Se despidieron de Buenos Aires con una última y emblemática visita: "Caminito", en el barrio de "La Boca". Ese era el nombre que se le daba a una colorida y famosa calle peatonal y empedrada de poco menos de doscientos metros de longitud. Era considerado como un gran punto turístico infaltable en la visita a la ciudad, un museo a cielo abierto, con una historia ligada al puerto cercano y al tango. Pese a su reconocimiento, les habían recomendado visitarlo de día, ya que el barrio solía ser inseguro por la noche, por lo que fueron por la mañana, ya que al atardecer ya tenían que estar en el aeropuerto para continuar su viaje al sur del país.
Quedaron maravillados desde el primer momento ante la vista de brillantes y animados colores a su alrededor, y ayudaba que era un día soleado y luminoso. Lo llamativo de ese lugar era que todas las paredes de las construcciones estaban pintadas de intensos y vibrantes colores distintos, incluso las mismas fachadas de bares y viviendas podían tener varios colores contrastantes, lo cual daba mucha vida y un aire de alegría alrededor. Amarillo, rojo, rosa, naranja, verde, azul, celeste, turquesa; todos juntos uno al lado de otro. Era curioso que muchas de las viviendas, antiguamente llamadas "conventillos", estaban construidas combinando materiales como madera, chapa y ladrillos, dando mucha variedad de textura, ya que en su fundación se habían construido con los materiales sobrantes de los barcos que llegaban al puerto.
Stan y Kohaku recorrieron el lugar tomados de la mano, sacaron muchas fotos. Habían ido por su cuenta, pero aprovecharon unos minutos para oír datos interesantes de un grupo turístico extranjero que pasó junto a ellos, con un guía que hablaba en inglés. La historia de cómo el callejón se había convertido en un afamado paseo turístico no era tan glamorosa, pero sí muy inspiradora. "La Curva", el nombre original antes de cambiar de nombre a "Caminito", había sido en realidad el paso abandonado de un ferrocarril, hasta que por los años cincuenta un vecino del lugar y dueño de un almacén naval le preocupaba que el lugar se comenzara a transformar en un basural, por lo que se comunicó con el pintor Benito Quinquela para pedirle que transformara ese espacio. El pintor aprovechó la ocasión para homenajear su amigo tanguero, el compositor que había nacido en ese mismo barrio, Juan de Dios Filiberto, con la música de su tango llamado "Caminito", y así fue como se volvió famoso y se convirtió en el museo abierto tan querido que era en el presente.
Estuvieron poco más de una hora por la zona, para luego volver al centro de la ciudad y comprar los souvenirs para la familia y amigos: Alfajores, tarjetas postales y adorables figuritas de tango. La moneda argentina era tan barata comparada con el dólar, que cuando encontraron una talabartería no pudieron resistir la tentación de comprar muchas cosas de puro cuero de excelente calidad, para ellos y para regalar: Kohaku se llevó una mochila, y un par de carteras divinamente talladas, Stan una chaqueta entallada con abrigo de corderito dentro, y otro larga y más liviana que le llegaba a los muslos, así como le compró una negra para Xeno, le iba a fascinar por lo elegante que era. Cinturones de cuero y otros de gamuza, una billetera para cada uno, platería criolla, y Stan se compró un "set de asador", que era un estuche con distintos cuchillos y accesorios para hacer asado a la parrilla, con exquisitamente diseñados mangos de alpaca y hueso torneado.
- Stan... creo que vamos a tener que comprar otra valija para todo lo que estamos comprando. Y todavía faltan dos destinos más en nuestro viaje.
- Sin duda, pero no hay problema. Y compramos cosas duraderas y de excelente calidad, además de muy bonitas, a un precio muy conveniente.
- Con todo lo generosos que fueron nuestra familia y amigos desde que nos mudamos juntos y con la boda, se merecen una valija llena de regalos.
- Tal cual, y la tendrán.
Luego de terminar las compras, volvieron al hotel para dejar todo en la habitación y salieron a comer a un restaurant por última vez y despedirse de la ciudad. Estaban relajados ya que habían hecho las valijas, por lo que no hubo prisas, y el vuelo estaba agendado para las dieciocho horas. Por suerte estaban apenas a media hora del "Aeroparque Jorge Newbery", y habían reservado ya un taxi desde el hotel. Consiguieron la valija mediana extra y cuando regresaron allí acomodaron todo lo que habían comprado. Como no tenían más que hacer, se recostaron juntos en los sillones exteriores del exclusivo balcón de su habitación, disfrutando de la vista del puerto, el calmo y enorme Río de La Plata que se extendía hasta el horizonte, y el sol que los calentaba deliciosamente.
Se dieron un último y buen baño juntos en el hidromasaje, aprovecharon cada minuto, y se cambiaron para salir con las valijas y registrar su egreso del hotel. El taxi ya estaba listo esperando, por lo que cargaron las cosas y partieron, mirando encariñados y con nostalgia la ciudad que dejaban atrás.
El vuelo a la ciudad de San Carlos de Bariloche, en la provincia sureña de Río Negro, que llevó dos horas y media, fue muy tranquilo y estable. Recogieron sus valijas y se dirigieron a la parada de taxis exterior, para que los llevara a Costa de Lago, donde se encontraba una de las cabañas del complejo "Quetrihue" que habían alquilado por la semana. Estaban a casi treinta kilómetros de allí, por lo cual tuvieron unos cuarenta minutos de viaje, admirando las siluetas oscuras de las montañas que los rodeaban, así como no pudieron despegar los ojos ante el bello paisaje nocturno de viajar a lo largo del Lago Nahuel Huapi por la avenida principal, apenas a unos cincuenta metros de la calle por la que circulaban. Stan había reservado ya un coche de alquiler que irían a buscar al día siguiente, allí las distancias eran más largas y no era tan abundante ni frecuente el transporte público para moverse de un lado a otro con comodidad.
Cuando llegaron a la dirección de la cabaña y salieron del taxi, quedaron los dos boquiabiertos ante la vista. Ya se hacían una idea de la belleza de aquel alojamiento por las fotos, pero verlo en persona era mucho mejor. Parecía la casa de un cuento de fantasía, toda rodeada de árboles y arbustos con coloridas flores, que destacaban aún en la semi-oscuridad. Las luces exteriores iluminaban divinamente la fachada de la cabaña, toda de madera barnizada de ciprés de un tono ligeramente rojizo, con amplios ventanales en lugar de paredes sólidas. Estaban prácticamente a la orilla de la playa del lago, incluso podía verse un pequeño muelle con una reposera, todo para ellos. Del interior de la vivienda salió una señora de mediana edad, alta y de rasgos amables, que se acercó a recibirlos.
- Buenas noches, señor y señora Snyder, es un gusto –Dijo con un buen inglés, extendiendo la mano hacia ellos a modo de respetuoso saludo– Me llamo Elizabeth.
- Igualmente, señora –Kohaku la saludó primero, sonriente– Soy Kohaku. ¡Qué belleza, este lugar!
- Y esperen a verlo de día, despertarán con una vista privilegiada, y hará un buen tiempo los próximos días –Comentó la señora.
- Un gusto, y gracias por recibirnos a esta hora, sé que no es lo común. Me llamo Stanley, pero puede llamarme Stan –Estrechó la mano de ella, sonriéndole ampliamente, agradeciendo que les hablara en inglés.
- No hay problema, señor Stan. Pasen, por favor, así les presento la cabaña.
Apenas entraron, la pareja dejó salir un jadeo al unísono, nuevamente boquiabiertos: El interior estaba hecho enteramente de madera, la misma que el exterior, de ciprés rojizo barnizado. Tanto las columnas como los marcos que separaban las habitaciones eran de troncos de esa madera completamente natural, era como si la casa fuese parte de un bosque. Todo el amueblamiento pulido y algunos tallados también eran de madera, y el piso destacaba por ser de unos tablones un poco más claros. Los sillones con muchos almohadones en la sala de estar estaban recubiertos de una tela rústica color crema, y estaban dispuestos alrededor de una pequeña mesa, frente a un amplio ventanal con vista al lago. Lo único que no era de madera era la estructura bajo los ventanales, de grandes piedras que formaban una pared baja, y uno de los rincones de esa sala en la que estaba una chimenea a leña, frente a la cual había otro sillón completo y un apoyapié, por supuesto con su propio ventanal al costado. Cada ventanal tenía una larga cortina que iba del techo hasta el piso, en tonos claros pero que filtraban bien la luz exterior.
El ambiente estaba separado por una gran barra-desayunador, y detrás había una pequeña cocina completamente equipada. Subiendo unas escaleras, la segunda planta de la cabaña tenía el dormitorio, con una amplia alfombra cubriendo buena parte del piso, y su propio amplio ventanal con vistas al lago. La cama era un gran somier, y había un pequeño sillón contra la pared opuesta. También había una segunda habitación que servía de estudio, así como incluía una cama individual. El baño también estaba hecho a base de madera, excepto el piso de cerámica, simple y cómodo. Por último, a pesar que de noche no podía apreciarse del todo, en el exterior de la vivienda había un amplio "deck" con parrilla, con una mesa y tres sillas alrededor, bajo una sombrilla, y un poco más lejos una reposera. Todo ese lugar exterior estaba adornado con canteros plantados con arbustos de flores y plantas aromáticas, completando la soñada vista.
La señora les explicó cómo estaba ubicada la casa con respecto al mapa, que hacia el Oeste se encontraba el Cerro Campanario, al Noreste la vista al Lago Brazo Campanario, que daba a la Península San Pedro, y detrás de eso y todo hacia el Este completaba la vista el extenso Lago Nahuel Huapi. Cuando terminaron la presentación, Kohaku no podía estar más emocionada y llena de admiración.
- Es... muy hermoso, señora Elizabeth. Muchas gracias.
- Gracias a ustedes. Todo lo que está en la cabaña lo pueden usar libremente, y está totalmente equipado, la ropa blanca también. Si necesitan algo pueden enviarme un mensaje al teléfono, confío en que se sentirán a gusto.
- Estoy seguro de ello –Asintió Stan, también maravillado– Es aún más impresionante y bello que en las fotos, sí que será una luna de miel perfecta, no podemos pedir más.
- ¡Qué bonito! Felicitaciones, entonces, y que disfruten mucho su estadía. En la alacena dejé algo para que empiecen el día mañana, espero que les guste. Buenas noches, hasta luego, Stan, Kohaku.
La señora les entregó las llaves y se despidió, yéndose en su auto. Apenas cerraron la puerta, Kohaku saltó hacia su esposo para abrazarlo y colgar las piernas alrededor de su cadera, y él riendo la atrapó y sostuvo. Se besaron con puro entusiasmo y felicidad, mostrando luego sonrisas tan amplias que pronto les dolerían las mejillas.
- ¡Oooooh, esto es perfecto, Stan, PERFECTO! Demasiado hermoso... no puedo esperar a que se haga de día para admirar la vista, si ya parece un sueño así.
- Es tan bonito que, aunque no tuviéramos planes de recorrer, sólo con estar dentro de la casa y contemplarlo todo es suficientemente bueno y relajante. Excelente decisión la de alquilar esta cabaña.
Kohaku lo tomó de la mano y lo llevó hasta el sillón, para sentarse juntos. Hacía mucho más frío que en Buenos Aires unas horas atrás, pero la casa estaba bien calefaccionada. Se acurrucaron juntos entre tiernos besos, relajándose luego del viaje en avión, papelerío y cargar las valijas.
- Hmm... ahora que lo pienso, Stan... No tenemos comida para esta noche, ¿no? ¿Vamos a comer afuera?
- Sí, había pensado en eso también. Si recuerdo bien, muy cerca de aquí hay un buen restaurante, no hace falta que vayamos al centro.
- Sería ideal, no sé si tengo tantas energías como para seguir viajando, tuvimos mucho movimiento hoy, y ya me relajé mucho.
- Vamos entonces, así como estamos.
Kohaku asintió, y se levantaron del sillón. Chequearon en el teléfono dónde quedaba ese restaurante, y se aliviaron cuando vieron que efectivamente estaban cerca. Se abrigaron bien para salir, y caminaron hacia el lugar. "Rincón Patagónico" se llamaba, y tal como la cabaña en la que se alojaban, por fuera lucía como una mansión con ese estilo de chalet de dos plantas, y era impresionante como todo estaba diseñado muy similar, puros ventanales y madera de ciprés barnizado. Las columnas que sostenían el techo por dentro eran enormes troncos de los que colgaban a los lados unas finas y elegantes lámparas de hierro, las mesas redondas eran en realidad un muy grueso tronco natural de base, con un disco de madera pegado arriba, y las sillas a su alrededor también eran enteramente de dicho material. Las mesas más pequeñas, como la que eligieron para sentarse, eran rectangulares, con un tronco más fino de base. No usaban manteles, sino individuales de cuero oscuro.
La camarera los recibió con una amplia sonrisa, y les entregó dos menús, dejándolos elegir tranquilos. Revisaron la variedad, y se decantaron por los platos que representaban las especialidades locales. Cuando la camarera volvió y les entregó una panera junto a unas salsas para untar, Stan le pidió en español con su marcado acento inglés los "Ravioles de trucha con salsa de crema, puerros y almendras" para Kohaku, y para él una porción de "Cordero asado con guarnición de papas fritas". Por recomendación de la mujer, aceptaron acompañar con una copa de vino blanco el platillo de pastas, y una de vino tinto para él.
Mientras esperaban la comida, se entretuvieron el estómago con la panera, que tenía también unas galletas de queso y otras con hierbas, y las salsas resultaron ser unas mayonesas especiales, una de remolacha, y la otra de berenjenas asadas. Esperaron unos quince minutos, cuando sus humeantes platos llegaron, un delicioso aroma emanando de ellos.
- Oooh, esto se ve muy bien –Dijo Kohaku, relamiéndose los labios en anticipación.
- Sí, y mira nomás esta carne, se "deshilacha" y se separa del hueso con sólo clavar el tenedor.
Se contuvieron un minuto más para sacarles fotos que luego mostrarían a la familia, y luego cortaron un pedazo cada uno de su comida, y se lo llevaron a la boca al mismo momento, mirándose a los ojos con una sonrisa. El saboreo los hizo replicar la misma expresión con los ojos cerrados y soltar un gemido de gusto, que tan costumbre se les había hecho en luna de miel.
- El sabor del cordero es muy fuerte, pero me gusta, está muy bien hecho y tierno –dijo Stan.
- ¿Es posible que todo lo que comamos sea así de exquisito? –Preguntó Kohaku sorprendida y encantada.
- Preciosa, también hay que considerar que estamos yendo a lugares con excelentes referencias, no es casualidad. Pero sí, tenemos esa suerte de que nuestro paladar se está malcriando con lo mejor.
- Que sepas que ya habré subido uno o dos kilos, no es broma –Murmuró con culpa.
- Mejor, hay más de ti, más de dónde agarrar –Le respondió con un guiño de ojo seductor.
- Buena respuesta. ¿Mañana recorremos tranquilos, o hacemos algo más turístico?
- Por la mañana vamos a buscar el auto de alquiler, y para las actividades en las montañas nevadas vamos a necesitar el equipo impermeable y de abrigo, así que tenemos que ir al centro, donde ya vimos que se alquilan. Creo que nos conviene dedicar luego la tarde a pasear por allí, hasta podemos ir mirando y comprando algunas cosas que nos gusten.
- ¡Suena genial! –Coincidió contenta.
Continuaron disfrutando la cena mientras conversaban de todos los planes que tenían para los próximos días. Cuando la camarera retiró sus platos vacíos, se animaron a compartir un postre para terminar, eligiendo el "Tronador de chocolate", un volcán con helado de crema americana, frambuesas frescas y una salsa de frutos rojos, y acompañaron con dos cafés espresso. Estuvo delicioso también, ambos débiles por el gusto del untuoso chocolate. Pagaron la cuenta y volvieron compartiendo un medio abrazo de camino a la cabaña, admirando el reflejo de la luna en el lago que se extendía frente a ellos. El cansancio del día y del viaje se hizo presente en cuanto se acomodaron, además del estado soñoliento que les había quedado luego de la cena. Subieron las valijas al piso superior, y Kohaku abrió la suya para sacar la ropa de dormir, hasta que Stan se pegó a su espalda y le agarró las manos.
- ¿Qué vas a hacer? –Susurró contra su oído– Suelta eso.
- Hace un poco de frío, Stan, quiero dormir calentita, más allá de acurrucarnos.
- No, no, no –Llevó una de las manos de su esposa a sus labios, para besarla tentadoramente– Luna de miel, ¿te suena? Primero tu esposo se va a encargar de hacerte sentir bien calentita. Luego, quizás, te vistas.
- ¡Ja! Cuánta dedicación a la luna de miel –Dijo provocadora con una media sonrisa, moviendo su trasero contra la entrepierna de él.
- Tu miel es la única que quiero probar, mi amor.
Kohaku ronroneó ante tal ardientes y atrevidas palabras, nunca iba a cansarse de la forma en que Stan la derretía con su inagotable pasión por ella, además del dulce amor que le profesaba. No podía decirle que no a eso, y aunque estuviera cansada, le bastaban oír esas insinuaciones para desear más, en especial con lo mucho que disfrutaba hacer el amor con su esposo, un amante muy dedicado, de otro mundo.
- Vamos por el segundo postre, entonces.
Al día siguiente, Kohaku se despertó con la luz solar que se filtraba por la ventana. Luego de compartir la intimidad no se habían molestado en cerrar las cortinas, se habían quedado profundamente dormidos ahí como estaban, abrazados y en verdad tan acalorados que no necesitaron ropa de cama. Parpadeó para aclarar su vista, y al instante abrió mucho los ojos y soltó un grito ahogado. Stan se despertó sobresaltado con eso, sus ojos buscando qué le había pasado a su mujer para reaccionar así, el corazón latiéndole fuerte como martillazos.
- ¡Kohaku! ¡¿Qué pa...?!
Siguió la mirada de ella, y entendió rápidamente lo que pasaba, quedando boquiabierto a la par: La vista. A través del ventanal, se veía el cielo azul, el paisaje montañoso, y todo el resto de lo que alcanzaba a verse, teñido de un ondeante y profundo azul cristalino que se convertía en un tono turquesa hacia la orilla. Se sentaron en la cama, sin poder emitir un sonido, apenas tomándose las manos y entrelazando sus dedos con fuerza ante la abrumadora belleza natural que se extendía ante sus ojos, un verdadero regalo de la vida. Kohaku se tocó el lagrimal, y rió sin poder creerlo.
- ¿Es normal que me salga una lágrima sin estar llorando?
- Puede serlo, ante algo tan hermoso –contestó Stan con suavidad, respirando profundamente.
- Mira lo que es eso...
- Lo estoy viendo, amor, lo estoy viendo.
No podían más que murmurar y suspirar, y así se quedaron por varios minutos, simplemente disfrutando el paisaje. Pasado un rato, que no supieron cuánto fue de lo absortos que estaban en su contemplación, Kohaku fue la primera en moverse.
- ¿Desayunamos afuera, mirándolo directamente, en lugar de a través del vidrio?
- Exactamente así. Pero primero una ducha juntos.
Se levantaron y prepararon la ropa limpia que sacaron de las valijas, para luego darse una energizante y a la vez caliente ducha. Como no tenían comida fresca todavía, Kohaku iba a sacar algunas galletas y alfajores que llevaba de la otra ciudad, hasta que Stan le recordó que la dueña de la cabaña había dicho que les había dejado "algo" en la alacena. Revisó las puertas del mueble, y sonrió abiertamente cuando lo encontró.
- Qué detalle... mira, preciosa.
El rubio sacó de allí una pequeña canasta de mimbre con un moño rojo atado, y Kohaku gimió de ternura en cuanto lo vio. Contenía distintos alimentos dulces como para un desayuno completo: Un budín, una bolsa con galletas artesanales, una hogaza de pan, cuatro frasquitos diminutos de mermeladas de distintos sabores, dos alfajores, unos bombones de chocolate, y varios saquitos de té y de café.
- ¡Oooooh, no esperaba esto! –Exclamó sorprendida– Qué lástima que no nos dimos cuenta antes, para agradecerle.
- Podemos hacerlo ahora, presentemos bien las cosas y nos sacamos una foto, para enviársela y agradecer.
Revisaron las otras alacenas para encontrar los platos, tazas y cubiertos, y dispusieron el desayuno con estilo y prolijidad en la mesa del jardín. Le enviaron un cálido agradecimiento a Elizabeth, además de comentarle lo fascinados que estaban con la vista desde la hermosa cabaña. No dudaron en que querían devolverle el gesto comprándole algo bonito para darle cuando se continuaran el viaje.
Desayunaron respirando el aire puro de montaña, dejando que el sol los bañe con su calidez, aprovechando ese contraste con el tiempo fresco que se sentía. Stan llamó por teléfono a una agencia de taxis que la dueña les recomendó en el intercambio de mensajes, y pidió uno para que llegara media hora más tarde. Mientras esperaban, fueron hacia el extremo del pequeño muelle para sentarse juntos y abrazados, y admirando las vistas. Cuando el taxi llegó y se anunció con la bocina, se dirigieron a la agencia donde Stan había reservado el coche de alquiler, un Renault Logan color plateado, y desde allí, guiados con el GPS, viajaron hacia el centro de la ciudad de Bariloche.
Algo que notaron, fue que la ciudad parecía construida sobre una enorme colina, ya que muchas de las calles iban en subida desde el lago. Decidieron primero hacer la recorrida, y luego alquilar la ropa de nieve y lo que quisieran comprar de camino. Luego de estacionar el coche, el primer punto de visita fue el "Centro Cívico", que era el lugar más emblemático de la ciudad. Del tamaño de una plaza, era un complejo arquitectónico que parecía transportarlos a la antigua Europa, Stan recordó que el sur de Argentina era conocido por las colonias alemanas y suizas. La enorme y bella edificación, cuyas paredes eran de piedras de un tono verdoso, contrastando con ventanas y puertas de madera de ciprés que tanto se repetía, la ocupaban dos edificios especiales, dispuestos en forma perpendicular: El de la municipalidad, y el "Museo de la Patagonia". Todo el piso de la plaza era de piedra laja, y la gente caminaba y se sentaba por allí, así como en los bancos de madera dispuestos. De pronto, algo captó la atención de Kohaku, que le agarró el brazo a Stan con emoción.
- ¡Mira! ¡Allí, en ese banco! –Trató con todas sus fuerzas de no señalar, por lo que lo hizo con su cabeza.
Stan miró en esa dirección, y soltó una expresión adorable cuando vio a lo que su esposa se refería: Sentado en el banco, y otro acostado en el piso, había dos enormes perros de la raza San Bernardo, con su dueño junto a ellos.
- El perro de Heidi –Rió Stan– Nunca había visto uno, son enormes.
- ¿Podemos acercarnos?
- Supongo que sí.
Fueron hacia allí, y tímidamente Kohaku le preguntó con su poco español al señor si podía verlos de más cerca, a lo que asintió amablemente, y le dijo que podía tocarlos si quería. La rubia no perdió oportunidad, así como tampoco Stan, además de que ambos recordaron con nostalgia a Sam. Los perros eran muy mansos y peludos, se dejaban acariciar y simplemente los miraban con esa expresión tan serena y dulce, gigantes amables. El señor les explicó que años atrás, era una tradición turística que la gente se sacara fotos con esos perros para llevarse de recuerdo, pero con el tiempo eso se restringió y desalentó. Le agradecieron al hombre por el tiempo, la explicación y la amabilidad por dejarlos tocar a sus perros, y siguieron el recorrido, mientras Stan le traducía a Kohaku lo que había entendido.
Desde allí continuaron recorriendo el Centro Cívico, y luego dieron con una plaza que estaba colmada de puestos de artesanos, una feria local en la que vendía sus manualidades de toda clase: Bisutería de metales, tejidos, piedras y hasta plumas de aves o escamas de pescado teñidas, artículos de cuero tradicionales, ropa, decoraciones para la casa, "mates" para la bebida nacional, sahumerios artesanales, juguetes de madera o tela para chicos, pequeños instrumentos musicales y "tablas de picar" para disponer la típica comida de quesos y fiambres varios. Curiosearon atentamente todos los puestos, con la amable invitación de los artesanos a agarrar los objetos que les interesaran, así como preguntar lo que quisieran. Vieron muchas cosas interesantes que querían comprar, pero decidieron primero continuar con la recorrida del centro de la ciudad, y en todo caso después volver para comprar.
- Me temo que vine con la billetera llena, y volverá vacía –Dijo Kohaku con fingida culpa– ¡Me quiero comprar todo, no puede ser!
- Tendremos que volver a pasar por algún banco o cajero automático para retirar efectivo, porque en estos puestos no aceptan tarjeta. Pero está bien, hacen cosas muy bonitas y artesanales.
- Stan, es nuestro primer día aquí, somos un peligro para nuestros ahorros.
- Ninguno de los dos se caracteriza por ser ahorrativos, darnos gustos es nuestra pasión –Le dijo divertido– Oh... y hablando de darnos gustos...
Stan le señaló la tienda que tenían enfrente, y Kohaku apretó los labios, anticipando la perdición: Chocolates. Ya sabían de antemano que Bariloche era una ciudad con muchas chocolaterías artesanales, pero se encontraron de frente con una enorme y muy elegante, "Rapa Nui".
- Oh. Por. Dios.
- ¿Entramos? La resistencia es inútil, preciosa, lo sabemos los dos.
Riendo juntos, se tomaron de la mano en un gesto dramático como si se aventuraran a algo desafiante, y entraron a la tienda. Era gigantesca, y pronto se dieron cuenta que también era una cafetería, y hasta tenía su propia línea de helados artesanales. Pero sus ojos se conectaron inmediatamente con las numerosas y largas vitrinas, con pilas y pilas de chocolates de todas las formas y sabores, que se vendían al peso y a elección del cliente. Los había rellenos con cremas o licores, frutas secas, frutas glaseadas, dulce de leche, mousse, pedazos sólidos de puro chocolate tanto blanco, con leche y distintos porcentajes de amargor, y las famosas "ramas", que eran una presentación crocante y delicada de puro chocolate. Y para los que querían algo ya listo y empaquetado, también tenían cajas tanto de la misma variedad como surtidos. Además de los chocolates, también había mermeladas, galletas y bebidas, por lo que se tomaron un buen tiempo en curiosear todo lo que había en ese mundo dulce.
- Oh, mira, preciosa –La llamó Stan mientras tomaba del estante una lata plateada.
- ¿Qué es eso...? ¿Cerveza?
- Sí... "Chocolate Milk Stout", de "Manush" –Leyó, sorprendido– Es una cerveza negra... ¿con chocolate con leche? No sabía que existía algo así.
- ¿Quieres llevar una?
- Que sean dos.
No pudieron resistir la tentación de comprar en ese mismo momento tanto eso como los chocolates, y prefirieron elegir sus favoritos individualmente, por lo que los volvieron a revisar detenidamente. Pensando en consumirlos en toda su estadía, compraron al menos cinco cajas pequeñas, de forma de "controlarse" y comerlos de a poco. Saliendo de allí, se dirigieron a la tienda en la que alquilarían el equipo de nieve, sólo necesitaban uno sencillo para caminar por las montañas, no iban a esquiar ni a practicar un deporte exigente. Antes de regresar al coche, pasaron nuevamente por la feria de artesanos para comprar todo lo que les había gustado para ellos y para regalar. Una vez en el auto, se dirigieron a un mercado para comprar la comida para toda esa semana, más allá de que fueran a algunos restaurantes más para probar platillos locales.
La última tentación del día relacionada con la comida, fue una famosa tienda de alimentos gourmet locales, "Ahumadero Familia Weiss". El sur de Argentina era conocido por los sabores ahumados, tanto en quesos como en carnes, escabeches y patés, podían encontrarse muchas conservas con carnes exóticas como jabalí, ciervo, nutria, o pescados como salmón rosado y trucha. Compraron una buena variedad de productos, uno de cada uno de esas especiales carnes ahumadas, así como quesos especiales y condimentados, como con pimienta, ajo, finas hierbas, pimentón y ahumado. También algunos frascos de conservas, y otros de simplemente especias para cocinar, como una mezcla de hierbas y especias ahumadas llamada "masala". Por último, compraron unos panes de campo que se veían grandes y deliciosos.
Volvieron a la cabaña, y las ganas de almorzar algunas de las cosas que compraron fue muy grande, por lo que guardaron lo que iban a abrir en la heladera para que se enfríen un poco, que era como se solía saborear ese tipo de alimentos. Mientras esperaban, llamaron por video-llamada a la familia, que debían de estar prontos a dormir, y les mostraron toda la cabaña, así como el hermoso paisaje que los rodeaba. Luego almorzaron, y se deleitaron con la buena variedad de quesos, las fetas ahumadas de carnes, escabeches y pan, además de una buena ensalada fresca. Como no podía ser de otra forma, eligieron una caja de los chocolates para postre, y comieron varios, aunque uno tenía más auto-control que otra para detenerse.
- Preciosa, creo que ya es suficiente, dejemos la mitad de la caja para la noche.
- Noo –Lo miró con ojos de borrego– No es estoy tan llena de la comida, y están deliciosos. Oh, vamos, tenemos muchos más... Sólo por esta vez, y luego me contendré con las otras cajas, lo prometo.
- Te puede caer mal, la comida fue deliciosa, pero tenía su buena dosis de aceite y de sal por ser conservas, y esto es mucha azúcar y grasa...
- ¡No seas aburrido, estaré bien! –Lo desestimó, y eligió un bombón más, batiendo las pestañas inocentemente ante él.
Stan suspiró, y decidió no insistir, no tenía caso cuando se ponía terca en hacer algo, pero él dejó de comer en ese instante.
Por la tarde, decidieron visitar un destino cercano, por lo que prepararon un bolso y subieron al auto. A unos tres kilómetros de donde estaban se encontraba el "Lago Moreno", que contaba con varias playas, aunque la particularidad estaba en que no eran de arena, sino de pequeñas piedras. Como estaban en otoño, la temperatura era entre templada y fresca, rondando los trece grados centígrados de día, y entre cero y cuatro por la noche. Por lo tanto, una visita a la playa implicaba estar medianamente abrigados, y podían olvidarse de mojar los pies.
Había poca gente, entre ellos grupos de jóvenes amigos o parejas, disfrutando de tomar sol sentados en reposeras, jugar a las cartas, y la mayoría tenía cerca de ellos un termo de agua y el famoso "mate", bebida caliente a base de yerba mate que compartían tomando de la misma bombilla, mientras uno se encargaba de "cebar" –mojar la yerba con abundante agua caliente– y pasárselo a sus compañeros. Stan y Kohaku lo habían probado en Buenos Aires, durante una merienda en un bar que lo ofrecía. La bebida era muy reconfortante para calentar el cuerpo, aunque tenía un particular gusto bastante amargo que las hojas de té, que no era del gusto de cualquiera, pero había mejorado bastante y hasta lo habían encontrado agradable agregando un poco de azúcar, que era otra costumbre de los menos "puristas".
Tendieron una manta en el suelo y apoyaron el bolso, y a pesar del fresco se animaron a quitarse las zapatillas y medias, para así poder pisar las piedras que se veían redondeadas y seguras.
- ¿Vamos así a la orilla? –Propuso Kohaku con entusiasmo.
- Sí, el agua se ve muy bonita y cristalina.
Caminaron juntos, aunque por poco arrepintiéndose al instante de estar descalzos, estaban encontrando bastante más incómodo pisar las piedras irregulares, y no todas estaban tan suaves. Fueron lentamente, riéndose porque caminaban muy lentos, pero poco a poco se fueron acostumbrando a la sensación y pudieron caminar más normal. Cuando llegaron a la orilla, los dos suspiraron profundamente, se veía mucho más hermoso desde allí.
- Ooooh, el agua es tan verde y transparente que pueden verse las piedras debajo, y hasta allí, mira.
- Sí, pero de pronto cambia a un azul más profundo, ¿será como un acantilado de piedras, hacia el fondo marino?
- No sé... ¡AAAH! –De pronto Kohaku jadeó fuerte, cuando el agua le mojó los pies, y apenas contuvo un grito mientras sonreía mucho– ¡FRÍA! ¡FRÍA! ¡ESTÁ MUY FRÍA!
- Era de esperar, preciosa, estamos en el sur y si ya la temperatura del aire está debajo de quince grados, el agua va a estar a mucha menor temperatura, al menos aquí, que no es clima tropical. A ver...
Para comprobar él también, adelantó con cuidado la planta del pie hasta rozar el agua, pero Kohaku sonrió con malicia y lo empujó con un poco de fuerza, haciéndolo pisar fuerte y hundir el pie completo allí. Stan no pudo evitar un sonoro jadeo y se estremeció visiblemente, mirando muy feo y a la vez en broma a la rubia, una mirada demasiado juguetona y peligrosa.
- Noooo... Stan, ¡no! –Advirtió, ya con piel de gallina– No es como aquella vez en Japón, a poco de conocernos... Te lo aviso, me tiras al agua congelada y me divorcio.
- No serás capaz –Le contestó él, alzando una ceja y ampliando su sonrisa maliciosa, estirando las manos hacia ella– Como si fueras a dejarme por algo así.
- No me pongas a prueba –Dio un manotazo para alejarle las manos– Bien... quizás no me divorcie, pero se acabó el sexo por el resto del viaje.
- No puedes vivir sin esto, preciosa –Se burló con soberbia, apoyando sus manos en las caderas y empujando la pelvis hacia adelante– Te gusta demasiado, y lo sabemos.
- ¡Ja! Creo que te sobrestimas demasiado, y por si no te diste cuenta, tengo dos manos para reemplazarte. ¿Quieres comprobar si "no puedo"? Cuando quieras lo apostamos.
Se miraron fijo por varios segundos, los desafiantes ojos aguamarina de Kohaku no cedían ni un poco, mientras que Stan tampoco interrumpía el contacto visual, pasando unos cuántos segundos de esa forma, como dos felinos midiéndose en una posible batalla. De pronto el rubio se movió muy veloz, antes de que la joven sobresaltada pudiera reaccionar. Pero Stan sólo la rodeó por la cintura, y la abrazó fuerte contra él, sonriendo divertido.
- No, no quiero comprobarlo, porque no quiero privarme ni un minuto de mi vida de tu sagrado amor, ni de amarte, en todas las formas posibles.
- Oh, Stan... Así no se puede bromear contigo –Se quejó, blanda de ternura.
- Bromeamos suficiente, pero no quiero imaginarme aquello ni un segundo más, ni haría adrede algo que te molestara –La abrazó más fuerte, y le dio un amoroso beso– Te amo mucho.
- Yo también, amor, yo también.
Pasaron la tarde en aquella playa, contemplando el lago y las montañas, oyendo el suave sonido del agua contra la orilla, y los árboles cercanos meciéndose con el viento. Muy relajados, volvieron cuando el sol comenzó a bajar, sin darse cuenta de lo rápido que se les había pasado el día allí. Regresaron a la cabaña, y Stan notaba un poco callada y demasiado tranquila a Kohaku, por lo que le propuso una rica merienda para animarla.
- No, gracias, la verdad no tengo mucha hambre –Rechazó con una mueca.
- Hmm, ya veo –Stan se dio cuenta al instante de cuál era el problema, tal como lo había anticipado antes, y no pudo evitar sonreír, pese a la ligera preocupación– ¿Te sientes mal del estómago, amor?
- Un poco –Reconoció en un murmullo apenas audible, sin mirarlo a los ojos– De acuerdo, tenías razón, me excedí con la comida.
- No quiero tener razón, quiero que estés bien. ¿Te hago un té para que te ayude a digerir? Y un jugo de naranja recién exprimido, te hará bien.
- Sí, gracias. Me voy a recostar un poco en la cama.
- Ve tranquila, yo te lo subo cuando esté listo.
Stan preparó las bebidas, y las llevó en una bandeja. Le dio a Kohaku primero el jugo, y se sentó junto a ella, y luego le sirvió el té con una bonita tetera de porcelana que encontró. Cuando ella terminó, apoyó la taza en la mesita de noche junto a las demás cosas, y se hizo un ovillo contra la espalda de su esposo, disfrutando del abrazo de oso de él. Al rato, Stan bajó una de las manos hasta el abdomen de ella, y se lo masajeó y acarició con suavidad, esperando que eso ayudara a aliviarla. Kohaku volteó la cabeza y le agradeció con un beso en los labios, sonriendo feliz de ser tan mimada, aun cuando había desoído el sabio consejo de él antes, y pagaba las consecuencias por ello, y él no se lo reprochó en ningún momento. Eventualmente el rubio dejó salir una breve risa más para sí mismo, y ella curiosa lo miró.
- ¿Qué te causó gracia?
- Que puedo sentir cómo creció la pancita, el chocolatito dentro tuyo está creciendo.
Kohaku estalló en una carcajada ante la ocurrencia, y le dio un suave golpe en broma.
- ¿No dijiste que estabas bien con que hubiera más de mí?... Y tampoco exageres, no engordé tanto.
- Era una broma demasiado buena para dejarla pasar, preciosa.
- Y oye, que tú también –Le pellizcó el abdomen, sobresaltándolo– Más bien a tu tableta de chocolate blanco le estás agregando una capa de cobertura.
- Más rico así, ¿no? Ya que te gusta tanto el chocolate, me puedes devorar todo lo que quieras, hasta ahora no te empachaste.
- ¿O sea que te asumes como un chocolate? Tiene sentido entonces que tenga yo ahora un chocolatito dentro –Soltó una risilla– Proceso de elaboración y materia prima no faltaron últimamente, aunque la fábrica esté cerrada por ahora.
Rieron juntos ante eso, dos podían jugar ese juego, y se devolvieron muy bien los chistes. Pero pronto Stan dejó de sonreír, y continuó con sus delicados masajes en silencio, abrazándose más fuerte y hundiendo su rostro en el cuello de ella. Kohaku notó el cambio de energía en él, pero supuso que se estaba relajando y que pretendía que se quedaran dormidos para que ella se sintiera mejor, por lo que sólo entrelazó los dedos de una mano con la que él tenía libre y cerró los ojos, disfrutando del calor y suavidad de las caricias que creía que ya la estaban haciendo sentir mejor.
Cuando despertó, ya era de noche afuera, y se apenó de que no pudieran disfrutar tanto de la tarde por haberse excedido. Todavía estaba abrazada por Stan.
- ¿Te sientes mejor, amor?
- Oh, ¿ya estabas despierto?
- Sí, hace un rato, pero disfrutaba de verte dormir, lucías tranquila y feliz.
- Siempre que estoy en tus brazos me siento feliz –Le dijo con dulzura, y se dio vuelta para quedar frente a él y darle un beso– Por otro lado, sí, también me siento mejor. De hecho, mucho mejor, se me pasó totalmente el malestar, gracias.
- No era tan grave entonces, mejor así, quizás sólo tenías que digerir un poco la comida. ¿Te sientes bien para cenar algo liviano al menos? No estaría bien que no tengas nada en el estómago hasta mañana. ¿Arroz, y una sopa con verduras?
- Suena bien, sí.
Se levantaron de la cama, bajando la bandeja con las cosas, y prepararon juntos la sencilla cena. Comieron tranquilos, había un televisor y servicio de internet, pero prefirieron no usarlo, les gustaba más el silencio y disfrutar de su compañía y amenas charlas. Antes de cerrar con llave la cabaña e irse a dormir, Stan salió afuera para fumarse un cigarro, el único que por costumbre y gusto seguía manteniendo, incluso a veces se le olvidaba o no lo necesitaba. Frunció el ceño cuando vio el cielo, de pronto estaba cubierto con algunas nubes que parecían densas. Miró el pronóstico de tiempo en el teléfono, y comprobó que había probabilidades de lluvia al día siguiente, pero sólo un chaparrón, ya que los próximos días volvía a salir el sol por suerte.
Efectivamente, el día siguiente empezó ya con el cielo totalmente cubierto, y la lluvia se pronosticaba para la tarde. Aprovecharon la mañana para salir, y volvieron al centro de la ciudad para recorrer otros puntos interesantes, como la catedral con sus hermosos vitreaux, de estilo neogótico francés, y se dedicaron a caminar recorriendo las playas costeras de la zona, para luego volver en coche y pasear por los bosques cercanos a la cabaña, que abundaban y eran muy hermosos. Las primeras gotas empezaron a caer al rato, por lo cual se apuraron a volver al coche y regresar a la cabaña, preparando un almuerzo casero. Poco después la lluvia aumentó de intensidad, y se podía ver y oír repiqueteando contra el tejado y los ventanales.
- Día perfecto para descansar y mirar la lluvia cómodamente desde adentro, ¿qué te parece? –Propuso Stan, mientras terminaban de comer.
- ¿En la cama bien abrigados, y comiendo chocolates? –Respondió con picardía.
- No aprendiste la lección, ¿cierto?
- ¡Ya me siento bien! Y nunca dije que vayamos a comer una caja entera, sólo unos pocos para endulzar la boca después del almuerzo, lo normal.
- Tú si sabes lo que es bueno –Le contestó, dándole un beso en la cabeza– Entonces si te sientes bien, ¿quieres aprovechar para probar la cerveza negra y dulce que compramos?
- Me intriga mucho cómo sabrá, y es muy original, ¡sí!
- Pero en un rato, primero hay que digerir un poco, por las dudas.
Se entretuvieron curioseando lo que mostraba la televisión, hasta que dieron con película ya empezada que ambos conocían. Cuando terminó, Stan fue a buscar las latas de cerveza y los vasos, mientras que Kohaku llevaba la caja de chocolates al dormitorio. Ella acomodó los almohadones contra el cabezal de la cama y buscó la pesada y abrigada frazada extra que había en la cabaña, para extenderla y acostarse debajo. El rubio llegó un minuto después con los dos generosos vasos de la espumante bebida, los apoyó en la mesita de noche, y se sentó en la cama junto a su esposa, acurrucándose juntos y muy satisfechos. Volvió a agarrar los vasos, pasándole uno a ella, y pusieron la caja de chocolates sobre sus piernas. Brindaron juntos, bebiendo un buen sorbo de la especial y muy sabrosa cerveza, una combinación perfecta entre el amargo típico de la bebida, y el dulzor del curioso sabor de una chocolatada de fondo. Luego eligieron los primeros chocolates, Kohaku el de chocolate semi-amargo con crema de frambuesas, y Stan la rama de chocolate con leche.
- ¡Es muy buena esta combinación! –Apreció Kohaku alzando las cejas– No se me hubiera ocurrido comer chocolates junto a una cerveza.
- Hasta potencian sus sabores mutuamente, y a la vez equilibran sus sabores más evidentes, es excelente.
Continuaron comiendo y bebiendo mientras apreciaban la vista desde el ventanal, la lluvia había amainado un poco, y aun con un paisaje mucho más gris y menos saturado era muy hermoso de contemplar. Dejaron los vasos de vidrio a un lado cuando terminaron, y Kohaku se soltó la coleta del cabello y se sentó en el medio de las piernas de su esposo, recostándose contra su torso mientras él la abrazaba y ella apoyaba sus manos encima. Se quedaron así un largo rato, simplemente disfrutando de la paz, la vista y de estar juntos, lo más esencial y hermoso de su presente. Hasta que Stan sonrió frente sus propios pensamientos, y la rubia lo notó.
- ¿A qué debió esa sonrisa secreta esta vez?
- Preciosa, estaba pensando... Tenemos algo pendiente que nos trajimos aquí para divertirnos y pasarlo en grande, y podría ser un buen momento ahora para probarlo. ¿Tienes ganas ahora?
- Oooh... ¿Te refieres a los juguetes?
- Sí, así es. Tuvimos días con tan buen tiempo que pudimos disfrutar al máximo todos nuestros planes turísticos, así que no estaría mal aprovechar el descanso para dedicarnos a que la luna de miel sea verdaderamente dulce.
- Picante, querrás decir –Lo corrigió con una sonrisa pícara– Porque dulzura, tuvimos todas las noche y mañanas sin excepción.
- No esperaría menos de nosotros, la luna de miel es para hacer mucho de dos cosas, viajar y hacer el amor.
- Entonces... ¿Vamos a buscar nuestros regalos?
- Qué entusiasta –Susurró Stan, mordisqueándole el lóbulo de la oreja– No puedo esperar, vamos.
- ¡Yo pido profanarte primero! –Exclamó con picardía Kohaku.
- ¿Lo tenías que decir tan brusco? –Rió el rubio.
Con una sonrisa maliciosa grande, la joven se escurrió de entre los brazos de él para salir de la cama y trotar divertida hacia su valija, buscando la bolsa con su parte de lo que habían comprado. Él también fue a buscar la suya, y cuando volvió se sorprendió de que Kohaku estaba extendiendo una amplia toalla a lo largo de la cama.
- ¿Amor? ¿Puedo preguntar para qué pusiste eso?
- Para lo que tengo planeado no quisiera ensuciar el cobertor.
- Oh... qué interesante, ahora estoy intrigado.
- No te mereces menos que la experiencia completa para que te relajes y lo disfrutes mucho.
- Mi señora, tan dedicada –Le dijo, acariciándole la mejilla con su pulgar y besándola, mientras le sonreía con dulzura– Estoy en tus manos.
- Lo estarás, sin dudas.
Pidiéndole un beso estirando el cuello hacia él, comenzó a desvestirlo, desabrochándole los pantalones y luego levantándole la camiseta. Cuando lo tuvo con el torso descubierto, lo guió contra la cama para hacerlo sentarse, y tiró de los pantalones para quitárselos, junto con sus medias. Por último, lo empujó suavemente para acostarlo, y así sacarle también la ropa interior.
- Recuéstate boca abajo y con los brazos a los lados, sobre la toalla, Stan.
- ¿No estás yendo un poco rápido? –Preguntó él tratando de no demostrar su nerviosismo.
- Eres tú el que se está adelantando. Relájate, te dije que iba a darte una experiencia completa.
Mientras su esposo se acomodaba tal como le había pedido, ella se desvistió también, quedando en ropa interior. Stan la observó admirando su sensualidad, encantado, ella llevaba un conjunto color azul Francia y negro, con unas bragas estilo "hilo dental".
- Qué bonita lencería llevas puesta, nada mal.
- Me traje la mejor, para todos los días –Le guiñó un ojo, coqueta.
- Lo vengo notando, sí. Pero no me esperaba que un día de entrecasa como hoy también cumplieras con el detalle.
- Sólo lo mejor para ti, amor.
Kohaku sacó de la bolsa una botellita de aceite para masajes, y se subió a la cama, sentándose a horcajadas sobre el trasero de Stan. Se echó una generosa cantidad en la mano, la repartió con la otra, y apoyó las manos sobre los hombros de él, dejando el suave y brillante rastro que permitía a sus manos deslizar maravillosamente.
- Estaba dudando entre si ibas a comer algo sobre mi piel, o si me harías masajes. Las dos sonaban bien, pero esta me gusta mucho, y verdaderamente estoy en tus manos.
Kohaku se dedicó a masajear con buena presión y movimientos circulares toda la espalda y los brazos de Stan, echando cada tanto más de aceite sobre la piel de él, quien soltaba suaves y graves gemidos de gusto, con la sonrisa pegada al rostro y sus ojos cerrados. La rubia se dedicó un buen tiempo a amasar cada centímetro de los firmes músculos de su esposo, para luego darse la vuelta y repetir los masajes desde los pies hasta el trasero de él. Aprovechando que no la miraba, se quitó también el sostén y las bragas, lista para continuar con lo que tenía en mente. Volvió a girarse sobre Stan para estar orientada hacia su cabeza, y echó otro buen chorro del aromático y sedoso aceite sobre su espalda y el trasero. En lugar de esparcirlo con sus manos, se sentó sobre él y comenzó a mover sus caderas hacia adelante y atrás en lentos y amplios movimientos, su entrepierna frotándose deliciosamente. El rubio se percató de la peculiar sensación, y giró la cabeza hacia atrás para mirarla, entreabriendo los labios de sorpresa ante la sensual imagen.
- No puedo creer que me hagas perder de esta divina vista que ofreces, mi amor.
- Como si no me vieras así arriba tuyo casi todos los días –Le contestó con una media sonrisa.
- En realidad "así" tal como ahora no, es la primera vez. Si yo estuviera boca arriba sí te daría la razón.
- Si estuvieras boca arriba, los masajes no durarían mucho, al menos no los externos.
- No tengo pruebas, pero tampoco dudas –bromeó guiñándole un ojo.
- Vuelve tu vista al frente, o echarás a perder los buenos masajes que te hice de lo que se te va a trabar el cuello –Le reprochó Kohaku, frunciendo el ceño y deteniendo sus sensuales movimientos.
- Sí, señora.
Una vez que Stan le hizo caso, volvió a moverse contra él, y luego se inclinó para que los tentadores masajes fueran de sus pechos contra la espalda de él. El rubio ronroneó al notarlo, su imaginación representando fielmente lo que sucedía encima suyo. Kohaku luego se recostó enteramente sobre él, alineando y frotando así sus cuerpos.
- Mi amor, esto es demasiado bueno –gimió Stan con gusto– Sentirte tan caliente y resbaladiza sobre mí, no sé si voy a aguantarme mucho más así de espaldas, me lo estás poniendo difícil de cuánto me estás excitando.
- Entonces... ¿qué te parece si sigo un poco más, y luego incorporamos los juguetes?
- Sí, está bien. Soy todo tuyo, te confío mi cuerpo y mi vida, lo sabes –Le dijo con dulzura, acomodando su brazo para buscar la mano de ella y entrelazar sus dedos juntos.
- Te amo mucho, mi hombre hermoso y justo –Le contestó Kohaku enternecida, le fascinaba cómo él podía decir las cosas más románticas aun en los momentos más calientes.
- Y yo a ti, con todo lo que tengo y soy, señora Snyder.
Kohaku se deslizó más adelante para compartir unos besos con él, quedándose unos momentos así serenos y amorosos, hasta que la rubia le dio un último beso en la mejilla y volvió a acomodarse como antes para seguir con esos sensuales masajes de frotarse con sus pechos y los movimientos de sus caderas. Cuando consideró que ya lo había consentido y relajado lo suficiente, se levantó de la cama para ir a buscar los juguetes sexuales. Volvió con una bolsita de terciopelo que contenía el plug, una botellita de lubricante, y una cajita más. Stan la miró con curiosidad, reconociendo lo que era el juguete "sorpresa", y sonrió.
- ¿Un anillo vibrador? Buena elección, siempre me dieron curiosidad esas cosas.
- ¿O sea que nunca lo habías probado antes?
- No. Reconozco algunos por verlos o por deducción, pero es la primera vez que yo utilizo juguetes también. Bueno, la segunda, si contamos el que usamos en Buenos Aires.
- ¡Ja! Me gusta que los dos seamos novatos en esto. Ahora date vuelta, así te lo puedo poner.
Stan asintió e hizo lo pedido, mientras su esposa sacaba el juguete de la caja y lo preparaba. Era bien sencillo de usar, bastaba con aplicar un poco de lubricante para facilitar deslizarlo hasta la base del miembro. Él se apoyó sobre sus codos para mirarla, ya estaba bien excitado para usarlo, pero Kohaku de todas formas se echó un chorrito del lubricante y lo acarició íntimamente, mirándose ambos a los ojos. Cuando Stan señaló con la cabeza el juguete, ella lo agarró y lo frotó un poco con las manos para pasarle un poco del lubricante, y así colocarlo en la punta. Tenía por fuera del anillo una bala redondeada con un minúsculo botón en un extremo, que era la parte que vibraba, por lo que lo orientó hacia arriba, mientras con cuidado iba llevando el juguete hasta casi la base. Lo encendió, y Stan se estremeció y sobresaltó con la primera sensación, soltando un gutural gemido después, al sentir la mano de ella acariciarlo en todo lo largo.
- Ooh... nada mal.
Como tenían mucho por delante, Kohaku no quería dedicarse tanto a tocarlo, pero sí más para relajarlo y excitarlo más, antes de incorporar el otro juguete que sabía que lo iba a poner un poco ansioso. Por lo que luego de unas caricias más, le dijo que se volviera a acostar boca abajo y separando las piernas, dejando el anillo vibrador funcionando, para que él pudiera concentrarse más en el placer que ya sentía. Preparó el plug, también poniéndole abundante lubricante, excepto la parte del agarre por donde se sostenía. Para que fuera lo más suave y delicado posible, también se echó otro buen chorro en la yema de su dedo índice.
- ¿Listo, Stan?
- No sé si decir que podría estar listo, pero sí, todo tuyo mi amor –sonrió resignado, soltando un suspiro.
- No te preocupes, voy a ser muy cuidadosa como para que apenas lo sientas –y añadió con una risilla– Piensa en que luego me tocará a mí esto mismo.
Sostuvo el juguete con una mano, mientras le apoyaba la punta de su dedo juguetonamente en la zona del perineo, para moverlo en pequeños círculos hacia el ano, de a poco tentándolo y familiarizándolo con la sensación. Por cuestiones de inexperiencia y de higiene no se atrevía a hacer mucho más con su dedo, por lo que simplemente se centró en esos masajes de la zona, para relajarlo y prepararlo, según habían leído juntos un día. Escuchó a Stan soltar un suave gemido con su boca cerrada.
- ¿Cómo se siente esto?
- Nada mal. Es raro, siento un poco de cosquillas, pero es agradable, hasta excitante diría.
- ¡Bien! Entonces sigo.
- Preciosa, ¿puedes tocarme también? –Preguntó Stan con una sonrisa tímida– Me gustaría sentir tus manos más allá de mi trasero.
- ¡Oh, claro! Eeeh... no sé si quieres, pero si te apoyas en tus rodillas, podría tocarte mejor, sino sólo me queda tu espalda al alcance.
- ¿Me quieres poner en posición de perrito? Vas a profanarme con la representación completa –Bromeó.
- ¡No lo decía por eso! –Soltó una risilla.
- Lo sé, sólo bromeaba.
Stan se apoyó en sus antebrazos y sus rodillas tal como Kohaku le sugirió, y ambos se rieron fuerte cuando ella le apretó una nalga y se la palmeó luego.
- ¿Ves? Así se siente cuando tú me lo haces –Le dijo con malicia la rubia.
- Ya veo... bueno, no se sintió nada mal, así que voy a seguir haciéndotelo seguido –Contestó Stan provocador.
Negando con la cabeza divertida, Kohaku se vengó presionando más el dedo en el sensible punto, haciéndolo casi saltar de la cama, pero luego se disculpó entre risas y volvió a acariciarlo más suave como había hecho antes.
- No te atrevas a bromear conmigo cuando te tengo así –le advirtió, con una sonrisa maliciosa.
- ¿Y el voto a la confianza dónde está, preciosa?
- Pórtate bien, y seguirá estando.
- Mi señora, qué mala.
Para cortar con las bromas, Kohaku aprovechó la posición en que Stan estaba para rodearle el miembro con decisión con la otra mano, lo que lo hizo jadear de gusto y tuvo el efecto inmediato de que él se calló. Había pasado el juguete a la mano con la que le provocaba el trasero, por lo que aprovechó para probar de comenzar a usarlo. Con toda la suavidad que pudo, repitió con la punta del plug los roces que había hecho antes con su dedo, hasta conectarlo con la entrada de él. Lo sintió inspirar bruscamente, pero no se alejó, sino que se quedó a la expectativa. Con un avance milimétricos empezó a moverlo dentro y fuera, con la intención de seguir acostumbrándolo a la sensación. Lo masturbó con más intensidad para compensar, y no lo sentía tensarse, por lo que lo tomó como un buen signo para seguir avanzando.
- ¿Estás bien, Stan? ¿Cómo lo sientes? Voy poco más de la mitad.
- No es tan terrible como pensaba –Reconoció, sorprendido– Pensé que iba a doler más o algo así.
- Bueno, sí... pero no puedes comparar este juguete chiquito con lo que yo sentiría contigo, y menos con la cantidad de lubricante que te puse. ¿Pero cómo se siente?
- Me animaría a decir que bien, así suave como lo haces, al menos. Es rara e intensa la sensación de presión, pero interesante.
- Continúo entonces.
Siguiendo con esos mínimos y graduales movimientos, logró introducirlo más. Sentía un poco de resistencia de parte de los músculos de la zona, evidentemente estaba muy justo todavía, pero parecía que de verdad no le molestaba a él, lo cual le generó curiosidad y expectativa por comprobarlo cuando le tocara invertir los roles. Finalmente, con un último empujón más lo introdujo por completo, Stan se sobresaltó y soltó un fuerte jadeo, frunciendo el ceño ante la peculiar y completa sensación.
- ¿Te dolió? –Preguntó Kohaku con culpa, sin esperar que la forma del objeto produjera esa rápida inserción final.
- No, pero fue repentino. Bueno, eso fue todo, ¿no?
- Sí... y no. Es decir, ya lo tienes en lugar, hasta ahí llega, pero podría moverlo un poco, mientras te compenso por ser tan buen hombre y haberte animado sin miedo.
- Me gusta cómo suena eso. Pero ven aquí antes, extraño tus labios, preciosa.
Stan se giró para quedar sentado boca arriba, mientras se acostumbraba a la sensación de tener aquel objeto anclado en el trasero. Le tomó la mano a su esposa para acercarla, subirla a su regazo y poder besarla apasionadamente. Luego de un rato así, Kohaku abandonó los carnosos y dulces labios de él para empezar a bajar por su cuello, y lo empujó suavemente contra la cama para poder continuar el sendero descendente. Recorrió de esa forma el deseable pecho de Stan, dedicándose con gusto a depositar húmedos besos en sus pectorales y rodear sus pequeños pezones, haciéndolo gemir y sonrojarse del calor excitante que se alojaba en su cuerpo. Continuó hacia abajo, saboreando la piel del abdomen, hasta que alcanzó la ingle y sin hacerlo esperar más rodeó una vez más con su mano el generoso miembro para acariciarlo. A sus ya expertos movimientos de la mano le sumó provocadores y lujuriosos besos y lamidas, al fin pudiendo dedicarse completamente al placer de él. Apagó la vibración del anillo ya que era una sensación un tanto molesta, y se dedicó a darle una buena sesión de sexo oral.
Para completarlo con la nueva experiencia, dejó que una mano acune y acaricie sus gemelos, y cuando lo notó ansioso y muy excitado por más, fue que bajó la otra mano para presionar la base del plug hacia dentro, haciendo jadear a Stan. Luego lo agarró con firmeza por el tapón de la base, y muy suavemente empezó a tirar del juguete como para sacarlo hasta la mitad, y volverlo a introducir. El rubio inspiró bruscamente y luego gimió sonoramente, muy sonrojado, por lo que Kohaku se detuvo para mirarlo e identificar su reacción.
- Estoy bien, amor, sigue. De hecho, confieso que se siente bien, sigue haciendo eso mismo, o prueba de hacer algo como círculos, pero no detengas tu preciosa boquita, es demasiado bueno así.
Siguiendo la indicación de su esposo, Kohaku hizo aquellos movimientos, complaciéndolo con dedicación. No se esperaba que le excitara tanto verlo gozar a Stan con ese juguete, pero lo hacía, incluso le daban ganas de continuar con un poco más de intensidad. Los guturales y sensuales gemidos del rubio eran como combustible para ella, y se animó a reforzar todos sus movimientos. Sabía perfectamente cuando su esposo estaba cerca del clímax, y dado que él no tenía problema en lograr una segunda erección al poco tiempo de acabar, decidió continuar hasta el final. Volvió a encender el anillo vibrador para que fuera más intenso el orgasmo, lidiando con la sensación de que su boca también vibrara. Para Stan, que ella lo estuviera acariciando, a la vez de sentir la cálida y húmeda cavidad de la boca que lo complacía, esa excitante vibración en la base de su miembro, y además la intensa estimulación en su ano fueron demasiado como para poder controlarse, y dejó salir sonoros gemidos y jadeos sin poder evitar también los espasmos en su cuerpo debido a la sobredosis de placer.
- Koh... ooh, am...
No logró articular una palabra completa para cuando orgasmo lo inundó y Kohaku recibió su descarga, sonriendo satisfecha cuando lo vio temblar como una hoja, como pocas veces. Stan jadeó pesadamente como si hubiera corrido una maratón, estirando su mano para entrelazar sus dedos con lo de su amada. Para ella, ver su boca entreabierta, las mejillas muy sonrojadas y sus largas y pobladas pestañas oscureciendo sus ojos zafiro apenas abiertos, eran una visión hipnotizante.
- ¿Te gustó, mi amor?
- Todavía lo estoy procesando, pero sí, me llevaste más allá del cielo, preciosa.
- ¿Y ese hermoso trasero profanado cómo se encuentra? –Preguntó con tono burlón y divertido, dándole una palmada juguetona.
- Bien, gracias por hacerlo tan cuidado, fue agradable. Es evidente que hay terminaciones nerviosas sensibles ahí, que sinceramente se sienten bien si no dejo a mi mente prejuzgar, con razón a muchas personas les gusta. No sé si me animaría a más, pero sólo esto y así estuvo interesante, lo apruebo.
- ¿De verdad? Bueno... si lo pones así, creo que me estás dando muchas más ganas de probar.
- Entonces no se diga más, y déjame a mí ahora profanar ese buen durazno –Bromeó, apretándole las nalgas con los dedos– Pero falta mi regalo también, no lo olvides.
Stan se levantó de la cama, y alzó graciosamente una ceja mientras se miraba atrás, haciendo alusión a la peculiar sensación de tener todavía dentro el juguete y caminar normalmente. Kohaku se rió de verlo, y esperó ansiosa a que sacara el juguete de su envoltorio y se lo mostrara. Cuando lo hizo, abrió mucho los ojos y lo miró con curiosidad: De color oro rosa, tenía una forma similar a la de un cepillo facial del largo de una mano, sólo que de un material metálico y con un cabezal de silicona con un agujero en el medio.
- Te presento a tu nuevo mejor amigo, y mi compañero para hacerte perder la cabeza, el famoso "Satisfyer Pro 2".
- Qué buen presentador eres. ¿Así que es famoso?
- Sí, busqué en internet y resulta que es de los mejores y más conocidos en lo suyo. Es un succionador de clítoris.
- Oooh, suena muy rico –Murmuró Kohaku con un estremecimiento de sólo pensar que se sentiría parecido al sexo oral– ¿Cómo funciona?
- Emite pulsaciones de aire que dan la sensación de vacío y de palpitaciones, y tiene once niveles de intensidad, nada mal.
- ¿Once? –Preguntó boquiabierta– Oh por dios.
- Sí. Y lo bueno es que es complementario, y si me lo propongo, puedo estimularte de cuatro formas distintas al mismo momento.
- Espera, ¿cuatro? –Frunció el ceño, y cuando se imaginó lo que implicaba, inspiró profundo.
- Oh sí. El plug y yo dentro tuyo, este aparato en tu clítoris, y me quedaría una mano libre todavía para acariciarte... o mi boca para besarte, cinco posibilidades si me pongo serio.
- ¿No sería mucho?
- Mucho de lo bueno, pero tranquila, sólo quería mostrarte todo el potencial. Aunque... si quieres es broma, pero si no quieres, no es broma.
- Estoy más inclinada a que no sea una broma, pero a la vez no puedo ni imaginarlo. Veremos, empecemos de a poco.
Stan asintió con una fina sonrisa, y apoyó el juguete y la bolsita de terciopelo con el plug de Kohaku en la mesita de noche, para luego subirse a la cama, acercarse a su esposa y abrazarla y besarla largamente, nunca perdía su oportunidad de susurrarle dulcemente su amor también. Se recostaron en la cama sobre la amplia toalla sin separar sus labios, y el rubio la acarició devotamente, recorriendo con sus manos la suave y cremosa piel de su esposa. Luego su boca imitó aquellas caricias, saboreándola con sus labios y lengua enteramente, dedicando más tiempo a los hermosos pechos de ella, sabiendo que eso siempre la hacía derretirse. Consideró acariciarla íntimamente primero, pero prefirió dejarlo a cargo del juguete de succión para comprobar si era tan bueno como su fama indicaba. Por lo que, sin dejar de complacerla, tanteó la mesita de noche para agarrarlo, y lo encendió con el pequeño botón blanco de silicona que tenía. En el aire comenzó a oírse el suave sonido que emitía, bastante silencioso por suerte, y primero lo probó la sensación e intensidad en su propia piel. La primera era demasiado sutil, por lo que lo subió una más.
A pesar de que su función era estimular el clítoris, bien podía jugar y provocarla, por lo que deslizó el juguete por el abdomen de ella, que jadeó sorprendida por la delicada y a la vez interesante sensación, de verdad parecían rápidas succiones de su piel. Stan continuó subiendo, hasta que llegó a los pechos, tentándolos así, y aprovechó el agujero en el cabezal para "encajar" allí el sensible pezón. Kohaku se estremeció notoriamente y gimió de gusto, no se esperaba eso, era muy bueno, y jadeó más fuerte cuando su esposo fue más lejos y de pronto le subió la intensidad en dos niveles.
- Oh, Stan... Stan...
- Se siente bien, ¿cierto?
- Sí, mucho. No es cálido y suave como tu boca, te prefiero a ti, pero se siente como suaves y rápidos pellizcos, uno tras otro.
- Buena respuesta con eso de que me prefieres a mí, gracias –Sonrió, y le dio un beso en los labios– Vamos a probarlo para donde está hecho ahora.
Stan se recostó de lado junto a Kohaku, para tener más control de ver lo que estaba haciendo, y deslizó sobre la piel de la rubia el juguete hasta llegar a su entrepierna. Lo volvió a bajar de intensidad al segundo nivel, y empezó por tentar primero los labios externos y la entrada, ya satisfecho por cómo la veía entrecerrar los ojos y quedar boquiabierta de gusto. Luego lo acomodó sobre el clítoris, de forma que "rellenara" el agujero del cabezal, y allí Kohaku se estremeció notoriamente y apoyó su mano en el pecho de él, hundiendo sus uñas.
- ¿Un poco más? –Susurró Stan contra el oído de ella, mientras movía el juguete en pequeños círculos por encima y alrededor del botoncito de placer, asegurándose de estimular los mejores puntos.
Kohaku no pudo ni contestar, cuando él aumentó primero un nivel de intensidad, y luego de verla empujar instintivamente su cuerpo contra el objeto, le subió otro más, lo que provocó que ella gimiera fuerte y se retorciera como pez en el agua, buscando más, apenas pudiendo manejar su respiración.
- ¡Aaah! Oh dios, Stan... es... es...voy a...
- Mi vida, no van ni cinco minutos, ¿lo dices en serio? –Preguntó sorprendido, y silbó en aprobación– Era cierto entonces lo bueno que es... nada mal, naaada mal.
Stan subió un último nivel de intensidad, tampoco creía necesario más que eso si ella ya estaba al límite. En efecto, tomó menos de un minuto más para que el orgasmo le inundara el sistema nervioso, quedando igual de agitada y laxa que él previamente. Se quedó mirándola, disfrutando de su expresión extasiada hasta que le pareció verla volver al mundo terrenal y consciente.
- Bueno, eso fue un récord. Creo que ni yo te hice acabar tan rápido nunca. Hay que tener cuidado con este pequeño, o me va a destronar.
- Eso nunca, prefiero sentirte a ti sin dudarlo –Contestó, acariciándole el rostro– Pero debo reconocer que cumple perfectamente con el objetivo, y que ayuda a terminar rápido el trabajo. Me gustó mucho el juguete, todavía no puedo creerlo... Gracias, Stan.
- Sólo lo mejor para ti, mi amor –Le devolvió la frase con una sonrisa, y la besó– Y ahora... es el mejor momento, aprovechando lo relajada que estás, para profanarte a ti ahora.
- Es lo justo, me toca –Asintió riendo.
El rubio se asomó al borde de la cama para sacar el plug de la bolsita de terciopelo y también agarrar la botellita de lubricante. Volteó a Kohaku boca abajo y la levantó de las caderas para guiarla a que se apoye como él había hecho antes, en sus antebrazos y rodillas, era mucho más fácil así más allá de la alusiva posición. Provocándola, le mordisqueó tentadoramente el trasero, y aprovechó la humedad de su excitación para introducir un poco el dedo en su intimidad y luego desparramarla por la entrada trasera. Jugueteó un poco de esa forma, tocando con su yema aquella sensible y externa zona, introduciendo mínimamente su dedo para estimularla y acostumbrarla a la nueva sensación. Kohaku se sacudió ligeramente, sorprendiéndose de que ese tentador toque le dejaba con ganas de más, era una mínima cosquilla de placer agradable que por poco impulsaba a su cuerpo a buscar más inconscientemente. Stan lo notó, y sonrió con provocación.
- Parece que tienes muchas ganas de sentir esto. Muy bien, no te haré esperar más.
Untó el juguete con abundante lubricante, y dejó caer otro generoso chorro en el medio del trasero de ella, volviendo a tentarla con su dedo. Cuando la sintió casi ansiosa por más, reemplazó su dedo por la punta del plug, y la rubia dio un pequeño salto.
- Está frío...
- Sí, es metálico –Se inclinó sobre ella para hablarle al oído– Tómalo como parte de las sensaciones contrastantes, porque seguro tu interior está bien calentito.
Empujó tan delicadamente y firme como pudo, probando tal como ella había hecho con él, de introducirlo y sacarlo muy lentamente, centímetro a centímetro. Observándola atentamente para percibir sus reacciones, repitió esa acción sin prisa, jugando y complaciéndola. Por su propia experiencia reciente, esa primera inserción había sido la más placentera, por lo cual se concentró en eso, incluso haciéndolo un poco más rápido, pero siempre superficial. Kohaku gimió sugestivamente, mirándolo de reojo, aunque conectar sus miradas tan llenas de deseo mutuo era demasiado excitante.
- ¿Te está gustando, preciosa?
- Sí... Coincido en que es raro, pero sí, no quiero que te detengas.
- No lo haré. No te das idea las ganas que tengo de ser yo quién esté así tentándote y estar dentro tuyo, pero quedará para más adelante.
Para no dejar una de sus manos ociosas, Stan la dirigió al sexo de su esposa para acariciarla allí, estimulando una vez más la zona que el exitoso juguete había dejado tan sensible. Cuando ella gimió de gusto más alto, aprovechó para introducir con más decisión el plug, hasta hacerlo por completo. Como un espejo de su propia reacción, Kohaku jadeó y abrió mucho los ojos, y la dejó acostumbrarse a la peculiar sensación, antes de probar moverlo un poco. Entusiasmado con la forma en que ella parecía aceptarlo con placer y sin mostrar incomodidad, lo sacó y lo introdujo de a poco, hasta hacerlo casi por completo. Robándole sonoros gemidos a su esposa. Su erección comenzaba a rogar por atención, era demasiado excitante ver y hacer eso, y como si Kohaku le hubiera leído la mente, lo miró de reojo con el rostro muy sonrojado y una expresión llena de deseo.
- Stan, te necesito a ti ahora, quiero sentirte.
- Mi amor, no te das una idea lo oportunas que son esas palabras, yo también lo quiero ahora mismo. Quiero que lo sientas todo, ¿puedo dejar el juguete dentro tuyo?
- Sí... estaba pensando en eso mismo –Ronroneó con una pícara sonrisa, se moría de curiosidad por sentir ese tipo de doble placer, Stan la había tentado demasiado con la posibilidad– Y si quieres encender tu anillo vibrador, sería interesante.
- Oh, sí.
Ya estaba considerando hacerlo, pensando en lo delicioso que sería para ambos. La guió suavemente a acostarse boca arriba, y se acomodó entre sus piernas, listo para más. Encendió el anillo, lo que lo volvió a estremecer de gusto, y se alineó con la entrada de su mujer para empujarse dentro. Los dos jadearon al unísono, al notar que estaba en cierta forma más ajustado debido a la presencia del juguete muy cerca de allí, y Kohaku tembló de pies a cabeza, quedando boquiabierta. Se miraron a los ojos y asintieron silenciosamente, coincidiendo en la deliciosa sensación de esa unión y el intenso placer. También estaba el factor de que él también tenía el juguete en su trasero, y ese ligero peso y la presión que ejercía potenciaba su disfrute más de lo que podía haber imaginado.
Pero eso no era todo, ya que Stan buscó toda la profundidad que pudo dentro de ella para que el motor vibrador del anillo conectara con el clítoris de ella. La rubia soltó un largo gemido gutural cuando lo sintió, y se aferró a la espalda de él clavándole las uñas sin poder controlarse, comenzaba a hacerse una idea de lo que él había querido decir con la idea de las tres o cuatro estimulaciones simultáneas. El juguete anal estaba fijo en su lugar, pero sumaba una interesante presión y sensación, además de que, con los movimientos internos del miembro de su esposo dentro de ella, en cierta forma se movía también, le estaba fascinando y ya agradecía haberse animado a eso.
- Bésame, Stan –Le dijo en un susurro que emitió casi como un ruego, y su pedido fue cumplido inmediatamente, para luego decir contra sus labios– Y más... más... por favor.
- Tus deseos son órdenes, mi amor.
El rubio lo hizo con más intensidad y pasión, saliendo casi totalmente antes de volver a embestirla, sus cuerpos chocando sonoramente, y para enloquecerlos más a ambos, combinaba esos bestiales movimientos con introducirse lo más profundo que podía y mover su cadera en círculos, de forma de que el vibrador se frote contra el sensible botón de placer de ella. La sintió comenzar a tensarse y respirar erráticamente, pero no quería terminar allí, había una última cosa que quería probar, "la cereza del postre". Salió de ella, guiñándole el ojo ante la expresión de reproche que inmediatamente recibió, y la acomodó rápidamente para volverla a apoyarse en sus rodillas contra la cama. Mostrándole lo que pensaba hacer, agarró el juguete de pulsaciones una vez más, y la vio abrir mucho los ojos, asintiendo sin dudarlo, incluso abriéndose y exponiéndose más para él.
- Preciosa, podría acabar sólo con la vista que me estás dando, tan entregada a mí –susurró con voz ronca.
- Bien, pero si lo haces, que sea dentro mío –Le contestó con una expresión lujuriosa.
Stan jadeó y luego rió, cerrando los ojos brevemente ante tal expresión atrevida y perfecta.
- No digas más, y empieza a rezar, mi vida.
Volvió a adentrarse en la intimidad de su mujer, gimiendo ambos de puro gusto, y antes de usar el juguete, decidió estimularla con el que ya tenía puesto ella. Con mucho cuidado, lo movió y tironeó suavemente para sacarlo un poco, y luego poder sincronizar los movimientos, tanto alternadamente que su miembro entrara cuando el juguete salía, como luego en simultáneo. Kohaku no encontraba ni siquiera su voz de tan abrumadoras eran las sensaciones, pero estaba amando cada segundo de eso. Y lo que le terminó de fritar el cerebro, fue cuando de pronto Stan dejó quieto el plug y en su lugar volvió a encender y acercar el juguete succionador contra su clítoris, haciéndole apretar hasta los dedos de los pies ante tantas buenas sensaciones. Podía ya sentir la ola de placer formándose y creciendo rápidamente dentro de ella, pero de pronto y a la par, tuvo una sensación nueva, una que no tenía sentido en ese momento y la desconcentró de lo inoportuna que sería.
- No... Stan, espera... –Le dijo nerviosa.
- ¿Qué pasa, te duele? –Preguntó preocupado, disminuyendo la intensidad, pero sin detenerse.
- No, no. Siento algo raro... se siente muy bien, no quiero interrumpirlo, pero... es como que me dieron ganas de orinar, perdón.
- Oh...
Stan se percató de lo que verdaderamente podía significar eso, y sonrió ampliamente, confundiendo a Kohaku. En lugar de detenerse, volvió a embestirla apasionadamente, incluso con más intensidad y ritmo que antes, sin quitarle tampoco el juguete que le estimulaba tanto el clítoris.
- ¡¿Qué...?! ¡No, espera Stan! ¡Te dije...!
- Shhhh, lo sé, pero no es lo que piensas, es algo mucho mejor.
- No, no... De verdad, sé lo que siento. Stan...
- Confía en mí, y deja fluir todo lo que sientas, no te contengas ni reprimas –Le dijo seguro, entre jadeos – Dijiste que te sientes muy bien, ¿no?
- Sí... –Gimió, su voz trémula. No podía negarlo, cada vez se sentía mejor, pero estaba esa inoportuna sensación que era cada vez más intensa.
- Relájate, es eyaculación femenina.
- ¿Es qué...? –Abrió mucho los ojos, sin entender ni poder creer lo que había escuchado.
- Shh, no es momento de hablar. Vamos, déjate ir, preciosa –Y murmuró– Es muy oportuno que tengamos esa toalla debajo nuestro.
Kohaku estaba un tanto confundida, no terminaba de entender lo que iba a pasar, pero cada segundo se sentía más y más abrumada con el placer de todas sus terminaciones nerviosas estimuladas, no le extrañaba que sintiera algo nuevo y mucho más intenso que siempre, era simplemente demasiado. Confiaba en que si Stan sabía lo que iba a pasar, ella también podía confiar y ceder, aunque no podía evitar la clara sensación de que iba a orinarse. Era un tanto incómodo, y a la vez su placer aumentaba cada vez más, sabía que un intenso orgasmo estaba próximo, un intenso calor la inundaba completamente, sentía su cuerpo y su rostro arder, a la par que sus pensamientos se volvían más y más difusos. Finalmente, el clímax la alcanzó, y apenas pudo procesar la magnitud de su intensa liberación cuando junto con sus temblores y espasmos, también una cantidad de líquido ligeramente blanquecino salió de la intimidad de ella, salpicando en ella y en Stan, que estaba encantado con lo que había sucedido.
El rubio se detuvo por un momento, arrojando el juguete que sostenía en la mano en la cama, mientras disfrutaba también cómo el orgasmo de ella lo comprimía deliciosamente, y estaba tan cerca del suyo propio, que en cuando la sintió aflojar un poco, volvió a moverse dentro de ella, primero suave y cuidadoso, y gradualmente aumentando el ritmo. Dedicado a su liberación, y con los melodiosos gemidos de su esposa alcanzando sus oídos, apretó los músculos de su trasero para sentir más de aquella agradable presión del plug, y gimió sonoramente cuando eso potenció y facilitó su clímax, liberándose entre guturales gemidos dentro de Kohaku, tal como le había pedido. En cuanto recobró parte de su consciencia apagó el anillo vibrador, y sin salirse de ella la abrazó por la cintura para dejarse caer juntos sobre el colchón, sonriendo con una expresión embobada de pura satisfacción. Se quedaron así varios minutos, hasta que la rubia se alejó de la entrepierna de él para dejarlo salir, y poder girarse y abrazarlo de frente. Estaban los dos con la piel muy sonrojada y sudados, todavía tratando de normalizar su respiración.
- Stan... todo fue... demasiado –Murmuró incrédula, mirándolo a los ojos.
- Lo fue, y valió totalmente la pena, creo que probar esos juguetes fue un gran acierto, nos felicito por animarnos –Sonrió, y le dio un casto y dulce beso en los labios– Y ese final tuyo, perfecto.
- ¿Qué fue eso? Me muero de la vergüenza, pero creo que de verdad me oriné –admitió, muy sonrojada y apenada.
- No, no... bueno, hay algo de eso, pero no es orina, tranquila –Le contestó– Sólo me pasó una vez con una mujer, por eso me imaginaba lo que era. No es muy común, porque requiere de mucha e intensa estimulación, en especial del punto G, me imagino que lo lograste porque entre los dos juguetes y yo, estabas bastante colmada y excitada.
- Sí, creo que nunca tuve un orgasmo tan intenso y distinto. ¡Ja! Siempre superándonos, ¿eh? Y yo que pensaba que con el otro juguete que compartimos la semana pasada ya era demasiado y lo más extremo que podíamos sentir –soltó una risilla– Me quedé corta, parece.
De pronto Stan la miraba con una expresión mucho más serena y seria, mientras le acariciaba el cabello suelto, dejando atrás su sonrisa.
- ¿Está todo bien? –Le preguntó con voz suave, extrañada por el repentino cambio de humor.
- Sí. Más que bien –Respondió asintiendo mínimamente, con el mismo tono de voz suave que ella.
- ¿Por qué tan serio de pronto, entonces?
- Sólo pensaba otra vez qué hice para merecer tanta suerte y felicidad de compartir mi vida con una compañera tan hermosa y perfecta como tú. Te amo mucho, Kohaku. Mucho, como no te das idea.
- Oh, Stan –Susurró emocionada ante la dulce expresión y palabras de él, y lo besó amorosamente, mientras entrelazaba sus dedos juntos– Sí me doy una idea, porque te amo tanto así también. Y sobre lo de merecer... creo que todavía te subestimas demasiado. Te mereces todo lo que tenemos y más, porque eres un hombre lleno de amor. Desde que nos conocimos, en realidad, todo lo que me cuidas, me consientes, siempre atento a verme bien, animada, con una sonrisa. Apoyándome en mis sueños, teniéndome paciencia, compartiendo todo lo mejor... a veces creo que es un sueño de lo maravilloso y perfecto que eres. Hasta sacrificaste tu libertad por mí, para mantenerme a salvo, y reinventaste tu vida profesional para que estemos cerca de mi familia.
- Todo lo que hice lo volvería a hacer sin dudarlo, eres demasiado preciosa para mí, no puedo imaginar mi vida ni ser feliz sin ti. Ya eres parte de mi alma, habitas en mí –Le dijo con los ojos brillantes y aguados de la emoción que le generaba sólo pensarlo– Como te dije una vez, no puedo hacer otra cosa que amarte.
- Ni yo... eso es lo que estamos celebrando aquí, y es por eso que tenemos toda la vida para estar juntos, eso elegimos, y honraremos. Te amo, te amo tanto.
Se fundieron en un fuerte abrazo, la extrema sensibilidad que habían alcanzado no había sido sólo física, eso era lo más dulce y memorable de cada vez que hacían el amor. Escapaba a la razón cómo podían amarse cada vez más y más profundo, pero era así, y sólo podían entregarse a aceptarlo y disfrutarlo. Unos minutos después, Stan suspiró y la miró con una sonrisa más divertida.
- No quisiera levantarme ni dejar de abrazarte, preciosa, pero tengo que ir al baño a sacarme lo que quedó "enchufado" ahí atrás.
- Sí, yo también, es difícil de ignorar –soltó una risilla– Ve, yo voy a comprobar el estado de la frazada de la cama, espero que la toalla haya alcanzado para mantener todo limpio debajo.
- Sí, creo que sí, ¿nos bañamos juntos después?
- Claro.
Un rato después, compartían el baño caliente en la tina, la cual como no era tan grande los tenía más apretado dentro, aunque apreciaban por otro lado la obligada cercanía.
- Parece que dejó de llover finalmente, qué bueno.
- Sí, el pronóstico se cumplió. En realidad, nos favoreció para las actividades turísticas, ya que es probable que en la cima del "Cerro Otto" haya nevado. Así que mañana podríamos ir allí a hacer las actividades de nieve, en especial para las carreras de trineo, me refiero al patín individual, desde la cima hasta la base. Tengo muchas ganas de recorrer esas pistas, seguro nos vamos a divertir.
- ¡Buena idea! Y hay otro cerro más bajo, muy bonito y sin nieve, podemos ir a ese pasado mañana.
- El "Cerro Campanario", ¿dices? –La vio asentir con una sonrisa– Sí. Podemos hacer el tour normal al mirador, o hay otra forma de llegar bien interesante y que tengo un poco de ganas.
- ¿Cómo sería?
- Cabalgando –Dijo, con entusiasmo oculto.
- ¿Cabalgando...? Hmmm, nunca monté antes, Stan, no sé.
- Me montas a mí seguido, preciosa –Le susurró provocador, empujando su entrepierna hacia ella.
- ¡Stan! –Lo retó, sonrojada, pero se rió– En serio lo digo, no sé montar A CABALLO.
- No te preocupes, estas excursiones son tranquilas y con caballos mansos, incluso para gente que nunca montó antes. No es difícil.
- ¿Tú sabes cabalgar?
- De pequeño sí, mis abuelos tenían un campo, mi abuelo me enseñó.
- Imaginarte a ti como todo un pequeño cowboy... es demasiado adorable, Stan.
- Hasta aprendí a enlazar vacas, y no lo hacía nada mal –Comentó, orgulloso, sonriendo con nostalgia– Pero cuando fallecieron, el campo se vendió, y no volví a montar ni nada, así que perdí la práctica. Sería lindo volver a hacerlo.
- Entonces hagámoslo, confío en ti si me dices que estaré bien –Aceptó Kohaku– Me encanta poder compartir contigo algo de lo que tienes recuerdos de tu infancia, y que te haría feliz.
- Gracias, mi amor –Le dio un beso en la mejilla– Y no te preocupes, te protegeré. Si te sientes insegura te ayudaré.
- Mi caballero protector, siempre.
Buenaaaas! Nuevamente, modo turismo, ON! xD. Este viaje también me trae muchos recuerdos a mí, así que feliz de poder compartirlo con ustedes, espero que lo hayan disfrutado mucho, y hasta haberlos transportado a los paisajes de ensueño que la naturaleza nos regala, realmente. Y sumado al amor y la ricura de Stan y Kohaku... es simplemente la perfección.
Pensé que iba a terminar con toda la luna de miel, pero me engolosiné con el delicioso juguetón, y con las descripciones turísticas jeje. ¡Así que la aventura continúa, y la van a aprovechar y se van a divertir mucho, lo sé! Ellos al menos, y espero que ustedes :)
Gracias por leer y como siempre, por sus comentarios hermosos, muchas, muchas gracias! Hasta el próximo capítulo! Buena semana!
