Capítulo 42: La última broma
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Harry llevaba su Mapa del Merodeador sin ocultar. Severus se separó un poco de Merlina, pero él y ella estaban completamente seguros de que sus expresiones no se debían a la inesperada escena romántica que habían presenciado. Era otra la causa, por algo completamente diferente e inesperado, inimaginable y casi… imposible. Casi.
—Merlina… —dijo Hermione a punto de llorar. El corazón de Merlina instantáneamente se aceleró, sabiendo que algo malo había sucedido y que, de alguna forma, tenía que ver con ella.
¿Y ahora qué? —pensó pasmada.
—Tu despacho se está incendiando —continuó Harry sin aliento.
Merlina miró a cada uno analíticamente. Severus hizo lo mismo. "¿Incendiando?" ¿Qué era esa palabra? ¿Cuál era su significado? Tendría que volver a incluirla en su diccionario. Miró con una sonrisa insulsa a los chicos y dijo escéptica:
—Es imposible.
—No —respondió Harry y le puso su mapa en las manos—, te buscábamos a ti y vimos esto…
—Y hay gente adentro —agregó Ginny temblando
Merlina desplegó el mapa y buscó donde decía "Despacho M. Morgan". Un gran letrero rojo anunciaba la palabra "INCENDIO", y al lado tenía una estampa crepitante de fuego. Cinco motitas de tinta se arrejuntaban en un rincón, con los nombres "D. Malfoy", "P. Parkinson", "G. Goyle", "V. Crabbe" y "B. Zabini".
Severus miraba por encima de su hombro, tan ceñudo como Merlina. La respiración de la mujer comenzó a agitarse. Ella había puesto el hechizo… ellos no podrían salir, por más que lo intentaran, porque ella era la única capaz de deshacer el encantamiento antiintrusos… Iban a morir… Morir quemados, ahogados, en un incendio, en su despacho, no quedaría cuerpos, tal como había sucedido con sus padres; y su hermano, Drake, moribundo, dolorido…
Y entonces, en una fracción de segundos, en un azote brutal recordó todo lo que había bloqueado durante tantos años, en cientos de imágenes que corrían a la velocidad de la luz, como en una película. Recuerdos que por protección a su mente, a su alma y corazón había desechado para que no la siguieran atormentando durante toda su vida. Recuerdos malos, amargos, horrendos… Casi le explota la cabeza.
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Una chiquilla de quince años recién cumplidos, delgaducha y alargada como una laucha, estaba sentada en la cama de su cuarto, sumergida en la lectura de sus libros de estudios del año siguiente. Había leído tres veces el libro de Pociones porque quería impresionar al idiota de su profesor, Severus Snape, quien había llegado el año anterior a dar clases. Solía mirarla extraño y la regañaba por cualquier cosa, dentro y fuera de clases. A veces, porque hablaba mucho; otras ocasiones, porque hacía travesuras con sus amigas en los pasillos. Ella en sus pociones era totalmente meticulosa, así que estaba obligado a no ponerle menos de un Supera las Expectativas en sus trabajos, y evidentemente eso a él le enfurecía. Aunque debía reconocer que ella ocasionalmente intentaba llamar su atención. Sentía una extraña satisfacción y mariposas en el estómago cuando él dirigía su mirada cruel hacia ella u oía el timbre de su voz. Ella era inteligente y, si no se equivocaba, sentía que había una pequeña atracción. ¿Alucinaba? No era imposible. Tal vez fuera sólo porque a ella le...gustaba y pensaba eso como cualquier chica adolescente y soñadora. ¿"Gustaba"? No, era mucho decir eso. A pesar de aquel sentimiento, jamás podría perdonarle la tremenda regañina del año anterior, cuando ella intentó rescatar al perrito herido que estaba en el techo de una casa arrendada de Hogsmeade. Una vieja de la casa de al lado lo había lanzado.
Snape la había llevado ante el director para que la expulsaran, pero no lo consiguió. Sin embargo, el profesor tuvo igualmente una excusa para castigarla sin que el director se enterara y la hizo ir por una semana a su despacho para que ordenara sus pociones, limpiar calderos sucios ¡y sin magia! Eso fue lo más terrible de todo, aparte de los deberes extra. Pero, de todas formas, ella sentía ese "algo"; no podía evitarlo. Era normal que una adolescente como ella le atrajera un profesor. Lo peor era que le gustaba el menos simpático, el menos sociable y el menos guapo para el ojo común. Claramente a ella le resultaba tremendamente atractivo.
Bostezó volviendo a concentrarse en su lectura. Había perdido doce líneas de "La transformación animal vertebrada" por echar a volar su imaginación. Recomenzó, pero fue interrumpida.
Toc- toc.
—Adelante —dijo sin mirar a la puerta.
—Merlina —su madre, prácticamente igual a ella, con la única diferencia de tener el pelo castaño más claro, se asomó por el umbral—, ¿cuándo pararás?
—Cuando me aprenda todo y...
—No, ya basta —dijo su madre, sin alterarse, pero con bastante severidad—. Está bien que quieras ser una buena estudiante, pero no has salido de tu habitación durante casi todo el día. El almuerzo y el desayuno no cuentan.
Merlina cerró el libro de mala gana.
—Lamentablemente soy de las que tiene que estudiar mucho para que le vaya bien —respondió con el ceño fruncido.
—No me mires así —le advirtió su mamá entrando. Se sentó en su cama—. Dame un abrazo, éste es tu día.
Merlina la abrazó y de inmediato se le pasó el enojo por la interrupción.
—Excelente —celebró su mamá y le dedicó una sonrisa—. Ahora, exijo que vayas a dar un paseo. Es tu cumpleaños.
—Mamá, no quiero fiestas...
—Por favor... Sé que te gustaría que te hiciera algo. Vuelve en dos horas. Te prepararé una torta. Estaremos sólo tu padre, Drake y yo, lo sabes bien.
—Bien, bien... —sonrió agradecida y exasperada a la vez.
Se paró y bajó con su madre al primer piso.
Abajo Drake tocaba su guitarra y su padre cantaba.
—¡El demonio salió de su cueva! —se burló Drake dejando el instrumento a un lado y acercándose a su hermana.
—Jo, jo...
La agarró y le dio un abrazo de oso antes de hacerle un capón en la cabeza, despeinándola.
—¡Feliz cumpleaños! —le gritó en la oreja.
—¡Ah, ya me saludaste en la mañana! ¡No me grites!
Luego, sintió que otro más la rodeaba.
—Juntos, Drake —dijo su padre.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —le gritaron en conjunto. Luego la soltaron, sonrientes.
—Y ahora vete, que nosotros quedamos encargados de todo —dijo su padre.
Merlina asintió riendo. Tomó las llaves y salió de la casa. Vivía en el campo, y sus vecinos más próximos no estaban a menos de cincuenta metros.
Se internó en el bosque y comenzó a buscar animales para hacerse compañía. Caminó mucho, y ya estaba cansada cuando se sentó en una piedra. Apoyó su espalda en el tronco que estaba atrás. Debían ser las seis de la tarde... Había salido a las cinco. Le quedaba una hora todavía. Cerró los ojos.
Soñó todo tipo de cosas. Cosas realistas, cosas abstractas, cosas absurdas, cosas imposibles… Hasta que algo comenzó a inquietar en su inconsciencia.
Despertó sobresaltada. No sabía cuánto había dormido, pero no podía haber sido más de una hora. El cielo estaba oscureciendo recién. Miró hacia adelante, entre la espesura de los árboles y distinguió un diminuto punto rojo entre unas ramas. Se sintió extraña, como si algo en esa luz le llamara. Un nudo se le formó en el estómago no sabía por qué.
Caminó en un principio muy lentamente. Cuando llegó a la mitad de lo que había andado, comenzó a correr. El punto rojo era un manchón más grande y se veía negro el cielo, demasiado negro, y aún no era completamente de noche. Corrió como nunca y, cuando llegó al límite del bosque, el alma se le cayó a los pies y el corazón le bombeó más fuerte que nunca. La casa estaba en llamas. Escuchó un grito desgarrador. Los vecinos comenzaban a aproximarse hasta las cercanías del terreno. Corrió otro poco, llegando a sentir el calor infernal de las llamas y el olor a cenizas.
Merlina miró hacia las ventanas. Vio una cara en ella. No supo quién era, hasta que escuchó su voz.
—¡CORRE, MERLINA! ¡VETE, NO ENTRES!
Era su hermano y estaba entre llamas, irreconocible. Luego, desesperadamente se lanzó hacia las afueras. Cayó con un golpe seco a la tierra, pero no bastó para que el fuego se apagara de su cuerpo. Merlina estaba paralizada. Sus extremidades no le respondían, estaban unidas al suelo.
Los vecinos comenzaron a correr. Decían cosas. Unos se acercaron a Drake y con unos baldes le lanzaron agua hasta apagarlo. Merlina tenía una nube oscura en los ojos que le impedía ver. Alguien le hablaba y le sacudía el brazo. Ella no contestó. Tenía la boca seca, el cuerpo pesado y la mente atascada. Alguien la tomó firmemente del brazo y se la llevó hasta un auto viejo. En realidad, era un grupo de personas. Antes de subir al cacharro, vio como tomaban a su hermano y lo llevaban hacia otro vehículo más, donde transportaban vacas. Ambos motores se echaron a andar y partieron. Las lágrimas comenzaron a salir de los ojos de Merlina mientras veía el lúgubre campo pasar ante sus ojos, por la ventana del auto. El dolor del pecho era insoportable, pero no tanto como el que sentía por saber lo que se aproximaba. Sólo Drake había salido, pero sus padres… ¿Sus padres? Miró hacia atrás, viendo la casa y las llamas perderse tras una curva, con el corazón en una mano, adivinando lo que había ocurrido con ellos.
Viajaron muchas horas o a ella le pareció una eternidad, pero estaba aún oscuro cuando arribaron al hospital. La hicieron bajar. Le seguían diciendo cosas, le acariciaban la cabeza, la abrazaban…
Llevaron a Drake rápidamente hacia el centro médico de la ciudad más cercana. Ella simplemente le siguió y no hizo caso a los reproches de algunos. "Es su hermana" dijeron unos, que la defendieron, y así pudo hacerle compañía a su hermano mayor.
Luego de quince minutos ya estaba instalado en un cuarto blanco, triste, con todo tipo de instrumentos conectados a su cuerpo. Merlina le tomó la mano a la irreconocible persona que estaba tras todas esas llagas y continuó llorando con más énfasis. No había parado de llorar desde que habían partido.
De un momento a otro, un pitido se hizo constante. Una máquina mostraba una línea celeste uniforme. Una enfermera llegó de inmediato y algo le dijo con voz sepulcral. Ella no deseaba escuchar.
Su familia estaba muerta... quemada, incendiada... Todo por una celebración de cumpleaños improvisada. Un momento que debía ser el más feliz de su vida, fue el peor de todos. El horno hacía tiempo estaba malo y ella lo sabía. Bizcochos para una torta de cumpleaños que iba a ser preparada por su madre… Todo por eso… ¿Por qué? No podía ser cierto, no podía ser verdad. Por favor que alguien le dijera que era una pesadilla. Por favor que alguien le dijera que era una ilusión. Pero no, era cierto. Era cierto… La verdad dolía…
Se derrumbó en el suelo. Comenzó a temblar y no se podía controlar. No escuchaba nada más que sus sollozos y no sentía nada más que sus lágrimas resbalar por sus mejillas, como gotas venenosas. Y lloró. Lloró mucho. Todo había acabado, todo estaba perdido… Sus padres…
Tembló más fuerte. Un dolor agudo en su cabeza como de corte circuito la invadió. Las lágrimas cesaron de un momento a otro y un sollozo se contuvo en su boca, casi atorándose con él. Estuvo a punto de vomitar. Alguien la levantó y la abrazó otra vez, y esa persona también lloraba. Tal vez era algún familiar cercano; pero ella, Merlina Morgan, no podía llorar más. Nunca más lo hizo.
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La Merlina de carne y hueso que estaba en ese momento, tragó saliva y reaccionó de una vez por todas, luego de unos cuantos segundos de abstracción. Sacudió su cabeza para deshacerse de ese avasallador recuerdo. No podía paralizarse, no como aquella vez.
—Tengo que hacer algo —murmuró y le devolvió el mapa a Harry—. Tengo que hacer algo —reiteró, pero en voz alta y dio un paso. Un sentimiento de furia y valentía la invadieron.
—¿Qué piensas hacer? —Snape le tomó el brazo. Él estaba tan pálido cómo ella—. Es completamente peligroso, hay que pedir ayuda…
Merlina no lo pensó. Si se ponía a discutir con Severus sobre el tema, perderían mucho tiempo. Se soltó, sacó la varita, lo apuntó y dijo:
—Lo siento… ¡DESMAIUS!
Severus cerró los ojos y se desplomó en el suelo. Los cuatro chicos la miraron asombrados.
—¡Harry, Ron, háganle saber esto a Dumbledore! ¡RÁPIDO Y NO SE ACERQUEN A MI DESPACHO! ¡Y ustedes dos, cuiden de Snape! —Hermione y Ginny asintieron enérgicamente. Nadie se atrevió a rebatir sus órdenes.
Merlina corrió más rápido que nunca, incluso más que aquella vez que fue a su casa para ver el incendio. Le había lanzado el hechizo a Severus por la simple razón de que no quería que se entrometiera. No quería que la rescatara. No quería perderlo. Había perdido a su familia y no pensaba hacerlo con el único hombre que siempre le había correspondido. Tampoco quería que ellos, los intrusos, murieran en un incendio. Era una muerte innoble, cruel... daba lo mismo si le habían hecho los dos últimos años imposibles, ya nada de eso importaba. Eran adolescentes y tenían familia como cualquiera.
Cuando estuvo sólo a metros de su despacho, blandió la varita para abrir la puerta en el acto. Ésta se abrió de golpe y Merlina recibió una ráfaga de humo y calor. Le picaron los ojos y la nariz, pero resistió. Era imposible entrar.
—¡AGUAMENTI! —gritó y un gran chorro de agua salió de la varita, que le hizo camino. El final del lugar no estaba incendiándose; el fuego estaba hasta la mitad. Corrió aguantando la respiración. Pansy Parkinson estaba en el suelo, al igual que Malfoy y Crabbe. Zabini y Goyle estaban medio delirando.
—¡Salgan, SALGAN! —les gritó, pero sin perder el tiempo para ver si obedecían. Tomó a Parkinson en brazos y corrió hasta el pasillo. Todavía el camino estaba abierto.
La dejó caer desde media altura, porque no había tiempo para delicadezas, y se devolvió. Tomó a Draco en brazos también. En ese momento no sentía el peso de sus cuerpos, era un momento en que su fuerza oculta había aparecido por la adrenalina. Estaba más preocupada de rescatarlos que de su espalda. Lo dejó al lado de Pansy y repitió el recorrido. Sin aliento, intoxicada y medio tosiendo hizo que Zabini y Goyle se pararan. Balbuceaban cosas. Dejaría a Crabbe para el final, porque era el más pesado.
El ardor de las llama le rozaba violentamente, pero para ella el dolor en ese momento no existía.
Cuando enfrentó las llamas otra vez, estas habían sellado la entrada nuevamente y faltaba poco para que alcanzaran el final.
—¡Aguamenti! —gritó de nuevo sin aliento. El chorro fue más débil, pero la alcanzó a hacer pasar por el espacio. Obligó a los dos chicos a avanzar. Los dejó, pensando en ir a buscar a Goyle, pero se detuvo en seco. El fuego era una real barrera. Sólo quedaba una cosa. No había otro camino y los recuerdos se agolpaban más fuertes que nunca en su cerebro y de manera dolorosa. Ella estaba haciendo lo que nunca habría podido lograr en aquella triste instancia de su vida.
Cerró los ojos y empuñó la varita.
—¡ACCIO CRABBE!
No alcanzó a reaccionar, porque ya había caído al suelo con un tremendo peso muerto encima que le cortó el aire de los pulmones. No tuvo fuerzas para quitarse a Crabbe, pero no pasaron más de diez segundos cuando la desprendieron de él.
Dumbledore se inclinó sobre ella. Merlina comenzó a toser otra vez. Veía borroso y le escocían los globos oculares producto del calor de las llamas.
—Lo siento... tenía que hacerlo —susurró Merlina y se desmayó. Tenía récord mundial en desmayos ese año.
En ese instante llegó Severus, furioso, pero al verla en esas condiciones suspiró aliviado.
Despertó media hora más tarde en la enfermería. Ya había perdido la cuenta de todas las veces que había salido herida y había ido a parar donde Poppy. Dumbledore estaba a su izquierda y Severus a la derecha. Merlina se sentó y se apoyó en las almohadas.
—Quiero estar sola... —susurró y cerró los ojos. Sus ojos se comenzaron a llenar de lágrimas auténticas.
Severus había hecho el ademán de tomarle la mano, pero al ver su actitud se arrepintió. Parecía ser alérgico a las lágrimas.
—Está bien —dijo el director—. Pero ¿sirve de algo que te diga que eres una mujer tremendamente valiente? Has actuado con tanto valor, Merlina, que nadie sería capaz de describirlo. Ni siquiera yo. Que descanses.
Merlina no abrió los ojos hasta que se sintió completamente sola. Se sorbió la nariz y se obligó a retener las lágrimas por pura costumbre de no llorar. Su cuerpo obedeció. Sentía que si lloraba no iba a ser capaz de controlarse nunca más.
Suspiró abatida. Era difícil volver a ser dueña de sus memorias. Había recordado todo, hasta el último detalle. Recordaba su primer día en Hogwarts, su primera aventura en segundo año con sus amigas, cuando sacaban las almohadas y se deslizaban escaleras abajo sobre ellas.
Recordaba cada momento con su hermano, las ocasiones en que ella se escapaba a su habitación cuando tenía pesadillas, y cuando él se colaba a la de ella para dedicarle una canción en su guitarra. Recordaba a su madre, Marigold, y a su padre, Dean, de lo amorosos y buenos que habían sido con ella.
Se había enfrentado a su propio miedo. Había arriesgado su vida... estaba tranquila. Había pagado por no haber estado con su familia en el momento del accidente, aunque sabía que no había sido su culpa. Sin embargo, no hubiera podido aguantar otra cosa como esa. No podía estar viviendo de bromas. Tendría que tomar una decisión. Sí, ya la tenía en mente. Era la más acertada, la más madura... Debía renunciar definitivamente y vivir como una persona normal.
