronto.
Desde que se había despertado solo podía pensar en las ganas que tenía de ver a Kagome.
La voz grave de su hermano lo detuvo.
—Ten cuidado —Inuyasha se giró, frunciendo el ceño al ver la rabia que desprendía la mirada de Sesshomaru. —Todavía tenemos muchos enemigos en este bosque.
Los yōkai de la luna podrían volver a intentar atacarlos en cualquier momento.
Él asintió y descendió las escaleras sin mirar atrás, saliendo del palacio y perdiéndose entre los árboles.
El estómago de Kagome se encogió al entrar en su cuarto y ver a un medio demonio sentado en su cama con los pies cruzados.
—Hola.
Ella le dedicó una gran sonrisa, corriendo hacia él en cuanto se puso de pie. Inuyasha la envolvió en un abrazo y hundió la nariz en su pelo.
Kagome rodeó su cuello con sus brazos y levantó la cabeza para mirarlo.
—Has vuelto.
Sus ojos dorados tenían un brillo burlón que hacía mucho que no veía.
—¿Es que me has echado de menos?
—Pues claro, tonto —gruñó ella, golpeando su hombro y sonriendo al escuchar su risa. —Estaba preocupada por ti.
Inuyasha hundió las manos en su pelo, acercándola más a su cuerpo y reclamando sus labios. Kagome correspondió a sus besos, riendo cuando él dio un paso atrás y los dos cayeron sobre el colchón.
Se agarró a sus hombros para colocarse mejor sobre su regazo, arrugando el entrecejo cuando lo escuchó sisear.
—¿Qué te pasa?
—No es nada —él hizo una mueca, cubriendo su hombro derecho con una mano y rodeando su cintura con su otro brazo. —Solo una herida.
Ella sacudió la cabeza y apartó su mano con cuidado.
—Déjame ver.
Inuyasha se pasó la lengua por los dientes y asintió, desabrochando los botones de su camisa y quitándose una de las mangas. Kagome intentó no bajar la mirada por su cuerpo y la fijó en su hombro, jadeando al ver los tres profundos arañazos que le llegaban hasta el codo.
Eso era obra de un yōkai.
—Inuyasha —colocó sus dedos cerca de las heridas, poniéndose de rodillas y agachando la cabeza para verlas más de cerca. —Esto tiene que doler.
Él encogió su otro hombro.
—En un día más se habrán curado.
Imaginar el dolor que debía estar sintiendo hizo que sus ojos picaran. Kagome sacudió la cabeza, apartándose y poniéndose de pie.
—Espera aquí —pidió, saliendo de su cuarto.
Cogió su botiquín del baño y volvió a la habitación, dejándolo junto a Inuyasha mientras lo abría.
Él apretó los labios al ver que sacaba una pomada y varias vendas.
—¿Qué es eso?
Kagome tiró suavemente de su brazo no herido, haciendo que se girara hacia ella.
—Medicinas.
Inuyasha resopló, poniendo los ojos en blanco.
—La herida se curará sola, Kagome. No hace falta que...
—Cállate —siseó ella, lanzándole una mirada de advertencia. —Y déjame curarte.
Pedirle a un médico que ignorara una herida era algo impensable. Al menos para ella.
Kagome abrió la pomada, mirándolo de reojo mientras echaba un poco en la punta de su dedo índice.
—Va a escocer al principio, pero te calmará el dolor —le advirtió en un susurro.
Inuyasha asintió y ella extendió la crema por los tres arañazos con cuidado, asegurándose de que cubriera toda la piel dañada.
Una vez hecho envolvió su brazo en una venda y, tras comprobar que no estaba demasiado apretada, la ató con un pequeño nudo.
—Listo —anunció, ayudándolo a volver a vestirse. —¿Mejor?
Inuyasha asintió con una pequeña sonrisa mientras volvía a abrochar los botones.
—Bastante —admitió, rodando su hombro.
Ella cerró el botiquín y lo dejó sobre su escritorio, volviendo a sentarse a su lado.
—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó al apoyar la cabeza en su hombro.
Inuyasha resopló, dejando caer la cabeza hacia atrás y mirando hacia el techo.
—Hay unos yōkai que quieren quitarnos nuestro territorio —explicó, su voz volviéndose un gruñido a medida que hablaba. —Y no vamos a permitirlo.
Tenía los puños tan apretados que sus nudillos estaban blancos. Kagome cogió una de sus manos, acariciándola y sonriendo cuando él la relajó, dejando que trazara las líneas de la palma de su mano con la punta de sus dedos.
—No te preocupes, Kagome —añadió él con voz suave, rozando su mejilla con su mano libre. —Mi hermano y yo somos más fuertes que ellos.
Siempre que no hubiera luna llena, aunque Inuyasha decidió omitir ese detalle.
Ella apretó los labios y no dijo nada, cerrando los ojos mientras seguía trazando formas sobre su mano.
—¿Estás lista?
Kagome los abrió al escuchar la pregunta y levantó la cabeza, mirando a Inuyasha a los ojos.
Volver a acercarse a ese bosque lleno de demonios era algo que había pensado que nunca haría, pero al ver el brillo de sus iris dorados supo que esta vez sería muy diferente.
Esta vez Inuyasha estaría a su lado.
—Tanto como puedo estarlo —admitió en un susurro, pasándose una mano por su pelo con nerviosismo.
Inuyasha se levantó, ofreciéndole una mano y esperando a que ella hiciera lo mismo. Se inclinó hacia delante, mirándola con una ceja levantada. Kagome se sonrojó mientras se subía a su espalda, agarrándose con fuerza a su cuello y colocando sus piernas alrededor de su cintura.
Inuyasha sujetó sus muslos, dándole un pequeño apretón alentador que hizo que su piel ardiera.
Había sido una buena elección llevar pantalón aquel día.
—Cierra los ojos.
Kagome obedeció y sintió cosquillas en el estómago cuando él salió de un salto por la ventana, corriendo hacia el bosque prohibido a toda velocidad.
No se detuvo hasta que llegaron al límite del bosque. Inuyasha lo bordeó, llegando a la zona donde la valla desaparecía y solo había postes de madera señalando la frontera.
Kagome se podía sentir atrapada si se agobiaba y no podía salir del bosque por culpa de la valla, y no quería que eso ocurriera.
Si era demasiado para ella y necesitaba salir corriendo, Inuyasha quería que pudiera hacerlo.
Sujetó su cintura mientras ella volvía a pisar el suelo y vio sus ojos marrones contemplando los árboles con inquietud.
Inuyasha movió sus orejas en todas direcciones, comprobando que no hubiera ningún yōkai cerca, y dio un paso hacia delante.
—Espera.
Se detuvo, volviendo a mirarla a los ojos. Desde que había mencionado el bosque podía oler sus nervios, y en su aroma también había una nota de ansiedad.
Inuyasha suspiró, cruzándose de brazos.
—Estás nerviosa.
No debía entrar en el bosque así. Estaba a punto de ofrecerle la posibilidad de regresar a su casa cuando la voz de Kagome lo interrumpió.
—Tengo algo que quiero darte.
Inuyasha frunció el ceño, observándola mientras ella sacaba algo del bolsillo de su pantalón.
—¿Qué demonios es eso?—se acercó más, arrugando la nariz ante el objeto que Kagome estaba sujetando. —Siento una energía muy rara emanando de esa cosa.
Algo le decía que ese objeto era peligroso.
—¿Sabes lo que es un collar de la dominación?
Inuyasha abrió mucho sus ojos y dio un paso atrás, palideciendo.
Había leído más de un libro sobre esos collares cuando vivía en el Palacio Taisho y sabía para qué los habían utilizado los humanos en el pasado.
Su espalda chocó contra uno de los postes de madera.
—¿Por qué tienes eso?
Kagome sacudió la cabeza, dando un paso hacia él.
—Inuyasha —sujetó una de sus manos, haciendo una mueca cuando él se alejo y rompió el contacto. —Deja que te lo explique.
Inuyasha apartó la mirada, fijándola en uno de los árboles.
Ella le había dado la oportunidad de explicarse, así que él haría lo mismo. Aunque lo que más deseaba en ese momento era correr hacia el bosque y alejarse de Kagome.
No podía confiar en alguien que tenía en su poder un collar que controlaba a los demonios.
Ella inclinó su barbilla, bajando la mirada al suelo.
—Me lo ha dado Miroku —reveló, girando las cuentas oscuras del collar con sus dedos. —Le hemos añadido un hechizo que te protegerá cuando cruces la barrera.
Inuyasha giró la cabeza al escucharla.
¿Cómo lo sabía?
—Te duele atravesarla, ¿verdad? —añadió Kagome, avanzando lentamente hacia él y sonriendo cuando no se alejó. —Por qué no me lo habías dicho?
Él contempló su rostro en silencio y bajó la mirada hasta el collar que tenía en sus manos.
Kagome ladeó la cabeza.
—¿Quieres probarlo?
Inuyasha volvió a mirarla a los ojos, entrecerrando los suyos con desconfianza.
—Jamás lo usaré para controlarte, Inuyasha —ella se puso una mano sobre el corazón, dando un último paso hasta estar a solo unos centímetros de distancia. —Te doy mi palabra.
Él se mordió el interior de su mejilla mientras lo meditaba.
¿De verdad no volvería a sentir dolor si lo llevaba puesto?
Kagome volvió a coger su mano y la apretó.
—¿Confías en mí?
Inuyasha relajó sus hombros y asintió.
No podía seguir dudando de ella. Kagome no tenía un gramo de maldad dentro de su ser.
—Sí —inclinó la cabeza, apretando los puños. —Está bien.
Ella colocó el collar alrededor de su cuello, apartando su larga melena con cuidado y dando un paso atrás.
Inuyasha volvió a incorporarse e inspiró profundamente, dando dos pasos hacia el bosque y atravesando la frontera marcada por los postes.
El latigazo de dolor que siempre sentía al hacerlo no apareció. Giró la cabeza hacia atrás, muy sorprendido.
—No siento nada.
Una sonrisa sincera se extendió por el rostro de Kagome.
—¿Nada?
—Es como si la barrera no pudiera sentir mi parte demonio —murmuró, levantando el collar y observando las cuentas azules y blancas con el entrecejo arrugado.
Aquella cosa le daba el poder de salir del bosque siempre que quisiera durante toda la eternidad.
—Me alegro de que funcione.
¿Era Kagome consciente de lo que acababa de hacer?
Inuyasha llevaba tiempo pensando que en unos meses más no sería capaz de atravesar la barrera mágica sin morir de dolor en el intento. Y ella acababa destruir esa posibilidad.
A partir de ese momento sería libre para moverse por los dos mundos a su antojo.
—Gracias, Kagome —Inuyasha volvió a su lado y se inclinó de nuevo. —Sube a mi espalda.
No podían caminar por el bosque o tardarían horas en llegar. Y, además, correrían el riesgo de que los yōkai detectaran su aroma si permanecían demasiado tiempo en el mismo sitio.
—Shippo nos estará esperando en mi cueva —comentó, sujetando sus piernas cuando ella rodeó su cuello con los brazos. —Quiere conocerte.
Inuyasha esperó a que estuviera cómoda y se adentró en el bosque, corriendo entre los árboles mientras escuchaba la respiración de Kagome a un lado de su rostro.
Esta vez no había cerrado los ojos.
La escuchó jadear cuando saltó para esquivar un pequeño arroyo y la agarró con más fuerza.
Inuyasha no pudo evitar sonreír. Estaba con Kagome en el bosque que tanto adoraba, y ella no tenía miedo.
Su sonrisa se desvaneció cuando detectó un aroma que conocía demasiado bien en el aire.
—Mierda —gruñó entre dientes, acelerando sus pasos. —Apesta a lobo.
Como si lo hubieran escuchado, seis yōkai lobo los rodearon y le cortaron el paso.
Inuyasha se detuvo en seco, apretando los dientes.
Recoger a Kagome sin llevar su traje o su espada no había sido una buena idea, aunque al menos tenía las dos manos libres para pelear.
Su chaqueta roja aún estaba rota y no le serviría de mucho.
Uno de ellos, de ojos azules y pelo negro atado en una coleta, le dedicó una sonrisa en la que mostraba sus afilados colmillos.
—Nos vemos de nuevo, orejas de perro.
Un gruñido resonó en lo más profundo del pecho de Inuyasha.
—Joder —dio un paso atrás, haciendo una mueca cuando los lobos se acercaron más. —No hables, Kagome.
Ella estaba muy tensa, agarrándose a él con toda sus fuerzas, y podía sentir las oleadas de miedo que emanaban de su cuerpo.
Aquellos yōkai disfrutaban matando humanos y probablemente ella se lo podía imaginar. Algunos incluso llevaban sus ropas cubiertas de manchas de sangre.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó Koga, frunciendo el ceño al fijar su mirada en ella. —¿Es una chica humana?
El resto de demonios se tensaron al escuchar las palabras de su lider. Inuyasha levantó sus garras, colocándose en posición defensiva.
—No te atrevas a tocarla.
Había luchado contra ellos decenas de veces y los lobos nunca habían conseguido derrotarlo. Y aquella vez no sería diferente.
Derramaría hasta la última gota de su sangre defendiendo la vida de Kagome.
El yōkai lobo dio un paso más hacia ellos, olfateando el aire, y sus ojos azules chispearon.
—Es tu compañera, ¿no? —preguntó con una sonrisa torcida. —Pero no has completado el vínculo.
Maldito yōkai. Los lobos también tenían muy buen olfato.
—Cállate, estúpido —siseó Inuyasha con voz grave, moviéndose hasta ocultar a Kagome de su mirada felina.
El yōkai se cruzó de brazos, ampliando su sonrisa.
—Es muy guapa —comentó con tranquilidad, buscando la mirada de Kagome. —¿Cuál es tu nombre, humana?
Ella apartó la melena blanca de Inuyasha y se asomó, volviendo a mirar a Koga.
—No parece agresivo —susurró, tragando saliva.
Inuyasha cuadró la mandíbula y sacudió la cabeza.
—Tú no lo conoces.
Koga arqueó una ceja, moviendo uno de sus pies con impaciencia.
—Puedo escucharos.
—Kagome —Inuyasha jadeó, girando la cabeza para mirarla. —Me llamo Kagome.
¿De verdad iba a hablar con ese demonio?
El yōkai inclinó la cabeza.
—Yo soy Koga —anunció, mirando a su alrededor mientras el resto de lobos escuchaban la conversación con atención. —El líder de los yōkai lobo de este lado del bosque.
Kagome asintió, contemplando los rostros de los demonios que lo acompañaban y levantando las cejas con sorpresa cuando dos de ellos agitaron sus manos para saludarla.
—Eres muy hermosa para ser humana —añadió Koga, guiñandole un ojo. —Si algún día te cansas de este chucho solo tienes que avisarme.
Las manos de Inuyasha empezaron a temblar y sintió cómo la rabia corría por sus venas.
Aquel lobo acababa de firmar su sentencia de muerte.
—Té mataré, maldito idiota.
—Inuyasha —Kagome siseó su nombre a modo de advertencia, colocando una mano sobre su hombro para calmarlo y volviendo a mirar al demonio lobo. —Encantada de conocerte, Koga.
El yōkai colocó las manos sobre sus caderas sin romper el contacto visual.
—No olvides mi nombre —murmuró, dando un paso atrás. —Grita y vendré en tu busca si me necesitas.
Kagome sonrió.
—Gracias.
—Mantén tu boca cerrada, lobo —gruñó Inuyasha, lanzándole una mirada de odio. —Nadie debe saber que ella está aquí.
Koga se pasó una mano por su barbilla.
—Sería una pena que una humana como ella muriera —contestó, frunciendo el ceño y señalándolo con un dedo amenazador. —Espero que la protejas, chucho.
Inuyasha gruñó con todas sus fuerzas, conteniéndose para que la furia no tomara el control de su cuerpo. No podía transformarse mientras llevaba a Kagome a su espalda.
El demonio lobo volvió a mirar a la humana y sonrió.
—¡Hasta la vista, Kagome!
Koga se despidió con un gesto militar y dio media vuelta, desapareciendo entre los árboles. El resto de yōkai lo siguieron y el bosque volvió a quedar en completo silencio.
Kagome dejó salir un largo suspiro en cuanto se quedaron solos.
—¿Por qué te has puesto así?
Inuyasha apretó los dientes.
—Te quiere para él.
—¿Y?
Volvió a mirarla con gesto sorprendido.
¿No le importaba que otro yōkai acabara de admitir que la deseaba?
—Yo te quiero a ti, Inuyasha —afirmó ella, haciendo que los latidos de su corazón se aceleraran. —Los demás no me interesan.
Inuyasha apretó los labios para no sonreír. La dejó en el suelo y se dio media vuelta para estar frente a ella, desabrochando su camisa.
—Ten —se la quitó y la extendió hacia ella, mirándola fijamente. —Ponte esto para camuflar tu aroma. Es peligroso que otros yōkai se den cuenta de lo que eres.
Su olor ayudaría a camuflar el suyo, haciendo que cualquier yōkai con el que se cruzaran pensara que ella era su compañera medio demonio.
Kagome asintió, aceptando su camisa y poniéndosela encima de su ropa. Las mangas le quedaban largas.
Inuyasha vio que estaba ruborizada cuando se acercó a él para volver a subirse a su espalda.
Su aliento se entrecortó cuando sus manos rozaron la piel de sus hombros y se enroscaron alrededor de su cuello. Era la segunda vez que ella tocaba zonas de su cuerpo que no había tocado antes sin ropa de por medio.
Levantó la mirada y volvió a correr por el bosque, deseando llegar cuanto antes a la cueva para dejar de pensar en lo bien que se sentía tenerla tan cerca.
—¡Inuyasha!
—Hola, Shippo.
Inuyasha se detuvo en la entrada de la cueva, sonriendo al ver al pequeño demonio zorro esperando dentro de ella.
Lo más probable era que llevara toda la mañana esperando.
Sus ojos verdes se abrieron con asombro cuando dejó a Kagome en el suelo.
—Es ella —susurró Shippo, retorciéndose las manos con nerviosismo.
Era la primera vez que veía a un ser humano.
—Hola —Kagome sonrió, agachándose delante de él mientras Inuyasha iba hacia el fondo de su cueva y se ponía otra de las camisas que guardaba allí. —Tenía muchas ganas de conocerte.
Shippo la olfateó, manteniendo la distancia.
—Hueles a Inuyasha.
—Eres un encanto —ella extendió su mano, permitiendo que Shippo la oliera. —Y más pequeño de lo que pensaba.
Shippo se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
—¡Pronto seré un yōkai grande y fuerte!
—Claro que sí —Kagome agarró su brazo, tirando de él e ignorando su jadeo de sorpresa mientras acariciaba su mejilla. —Inuyasha me ha contado que estás entrenando muy duro.
Shippo volvió a sonreír, mirándola a los ojos.
—Me gusta esta humana.
Inuyasha se mordió el labio para no sonreír. No podía estar más de acuerdo con su pequeño amigo.
Kagome acarició sus mechones pelirrojos, sujetándolo contra su pecho y abrazándolo.
—Llámame Kagome.
El zorro apoyó la cabeza contra su hombro, suspirando y correspondiendo a su abrazo.
—Kagome.
Inuyasha puso los ojos en blanco cuando Shippo lo miró con una gran sonrisa en su rostro.
Ya nunca conseguiría que dejara de hablar de ella.
