Para cuando empezaba la semana número diecinueve de embarazo, el dormitorio destinado a la bebé ya estaba casi listo. Aprovechando que Kohaku todavía se sentía cómoda y medianamente liviana con el peso de su panza, habían pintado las paredes de un bonito tono lila las tres cuartas partes superiores, y la parte restante inferior de verde manzana, como si fuese la representación de un pasto verde. Y por idea de Kohaku, habían pintado un árbol que pretendía ser uno de cerezos, con florcitas pequeñas y pétalos volando. Les había quedado bastante bien, y muy delicado y apacible. También habían comprado muebles blancos para guardar la ropa, un cambiador, y la cuna, todo del mismo tono.
Habían recibido ya variados regalos de los más ansiosos que habían prometido los grandes regalos, Lillian y Ryusui, por lo cual ya tenían un espectacular cochecito, un gimnasio para bebés muy completo y de los mejores y más suaves materiales, una sillita mecedora y el cochecito para instalar en el coche. Sabían que para la mayoría de esos regalos faltaría bastante para que la bebé llegara a usarlos, pero no habían podido controlar las ansias compradoras y generosas de esos dos. Xeno les había enviado por correo un paquete de libros, algunos en inglés comprados para Stan, y otros comprados en japonés para Kohaku. Según él eran los mejores valorados y con la información más completa sobre embarazo y crianza, para que fueran preparándose, además de lo que les dijeran los doctores. También había comprado ropa más grande para la futura madre.
Stan había sido muy previsor con su trabajo, y había decidido tomarse una semana de licencia antes de la fecha estimada de parto, por precaución, y luego un mes más a partir de que naciera su hija. Para eso había usado los pocos días de licencia por paternidad legales, las dos semanas de vacaciones de su trabajo que le correspondían para ese año, y otra quincena sin goce de sueldo. Kohaku le había dicho que no era necesario, que iba a tener ayuda de su familia para cuidar al bebé al principio, pero él había insistido en que quería estar para hacerse cargo de todo lo que pudiera, además de que sentía que era su deber como padre, y había leído que el primer mes era el más difícil hasta que se acostumbraran.
El tercer gran momento emocionante del embarazo luego de las dos ecografías se dio una noche a poco de haberse acostado para irse a dormir. Estaban leyendo juntos en la cama los libros que Xeno les había regalado, cuando de pronto Kohaku se calló a mitad de la frase que estaba diciendo y se quedó quieta y con una expresión muy atenta por varios segundos.
- ¿Qué pasó? –Preguntó Stan, dividido entre la curiosidad y una repentina preocupación.
- Shh, espera, quieto –Lo silenció, alzando la mano en el aire para reforzar el gesto de detenerlo.
- No me hagas eso, preciosa, que me mata la ansiedad. Al menos dime si fue algo bueno o malo que sentiste –Susurró, apoyando la mano en el abdomen redondeado de ella.
- Creo... creo que la sentí. Es la primera vez que siento que se movió la bebé –Murmuró sorprendida.
- ¡¿De verdad?! –Stan abrió mucho los ojos, y apoyó también la otra mano allí, boquiabierto de emoción– ¡¿Qué sentiste?!
- No sé, fue rápido y raro... Una cosquilla por dentro, como si fuera un aleteo o algo así.
- ¿Se moverá otra vez? –Se quedó muy quieto y aguantó la respiración, atento al máximo.
- Es lo que estaba esperando...
- Vamos, princesita, muévete para papi.
Como Stan tenía manos grandes, con ambas apoyadas lograba cubrir una buena área de la panza de Kohaku, pero por más que se quedó varios minutos muy quieto, no percibió nada. Sin embargo, la rubia sí puso otra cara de sorpresa y emoción, jadeando suave.
- ¡Eso fue, otra vez! ¿Lo sentiste?
- No... Nada de nada, y te juro que no podría estar más atento. ¿Dónde fue?
- No puedo identificarlo claro, pero fue casi justo donde tienes el dedo meñique de la mano derecha...
- Quizás no está cerca del borde del vientre, y por eso no puedo sentirlo yo desde afuera –Comentó con desilusión.
- Seguramente, además es muy pequeña todavía, debe medir poco menos que una mano tuya–Lo consoló Kohaku.
- Tendré que ser paciente, y esperar unas semanas más. Se me hará eterno, pero ya llegará el día. ¿Te molesta si dejo apoyada una mano sobre ti mientras dormimos de "cucharita"?
- No, para nada, amor. Se siente hasta más cálido y confortable tenerte cerca, me encanta dormir así contigo.
- Gracias. Quizás yo no pueda sentirla, pero nuestra hija sí puede sentirme a mí, eso me basta –Dijo con voz suave.
Enternecida, Kohaku se acercó más para darle un amoroso beso en los labios, y luego se dio vuelta para quedar de espaldas a él, bien pegados, con una sonrisa contenta. Dejaron el libro para el día siguiente, Stan apagó la luz del velador, y se dispusieron a dormir. Al rato, fue él quien se sobresaltó y jadeó, contento.
- ¡Ahí sentí algo!
- Ah, no... Perdona, eso fueron mis tripas –Rió Kohaku con vergüenza.
- ¿Cómo sabes que fue eso y no la bebé? –Preguntó, frunciendo el ceño.
- Créeme que conozco la sensación de mis tripas desde hace mucho tiempo, y fue distinto a lo de hace un rato.
- He sido troleado por mi princesita, qué mal –Hizo una mueca de disgusto, y luego rió.
Desde el día siguiente, Kohaku vio a su esposo enfrascado en la lectura de los libros en cada rato libre que tenía, lo que le daba tanta gracia como ternura que fuese tan dedicado. Se imaginaba qué debía estar buscando, ya que lo notaba mirar el índice de cada uno, y luego pasar rápido las páginas, cada tanto concentrándose en leer una a fondo.
- Estás buscando todo sobre los movimientos de los bebés, ¿cierto?
- Atrapado –Sonrió, sin levantar la mirada.
- ¿Dónde quedó lo de que ibas a ser paciente y esperar?
- Una cosa no quita la otra, preciosa. No me queda de otra que esperar, pero al menos puedo saciar mi curiosidad y anticiparme a qué, cómo y cuándo sentir.
- Eso suena a mucho control, ¿ese es tu lado militar hablando?
- Puede ser –Hizo una mueca para contener una sonrisa más amplia– Ya verás, haré salir y atraparé a la mini Snyder.
- Mini-Snyder –Repitió, mordiéndose el labio por lo adorable que sonaba, hasta que se dio cuenta de algo muy evidente, que no habían hablado todavía– Stan... ¿Qué opinas de ir pensando nombres? O también podemos esperar a cuando nazca, la inspiración del momento al verla. ¿Qué te gustaría más?
Ante la expresión tan clara de un niño ocultando una travesura que tenía su esposo, ella entrecerró los ojos y lo miró.
- Podría apostar mis ahorros a que el historial de tu teléfono tiene no menos de diez páginas de nombres de niñas.
- ¿Me vas a decir que tú no?
- Yo ya tengo dos en mente, aunque no termino de decidirme.
- Ooh... ¿cuáles son?
- Todavía no voy a revelarlo. Sólo voy a decirte que empieza con "S".
- ¿S. Snyder? ¿Como yo? –Preguntó con el rostro iluminado– Dos "S.S." en la familia, nada mal.
- Es verdad, aunque no lo había pensado por eso.
- Seré paciente con este otro misterio también. Pero ya me gustó la idea. ¿Es inglés o japonés?
- Japonés.
- Bien, revisaré todas mis páginas guardadas para comprobar las opciones, a ver si coincidimos.
A pesar de cuánto estaba disfrutando Kohaku el embarazo hasta ese momento, todo tan nuevo y maravilloso más allá de aprender a lidiar con los cambios de su cuerpo, había un área de su vida que seguía representando una gran frustración, y esa era la profesional. No importaba cuan mentalizada estuviera en que ese año y el siguiente tenía que tomárselo con mucha calma, para lo activa y enérgica que era, le era difícil quedarse quieta. No sabía si era un consuelo el tomar consciencia de que esos meses iban a ser los más productivos y que tenía que aprovecharlos, ya que a partir de mediados del sexto mes el tamaño de su vientre empezaría a ser incómodo para muchas cosas.
Una gran amiga y colega que le dio muchas ideas inspiradoras fue Nikki, que el año anterior había terminado su formación como profesora de judo, y también se dedicaba a competencias nacionales. Cuando Kohaku se quejaba de que no sabía qué hacer como actividad laboral durante esos meses, y que ya se había cansado de planificar clases y talleres que recién daría un año más adelante, su amiga tuvo una gran idea. Como Kohaku era un gran referente como luchadora y deportista a nivel local, le sugirió alquilar un espacio para dar clases de artes marciales y de kick boxing de baja intensidad, y para embarazadas como ella. Por supuesto que tenían que hacer la modificación de usar sacos de entrenamiento para evitar los golpes directos al cuerpo, pero era una buena idea.
No le importaba que fueran dos o tres alumnas, sino mantener la actividad y empezar a tener sus prácticas reales como instructora, para eso se había estado formando el último año. Les contó a Stan y a Tsukasa el plan, y ellos la apoyaron fervientemente, su esposo la ayudó a diseñar una publicidad con la cual promocionar sus clases, mientras que el luchador le consiguió el contacto de un buen lugar para dar las clases. Para su sorpresa, hubo cinco interesadas en tomar clases con ella, y ya sea por fama o por genuino interés de salud y deporte de las mujeres, organizó todo para ofrecer dos clases por semana.
Los días siguientes, Kohaku volvió a sentir al menos una o dos veces por día esa sensación de mariposas en el estómago, que a veces parecía un burbujeo de aire. Eran suaves, pero a la vez tan distintos y evidentes que siempre la paralizaban de sorpresa, hasta que empezó a acostumbrarse y sonreír dulcemente, acariciando su abdomen en respuesta. Lo curioso era que esos movimientos de la bebé se sentían cuando estaba relajada y tranquila, por la noche, o después de comer. Pocas veces la había sentido al caminar, entrenar, dar las clases o estar más activa, y luego se informó de que esos movimientos eran curiosamente relajantes para los bebés, y que por eso se "despertaban" cuando la actividad disminuía notablemente.
Stan se moría por sentirlo también, y hacía sentar a Kohaku entre sus piernas y contra su pecho cuando descansaban o leían en el sillón, por lo que acariciaba suavemente la pancita para no perderse de tratar de percibir también esos movimientos cuando su esposa decía que los sentía. Sólo en dos ocasiones le pareció notar algo muy sutil como un burbujeo y jadeó de emoción cuando coincidía con que Kohaku también reaccionaba, pero todavía era muy sutil y tenía que coincidir con que la bebé estuviera exactamente donde estaba apoyada su mano.
Habían leído juntos que a partir del quinto mes de embarazo no sólo ya comenzaban a ser más evidentes los movimientos como giros o alguna patadita, aunque tendrían que esperar por lo menos un mes más para que fueran bien notorias. Además, les fascinó aprender que a partir de ese mes también los bebés podían oír fuentes sonoras de afuera, y empezar a reconocer las voces de sus padres, un momento ideal para reforzar el vínculo. Cuando el embarazo pasó de la semana veinte, Stan tuvo una bonita idea, y una noche cuando Kohaku estaba sentada en la cama, se le acercó y se dejó caer entre las piernas estiradas de ella. Le tocó la panza con ambas manos, y lucía como si fuese a hablar frente a un micrófono, por lo que la rubia lo miró curiosa.
- A partir de hoy, declaro que inauguro "la hora de papi".
- ¿Y de qué trata eso?
- Desde hoy hasta que nazca, dedicaré un rato cada noche a hablarle, para que aprenda a reconocerme.
- Eres un sol –Sonrió con dulzura– Aunque... Hmm, ¿será siempre antes de dormir?
- Sí, me pareció un buen horario ya que estamos tranquilos, y dijiste que te parece que es cuando más se mueve, más que a la tarde incluso. ¿Por qué dudas?
- No, bueno... –Se sonrojó– Es que si haces eso y te quedas todo calmado y dulce... ¿Qué hay de mí?
- ¿De ti? También tengo mucho amor y mimos para ti también, no te pongas celosa de nuestra hija tan pronto.
- No, no digo eso. Ya sabes...
- No, no sé –La provocó Stan con malicia, que se hacía una idea, pero quería que ella lo dijera.
- Nosotros –Lo miró de forma evidente– Que últimamente me siento muy bien y tengo muchas ganas de hacerlo.
- Es verdad, un muy agradable cambio luego de los primeros meses –Susurró el rubio, acariciándole la cadera– Ya me había hecho a la idea de que sería un período de sequía sexual, entre embarazo y los meses siguientes al parto. Así que mucho mejor, aunque no esperaba tanto, tienes días en que creo que estás cumpliendo tu cuota de ejercicio diario conmigo. No me quejo.
- Es que... no lo malinterpretes, pero creo que éste está siendo el sexo que mejor se siente en toda mi vida, no pensé que sería así. Con todo lo sensible que está mi cuerpo, mis sentidos más finos, además que me relaja y hasta me alivia algunas molestias. Lo disfruto tanto que a veces es como que sólo de pensarlo me dan muchas ganas.
- ¿Y ahí es cuando me asaltas en plena tarde, apenas llego del trabajo? –Preguntó con diablura Stan guiñándole un ojo– O a la noche, y a veces para empezar el día también... Y cuando...
- ¡Ya quedó claro! –Lo interrumpió, sonrojada.
- Ahora no me malinterpretes tú, preciosa, no me estaba burlando. Me encanta hacerlo contigo, y que me desees así. También noté esa sensibilidad y que tienes orgasmos más intensos, todo fluye más... –Serpenteó hasta ponerse cara a cara con Kohaku, y susurrarle con voz acaramelada al oído– Y vaya que "fluye", me resbalo ahí dentro como nunca antes.
- ¡S-Stan!
- No te avergüences, es terriblemente excitante sentirte así. Pero no intentes tentarme ahora, soy un hombre con una misión, y voy a cumplirla sin distracciones.
- El que empezó ahora fuiste tú, no te hagas el inocente –Murmuró, frunciendo el ceño– No se vale provocar y hacerte el tonto después. ¿Y si tienes tu hora especial después de...?
- Amor, quizás tú quedes energizada cuando terminamos, pero los hombres no queremos más que dormirnos con esa sensación de relajo y éxtasis. Mi princesita merece toda mi atención, y yo necesito estar bien despierto para percibirla a ella. Pero podemos negociar al revés, primero ella y luego tú, hacemos "la hora de mimar a mami", versión para adultos.
- Eso lo veremos, siempre quedas todo blando cuando te emocionas con ella.
- Todo blando no, me ofendes –Alzó una ceja– Si quieres, después te demuestro como no queda nada "blando", salvo mi corazón.
- ¡Ja! Trato hecho.
- Ahora deja de desconcentrarme, tengo que volver con mi otra mujercita favorita –Le sacó la lengua de forma juguetona, y volvió a arrastrarse hacia abajo para quedar a la altura de la panza.
- ¿De qué vas a hablarle?
- No lo sé. De mi vida, mi familia, cómo nos conocimos. Tenemos muchas noches y varios meses por delante.
- Si quieres hablar de cuando eras chico, a mí también me gustaría mucho escucharte.
- Los deseos de mi esposa son mis órdenes, señora.
Las próximas semanas Stan cumplió al pie de la letra su iniciativa. Ni bien se iban a la cama para terminar el día, él se acomodaba al lado de Kohaku o entre sus piernas, para hablarle a la pancita. Era también una gran oportunidad para compartir más anécdotas de vida de él, que disfrutaba de compartir felices recuerdos, tanto de su familia como de su infancia con Xeno, por lo que la pareja solía reír bastante con las travesuras y ocurrencias de los dos así. No todo era sobre el pasado, en otras ocasiones Stan simplemente disfrutaba de imaginar lo que la vida les depararía, confesando sus mejores anhelos y todo lo que quería para la vida de su familia y cómo se imaginaba algunas situaciones particulares del crecimiento de su pequeña.
En una de esas noches, Kohaku pensó que estaban en un buen momento para hablar nuevamente de ponerle un nombre a la bebé. Le divertía mucho los apodos que Stan le ponía, así como ella se había acostumbrado al "preciosa", también ya le había quedado "princesita" a su hija, o cada tanto "cachorrita". Pero tenía ganas de que ya tuviera nombre para cuando empezara a moverse más fuerte, y no dudaba que su esposo también. Lo sorprendió con ese tema antes de que él pudiera pensar de qué iba a hablarle esa velada a la panza.
- Amor, ¿cómo va esa lista de nombres?
- ¡Ooh! Pensé que nunca preguntarías.
- ¿Yo tenía que sacar el tema? ¿Por qué esperabas eso?
- Bueno... Es que no quiero ser ansioso o intenso, me parece que tú estás más relajada que yo con respecto a todo lo que pasa con la bebé.
- Perdón, debe ser porque yo la llevo dentro mío, y con todo lo que estamos preparándonos siento que podemos estar tranquilos. No eres intenso, y me emociona mucho lo atento que estás con todo. Más bien es gracias a ti que te anticipas y preparas tanto, que puedo estar relajada.
- Es lo mínimo que puedo hacer, ya que no soy yo el que tiene a nuestro hijo dentro del cuerpo. Me encargaré de todo lo que pueda hacer para que estés cómoda y segura, tú cuidas a la princesa por dentro, yo por fuera, al menos hasta que nazca, ahí se emparejará.
- Te amo, gracias por tanto –Le tomó la mano y le besó el anillo de bodas, lo que lo hizo sonrojarse un poco con inocente ternura– Entonces, ¿cómo va esa lista?
- Acoté la búsqueda a nombres con "S", me gustó eso de compartir siglas con mi princesita –Admitió con una adorable expresión de picardía casi infantil– Hubo un par que me gustaron, uno en especial.
- Me lo imaginaba, luego de oírte lo de "Mini-Snyder" –Rió la rubia enternecida con lo blando que era Stan– ¿Cuál?
- Sólo lo diré si tú dices también el que ya tienes en mente, el favorito entre esos dos que decías.
- De acuerdo, ¡vamos!
. ¿A la cuenta de tres? –Preguntó Stan– Uno... Dos... ¡Tres!
- ¡Saori!
- ¡Sakura!
- Oh... No estuvimos tan lejos, al menos en la intención de lo que represente el nombre, y el tuyo lo había considerado –Comentó Kohaku, sorprendida.
- Yo pensé Sakura porque además de sonar bonito, le habíamos pintado ese árbol en su dormitorio, y me hizo acordar a nuestra boda y todo lo especial que fue eso. Pero Saori me gusta también, ¿a qué te refieres con que representa algo parecido?
- El significado común de Saori es "florecer", pero la composición del nombre encontré que tiene algo bien bonito. Tú ya le estás diciendo "princesita" desde antes de casarnos, cuando bromeabas con mi padre, y ahora también le dices mucho así. Y este nombre puede tener un poquito de ambas cosas... "Ori" viene de Orihime, el nombre de la princesa de la leyenda de Tanabata. Y de esa leyenda devino el "festival de las estrellas", que trata de amor y de deseo. Las personas que van, escriben su deseo en unos papelitos de colores que luego cuelgan en unas ramas de bambú que le decimos "sasa".
- Sa...Ori... Oooh, ya entendí.
- También hay una cuestión de cómo se escribe, sus kanjis, pero daría una bonita de idea de desear que creciera rápido y hermosa, como la princesa –Terminó de explicar Kohaku, mirándose el vientre con dulzura mientras apoyaba allí las manos.
- Lo amé. Lo amé, preciosa –Asintió Stan con los ojos brillantes, cubriendo las manos de su esposa con las suyas– Es perfecto, y es así, tal cual. Nuestra princesita Saori... Saori Snyder, nada mal. Me encantaría que se llame así.
- Me alegra mucho que te haya gustado también, me pareció tan especial. Entonces elegimos ese –Se dobló un poco más sobre sí misma para acercarse a su pancita– Te daría un beso, pero no llego, hija. ¡Hola Saori!
- No te preocupes, yo se lo doy por ti –Dijo con una sonrisa Stan, y le dio un largo y cariñoso beso en el abdomen redondeado– Ese es de parte de mami. Y este es de parte de papi, para reconocerte, mi princesita Saori.
Le dio otro largo beso en el otro lado de la panza, ya que no sabía bien dónde estaba ubicada en ese momento. Se quedó así un rato más, acariciando la piel y cerrando los ojos con la mejilla apoyada allí, lleno de felicidad y emoción. Hasta que de pronto abrió mucho los ojos, y jadeó. Iba a decir algo, cuando la mano de Kohaku le tocó la cabeza y se miraron, los dos con idéntica expresión de sorpresa.
- ¿Lo sentiste...? –Susurró la rubia, boquiabierta.
- Sí, sí... Más claro que nunca. Oh, dios... –Murmuró, con la emoción cosquilleándole el cuerpo entero– Lo voy a tomar como que se dio cuenta que hablábamos de ella, y nos saludó en respuesta.
- ¡Ja! Fue eso, no me importa la ciencia ni las explicaciones –Afirmó Kohaku, radiante– Fue una patadita, creo. Nuestra hija nos respondió.
- Gracias Saori, no sabes lo feliz que estás haciendo a papi, al fin dejándome sentirte. Preciosita mía, cómo te amo y agradezco que existas –Le dio unos dulces besos más, y luego se arrastró hacia arriba en la cama para abrazar a Kohaku con un brazo, mientras la mano del otro seguía apoyada– Y tú, mi preciosa de toda la vida, también te amo infinitamente.
- Igualmente, Stan. Soy la mujer más feliz y afortunada de tenerte a mi lado.
Buscó los labios de su esposo para compartir varios bien largos y amorosos, para después acurrucarse contra él y mantenerse atentos a si su hija se seguía moviendo.
A pesar de todo el amor que se tenía la joven familia completa, la actitud de uno de sus miembros empezaba a generar dudas por el cambio en el comportamiento, si estaba empezando a sentir fuertes celos por el embarazo, o si era demasiado protector. Sam había demostrado en varias ocasiones esa última faceta, principalmente identificable durante las caminatas y paseos, donde no abandonaba el lado de Kohaku, y en la casa seguía siendo su sombra, siguiéndola a todas partes apenas ella se ponía de pie, no importaba lo profundo que pareciera estar durmiendo él. Mientras que siempre había sido obvio que era el perro de Stan y esos dos eran inseparables y cariñosos, eso cambió radicalmente con el avance del embarazo. No sólo por esa vigilancia extra que tenía con Kohaku, sino que los ojos café del peludo y siempre amable perro se habían vuelto más duros cuando veía a la pareja junta. No podían decir que fueran celos, porque nunca había sido así, además de que tampoco lo recibía con tanto entusiasmo cuando el rubio llegaba del trabajo, ni iba a buscarlo para acurrucarse junto a él.
En una de esas adorables "hora de papi" que el matrimonio compartía, Stan se estremeció visiblemente, y frunció el ceño.
- ¿Qué pasó, Stan? –Inquirió con curiosidad Kohaku, que también lo notó.
- No sé, por un segundo sentí algo incómodo, como un aura amenazante... Y una presión extraña, como si me estuviesen observando, pero feo.
- ¿Así tanto? Es verdad que está hace un rato ahí, pero no yo no sentí así.
- ¿Qué está hace un rato? –Preguntó, confundido.
- Sam, en la puerta.
Stan giró la cabeza en esa dirección, efectivamente allí estaba el corpulento perro, sentado, mirándolos con el hocico cerrado y muy quieto. Cuando los ojos de ambos se cruzaron, el rubio pudo comprobar que sentía algo incómodo en el aire, Sam.
- No sé qué está pasando con él, si son celos o qué. Siento que me odia últimamente.
- No digas eso –Rió Kohaku– Como si supiera que tú me embarazaste... Bueno, no creo que eso pueda ser posible. Y conmigo es dulce como siempre, puede que se esté sintiendo desplazado. Déjalo venir.
- ¡Sam! Come, boy! –Lo llamó alegre Stan, palmeando la cama.
Pero el perro no se movió ni un centímetro. Por más que Stan insistía en llamarlo e incentivarlo a acercarse, Sam lo miraba a él, luego a Kohaku, y seguía allí estoico. Cuando al fin se levantó, lo hizo para alejarse de la puerta unos metros, y echarse pesadamente.
- Hmmm... Eso fue raro –Murmuró Stan– ¿Estará bien? Quizás tenga que llevarlo al veterinario.
- Amor, no tiene ningún problema de salud. Come como siempre, está con energía, hace sus deposiciones en buen estado. No sabemos qué pasa por la cabeza de un perro, pero debe ser por el embarazo, conmigo sigue siendo igual de adorable y juguetón que siempre, aunque más tranquilo y cuidadoso.
- Entonces confirmado que me odia –Resopló– Voy a intentar ser más atento con él, quizás hay algo de machos o de juego de poder, los animales son muy perceptivos y sensibles.
- Eso sí puede ser, y lo explicaría con sentido.
- Además de "la hora de papi" y "la hora de mimar a mami", ahora tendré que sumarle "la hora de Sam" para que vuelva a quererme. Sólo espero que Aki no se rebele también. Bien, yo puedo, todo sea por la familia en paz.
A partir del sexto mes de embarazo, el tamaño de la panza de embarazada de Kohaku empezó a crecer de forma más seguida y notoria. Había ganado unos seis kilos desde el inicio, lo cual era un aumento saludable y esperado, que no les sorprendió ya que la rubia seguía con su rutina de ejercicio físico además de las clases que impartía. Sin embargo, lo que cada tanto la frustraba en secreto era que ya volvía a quedarle demasiado justa la ropa que había comprado hacía apenas dos meses. Todavía podía manejar seguir un tiempo más con las mismas prendas, pero la tela de los pechos y en especial del abdomen empezaba a quedar cada vez más tirante.
Otro cambio que iba haciendo notar el fin del "cómodo" segundo trimestre era que estaba más sensible del estómago y su digestión era más pesada y lenta, por lo que tuvo que empezar a cambiar su rutina y hacer más "picoteos" durante el día. No sólo su estómago empezaba a molestarle, sino que empezaba a sentir cansancio más seguido, y tenía que estirarse y masajearse con frecuencia la cintura y la espalda. Kohaku no quería ser quejosa, y se guardaba las sensaciones de molestia lo más que podía, diciéndole a Stan de forma despreocupada que tenía la impresión de sentirse más torpe y lenta. Agradecía que él fuese tan atento, pero estaba empezando a estar demasiado pendiente de ayudarla con todo, no la dejaba esforzarse demasiado, él hacía todas las compras de la casa, y cuando estaba en el trabajo la llamaba al menos dos veces para ver cómo estaba. Los paseos de Sam también habían quedado a su cargo, lo cual ayudaba a reforzar ese vínculo. Curiosamente, el perro se mostraba más cariñoso y obediente con él en esos paseos, pero su recelo volvía en cuanto veía a Stan tocar a su esposa.
A la par de esas ocupaciones del rubio, Kohaku se percató de que estaba más pendiente de su teléfono y de su computadora portátil, muy concentrado y escribiendo a cada rato. Cuando le preguntó con intriga si había novedades, él le contestó que estaba organizando con su reemplazo de los talleres de tiro en Estados Unidos, ya que su jefe le había pedido que apoyara activamente a esa persona para que la inscripción de nuevos interesados no disminuyera al enterarse de su ausencia. Stan dijo que conocía muy bien a su reemplazo y lo había recomendado personalmente, incluso había sido su superior años antes de dejar la milicia, por lo que se lo veía siempre animado y con una sonrisa al revisar y hacer sus sugerencias, a la par de su trabajo de piloto actual. Eso ponía contenta a Kohaku, le aliviaba siempre saber que su esposo estaba satisfecho con su trabajo, siendo que él era el que más había tenido que adaptar su vida profesional al decidir establecer su vida en Japón.
A principios del mes de marzo, e inicios del último trimestre, los movimientos de la bebé ya eran mucho más seguidos y perceptibles, incluso Stan podía sentirlos con facilidad cuando apoyaba sus manos contra el vientre. Era distinguible cuando la pequeña estaba más activa y despierta, ya que el vientre se movía como una plastilina, aunque todavía de forma suave. Creían que de verdad la bebé identificaba a su padre, ya que había empezado a responder con esos movimientos justo donde él tenía apoyada una de las manos, o cuando le hablaba o canturreaba suavemente pegando los labios a la piel del abdomen de la madre, lo que lo emocionaba al borde de las lágrimas. Para ese entonces se dio otro esperado y emocionante momento, que hacía honores a la broma de Kohaku de que no sabía quién se estaba volviendo más sensible y emocional con el avance del embarazo, si ella o él. Estaban los dos acurrucados en el sillón bajo unas mantas viendo una película un sábado por la tarde, cuando la rubia por poco y dio un salto que sobresaltó también a Stan, que por reflejo le tocó el abdomen inmediatamente.
- ¡Oh! ¡Stan! –Exclamó con un gritito de emoción– ¡Pateó! ¡La bebé pateó fuerte!
- ¿De verdad? ¡Hija de luchadora tenía que ser! –Bromeó el rubio– Ella también aprende de tus clases.
- Ay, se sintió bien raro... Creo que puede verse, aún sin tocarme. Mira.
A pesar de que estaba bien calentita y se estremeció en cuanto quitó la manta y descubrió su panza, confiaba en que iba a volver a hacerlo, siempre continuaba moviéndose de a ratos, varias veces en un plazo de media hora. Probando la táctica que últimamente le funcionaba, Stan le pidió a su esposa que le señalara dónde había sentido la patada, para "caminar" con dos de sus dedos por la zona, incentivando a su hija a contestar. La primera vez no hubo reacción, por lo que volvió a intentarlo, hasta que al sacar la mano unos segundos después, ambos jadearon al ver un golpeteo del lado interno, que sacudió ligeramente la panza.
- ¡¿Lo viste, preciosa?! –Exclamó Stan boquiabierto.
- ¡Ja! ¡Lo vi y lo sentí! No fue tan fuerte como la patada, pero estuvo cerca. Hazlo otra vez.
Repitiendo el juego, aplicó un poco más de presión, pero esa vez no quitó la mano, y a los pocos segundos sí hubo un movimiento más notorio.
- ¡Eso fue una patada karateca! –Rió Stan, sorprendido– Aunque creo que no le gustó mucho la presión, e intentó decirme "¡eso me molesta, papá!".
- Creo que fue así, porque fue exactamente contra tus dedos.
- Quiero jugar, pero no molestarla.
- Hazlo con los labios entonces, así siente la vibración solamente.
Stan se levantó y cambió de lugar, arrodillándose en el piso para colocarse a la altura de la panza.
- Hola, princesita –Canturreó, y sopló vibrantes los labios como si fuera el tono de espera de un teléfono, haciendo un gracioso sonido que le hizo cosquillas a Kohaku– Llamando a Saori Snyder, ¿estás en casa?
Al tercer intento del "tono de espera", abrió mucho los ojos y soltó un jadeo de emoción.
- ¡Ahí estás, te tomaste tu tiempo en contestar, cachorrita traviesa!
- Oooh, cómo quisiera poder hacer lo mismo –Se lamentó Kohaku, muy divertida.
- Tú la sientes moverse, no te quejes, yo quisiera poder sentir eso también. Así que déjame la exclusividad de incentivarla a moverse.
- Es verdad, es lo justo.
- ¿Sabes qué, princesita? –Dijo con tono misterioso, y esperó unos segundos– Te amo. Mucho, mucho, mucho –Susurró con sentimiento, acompañando cada palabra con un sonoro beso.
- Stan, me vas a dar diabetes gestacional si sigues así de dulce.
- No puedo evitarlo, si nuestra hija reacciona cuando le hablo. Mira, una última vez y las dejo en paz.
Repitió una vez más el sonido vibrante, y esa vez tomó dos intentos para que pudieran ver el vientre ondear en respuesta. Pese a que quería seguir haciendo eso mucho rato más, Stan se contuvo y volvió a acostarse junto a Kohaku, contentándose con acariciar largamente la panza.
Al día siguiente tuvieron la idea de filmar la interacción entre padre e hija, también para mostrarles a los amigos y familia. Como era de esperar, todos se derritieron de ternura, fascinados con cómo realmente parecía que la bebé le contestaba a Stan con sus movimientos. Luego hicieron eso mismo cerca de Sam y de Aki, y fueron ellos dos los que se enternecieron mucho al ver cómo los miraban atentos y el perro levantaba las orejas y ladeaba la cabeza, moviendo la cola, para luego lamerle el abdomen justo donde percibía el movimiento.
A pesar de ese bonito momento, unos días después Sam tuvo otro cambio de actitud protector, que fue preocupante en un principio, aunque luego se relajaron y les provocó algunas risas. Cuando Stan llegó del trabajo por la tarde, encontró a Kohaku en la cama, con Sam adormilado junto a ella, con la cabeza sobre los muslos de la joven. En cuanto el rubio se acercó para saludar a su esposa y acariciar la panza, oyó un inesperado sonido grave y amenazante, y los dos se quedaron quietos y sorprendidos.
- ¿Eso fue un gruñido? –Preguntó Stan alarmado, tratando de no demostrar su inquietud al perro.
- Sí, lo fue. Pero es la primera vez que lo hace.
Para sacarse la duda, Stan volvió a acercar su mano al vientre, y esa vez el gruñido fue más fuerte. No quitó la mano, ni estaba seguro de reprender al perro o no.
- ¿Qué demonios te pasa, Sam? Soy yo –Le habló en tono firme y severo, apenas levantando la voz.
Respirando hondo y muy atento a las reacciones del perro, lo hizo una vez más, y Sam se levantó repentinamente y le ladró, colocándose de forma que hacía de pared para que no pudiera tocarla. Lo confuso de la situación fue que luego lo oyeron gimotear antes de soltar otro ladrido más suave, no parecía tener una actitud realmente agresiva. Kohaku se tapó la boca para contener una carcajada, sin poder creerlo, y le habló en tono suave, mientras estiraba la mano para acariciar el brazo y la mano de Stan, y apoyarla sobre su vientre.
- Sam, gracias por protegerme, pero a Stan sí lo dejamos acercarse, ¿de acuerdo?
Graciosamente, el perro resopló, como si quisiera mostrar su desacuerdo, confundido. Intentando convencer al hombre de que se alejara, continuó con esa mezcla de gemidos y ladridos apenas abriendo la boca, haciéndolo sonar más lastimero que amenazante. Ante eso, la pareja no pudo evitar soltar una carcajada. Más tranquilo, Stan asumió una actitud más provocadora y juguetona, y acercó la mano a Kohaku mientras lo miraba a él. El perro respondió tocándolo con su pata, como si le estuviera pidiendo de una forma más amable que no la tocara más, y como el rubio ignoró su pedido, la siguiente vez acercó el hocico y le atrapó la muñeca con los dientes, sin lastimarlo.
- Noo, Sam, eso no –Lo aleccionó Kohaku, y aunque no lo soltó, miró fijamente al hombre.
- Oye, ¿sabes quién puso ahí a esa bebita que estás protegiendo tanto? –Preguntó Stan, fingiendo indignación– Yo. ¿Y sabes quién te trajo también a ti a esta familia? Oh sí, adivinaste pequeño Sam, YO. Así que pórtate bien, porque no me vas a alejar de mi princesita.
El perro le soltó al fin la muñeca, aunque sólo para ladrarle y bufar con esa actitud entre dominante y juguetona, mostrando su desacuerdo.
- Oh, no. No, señor. ¿Quieres duelo de machos? Lo tendrás, pero si te piensas que me voy a rendir con tus amenazas, te equivocas. Ella –Señaló a Kohaku– Es mía, mi "hembra". Y ella –Señaló la panza– Es mi cachorra. ¿Te quedó claro, Sam?
- ¡Woof!
- "Sí, señor" es la única respuesta válida –Dijo alzando el dedo, en advertencia.
- ¡Woof! ¡Woof!
- Una insubordinación más y te quedas sin croquetas especiales por un mes, te lo aviso. Así que piénsalo bien antes de...
- ¡Woof!
- Oooh, ¿con que quieres guerra? Bien, la tendrás.
Ya en un plan totalmente juguetón, Stan le rascó las orejas y el cuello con energía a Sam, molestándolo de esa forma, a la par que cada tanto bajaba las manos para acariciar la panza de Kohaku. El pobre perro trataba de reaccionar a todo, confundido, abriendo la boca y buscando atraparlo una vez más con sus dientes, ya moviendo la cola ampliamente cuando Stan rodeó la cama y lo provocaba "atacándolo" desde distintos ángulos. Kohaku no podía más que reírse, y gritó divertida cuando su esposo saltó sobre la cama y se arrimó a ella, abrazándole el abdomen y depositando muchos sonoros besos allí, ante lo cual Sam le ladraba y lo empujaba con sus patas, o lo empujaba con su hocico para quitarlo de ese lugar.
Finalmente, el rubio dejó de jugar, jadeando entre risas, y cambió a atrapar a su perro y llenarlo de besos a él. Eso pareció confundir más a Sam, que nunca pudo resistirse a los cariños de su humano, y fue su turno de buscar lamerle el rostro desenfrenadamente. Eso duró unos minutos más, hasta que Stan levantó las manos en señal de rendición, y suspiró largamente, relajándose en la cama de una vez.
- Bueno, al menos ahora sabemos que para acercarse a ti, primero hay que pasar por la defensa de tu guardián personal. Nada mal.
- Sí, pero me preocupé por un momento, pensé que te iba a morder en serio.
- Yo también, hiciste bien en ser tú la que lo retó por su actitud. Si lo hacía yo, de verdad iba a ser un duelo de poderes entre machos.
- Al menos ya sabemos que si lo vuelve a ser, me toca a mí reprenderlo y demostrarle que la persona no es una amenaza, a mí no me gruñó, aunque haya mostrado su desacuerdo.
- Tú creaste a este monstruo, hazte cargo ahora –Bromeó Stan– Espero no tener que pelear todos los días por tener mi lugar en "la hora de papi".
- Quizás lo intente un par de veces más, pero si somos firmes y yo no le dejo ese lugar, va a entenderlo. Es un buen chico.
- Claro que lo es, porque es nuestro chico, un Snyder peludo.
Para alivio de ambos, esa faceta dominante y protectora de Sam no duró mucho más gracias a que fueron firmes con ponerle límites a su perro, y aunque no fue la última vez que intentó alejar a Stan de su protegida embarazada, lo hacía cada vez más suave y juguetón, hasta que terminó de entender que no tenía que hacerlo. Por más memorable y gracioso que era cuando se ponía así, la pareja entendió que podía ser peligroso alentar ese comportamiento, en especial si alguien familiar o desconocido trataba de tocarle amistosamente el abdomen a Kohaku, podían llevarse un buen susto.
La semana siguiente tuvieron dos novedades emocionantes: Una fue que tomaron juntos un breve curso de clases prenatales, en el cual aprendieron mucho más de lo que sucedería en esos últimos casi tres meses de embarazo, el parto, los primeros cuidados del bebé, y cómo cambiarle pañales y sostenerlo de forma segura. Con esas clases, Stan tuvo también una probada de lo que tendría que lidiar su esposa diariamente con el crecimiento del peso y tamaño del bebé, ya que les colocaron a todos los padres una panza artificial para que entendieran lo complejo que podían volverse incluso las tareas comunes y diarias, el cansancio del cuerpo y más. No era como si le hiciese falta a él ser más compasivo con Kohaku, pero ciertamente le reafirmó todo lo que tenía que hacer para ayudarla y apoyarla, además de que se maravillara de la voluntad, fuerza y amor de todas las madres a la hora de decidir traer un hijo al mundo.
La otra emocionante y más que feliz noticia, fue la confirmación de parte de Xeno y Tatyana de que les habían aprobado el proyecto conjunto de la NASA con JAXA, por lo cual a partir del mes de septiembre iban a mudarse a Japón por un año, lo cual les permitiría estar cerca del matrimonio y de la bebé. No iban a poder estar para el nacimiento y primeros tres meses ya que tenían mucho trabajo e investigaciones que hacer, además de completar todo el papelerío de la transferencia internacional, pero sí iban a poder estar muy cerca durante un año entero. La pareja de científicos tenía que instalarse en la ciudad de Tsukuba, en la Prefectura de Ibaraki, ya que ahí estaba el centro de operaciones principal de la agencia aeroespacial. Estaban a una hora en coche de Shibuya, que era donde vivían Stan y Kohaku, por lo cual les quedarían los fines de semana y las noches para visitarse mutuamente.
De Estados Unidos también llegó para Stan el anuncio de que su reemplazo en los talleres de tiro viajaría unos días a Japón para encontrarse con él, de forma de terminar de organizar juntos ese trabajo, además de hacer firmar al rubio varios papeles y certificados por adelantado para los inscriptos del taller que iba a darse a mediados del mes de abril. Para dar más apoyo a su colega, Stan ofreció dar una charla teórica virtual para los militares, de forma de participar activamente y que no fuese solamente su nombre el aval de que seguía estando detrás de eso. Le contó la noticia a Kohaku, que ya que iba a implicar dos días de estar muy ocupado apenas llegara del otro trabajo.
- Preciosa, si no te molesta podría hacer la reunión aquí, así también estoy cerca por si necesitas algo.
- No, no me molesta, pero puedo arreglarme sola.
- Ahora sí, pero estamos hablando de que a fines de marzo vas a estar por empezar el anteúltimo mes de embarazo.
- Sí, y estoy embarazada, no inválida, mi amor –Le dijo en tono condescendiente– Tampoco es como si vaya a tener mucho que hacer para ese entonces, me quedo descansando aquí y ya, no voy a molestar. Que venga tu colega, y si quiere puede quedarse a cenar.
- Gracias, amor –Le lanzó un beso al aire.
- Aagh... –Gruñó de pronto, apretando la mandíbula, quedándose rígida en el lugar y apoyando una mano en el ya muy crecido abdomen.
- ¡Kohaku! ¿Qué te sucede? ¿Estás bien?
- Sí, pero tengo una contracción... –Levantó la mano con rapidez, al mismo tiempo que Stan se ponía de pie con preocupación, tanto lo conocía ya– Déjame terminar, exagerado. Contracciones de... ¿cómo era? Ah, Braxton Hicks, creo. Son normales, pero a veces duelen. Y la bebé me pateó también, con lo cual me molestó más el combo.
- Ah, me asusté. Perdón, pero la cara que pusiste fue de dolor.
Stan caminó hacia ella y entrecerró los ojos al verla bien. Le levantó la barbilla con una mano para mirarla atentamente al rostro, y suspiró profundo, hablándole luego suave pero firme.
- ¿Qué más?
- ¿Eh? ¿Qué más de qué?
- Qué más te sucede, Kohaku. Suéltalo.
- ¿Fuera de tener las veinticuatro horas del día un vientre de ocho kilos extra? Ya viste que no es cómodo –Resopló– Camino como pingüino, no tengo nada para ponerme porque no me entra la ropa, encima me queda horrible ya que parezco un tanque, y tengo dos troncos por piernas con macetas por tobillos a esta hora del día.
- ¿Y por qué no me dijiste antes? –Inquirió Stan, tratando de lidiar con la frustración de que su esposa tenía la mala manía de no querer demostrar su cansancio.
- Porque no puedes hacer nada. Es así y lo seguirá haciendo hasta que nazca el bebé –Murmuró con una nota de angustia. Es parte de todo esto, ya lo sabía, no gano nada con quejarme y lloriquear.
- ¿No puedo? Te equivocas tanto, mi amor, que me sorprendes –Contestó mirándola intensamente a los ojos– Ven aquí, vamos.
Stan la rodeó para agarrarla por detrás de las rodillas y de la espalda, levantándola para cargarla en brazos.
- ¡¿Eh?! ¿A dónde me llevas?
- A la cama.
- ¿A la...? –Alzó las cejas, sorprendida. Con todo lo adolorida que estaba, tener un momento de pasión no estaba en su lista de opciones, y tampoco lo había estado en la última semana– Espera, no, no quiero ahora.
- No sabes lo que estás diciendo, créeme que sí vas a querer –Le dijo el rubio con una media sonrisa.
- ¡Que no! ¡Déjame bajar! ¡Además peso demasiado, suéltame!
- Amor, puedo levantar pesas de cien kilos, créeme que tú estás más ligera que eso, no me cansas para nada. Y, por otro lado, estás entendiéndolo mal.
Resignada con no poder convencerlo de que la bajara al piso, y de pronto intrigada con lo otro, se dejó llevar hasta el dormitorio, donde su esposo la recostó en la cama y se sentó él frente a ella. Para su sorpresa, y vergüenza por haber sido malpensada, Stan le agarró las piernas y las subió a su regazo, para empezar a masajearla.
- Ooh... Eso era –Murmuró sonrojada.
- Sí, te lo dije, lo que tú pensabas no es lo único para lo que se usa la cama. Por más que me gustaría que fuera un masaje con final feliz, es claro que no estás para eso ahora –Rió por lo bajo, mirándola seductor y luego compasivo– ¿Así que no puedo hacer nada por ti, señora Snyder? No sé de qué sirvieron mis votos matrimoniales entonces.
- No, bueno... Gracias.
- Es un placer para mí cuidarte y velar por tu bienestar cada día de nuestras vidas, no lo olvides, además de todo lo que te amo. Y estás gestando a nuestra hija, hasta dónde sé somos dos los padres. Quizás no pueda cargar el vientre por ti, pero sí puedo aliviarte de otras formas.
- Gracias por ser mi esposo, y el amor de mi vida –Dijo con una sonrisa dulce mientras controlaba las lágrimas de emoción– Buen trabajo.
- Lo mismo digo. Ah, y mañana vamos de compras. Si la ropa no te queda, es tan fácil como comprar nueva que sí lo haga, solucionado. No te angusties por cosas tan triviales. Ahora shh, relájate y disfruta. A partir de ahora cada vez que tengas hinchazón me dices y te hago masajes, no te lo guardes más, por favor.
- De acuerdo, muchas gracias Stan.
Kohaku finalmente se relajó en la cama, soltando un largo suspiro de satisfacción. Lo miró amorosamente todo el rato, no dejaba de sorprenderle nunca el hermoso hombre y compañero que era, y todo lo que la cuidaba y se dedicaba. Era un plus que además fuese bellísimo y caliente, en conjunto con su actitud siempre provocadora y sensual, no podía ser más perfecto. Sin dudas no podía pensar en un hombre mejor que él, ni en un padre mejor para su hija.
Tal como había decretado, al día siguiente fueron con el coche a recorrer tiendas de ropa. Kohaku no podía deshacerse de la amargura de que no le gustaba para nada usar ropa tan holgada y amplia, no había forma de verse al espejo y estar satisfecha con la imagen que le devolvía. Hasta que pasaron por una tienda con prendas diseñadas para embarazadas, que se ajustaban con más gracia a su cuerpo, y sólo eran bien holgadas o elásticas en la parte del abdomen y los pechos, de forma que, aunque le creciera más el vientre, podía seguir usándolas con comodidad y verse más femenina. Compraron bastantes prendas, incluso camisones de dormir bien delicados y bonitos. Mientras que ella trataba de seleccionar sólo las favoritas de las que se había probado, Stan le daba también las otras a la vendedora para comprarlas, sin querer oír quejas por el gasto elevado de dinero.
- No es problema, Kohaku, y de esta forma tienes variedad y puedes disfrutar de llevar la ropa. No quiero volverte a ver amargada o llorando porque nada te queda bien ni te gusta cómo te ves.
- Pero... si sólo la voy a usar por unos meses más, no es necesario tanto.
- ¿No tienes visión de futuro, preciosa? Ahora quedan sólo unos meses, pero por ahora sabemos que este no va a ser el primer y último embarazo, ¿no?
- Ah, cierto –Admitió con una sonrisa que le coloreó las mejillas.
- Cuando no las uses más, las guardamos bien para que se mantengan limpias y cuidadas, y puedes volver a usarlas los próximos años. Es una inversión, no un gasto. Y nada que sea para ti es un gasto para mí.
- ¡Qué buen marido tiene, señora! –Intercedió con alegría y broma la vendedora, que además no podía creer lo apuesto que era Stan– Ya quisieran todas las mujeres uno así.
- Sí, es el mejor –Asintió Kohaku con picardía, abrazándolo por la cintura.
- Gracias por su compra, y muchas felicidades, que tengan un bonito bebé.
- Gracias, y a usted por la paciencia y atención tan amable –Contestó la rubia, inclinándose con respeto.
- Bebita, tendremos una princesita, Saori Snyder –Agregó Stan con una radiante sonrisa.
- ¡Oooh, qué tierno! –Se derritió la mujer– Hasta pronto, suerte, y gracias por venir.
Con un último saludo, la pareja salió cargando media docena de bolsas de ropa, y volvió al coche.
- ¿Satisfecha? ¿Ahora sí mi señora Snyder podrá desfilar toda hermosa y orgullosa con su pancita? –Preguntó Stan, guiñándole un ojo.
- ¡Ja! Muy, gracias a ti. No te prometo que mi rostro sea siempre tan fresco y radiante para acompañar, pero daré lo mejor.
- Esa es mi mujer. Vamos a casa, pero primero hagamos una parada por la tienda de accesorios de mascotas así también le compramos algunos juguetes y premios a Aki y Sam.
- ¿Y tú? ¿No estás faltando en la ecuación de regalos?
- Te lo dejo para que lo pienses, y a tu criterio me hagas un regalito... a la noche... entre las sábanas, quizás. No sé, fíjate tú.
Kohaku estalló en una carcajada, le encantaba lo casual y picante que era Stan todo el tiempo, y la animaba un poco para lidiar con crisis de que se sentía cada vez menos sexy y deseable entre su apariencia, los dolores y su cansancio.
Unos días después llegó a Japón el reemplazo de Stan a Japón. Kohaku estaba fuera dando una de sus últimas clases, ya que se le estaba haciendo muy incómodo y cansador seguir con eso con el tamaño y peso de su panza. Sus alumnas habían sido más que comprensivas, y le agradecieron por el esfuerzo, además de ser tan amable y animada. Se cambió en el baño del lugar, ya que su esposo le había avisado que ya estaría en reunión cuando ella volviera, por lo cual quería estar más presentable que con la ropa deportiva.
Iba con el coche a todos lados, mientras Stan se manejaba con la moto, aunque ya habían acordado que la última quincena del embarazo él la acompañaría y manejaría para más seguridad. Llegó animada a la casa, intrigada por conocer a la "mano derecha" de él, de seguro era alguien bien firme y profesional. Entró, y como siempre fue Sam el que la recibió en la puerta meneando la cola de contento, y ni bien ella dio unos pasos dentro de la casa para saludar, se quedó de piedra. El tan mencionado colega y reemplazo de su esposo era en realidad una mujer, y una muy particular.
- Buenas tardes, señora Snyder. Un gusto conocerla al fin –La saludó la invitada con una voz firme y grave, aunque sonriendo amablemente, con un inglés con ligero acento sureño, muy parecido al que tenía Stan.
Alta, joven, cabello rubio corto al cuello y unos hermosos ojos claros adornados con pestañas tan largas como las de su esposo, y llamativamente, una figura curvilínea despampanante. Era bella... bellísima, un rostro de muñeca y un cuerpo envidiable. Estaba vestida informal, toda de negro, con una blusa al cuerpo que resaltaba su escultural y femenina figura, y un pantalón que también se adhería a cada virtuosa curva. Pudo identificar rápidamente que no era del tipo delicada en el caminar, se parecía bastante a ella en más de una forma, lo que daba un poco más de facilidad a la idea de que fuera militar. Kohaku tardó unos segundos más en reaccionar, hasta que se percató de eso, y la saludó, tomando la mano extendida de la joven.
- Hola, el gusto es mío –Contestó con su tosco inglés– Puedes llamarme Kohaku, no hace falta que seas formal, eeh...
- Charlotte Bony.
- Hola preciosa –Stan se acercó y le dio un corto beso en los labios, además de acariciarle con cariño el abdomen– ¿Cómo fue la clase? ¿Estás cansada?
- N-no... Estoy bien. Me voy a cambiar y refrescar, Stan, eso sí lo necesito.
- Claro, cualquier cosa que necesites estaré aquí, sólo pídelo, ¿sí?
- Sí, gracias.
La rubia echó una última mirada y una tensa sonrisa a la bella colega de su esposo, y luego de quitarse el bolso y el saco, fue al baño. No tenía que sorprenderse tanto de que hubiera mujeres así que se desempeñaran como militares, al fin y al cabo, era sólo la apariencia con la que había nacido, pero de todas formas seguía impresionada por saber que ella era la famosa colega que trabajaba codo a codo hacía tiempo con Stan. No tenía mucho que envidiarle, excepto admirar la figura que ella había perdido con el embarazo, y por el respeto y el halago con que Charlotte la había saludado, sabía que Stan le había hablado mucho de ella.
Como estaba cansada y quería relajarse en más de un sentido, decidió darse un largo baño de inmersión, eso siempre le aflojaba los músculos y le mejoraba la circulación, disminuyendo la hinchazón de la parte baja del cuerpo. Una vez que terminó, miró disimuladamente a la sala de estar donde los otros dos estaban reunidos, y se fue para el dormitorio, estaba empezando a irritarle ver el rostro sonriente y los ojos brillantes de la mujer al oír a Stan hablar, alcanzaba a percibirlo desde ahí con su excelente vista, y no le estaba gustando, le comprimía el estómago.
A pesar de que sabía que estaban trabajando, una parte de ella se molestó con que su esposo no fuera a chequear cómo estaba en las dos horas que pasaron. Cuando se cansó de estar allí encerrada, apenas consolada con la compañía de su mimosa gatita, chasqueó incómoda al darse cuenta que podía ser descortés de su parte no aparecer ni una vez en la sala de estar, al menos podía tener la educación de ofrecerles preparar un té o café mientras ellos seguían enfrascados en su reunión. A regañadientes fue hacia ellos para hacer eso, internamente molesta con tener que hablar en inglés, ya que de seguro Charlotte no podía entenderla de otra forma, entre ellos hablaban en su idioma nativo, y a veces le costaba entender lo que decían cuando los oía por arriba.
Le aceptaron un café, y Stan la invitó a que los acompañara con un té, palmeando luego el asiento a su lado para que ella se sentara allí. Aunque brevemente se sintió mejor con la atención, pronto se aburrió de oírlos hablar, además de sentirse frustrada al darse cuenta que no entendía ni de qué trataban la mitad de las cosas, haciéndola sentir culpable de lo poco que sabía realmente sobre el trabajo que había hecho su esposo en esos talleres que tantas veces había viajado. Se excusó diciendo que iba a sentarse en el sillón a mirar un poco de televisión, y Stan le avisó que en una hora terminaban y que empezaría a hacer la cena, en la cual Charlotte era la invitada como habían acordado.
Poco se concentró en la pantalla, mientras los miraba de reojo cada tanto, cada vez más enfurruñada porque era evidente cómo la mujer por poco le faltaba suspirar de admiración por Stan, aunque tratara de lucir estoica y profesional. Al menos los animales eran más sensibles e intuitivos con los humores de sus humanos, ya que Sam se acercó a ella y la lamió afectuosamente, para luego subirse al sillón y acostarse a sus pies. No iba a retarlo, más bien quería su peluda y cariñosa compañía, por lo que se movió un poco más al extremo para hacerle lugar, y el perro todo contento se estiró en el hueco que le había dejado. Kohaku pudo sentir la mirada crítica de Stan, que no estaba nada de acuerdo con que ella estuviera incómoda para darle un espacio a Sam, pero volvió su atención a su colega y lo que le decía, sin quejarse. La rubia abrazó al perro como si fuera un peluche, y él se quedó allí feliz dándole su calor.
- Ooooh, qué tierno es Sam –Dijo Charlotte, que los había visto acurrucarse.
- ¿Lo viste? Es maravilloso, adoptarlo fue una de las mejores decisiones que tomé.
"Sí, y no vas a tocar a mi Sam" pensó Kohaku abrazándolo con celo. Lo último que quería ver era a esa mujer llenando de cariños a su perro. Se dejó llevar por la comodidad y paz que le transmitía Sam, y acabó cerrando los ojos, durmiendo una siesta. Se despertó un rato después, cuando Stan le acariciaba la mejilla y la miraba sonriente.
- Ahí despertó mi bella durmiente –Le dio un beso en la frente– La comida va a estar lista en diez minutos, si quieres irte levantando.
- Ah... Perdón, dormí muy bien gracias a... –Notó que su perro no estaba con ella– ¿Sam? ¿Dónde está?
- Se bajó hace un rato cuando empecé a cocinar, estabas dormida como un tronco y ni te diste cuenta, ¿eh? Nada mal, espero que hayas descansado bien.
- Stan... –Murmuró, agarrándolo del brazo de la camisa cuando él se ponía de pie.
- ¿Qué necesitas, preciosa?
En lugar de responder, lo jaló un poco más y lo abrazó. Lo oyó gemir con ternura, y le devolvió el más grande y confortable "abrazo de oso", junto a unos amorosos besos que le devolvieron el buen humor al instante, aunque la parte viperina de ella quería que la otra los viera así de dulces.
Apenas se levantó y despabiló bien, el delicioso aroma de la comida de Stan llenó el aire, e inspiró profundo cerrando los ojos con gusto. Había cocinado un salmón rosado en mantequilla de hierbas, acompañado con una guarnición de verduras al vapor. Se sentaron a comer, y no fue la única en alabar sus habilidades culinarias, para su pesar.
- ¡Qué bueno! ¡Extrañaba tanto comer algo cocinado por Stan! Siempre le queda todo rico, cocina mejor que yo.
Kohaku alzó las cejas fugazmente, en sorpresa. Miró a Charlotte, que sonreía encantada, y luego a Stan, que no se veía ni una pizca incómodo con el comentario, más bien sonriendo orgulloso.
- ¿Ah, sí? –Preguntó, fingiendo una sonrisa– ¿Probaste muchas veces su comida?
- No sé si cuenta como muchas, pero el año pasado cada vez que venía al país para los talleres, al menos dos veces en la semana comíamos juntos –Contestó inocente y pensativa, tratando de recordar.
- Ah...
Eso sí eran muchas, a su criterio. ¿Qué clase de relación tenían, como para juntarse a comer no en un restaurante o bar, sino en sus casas? Stan no le había dicho nada de eso. Trató de no evidenciar su expresión molesta, y disimuló llenándose la boca con un buen bocado, confirmando que se le había hecho agua la boca apenas probado. Charlotte continuó hablando del tema, aunque no oyó lo que esperaba.
- Bueno, una vez se suponía que yo iba a cocinar, pero nos distrajimos y lo arruiné, se quemó todo. Así que él se ofreció a cocinar mientras yo tiraba y limpiaba todo.
- Ya veo, jaja...
Por la mente de Kohaku pasó una sola pregunta, ¿qué clase de distracción de ambos pudo haber ocasionado que eso sucediera? No quería pensar mal, pero no ayudaba saber que Stan y esa hermosa mujer habían estado solos y en confianza, cocinando en la casa de ella, y Charlotte no parecía que fuera a continuar con la anécdota. ¡No! Tenía que controlar sus pensamientos, sabía que Stan la amaba mucho y era un hombre dedicado y fiel, no iba a engañarla con otra y dudaba que se atreviera a dejarla entrar en la casa de ambos, debía ser que se conocían de hacía muchos años, una relación como de colegas-hermanos, que para colmo tenían un parecido en sus rasgos faciales. Pero eso no quitaba que podía haber compartido unas miradas coquetas o algún juego "inocente", Stan era muy provocador y sensual, y era evidente que ella estaba al tanto de eso.
Intentó acallar esa maraña de pensamientos e imágenes horribles de su mente, confiando en que él nunca la lastimaría de esa forma, a menos que estuviesen peleados o se separaran brevemente, sólo bajo ese pretexto creía que podría suceder algo así. Respiró hondo para serenarse, y pudo sentir brevemente la mirada de Stan sobre ella, por lo que disimuló y comentó un poco más sonriente.
- Sí, cocina delicioso, siempre tan eficiente y todo le sale rico. Él me ha enseñado, de hecho, aunque es evidente que estoy lejos de emparejarme. Eeh, veo que se llevan muy bien, ¿desde hace cuánto se conocen?
- ¿Unos doce años? –Intercedió Stan– Éramos tan jóvenes... Ella entró al ejército dos años después que yo, y compartimos trabajo y misiones varias veces, hasta que yo ascendí y acabé siendo su superior.
- Dos años, pero nunca pude ni acercarme a tu sombra, tan excelente desempeño tenías en todo.
- No digas eso, Charlotte, lo hiciste muy bien. Mejor que muchos hombres que se creen la gran cosa, sólo por ser hombres o por tener un linaje militar en la familia.
- Gracias, Stan, significa mucho para mí que pienses eso –Contestó entre sonrojada y radiante.
- Ah, y como chisme gracioso, hubo un tiempo en que ella trataba de imitarme, no sé si era que me odiaba y lo hacía para burlarse, pero un par de veces la vi hacerlo. No lo hacía nada mal, pero eso causó unos malentendidos, que por suerte aclaramos y desde entonces nos llevamos bien, nos hicimos buenos amigos.
- ¡S-Stan! –Exclamó Charlotte furiosamente sonrojada ante el recuerdo– ¡Todavía quiero meter la cabeza bajo tierra de la vergüenza! ¡No te odiaba, pero era una chiquilla que te admiraba tanto, que quería imitarte para parecerme de alguna forma a ti!
- Eso dijiste –Rió Stan– Tranquila, estaba bromeando. Al menos debería considerar un halago que alguien quiera parecerse a mí, incluso una mujer.
- Es un honor poder reemplazarte, Stan. Siempre te admiré tanto –Dijo la rubia, con los ojos brillantes como soles y todavía sonrojada– ¡Voy a dar lo mejor y no te decepcionaré!
- Por eso te elegí, Charlotte, sé lo buena que eres. O no hubieras sido mi mano derecha todo este tiempo, ocupando mi lugar con excelencia cuando... –Se removió incómodo, sin querer traer a mención su tragedia familiar– bueno, me alejé del ejército. Eso no está nada mal.
Inmediatamente la comida le supo muy amarga a Kohaku, si seguía viéndola así iba a descomponerse. "Sí, claro, lo admiras. Hay más que admiración en esos ojos" masculló internamente. Suponía que Stan ignoraba cómo se sentía su subordinada realmente, pero por más que fuera educada y respetuosa, era demasiado obvio que, si pudiera, ella estaría feliz de ocupar el lugar de "señora Snyder", y podía apostar que gustaba de él desde mucho antes. Lo único que la aliviaba era que, si su esposo era tan inocente o ignorante de ello, era porque no tenía ojos más que para ella, le resbalaba completamente si otra mujer lo deseaba. Pensó que debía ser bastante incómodo continuar esa dinámica durante mucho tiempo, y una parte de ella se apiadó de Charlotte, deseando honestamente que encontrara otro hombre para mirar con esa devoción.
Pero el tiro de gracia sucedió cuando terminaron de comer, y su intento de ser más relajada y agradable se fue al demonio demasiado rápido, no sabía si era porque con el embarazo su paciencia tenía un límite mucho más bajo.
- Compré pastel de chocolate para agradecerles la invitación, ¿quieren de postre? –Preguntó Charlotte.
"Pastel de chocolate es el postre favorito de Stan, con todas sus variantes, qué casualidad", pensó Kohaku a punto de rodar los ojos con irritación.
- Estaría genial, gracias Charlotte –Asintió Stan sonriendo, y luego le guiñó el ojo a Kohaku– Es tu momento, preciosa, con lo que te gusta el dulce. Y a la princesita también, siempre se mueve luego de un subidón de azúcar de la mami.
- ¡Oooh, qué tierno! –Comentó la estadounidense, al ver el gesto tan dulce de Stan.
- No, gracias. Se me fue el apetito –Contestó Kohaku tosca.
- ¿Amor? –Preguntó extrañado Stan.
- Coman ustedes si quieren. Perdón, me retiro, no me siento bien. Un gusto, Charlotte, buenas noches.
Kohaku se levantó y se llevó su plato a la cocina, para dirigirse luego al dormitorio sin más. Como no se había molestado en controlar la expresión seria de su rostro, quedó claro que la pérdida de apetito era más bien una de humor. Sabía que eso implicaría una incómoda charla con Stan después, pero no había podido evitarlo, ese no era su mejor día.
- Eeh... ¿Dije algo malo? –Preguntó Charlotte en voz baja, con pena.
- No, no, no te preocupes –Negó Stan, incómodo– Debe ser por el embarazo, a veces se siente mal de un momento a otro, ya sabes, un combo de malestares y hormonas agitadas. Ya vuelvo, voy a ver si está bien.
- Espera, Stan –Lo detuvo del brazo– No... Mejor me voy, no quiero incomodar a tu esposa, les agradezco el haberme invitado a cenar y recibirme.
- ¿Segura?
- Sí, ya coordinamos todo, si queda algo por hablar del taller de tiro lo hacemos luego por teléfono, o nos encontramos en un café. Voy a estar dos días más aquí en Tokio.
- De acuerdo. Disculpa por esto. Gracias, Charlotte. Ah, ¿el pastel...?
- Es un regalo para agradecer la cena, cómanlo juntos cuando Kohaku se reponga.
- Bien, gracias, y de parte de ella también. Te acompaño a la puerta.
Charlotte recogió su ropa de abrigo y su bolso, y se despidió de Stan con un breve abrazo.
- Hasta pronto, Stan. Sigan bien, y ya me mostrarás fotos de la bebé, seguro será hermosa y fuerte.
- Hablamos pronto, y así será. Que descanses, Charlotte, fue bueno verte.
En el dormitorio, con la luz apagada, Kohaku se había recostada en la cama, de costado y hecha un ovillo, con la compañía de Aki a su lado, a la que acariciaba suavemente mientras la gata parecía consolarla con su ronroneo, agradecida con los mimos. Sabía que había sido demasiado obvia con su repentino mal humor, pero ese comentario de Stan sin querer había echado sal a la herida. No podía culpar a su esposo ni a su colega-amiga, porque se había dado cuenta que no eran celos o desconfianza, sino envidia a Charlotte a raíz de sus últimas inseguridades. Esa rubia, tan generosamente curvilínea y a la vez escultural, tan profesional y destacada, y con el rostro de una muñeca. Por el otro lado estaba ella, que ya no podía decir lo mismo de sí misma, en una pausa de su profesión y vocación, y ni que hablar de cuánto había cambiado su cuerpo.
Era natural y necesario en un embarazo, lo sabía, pero ya sólo podía verse al espejo como una madre, y no ya como una mujer, mucho menos una deseable. Con todo lo que estaba amando a su bebé, inevitablemente se veía y sentía como un barril, su ya bien crecido vientre gestante le pesaba y la cansaba más rápido, además de que le hinchaba los tobillos como troncos si caminaba o ejercitaba más de media hora, a pesar de la baja intensidad. Apenas podía dormir con comodidad, se tenía que levantar para ir al baño con mucha más frecuencia, lo que interrumpía serenas actividades de pareja como dormir una siesta juntos o ver una película.
¿Cómo iba a resultar seductora o deseable para Stan así? No era de extrañar que había vuelto a bajar considerablemente la frecuencia de sus relaciones íntimas, ni podía culparlo por no excitarlo demasiado, o de que disimuladamente mirara a otras mujeres más sexys, como Charlotte. Esos pensamientos la angustiaron particularmente, y no pudo evitar que los ojos se le aguaran con lágrimas. Se los secó con rapidez, no quería tener encima los ojos hinchados para cuando Stan volviera, lo que sucedería muy pronto.
Dicho y hecho, oyó la puerta de la entrada cerrarse, y los pasos de él hacia el dormitorio. Aunque estaba de espaldas a la puerta, percibió cómo él la contemplaba desde allí, y luego se acercó con cautela, sentándose a su lado.
- ¿Kohaku? –Preguntó con voz suave, y le acarició el brazo– ¿Qué sucedió?
Si quería contener sus lágrimas, habría fallado miserablemente, porque en respuesta dejó salir un sollozo angustiado, y se odió a sí misma por evidenciarse tan pronto.
- Oye... Mi amor, no llores. ¿Qué te puso así? –Dijo apenas conteniendo su desesperación, le partía el corazón verla llorar, y no entendía el motivo– No estabas con buena cara, pero después de mi comentario me di cuenta que te enojaste. Perdón, no pensé que te molestaría. Lo dije en broma y con cariño, porque los dulces siempre te animan...
- ¡No fue culpa tuya! –Exclamó Kohaku entre sollozos, sintiéndose peor– Soy yo, que me puse celosa de Charlotte, y fui desagradable con ella. Vaya impresión que le di como tu esposa, de seguro todo lo contrario a lo bien que le hablaste de mí.
- Espera, ¿celosa? –Repitió, abriendo los ojos con sorpresa, y se apresuró a aclarar– Kohaku, no sé qué impresión te dimos, pero te juro por mi vida que nunca pasó nada con Charlotte, sólo somos colegas y amigos.
- Sí, lo entendí así –Se sorbió la nariz, y decidió no delatar a la mujer con sus sentimientos por él– Por un momento fue ambiguo y confuso con eso de que se juntaban a comer en tanta confianza, pero me bastaba mirarte para confiar en ti.
- Sí, así que no te preocupes por eso. ¿Entonces...?
- Es muy bonita –Lo miró de reojo– No tienes que negarlo para quedar bien conmigo, no te creería si dijeras lo contrario.
- Que admita que es bonita no me hace desearla. Sí, es una mujer guapa.
- Ella sí lo es –Murmuró.
- Ajá... –Tardó unos segundos en darse cuenta de la indirecta– Y tú lo eres más, no por nada te digo "preciosa" desde que nos conocemos. Y lo eres no sólo por tu apariencia, eres toda preciosa para mí. ¿Qué te hace pensar que Charlotte lo es más tú, y además qué cambiaría eso con respecto a nosotros? Me casé contigo, mi vida la elegí contigo.
- Stan, mírame –Contestó ofuscada, señalándose el cuerpo.
- Te estoy viendo.
- Mírame bien.
- Lo estoy haciendo, y lo hago todos los días, créeme que no pierdo detalle.
- ¡¿Y a mí cómo puedes desearme ahora?! –Estalló sincera, cansada de que él no entendiera– No dudo que me ames, pero sí que puedas encontrarme deseable como mujer en este preciso momento. No es raro que casi no te me acerques con esa intención últimamente...
- Hey, no, ¿de qué hablas? Estás equivocándote con varias cosas. De lo último que dijiste, no es ese el motivo, para nada. Estás a poco más de un mes de parir, se puede ver que no estás cómoda, y cuando estás adolorida o sensible, dudo que estés de humor para hacerlo.
- Todo el combo para que no te excite ni un poco, ¿eh? –Se reafirmó desolada.
- Preciosa, creo que estamos mucho más allá de medir nuestro amor o pasión sólo por la frecuencia de cuando hacemos el amor, ¿no crees? Estás siendo muy parcial, porque hasta el mes anterior, no nos faltaba ese tipo de intimidad tampoco, y estás hablando como si se hubiese apagado el fuego entre nosotros por siempre. Nada más lejos.
- Siendo realistas, todavía me voy a poner más grande.
- ¿Y eso en qué molesta? –Stan se acomodó para acostarse a su lado, frente a frente– Kohaku, te amo. Toda tú, todo lo que haya de ti, tu existencia más allá del cuerpo. Que, además, ahora es tu cuerpo el que está protegiendo, alimentando y haciendo crecer sana a nuestra hija. ¿Qué más hermoso que eso? En todo caso, ahora te veo más hermosa que antes, justamente por eso.
- ...
- No te convences, ¿eh? Para mí ese tipo de amor supera al deseo, porque cualquiera puede excitarse con otra persona, incluso sin conocerla. Pero lo que tú y yo compartimos, y lo que vamos a compartir al ser padres por elección, es mucho más poderoso y profundo. Muchos lo anhelan, siguen esperando al amor de sus vidas. Nosotros ya lo tenemos, lo somos. Y mira, ven.
Stan se incorporó para sentarse y ponerse de pie, extendiendo una mano hacia ella. Intrigada, Kohaku se la tomó, y se puso de pie también. Encendió la luz del velador, dejando que una luz tenue iluminara la habitación, y abrió la puerta del armario, donde había un gran espejo de cuerpo entero pegado del lado interno. Se pararon en frente, Stan detrás de ella, y le quitó el fino abrigo que llevaba puesto.
- ¿Qué vas a hacer? –Inquirió la rubia, dudosa.
- Demostrarte lo bonita que eres.
- ¿Eh?
Con una sonrisa misteriosa y a la vez dulce, Stan primero se abrió los botones de su camisa y se la quitó, colgándola por allí, y luego le levantó a ella la blusa.
- Para que sea más parejo, yo también –Le susurró con suavidad.
Luego se arrodilló para quitarle los zapatos y bajarle el pantalón, dejándola en ropa interior, e hizo lo mismo con él. Siguiente, le desabrochó el sostén, notándola titubear.
- No te vas a poner tímida ahora después de todas las veces que nos vimos desnudos, ¿no, preciosa?
- No, pero... es raro hacerlo sin estar besándonos ni nada.
Por último, le bajó las bragas, dándole un tierno beso en la mejilla al verla sonrojarse más, todavía podía ser inocente su adorable y normalmente muy segura esposa. A la par, también él se desnudó por completo, y por un momento sólo se irguió y la abrazó por detrás, mirándola a través del espejo. Kohaku se veía un poco incómoda, pero también tenía esa chispa de curiosidad por ver qué más pretendía hacer. Tenía que agradecer que la habitación estaba bien calefaccionada, aunque un estremecimiento de fresco la recorrió igualmente al perder sus prendas que la mantenían más calentita. Al percatarse de eso, Stan la rodeó en un abrazo y se pegó a su cuerpo por detrás, compartiendo el calor corporal de ambos.
- ¿Lo ves? Esta eres toda tú, al menos lo que alcanza a verse.
- Hmm, no termino de entender para qué estamos así.
- Para mostrarte lo que me gusta de ti, y que puedas verlo tú también –Le soltó el cabello, y le acarició las hebras rubias– Por ejemplo, tu cabello rebelde que sólo queda suave después de lavarlo, justo cuando además huele delicioso, a coco. De noche no se nota, pero cuando estás bajo el sol, brilla como oro.
- Stan... –Suspiró suavemente, cautivada.
- Tus ojos de ese color aguamarina tan especial, que no me canso de ver y perderme en ellos. Tienen tanta luz, tan transparentes y expresivos. También tu boca chiquita, que a la vez sabe dar buenos bocados –Susurró entre divertido y seductor– Y estas dos pecas que tienes en la base del cuello, que junto con otra más abajo en la espalda, parecen una constelación.
- Oh, no sabía que las tenía –Dijo Kohaku con una risilla.
- Porque no puedes verte como yo a ti. Y te dije que no he perdido detalle, tengo tu mapa completo en la cabeza. Tienes otras más también, algunas más grandes y otras apenas visibles. Por ejemplo, aquí, aquí, aquí... y aquí –Indicó, señalándole con el dedo índice en el hombro, el brazo, la cintura y el muslo– Es como un cielo estrellado, pero en ti.
- Otro día puedo dedicarme yo a buscar las tuyas, que ahora que lo recuerdo, he visto algunas que a veces me llaman la atención.
- Cuando quieras podemos mapearnos al detalle. Y cada una que encontremos hay que darle un besito.
- ¡Ja! Me encanta el plan, esos serían muchos besitos –Se puso en puntillas para darle un rápido beso en la comisura de los labios– Ahí no tenías una, pero quería hacerlo.
- Sigamos, antes de que me distraigas... Me gusta cómo se te marca la clavícula en el punto justo, y te queda tan elegante cuando usas prendas con cuello bajo –La rodeó con los dos brazos por encima de los pechos– Y no hay nada más sensual que cuando puedo verte los hombros descubiertos, sólo eso, sin necesidad de un escote.
Kohaku empezaba a maravillarse de lo dulce que estaba siendo Stan, haciendo foco en esos detalles, en lugar de lo más obvio y llamativo, que sabía que llegaría eventualmente, aunque de una forma delicada.
- Tienes la piel tan suave, firme y sedosa a la vez, es adictivo acariciarte –Acercó la nariz a su cuello, haciéndole cosquillas, e inspiró profundamente– Y huele a ti, no puedo describirlo, pero podrías vendarme los ojos, acercarme a otras mujeres, y seguiría sabiendo sin dudar cuál eres tú.
- Ah, en eso podría decir lo mismo de ti. Cuando te extraño, huelo y abrazo tu almohada, me tranquiliza porque me recuerda a ti –Confesó la rubia.
Stan le dio un beso en la mejilla, conectando luego sus labios cuando ella lo miró. Se besaron suavemente unos momentos, hasta que él le sonrió y empezó a bajar sus manos hasta rodear los pechos de su esposa.
- Por supuesto que me fascinan tus senos, el tamaño generoso y a la vez justo para que quepan en mi mano, nada mal –Los cubrió con cada una, y luego alzó una ceja– O bueno, cabían justo, ahora desbordan un poco más, porque están creciendo para alimentar a nuestra bebé. Mejor aún, más de ti para acariciar y saborear, me encanta hundirme en ellos, mis almohadas favoritas.
Rieron suavemente los dos, y a continuación Stan respiró hondo, generando expectativa en Kohaku, para después acariciar cada centímetro del redondo gran abdomen con una mirada que desbordaba amor en los ojos, lo cual ella alcanzaba a ver a través del espejo. Instantáneamente se emocionó ante el toque y de verlo, convirtiendo toda su tonta inseguridad estética y superficial en algo mucho más amoroso.
- Aquí sólo veo vida y amor. Piénsalo, preciosa, trata de ver a través de la forma y la piel... Aquí está nuestra hija, hecha un ovillo, toda cómoda y calentita, protegida. Seguramente puede sentir los ecos de tu corazón allí dentro, y mis manos que tratan de acariciarla, reconoce a sus padres que ya la aman tanto y se mueren por conocerla. Sí, está grande esta pancita... Pero porque así está creciendo Saori perfectamente sana, preparándose porque falta cada vez menos para conocernos y vernos las caras. Ahora cierra los ojos.
Kohaku hizo lo pedido, y suspiró profundo, arrebatada de ternura y sintiendo la calidez de Stan tanto en sus palabras como en su abrazo y sus caricias.
- Siente con el corazón, más que mirar con la mente, cuando tengas dudas. ¿Cómo vas a odiar algo tan banal como la apariencia de tu cuerpo, sano y vital, cuando es una maravilla de la vida que sea posible materializar el amor de esta forma? Yo no puedo más que admirar y adorar cada centímetro de todo esto, y lo que representa.
- Ay, Stan... –Susurró con lágrimas empañando sus ojos.
El rubio se arrodilló, para quedar a la altura de sus caderas, y le acarició el contorno hacia arriba y abajo.
- Qué tenemos por aquí... Unas buenas caderas que me encanta cómo se ven, y para ser equilibrado, sostienen este precioso durazno que me encanta comer a besos –Dijo con picardía, y para bromear rozó con sus dientes el lugar, haciéndola reír– Y bueno, aquí se esconde esta cuevita de amor tan calentita, que se siente tan bien, es la casita de mi pavo real.
- ¡Ay, Stan! –Exclamó y soltó una carcajada, muy sonrojada.
- No olvidemos que también va a ser la puerta de salida de la princesita... aunque también fue la de entrada, ya sabes –Siguió bromeando con tono tan seductor como divertido– Bajando un poco más, estos buenos y fuertes muslos, que saben aferrarse a lo que tengan en medio. Amor, podrías partir una sandía con estas tenazas, nada mal. Aunque eres piadosa conmigo, y me agarras lo justo y necesario para asegurarte que no me aleje demasiado de ti.
- No quiero que te alejes nunca de mí –Dijo Kohaku con ternura, acariciando el cabello de su esposo.
- No lo haré. No podría hacerlo tampoco, eres demasiado preciosa para mí.
- Stan, gracias, te amo mucho, mucho.
Kohaku le acarició la mejilla y le levantó la barbilla para conectar sus miradas, mientras con la otra mano lo jalaba suavemente hacia arriba para darle a entender que se pusiera de pie. Ella lo abrazó con fuerza, y cuando él le correspondió se quedaron así un buen rato, meciéndose ligeramente y disfrutando tanta calidez y amor. Hasta que Stan interrumpió el abrazo, para agarrarla de pronto y levantarla en sus brazos, haciéndola jadear de sorpresa.
- Y ahora, juntando todo eso que te dije, voy a demostrarte cómo todo este amor se convierte también en deseo, el deseo de fundirnos en un solo cuerpo y alma, al menos por un momento. ¿Quieres?
- Sí, sí –Dijo con un susurro apasionado, colgando los brazos en el cuello de su esposo.
Sonriéndole, Stan le dio un casto beso antes de girarse y llevarla hacia la cama, acostándola allí en el medio. Sin demora, empezó a besarla con pasión, ya no podía ponerse encima, con lo cual se recostó al lado junto a ella, y así continuó. Fue bajando poco a poco, depositando esos profundos e intensos besos en cada parte que antes había mencionado y admirado, dejando las huellas de su amor de la cabeza hasta los pies.
Kohaku se deshacía de placer, extrañaba tanto esas sensaciones, no tanto en sí mismas, sino que fueran con Stan. Con eso quedaba completamente olvidado su enfurruñamiento y lamentos anteriores, no podía estar más agradecida con su bello hombre por devolverle el amor y el respeto por su cuerpo, había sido demasiado cruel y ciega consigo misma, ya podía verlo. Sus pensamientos se interrumpieron y volvió al presente cuando Stan se dedicó a complacerla íntimamente, dedicándose con paciencia con su diestra boca y delicadas manos hasta que la sintió respirar erráticamente, llevándola al clímax poco después.
Cuando recuperó la consciencia y el control de su cuerpo, sintiéndose mucho más liviana y relajada, detuvo a su esposo cuando lo vio listo para seguir, y lo empujó suave para recostarlo en la cama, subiéndose a horcajadas de él. Stan alcanzó a sentarse para abrazarla y reclamar sus labios una vez más, lo que ella consintió con gusto, y luego dejó que Kohaku volviera a empujarlo y ponerse a gatas sobre él, para poder devolverle las caricias y besos por todo el cuerpo, que tenía que acomodarse a cada rato ya que no le era tan fácil como antes con el vientre tan crecido. Eso no impidió que ella hiciera el esfuerzo y se dedicara por completo a complacerlo. Los siempre extasiados y excitantes gemidos del rubio hicieron eco en la habitación, mientras le acariciaba el cabello y la cabeza a su maravillosa amante y esposa que lo derretía con su pasión.
Kohaku se detuvo solamente cuando lo dejó casi al límite del clímax, y esperó que se recuperara un poco antes de seguir.
- ¿Puedo quedarme arriba?
- Claro que sí, preciosa. Quiero verte bien, no hay mejor vista y te siento delicioso, valga la redundancia con la acción.
Lo único que extrañaba mucho era poder abrazarse de frente y pegarse por completo con él mientras hacían el amor, lo cual ya no podían hacer para no aplastar el vientre. Al menos de esa forma podían mirarse a los ojos y acariciarse mutuamente, además que se sentía exquisito para ella, más que nunca. Se acomodó para alinear sus sexos y bajó para llenarse de él, siempre ese primer momento le hacía casi voltear los ojos y gemir sonoramente. En algo tenía razón Stan, su lubricación natural durante el embarazo había aumentado considerablemente, por lo cual lo hacía más cómodo y placentero al instante, eso era excitante por sí solo. Solía cansarse mucho más rápido que antes moverse tanto encima de él, pero hizo el esfuerzo de resistir un poco más y darlo todo antes de detenerse y dejarse llevar contra el colchón.
- Nada mal, mi amor, ¿ves cómo puedes ser imposiblemente deseable? –Jadeó Stan muy acalorado.
Antes de seguir, acomodó rápidamente todos los almohadones que tenía cerca y esperó que Kohaku se recostase sobre ellos, ya que solía incomodarle demasiado recostarse con la espalda plana debido al peso del vientre contra su columna. La agarró de los muslos para alzarlos y guiarla a que apoyara sus pies sobre los hombros de él, lo cual le daba el ángulo justo para deshacerse de placer cuando él la embestía. Los dos gimieron lujuriosamente al unirse otra vez, y entrelazaron sus dedos mientras se miraban a los ojos, conectados intensamente.
- Perdón, pero estoy al límite –Gruñó Stan con esfuerzo.
- Está bien, quiero sentirte más fuerte –Asintió Kohaku, con la voz cargada de deseo.
- Aah, cuando dices eso... –Susurró mordiéndose el labio.
A la par con su necesidad y los deseos de su esposa, aumentó el ritmo de su entrega hasta que no pudo aguantarlo más, y con un gemido gutural se liberó dentro de ella, que también gimió al sentirlo palpitar y fluir. Jadearon pesadamente, mientras Stan salía y se recostaba a su lado, girándola de costado y entrelazándose en un fuerte abrazo, ignorando el hirviente calor de sus cuerpos juntos. De pronto Kohaku dejó salir una exclamación y sonrió al instante, agarrándole la mano a su esposo para apoyarla en su abdomen. Él también sonrió en respuesta, al percibir el movimiento de su bebé.
- Parece que mami no es la única que se anima y queda feliz después de esto.
- Por poco y está bailando ahí adentro, o debe estar estirándose después de sentir la presión.
- La doctora dijo que le hace bien que tú tengas orgasmos, así que hay que hacer caso al médico –Susurró juguetón, hundiendo su rostro en el cuello de ella, y luego suspiró feliz.
- Stan... De verdad te agradezco por lo de antes –Lo miró a los ojos con emoción, y llevó la mano de él hacia el corazón de ella– Fue muy hermoso, y justo lo que necesitaba. Y perdón, no puedo creer que estaba pensando de esa forma tan obtusa y dura.
- Lo que sea por ti, y dije la pura verdad. No te preocupes, entiendo que no debe ser fácil por momentos, son demasiados cambios, y perdóname por descuidarte, si llegaste a tener esos pensamientos fue en parte porque yo no estuve atento antes. Pero me alegro ver que ahora estás bien, volviste a ser la misma de siempre.
- Lo bueno de dudar, es que al final logras reencontrarte, reafirmar las buenas y hacer a un lado las malas.
- Así es. Confío en que seremos buenos padres si logramos transmitirle esos valores a nuestra hija. Lo demás lo iremos acomodando a medida que aprendemos.
- ¡Ja! De eso sí estoy segura, Stan –Suspiró con ligero nerviosismo.
- No creo que nos sentiremos seguros nunca, pero está bien, ven con todo Saori, aquí la familia Snyder te espera.
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Buenaaas! No sé si existe la diabetes emocional, pero eso me dieron estos dos xD. Con este capítulo la historia cumple 25 capítulos (bueno, sin contar el prólogo), así que sería como el capítulo de plata jaja (y 15k de palabras, récord jiji). Y de regalito, re-edité la portada, quedó más bonita ahora! :)
Como siempre, gracias a los que siguen leyendo y apoyando esta historia, amo mucho escribirla y disfruto de compartirla y alegrarles el rato o el día a los que la leen. Gracias por sus comentarios, reviews y corazones, siempre.
Hasta el próximo capítulo, que se viene la bendi! Buena semana!
