Capítulo 41: Diez copas y un poco más

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Severus estaba tan ofendido que no le volvió a dirigir la palabra, pero de todos modos, ya se había acostumbrado a eso durante el último mes. Llegó el sábado y Merlina se levantó muy temprano porque el funeral se iba a realizar a las diez de la mañana en una iglesia de Londres. Se colocó un pantalón y una camisa negra más una túnica de igual color. No era de esas que usaban vestidos y sombreros enormes para despedir a un muerto, y tampoco se hubiera arreglado tanto para Craig.

Hermione y Ginny la acompañaron hasta el Vestíbulo. Cada una le dio un abrazo y le dedicaron una triste sonrisa. Merlina se puso la capucha, se afirmó la cartera al hombro y partió caminando ladera abajo para salir por las verjas de los cerditos alados. Caminó rápidamente, como estando atenta a cualquier indicio de cosa extraña que pasara. Después de todo, podía comprobar que ser secuestrada y buscada para ser asesinada dejaba algunas secuelas de paranoia. Pero nada ocurrió. Tomó el autobús Noctámbulo en paz —el conductor y el copiloto no la distinguieron gracias a la capucha, así que no sintió miradas de curiosidad sobre ella— y viajó a toda velocidad, afirmada de un fierro, de pie.

Se bajó en la iglesia, una construcción bastante pobre y destartalada. Los dueños debían ser magos sin muchos recursos. A algunas ventanas le faltaban trozos de vidrio y la pintura se estaba descascarando producto de la humedad.

Entró y pudo ver que había no más de diez personas. Tal vez con ella se cumplían las diez. La madre de Craig lloraba a lágrima viva sobre el hombro de su esposo. Ella se aproximó con sigilo y nadie se fijó en su presencia. Se instaló al lado del ataúd y aguantó las ganas de desmayarse. Estaba hinchado y azul. Pero era él, no cabía duda. A la vez sintió un alivio enorme en el cuerpo, como si se hubiese quitado varios kilos de encima, y pudo respirar, después de mucho tiempo, aire que entraba a sus pulmones de manera agradable. Sonrió para sí misma pero no de forma burlesca. La paz interior que estaba sintiendo la debía expresar. Era libre… de cierto modo. Al menos podía asumir que estaba libre de peligro, ¿o no tanto? ¿Qué era eso de que había podido dejar, tal vez, alguna misión para sus compañeros de Azkaban? Daba igual. No podía vivir preocupada. Se sentó en una banca hasta que llegó el cura y comenzó a hablar.

—…si se redimió de sus pecados, entonces estará en la gloria del Señor….

Merlina escuchaba sólo fragmentos del discurso. Ya todo el mundo estaba más calmado.

Cerca de las once y media los sepultureros llegaron y comenzaron a llevar el ataúd hacia la puerta de la esquina que daba al gran patio de entierro. Merlina salió de las últimas. Quería hacer la despedida completa.

Se instaló, algo alejada de la multitud. Vio cómo lo bajaban al agujero en la tierra lentamente y lo colocaban en el fondo. Luego echaron la tierra de una sola vez mediante magia y lo dejaron liso. Varios depositaron sus flores. Ella no tenía nada, pero se quedó un minuto más en silencio. Luego, se marchó.

De vuelta en el ómnibus se sacó la capucha y se atrevió a sonreír a los pasajeros. Una señora la observó como si se hubiese comido un limón y le dio la espalda murmurando cosas incomprensibles. ¿Era tan malo que una desconocida les sonriera? En fin. Ella estaba feliz, aunque no fuera una situación precisamente para estarlo de forma plena. Una muerte no era para estar feliz, pero la de Craig era una gran excepción ya que por fin sabía que era él, que no estaba suelto y que ya no volvería a ser una amenaza. Mejor muerto que en la cárcel.

Llegó al colegio colorada por tanto caminar. Entró al Vestíbulo y vio a una multitud de estudiantes rodeando el tablero de anuncios.

—Siempre me entero tarde de las cosas… —susurró negando con la cabeza. Ron y Harry aparecieron haciéndose paso entre los demás.

—¿Qué tal, Merlina? —preguntó Harry.

—Bien. Era Craig. Estoy libre de persecución —replicó sonriendo.

Los dos ya estaban enterados de que Craig iba tras Merlina. Era realmente absurdo no saberlo si El Profeta había hablado un montón acerca del tema. Claro que jamás se mencionó a Severus, y sólo un par de veces salió el nombre de Merlina. Eso fue una verdadera suerte porque quizá Snape se hubiera muerto de la vergüenza, pensaba ella.

—¿Qué hay allí? —preguntó señalando la manada de alumnos emocionados.

—Oh, otra fiesta más —respondió Ron sin entusiasmo —, de Semana Santa. Es la otra semana… No sé qué le ha dado este año a Dumbledore con las fiestas. Pero es distinta, sólo se comerá pan y vino.

Merlina frunció el entrecejo con una mueca de desaprobación, pero medio sonriente.

—Eso suena a entretención total —dijo con dientes apretados.

—Siempre he dicho que está un poco loco —susurró el pelirrojo rascándose la cabeza.

—Eh, ahí viene Hermione —avisó Harry.

La chica se les unió sonriendo de oreja a oreja.

—No me digas que estás contenta por la fiesta… —comentó Ron, horrorizado.

—¡Claro que sí! —replicó Hermione con ojos grandes y una sonrisa de "se hizo mi sueño realidad"—. Hace treinta años que esta fiesta no se celebraba, está todo en la Historia de Hogwarts…

—Ah… no recuerdo, pero sé que la leí —comentó Merlina pensativa.

—Y yo pensaba que Hermione era la única que la había leído —comentó Harry.

—Es una fiesta que hacían los pueblerinos de la época del Rey Arturo a escondidas en honor a los santos… Realmente me alegro de que Dumbledore haya retomado la tradición… el pan es delicioso y el vino es el mejor, según los historiadores. Son especialmente hechos por trigo y el vino por uva cultivados por enanos…

Hermione les estuvo dando la lata por varios minutos hasta que por fin se le acabó la cuerda y quedó sin aliento. Merlina lo encontró interesante, pero Harry y Ron comenzaban a bostezar descaradamente.

—Ya todos están entrando para comer… —anunció Merlina—, me muero de hambre. Ver a un muerto causa eso. Era broma —añadió viendo las caras de recelo de sus amigos.

Entraron por la puerta principal y Merlina se encaminó hasta su mesa con las piernas livianas. Hacía varios meses que no estaba tranquila. A la vez quería autoconvencerse de que nada malo podía ocurrir y que, desde allí, las cosas irían de bien a excelente.

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A pesar de la muerte de Craig, Merlina y Severus no habían hablado mucho. La verdad es que no habían hablado nada, y podría Merlina haber pensado que se debía a que él aún estaba ofendido por lo que ella le había dicho —no pensaba disculparse, porque él fue el que estuvo equivocado—, pero, la verdad, es que ambos se hallaban en una semana difícil, de arduo trabajo, por lo que la incomunicación iba más allá de su voluntad. Los estudiantes se quedaban hasta tarde merodeando por el castillo por las toneladas de deberes, y ya ni siquiera podía enviarlos donde los jefes de casa, porque estos estaban ocupados también. Se limitaba a decirles que se quedaran quietos en un sólo lugar, no mancharan con tinta ni las mesas ni el suelo, no dejaran plumas botadas y tampoco pergaminos. Todos querían acabar antes de la fiesta para quedar libres y no sentirse culpables o presionados después.

Ella, por su parte, estaba más ojerosa que nunca y, pensándolo bien, quería un buen recreo, una distracción, aunque fuera con una celebración. Sabía que terminaría más cansada, pero ganas de reír y conversar le hacían falta.

—¡Por fin! —exclamó cuando se levantó a las tres de la tarde el día de la fiesta. Le habría encantado saber cómo estaba ornamentado esta vez el Gran Comedor, sin embargo, se sorprendió cuando bajó al Vestíbulo y vio las puertas abiertas y un lugar completamente solitario. Luego de unos segundos percibió un ruido que provenía del exterior.

—Puede ser una trampa —se dijo recordando lo del unicornio—. No saldrás esta vez... no...

Subió al primer piso nuevamente para mirar por la ventana e intentar descubrir qué ocurría. Sin embargo, no vio nada. Estaba todo negro, como si hubiesen apagado la luz. Era como humo y como terciopelo. ¿Si algo malo estaba ocurriendo?

Subió los pisos restantes para ir a avisar a Dumbledore y se dio cuenta que varios observaban por las ventanas con cara de no entender nada.

Merlina llegó, dijo la contraseña y subió por la escalera. Golpeó la puerta, pero nadie contestó. Decidió entrar, para descubrir que el lugar estaba desolado. ¿Dónde diablos estaba Dumbledore? Salió y buscó a McGonagall, a Snape, a Flitwick, a Pomona, a Vector, Sinistra, hasta Trelawney, y ninguno andaba cerca. Se quedó finalmente quieta en el tercer piso, preparada para hacer huir a los estudiantes en cualquier caso de emergencia. Llegaron las seis y nada pasó. Las siete, y todo seguía igual. Ocho menos quince... Ocho menos diez, menos cinco... Las ocho...

Y fue como si hubiesen subido algún interruptor oculto. Desapareció lo negro y a cambio de eso, ante sus ojos, se hizo el cielo azul y estrellado. El bosque prohibido estaba moviendo sus árboles al son del viento y abajo había cientos de mesas con manteles blancos, un escenario con cortinas del mismo color, luces blancas volando de un lado a otro en forma de esfera, flores amarillas y rosadas apostados en pilares de piedra con diseño dórico de no más de un metro. Era una visión hermosa, anticuada y exquisita.

En el escenario había varios enanos barbudos, similares al profesor Flitwick, pero más pequeños aún, con instrumentos medievales y túnicas blancas, tocando una fina melodía.

El ruido de una trompeta avisó que ya se podía bajar. Merlina, quien ni siquiera se había vestido elegante, bajó tal cual. Afuera hacía bastante frío, pero cuando uno se internaba entre las mesas, la temperatura cambiaba un poco.

—¡No sabía que la fiesta se hiciera en los jardines! —exclamó Hermione llegando junto con Ginny, ambas con unas túnicas muy lindas.

—Es hermoso —se limitó a decir Merlina fascinada.

Dumbledore ni siquiera se molestó en dar discurso. Uno de los mismos enanos lo hizo, contando una historia que retrató el inicio de la tradición, y cómo y por qué se perpetuó por los años.

Merlina se permitió sentarse junto con Ginny, Hermione y Luna Lovegood en una mesa. No quería estar junto a los profesores, y con ellas lo pasaba muy bien. Luna Lovegood era una maravilla, aunque algo extraña, pero siempre le hacía reír. Claro que no sabía si hablaba en serio o en broma.

La cena del pan y vino no era mala después de todo, sólo diferente. Había cientos de tipos de panes y lo mismo ocurría con el vino tinto. Era increíble ver a niños de once años bebiendo, aunque la mayoría evitó tomar. No a todos les gustaba el vino, sólo a los más grandes. McGonagall era la única que parecía insatisfecha con eso; no paraba de dirigir miradas de desaprobación al director. Al menos había jugo de calabaza para los desertores.

Cerca de las diez todos salieron a bailar. La música era alegre y suave. Merlina se alejó de las parejas felices y fue a sentarse a la mesa más lejana y poco iluminada. Se sirvió un poco más de vino.

No pasaron más de treinta segundos desde que se sirvió más alcohol cuando sintió una presencia.

—Llevas más de diez copas —reprochó una voz.

Merlina se enderezó y miró a quién se había sentado a su lado. Sonrió.

—Me vigilas todavía, ¿eh? No lo puedes evitar —acusó.

—Siempre lo hago, o siempre que pueda, más bien.

Severus acercó la silla, aunque no era necesario, porque las mesas no eran tan grandes y los asientos estaban prácticamente juntos. Merlina apoyó un codo en la mesa y la cabeza en la mano. Con la otra sujetaba la copa.

—Y tú —le dijo—, ¿me dirás que no has bebido nada?

—Tal vez un poco más que tú, pero tengo mucha más resistencia —se le acercó un poco mirándola intensamente.

Merlina, que estaba roja como un rábano producto del alcohol, se tornó morada. Por suerte la tenue oscuridad no lo demostraba demasiado. Hacía tiempo que no sentía esa sensación de mariposas en el estómago. Se sintió como algo nuevo. Se sintió desnuda.

—¿Quién dice que no tengo resistencia? —replicó tratando de modular bien las palabras. La verdad era que sí sentía la lengua un poco traposa. Lo miró con disgusto.

—¿Te debo alguna disculpa? —preguntó el profesor de Pociones ante esa reacción.

—No lo sé —contestó ella, sin darle ya importancia al tema. Se encogió de hombros desganada—. Tú dime.

―Disculpa ―siseó sin ninguna pizca de remordimiento alguno en su tono de voz.

―Mm… ―murmuró Merlina insatisfecha. Silencio. —¿Te sirvo? —le preguntó a Severus señalando el vino.

—Bueno...

Sonó el caer del vino y, luego de llenar la copa, el hombre se lo bebió todo.

—Sírveme otro más.

—Te acabo de servir —le reprochó ofuscada.

—No importa.

Merlina le llenó otra vez la copa. Una vez más Snape se lo bebió en segundos.

—¿Por qué haces eso?

—No quiero sentirme responsable de mis actos —reveló—. Si bebo bastante, a cualquier cosa que ocurra podré echarle la culpa al vino.

Merlina asintió poco convencida y se bebió la suya también, ignorando el mareo que le atacaba.

—¿Sabías que eres un idiota?

—¿Sabías que eras una Cerdita Parlanchina?

A Merlina le dio un ataque de risa con eso. De pronto el alcohol hizo efecto y todo le comenzó a dar vueltas Severus también soltó una carcajada casi silenciosa al verla.

—Me causas risa —le dijo.

—Ya lo sabía... Oye... ¿Tienes un hermano o qué? —Merlina se estaba poniendo bizca—. ¿Dos Severus...? ¡Eso es emocionante!

―¿Acaso estarías con dos Severus al mismo tiempo? ―preguntó, evidentemente celoso.

―Bueno, no exactamente: me quedo con el más idiota, el más antipático, gruñón y sensual de los dos.

Snape le dio una suave palmada en la mejilla.

—Soy uno sólo.

—Ah, cierto. Creo que se me va un ojo —luego rio escandalosamente.

—Te ríes como una histérica. Es desagradable.

—Y tú me hablas como si tuvieras ganas de besarme —acusó Merlina balanceándose un poco hacia él involuntariamente.

Severus le puso una mano en la rodilla.

—¿Todavía te da cosquilla esto?

—No, parece que borracha no me hace efecto... —reconoció y volvió a reírse—. Creo que siento todo el cuerpo dormido.

Nadie los veía al fin y al cabo. Nadie los oía o les prestaba atención. La música era alta, y la mayoría estaban demasiado ebrios o mareados como para preocuparse por ellos.

Merlina llenó otra vez las copas y se las bebieron en silencio.

—Nunca he bebido tanto —más risas. ¿Por qué todo era tan gracioso?

—Yo tampoco, y tú eres la causa.

Merlina se sintió alterada.

—Yo no tengo la culpa, siempre me culpas a mí —se empezó a poner de pie—. Me voy...

Y se fue, pero directo al suelo.

—Mira lo que ha...

Severus, por tratar de ayudarla, se fue contra ella. Quedaron en forma de cruz.

—Lo siento —se disculpó saliéndose de encima de ella—, eres blandita.

Merlina se sobó el estómago y se intentó de sentar.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—Atrás de ti.

Merlina se volteó y lo localizó. Sonrió y se le echó al cuello.

—No sabes... ¡hip! Oh, me salió un hipo... —volvió a carcajearse con estruendo.

—No te rías en mi oreja que te escucho diez veces más fuerte —le exigió Severus apartándola de él. Luego, la miró por un instante.

—¿Qué?

—¿Qué te hiciste esta noche?

—Nada.

—Te veo diferente... Más sensual —le miró los labios.

—Estoy igual que siempre, ja, ja, ja, igual que siempre, ¿entiendes?

—¿Cuál es el chiste?

—No lo sé, ja, ja, ja, ¡no lo sé!

Severus se lanzó a reír con ella otra vez y luego, en un repentino acto, la abrazó y la comenzó a besar. Merlina hizo lo mismo. Terminaron bajo la mesa en pocos segundos. Severus se colocó encima de ella y ella le rodeó las caderas con sus piernas, pellizcándole el trasero. Estuvieron cerca de un minuto así, haciendo ascender rápidamente la temperatura, hasta que de pronto, Severus se levantó para cambiar de posición y se dio contra la mesa. Volvió a caer directo contra ella y con la cabeza ladeada. Merlina lo apartó de sí y se sentó como pudo. Se acercó a su cara y le pegó débilmente. Estaba roncando.

—Severus —susurró sollozando a medias—, ¿por qué moriste? Te dije que el vino estaba envenenado... ¿O no te lo dije? No sé, pero es tú culpa, yo soy la víctima, como siempre. Tendré que sufrir por ti…

Iba a intentar hacer algo con la intención de levantarlo y llevarlo al castillo, pero ella no tardó en caer dormida también y roncando, cosa que jamás le había pasado. Era una suerte haberse dormido en vez de haber vomitado el vino.

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Sentía como si alguien hubiese dormido sobre su cabeza toda la noche. Un dolor horrible se le acrecentaba, haciendo que el cerebro le palpitara y se le retorciera cada un segundo. Con suerte pudo abrir los ojos y moverse unos centímetros. Tenía el estómago revuelto y sentía un concentrado sabor a vino rancio en la boca. Estaba sobre su estómago, con la cara enterrada en la almohada y la tenía toda babeada. Se despegó de allí, con el cabello hecho un pajar, y miró a su alrededor con cierto desconcierto. ¿Cómo había llegado a su lecho? No lo recordaba para nada. Lo último de lo que podía estar completamente segura era de que se había cambiado de mesa cuando los otros habían salido a bailar y Severus había llegado a los pocos minutos a su lado. Luego de eso, no había nada en su mente, sólo recuerdos borrosos.

Con el cuerpo completamente agarrotado se puso en pie y se dirigió medio rengueando al baño. Preparó su ropa y se metió a la tina con agua casi hirviendo. No sabía qué hora era y tampoco tenía noción del tiempo, pero podría apostar que estuvo más de una hora así, hundida y en paz, hasta que se bañó de verdad y se salió un poco más animada.

Mientras se secaba se lavó los dientes cinco veces hasta que sintió el sabor a menta de la pasta dental impregnada en la boca.

Se vistió, intentó secarse un poco el pelo y fue a buscar algo para comer, sin antes hechizar la puerta. Desde que Craig había escapado, se le había hecho costumbre colocar sortilegios en la puerta. Cualquiera que entrara, se quedaría encerrado sin poder salir. Para su sorpresa, recién eran las ocho de la mañana. El Gran Comedor debía de estar recién siendo abierto para el desayuno.

Era impresionante ver a todos con la misma cara de zombi, aunque parecían muy contentos, después de todo.

A mitad de camino se encontró con Dumbledore. Se notaba que él había sido uno de los pocos que no había bebido, porque se veía tan radiante como siempre.

—Hola, Albus —saludó con poco entusiasmo—, supongo que tú tuviste algo que ver con que amaneciéramos en nuestras camas.

—Oh, unas cuantas camillas mágicas hechas aparecer por Minerva y yo, y en un abrir y cerrar de ojos todos estuvieron en sus respectivos sitios —sonrió—. No es la única vez que ha pasado eso. Me atrevo a decir que no ha sido tan terrible como la última vez, en la que un alumno se ahogó por beber tanto alcohol... Por eso lo habíamos suspendido. En fin, ¿vamos a desayunar?

Partieron juntos al Gran Comedor y comieron. Muchos aparecieron cerca de las nueve a llenar sus barrigas, y otros no aparecieron, los que, probablemente, debían estar pegados a las sábanas todavía.

Ya que Merlina había dormido lo que le correspondía, tuvo que cambiar su horario de sueño por trabajo. No podría volver a dormir, porque, sino, sentiría más modorra aún y podría estar una semana completa en cama.

Quería encontrar a los muchachos para comentar la fiesta de la noche, pero no los pilló por ningún lado. Al único que halló fue a Severus, quien iba saliendo de la puerta que conducía al pasillo de la cocina.

—Buenas —dijo Merlina sonriendo—, veo que no soy la única que tiene una cara de cadáver esta mañana.

Severus sonrió con ironía arqueando las cejas.

—Si recordaras lo de anoche sabrías la razón...

—¿Qué cosa?

—Sabía que no lo recordarías... —alardeó y se aproximó hacia ella. Merlina se echó hacia atrás boquiabierta y chocó con la pared. Severus apoyó un brazo dejándola algo arrinconada, pero ella no escapó. Simplemente frunció el entrecejo, con cara de signo de pregunta—. Olvidé decirte que, cuando yo me emborracho, puedo recordar perfectamente lo que hago.

—Ya... ¿y qué se supone que hiciste?

—Hicimos, más bien... —le tocó la boca con un dedo.

—Entiendo. O sea ¿estabas consciente? —Merlina apartó su mano.

—Dije que recuerdo, no que sea responsable de mis actos.

Merlina no pudo evitar sonreír y se perdió en su mirada por unos segundos.

—No fuiste a desayunar —le reprochó.

—No, desperté tarde, así que fui a las cocinas. Justo pensaba ir a verte... Y apareciste.

—Eres un adivino, entonces... —hubo unos segundos de silencio—. ¿Bebimos mucho anoche? —decidió preguntar.

—Más que nunca... Fueron, aproximadamente, veinte copas grandes de vino. Sé que caí dormido y luego desperté en mi cama.

—Sí, yo igual desperté allí por milagro de Dumbledore.

Se quedaron callados algunos segundos nuevamente.

—Extrañaba tu cercanía, tu mirada, tu boca... —confesó Severus, como si eso lo dijera contra su voluntad. Con la mano libre le tocó el hombro. La bajó suavemente para acariciarle el brazo completo. De pronto sus ojos y barbilla temblaron. Parecía temeroso, a pesar de tener una expresión cargada de deseo en el rostro. Quería decir algo verdaderamente complicado, y su mente trabajaba en la fórmula para reproducirla de forma correcta. Suavemente le acarició la mejilla y la mandíbula, lo que le arrancó un suspiro a Merlina, que cerró los ojos por unos segundos. Severus vaciló por mucho rato, aproximándose a su cuello, respirando en él, volviendo a subir, rozando sus labios con los de ella. La volvió a mirar. Estaba nervioso, como nunca antes—. Creo que ya es hora de que te diga que yo...

Pero Merlina no pudo oír lo que vino después, porque cuatro estudiantes de Gryffindor aparecieron corriendo agitados de una puerta oculta en la pared, con la peor cara de terror de todas las existentes hasta ese día.