Ya estoy de vuelta. Al final la vida laboral me consumió por completo. Lo bueno es que por el momento ya pase a esa etapa y puedo dedicarle más a esto.

Guayrá: Paraguay

La Española: Republica Dominicana.

Potosí: Bolivia

Y creo que el resto queda claro.

Disfruten de la lectura :)


Los desayunos, almuerzos, meriendas y cenas resultaba uno de los pocos momentos en los cuales toda la familia compartía un mismo espacio.

España se posicionaba en una punta de la mesa y el cura que viajaba con ellos en la otra.

Para mantener el orden y la compostura, el progenitor de tan abundante prole instauró una serie reglas. Primero, si se hablaba, que fuera en un volumen de bajo a moderado. Segundo, estaba terminantemente prohibido eructar o realizar actividades que resultaran desagradables de ver u oír. Tercero, siempre se debían usar los cubiertos. Y por último, estaba prohibido levantarse de la mesa sin haber acabado y bajo ningún concepto se debía dejar comida en el plato.

Al principio, alimentarse con la mirada de España vigilando atentamente cada uno de los movimientos de sus hijos, así como el eco de sus pisadas perforando el silencio del comedor, tensó el ambiente hasta el punto que algunos se les dificultó tragar. Empero, el Imperio Español al percatarse que sus hijos planeaban seguir sus dictámenes y que se encontraban mejor educados en normas sociales de lo que pensaba, orgulloso sintiose «mis niños están listos» y permitiose sentarse a disfrutar de la comida y de las charlas infantiles.

A partir de ese instante, el ambiente se relajó hasta el punto que las conversaciones agudas flotaban en el ambiente con algún que otro chillido, risas y con la voz de España como fondo grave mandando a callar de tanto en tanto.

Para facilitar la integración se dejó a libre elección los puestos en la mesa, por lo que a los pocos días ya se habían formado grupos por afinidad: cerca de España, para su alegría, se sentaban los virreinatos, Alto Perú y Potosí quienes con elegancia hablaban y comían. Al lado de ellos se encontraba Guatemala con su pequeño grupo de seguidoras que únicamente asentían a lo que decía la mayor.

Mas allá y ensordeciendo a Reino de Granada se hallaba Panamá, a la cual la habían bautizado «el loro», y a la que su padre le recordaba hasta la exasperación que se le enfriaba la comida. Ella no lo podía evitar, su irrefrenable conversación era un mal habito adquirido por ser un puente comercial*

Luego estaban Honduras y el Salvador que se peleaban a todas horas y solo unían fuerzas cuando alguien los confundía, trayendo constantes jaquecas a su padre.

En medio de la mesa y para ayudar con el orden, se enfrascaban a cuchichear las colonias más antiguas conocidas como Cuba, Puerto Rico y La Española. Se trataban intereses que en ellos estaban despertando y que poco de inocentes tenían. Sin embargo, ante lo nuevo de la situación, sus conversaciones se rodeaban de risas nerviosas y términos oscuros. A su vez, dado que eran conscientes de lo que ocurriría si estas fueran escuchadas por el resto de la familia, no mostraban piedad ante cualquier curioso.

A la derecha se encontraba Costa Rica, la niña más independiente de la familia, para molestia de Guatemala. Ella no parecía mostrar temor a que las otras chicas la aislaran, ni tampoco a jugar sola, ni unirse a la aventura de los chicos o salirse cuando dejara de divertirle. Simplemente se hallaba acostumbrada a valerse por sí misma por la lejanía entre el Reino de Guatemala y ella y el desastroso estado de los caminos que la separaban del resto del mundo.

Al lado del cura engullían la comida Venezuela y Nueva Extremadura, una reciente amistad basada en el mutuo entendimiento de una vida similar. Su padre los miraba siempre con suspicacia, predispuesto a la pelea y que, gracias a esto, con frecuencia se presentaba con Venezuela berreando y Nueva Extremadura con una actitud silenciosamente insolente.

Cerraba el círculo la pareja de Guayrá y Río de la Plata a la cual recientemente se había unido Banda Oriental a causa de la fascinación que sentía por el otro miembro de la familia con quien compartía el color del cabello. Empero, el rioplantense no se encontraba muy dispuesto a confraternizar, ya que una cosa ocupaba su mente: demostrarles a todos que ya era un niño grande a base del buen manejo de los cubiertos. Para él esos momentos estaban cargados de angustia que aumentaban con los fallos y la sangría continua e irremediable de personas en la mesa. No obstante, el golpe de gracia arribaba de su padre: cuando el lugar se hallaba casi desierto, el joven adulto sacaba un mondadientes de su bolsillo y lo utilizaba, recogía a Filipinas de la silla improvisada en la que le daba de comer, se levantaba y se iba; abandonando al niño con los restos de comida que no había podido cortar, el murmullo del mar, de los marineros trabajando y algunos ronquidos de la tripulación. Resultaba en ese preciso instante en el que Guayrá retomaba su asiento y procedía a facilitarle la tarea al hermano con el que compartía casa**.

No obstante, este dulce acto poco duró dada la oposición que el menor mostró. La niña, mohína porque esta era otra prueba de que la distancia entre ellos crecía, pasó a afligirse en silencio, incapaz de escapar de la rabia y la tristeza que Río de la Plata le causaba.

Y llegó de nuevo la hora del almuerzo, la sangría, palillo entre los dientes y la soledad, mas España no se levantó—. Sois un chico harto persistente.

Dicho comentario catapultó al niño a la realidad: asombrado, elevó el rostro, hallando la serena y orgullosa sonrisa de su padre. Empero, lo que el mayor hizo a continuación lo sorprendió todavía más: cargando a su hija menor, rodeó la mesa y se colocó al lado de él—Sostenedla.

El rubio obedeció. Ambos hermanos se observaron reconociéndose: ojos color verdoso exploraban los dorados mechones y los celestes iris, mientras que estos últimos memorizaban unos rasgos faciales de lo más extraño. Al final, la bebe le sonrió y De la Plata le devolvió el gesto, para luego emitir una queja por que la niña le había jalado el pelo con tanta fuerza que le había arrancado parte de su cabellera.

—Regañadla. —El infante dirigió su rostro hacia la voz de su padre y lo encontró trasladando la silla de Filipinas hacia donde ellos se encontraban— Ha de aprender que eso no se hace.

El rioplatense miró de nuevo a su hermana y serio le dijo «no». La asiática intentó varias veces agarrarle el pelo pero el mayor estiró el cuello a la vez que repetía su mensaje. Entonces su hermana, molesta debido a que no se cumplía su voluntad, hizo un amago de llorar.

—Vale ya, Filipinas —dijo España cargándola—. Últimamente estás muy caprichosa. —La sentó en su puesto al mismo tiempo que la nombrada comenzaba a lloriquear— Ignoradla. —Siguió, sentándose al lado de su hijo. —No comprendo por qué os empeñáis con los cubiertos.

El niño lo miró inseguro—. Yo ya soy un niño grande, debo saber utilizarlos como todos los demás.

—No todos saben: Banda Oriental y Costa Rica todavía solicitan ayuda. Panamá y Nicaragua comenten errores cada vez que cogen el tenedor y…

—Pero ellas son capaces de comer sin ayuda. Si ellas pueden, yo también. Soy un hombre «¡Lo soy Guayrá! ¡No necesito vuestra ayuda!» —vio con firmeza al joven adulto y su mirada su dulcificó al captar la sonrisa del mayor.

—Como hermano mayor debéis sentar precedente y para eso el manejo de estos utensilios es imprescindible —dijo colocándose detrás del infante, abrazó las manos del menor que aun cogían el cuchillo y el tenedor con las suyas—. Ahora observad —ordenó guiando los movimientos.

Río de la Plata sintió el amor paterno en el aliento que arribaba a su oreja y en la dulzura de las ásperas palmas que corregían sus movimientos. Sintió como su pecho se calentaba y sus músculos se contraían en una sonrisa. Desapareció las protestas de su hermana. Solo existían España y él.

Cuando del filete solo quedaron pequeños cuadrados, el Imperio se separó—. Creo que vos podéis acabar con el resto —Y se sentó al lado del niño atrayendo a la bebé a sus brazos y meciéndola con suavidad.

El rubio comió con celeridad y gusto los pedazos restantes. Con él ultimo trozó volvió el rostro hacia sus familiares, fijó su vista en Filipinas y oscureció su expresión al tiempo que ordenaba los cubiertos. —Padre ¿Qué le pasó a Filipinas?

—¿A qué os referís? —contestó por impulso.

—Sus ojos, alguien se los ha cortado. Los tiene muy alargados —explicó angustiado el infante y dirigió la vista hacia su hermana que ahora yacía dormida en el regazo del mayor.

España siguió la vista de su hijo, fijó sus pupilas en los párpados cerrados de la asiática, retiró un mechón de cabello de esta que amenazaba con despertarla y, sintiéndose enternecido, conectó su mirada amorosa con la apesadumbrada del niño—. Hijo, a Filipinas nada le ha pasado. De donde ella viene la gente tiene esta forma de ojos: rasgados —explicó, dibujando los párpados de la bebe a unos centímetros de su cara. No creéis que si algo le hubiera ocurrido tendría marcas.

—Es verdad —Y río dulcemente por la caricia que su padre otorgaba a sus cabellos.

—Yo jamás permitiría que algo os pasara. A ambos —admitió paseando sus pupilas entre sus dos retoños y sin dejar de acariciar la cara de Río de la Plata.

El infante sonrió conmovido antes de bostezar y entrecerrar los ojos

—Creo que es hora de la siesta—vio como Río de la Plata asentía soñoliento, se paró y le tendió una mano a su hijo mayor y comenzó a caminar hacia las habitaciones—¿Que os parece si os cuento la historia de cómo padre se enfrentó él solo contra 7 malvados piratas? Era una mañana soleada. Las aves surcaban el cielo. Mis hombres y yo habíamos atracado en la Isla de…

Y su voz se perdió entre el aire marino y los ronquidos de la tripulación.


Notas:

*Debido a su situación geográfica, Panamá se convirtió en un puente comercial entre Centro América y Sur América, puesto que antes ostentaban las Islas. También de la ciudad de Panamá salían colonos a conquistar Perú.

**La ciudad de la Asunción fue la base de la que partieron grupos de colonos para fundar las primeras ciudades de Argentina. Al principio todo ese territorio era manejado desde la Asunción y era llamado Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay—«Guayrá» en esa época—. Esta gobernación a su vez contenía dos provincias que le daban el nombre. Pero como el territorio se fue volviendo difícil de manejar por su tamaño, en 1617 se dividió en la Gobernación de Guayrá y la Gobernación de Río de la Plata. Curiosamente, a pesar de que la primera ciudad fue Asunción, al territorio en sus primeros años lo llamaron Río de la Plata.