Al día siguiente, Kohaku se despertó con el ánimo renovado, acobijada entre los fuertes y a la vez tiernos brazos de su esposo. A pesar de que ya las noches no las podía dormir de corrido ya que se despertaba seguidamente para acomodarse o para ir al baño, lo dulcísimo y empático que había sido Stan para devolverle su amor propio la noche anterior lo consideraba inolvidable. Su amado esposo siempre tenía la palabra justa para ayudarla o apoyarla, rara vez era egoísta o impaciente, agradecía cada día por compartir la vida con un hombre así.
Aprovechando que se había despertado unos minutos antes que la alarma, se arrastró hacia arriba para quedar cara a cara con Stan, y empezó a regarle el rostro con suavísimos besos, hasta que sintió la sonrisa en el rostro de él, que todavía no abría los ojos, pero mostraba así su contento por empezar el día de esa forma.
- Buen día, preciosas –Saludó con su voz rasposa y ronca, devolviéndole un beso en los labios a su mujer, y acariciándole la panza.
- Buen día, precioso –Susurró Kohaku, le encantaba ver el rostro adormilado de su guapísimo esposo.
- ¿Te puedo pedir un favor?
- Todos los que quieras.
- Empieza por despertarme así pasado mañana, ese regalo me basta.
Kohaku sonrió ampliamente y se acurrucó, volviendo a bajar su cuerpo para apoyar el rostro sobre el pecho de él. Le encantó el detalle de que Stan recordara ni bien se estaba despertando de que en dos días era veintisiete de marzo, el tercer aniversario de boda de ambos.
- Te lo daré tres veces, uno por cada año de casados. Y tenemos la suerte que va a ser domingo, podemos pasarlo juntos de principio a fin.
- ¿Qué mejor? Aunque si hubiera sido en día de semana, pasaba parte de enfermo, nada me privaría de pasar un día tan especial con mis princesas, combo dos en una por tiempo limitado.
- No dudo que lo harías –Rió Kohaku– El tres es un número muy poderoso y especial.
- Te creo que lo es, y aquí tenemos la prueba –Coincidió, frotándole con delicadeza el abdomen– Nada menos que nuestro regalo para el tercer aniversario. Pero fuera de eso, ¿hay algo que tengas muchas ganas de hacer? ¿Un viajecito exprés?
- Hmmm... Me encantaría, pero a la vez ya sabes que no estoy muy cómoda últimamente como para hacer un viaje que implique dormir fuera de casa o pasear mucho. Aunque pensé en un plan que creo que te va a gustar.
- Quiero oírlo.
- Podemos hacer picnic y paseo por el Jardín Shinjuku Gyoen, en el mismo lugar donde nos casamos. Lo lindo de nuestros aniversarios es que siempre estaremos en temporada de Hanami, así que tenemos ese detalle tan bonito y romántico que nos recordará tal como fue nuestro día especial.
- Es perfecto, nada mal –Asintió, encantado con la idea– No puedo esperar para compartirlo el año que viene con Saori, hacerla parte de este "ritual".
- Por muy poco... Si estuviéramos al norte de Hokkaido, durante el mes de Mayo están también en plena floración los árboles de cerezo.
- Entonces cuando cumpla su primer año, iremos con ella allí para festejárselo.
- Es un lindo plan –Sonrió enternecida– Sólo tú puedes estar pensando cómo y dónde festejar su primer año cuando todavía no nació.
- ¿Sólo el primer año? Qué ingenua, ya me imaginé todo de sus primeros diez años de seguro, preciosa.
- ¡Ja! A ver, cuéntame uno.
- Bien. Hmmm... Para cuando cumpla cinco años, y ya que es mi princesita, quiero que se lo festejemos a lo grande y en esa temática, ya que a las niñas les suele gustar eso a esa edad. Encontrar un castillo, ya sea japonés o si hay alguno occidental, y pedir permiso para hacer un pequeño acto. Ya sabes, todos vestidos como de la realeza, presentarme ante ella en un caballo blanco y llevarla a cabalgar conmigo, tomar el té o alguna cosa así, cumplirle sus caprichos y sueños por ese día.
- Qué elegante, diría Xeno.
- Lo sé –Admitió con orgullo– Y ya veremos qué nos inventamos para que nuestro otro principito o princesita no se ponga celoso.
- ¿Eh?
- Para ese entonces Saori ya tendrá al menos un hermanito, ¿no? Me gustaría que tuvieran edades cercanas, dos o tres años.
- ¿"Al menos"? Ya me quieres como gallina ponedora de huevos, lo sabía.
- No de huevos, de principitos y princesitas –Corrigió Stan con una sonrisa pícara– Me encantaría tener una familia grande, pero igualmente estaré feliz con lo que tú quieras darme.
- Ya dijimos que dos, yo también quiero vivir mi juventud y mi profesión en mis mejores años.
- No perdía nada con intentarlo –Le dio un beso en la frente y luego suspiró– Amor, por más que me encantaría seguir imaginando nuestro futuro y los festejos de nuestras bendiciones, tengo que levantarme para ir a cumplir con el sostén económico que nos permitirá costearlo.
- Me parece bien –Asintió con una risilla– Vamos, me levanto contigo y te preparo el desayuno.
Unas horas después, Kohaku volvía de su paseo matutino con Sam, al menos eso era lo único de ejercicio que podía mantener, ya estaba empezando su semana treinta y dos de embarazo. Pese a lo resistente que era, se cansaba mucho más rápido, y en ocasiones le incomodaba hasta hacer respiraciones profundas, por lo que no podía esperar a que esos últimos dos meses de embarazo pasaran rápido. La semana siguiente tenían la última ecografía y visita programada con la doctora Hiroko, estaban tranquilos de que la bebé seguía desarrollándose sana y normal.
La noche del día sábado, ambos estaban tan expectantes de que se hiciera la medianoche para saludarse por el aniversario y empezarlo de una forma especial, que decidieron empezar su cita entonces, reservando un lugar en un bar muy especial llamado "Ben Fiddich", en Shijuku. El lugar estaba ubicado en el noveno piso de un edificio sin nombre por fuera, y era muy especial ya que no tenía un menú establecido, sino que el bartender, Hiroyuki Kayama, creaba originalmente las bebidas según "lo que tenía esa semana" y lo que el cliente quería. Lo curioso era que el hombre recolectaba de su propio jardín distintos tipos de hierbas, flores y especias frescas, las molía con un mortero o las procesaba en alcohol cada semana para dar lugar a sus únicos tragos, así como utilizaba esos insumos previamente deshidratados. De las hierbas más comunes a otras muy selectas, como árbol de té alimonado, flores de enredaderas, guindilla, ajenjo, sweetgrass, verbena, ruda, hojas de pimienta rosa y lúpulo, así como la llamada "flor de día asiática", que sólo florecía en la mañana de un solo día, o la llamada "gloria de la mañana" que era la flor de una hiedra. Más que solamente un bartender, el hombre tan elegante y diestro dueño de ese bar era un artista, y aunque tenía sus asistentes, él era el que preparaba las bebidas personalmente.
Si bien Kohaku no podía beber alcohol y se moría de ganas de probar esos deliciosos y únicos tragos, el señor Kayama le preparó uno sin una gota de alcohol, con un gusto alimonado y a la vez dulce por la miel, hierbas digestivas, y adornado con unas preciosas flores colorida, tan bonito que daba pena beberlo. A Stan le preparó un trago a base de lúpulo, hecho con una infusión carbonatada del mismo, moliendo una mezcla de hojas de lúpulo, ajenjo, vodka, jugo de uvas, de lima y miel, sobre una bola de hielo hecha con lúpulos enteros. Esos tragos de autor eran bastante costosos, aunque lo valían completamente por la experiencia y el sabor, y Stan nunca escatimaba cuando se trataba de importantes celebraciones para ellos, que tuvieran algún detalle inolvidable.
Antes de que alguno terminara su bebida, el rubio entrelazó su brazo con el de su esposa cruzando sus vasos, y acercó sus labios para hablarle casi al oído.
- Feliz tercer aniversario de casados, señora Snyder. Te amo.
- ¿Ya son las doce? –Preguntó abriendo los ojos con sorpresa– ¡Feliz aniversario, Stan! Te amo, mucho.
Apoyaron sus sienes juntas antes de compartir un suave y largo beso, y terminaron de un sorbo sus tragos mientras se miraban de reojo.
- Qué buena forma de festejarlo, no estuvo nada mal la idea.
- Creo que voy a extrañar esto por un buen tiempo, me temo que cuando nuestra hija nazca, no vamos a poder salir así por muchos meses.
- Entonces aprovechémoslo. ¿Qué dices, vamos por una segunda ronda?
- ¡Ja! ¡Claro que sí!
Aunque en el fondo al menos para ella era mucho más inocente la realidad de que sólo estaba tomando un jugo de frutas -maravillosamente concebido en sabor y estética- disfrutaron al máximo esa noche fuera de casa. Kohaku manejó el coche en el viaje de vuelta, y cuando llegaron a su hogar, fueron a la cama, donde Stan consintió a su esposa con unos minutos de buenos masajes para aliviar sus pies y piernas, y luego mientras él tenía su última "hora de papi" junto a la panza hasta que les diera sueño, la rubia aprovechó para devolverle la gentileza con un masaje en la amplia y musculada espalda y hombros de su esposo. Un rato después, se acomodaron para dormir, de lado y bien abrazados, Kohaku rindiéndose al sueño bajo una lluvia de cálidos y tiernos besos de él.
La mañana en cuanto despertaron fue al revés, ella cumpliendo el pedido hecho dos días antes por Stan, de empezar el día dándole mucho cariñosos besitos en el rostro, y luego de ir al baño a refrescarse, volvieron a la cama un rato más para continuar abrazados y calentitos juntos, acariciándose suavemente. Kohaku estaba satisfecha y feliz con eso, pero las caricias de su esposo se fueron volviendo cada vez más tentadoras, y como se sentía bien descansada y enérgica correspondió la intención hasta que la mirada seductora que ambos se dedicaron fue suficiente para buscar más y más, acabando por hacer dulcemente el amor.
Para cuando se levantaron de la cama un buen rato después, tomaron un rico desayuno juntos, lleno de bizcochos y galletas que habían comprado para consentirse. Sin importar que luego se les hiciera un poco tarde, se dieron un buen baño juntos, y cuando terminaron se dispusieron a preparar el almuerzo variado para el picnic en el parque. Hicieron una variedad de sándwiches, bocados y ensaladas, y guardaron dos termos de bebida, uno de jugo y otro de agua. Pusieron la comida en una bonita canasta de bambú que Ruri les había regalado, y prepararon otro bolso con una manta para el suelo y unos pequeños almohadones para Kohaku. Lamentaron no poder llevar a Sam, ese parque no permitía perros, y como tampoco iban a estar más de un par de horas fuera lo dejaron en la casa haciéndose compañía con Aki. Esos dos dormían ya sus buenas siestas juntos como mejores amigos, la gata haciéndose un ovillo entre la panza y las patas del otro, o a veces se acostaba encima de él.
Fueron en coche para evitarle a Kohaku la caminata sobrante, y cuando llegaron decidieron hacer primero un buen paseo dentro del enorme parque. Se dirigieron a la entrada de Sendagaya, Stan cargando en el hombro el bolso con la manta y almohadones, y en la mano izquierda la canasta, dejando su otra mano libre para entrelazar los dedos con su esposa. Pagaron la entrada y Kohaku se fijó en el mapa que tenían para ubicar dónde estaban las principales zonas de árboles de cerezo más florecidos, así como los bonitos y grandes estanques y otras plantaciones de árboles y flores. Como estaban a fines de Marzo, eligieron las zonas que tenían las cuatro variedades de flores del árbol que florecían entre fines de ese mes y mediados de Abril, aunque había también otras tres variedades anteriores que habían florecido a mediados de Marzo, y su vista más llamativa estaba terminando.
Los últimos dos aniversarios habían viajado a otros lugares, por lo cual era la primera vez en tres años que volvían a ese hermoso jardín nacional en esa fecha para contemplar el Hanami en su máximo esplendor. Pasaron casi hora y media caminando y admirando el bello paisaje a la par de la multitud de gente que iba por lo mismo, hasta que Kohaku necesitó hacer un descanso. Se sentaron unos pocos minutos en un banco, y luego retomaron brevemente la caminata para dirigirse al lugar exacto en que habían celebrado su boda. La emoción del recuerdo les llegó a ambos, que apretaron sus dedos con fuerza y se miraron conmovidos, y se hicieron lugar para poner allí la manta y la canasta. Se sentaron, la rubia sonriendo incómoda porque no encontraba una buena posición para quedarse cómoda, hasta que Stan se sentó detrás de ella estirando las piernas y la dejó apoyarse en él, poniéndole debajo de los tobillos uno de los almohadones para ayudarla con la circulación de sus piernas y pies hinchados.
- Ahora sí, gracias amor –Suspiró Kohaku con alivio, girando la cabeza para darle un casto beso.
- Un placer para mí ser el soporte de mi amada esposa, en todos los sentidos –Dijo Stan con una sonrisa divertida, abrazándola por detrás– Parte de mis votos matrimoniales que estoy aquí para recordar y renovar.
- Te lo tomas en serio el que estemos festejando nuestro aniversario aquí, ¿verdad?
- Muy en serio, por supuesto. No es sólo una fecha de recuerdo, es algo que tengo presente, mi misión de vida.
- Mi soldado amoroso, me derrites –Sonrió ampliamente ella en respuesta.
- Y eres una misión mucho más preciosa y feliz comparado con las que antes hacían a mi vida entera, yo encantado de dedicarte mi vida, a ti y pronto también a esta princesita.
- Encantada y agradecida de compartir la mía con ustedes.
- Dame tu mano izquierda.
Con curiosidad, Kohaku apoyó su mano en la palma de la de Stan, quién miró con cariño y acarició los dos anillos que ella tenía en el dedo anular, el de compromiso, y el de bodas. Luego los besó tres veces. La rubia no pudo con tanta ternura, él era un romántico nato una vez que abría su corazón, y se alegraba profundamente de verlo feliz, ya sin el peso de su dura vida anterior a conocerse. Imitando el gesto, le tomó la mano izquierda a él y le besó el anillo de igual forma, mirándolo a los ojos con una sonrisa cálida, y luego giró la cabeza para darle otro beso a él.
Intercambiaron unos largos y cariñosos besos más, acaramelados en su feliz vida juntos, para después quedarse serenos contemplando abrazados ese momento tan bonito bajo el mar de flores en distintos tonos rosados que ofrecían los encantadores árboles de cerezo alrededor de ellos. Tomaron también algunas fotos y selfies para tener de recuerdo, y cuando estuvieron satisfechos se dispusieron a sacar las cosas de la canasta para almorzar.
Pasaron casi dos horas más allí, entre comer, disfrutar sentados el sol primaveral, y pasear un poco más. Volvieron a la casa por la tarde, y mientras Kohaku dormía una siesta para descansar de la larga caminata, Stan salió a correr un poco junto a Sam. El día acabó demasiado rápido, señal también de cuán bien lo habían pasado.
El día miércoles de la semana entrante fuero al hospital para la última ecografía, la correspondiente a la semana treinta y dos. Como siempre, los atendió la doctora Hiroko, que primero revisó los resultados de los últimos análisis médicos de la futura madre. Se emocionaron más que nunca al ver a su bebé completamente formada, según la doctora les señalaba y mostraba, ya que la ecografía tampoco era tan nítida como para verla a simple vista, además de que variaba según la posición del bebé. Cuando comprobaron que todo estaba bien, la médica hizo sus últimas preguntas de cortesía.
- ¿Eligieron el nombre de la bebé, o van a esperar a conocerla?
- Saori. Saori Snyder se llamará –Contestó Stan con una sonrisa radiante.
- ¡Qué bonito nombre! Y queda muy bien con el apellido occidental, tal como la madre.
- Sí, yo nací en Japón y es una tradición del lado paternal por nacer aquí que llevemos nombres japoneses, pero mi madre venía de familia estadounidense y alemana, ella se vino a vivir aquí de joven. Del árbol genealógico de mi padre hay ascendencia japonesa, rusa y estadounidense. Por eso es que mi hermana y yo parecemos más extranjeras.
- Qué interesante. Es un lindo detalle que continúen la tradición entonces. Los felicito, de seguro tendrán una niña preciosa.
- "Preciosa", justo como la madre –Dijo Stan, guiñándole un ojo a Kohaku.
- ¿Saben ya en qué hospital o clínica nacerá su hija?
- Estamos en eso, estuvimos buscando información, porque había varias con estrictos horarios de visita incluso para el padre, no lo dejaban quedarse durante la noche, además del parto.
- ¿Es de los valientes que quieren ver todo el proceso del nacimiento, señor Snyder? Algunos no lo soportan, o se ponen tan nerviosos de ver a su mujer en dolor y gritar y no pueden quedarse en la sala.
- Por supuesto que yo podré –Afirmó Stan con toda seguridad– He visto demasiadas cosas, como para que me impresione algo tan hermoso y feliz como el nacimiento de mi primera hija.
- Lo sé, lo sé, pero aun así... –Rió suavemente la doctora– Son una pareja muy unida y comprometida, es de lo más lindo cuando pueden estar juntos en el momento del parto.
- ¿Tiene alguna recomendación de una clínica maternal? –Preguntó Stan– No importa el costo, la prioridad es que Kohaku sea bien tratada y esté cómoda toda la semana luego del parto, además de que yo pueda quedarme junto a ella todo el día.
- Y también me gustaría que fuera lo más natural posible, casi sin medicación ni epidural, incluso preferiría evitar que me obliguen a estar recostada durante el parto –Agregó Kohaku.
- Otra valiente por aquí, me gusta, y es cierto que los partos recostados requieren más esfuerzo –Asintió Hiroko, apoyándola– Veamos... Hay algunas clínicas cómodas y hasta lujosas, pero no están tan cerca de donde ustedes viven, y no es recomendable hacer un viaje largo si entras en trabajo de parto en un momento inesperado. En ese caso, puedo recomendarles un centro de maternidad que puede ser exactamente lo que están buscando. Aquí...
Tomando una hoja de papel y revisando una lista de la computadora, les anotó el nombre y la dirección del lugar, y se la entregó a la pareja junto con la carpeta que contenía los análisis y la ecografía.
- Cuánto antes puedan hacer la visita, mejor, además pueden reservar con anticipación el período en el cual ingresarían. Se espera el nacimiento de su hija alrededor del veinte de mayo.
- Gracias, doctora Hiroko.
- Nos veremos nuevamente en la semana treinta y seis, y a partir de entonces será una por semana, recuérdenlo y pidan sus turnos con anticipación, por favor. Buena tarde, señor y señora Snyder.
- Muchas gracias por todo, hasta entonces, doctora.
Ni bien llegaron a la casa, se comunicaron por teléfono con el centro maternal, agendando una visita para la tarde siguiente, apenas Stan regresara del trabajo. La señora que los atendió les explicó en anticipación que sólo recibían mujeres de embarazos "normales" y saludables, ya que era un centro atendido enteramente por parteras, sólo trabajaban con médicos o hacían derivaciones a hospitales si surgían complicaciones previas al parto. Kohaku les confirmó que el suyo era estable y saludable, y les ofreció llevarles los estudios médicos para que pudieran comprobarlo.
Al día siguiente fueron al lugar, llamado "Matsugaoka Josanin", en Nakano ku, dentro de la ciudad de Tokio, a unos seis kilómetros de la casa de la pareja. El centro maternal constaba de dos pisos, cinco habitaciones privadas, de las cuales dos eran en estilo japonés y tres en estilo occidental, y el personal constaba de siete parteras, tres cocineras y una administradora. Les informaron que un miembro de la familia sí podía quedarse todo el día con la madre y el bebé en la habitación, pero para los demás amigos o familiares el horario de visita era desde las tres y media de la tarde hasta las ocho de la noche.
Lo más interesante era que ofrecían clases de nutrición, yoga, ejercicios yuru o también con pelotas gimnásticas durante el embarazo, así como tratamientos post-parto como aromaterapia, masajes, reflexología o acupuntura japonesa. Como Kohaku había dejado ya de ir al gimnasio, se mostró muy interesada en esas clases para mantener la actividad física, y se anotó en esas clases semanales, tenía la curiosidad de probarlas todas y Stan la apoyó completamente, mientras que él también se anotó en la de nutrición, para poder hacer comidas más adecuadas a las necesidades maternales de su esposa en especial durante el primer mes.
Quedaron encantados con el lugar, y no dudaron en pedir reservar una habitación para la semana estimada de nacimiento de su bebé. Preguntaron también qué sucedía en el caso de que se adelantara el parto, y les contestaron que podían recibirlos igual, que en todo caso estaba la opción de que compartieran la habitación con otra familia, lo cual a veces sucedía. No tuvieron problema con ello, por lo cual quedaron en contacto para las clases.
Volver a la actividad física durante la semana siguiente fue una brisa fresca y reanimó a Kohaku, además que la ayudaban a sentirse más relajada y a aliviar los dolores e hinchazones de su cuerpo. También el estar rodeada de otras futuras madres fue revelador y muy bonito, compartiendo sus dudas e ideas, no tenía nadie con quién hablarlo y que la entendieran verdaderamente ya que era la primera "madre" en su grupo de amigas, y tampoco tenía a su madre ni a su suegra vivas como para pedirles consejos o apoyo, por lo cual fue muy valioso para ella contar con las parteras y esas mujeres.
Stan también la notó revitalizada al terminar la semana, además de oírla hablar todo el día de aquello. Probaron juntos algunas de las nuevas recetas, muy sanas y ricas, además de aprender que tenían que limitar ciertas frutas y dulces, así como aumentar la ingesta de otras verduras que aportaban nutrientes muy importantes que tendría que reponer luego del parto, así como garantizar una leche de buena calidad. El rubio también había aprendido algunos masajes que podía hacerle a la panza, por lo que él encantado dedicaba todas las noches a hacérselos a Kohaku mientras tenía sus monólogos diarios con su pequeña dentro del vientre.
Cuando se acostaron a dormir, la joven soltó un suspiro melancólico, que llamó la atención de su esposo.
- ¿Qué fue lo que te desinfló así, preciosa? –Preguntó, atento.
- Que estas clases gimnásticas que estaba tomando sólo son una vez a la semana, y algunas una o dos veces en todo el mes. Voy a extrañarlas.
- Eres experta en entrenar, de seguro puedes practicarlo aquí. Te compras una de esas pelotas o haces yoga en la colchoneta, y lo haces.
- Sí, pero no es lo mismo... Era lindo seguir las clases de alguien más, con otras personas.
- Pues anótate en las clases de yoga o pilates del gimnasio.
- ¡Pero no están embarazadas de ocho meses como yo! –Expresó frustrada.
- No, claro... –Coincidió Stan para apaciguarla, mientras pensaba, hasta que se le ocurrió algo– Oye, ¿y por qué no las organizas en la sala en la que antes trabajabas tú, invitas a esas compañeras que te hiciste además de tus ex-alumnas, y contratan a una profesora?
- ¡Oh, Stan, eso no está nada mal! –Exclamó Kohaku sorprendida– No se me había ocurrido, gracias por la idea.
- Cuando no consigues algo, puedes hacerlo tú, ¿verdad?
- Sí, muy cierto. Pagamos el alquiler de la sala y a la profesora, y podemos tomar esas clases hasta varias veces por semana.
Radiante de entusiasmo con la idea, Kohaku se giró en la cama para agarrar el rostro de Stan entre sus manos, y le dio un fuerte y largo beso en los labios, la sonrisa luego ocupándole toda la cara.
- ¡¿Cómo es que siempre se te ocurren los mejores planes?! ¡Gracias! ¡Te amo! ¡Te amo!
- No por nada llegué a ser capitán, ¿eh? –Contestó él, guiñándole un ojo con una sonrisa muy confiada– Como dije, hay que saber crear las oportunidades. Así fue como empezamos nosotros.
- ¿Eh?
- Profesora de japonés, ¿lo olvidaste? Yo pulí el idioma, tú conseguiste dinero para entrenar, y ya estaba preparado el terreno para todas las posibilidades. Ganamos todos, y cuánto.
- ¡Ja! Te olvidas del detalle que fuiste toda una gata rompe-hogares –Acotó Kohaku con malicia.
- Yo no hice nada, fui todo un caballero. No me eches la culpa de que te enamoraste perdidamente de mí apenas me conociste un poco, y quisiste más.
- ¿No estarás proyectando, querido? –Preguntó picada, alzando la ceja, aunque sabía que era una broma– Fuiste tú el que usó todas sus municiones para conquistarme. El de los planes especiales siempre fuiste tú. La tarde de playa para animarme, pilotar el avión... ¡¿Quién hace eso?! ¿Lo olvidaste? O sino recuérdame qué hice yo así de inusual como excusa para salir contigo.
- Qué pareja de olvidadizos somos, nos estamos poniendo viejos –Dijo Stan, haciéndose el tonto– Como sea, preciosa, fue sin querer queriendo, y no salió nada mal.
- No, nada mal, mira cuánto –Coincidió Kohaku, acariciándose el vientre, y luego habló con tono suave– Me pregunto cuántas vidas habremos compartido juntos antes, para que haya sido tan claro y contundente el volver a estar así en esta.
- Estoy seguro que muchas, porque nunca me enamoré tanto y tan inmediato a primera vista, es evidente que te reconocí.
- Oh, Stan –Susurró enternecida, y luego sonrió con picardía– ¡Ja, te atrapé! ¿Lo ves? Fuiste tú el que se enamoró primero.
- ¿Y cómo no iba a enamorarme, si eras una mujer demasiado perfecta y hermosa, justita para mí? Mi preciosa salvadora, me moviste el piso y me agarré muy fuerte a ti, pero sobreviví.
- Porque tú también eres fuerte y hermoso, deja de ver eso sólo en los demás y también reconócetelo a ti mismo, Stan.
- Puede ser, pero es innegable que tú tienes de dónde agarrar –Dijo con diablura, pellizcándole el trasero.
- ¡Stan!
- Un poco de picante para balancear tanta dulzura.
- Qué manera de cambiar el clima... Pero está bien, te lo perdono porque eres tú.
- Qué nivel –Dijo con soberbia.
- Más bien eres incorregible.
- Bien que te gusta, preciosa.
Se miraron desafiantes y apenas conteniendo la sonrisa, hasta que estallaron en una risilla cómplice. Kohaku se volvió a dar la vuelta, pegando su espalda el torso de Stan, y él la envolvió en un gran abrazo, manteniendo la sonrisa de puro contento.
La sugerencia de Stan fue muy acertada, ya que apenas Kohaku hizo los llamados correspondientes, se encontró con el que a las mujeres les encantó el plan, tanto a las alumnas como a la profesora. Organizaron tres clases semanales, y para el resto de los días de la semana la rubia se compró la pelota grande de entrenamiento y repitió los ejercicios aprendidos por su cuenta. Era innegable que a la par de su entusiasmo, también se cansaba más rápido y seguido, no era broma el cargar con su panza de embarazada cada segundo del día hasta para las cosas más sencillas. Incluso vestirse empezaba a ser incómodo, ponerse medias o zapatos. Por lo que le ponía mucha voluntad a seguir moviendo activamente su cuerpo y encontrar inspiración en nuevas tareas y acciones, aceptando que su ritmo sería cada vez más aletargado hasta que diera a luz, lo que estaba cada vez más cerca con el paso de las semanas.
A Kohaku le animaban mucho las visitas de sus amigos y familia, tanto las que recibía en su casa como cuando ella se metía en el coche e iba a ver a los demás. Tampoco manejar le estaba resultando fácil con el tamaño tan grande de su vientre, y se aseguraba de ir despacio para evitar sobresaltos. Stan siempre quedaba muy preocupado y la llamaba seguido durante sus horas de trabajo cuando sabía que ella iba a salir, alegando que, si sentía fatiga, calambres, esas suaves contracciones que le ponían la panza dura, o repentinas ganas de ir al baño, no tenía nadie que la ayudara. Sin embargo, el rubio le dejó el coche para su entera disponibilidad, viajando él en su moto, excepto días de lluvia. Claro que había hecho unos secretos llamados a los amigos en común y familiares, para pedirles que evitaran que Kohaku fuera la que tuviera que viajar, o que lo hiciera acompañada.
Cuando comenzó el mes de Mayo, la ansiedad y expectativa en la pareja comenzó a sentirse. Kohaku estaba en la semana treinta y ocho, lo que significaba que también podría anticiparse el parto en cualquier momento hasta la semana cuarenta, y hasta podría extenderse, no podían saberlo. Stan ya se había pedido en el trabajo como licencia desde la segunda quincena de ese mes y todo el de Junio completo, pero la incertidumbre de esas dos semanas que faltaban lo ponían un poco nervioso. Eso hacía reír con compasión a Kohaku, y con humoradas tiernas cuando ella empezó a hacerle masajes a él para relajarlo un poco.
En algo que compartieron la ansiedad y la sensación de control fue en ya tener preparado el "bolso de maternidad", con un poco de todas las cosas necesarias que les habían recomendado tener para cuando se instalaran esa semana en el centro maternal, tanto para la bebé como para ellos. También acordaron con Kokuyo y Ruri que les llevarían a Sam y Aki a su casa, ya que entre ellos dos podían turnarse para que los animales no quedaran solos mucho rato.
Unos días después, el sábado por la tarde, la pareja estaba de paseo en coche junto a Sam, seguían aprovechando salidas cortas a parques más alejados para disfrutar la vista de los últimos días de la temporada de florecimiento de árboles de cerezo, de las pocas variedades que seguían luciéndose. Kohaku notó que Stan miraba discretamente el teléfono cada unos pocos minutos, y tenía una sonrisa contenida y misteriosa en el rostro. La joven se aguantó la curiosidad, hasta que no pudo resistirse.
- ¿Qué está llamando tanto tu atención? Si tienes algo pendiente podemos volver, Stan.
- Todavía no, en unos minutos –Se apuró en contestar, un tanto nervioso– Demos unas vueltas más, la tarde está bonita para pasear, hay que aprovecharla.
- No lo tomes a mal, pero si chequeas tanto el teléfono y no es algo urgente, no estás aprovechándolo tanto como dices.
- Touché –Sonrió tenso y con culpa, y guardó el celular en el bolsillo– Perdona, preciosa, tienes toda la razón.
- Tampoco quiero estirarlo tanto, me están dando ganas de ir al baño otra vez, y me duele un poco la espalda, me quiero sentar.
- Podemos ir a la confitería esa que te gusta tanto, comprar un pastel para llevar a casa, y aprovechas para ir ahí así te alivias, luego volvemos. ¿Qué dices?
- Sí, está bien.
Kohaku tenía sus dudas de por qué tenían que hacer esa parada extra cuando podían volver directamente a la casa, pero no iba a decirle que no a un buen pastel, en especial porque sabía que luego de que naciera Saori iba a tener los dulces más limitados por un tiempo, según la estricta alimentación natural que tendría en el centro de maternidad. Hicieron ese desvío, y podía oír el teléfono de Stan zumbando seguidamente en su bolsillo, pero él se contuvo de revisarlo.
Regresaron a su hogar una media hora después, Kohaku notó que Sam olfateaba el aire y el piso con mucha intensidad mientras se acercaban a la puerta, algo que no solía hacer. Ni bien entraron, tanto ella como el perro se sobresaltaron cuando se encontró con que había unas cuántas personas dentro, saludándola con un grito emocionado.
- ¡Ay, no me asusten así que van a adelantarme el parto! –Exclamó entre sonriente e indignada mientras se tocaba el abdomen, cuando los reconoció– ¡¿Qué es todo esto?! ¡¿Qué hacen aquí?!
- ¡Jaja! ¡Te preparamos una última fiesta para darte nuestros mejores deseos antes de que nazca la bebé!
Ryusui fue el que se adelantó de entre el grupo para explicar la situación. Kohaku miró alrededor, encontrándose a todos sus mejores amigos, además de su familia. A algunos no los veía hacía meses, por lo cual estalló de emoción y alegría al reencontrarse. Tsukasa, Nikki, Kirisame, Chrome, Ruri, Kokuyo, Yuzuriha, Amaryllis y Mozu. Antes de acercarse a saludar, volteó la cabeza para mirar a Stan, que tenía una radiante y satisfecha sonrisa, obviamente él la había organizado en secreto y por eso andaba tan pendiente de su teléfono.
- ¿Cómo entraron aquí? –Preguntó Kohaku mientras los saludaba uno a uno, abrazándose torpemente y de costado porque su enorme vientre le impedía hacerlo con normalidad.
- Aquí los cómplices culpables, hija –Contestó Kokuyo, mostrando en alto la copia de las llaves de la casa, y señalando a Ruri.
- Sí que me sorprendieron, no lo esperaba, y... ¡Ooooooooooh!
La exclamación de sorpresa de Kohaku vino de encontrarse con una enorme y bonita pancarta hecha a mano, con el nombre Saori bordado en el medio, seguramente obra de Yuzuriha. También había globos color pastel y dorados, unos floreros con grandes y hermosos ramos de flores en la sala, y una mesa dulce con cupcackes, sándwiches y té listo para servir.
- ¿Ustedes hicieron todo esto? ¡Qué bonito! –Dijo Kohaku, emocionándose al borde de las lágrimas.
- Un improvisado "Babyshower" para ti, mi amor, no podía faltarte este recuerdo y mimo para animarte en estas últimas semanas, y como agradecimiento porque no es nada fácil gestar a nuestra princesita –Explicó Stan, rodeándole la cintura.
- Oh, muchas gracias, a todos... Es tan especial.
- En esa montaña de allí les dejamos más regalos para los tres, que los disfruten –Dijo Tsukasa, mirándola con cariño.
- ¡Ay! ¿Más? Ya fueron muy generosos con todos los regalos.
- Siempre puede haber más, y los merecen –Acotó Ryusui chasqueando sus dedos con entusiasmo– Saori va a ser la niña más consentida, la primera ahijada del grupo. No le va a faltar nada.
- Eso no lo dudo –Asintió Kohaku con una risilla– Aunque no sé si podrán competir con Stan.
- La princesita de papá, no dejaré que tenga ojos para nadie más –Bromeó el susodicho.
Todos rieron al coincidir que así sería, y tomaron asiento para empezar la bonita y tranquila fiesta. Se tomaron turnos para sentir los movimientos y pataditas de la bebé en cuanto Kohaku avisó que se había despertado, ya era fascinante ver los movimientos de la panza a simple vista, pero sentirlo era aún más impresionante. No querían ser intensos, alguno más tímido que otros, aunque Kohaku estaba tan emocionada y agradecida por lo dulces y generosos que habían sido todos que estaba más que predispuesta a compartirlo.
- Estoy extrañando mucho los entrenamientos con mi mejor discípula –Dijo Tsukasa, apoyándole la mano en el hombro a la rubia, mientras con la otra acariciaba a Aki que ronroneaba en su regazo, la gata tenía predilección por él.
- ¡No me lo recuerdes! –Contestó Kohaku con nostalgia– No hay día que yo misma no lo haga, no quiero ni imaginarme lo difícil que va a hacer volver a ponerme en forma y recuperar mi fuerza nuevamente.
- Olvídate de eso y disfruta de tu hija, te sobrará tiempo para volver a entrenar y ser la mejor luchadora otra vez.
- ¡Ja! ¡Claro que sí!
- ¿Cómo estás llevando estos últimos meses de embarazo?
- Hay días buenos y días malos, pero últimamente me es difícil mantenerme de buen humor porque todo me cuesta mucho, agacharme o recoger algo que esté a la altura de mis rodillas es toda una odisea... Ni hablar de dormir bien de noche, ni puedo estar recostada o sentada en la posición mucho rato, aunque tampoco me aguanto estar de pie más de una hora sin descansar las piernas. Me tomo mi tiempo para entrar y salir del coche... en fin, todo sea por conocer pronto a esta pequeña Snyder.
- Suena duro –Intercedió Chrome frunciendo el ceño, que estaba escuchando de cerca.
- Y que lo digas. No puedo esperar a tenerla, no me importa cuánto duela el parto, seguro es más rápido que todo esto, todos los días y a toda hora.
- Papá, ¿cómo llevó mamá nuestro embarazo? –Preguntó Ruri con curiosidad, ya que nunca habían hablado de eso antes.
- Bueno... Es tal como lo que cuenta Kohaku, los últimos meses fueron los más difíciles. Como tú fuiste la primera, era todo nuevo y estábamos mucho más ansiosos, pero con tu hermana ya sabíamos qué esperar, y el parto fue más rápido y menos doloroso. Kohaku tiene suerte de que Stan la pueda acompañar tanto, en especial en las próximas semanas, yo no pude dejar el trabajo más allá de una semana en total.
- Suele ser lo normal, Kokuyo –Acotó Stan– Yo me tomé esta licencia especial de un mes sin goce de sueldo porque tenemos los medios para sustentarlo, y sé que es el mes más difícil el primero, hasta que nos acomodemos a la nueva rutina.
- Stan, "rutina" será una palabra que no podrás volver a decir al menos hasta el cuarto mes de vida de tu hija, lo siento –Dijo el padre con una sonrisa tensa– Aunque de seguro ayudará mucho a que se adapten, y para que Kohaku pueda descansar más.
- Me estás tentando a que extienda esa licencia, Kokuyo.
- Stan, no, olvídalo –Negó Kohaku– No estaré sola. Cuida tu trabajo, por favor, los privilegios que te toleran seguro tienen un límite, más en el ámbito militar.
- De acuerdo, de acuerdo –Resopló el estadounidense.
Continuaron conversando y comiendo un rato más, hasta que llegó la hora en que algunos tuvieron que irse, Ryusui y Chrome entre ellos. Cuando Kohaku oyó al castaño decirle a Ruri "te espero en casa, ¿tienes las llaves?", sus ojos se abrieron mucho y trató de disimular, aunque apenas pudo contener la curiosidad de lo que eso significaba. Despidió a dichos invitados, y antes de sentarse le hizo un gesto a su hermana para que se acercara.
- ¿Necesitas algo, Kohaku?
- ¡Sí, que confieses!
- ¡¿Eh?! –Preguntó sorprendida la mayor.
- ¿Estás viviendo con Chrome? Perdón por la indiscreción, pero oí algo de que tienes las llaves de la casa de él.
- Ah, eso... Eeh... –Murmuró sonrojada Ruri– Todavía no, tengo sus llaves, aunque estamos esperando a que nazca Saori, ya que papá y yo te prometimos cuidar a tus mascotas. Pero ya me lo propuso.
- ¡¿Casamiento?! –Exclamó en un susurro fuerte, boquiabierta.
- No, no. Bueno... Ya sabes que Chrome dice las cosas de forma muy casual, no es tan romántico como Stan, que piensa todos los detalles.
- Espera, ¿eso significa que sí dijo algo de casarse contigo?
- Lo mencionó al pasar, como dándolo por sentado, luego de preguntarme si quería dejar la casa de papá y mudarme con él. Pero todavía no, solamente vamos a empezar a convivir. Antes de casarnos él quiere terminar los estudios de su carrera científica.
- Es buen plan, aunque... Dios, no puedo creer lo torpe que es ese crío.
- ¡Es un buen chico, hermana, no seas mala con él! –La amonestó Ruri.
- Mientras tú seas feliz, Ruri, se lo dejaré pasar. Pero si papá oye esto...
- No le digas nada, por favor. Sí sabe que voy a mudarme con él, pero no le dije de lo otro. Estoy segura que va a ponerse feliz, pero mejor de un paso a la vez, ya tiene bastante ansiedad y emoción con que la bebé nacerá pronto, y está un poco triste de que va a quedar solo en casa.
- Stan y yo hemos cumplido cada año con la cuota de sorpresas inesperadas, es verdad –Dijo Kohaku con picardía, luego suspiró– De todas formas, me pone muy feliz por ti, te felicito.
- ¡Gracias, hermana! –Ruri le dio un fuerte abrazo.
- Volvamos con los demás, antes de que se den cuenta.
La noticia de su hermana mayor alegró mucho a Kohaku, les deseaba toda la felicidad y sabía que Chrome iba a cuidarla y quererla mucho a Ruri, pese a lo torpe que era, el chico era muy atento y dulce a su forma. Tuvo la sonrisa dibujada en su rostro pese al cansancio habitual del fin del día, que había resultado muy movido. Siempre muy atento y perspicaz, su esposo se percató de dicho cansancio en la expresión de sus ojos, y con mucho tacto agradeció y sugirió a los invitados que quedaban que había sido un bonito festejo. Se despidieron con cariñosos abrazos llenos de los mejores deseos, ya que para la mayoría esa sería probablemente la última vez que la verían antes del parto.
Las siguientes dos semanas sucedieron sin sorpresas ni inconvenientes, más allá de la creciente incomodidad de Kohaku por lo limitada que se sentía en varios aspectos. En cuanto comenzó la semana siguiente, que correspondía a la número cuarenta del embarazo, Stan comenzó su licencia y la acompañaba como su sombra, exceptuando cuando salía a hacer las compras o los varios paseos diarios de Sam. Si bien era un alivio para la rubia contar con él a toda hora, cada tanto sus volátiles humores hacían acto de presencia y se mostraba exasperada con la sobre-protección de su esposo, que no la dejaba hacer prácticamente nada que le supusiera un esfuerzo, o la ayudaba en todo. Para no luchar con el desafío de vestirse cintura para abajo, Kohaku llegó al límite de su paciencia y empezó a usar vestidos o faldas, aprovechando que el clima primaveral era benevolente esos días, y eso aligeró su humor notablemente.
Lo único que los puso un poco nerviosos fue que esa semana casi terminó y no había habido señales del inminente parto, a pesar de que la doctora Hiroko los tranquilizó diciendo que solamente se consideraba tardío si pasaban dos semanas más. El sábado por la tarde, mientras Kohaku hacía unos ejercicios sentada sobre su pelota gigante gimnástica para no estar tan ociosa y con la mente inquieta, tuvo de pronto una curiosa sensación de "bajada" como cuando estaba en su período, caminó con inquietud al baño a chequear qué había sido, evitando alarmar a Stan. Cuando comprobó que tenía en su ropa interior una secreción rosada y recordó lo que le había advertido la doctora, mantuvo la calma a pesar de que el corazón se le había acelerado, y se dirigió a la sala para avisarle a su esposo, que estaba sentado leyendo un libro en el sillón individual.
- Stan, puede que hoy o mañana tengamos que ir al centro de maternidad, voy a llamar para avisar –Dijo con toda la serenidad que pudo.
- ¿Segura? Dijeron que sólo teníamos que ir si sentías contracciones recurrentes.
- Bastante segura, porque acabo de soltar el "tapón".
Al oír eso, gradualmente los ojos de Stan se fueron abriendo de una forma que no pudo evitar causarle gracia a Kohaku, mientras veía cómo el libro se resbalaba de las manos del hombre. Antes de que intentara levantarse, la rubia se acercó con las manos extendidas hacia él, sonriéndole para tranquilizarlo.
- ¡No te exaltes, todavía no nacerá! –Advirtió Kohaku– No tengo ningún otro síntoma de estar empezando el trabajo de parto, hagamos nuestra vida normal hasta que haya otra señal.
- Bien, bien... –Resopló fuerte una vez, y luego hizo varias respiraciones seguidas, el corazón le latía a mil.
- ¿Estás con contracciones, mi amor? –Bromeó la rubia– Respira hondo, tú puedes. Uno, dos...
- Te haces la graciosa, pero ya quiero verte cuando tú estés realmente en esta situación –Contestó Stan, picado, y la atrajo hacia él para hacerla sentarse en su regazo.
- Al menos déjame bromear ahora, mientras sea divertido.
Se mantuvieron unos minutos así sentados, Kohaku se recostó más sobre él para apoyar su cabeza contra el cuello de su esposo.
- Ahora sí es la cuenta regresiva, y conoceremos al fin a nuestra princesita –Susurró Stan, acariciándole el vientre.
- Sí. Trato de mantenerme tranquila gracias a todo lo que leímos y nos preparamos, pero tengo un poco de miedo de qué sucederá, no sé qué esperar.
- Estarás bien, eres la mujer más fuerte que conozco. Y mira –La agarró por las caderas juguetonamente– Los partos son más benevolentes con las caderas anchas, no lo digo yo, lo dice la ciencia.
Kohaku rió ante ese comentario, y abrazó a Stan por el cuello.
- Estaremos bien, sólo prométeme no ponerte más nervioso que yo, por favor.
- Haré mi mejor esfuerzo, preciosa.
Pese a ese suceso que los mantuvo al vilo desde ese entonces, no hubo otra eventualidad significativa durante el resto de la tarde, sabían que lo próximo podía ser la rotura de fuente, y en ese caso sí tenían que comunicarse con el centro para ir lo antes posible.
Les costó dormir más de lo habitual esa noche, ya que tenían la incertidumbre de si pasaría algo durante esas horas, esa espera sin nuevas señales era lo peor. A la mañana siguiente desayunaron muy temprano a pesar de ser domingo, la ansiedad les impedía seguir remoloneando, necesitaban mantenerse activos y ocupar la mente en otra cosa. Sam se acercaba a uno y el otro, moviendo la cola y rogando atención, esperando que lo sacaran a pasear.
- Perdona, Sam, pero no podemos salir hoy –Musitó Stan con culpa, rascándole las orejas
- ¿Por qué no? Sácalo a dar unas vueltas, Stan.
- ¿Y si me voy y justo tú empiezas el trabajo de parto? Sucederá hoy o mañana. No te voy a dejar sola justo ahora, cuando estuve toda la semana contigo.
- Puedo llamarte y vuelves, no te preocupes. Tampoco es tan instantáneo como que nazca la bebé en media hora, sé realista, lo aprendimos en las clases.
- Jugaré con él en el jardín.
- ¡No! Sácalo a pasear, Stan, y si no lo haces tú, lo haré yo.
- Ni hablar, no seas ridícula. Es un perro grande con fuerza, por más bueno que sea, si te jala fuerte o te tropiezas sería un problema.
- Entonces sé razonable y hazlo tú, mínimo tres vueltas a la manzana, no te vas a alejar nada. Además, pobre Sam, no podrá vernos por una semana.
- ... Ok, tú ganas.
- No, gana Sam -Se acercó para besarlo- Gracias, tú también eres un buen chico.
A regañadientes, aunque sabía que su esposa tenía razón, fue a buscar la correa de Sam y se la enganchó al collar. El perro no podía estar más feliz, agitando su larga y peluda cola a lo alto. Cuando Stan abrió la puerta de entrada, Kohaku se enganchó a su brazo, sonriéndole.
- Los acompaño en unas vueltas, me dieron ganas de pasear un poco, yo también estaré muy encerrada los próximos días.
Aunque estaba a punto de protestar, se contuvo al ver la mirada tan bonita y anhelante de Kohaku, no podía decirle que no cuando lo que decía era cierto, y más con lo que sabía que ella disfrutaba el aire libre.
Al final, Kohaku los acompañó en las tres vueltas, y luego se plantó en la puerta y le dijo a Stan que diera algunas más con Sam y a un ritmo mucho mayor, ideal para el ejercicio del perro, mientras ella se quedaba allí en la puerta, sentada en una silla que sacaría afuera. El ánimo positivo de la rubia -algo que le era esquivo últimamente -terminó por contagiar a Stan, que accedió con una sonrisa, con la condición de que ella lo recibiera con un buen beso al terminar cada vuelta. El hombre y su perro emprendieron el nuevo ejercicio a un ritmo de trote ágil, que Sam siguió encantando, su sedoso y largo pelo ondeando hermosamente.
Hicieron así otras cuatro vueltas, hasta que los dos jadeaban un poco, y recién entonces Kohaku se puso de pie y entraron a la casa.
- ¿Estás menos ansioso ahora? -Preguntó Kohaku con una sonrisa pícara.
- ¿Por eso lo hiciste? Nada mal, me engañaste. Pero sí, me hizo bien el ejercicio para aflojar.
- Lo hice por los tres. Ahora toca mimar a Aki para compensar, mientras tú te bañas.
- Estás mandona, ¿eh? ¿Prácticas de madre?
- ¡Ja! Puede ser, porque ya sabemos que el que va a ser más blando con nuestra hija serás tú. Ahora ve, luego yo quiero darme un baño caliente también.
- Sí, señora.
Tanto el ejercicio como el baño resultaron muy relajantes para ambos, una buena decisión para liberar tensiones, y al rato empezaron a preparar el almuerzo juntos. Esas comidas las estaban haciendo justas para que no sobrara, y manteniéndolas sanas, con algún toque especial para consentirse, fiel al disfrute especial de fin de semana. Stan estaba cocinando las verduras, y Kohaku lo ayudaba con otras pequeñas preparaciones, mientras se quedaba sentada cerca. Se estaba masajeando el abdomen ya que tenía unas sensaciones peculiares, como de cosquillas internas. Algunas le "pinchaban" más que otras, pero como no eran contracciones dolorosas ni frecuentes, no le dijo a Stan.
- Amor, ¿me pasas el frasco de furikake? Le va a quedar bien a este salteado.
- Sí, ya voy.
La rubia se levantó y se dirigió al estante superior que tenía a su izquierda. Como era más baja que Stan, tuvo que ponerse de puntillas, algo que no solía ser un problema. Alcanzó el frasco, aunque frunció el ceño cuando sintió algo difícil de describir, pero que la dejó quieta un momento.
- ¿Kohaku? –Preguntó Stan, notando su repentina quietud.
- Ah, perdón, es que estoy sintiendo un cosquilleo nuevo, como pellizcos, pero estoy bien. Ten, aquí tienes.
- Gracias –Recibió el frasco, y se le quedó mirando– Cuento con que me digas si algo cambia, ya sabes...
- Si te dijera cada cosa que siento a cada minuto, no pararía de hablar –Dijo con una sonrisa nerviosa– Pero no duele, así que todavía estamos bien.
Stan asintió en silencio, aunque desde ese momento no le quitó los ojos de encima mientras cocinaba. Ella se había vuelto a sentar, sin dejar de masajearse la cintura y el abdomen. Unos minutos después terminó de cocinar, y empezó a servir el almuerzo en los platos que tenía preparados.
- ¿Quieres llevar la botella de agua y los vasos a la mesa?
- Sí, claro.
Ni bien se levantó, de pronto se quedó congelada en el lugar una vez más cuando una sensación mucho más notoria se hizo presente. Le hizo acordar a la "catarata" que a veces le bajaba en su período en cuanto cambiaba la posición de estar sentada a parada, sólo que se hizo una clara idea de qué podía significar en ese momento. Soltó un jadeo ahogado, y miró a Stan a los ojos, que ya la estaba mirando de regreso con atención, muy quieto también, a medio accionar de lo que estaba haciendo.
- Stan... Creo que...
Bajó una mano para tocarse los muslos internos, y se encontró efectivamente con que estaban húmedos con un líquido transparente que había chorreado de su ropa interior.
- Sí... Oh, dios.
Se miraron a los ojos unos segundos mientras procesaban lo que estaba ocurriendo. Ninguno encontró su voz en los próximos segundos, tenían la garganta seca por igual. A falta de hablar, Stan dio un rígido paso hacia ella, y le tomó la otra mano, asintiendo. Tuvo que carraspear para encontrar su voz nuevamente, y apenas salió un fino hilo de voz.
- ¿Llamo por teléfono a la partera del centro?
- Sí, así dijeron.
A pesar de que por dentro era un torbellino de emociones y se estaba esforzando por no temblar de nervios y de la emoción, Stan sacó lentamente su teléfono y buscó en la agenda el contacto. Su respiración acelerada delataba su fingido auto-control, cerró los ojos por un momento mientras oía los tonos de espera de la llamada, mientras tragaba duro. Cuando la voz contestó al otro lado, habló con el tono más sereno que pudo manejar.
- Buenos días, somos la familia Snyder, Kohaku y Stanley. Mi esposa acaba de romper aguas... No tiene contracciones, sólo mencionó un cosquilleo como pellizcos –Se quedó en silencio mientras oía a la mujer– Sí, está aquí conmigo, ya le paso.
Le alcanzó a Kohaku el teléfono, diciéndole que la partera quería hablar con ella. La rubia se lo puso al oído y luego de saludar empezó a responder las preguntas que le hacían, para después contestar brevemente, como si estuviera siguiendo indicaciones. Luego agradeció y cortó.
- ¿Qué te dijo? –Preguntó Stan con apremio.
- Que me quede tranquila, Saori tendría que nacer dentro de las próximas veinticuatro horas, pero no tenemos que ir todavía hasta que no tenga contracciones de forma regular cada cinco minutos, así que tengo que tomar el tiempo en cuanto las sienta. Voy a seguir soltando el líquido así que tengo que poner una toalla donde sea que me siente o recueste.
- Entonces, ¿sólo queda esperar?
- Sí. Comamos ahora, tengo que aprovechar que todavía no tengo contracciones fuertes. Por suerte hiciste algo ligero de digerir.
Luego de decir todo eso de forma segura y mecánica, Kohaku apretó los labios y se acercó a Stan para abrazarlo con fuerza, dejando salir un suspiro que sonó casi como un sollozo. Él la abrazó a su vez, conteniéndola, y susurrándole dulcemente que todo iba a salir bien y que no se alejaría de ella, que se concentrara en lo poco que faltaba para darle la bienvenida al mundo a su hija. El nudo en la garganta lo tenían ambos, el abrazo también era un consuelo mutuo para calmarse y confiar. Cuando estuvieron más tranquilos, Stan fue a buscar la toalla para poner en el asiento de Kohaku, y ella llevó el agua y los platos de comida a la mesa.
Comieron en silencio, manteniendo una mano entrelazada con la del otro por encima de la mesa, en una mínima caricia que seguía ofreciéndoles calma y seguridad. No pasaron menos de dos horas hasta que Kohaku sintió la primera contracción ya un poco más dolorosa, y la siguiente llegó a la media hora. Aplicando los recursos aprendidos para prepararse y reducir el dolor, optó por hacer algunos sencillos ejercicios de yoga, deteniéndose para respirar de forma profunda y controlada cuando la punzada de dolor volvía, que todavía era relativamente leve. Stan se mantenía cerca sin agobiarla, acercándose sólo en el momento en que ella lo miraba o extendía su mano hacia él.
Así pasó la hora siguiente, durante la cual mandaron mensajes al grupo de amigos para avisarles, y hablaron por teléfono con Kokuyo y Ruri. Cuando las contracciones se redujeron a un lapso de veinte minutos al cabo de otra hora, Kohaku empezó a alternar entre sentarse sobre la pelota gimnástica para hacer movimientos circulares con la cadera, y caminar alrededor de la sala, apoyándose contra la pared o poniéndose en cuclillas para sobrellevar las molestias que ya eran imposibles de ignorar, pero todavía le permitían hablar mientras las sentía.
Para cuando se hicieron las seis de la tarde y la expresión del rostro de la joven reflejaba su profunda incomodidad, Stan ya estaba junto a ella ayudándola con masajearle el sacro, las lumbares y las caderas, aplicando presión con sus manos de una forma específica según había aprendido, lo cual funcionó de maravillas para aliviarle el dolor y relajarla un poco. También probó con ayudar a "encajar" a la bebé, abrazándola por detrás mientras le levantaba y presionaba un poco la panza desde abajo y hacia dentro, firme y a la vez con mucho cuidado. Todo ese apoyo de su esposo, a la par de expresiones dulces y amorosas, tuvo un muy beneficioso efecto en Kohaku, que hasta se permitió sonreír.
- Qué buenas manos tienes, Stan –Murmuró con alivio.
- No es la primera vez que lo oigo de ti, pero sí está en mi top tres de las más satisfactorias –Respondió con un tono acaramelado y juguetón.
- No me quiero reír porque me aprieta más la panza, pero fue gracioso.
- Lo sé, fue esa la intención. Aunque de verdad, es la primera vez que te toqueteo tanto de la cintura para abajo, te tengo casi de perrito hace un par de horas y te oigo gemir, pero no hay ni un pensamiento indecente en mi cabeza.
- Ni yo, bienvenidos a ser padres –Rió por lo bajo con resignación, a la par de su esposo.
Cuando poco más de otra hora después las dolorosas contracciones alcanzaron ese breve lapso de aparecer cada cinco minutos y duraban alrededor de medio minuto, hicieron un nuevo llamado al centro de maternidad para avisar que estaban yendo, y luego a la familia de la joven para pedirles que fueran a buscar a Sam y a Aki para llevarlos a su casa. Agarraron los dos bolsos ya preparados, uno con las cosas de la bebé y el otro con las de ellos, y se subieron al coche. Por suerte el viaje no duraba más de veinte minutos, por lo que llegaron al centro sin que la situación cambiara demasiado, aunque Kohaku se estuvo retorciendo bastante en el asiento y resoplando con fuerza. Más tranquilos de que ya estaban allí asistidos por las expertas mujeres, se ingresaron y pudieron acomodarse en la habitación privada que tenían para ellos.
Al rato llegó la matrona para revisarla y hacerle unas preguntas, recomendándole que se quedara parada o sentada para ayudar a la bebé a seguir bajando con ayuda de la gravedad, pero que no se recostara a excepción de breves ratos, y que tratara de cambiar de posición con frecuencia. También le sugirió a Stan que siguiera con los masajes, caricias y que le ofreciera un apoyo firme durante las contracciones, las hormonas de bienestar harían su efecto para aliviar el dolor de su esposa. Él asintió con seguridad y manteniéndose sereno, pero le partía por dentro ver las expresiones de sufrimiento y los largos y angustiosos gimoteos eran un puñal en su propio estómago.
Lo peor llegó alrededor de las nueve de la noche, cuando las contracciones eran cada uno o dos minutos, y duraban alrededor de un minuto y medio. Kohaku estaba ya al borde de las lágrimas de tanto dolor intenso y continuo, cada vez más difícil de soportar, dejando salir ya sin intentar contener los gritos y gemidos guturales, y tenía tanto calor que se había quedado sólo vestida con su brasier. Stan le secaba el sudor del rostro y del cuerpo, sin soltarle la mano para ofrecerle ese sostén.
- Respira hondo, preciosa, falta poco.
- ¡Ya no lo aguanto, quiero que se termine y salga de una vez! –Exclamó angustiada– ¿Cuánto falta?
- Sólo le quedan dos centímetros de dilatación, señora, en menos de dos horas empezará la última fase del parto –Informó la partera que los acompañaba desde hacía un buen rato.
- ¡¿Dos horas más así?! ¡No! –Gimoteó.
- Amor, concéntrate en que pronto conoceremos a nuestra hija, piensa que cada contracción la está acercando más a nosotros. Imagínala que...
- ¡No puedo ni pensar ya! –Lo interrumpió, dejando salir un sollozo– Te lo voy avisando, olvídate de la familia grande que soñabas, no pienso pasar por esto más de dos veces.
- No te preocupes... Me está costando tanto verte así, que tampoco quisiera hacerte pasar por esto más de una segunda vez. Sólo puedo agradecerte mucho por este gran esfuerzo, mi vida.
Con mucha suavidad, Stan le dio el beso más largo y amoroso que pudo mientras entrelazaba los dedos de sus manos con fuerza. Eso la calmó un poco por el momento.
- Quiero tener a Saori en mis brazos de una vez –Susurró, respirando hondo después.
- Así será, sólo un poco más y así será.
La siguiente hora y media fue la más dura y sufrida de la vida de Kohaku, que había cambiado de posición para sentarse en el suelo apoyada sobre sus rodillas, su cuerpo inclinado hacia adelante y abrazada al cuello de Stan, mientras una partera la masajeaba. Luego de una contracción especialmente larga y dolorosa que aturdió el oído del estadounidense, la rubia jadeó y respiró aceleradamente, mirando a la mujer que la asistía.
- Siento ganas de pujar, siento que... ¡Aaaaaah!
- Confíe en su instinto, si realmente su cuerpo se lo pide, óigalo. Voy a buscar a la matrona.
- Por favor, por favor...
Apenas dos minutos después, la experta mujer llegó, junto con otras tres parteras más que con mucha eficacia prepararon todo y se ubicaron alrededor. Se dirigió a Stan con una sonrisa educada.
- Señor Snyder, ¿quiere asistir a su esposa?
- Por supuesto. Díganme cómo puedo ayudar.
- Colóquese detrás de ella, por favor. Sosténgala con firmeza por debajo de los brazos para ayudarla a quedarse en cuclillas.
Stan acató inmediatamente la indicación, y ni bien se acomodó allí, Kohaku lo miró con desesperación y entrelazó sus dedos juntos, apoyando su espalda contra el pecho de él.
- Stan, no te alejes, ni me sueltes, te lo ruego.
- No lo haré. Te tengo, preciosa.
La matrona también se colocó en posición, entre las piernas de Kohaku, extendiendo sus brazos y palpando la entrepierna de la joven.
- Ya está asomando, concéntrese en pujar lo más fuerte que pueda cuando lo sienta, no se apure, y no contenga la respiración. Al contrario, suelte el aire a medida que puje. Conéctese con su cuerpo y con su bebé, yo la asistiré, pero usted confíe en su instinto y su intuición.
La joven asintió en respuesta, muy nerviosa de que dependiera de su completa inexperiencia, además de que todo lo que había leído y practicado en las clases se le había borrado de la mente en ese momento, estaba en blanco. Stan la sintió tensarse mucho, y le dio unos suaves besos en el cuello para tranquilizarla, antes de susurrarle al oído.
- Mi amor, tú puedes, no dudes. Recibamos a nuestra princesita, y muéstrale la mami fuerte que eres, ¿sí?
- Sí... Sí –Asintió con vehemencia.
Kohaku respiró muy profundo para juntar fuerzas y aclarar la mente. Era difícil serenarse porque sentía un dolor que no tenía comparación en toda su vida, sentía fuego puro, por dentro y por fuera. Más allá de coordinar los pujes con su respiración, encontró que gritar era bastante liberador, incluso sus exclamaciones de alguna forma la ayudaban a sobrellevar el dolor y a guiar su fuerza. Era como un grito de guerra, sólo que en ese caso era más bien uno de amor.
Stan se consideraba un hombre muy fuerte que podía aguantarlo todo y que pocas cosas podían impresionarlo ya, dado lo que había visto en su vida. Sin embargo, su preparación mental sólo bastaba para controlarse a sí mismo y soportar su propio sufrimiento o emociones fuertes, no para escuchar los desgarradores gritos y expresiones del más agudo dolor a alguien querido, más allá de que la finalidad de esa experiencia fuera algo hermoso y único. Y el corazón por poco se detuvo de la sorpresa cuando se asomó y unos segundos después vio cómo la cabeza de su hija asomó entera de pronto, viendo su empapado y corto cabello rubio.
- Oh por dios... Kohaku... Ahí viene.
- ¡YA LO SEEEEEEEEEEEEEEEEE! –Gritó con otro puje.
- Perdón, yo... –Sacudió la cabeza, sonriendo de puro nervio, había dicho algo de lo más obvio– Estás haciéndolo muy bien, sólo un poco más preciosa, ya casi está aquí con nosotros –Le besó la sien, y le habló con dulzura– Te amo, te amo, tú puedes.
Kohaku asintió, y se animó a bajar la mirada mientras respiraba fuerte para recuperar algo de aire luego de los brutales esfuerzos que estaba haciendo, y quedó boquiabierta cuando alcanzó a ver la cabecita rubia.
- ¿Quiere tocarla? –Preguntó la matrona con calma.
- ¿Eh...? ¿Se puede? –La había sorprendido demasiado esa pregunta.
- Es su hija, señora Snyder, por supuesto que puede tocarla mientras la da a luz. Disfrute la experiencia del parto, más allá del dolor físico que conlleva.
Bajó la mano con un poco de duda, hasta apoyarla tímidamente sobre la coronilla de la cabeza que asomaba. Soltó un jadeo cuando sintió los finos y húmedos cabellos de la bebé, ese breve contacto fue muy emocionante y le dio una inesperada tranquilidad y fuerza interior, renovando su energía para poder sentirla entera a su pequeña.
Unos pocos minutos después salieron los hombros con otro fuerte impulso, y la matrona la alentó con que lo difícil ya había pasado. Kohaku bajó la mirada nuevamente al cuerpo parcialmente expuesto de Saori, y mientras respiraba con agitación volvió a repetir una vez más la caricia a lo largo del blando cuerpo, y dejó su mano suavemente apoyada para seguir en contacto. Reunió toda su fuerza en un último y fuerte puje, hasta que sintió muy claramente cómo la bebé había salido impulsada fuera por completo. Apenas alcanzó a procesar que ya había terminado de dar a luz a su hija y el dolor había cesado al instante, un inmenso alivio y emoción inundándola, cuando la matrona le acercó y apoyó a la bebé sobre su pecho todavía conectadas por el cordón umbilical, mientras cubría y limpiaba muy rápidamente a la pequeña.
No pudo articular palabra en un principio, sólo mirar a su hija, al fin conociéndola y sintiéndola en sus brazos. La emoción la abrumó, sus piernas flexionadas cedieron y se apoyó completamente sobre el cuerpo de Stan. Sabía que todavía faltaba un último paso, que le pinzaran el cordón y expulsara la placenta varios minutos después, pero nada más existía en ese momento. Era hermosa, lo más hermoso que había visto en su vida, y eso que no podía verla bien porque las lágrimas hacían borrosa su visión.
- Saori... Bienvenida, Saori, mi niña.
No quería apartar los ojos de su hija, pero lo hizo para mirar a su esposo, sobrepasada de amor y queriendo compartir esa conexión única juntos. Alzó las cejas y sonrió con ternura, el flamante padre ya estaba también con los ojos inundados de lágrimas y rebalsando por su rostro, los labios apretados para contener su emoción, y las manos que apoyaban en los hombros de ella temblaban como hojas.
- Oh, Stan...
Le dio un beso en el pecho, ya que no llegaba a su rostro por la posición en que estaba, y apoyó la cabeza contra él mientras juntos miraban embelesados a su hija. Con una breve interrupción al esperado e íntimo momento de conocer a la bebé, la matrona les habló a los dos con su afable sonrisa en el rostro.
- ¿Quisieran tocar el cordón umbilical antes de que lo pincemos? Es algo muy especial.
Stan y Kohaku asintieron, y la joven acomodó sus manos para poder liberar una y extenderla. En cuanto rodearon el cordón con los dedos, los ojos de ambos se abrieron mucho y quedaron maravillados, mirándose brevemente antes de volver la mirada al cordón.
- ¡Está latiendo! –Exclamó Stan, incrédulo.
- Así es, todavía es parte del bebé, es un órgano que conecta a la madre con su hijo. En cuanto deje de latir es que la placenta se desprenderá y se podrá expulsar.
- Es increíble, qué hermoso. Muchas gracias por esto, señora.
Soltaron el cordón porque querían quedarse con esa sensación tan vital y vibrante, y volvieron la atención a la bebé. Mientras ellos estaban perdidos en esa bella contemplación, la matrona y las asistentes seguían haciendo su trabajo de una forma muy armoniosa y suave. Kohaku acarició el cuerpo de Saori, que ya lloraba y gimoteaba sobre ella, y la acercó para darle unos suavísimos besos en la cabeza. La sobresaltó un poco cuando sintió el sollozo al fin liberado de Stan, y eso pareció devolverlo a la acción, ya que la rodeó con los brazos con firmeza y le plantó un largo beso en la mejilla, repitiéndolo en los labios de ella en cuanto giró un poco la cabeza.
- Gracias, mi amor, te agradezco la vida –Gimoteó el rubio, mirándola intensamente a los ojos, antes de volver a mirar a su bebé, y acariciarla delicadamente con sus dedos temblorosos por la emoción– Hola, princesita Saori, al fin podemos conocerte... Gracias por venir a este mundo.
Stan no podía esperar para tenerla en brazos, sentirla junto a su pecho también, pero al menos podía mantener su mano abrazándola junto a la de la madre, que Saori los sintiera a ambos. Pasaron unos diez minutos así, hasta que les avisaron que ya era el momento para Kohaku del último paso, con las últimas contracciones expulsara la placenta.
- Señor, si quiere sostener a su bebé mientras su esposa termina el trabajo de parto, le recomiendo que se abra o saque la camisa. Relajará a su hija, y fortalecerá su vínculo.
- Por favor, sí, estaba esperando por eso –Asintió con una sonrisa radiante y emocionada.
Esperó a que Kohaku se acomodara para soltarla del todo, y no dudó en quitarse la camisa por completo. Sus lágrimas habían remitido un poco, permitiendo ver con más claridad. En cuanto la joven le pasó a la pequeña con sumo cuidado, él la sostuvo firme contra su pecho, maravillándose de la cálida sensación y de lo liviana que era. La cubrieron con una manta calentita, dejándole sólo la cabeza por fuera, donde él también le dio un amoroso beso en la frente. Le bastaron unos breves segundos de mirarle el rostro y conectar con sus pequeños ojos azules, para sentir cómo las lágrimas volvían a abrumarlo y a inundar su visión. Parpadeó rápidamente para intentar librarse de ellas, no podía secárselas y Kohaku estaba ocupada con lo suyo, por lo cual trató de calmarse. No quería que las frías gotas molestaran a su pequeña, por lo cual levantó los hombros para secarse con ellos las mejillas.
Cuando creía haberse serenado, un nuevo gimoteo agudo y sentir las pequeñísimas manitos de Saori tocándolo y tratando de aferrarse a su pecho lo volvieron a emocionar. Se sentía demasiado feliz, pleno, maravillado con la vida, la luz volvía a inundarlo una vez más. De sólo pensar que poco menos de una década atrás muchas veces había deseado más la muerte que la vida, no esperaba nada bueno de lo que le quedaba por vivir, mientras convivía con las horribles imágenes en su cabeza de pérdidas y sangre, y estaba hundido en la creencia de que nunca podría volver a sentirse feliz, completo, y mucho menos ser profundamente amado por otra persona, ni él entregar su corazón. Cuan equivocado estaba, cuan hermosa era la vida cuando uno se decidía a apostar por ella, y cuan hermoso era amar, por lo cual estaba de verdad profundamente agradecido con Kohaku por haberlo devuelto a la luz, y darle toda esa maravillosa vida juntos. Estalló en un sollozo más fuerte e incontenible, no de tristeza, sino de pura felicidad y agradecimiento, y abrazó un poco más a su hija, que ya no lloraba.
- ¿Stan? –Preguntó Kohaku con preocupación, volteándose para mirarlo cuando lo oyó llorar así, aunque ella todavía estaba en proceso de lo suyo.
- Estoy bien. Estoy más que bien, tranquila –Contestó sonriendo ampliamente, sorbiéndose la nariz– Son buenas lágrimas, más dulces que saladas.
Allí en sus brazos estaba su pequeño y frágil retoño, tenía la certeza de que lo daría todo por ella, no valía la pena entregar su vida por unos pedazos de tierra, banderas o intereses de poder de otros, pero sí valía darlo de sí todo por amar y proteger a su familia, y quería que la vida fuera compasiva y generosa con él, y le diera mucho tiempo para vivir al máximo junto a ellas. Se animó a cambiar un poco el sostén de su bebé para dejar libre una mano, y así poder acariciarla entera, agarrando luego su diminuta manito y colando su dedo pulgar en el medio. Al instante Saori tuvo el reflejo de cerrar sus dedos con fuerza, Stan se moría por probar eso desde que lo había oído, y no alcanzaban las palabras para describir la sensación de amor y fuerza que lo embargaba. Acercó la manito a sus labios, y le dio un tierno beso mientras la miraba a los ojos, del mismo color que los de él.
- Saori Snyder, eres preciosa. Apenas van unos minutos que te conozco, y no te das una idea lo mucho que te amo... hija –Sólo decir "hija" lo volvió a estremecer de pies a cabeza con emoción, haciéndolo sonreír– Te prometo que te voy a proteger mucho, ahora que saliste al mundo tengo mi oportunidad de hacerlo también, así que puedes estar bien tranquila, y ser muy feliz, porque te voy a cuidar y amar cada día, esta es mi promesa contigo. Mami también, pero este es mi momento, luego ella va a acaparar tu atención.
Soltó una suave risa, y meció lentamente a la bebé, que estaba muy tranquila y adormilada, para su sorpresa, le extrañaba que no llorara o pidiera por su madre o por comida todavía.
- ¿Será que mi voz te relaja porque te suena familiar? Papi estuvo hablándote mucho tiempo a través de la pancita, para que supieras que también estaba allí contigo, y me reconocieras cuando nos encontráramos.
- Ella lo sabe, que tú eres su padre y que eres el que le decía esas cosas tan bonitas.
Stan levantó la vista y se encontró con que Kohaku ya había terminado todo, la estaban ayudando a limpiarse un poco el rastro sanguinolento de la entrepierna, además que la habían cubierto con una manta limpia y abrigada. Lucía completamente exhausta, aunque feliz, ya dispuesta a seguir admirando y vinculándose con su bebita. El rubio se acercó y se arrodilló para quedar a la misma altura, compartiendo un dulce beso más con ella.
- Es perfecta, ¿no es cierto?
- Sí, lo es. Gracias, Kohaku.
- Y gracias a ti, Stan.
- ¿Quieres recostarte? Necesitas descansar.
- Sí, estoy agotada, siento las piernas como gelatina. Saori se ve muy tranquila.
- Lo está, por suerte. No quisiera soltarla, pero tienen que pesarla antes de que quiera tomar el pecho por primera vez, los demás registros pueden esperar a mañana.
- ¿Qué hora es?
- Tengo el teléfono en mi bolsillo derecho del pantalón, ¿lo sacas? Desbloquéalo y podemos pedir que nos saquen un par de fotos, y luego ya terminamos con lo de pesarla y lo que necesiten hacer las parteras.
Kohaku encontró el aparato, y chequeó que eran las once y media de la noche, por lo cual Saori había nacido unos quince minutos antes, del día veintidós de Mayo. Le pidió a una de las parteras si podían hacerles el favor de sacar unas primeras fotos, las luces cálidas no ayudaban con la iluminación, pero al menos eran las primeras que tenían. La mujer accedió con simpatía, y no sólo le sacó a Stan una bonita foto, sino también hizo una filmación más cercana de la nueva familia. Cuando Saori volvió a llorar por tanto movimiento, la matrona aprovechó para llevársela para pesarla, medirla y ponerle un pañal, además de limpiarla un poco mejor, antes de devolvérsela a su madre.
En el ínterin, Kohaku se había recostado con ayuda de Stan en un futón de la habitación, al fin suspirando y relajando por completo su cuerpo. Él se había medio recostado junto a ella, abrazándose juntos y compartiendo unos tiernos besos, completamente felices. Cuando la matrona volvió, se arrodilló junto a Kohaku y le pidió que se descubriera los pechos, para que probara de amamantar a su hija por primera vez. Tomó unos intentos para que la bebé se prendiera a su pecho, hasta que no lo soltó. Luego se despidió, dándoles privacidad, no sin antes decirles con amabilidad que ante cualquier duda o situación podían llamarla.
- Oh, cielos... Se siente tan hermosamente raro –Dijo Kohaku con emoción.
- Me imagino. Quiero tomar una foto de esto y grabarlo.
Luego de hacerlo, Stan se volvió a recostar abrazando a su esposa y ofreciéndole el brazo como almohada, mientras contemplaba maravillado sin perderse detalle de cómo Saori se alimentaba por primera vez, que lo hiciera era una muy buena señal de su salud y ánimo. El padre dudó si acariciarla, no quería desconcentrarla, hasta que Kohaku lo animó a hacerlo. Stan pensó que no se cansaría nunca de mirarla y tocarla, era demasiado preciosa su bebita. Cuando la pequeña siguió mamando sin inmutarse, el rubio se tentó con una idea que en su mente ya la consideraba inolvidable. Se acomodó más abajo para que su cabeza quedara a la altura de la de Saori, pegando su rostro al costado del pecho de Kohaku que estaba alimentando, y estiró con cuidado el brazo más cercano de su hija para apoyar su diminuta manito en la mejilla de él.
Sonrió ampliamente a la par que bullía de emoción por dentro cuando la bebé no quitó la mano, sino que cerró un poco sus deditos sobre la mejilla de su padre. Satisfecho e imposiblemente feliz, rodeó a Kohaku en un abrazo para mantenerse bien juntos y conectados los tres.
- Ahora sí, empieza la primera noche de Saori Snyder en familia.
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Buenaaas! Ahora sí, yo también vuelvo por aquí. Princesita preciosa, bienvenida! Ay, no se hacen una idea las horas que habré pasado leyendo y mirando videos sobre embarazos y partos para hacerlo lo más real y emocionante posible, yo también me cansé, pero estoy jajaja. Stan se merece disfrutar su felicidad, y la leona también!
Como siempre, muchas gracias por seguir leyendo, apoyando y dejando amor, disfruto mucho no sólo contar esta y las demás historias, sino compartirlas con ustedes, dejarles una sonrisa (o una lágrima jeje) en el rostro.
Ahora me queda ver qué actualizo primero, si "Cautivos" que se viene bomba, o si terminar "Cálida Nevada", que sólo le falta el capítulo final. Amo mucho esta ship, no sé si se nota xD. ¡Vivan los novios!
¡Hasta el próximo capítulo! ¡Buena semana!
