Las dos semanas de luna de miel habían llegado a su fin, y era tiempo de volver. Habían pasado unos días soñados, llenos de memorables y preciados momentos juntos, además de todas las deliciosas comidas que habían probado, y lugares visitados. Tenían esa contradictoria sensación de no querer volver, de querer seguir conociendo y disfrutando cada bello rincón de ese país y del mundo, y al mismo tiempo estar ansiosos por volver a Japón, donde les esperaba su vida, familia, amigos, y por supuesto, su hogar junto a Sam.
Disfrutaron hasta el último minuto, y comenzaron el largo viaje de vuelta a Tokio. El vuelo iba a ser mucho más cansador, casi cuarenta horas de viaje entre tiempo en el aire y escalas. El primer vuelo era el viernes al mediodía desde El Calafate hasta Buenos Aires, donde tendrían que esperar casi cinco horas hasta el siguiente vuelo, al anochecer, el cual los dejaría en la segunda escala, Houston. Allí llegarían cerca de las seis de la mañana, y tendrían que esperar casi hasta el mediodía para tomar el siguiente y último vuelo hasta Tokio. Lo bueno de aquello era que una vez más, Xeno y Tatyana se habían ofrecido a ir a buscarlos, y al menos les daba el tiempo de tomar un buen desayuno juntos y hablar unas horas. El primer viaje fue tranquilo y cómodo, sólo de tres horas, y decidieron quedarse en el aeropuerto, quedándose en una cafetería para pasar el tiempo. El segundo vuelo duró seis horas, pero lo pasaron durmiendo mayormente, por lo cual fue bastante agradable también.
Una vez que recuperaron sus bolsos y valijas, se encontraron con la pareja que los esperaba afuera. Todavía era de madrugada y de noche, y se recibieron con un cariñoso abrazo.
- ¡Xeno! ¡Tatyana! –Exclamó Kohaku– ¡Qué bueno es volver a verlos y que haya coincidido nuestra escala aquí!
- Bienvenidos nuevamente –Saludó Xeno– Se ven muy bien, no tengo ni que preguntarles si lo disfrutaron... ni si comieron bien.
- Qué poco elegante, Xee –Dijo Stan, alzando una ceja, aunque luego sonrió y abrazó a su amigo– Lo admito, tenemos un par de kilos de más, pero danos un mes y no habrá ni rastro del regalito extra que dejaron los alfajores y chocolates en nosotros, y valió la pena cada bocado.
- Con ese comentario tú no te mereces nada, pero igual les trajimos unas cajas para que conozcan esos dulces y los disfruten como nosotros –Dijo Kohaku, mirándolo feo en broma.
- No me miren a mí, yo hubiera hecho lo mismo que ustedes –Se excusó Tatyana– Además que frío y chocolates son la combinación perfecta.
- Alguien que habla con sensatez al fin.
- No hizo tanto frío, pero la excusa nos sirve. ¿Ves, Xeno? Tienes suerte de tener una novia con tanto sentido común, a ver si aprendes.
Tatyana le guiñó un ojo a su novio, y pasó coquetamente a su lado, haciéndolo sonreír. Como era demasiado temprano todavía, fueron a la casa de Xeno a desayunar y pasar el rato, mientras los esposos contarían en detalle los mejores recuerdos de toda la luna de miel, a la par de mostrarles las fotografías y videos que habían tomado. También les entregaron los regalos, las cajas de dulces y la chaqueta larga de cuero que le habían comprado a Xeno, además de una bonita cartera tallada a Tatyana. Las horas pasaron rápidamente, disfrutaron al máximo el tiempo juntos, y durante la última hora fue el turno de la pareja de científicos de contarles un poco de su día a día, junto con un par de bonitas novedades.
- Tengo algo que compartirles –Dijo Tatyana, con una amplia sonrisa– Tenía la opción de volver a Roscosmos, ya que el proyecto principal que estaba haciendo la agencia espacial rusa con la NASA terminó, luego de dos años. Pero decidí quedarme, pedí que me transfieran aquí y adjudiquen los siguientes proyectos en conjunto. Y aceptaron, así que mi mudanza a Houston ya es definitiva.
- ¡Qué bueno! ¿Fue para seguir juntos? –Preguntó Kohaku con los ojos brillantes.
- Sí, también es la idea –Admitió la rusa, con un ligero sonrojo, tomándole la mano a Xeno– Y hay algo más...
- ¿Voy a ser tío? –Preguntó Stan, con una sonrisa maliciosa
- Stan, por favor... –Protestó Xeno, frunciendo el ceño.
- Yo pensé que podían estar comprometidos –Admitió Kohaku con una risilla.
- Que ustedes sean unos tórtolos que van a la velocidad de la luz, no significa que todas las parejas sean así, ya se los dije –Se quejó el científico, sonrojado e incómodo.
- No, no era esa la novedad. Pero ya que tenía que mudarme y cambiar de departamento, ya que donde estaba bajo el contrato de mi anterior proyecto...
- ¡Ja! ¡Ya sé! –Interrumpió Kohaku con emoción– ¡Van a vivir juntos!
- Sí, eso es –Asintió Tatyana– En dos semanas termino de mudarme, me dieron todo el mes para dejar el departamento anterior.
- Déjame adivinar, ¿Xeno te lo sugirió? –Preguntó Stan, mirando a Xeno con una pequeña sonrisa– "Hasta que encuentres otro lugar, o no, puedes quedarte, como quieras"
- Sí, eso mismo dijo –Contestó la rubia, sorprendida– ¿Cómo lo supiste?
- Conozco a este mapache hace veinte años, hacerse el casual es su especialidad. Me alegro por ustedes, es un bonito paso.
Xeno sonrió de lado, asintiendo brevemente a su amigo y sin acotar nada de lo otro. Luego de más bromas y felicitaciones, continuaron hablando amenamente del tema, hasta que llegó la hora de partir. Volvieron a cargar en el coche de Tatyana el equipaje que habían bajado para encontrar más fácil los regalos, y subieron los cuatro al automóvil, dirigiéndose una vez más al aeropuerto. Los científicos los acompañaron mientras hacían el check-in, y hasta que el matrimonio subió al avión para emprender la última parte del regreso. Se despidieron con otro afectuoso abrazo, prometiendo estar en contacto, bromeando para reencontrarse en alguna otra escala o entre viajes de trabajo o vacaciones que volvieran a coincidir.
Ese vuelo iba a ser más cansador, tenían trece horas por delante hasta llegar a Japón, y trataron de dormir lo más que pudieron, pasando el resto del tiempo entre charlas entre ellos, y viendo las películas que ofrecían las pequeñas pantallas delante de ellos. Finalmente, aterrizaron en Tokio, en el "Aeropuerto Internacional de Narita", donde los estaban ya esperando Kokuyo y Ruri.
- ¡Kohaku! –Exclamó la hermana mayor, alzando la mano y saludando efusivamente para hacerse ver.
- ¡Ruri!
Stan agarró la valija de Kohaku, dejando que su mujer corriera hacia su hermana mayor, lanzándose a sus brazos. Kokuyo dejó el saludo emotivo para después, para adelantarse y ayudar a Stan con el equipaje, todas sus manos y ambos hombros ocupados con cargar todo. Cuando se hicieron a un lado para no molestar con las demás personas que salían de allí y las que también se reencontraban con sus conocidos, dejaron todo a un lado para saludarse apropiadamente, en afectuosos abrazos.
- Bienvenidos de vuelta, hija, Stan.
- Estamos en casa –Kohaku sonrió feliz– Costó volver, pero estoy muy feliz de estar aquí ahora, los extrañé mucho.
- ¿Cómo está el pequeño Sam? –Preguntó Stan, mientras compartía un breve abrazo con su suegro.
- No tan pequeño, pero está muy bien, se portó de maravillas. Lo dejamos en la casa de ustedes antes de venir, o iba a ser mucho lío entre el coche lleno y el equipaje.
- Sí, está bien, papá, buena idea. Gracias por cuidarlo, no puedo esperar para verlo.
Se dirigieron juntos al coche, repartiéndose el equipaje entre los cuatro, y fueron a la casa de la pareja. Les contaron que habían dejado preparado un almuerzo para compartir los cuatro, ya que se imaginaban que no habían comido o habían picoteado algo ligero solamente. Era un poco confuso que hubiera partido de día, y que poco más de doce horas después seguía siendo pleno día por la diferencia horaria entre Estados Unidos y Japón, pero Stan ya estaba más acostumbrado a los viajes, y sabían que iban a necesitar una buena siesta y un día más para acomodar sus relojes internos. Cuando llegaron, Ruri se adelantó para abrir la puerta de la casa y retener a Sam, pero no pudo con el entusiasmo del perro grande y fuerte, que ya había olido a sus queridos dueños, y había empezado a llorar y ladrar. Se liberó de los brazos de la rubia, y corrió hacia la pareja, saltándoles encima y moviendo mucho la cola mientras gimoteaba y los lamía desesperadamente.
- ¡Sam! My boy! –Exclamó Stan, arrodillándose y abrazando a su perro, también devolviéndole los besos en toda la cabeza.
- ¡Te extrañamos tanto, Sam! –Se sumó Kohaku al recibimiento, arrodillándose también.
El adorable golden no sabía a quién lanzársele encima primero, buscaba lamerles el rostro a ambos, a la par que se arrojaba al piso panza arriba mientras movía descontroladamente su larga y peluda cola. El emocionante reencuentro duró varios minutos, la energía del perro era inagotable, y corría y saltaba alrededor de ellos de tanta felicidad que tenía.
- Sí, ya estamos de vuelta, vamos a compensarte con mucho amor, paseos y comida rica –Dijo Stan con voz tierna, acariciándolo entero y disfrutando de cómo Sam le seguía lamiendo el rostro, sin escaparse de su larga lengua– Te voy a malcriar mucho, mucho, hasta compensar la ausencia.
- ¡Stan! –Rió Kohaku, rodando los ojos, no dudaba que sería así, su esposo era demasiado débil con él.
Se tomaron unos minutos más hasta que Sam se calmó, y se pusieron de pie, para hacer a un lado el equipaje. Se acomodaron un poco, higienizándose y ayudando a poner la mesa para almorzar. Ellos estaban todavía emocionados y revueltos del viaje, pero era tarde para comer y estaban seguros que Kokuyo y Ruri estaban conteniéndose el hambre para esperarlos. Almorzaron juntos, mientras compartían una vez más todos los detalles del viaje, esa vez de forma personal ya que todos los días habían hablado un poco con la familia.
Cuando se levantaron para despejar la mesa y preparar un café como sobremesa, Ruri agarró la mano de su hermana y la arrastró a un lado, para hablarle en confidencia.
- Quería contarte algo desde la semana pasada, Kohaku, no podía esperar a que volvieras.
- ¿Buenas novedades?
- Unos días después de que viajaras a tu luna de miel, Chrome me llamó...
- ¡Ja, al fin! Pensé que no se animaría nunca, el crío.
- ¿Eh? ¿Qué dices? –Preguntó sobresaltada y sonrojada Ruri.
- Ruri, hace tiempo es más que obvio que Chrome llevaba un buen tiempo enamorado de ti. Cuando te invitó a bailar en mi boda lo confirmé. ¿Te invitó a salir?
- Bueno, sí... Salimos una tarde, lo pasamos bonito, y unos días después volvió a invitarme.
- Dime que te dijo lo que sentía por ti, o lo voy a golpear cuando lo vea...
- ¡Hermana! –La amonestó, aunque sonriendo con timidez– Sí, lo hizo. Y me gusta Chrome, es un buen chico. Así que estamos empezando a salir.
- ¡Me alegro tanto por ti, Ruri! –Kohaku la abrazó con fuerza, muy feliz– Será un crío en cuanto al romance, pero también pienso que es bueno, y lo veo perfecto para ti, al menos cuando espabile un poco más. ¿Papá sabe?
- Creo que se dio cuenta, Chrome vino a buscarme a casa en la última salida. Ya lo conoce, no es como con Stan, y parece que le cae bien.
- Si aceptó a Stan después de todo lo que pasó, estoy segura que para Chrome va a ser más fácil con lo inocente que es, ya lo curé de espanto a papá.
Sonriéndose cómplices, las hermanas volvieron a la cocina para preparar la mesa dulce. El matrimonio les entregó también los variados suvenires a Kokuyo y Ruri, entre decorados para la casa, los dulces y los regalos de la talabartería para cada uno, ellos habían sido los más consentidos, por supuesto. El padre y la hermana mayor agradecieron mucho, y el matrimonio sacó otra caja de dulces para compartir con el café, degustando y coincidiendo con placer lo deliciosos que eran.
- ¡Esto es increíble! –Exclamó Ruri cerrando los ojos encantada, una fanática de los dulces– ¿Cómo se llama este relleno marrón y cremoso?
- Ah, el dulce de leche, sí, es mi favorito también –Coincidió Kohaku– Lo vendían también en potes, comerciales y artesanales, es como el dulce local más popular.
- Demás está decir que compramos y nos terminamos enteros al menos tres potes en esos quince días –Confesó Stan, palmeándose el abdomen– Untado en pan o en galletas era muy bueno, pero también cuchareamos directamente del pote, cuando estábamos golosos.
- Y un par de veces lo untamos en budines y "facturas", que eran unas masas dulces y esponjosas. Tienes que aprender a contenerte y no untarlo en todo –Agregó con picardía.
- ¿Vivieron a base de dulces, ustedes dos? –Preguntó burlón Kokuyo– ¿No les hizo mal a sus estómagos?
- Un poco pesado a veces, pero sobrevivimos. Para colmo los dos somos de paladar dulce, no éramos buenos para detenernos...
- Lo disfrutaron, es lo importante –Dijo con dulzura Ruri.
- Ahora toca ponerse en forma otra vez –Suspiró Kohaku– Tengo que volver a entrenar, desde que estuvimos con los preparativos de la boda que no lo hago, así no voy a ganar los próximos títulos nacionales.
- Internacionales, querrás decir, campeona –Stan le guiñó un ojo.
- Es verdad, hija, ahora tienes que mantener los campeonatos nacionales, mientras aspiras a más, me imaginaba que lo harías.
- ¡Ja! Por supuesto, pero de a poco. Tengo que llamar a Tsukasa, y pensar juntos el nuevo plan para esta temporada. Se siente bien regresar, y extrañaba entrenar también.
- Eso, y ahora empieza para ustedes la verdadera vida de casados –Dijo Kokuyo– Ya volvieron del sueño perfecto de la luna de miel, toca la vida real.
- Papá, ya venimos conviviendo hace un año, no es como si no supiésemos vivir juntos. Estamos casados, pero no creo que cambie tanto en realidad. Digo, somos los mismos de siempre, y nuestra vida se va a mantener como era.
- Algunas cosas siempre cambian, hija. Pero sí, confío en que seguirán siendo felices y llevándose bien, ambos son organizados y se respetan mucho, además que cada uno tiene su profesión. Manteniendo eso y amándose, suele resultar en un matrimonio feliz. Les deseo toda la felicidad en el día a día.
- Gracias, Kokuyo, así será. No eran sólo votos bonitos los que dijimos en nuestra boda, será así cada día. Hacer feliz a mi preciosa esposa es mi misión personal por el resto de nuestras vidas –Contestó Stan con los ojos brillantes, entrelazando sus dedos con los de su esposa y mirándola con amor.
Kohaku le devolvió la dulce mirada, y se animó a darle un casto beso en los labios. Siguieron compartiendo un rato más, hasta que el cansancio por los vuelos empezó a hacer mella en la pareja, y se los notaba empezar a adormilarse. La familia se despidió y regresó a su casa, dejándolos descansar, y ellos no tardaron en echarse en la cama con Sam en el medio, satisfechos y relajados de volver a dormir en su cama.
Habían regresado el domingo con la intención de descansar todo ese día, aprovechando para recuperar el sueño y volver a acomodarse al horario japonés. Las vacaciones de Stan terminaban ese día, el lunes se reincorporaba al trabajo, por lo cual dejaron las valijas para ir acomodando poco a poco en los siguientes días, sin apuro. Cuando se despertaron de la siesta al atardecer, sacaron a pasear a Sam juntos, dando unas vueltas por los parques cercanos, también los alivió a ellos el ejercicio y estirar las piernas.
Al día siguiente empezaron a volver a incorporarse a la rutina, Kohaku llamó a Tsukasa para tomar un café juntos y conversar sobre los planes profesionales del año de ambos, además de entregarle los regalos que le había comprado y contarle resumidamente de su luna de miel. El castaño le dio un cariñoso abrazo al volver a verla, y como buen maestro y profesional dedicado, ya había revisado el calendario deportivo de la temporada, proponiéndole los mejores campeonatos locales, la nueva y más exigente rutina de entrenamiento, y los planes para mantener el título nacional con el campeonato de ese año. Estaban a mediados de abril, momento ideal para empezar la temporada. Kohaku estaba encantada con todo, revitalizada después del viaje, y decidida a seguir acumulando éxitos profesionales.
Tsukasa le dijo que era un poco pronto para pensar en un campeonato internacional de primer nivel, que era mejor que ella se asegurara el título nacional un par de veces más, mientras sumaba experiencia en combates, el último lo había ganado por muy poco. La rubia aceptó la prudencia sugerida, aunque abierta a la idea de algún torneo menor que fuera internacional, como los "amistosos" que Tsukasa participaba todos los años. Desde que Mirai se había recuperado, él no estaba tan desesperado por seguir escalando y buscando los mayores títulos y premios económicos, aunque seguía entrenando y dedicándose a eso, era lo que le gustaba y lo que más conocía, además de ser tan bueno en lo que hacía.
Acordaron empezar el entrenamiento de Kohaku el miércoles, lo que le daba dos días para terminar de hacer las visitas a amigos para entregar los regalos, se habían repartido con Stan, dejando solamente a Ryusui para dárselo juntos, una forma de devolver la gentileza por el más que generoso regalo de bodas, el coche. La joven estaba ansiosa por aprender a manejar, podía organizarse para hacerlo a la par de los entrenamientos, y pensó que sería mejor aprovechar los siguientes meses mientras no tuviera combates oficiales. Stan le había ofrecido enseñarle él en los fines de semana, pero iba a tomar demasiado tiempo, y mientras tanto ella tenía que seguir usando la bicicleta o el transporte público para moverse de un lado a otro, a diferencia de su esposo que tenía la moto, y el coche.
Decidida, consultó a sus amigos con registro de manejo en qué academias de la zona habían aprendido o conocían, y reunió la información. Por la noche, mientras cenaba con Stan, planteó el tema.
- Quiero aprender a manejar el coche en los próximos meses, y hacerlo en modalidad intensiva.
- Ok, déjame organizarme y creo que podríamos hacernos una hora diaria para ir a alguna zona tranquila donde te pueda enseñar.
- No, gracias... Estuve pensando que quiero hacerlo en una academia. ¡También quiero que me enseñes tú, te agradezco el tiempo para practicar! –Se apuró a aclarar enseguida, cuando Stan la miró con un poco de desilusión– Pero puedo hacer esto en mis ratos libres, tú estás ya bastante ocupado con tu trabajo durante el día, y además eres el que más cocina en casa.
- ¿Segura? Nunca me va a cansar hacer cosas contigo, y es entretenido manejar, me gustaba la idea. Quiero decir, me dedico a enseñar a manejar... aviones, claro.
- Sí, de verdad, y ya busqué la información, mira –Fue a buscar las notas que había tomado–No es costoso, hay dos agencias cerca de aquí, con horarios flexibles. Y también enseñan la parte teórica para rendir el examen, eso iba a tener que aprenderlo por mi cuenta. Podemos seguir con el plan de los fines de semana, para practicar, y que tú también me enseñes. ¿Qué dices?
- Lo que te haga feliz, amor –Asintió Stan, apoyándola– No voy a negar que es mejor que aprendas y tengas el registro lo antes posible, para que puedas manejarte independiente y cómoda. Y no tenemos que turnarnos para usarlo, excepto cuando llueva. La verdad es que me gusta más usar la moto, y estoy más acostumbrado. El único problema es que no podía llevar a Sam, con el coche sí podemos.
- ¡Genial! Entonces mañana llamo para coordinar y empezar, hay una agencia que me gustó más que la otra.
Entusiasmada, Kohaku sonrió ampliamente, y se fue muy motivada a dormir. Al día siguiente se contactó con la agencia, decantándose por contratar un paquete de dos clases semanales de prácticas, además de las clases teóricas. Eso duraría un mes, para completar las ocho horas de práctica, además de las que haría con Stan los fines de semana. Pensaba que iba a tomar más tiempo, por lo que estaba animada de que en poco más de un mes podía rendir el examen y tener su carnet de conducir.
El mes pasó rápido, entre sus entrenamientos, las prácticas de manejo y la vida diaria con Stan y Sam. Ya acostumbrados a vivir juntos un año antes de casarse, la convivencia no presentó ninguna sorpresa ni tuvieron discusiones, se organizaban bien y se repartían las tareas de la casa y de cuidar al perro. Ambos eran sinceros, directos y comunicativos, y habían acordado desde el principio siempre charlar las diferencias en el día, sin quedarse con cosas en el tintero que generaran resentimientos o reclamos más adelante.
Los sábados por la tarde hacían sus escapadas a las afueras de Tokio, así como a las zonas más tranquilas y cercanas de la Prefectura de Kanagawa. Los trayectos estaban entre cuarenta y ochenta kilómetros de distancia de su hogar, lo que les tomaba unos cuarenta minutos de viaje, y era perfecto para una rápida escapada. Era una excelente oportunidad para conocer otras zonas más paisajísticas de Japón, relajándose de la vida de ciudad, y encontraron un lugar del cual quedaron fascinados y dispuestos a volver una y otra vez desde entonces, el "Lake Miyagase", con vistas a las montañas Tanzawa. Había una enorme represa allí, junto al río Nakatsu, y había dos bonitos parques en los alrededores, Aikawa y Toriibara. También había puestos de comida y pequeños restaurantes, tanto de sabores locales como encontraron uno de barbacoa americana, "Good Time Charlies", que hizo brillar los ojos de Stan.
Lo mejor era que podían pasear con Sam, por lo que pasaban toda la tarde, y se tomaban entre una y dos horas extra para que Kohaku pudiera practicar su manejo. Stan era un excelente instructor, muy paciente, y sus explicaciones y ejercicios que le proponía a su esposa eran claros y hasta entretenidos. Lo más difícil para la joven era estacionar, le maravillaba ver a Stan hacerlo en sólo una o dos maniobras, así que dedicaban un buen tiempo a eso, ya que ella había aprendido bastante bien lo demás. Claro que una cosa era manejar en una calle casi vacía, y otra en plena metrópolis, con muchas reglas que cumplir y cuidados que tener, pero iban haciéndolo de a poco, a medida que Kohaku perdiera la ansiedad y confiara más en sus habilidades y de por sí excelentes reflejos.
Estudiar la parte teórica fue un sufrimiento para la rubia, tantas reglas y señales, nunca había sido buena para recordar esas cosas. Pero una vez más, su esposo era un perfecto compañero y la ayudaba, haciéndole preguntas como un examen, tanto cuando estaban en la casa, como en las prácticas de manejo de ellos. Finalmente, toda la dedicación y esfuerzo valieron la pena, y Kohaku aprobó los exámenes. Stan la llevó al lugar, y ella lo hizo en el coche propio. Tenía que esperar unos días para que le llegara el carnet provisional, mientras esperaba el definitivo, pero sólo quedaba ser paciente y esperar.
Cuando llegaron de vuelta, estacionaron en el garaje de la casa, y Kohaku apenas se quitó el cinto de seguridad, cuando Stan le agarró la mano.
- Felicitaciones, preciosa, lo hiciste muy bien.
- ¡Ja! Lo hice –Admitió orgullosa, arrimándose luego a él para darle un beso– Y debo de agradecer a mi esposo y gran profesor por ello.
- Oh, me gusta cómo suena eso –Contestó con un ronroneo, contra los labios de ella– Tú también te mereces un premio, por ser tan buena estudiante. Ven aquí.
La agarró por la cintura con ambas manos, y jaló de ella para acercarla, hasta subirla a su regazo. Kohaku se rió por lo torpe y limitados que se encontraban en el pequeño espacio, no podía erguirse demasiado sin golpearse la cabeza contra el techo del coche o chocarse con el manubrio por detrás. Por lo que se acomodó apoyando las rodillas a los lados del asiento de Stan, quedando a la altura perfecta para rodearle el cuello y besarlo. Como el garaje estaba dentro de la casa y el portón se había cerrado, se dejaron llevar con apasionados besos, hasta que Kohaku soltó un suave jadeo y sonrió juguetona a su esposo.
- Pensaba que la palanca de cambios estaba en otra parte, pero creo que no estudié lo suficiente.
- Esta es la manual –Respondió con una sonrisa felina, provocándola con empujar su cadera contra ella– Puede ahora que te tome mi propio examen práctico, a ver si aprendiste a usarla.
- Mejor asegurarse.
Los dos se sonrieron con picardía, Kohaku volvió a recortar la distancia entre ambos para besarlo profundamente, mientras bajaba sus manos por el abdomen de su esposo, hasta alcanzar su pantalón. Le abrió el cinturón y los botones del vaquero, colando una mano para rodear el ya firme miembro, haciéndolo gemir guturalmente de gusto ante el primer contacto. Que sentía un poco de adrenalina y otro tanto de juguetón atrevimiento por lo que pensaba hacer, era decir poco.
- Nunca lo hicimos en el coche –Murmuró Kohaku, con las mejillas sonrojadas.
- Siempre hay una primera vez para todo, amor. Sólo nos quedaba bautizarlo, como hicimos con todos los rincones de la casa, era cuestión de tiempo –Contestó, mientras reclinaba el asiento para dejarles más espacio y estar cómodos.
- Sí que nos gusta jugar en lugares poco convencionales, a toda hora.
- Ventajas de ser recién casados, queremos dejar huella de nuestro amor en todos lados.
- Creo que en otra vida fuimos conejos.
Rieron cómplices, antes de entregarse a mutuas caricias y besos. Kohaku lo acariciaba íntimamente con decisión, mientras Stan hundía los dedos de una mano en la cabellera rubia de su esposa, y con la otra mano la tentaba acariciándole los pechos por encima de la ropa, hasta que coló la mano por debajo de la camiseta de ella. Se dejaron llevar, pronto estaban los dos llenos de deseo y jadeantes.
- ¿Quieres más? –Preguntó Stan con voz acaramelada, junto al oído de Kohaku.
- Contigo siempre quiero más.
Fue el turno del rubio de bajarle la ropa a ella, que por suerte llevaba unos pantalones cómodos y elastizados, eran más fáciles de bajar. Lo hizo lo suficiente para exponerle el trasero, aunque ella preveía que iba a ser molesto, y se los bajó hasta las pantorrillas, permitiéndose más movimiento. Se acomodaron para alinearse, y gimieron a la par al sentir la familiar y a la vez siempre excitante unión, esos primeros segundos no fallaban nunca en desconectarlos de todo lo demás. Mientras compartían apasionados besos, Stan apoyó las manos en el trasero de su mujer para ayudarla a moverse. Era una sana adicción para ambos disfrutarse así, entre las placenteras sensaciones y la conexión tan dulce y amorosa que tenían, reflejada en sus miradas que no abandonaban los ojos del otro.
- Déjame admirar la vista de ese precioso durazno que traes, preciosa, date la vuelta.
- ¿Y yo qué puedo ver de ti así? No es justo.
- Puedes verme a mí en el espejo retrovisor delante tuyo, recuerda que para algo está.
- Ooh, cierto, sí... –Soltó una risilla.
- Es como vernos por cámara, y recuerdo que tú no eras de las que se intimidaban.
Con una mirada confiada y sensual, Kohaku se movió para darse la vuelta, recostándose sobre su esposo. Iba a sentarse, pero él la detuvo, abrazándola y manteniéndola recostada sobre él.
- Primero un poco así, despacito y rico, bien juntitos, nada mal.
La rubia asintió con gusto, le encantaba sentir a Stan así junto a ella, era otra prueba perfecta que él siempre buscaba la forma de ser romántico a su modo, aunque estuvieran en medio del más caliente o atrevido momento. Disfrutaron moverse lentamente así, hasta que Kohaku sentía su cuerpo pedirle más intensidad, y se sentó sobre él en cuclillas. Podía permitirse una broma más, para darle a entender que quería que se volviera un poco más salvaje e intenso, no podía perder la oportunidad con lo apasionado y potente que era su esposo.
- Sabes, no me acuerdo bien los caballos de fuerza que tenía esto –Dijo con tono inocente, mirándolo de reojo, acariciándole la cadera tentadoramente.
- Permíteme recordártelo, preciosa.
Stan comenzó a empujarse con mucha más fuerza y velocidad, haciéndola gemir alto, agradeciendo ambos que nadie podía escucharlos y no tenían que contenerse. Kohaku tuvo que agarrarse del manubrio del coche para ayudarse con algo de apoyo, sentir el más que generoso miembro de su esposo moverse sin piedad dentro de ella la anulaba en el mejor de los sentidos, tenía que saber bien que él la consentía al pie de la letra en sus pedidos y desafíos. No tardó mucho con esa intensidad constante para que la ola de placer se formara rápidamente en ella, derritiéndose de gusto cuando alcanzó el clímax, tratando de mantenerse entera hasta que Stan se dejó ir también. Los dos jadeando pesadamente, el rubio volvió a jalar de ella para recostarla sobre él, abrazándola fuerte.
- Fue un buen festejo improvisado para celebrar que aprobaste.
- Creo que voy a pensar qué más podemos estudiar juntos, si así lo festejamos.
Rieron satisfechos, esperando unos minutos más hasta recuperarse para levantarse y acomodarse las ropas, antes de salir del coche. En cuanto entraron a la casa, Kohaku anunció las buenas noticias por mensaje al grupo familiar y al de los amigos, que la felicitaron y le hicieron diversas bromas al respecto. En cuanto llegó su carnet de conducir, se turnaban con Stan para manejar cuando salían juntos, pero por lo demás no era tan frecuente que lo usara. Sí lo aprovechaba para ir al mercado o a la casa de familiar, así como a las peleas amistosas o a los torneos de los siguientes meses.
Profesionalmente fue un buen año para Kohaku, su título de campeona nacional le concedió muchas oportunidades, así como victorias. La rubia no subestimaba a ninguna oponente, y había aprendido bien de Tsukasa a estudiar la forma de pelear que tenían, anticipándose a los mejores golpes. Que a veces los combates fueran tan fáciles, le hacían preguntarse si se había vuelto tan buena gracias a su arduo entrenamiento desde chica sumado al más que excelente maestro y amigo que tenía, o si de verdad no tenía suerte en encontrarse con otra dura oponente como la del final del torneo nacional pasado. Sabía que había mejorado mucho, se dejaba la piel en cada entrenamiento, pero a veces quería sentir la adrenalina de tener que jugárselo todo para no perder. Tsukasa la entendía, desde que se había consagrado como el mejor luchador que sus peleas no eran tampoco tan emocionantes, pero la diferencia era que estaba tan acostumbrado y en su momento deseaba tanto cada victoria para ayudar a su hermanita, que nunca le había molestado ser invicto.
- A veces creo que querría perder una pelea alguna vez –Se quejó Kohaku, mientras tomaba unas copas junto a Stan y Tsukasa, para celebrar otra de sus victorias.
- Preciosa, esta vez sí te afectó uno de los golpes que recibiste en la cabeza –Le dijo Stan, frunciendo el ceño.
- ¿Por qué pensarías algo así? –Inquirió Tsukasa, también sin entender.
- No sé, a veces pienso que me voy a terminar aburriendo si sigo así.
- Kohaku, hay otros luchadores invictos en el mundo, o que vencieron al menos sus veinte primeras peleas antes de caer. Tú no vas ni la mitad de eso, y estás haciendo un gran trabajo. Ellas son buenas, pero tú eres demasiado buena, no lo sufras, disfrútalo, es tu dedicación y gusto por tu pasión.
- Y no te confíes, en cuanto participes en torneos internacionales de los buenos de seguro que vas a conocer a otras luchadoras talentosas –Agregó Stan.
- Díselo a Tsukasa, que no quiere que participe en uno de esos hasta dentro de dos o tres años.
- Acabas de iniciarte profesionalmente, no hace ni un año que obtuviste tu primer título nacional, no seas impulsiva, Kohaku –Explicó con paciencia, pero firme el castaño– Podrías tener unos veinte o treinta años de luchadora profesional por adelante, ten un poco más de perspectiva. No sería muy divertido que tuvieras que retirarte antes a causa de tener el cuerpo roto porque no estabas lista, así que cuidarte y ganar sin esos problemas es lo mejor que puedes aspirar.
- Sabias palabras, escúchalo –Remarcó Stan, mirándola severamente– Voy a apoyarte y cuidarte el resto de nuestras vidas, pero preferiría que te mantuvieras en una sola pieza y no que tengas que andar con una caja de analgésicos en la cartera. Y te lo dice un ex-soldado, atesora tu buena salud y tener todo en su lugar.
- Lo sé, perdón –Murmuró Kohaku.
- Hay que ser cabeza fría, corazón caliente. Tú eres cabeza caliente y corazón caliente, pero así te amo –Dijo Stan para zanjar el tema, y continuar el festejo con tópicos más entretenidos.
Un mes después, para el cumple de Kohaku el ocho de agosto, Stan preparó una sorpresa muy especial. Les había pedido a las mejores amigas de su esposa, Nikki y Kirisame, que la invitaran a salir por la tarde, para darle tiempo de preparar el regalo. Por la noche iban a pasarlo en su casa, tranquilos sólo con la familia, además de Chrome que ya eran novios oficialmente con Ruri, y comenzaba a incorporarse en las reuniones familiares. Cuando Kohaku llegó a la casa, Sam la recibió entre saltos con su cola moviéndose enérgicamente y lamiéndola.
- ¿Stan? Ya volví –Dijo en voz alta, notando un profundo silencio en el ambiente, aunque estaban las luces prendidas.
- ¡Bienvenida, preciosa! –Contestó desde el dormitorio– Ya voy... Dame un minuto.
- ¿Qué estás preparando? Mi familia viene en una hora, espero que no sea nada atrevido, conociéndote.
- Sabes que podemos divertirnos mucho con apenas veinte minutos, pero no, lamento desilusionarte esta vez.
Unos minutos después, Stan salió de la habitación con una caja grande, redonda y roja, con un gran moño dorado encima. Sam se acercó a olerla insistentemente, pero el rubio la levantó para que no la alcanzara.
- Feliz cumpleaños, mi amor –Dijo con los ojos brillantes, dándole un dulce beso mientras le ponía la caja en la mano.
- ¡Gracias! Hmm, es grande, y pesa un poco, no es ropa. Qué intriga...
- Ábrela rápido –La apuró, un poco ansioso.
- ¿Por qué? ¿Dónde está la emoción en eso?
La emoción que percibía en su esposo le estaba generando mucha curiosidad y expectativa, por lo que de todas formas deshizo el moño rápidamente, no había papel de regalo que la envolviera siquiera. Levantó la tapa y miró dentro, abriendo mucho los ojos y soltando un ahogado jadeo en cuanto vio lo que era su regalo.
- ¡Oooooh, Stan, no lo puedo creer! –Exclamó con ternura– ¿Es en serio?
El rubio sonrió radiante, y la ayudó a sostener la caja mientras ella sacaba de adentro el contenido. Se trataba de una hermosa y anaranjada bola de pelos, una hermosa gatita cachorra, de pelo largo. Era muy suave y dócil, dejándose agarrar sin resistirse. Kohaku la abrazó contra su pecho mientras la miraba bien, y Stan agarró a Sam del collar para que no saltara y asustara a la nueva integrante de la familia. La gatita era atigrada en tonos anaranjados, con la barbilla, pecho y las patitas blancas, una cola muy peluda, y unos redondos y dulces ojos color verde claro. La pequeña miró a Kohaku a los ojos, olfateándola un poco, alarmada por tanto movimiento, pero curiosa.
- Dijiste que te gustaban más los gatos y me diste a entender que algún día querías tener uno, así que aquí la tienes. Es una hembra, tiene tres meses.
- ¡Es hermosa! No me esperaba otra mascota tan pronto, pero me gusta la idea. Gracias amor –Alzó la cabeza para darle un beso en los labios, y volvió la atención a la gatita– ¿Cómo la conseguiste?
- La adopté, había estado mirando hace unas semanas, no sabía si comprar o adoptar, pero sabía que quería regalarte un gato. Hace unos días me llegó una notificación de una familia que puso en adopción a la camada de gatitos, eran de una gata que habían rescatado de la calle, preñada. Me comuniqué con ellos y fui a verlos, estaban muy bien cuidados y eran todos hermosos, pero esta pequeña me conquistó, vino solita hacia mí y me miró de una forma que supe que era ella la elegida. Les pedí que me la guardaran hasta hoy en la tarde, y así darte la sorpresa en tu cumpleaños.
- ¡Me encanta! Prefiero adoptar a comprar, elegiste bien. Y mira nomás lo bonita y suave que es. Me toca ponerle nombre esta vez, tú elegiste el de Sam.
- Por supuesto, es lo justo.
Kohaku la miró en detalle mientras la acariciaba, era una gatita muy dulce y mansa, incluso había empezado a ronronear fuerte cuando ella le acarició el lomo y la barbilla, cerrando los ojos. Unos minutos después sonrió ampliamente.
- ¡Ya sé! Estamos en otoño y es anaranjada... Me gusta "Aki" para ella.
- Corto y lindo, me gusta. Bienvenida, Aki. Ya se la presenté a Sam, y parecen llevarse bien, él es demasiado bueno –Dijo con cariño, rascándole la oreja al perro– La familia que la cuidaba tenía un perro también, así que la gatita se ve que está acostumbrada, eso nos facilitará mucho las cosas. Y tenemos todo, ya le compré antes de ir a buscarla, así que será la nueva princesita consentida de la casa.
Stan la dejó entretenerse con la gatita mientras él se ocupaba de preparar todo para la cena. Le alcanzó un juguete que era como una caña de pescar con un ratoncito peludo en la punta, y él también sucumbió de ternura al verla jugar inmediatamente. Era gracioso lo pequeña que era, y Sam se apoyaba sobre sus patas delanteras y daba saltos alrededor, cuando la gatita le maullaba o estiraba su pata hacia él, intimidada por su tamaño y repentinos movimientos enérgicos.
- Habrá que mimarlos a los dos al mismo tiempo, para que Sam no se ponga celoso –Dijo Stan, arrodillándose junto al perro y acariciándolo.
- Me sorprende lo gentil que es, cuando no vio un gato antes. Juega con ella, pero no la invade.
- Sabe que se trata de un bebé, aunque sea de otra especie. Good boy!
Se entretuvieron tanto jugando con Aki y con Sam, que se sobresaltaron cuando oyeron el timbre de la casa. Sonriéndose por culpa, Kohaku corrió al dormitorio para cambiarse rápido y ponerse un vestido casual, mientras Stan se decidió a dejar a la gatita libre en el suelo para recibir a los invitados. Ya le había dejado preparado el sanitario y el cuenco con agua antes, por lo que esperaba que ella se iría familiarizando y usando todo pronto. Cuando Kokuyo, Ruri y Chrome entraron a la sala de estar, lo primero que vieron fue a la gatita sentada y aseándose, hasta que se quedó muy quieta, mirándolos con atención.
- ¡Oooooh, hay nueva integrante! ¡Qué chiquita y hermosa! –Exclamó Ruri enternecida, acercándose lentamente y agachada.
- Kohaku la conoció hace un rato, todavía no conoce la casa entera. La llamó Aki.
- Qué apropiado –Sonrió Kokuyo, y la acarició con dulzura cuando Ruri la alzó en brazos.
Unos minutos después, Kohaku apareció ya refrescada y cambiada, y abrazó a la familia y a Chrome, que estaban con su plena atención en pequeña.
- No se olviden de Sam, por favor –Bromeó Stan, señalando al perro que movía la cola esperando un poco de atención.
- Es muy bonita, pero me gustan más los perros, son más malotes –Dijo Chrome, arrodillándose para jugar con Sam, que le correspondió encantado.
- Eres de los míos.
Los dos hombres chocaron los puños, cómplices. Luego de un rato más de conversación y juego con los animales, se dispusieron a comer. Stan no conocía tanto a Chrome, por lo que conocerse y hablar de sus vidas fue parte de las charlas de la noche. El castaño tenía la timidez -o la prudencia- de no mostrarse tierno con Ruri, hasta costaba imaginarse que eran novios ya, pero posiblemente tendría que ver con que se sintiera un tanto intimidado con la presencia y la mirada de su "suegro". Después de comer, descansaron un poco antes de llevar la torta que habían comprado a la mesa, para acompañar con una botella de champaña y brindar juntos.
Cuando terminaron la celebración y se despidieron, Stan y Kohaku volvieron la atención a la gatita, que había estado calmada durmiendo en el sillón, y Sam se había quedado en el piso acostado, cerca. Pusieron la camita de Aki en el dormitorio, a una prudente distancia de la del perro, pero no sabían bien dónde ella elegiría dormir. Se fueron a la cama temprano, estaban en día de semana y al día siguiente tocaba trabajar y entrenar como siempre, cada cual a lo suyo. Sam los siguió y se acostó en su pequeño colchón, mientras la pareja terminaba de festejar el cumpleaños con su cuota de amor apasionado, Stan se había prometido complacerla larga y debidamente, su último regalo del día.
Al despertar a la mañana, Stan sonrió enternecido cuando vio a la gatita durmiendo entre ellos, por encima de las mantas, en un cómodo hueco. No se había percatado en qué momento se había subido a la cama, los gatos eran muy ligeros y sigilosos. Le acarició la cabeza y Aki se despertó, estirándose largamente, y abrió sus bonitos ojos. Inmediatamente empezó a ronronear, y se levantó con el rabo en alto para acercarse a la cabeza de él, y recostarse entre su hombro y su cuello. El rubio se derritió de ternura, no podía creer lo confianzuda y mimosa que era a tan poco de conocerlos, era una cachorra feliz con su nueva familia. Le daba pena levantarse, pero tenía que ir a trabajar. Acarició un poco más a la gatita, y Kohaku despertó también por el movimiento.
- Buen día. Mira esto, preciosa –Señaló a la bola de pelos que ronroneaba fuerte en su cuello.
- Es un motor encendido –Rió Kohaku, escuchándola claramente.
- Agárrala tú y quédense en la cama, yo me tengo que levantar.
- Pero quiero hacerte el desayuno como siempre, mientras te alistas.
- Disfruta un poco más en la cama con ella, puedo prepararlo yo esta vez el desayuno, y te llamo cuando esté listo. ¿No te da pena apartarla cuando se pone así de mimosa y busca amor?
- Sí, claro, pero no quiero que tengas que apurarte para llegar a hacer todo solo.
- Es un día nada más, a partir de mañana pongo el despertador más temprano, empezar la mañana así no está nada mal.
- Con los mimos de mi esposo tampoco está mal empezar el día –Dijo Kohaku con picardía, jugueteando con su mano en el abdomen de él.
- No te creas que esta pequeña va a privarnos de eso, hay un límite para todo, pero por hoy la dejamos estar en el medio.
Se levantó de una vez, para darse una ducha rápida y vestirse antes de desayunar. Kohaku se quedó con Aki, que se había acurrucado junto a ella y ya había vuelto a cerrar los ojos, la dormilona mimosa. Le iba a dar pena dejarla sola por la mañana, pero tenía que ir a entrenar.
Luego del desayuno, y de que Stan se fuera a trabajar, filmó un video de Aki jugando y se lo mandó a Tsukasa, para presentársela. Chatearon un poco riendo de lo adorable que era, y el joven de gran corazón le ofreció ir a la casa de ella en vez de encontrarse en el gimnasio para el entrenamiento, así no tenía que dejar a la gatita sola. Con un poco de culpa, Kohaku aceptó cuando él insistió en que no sería problema, prometiéndole que iba a compensarlo mucho.
A diferencia de las primeras semanas de Sam cuando era cachorro, era evidente que los gatos eran más tranquilos e independientes, y no demandaban tanta atención en su crianza. Aki logró adaptarse rápidamente a su nuevo hogar, pasando el día entre siestas, divertirse "cazando" sus juguetes por su propia cuenta, y también jugando con Sam. La pequeña le saltaba encima sin miedo, le atrapaba la cola peluda a zarpazos, y también le abrazaba las patas y se las mordía suavemente. El buen perro se dejaba y entendía que era un juego, y también la perseguía y se divertía con ella. Stan y Kohaku colapsaban sus teléfonos con infinidad de fotos y videos de ambos, y no podían contener los gemidos de ternura cuando los encontraban dormitando juntos, la gatita acurrucada sobre la panza de Sam, o entre sus patas delanteras.
Incluso los dejó más tranquilo de que se hacían buena compañía cuando ni Stan ni Kohaku estaban en la casa por las mañanas, aunque en cuanto volvían los llenaban a ambos de buenas dosis de mimos y amor. Aki se trepaba a todos lados, pero era muy inteligente y entendió rápido que no tenía que subirse a la mesa del comedor ni a las encimeras de la cocina, y a cambio le permitían dormir en los sillones y en la cama de ellos, rara vez dormía en su camita. La pequeña se acostumbró a dormir a los pies de ellos, aunque cada tanto se acomodaba en el hueco de sus piernas, o se hacía un ovillo en los brazos de alguno.
La sobredosis de ternura venía cuando Aki amasaba con sus patitas delanteras los cuerpos de ellos mientras ronroneaba muy fuerte, y alguna que otra vez sentían que les lamía y succionaba el lóbulo de las orejas como reflejo de amamantar a su mamá, solamente cuando despertaba en la cama con ellos. El veterinario les dijo que era algo medianamente normal, pero que si les incomodaba podían quitarle la costumbre apartándose delicadamente. Ninguno tuvo la voluntad de hacerlo, era simplemente demasiado adorable, y les despertaba un instinto de ternura y protección maternal/paternal que ninguno podía evitar ni negar, su segunda bebé peluda.
El cumpleaños de Stan llegó unas semanas después, el primero de septiembre, lo pasaron también tranquilos y en casa. Hicieron una video-conferencia con Xeno y Tatyana, poniéndose al día durante un buen rato por la mañana, y celebraron con un almuerzo familiar ya que era sábado. Por la noche, salieron de copas con Mozu, Ryusui, Tsukasa y dos colegas del trabajo de Stan, que eran las amistades que más frecuentaba él.
Sin embargo, a mediados de aquel mes, Stan volvió a casa por la tarde con una expresión un tanto lúgubre. Kohaku lo recibió como siempre con un cariñoso beso, notándole enseguida que había algo distinto en su ánimo, y cuando le preguntó qué le pasaba, él la tomó de la mano y la llevó hasta el sillón, sentándola sobre su regazo.
- Preciosa, hoy recibí un llamado de mis ex-jefes en Estados Unidos, de mi último trabajo. Quieren que vaya a hacer un trabajo temporal, una especie de seminario y práctica intensiva de entrenamiento de disparo, insisten en que vaya yo, que parece que conservo el título de uno de los mejores tiradores que hayan tenido, además de mi experiencia en enseñar.
- ¿Tienes que viajar allá? ¿Cuánto tiempo es?
- Dos meses –Dijo con un suspiro, frunciendo el ceño– En realidad son dos eventos, uno después de otro, porque había muchas solicitudes y no era eficiente hacerlo todo de una vez.
- Oh, ya veo –Murmuró, tratando de no revelar su desilusión de tener que estar apartados ese tiempo.
- No quiero ni pensar en estar separado de ti, ya tuvimos suficiente con mi deportación. Pero... es realmente muy buena paga, demasiado buena. Y nos ayudaría mucho a reponer los ahorros que invertimos en la casa y la boda –Y agregó con voz suave y dulce– Y ya sabes, para el futuro.
- Voy a extrañarte con locura, pero está bien. Es tu profesión, y si eres tan bueno en eso, aprovéchalo y da lo mejor de ti. Así como yo seguramente tenga que viajar más adelante por torneos internacionales, toma esta oportunidad, ahora que puedes hacerlo. Ya sé que disfrutas tu trabajo como piloto e instructor aquí, pero cuando nos conocimos también enseñabas a disparar, y eres más que excelente en eso.
- Sí, es una bendición y una maldición –Asintió con una mueca– La cuestión es que pueda que no sea la única vez, es posible que sea algo que se repita una o dos veces al año si tiene éxito, me lo anticiparon. Quizás no sea siempre de dos meses, puede ser de uno solo, o incluso menos.
- Creo que tienes que aceptar y aprovecharlo. Estás en tus mejores años profesionales, y como dices, puede ser bueno para nuestro futuro.
Stan entrelazó sus dedos con los de ella, y se los llevó al pecho, mientras la miraba serio y cálido a la vez.
- Ya sé que falta, estamos disfrutando nuestro matrimonio, y me encanta que te dediques a tus entrenamientos y peleas como siempre soñaste. Pero quiero que sepas que les aclaré que sólo aceptaré estos viajes mientras sólo seamos tú y yo... bueno, aparte de Aki y de Sam, claro.
- Está bien, sí –Dijo Kohaku con voz suave, sonrojándose ligeramente ante la indirecta, le hacía latir el corazón más rápido la dulzura en la voz y la mirada de Stan siempre que hacía referencia al tema, era más que evidente que él estaba entregado a la idea de agrandar la familia– ¿Cuándo tienes que irte?
- La próxima semana. También me apena que tengas que encargarte de todo aquí, pero me aseguraré de llenarte el congelador de tus platos favoritos para que puedas comer rico cuando estés cansada o sin tiempo de cocinar.
- Eres un sol, te pasas de esposo perfecto.
- Es lo mínimo que puedo hacer, si te vas a quedar a cargo de todo. Perdón, y gracias por entender y apoyarme, mi amor.
- Siempre.
Aprovecharon todo el tiempo que pudieron esa semana para estar juntos, y cuando llegó el día del vuelo, Kohaku lo llevó en el coche hasta el aeropuerto, despidiéndose y tratando de no angustiarse.
- Ya tenemos experiencia con esto, dos meses no es nada –Se mentalizó Stan mientras la abrazaba– Hablaremos y nos veremos por video todos los días, y antes de que nos demos cuenta estaremos juntos otra vez.
- Sí, así será. Vamos a estar bien ocupados los dos, sé que pasará rápido.
- Dales muchos mimos a Sam y Aki de mi parte, todos los días.
- Lo haré. Te amo, buen viaje.
Con unos últimos besos se despidieron, y Kohaku volvió a la casa en cuanto perdió de vista a Stan. Lo bueno era que el mes siguiente iba a tener una buena pelea, por lo cual de verdad iba a estar muy ocupada entrenándose. Al menos iba a tener una amorosa compañía en casa, eso la dejaba tranquila, y si algún día estaba muy melancólica, podía invitar a Ruri o a sus amigas a una cena con películas y muchas risas.
Tal como dijeron, esos dos meses los pasaron viéndose las caras a través de la pantalla diariamente, día y noche al menos una vez, y Stan aprovechaba sus horas de descanso para mandarle algún mensaje o hacerle una breve llamada. El trabajo era en Houston, en la misma sede militar donde había trabajado hacía unos años, su jefe había tenido esa consideración. Eso le daba la oportunidad de pasar los fines de semana con Xeno y Tatyana, al menos tenía esa compañía y disfrutaba de volver a ver a su mejor amigo, nunca estaban separados demasiado tiempo, por suerte.
Por su parte, Kohaku ganó sin problemas su pelea, y se había inscripto por supuesto en el gran torneo nacional del mes de noviembre. Stan estaría de regreso para el veinte de ese mes, con lo cual no alcanzaría a verla salvo para la final, si tenían suerte con las fechas. Si bien ya estaban casados, festejaron lo que sería el tercer aniversario de noviazgo con una comida virtual compartida, horario de cena para Stan en Estados Unidos, y de almuerzo para Kohaku en Japón. Habían acordado comer muy tarde, recién a la medianoche para él, para que así pudieran estar en el mismo día y no tener que comer a las apuradas, esos eran las pequeñas incomodidades de tener doce horas de diferencia entre uno y otro país.
La rubia se desempeñó maravillosamente bien en sus peleas del torneo, garantizándose el lugar en la final, pero lamentablemente dicha pelea iba a ser justo dos días antes de que Stan pudiera volver. Claro que la familia se ofreció a filmarla y también mostrársela en vivo con una video-llamada, pero el rubio se lamentó profundamente no estar ahí para apoyarla y ayudarla, además que ella iba a estar con demasiadas cosas de las que ocuparse entre su profesión y la casa. Kohaku le aseguró que no habría problema, que podía hacerlo y se estaba manejando bien, dejándolo un poco más tranquilo.
Sin embargo, la realidad distaba de ello. Las prioridades de Kohaku estaban entre entrenar duramente, y ocuparse de Sam y Aki en la casa, pero había estado teniendo dificultades de organización y tiempo para lo demás. En cuanto se acabó la comida congelada, fue más evidente que nunca que se había confiado demasiado en las habilidades culinarias diarias de su esposo, y años antes en la de su familia, así como en el tiempo que ahorraba al compartir las tareas de la casa y las compras semanales. Su cocina no era la más apetitosa, había aprendido algo de Stan, pero nunca había prestado suficiente atención a los condimentos, tiempo de cocción y variedad nutricional. Los arroces se le pasaban de punto, los pescados se cocinaban demasiado, y lo demás siempre tenía o exceso o falta de sal, ni que hablar de falta de sabor. Le avergonzaba decirle a Stan sobre eso, casi dos años viviendo juntos.
Su humor al respecto era cada vez más volátil, y empezó a simplificar la comida para no irritarse tanto con los malos resultados, además que sentía que le consumía demasiado tiempo, para encima quedar tan poco apetitoso. Combinaba esas comidas sencillas con pedir comida, aunque sabía que no era lo ideal. Eso duró hasta que Ruri la visitó un día, y se enteró de lo que pasaba, aunque Kohaku le rogó que no dijera una palabra a su padre ni a Stan, tampoco era tan grave. Su hermana mayor siguió un poco preocupada, además que podía notar que la comida no era lo único que fallaba allí, faltaba un poco de limpieza profunda con tanto pelo animal dando vuelta.
Ruri se ofreció a quedarse con ella día por medio, amorosamente ocupándose de acompañar y ayudar a su hermana menor, además de cuidar de Aki y de Sam, que de otra forma iban a estar demasiado tiempo solos en la casa todos los días. Eso supuso un gran alivio para Kohaku, le había dado mucha culpa el saber que estaba descuidándolos un poco, ni que hablar que apenas se había organizado para comer bien y sano todos los días por su cuenta, y la casa distaba de estar reluciente. Pero no podía perder la oportunidad de hacerse con su segundo título nacional, y sabía que Stan no se lo perdonaría si por su ausencia que no era algo tan importante para él, ella no pudiera desempeñarse bien en las peleas, aunque fuera por su propia responsabilidad.
Con mucha más tranquilidad y enfoque, Kohaku se prometió ganar ese torneo, y con su total determinación lo logró. Fue una pelea dura, aunque no tanto como la del año anterior, por lo que quedó deslumbrante a los ojos de los jueces y los sponsors, además de que la prensa deportiva se deshacía en elogios para la joven, mencionándola como la posible luchadora que entraría en los récords históricos de su país como una de las mejores en su deporte, si continuaba con esa racha de aplastantes victorias.
Stan regresó a la mañana siguiente, y fue recibido en el aeropuerto por ella. Se abrazaron muy fuerte y en silencio, tratando de contener la emoción y el alivio, disfrutando nuevamente el poder sentir mutuamente la calidez y el amor también por fuera de la pantalla, no había nada como estar juntos de nuevo.
- Llegué a casa, preciosa.
- Bienvenido, Stan.
Se tomaron de las manos y caminaron fuera del aeropuerto, para subirse a su coche y volver a casa, Kohaku manejando. En cuanto entraron, Sam saludó a Kohaku como siempre, recibiéndola muy feliz, pero titubeó y olfateó desde lejos a Stan.
- ¿Qué pasa, Sam? ¿Ya me olvidaste? –Preguntó arrodillándose, su corazón encogiéndose ligeramente– ¿Estuve fuera demasiado tiempo para ti? No seas malo, yo no dejé de pensarte ni un día.
El perro pasó un minuto más con su confundida actitud, acercándose y alejándose contantemente, hasta que Stan le acarició la cabeza y lo miró a los ojos con cariño. Eso pareció convencer a Sam, que de pronto estalló en un entusiasmo explosivo, saltándole encima y llenándole el rostro de lamidas.
- That's my boy, good boy! –Exclamó aliviado, mientras recibía con gusto el afecto de su querido perro.
- Sudaste frío pensando que te había olvidado, ¿eh? –Se burló Kohaku en broma.
- Fue horrible por un momento, mi corazón se rajó, no había dudado tanto cuando volvimos de la luna de miel.
- Hmm eso creo que fue porque nos ausentamos menos tiempo. Te extrañó mucho, créeme, pero parece que fue mucho para él volverte a ver de pronto.
La gatita Aki, que había crecido un poco más y ya tenía un pelaje más largo y suave, en vez del esponjoso de los cachorros, también se acercó en cuanto Sam finalmente se calmó. Con el rabo bien alto, y sin tanta duda, se acercó para oler a Stan y luego frotarse contra las piernas y manos de él, incluso echándose al suelo y dejándose acariciar mientras amasaba con las patitas delanteras el aire, ronroneando.
- Qué buen recibimiento, esta sí es mi hermosa familia –Dijo Stan con tono dulce, enternecido.
- ¿Qué quieres hacer ahora, Stan?
- Primero, darme un buen y largo baño con mi amada señora Snyder, si desea consentirme, extrañé mucho compartir uno con ella.
- Siempre, sabes que sí –Le contestó, rodeándole el cuello con los brazos.
- Bien. Si me da sueño cuando terminemos, tal vez dormir una siesta, los cuatro juntos en la cama.
- No creo que se opongan –Rió Kohaku, mirando a sus mimosos compañeros peludos, que seguían junto a ellos– Y ciertamente yo no.
- Luego almorzar, pidamos comida. Y por la tarde, podemos ir al parque con Sam.
- Parece que pensaste muy bien cómo querías pasar el día.
- Por supuesto lo hice. Desde que subí al avión sólo podía pensar en ustedes, son mi mundo.
- Y tú el nuestro –Contestó, dándole un largo beso.
Stan se puso de pie cargándola en brazos, haciéndola reír con su infaltable galantería. Kohaku no pudo evitar soltar un quejido de dolor al instante, sus morados a causa de la pelea demasiado recientes, y él se disculpó y la bajó, preguntándole dónde más le dolía. Ella se señaló un par de partes del cuerpo, y luego de pensarlo brevemente, Stan la volvió a cargar en sus brazos, sólo que sosteniéndola de dónde no había ninguna magulladura. Se dieron el largo y relajante baño juntos, que también le vino de maravillas a la rubia, y luego no dudaron en tomarse esa siesta reparadora. Kohaku cargó a Aki para llevarla a la cama, mientras que Stan llamó a Sam, palmeando el colchón con entusiasmo, y el perro encantado se subió al instante. Se acurrucaron los cuatro juntos, el calor corporal y la paz del momento induciéndolos al poco tiempo al sueño.
Por la tarde fueron al Parque Yoyogi, era un hermoso y enorme espacio verde que había a dos kilómetros y medio de la casa, lo mejor era que podían incluso dejar a Sam sin correa para que jugara libremente, uno de los pocos parques en Tokio donde eso se permitía. Fueron en coche para hacer más rápido, y llevaron una mochila con un termo de jugo, galletas, una manta, y un par de juguetes de Sam. Dieron un largo paseo recorriendo el lugar, que incluso tenía una zona con un gran lago con islotes en el medio, y un pequeño puente que conectaba la parte más estrecha del lago. Esa área tenía plantados muchos árboles de cerezo alrededor, que, si bien no estaban en floración, siempre eran bonitos de ver, y les daban los mejores recuerdos.
Cuando terminaron la buena caminata, tendieron la manta y se dispusieron a sentarse un rato para merendar lo que habían traído. Sam seguía lleno de energía, disfrutando mucho el aire libre, y él mismo agarró la pelotita en su boca, que habían dejado sobre la manta, y se la puso en el regazo de Stan, moviendo la cola. El rubio se la arrojó lejos, y el perro feliz corrió a buscarla, trayéndosela y esperando una y otra vez que se la lance. En una de esas veces, la pelotita fue interceptada por un niño pequeño de unos cinco años, y Sam lo miró confundido, inocentemente esperando que se la lanzara. La madre del niño no estaba lejos, y se acercó abochornada.
- ¡Ao, deja eso, no puedes tomar algo de los demás sin permiso!
- No se preocupe, señora, de verdad –La calmó Stan, y luego miró al niño– ¿Quieres lanzarle la pelota al perro? Le encanta jugar, se llama Sam.
El niño llamado Ao asintió con una sonrisa entusiasmada, y miró a su madre de una forma tan tierna para pedirle permiso, que ella cedió cuando vio que la pareja no se veía incómoda con la interrupción. Con una amplia sonrisa inocente, le lanzó la pelota a Sam, no muy lejos. El perro corrió encantado a buscarla, y quedó indeciso de a quién llevársela de vuelta, pero el pequeño se acercó y estiró las manos hacia él, y Sam soltó la pelota en su mano. Volvió a arrojársela una vez más, y la madre se acercó a Stan y Kohaku con una sonrisa de disculpa y una respetuosa inclinación.
- Disculpen, mi hijo ama a los animales, pero no tenemos ninguno, está acostumbrado a jugar con los de otros familiares o amigos.
- No hay nada que disculpar, y hasta es de ayuda que Sam pueda relacionarse con niños, para mejorar su socialización, apenas tiene un año.
Los tres se quedaron viendo cómo jugaban Ao y Sam, y oían las risotadas inocentes del pequeño. Al rato, el perro volvió con sus dueños, y el niño corrió detrás, devolviéndole la pelotita a ellos.
- ¡Yo también tengo una pelota! –Exclamó orgulloso, sacando de las manos de su madre una pelota mediana de plástico y mostrándoselas.
- Oh, nada mal. ¿Te gusta mucho jugar a la pelota, campeón? –Le preguntó Stan.
- ¡Sí! ¿A ti también te gusta?
- Sí, es muy divertido.
- ¿Quieres jugar?
- Claro –Aceptó enternecido, siguiéndole el juego.
- Señor, no tiene que hacerlo... –Farfulló la madre, sonrojada ante el inocente atrevimiento de su hijo.
- No se preocupe, no me molesta. Fue demasiado adorable para decirle que no.
La mujer asintió con timidez, y se sentó en un banco cercano, y Kohaku se levantó para acompañarla, llamando a Sam para que se quede junto a ella. Se derritió de ternura de ver a Stan, que para colmo era bastante alto, trotando a la par del pequeño y haciéndose pases con la pelota.
- ¿El hombre es su novio? –Preguntó la madre.
- Mi esposo, desde este año.
- Oh, ya veo. ¡Qué bonita y joven pareja, felicitaciones!
- Gracias. Su hijo es adorable.
- Sí, y es un muy buen niño, pero a veces hace cosas como estas cuando extraña al padre –Y aclaró rápidamente, para que no se pensara nada triste– Está de viaje hace cuatro meses, por trabajo, no podíamos mudarnos todos. Así que lo estamos esperando, vuelve a fin de año.
- Debe ser difícil para todos, pero lo bueno es que falta poco.
- Así es, eso le digo a mi hijo. Mi esposo es un padre muy cariñoso y presente, por eso Ao está más afectado por su ausencia, y no tiene hermanos. Pero todos tenemos que dar lo mejor.
Kohaku asintió, sonriéndole con comprensión. Al cabo de unos minutos de juego, el niño se tropezó con la pelota que Stan le lanzó y cayó de cara al piso. El rubio ahogó un jadeo y corrió a buscarlo, a tiempo de que el pequeño estallara en llanto. Las dos mujeres se levantaron y acercaron también.
- Perdón, fue mi culpa –Se disculpó Stan mortificado, mientras ayudaba a Ao a levantarse y le limpiaba la carita y la ropa.
- No, no se preocupe, esto pasa siempre con los niños –Dijo la madre, aliviada de verlo bien– Eventualmente los padres nos curamos de espanto, y más porque son tan temerarios, nunca alcanzamos a atajarlos en todo.
- ¿Estás bien, campeón? –Le preguntó Stan– Fue sólo un golpe y un susto, tranquilo.
El niño asintió entre lágrimas, pero de igual forma estiró los brazos hacia Stan, como pidiendo consuelo o que lo alzara. El rubio miró a la madre, y cuando ella consintió, lo abrazó y cargó en sus brazos, dándole palmaditas en la espalda para que se calmara.
- Quiero a papiiiiiiiiiiiiiii –Lloró desconsoladamente el pequeño.
A Stan se le encogió el corazón al escucharlo, abrazándolo más fuerte, y Kohaku gesticuló silenciosamente con la boca para explicarle que el padre estaba ausente por un viaje de trabajo. Eso le tocó una fibra sensible a él, asociándolo con su reciente retorno, que se había perdido el campeonato de Kohaku, y que hasta Sam lo había extrañado. No quería ni pensar en causarle tal angustia a un hijo suyo algún día, aunque a la vez era parte de la vida, y el padre del niño estaba haciendo lo que creía mejor para el bienestar de su familia seguramente, así como él lo había hecho cuando aceptó irse esos dos meses, pensando a futuro.
Finalmente, el pequeño terminó de dejar salir toda su angustia, que rebasaba de sentimientos que excedían el dolor o el susto de haberse golpeado un poco con la caída. Contenido por Stan, encontró un poco del consuelo que buscaba, esa figura paternal que tanto extrañaba. Respiraba con espasmos a causa del llanto, hasta que se calmó por completo, y el rubio no lo soltó hasta entonces, mientras le acariciaba mínimamente y con ternura la espalda. Cuando al fin lo sintió relajarse, lo bajó al piso, y se arrodilló junto a él.
- ¿Te sientes mejor ahora?
- Sí.
- Mejor así –Agarró la pelota del piso, y se la puso en las manos– Me divertí mucho jugando contigo a la pelota, Ao, eres muy bueno.
- Yo también me divertí –Dijo el niño, recuperando poco a poco su sonrisa.
- Me alegro de oírlo. Sigue practicando, y muéstrale a papi cuando lo veas lo bueno que eres, de seguro se sentirá muy feliz y orgulloso. ¿Te gustaría eso?
- ¡Sí!
- Así se habla, campeón, tú puedes.
- Ao, sigamos paseando –Le dijo la madre– Despídete del amable señor que jugó contigo, y de su perro Sam.
El niño le dio la pelota a su madre, y luego se volvió a lanzar hacia Stan, rodeándole el cuello con un abrazo. Él se derritió de ternura ante eso, y le devolvió el abrazo.
- Gracias, señor, y adiós –Luego le dio un abrazo al perro, que se quedó dócilmente y lo intentó lamer– Adiós, Sam.
Stan se puso de pie, y le desordenó el cabello cariñosamente, saludándolo con la mano, y los vio irse. Kohaku lo abrazó desde atrás, sonriendo con dulzura.
- Yo también quiero uno de esos buenos abrazos que das.
- Para ti todos los que quieras, ven aquí, amor.
Se giró para quedar frente a ella, y le dio un fuerte y largo abrazo de oso, rodeándola completamente, y moviéndose lentamente como si la estuviera meciendo, lo cual la hizo sonreír, relajada.
- ¡Ja! Eres bueno en esto. Y fuiste muy paciente y dulce con el niño, disfruté verlos jugar, y ver cómo lo consolaste.
- ¿Te dio ideas? –Le preguntó con una sonrisa inocente.
- No puedo negarlo –Soltó una risilla pícara– Por lo menos ya tengo más pruebas de que tienes madera de buen padre, si así fuiste con un niño desconocido. Nota mental para el futuro.
Stan sonrió y se mantuvo en silencio. No iba a admitirlo, pero él no había podido evitar sentir por un momento una cálida sensación de amor y protección, no hacia ese niño en sí, sino el vínculo y la idea que representaba. Sabía que Kohaku no quería tener hijos todavía, probablemente por varios años hasta crecer profesionalmente y ganar al menos un campeonato internacional, y por eso mismo atesoró para sus adentros esa proyección y sensaciones, era una buena probada al menos. Ella tenía apenas veintidós años, era muy joven para pensar en ser madre, además que tendría que dedicarse completamente al bebé al menos los primeros dos años, y eso supondría una pausa importante en su profesión y entrenamientos. Por su parte, él tenía ya veintinueve años, una edad en la que era más común empezar a pensar en tener hijos, además que no le quedaba ninguna meta profesional especial por desarrollar, ya se sentía realizado y a gusto con lo que había logrado, sólo le quedaba permitirse toda la felicidad que quería para su vida personal.
Suspiró, con un resabio de amargura, pero sabía que era para mejor, mientras su amor con Kohaku maduraba y se profundizaba. Por más que habían pasado muchas cosas, se sabían almas gemelas y se amaban con locura, apenas iban tres años y medio de relación. Era tiempo de disfrutar de la pareja, de sus logros personales, de viajar mucho más por el mundo. Luego podrían coronarlo con una bella y completa familia, y dedicarse a criar a sus pequeños, todo a su tiempo.
Continuaron disfrutando la tarde en el parque, y volvieron a la casa, compensando con hacerle muchos mimos a Aki, ya que había quedado sola en la casa. Cuando Stan abrió la heladera, frunció el ceño al notarla bastante más vacía y menos variada que de costumbre, por no decir que tenía tres verduras, dos botellas, y unos paquetes de comida instantánea. Llamó a Kohaku, y se apoyó en la puerta de la heladera con los ojos entrecerrados, ante lo cual ella empequeñeció con culpa, ya se veía venir el reclamo.
- Kohaku, hasta donde sé, no tenemos problemas económicos. Así que, ¿podrías explicarme por qué no hay casi comida, y lo que veo no es muy sano ni nutritivo?
- Hmmm... No, no fue por dinero –Admitió, bajando la mirada y quedándose en silencio.
No le había dicho que había llegado a un punto tan malo de organización, que Ruri había tenido que ayudarla. Y se había olvidado completamente de ir al mercado y hacer una buena compra, sólo había alcanzado a limpiar lo más rápido y eficiente que pudo la casa, para disimular el caos con el que había convivido en las últimas semanas.
- ¿Y bien? Estoy esperando una respuesta.
- Deja de sonar como un padre regañándome –Dijo burlona.
- Y tú no esquives el tema ni te hagas la tonta. Contéstame.
Kohaku se sorprendió un poco, Stan no estaba bromeando, parecía genuinamente molesto. Y si había algo intimidante en la vida, era Stan cuando perdía su humor, su tono grave y frío le ponía los pelos de punta.
- No te preocupes, fue sólo que no supe organizarme bien con todo. Ayer estaba cansada y recuperándome de la pelea, no pensé en llenar la heladera para cuando vinieras.
- Me parece que estás perdiendo el punto –Gruñó– No tienes que llenar la heladera sólo para aparentar y hacer como que nada pasó, no me sirve la mentira. La idea es que la heladera esté lo suficientemente llena para alimentarnos correctamente.
- Sí, bueno, no pude con todo, ya te dije –Insistió irritada, aunque sabiendo que Stan había dado en la tecla, sólo con sentido común y atenta escucha a sus palabras, quizás demasiada.
- Yo no me enteré de eso, dijiste que todo andaba bien.
- Ay Stan, basta, todo anduvo y se resolvió bien.
- Evidentemente no. No me importaría si la casa estuviera cubierta de polvo, pero que no te alimentes bien cuando yo no estoy, y más cuando tu desempeño profesional requiere de eso con exigencia, no es aceptable, en especial para ti misma, deberías verlo.
- Bueno, gané el torneo nacional, ¿no? –Chasqueó, cruzándose de brazos– Tan mal no lo hice.
- Una victoria y un trofeo no significan nada, si por dentro te derrumbas –La aleccionó con el tono más duro que pudo– ¿Dónde están tus prioridades, Kohaku?
- ¡No seas exagerado! –Exclamó, enojada– No sabes todo lo que tuve que hacer, no me alcanzaban las horas del día.
- Sí que lo sé, porque hablaba todos los días contigo, te acompañaba, aunque fuera en la distancia. Dijiste que podías manejarte bien, no vengas ahora a hacerte la que estabas ahogada, cuando no me enteré de eso. No es justo que tenga que sentirme mal por haberme ido a trabajar y dejarte con todo a cuestas, cuando podía haberte ayudado de alguna forma. Contratar a alguien que te ayudara con la limpieza, comprar viandas saludables y frescas en cantidad, opciones no faltaban. Podíamos costearlo perfectamente, y podía haberte aliviado.
- ¡No pensé que iba a ser tan inútil! –Admitió, con ira y pena, angustiándose un poco– No fue divertido darme cuenta lo cómoda que fui, siempre confiando en tener la ayuda de los demás para esas cosas. No, no fue tu culpa por irte, no me dejaste sola ni desamparada, fue mi propia falta de organización y orgullo el problema, ya lo sé.
- Kohaku...
Stan no estaba tan enojado como sí preocupado, y la culpa de haberse ido por dos meses y dejarla a cargo de todo sí había sido una punzada en el corazón mientras estuvo afuera. Se había mostrado tan serio y molesto para que ella se diera cuenta de lo que realmente era importante, pero se arrepintió al instante cuando vio los ojos aguamarina comenzar a ponerse turbios y escucharle el tono angustiado. Cerró la heladera, y dio unos pasos hacia ella para abrazarla. Al principio Kohaku se removió en los brazos de él, no quería su compasión justo en ese momento, pero el abrazo de él era demasiado fuerte, y a la vez tierno. Para colmo, que le dijera "Kohaku" en vez de un apodo o palabra dulce, lo había sentido mucho más frío y duro, no le traía buenos recuerdos de otras discusiones que habían tenido en el pasado.
- Perdón, preciosa, no estaba insinuando que fueras inútil, ni subestimando que lo hayas pasado mal. Siempre das lo mejor, lo sé bien.
- Sin dudas soy un poco inútil, al menos en esto. O soy una niña mimada, como mínimo.
- No... No seas cruel contigo misma. Le pones mucho empeño a todo lo que haces, no eres egoísta, y aunque estés agotada, nada te detiene, desde que te conozco eres así. Además, nunca viviste sola, ¿o me equivoco?
- No.
- Pasaste de vivir con tu familia, a vivir conmigo. Vivir solo es algo que lleva práctica y experiencia, además de unos buenos consejos y golpes contra la pared, nadie lo hace tan bien a la primera, si te contara las idioteces que hice yo también cuando era más joven... Y los dos sabemos que nunca te gustó cocinar. Al menos ya estás precavida para la próxima vez. Voy a ayudarte a estar mejor preparada.
- Siempre estás ahí para ayudarme –Lo dijo con un dejo de reproche en lugar de agradecimiento, todavía amargada consigo misma.
- Por supuesto, porque te amo mucho, cuidarte y acompañarte a dar lo mejor de ti es lo que más me gusta hacer en la vida, y es lo que prometí hacer también. Perdona si me alteré y fui muy duro, pero es que sólo quiero verte bien, sana y feliz, me pone mal imaginarte agobiada o triste, y más si tuve que ver con eso.
- Ya te dije que no fue tu culpa, yo no fui del todo sincera porque no quería preocuparte, además de que era un golpe a mi orgullo. Lo que no te dije ahora, es que sí recibí ayuda, Ruri me acompañó y me ayudó algunos días, en especial con la cocina. Mi papá tampoco sabía nada.
- Santa Ruri, gracias. A quién demonios le importa el orgullo, sino que estés bien –Resopló Stan– Como sea, ya pasó. Tengo dos ideas.
- Dime.
- Primero, vamos a ir ya mismo al mercado, a llenar esa heladera que da pena.
- Me parece bien –Dijo con una risilla culpable.
- Y la otra... A partir de ahora y hasta el mes de febrero ya no tienes más peleas profesionales, ¿cierto?
- Sí, así es. Al menos según el calendario de Tsukasa. Sí sigo entrenando, claro.
- Bien. Porque a partir de ahora, vas a tener otra escuela de aprendizaje conmigo, siéntete afortunada de volver a tenerme de profesor –Dijo con una sonrisa llena de diablura.
- Oh... ¿Y eso?
- Te voy a enseñar todo lo que sé de comida, vamos a comprar libros de cocina y de nutrición, y te los vas a aprender enteros, incluso te tomaré examen teórico y práctico, voy en serio. Además, para que te esfuerces y tengas una meta a corto plazo, vas a cocinar tú para las celebraciones familiares para Navidad y Año Nuevo que se vienen pronto. ¿Entendido?
- Ay no –Lloriqueó horrorizada, en broma.
- Ay sí. "Sí, señor".
- Sí, señor –Repitió, un poco más coqueta.
- No lo digas así porque no me va a durar la seriedad –Se quejó, tratando de contener la sonrisa.
- Perdón, señor Snyder. Enséñeme bien, estoy en sus manos... Quiero decir, a su entera disposición –Batió sus pestañas con falsa inocencia.
Stan la volvió a mirar con los ojos entrecerrados, aunque no había forma ya de aguantarse de sonreír, su esposa era una diablilla.
- Tengo un excelente sistema de recompensa, así que creo que vas a estar bastante motivada, para compensar el duro trabajo diario. ¿Entendido?
- Sí, señor –Y agregó, determinada a jugar con él ya que había recuperado su humor– ¿Eso implica mucha práctica con el grupo alimenticio de las carnes, capitán... digo, profesor Snyder?
- Oh sí, como no tienes idea. Carne no te va a faltar, preciosa, créeme.
- Manos a la obra, entonces –Colgó los brazos en el cuello de su esposo, y jaló de él para mordisquearle el labio inferior tentadoramente– Así sí da gusto estudiar duro. El más dedicado esposo, amante y profesor, qué mejor.
- Estoy para servirte, señora Snyder.
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Buenaaas! Ay, estos dos me matan de risa y amor xD. Estoy más inspirada que nunca a escribir sobre ellos, con las viñetas shippeables del manga! Los amo, de verdad serían perfectos juntos, quiero darles muchos multiversos!
Como siempre, un poquito de drama y picante para dar sabor, y maduración personal jaja. Bueno, se va a venir un time-skip, porque tampoco quiero hacer cinco capítulos del día a día de su matrimonio (aunque no me cansaría nunca de escribir sobre ellos), para llegar a cosas más jugosas y emocionantes, empezando a orientar de a poco el final de la historia, full happy ending, obvio.
Gracias totales, por leer, dar amor, dejar sus palabras que me hacen sonreír mucho. Espero que hayan empezado bien el año, y disfruten mucho sus vacaciones. Hasta el próximo capítulo! Beso grande!
