¡Feliz Navidad a todos! He tardado muuuucho en traer este capítulo, pero valió la pena. Aviso: es bastante largo, pero creo que también es rápido por la cantidad de diálogos y párrafos cortos que hay. Además, sienta las bases para todo lo que vendrá después.
Creo que será de los pocos también donde todos los personajes tienen al menos una línea de dialogo.
Los cuando los personajes están charlando en cursiva significa que no están hablando en español.
Por otro lado, las italias aquí tienen alrededor de 12-13 años Les diré porqué: Italia empieza a independizarse en 1848. Y se convierte en territorio austriaco en 1804. No pudo haber pasado de ser un niño a un adolescente en unas pocas décadas como nación, teniendo en cuenta que muchos de los reinos italianos tiene hasta 1000 años de existencia. Algunos acumularon una cuotas de poder gigantescas, sobre todo antes del descubrimiento de América.
También, si ven un cambio de actitud en Veneciano tiene su porque: entre los italianos se estila el estereotipo que los italianos del norte son fríos, rígidos mientras que los del sur son relajados y abiertos. Hay una película que lo retrata muy bien que es "Bienvenidos al sur". Obviamente no iba a hacer un cambio tan radical pero sí tenía que mostrar como "debía ser Veneciano". Si de verdad quieren saber cómo se ven los italianos a sí mismos en clave de humor, vean esa película. Es un poco vieja pero muy recomendable para pasar un rato riendose.
Además, fueron los italianos del norte los que iniciaron y mantuvieron la independencia italiana. Así que ojito con Feliciano.
Antes que todos los reinos italianos se unieran en un solo país (y aun en la actualidad) muchas veces se peleaban entre ellos e incluso estaban en bandos contrarios en guerras europeas. Todo un caso estos hermanos.
Y me paro aquí porque podría seguir hablando de ellos por horas.
¡Disfruten!
Perdón
Unas cobijas fueron eficientemente estiradas con manotazos rabiosos. Su faz estaba pintada con la misma expresión—¡¿Por qué tengo que hacer esto?! ¡Soy una respetable República! ¡Comercio con todo el mundo y acá estoy haciéndole la cama a unos mocosos que ni saben dónde esta Florencia!
—Era*.
Veneciano levantó la cara confundido, en sus sonoras quejas había olvidado la presencia de su hermano, quien lo miraba irritado—¿Disculpa?
—Os habéis equivocado de tiempo verbal, «era» es el correcto o, ¿habéis olvidado los territorios que perdisteis en la Batalla de Lepanto? —contestó Romano provocándolo.
—Al menos yo soy libre, no como otros. —sonrió de forma burlesca mientras ponía sus brazos en jarra.
—Mucha libertad, mas os veo vestido de sirviente. —dijo ácido.
Veneciano abrió los ojos para inmediatamente entrecerrarlos cada vez más enojado y dando unos pocos pasos en dirección a Romano—. Pero si es el Virreinato de Nápoles quien me habla. Disculpad mi atrevimiento, oh, gran señor. Decidme: ¿cuántas vías nuevas se han construido en vuestras tierras en los últimos diez años? ¿Cómo va la criminalidad? ¿Ha bajado?**
Romano dejó el resto de las sabanas en la cama más cercana y caminó con paso firme hasta quedar a unos pocos centímetros de Veneciano. Con los puños cerrados y las respiraciones alteradas, los hermanos observaron al ser que tenían enfrente esperando la subida de un brazo, el levantar de un pie, el movimiento de una ceja para lanzarse encima y comenzar la pelea como tantas veces lo habían hecho antes.
—¿Otra vez vais a pelear? ¿No os cansáis?
Una tercera voz retumbó en sus cerebros y los sacó de su trance. Ambas Italias giraron su rostro hacia donde provenía ese timbre descubriendo en el proceso a un Sacro Imperio Romano en la entrada del cuarto.
Al verlo, Veneciano sonrió ampliamente y, olvidando toda su rabia, anduvo hasta donde estaba—. ¡¿Qué hacéis aquí?! ¡No te esperábamos!
—He venido a tratar unos asuntos con Austria, mas parece que no se encuentra en Palacio. —le devolvió la sonrisa mientras sus ojos brillantes paseaban entre Veneciano y Romano, que se acercaba hacia ellos.
—¿No lo sabéis? —preguntó el virreinato con los brazos en jarra—. España y Austria se han ido a ver al rey a presentar a las colonias.
—¿Las colonias?
—Sí, los territorios de ultramar.
—¿En serio? —y al ver a italiano del norte siguió inquiriendo incrédulo— ¿Y por qué? ¿Por qué tamaña empresa?
—No lo sabemos. —suspiró relajando los brazos—Probablemente tenga que ver con algo sobre "el vago del rey". Austria no deja de hablar de eso.
—Lo importante aquí es si traen algún tipo de especia exótica que pueda vender—explicó Veneciano más para si con gesto calculador.
—Algún día os vais a meter en un problema, Veneciano. —le reprendió Sacro Imperio Romano preocupado. No era la primera vez que tenían esa conversación.
—Vos queréis depender de ellos. Pues este servidor no. —sentenció con una sonrisa retadora.
—Que tal si aprovechamos el tiempo y nos divertimos—agregó Romano con una mueca de complicidad que fue secundada por su hermano.
—¿M-mas, no tenéis trabajo? —trastabilló el centroeuropeo ante la determinación de los italianos.
—Seguro que no notan nada —dijo Romano.
Y con ese mensaje Sacro Imperio Romano apenas pudo pensar, pues su mano fue tomada por Veneciano y su cuerpo arrastrado por la fuerza de su amigo, mientras Romano guiaba el camino.
…
El verde prado refulgía de vida: los animales correteaban, las hojas se mecían y las flores regalaban su dulce fragancia a cualquiera que quisiera sentirla. Un paraje veraniego de ensueño que no conjuntaba en absoluto con el ambiente que había en el primer carruaje de tan larga procesión.
Ninguno de los hombres le dirigía la palabra o la mirada al otro, evitando por todos medios cualquier contacto físico, cambiando de posición constantemente. Así había sido desde la madrugada, y así lo relevan las ojeras: a Antonio la rabia no le había permitido cerrar los ojos y Roderich solo fue capaz de atrapar el sueño entre pausas.
Los caballos se detuvieron, los niños y adolescentes saltaron de los compartimentos y aire se llenó de risas, gritos y cantos inocentes, ignorantes de la tensión que se respiraba entre los dos adultos.
Arribaron al comedor donde ya estaban dispuestos todos cambios para atender a tan grande familia. Aunque había un orden especifico, por una vez su padre permitió que se sentaran donde quisieran, quedando cada uno de los miembros del matrimonio en una punta de la mesa. Sirvieron los platos, España cortó un pedazo, lo trinchó con el tenedor, lo elevó, abrió la boca e inmediatamente se detuvo al percatarse del silencio y giró la cabeza hacia distintas direcciones: muchos pares de ojos lo estaban observando.
Hasta Austria se había quedado desconcertado por la solemnidad del momento inesperado. Y más se pasmó cuando varios iris voltearon a verlo.
—¿Qué sucede? —dijo Antonio en un susurro.
—Padre…—contestó Honduras por todos—¿No vamos a bendecir los alimentos? —Y por una vez, Salvador lo secundó.
El español pestañeó varias veces—. Sí… Sí, ¡claro! —respondió poniéndose la mascara de poder. Alzó la vista instando a todos a seguir la orden, y elevó el brazo en dirección a su esposo invitándole a seguir una costumbre que no conocía.
Afortunadamente cedió.
Luego, junto sus palmas y en un tono más confidencial premió a su hijo por sus buenas costumbres y le pidió que recitará esta vez.
—¡Por supuesto, padre! —se aclaró la garganta—. Pater noster qui es in caelis…
A mitad de la comida Veneciano, se acercó al austriaco ganándose las miradas curiosas de todos—. Don Austria, Sacro Imperio Romano Germánico ha arribado para discutir asuntos con Vuestra Merced.
—Servidle un plato entonces y decidle que en un rato me reúno con él. —dijo serio.
—Ya ha comido, señor.
—Entonces, guiadle a mi despacho y servidle lo que le plazca mientras espera. No tardaré mucho. —el muchacho se fue y Eldestein volvió a agarrar sus cubiertos, sintió que alguien lo miraba, elevó el rostro y encontró la duda en el español. Con gesto le quitó hierro y le indicó que mirara hacia su espalda: en ese momento un chico rubio era conducido por Italia del Norte. Acto seguido volvió a concentrarse en su comida.
Poco a poco los niños fueron terminando, mas ninguno se levantaba esperando las ordenes de su padre. No fue así con Austria, quien cruzó los cubiertos y se limpio las inmaculadas comisuras. Anduvo alrededor de la mesa con prestancia y frialdad, y pasó a varios centímetros al lado de España.
Antonio expiró el aire con fuerza por su nariz y con paciencia espero que todos sus hijos terminarán de comer. Luego, se limpió la boca, se levantó de la mesa y dejó la servilleta de tela al lado de su plato y llamo a las dos Italias.
—¿Se le ofrece algo? —dijo Romano inclinándose su señor.
—Enseñad a los niños la morada, así como cada uno de sus aposentos.
—Mas, Vuestra Merced, nos tenemos que recoger la mesa. —señaló todos los utensilios a lavar
—De eso se encargarán los otros criados. Haced lo os pido. Los dos. Yo he de encargarme de otros menesteres. —y dirigió sus verdes iris hacia su prole—. Estos Romano y Veneciano, os enseñarán la casa. Hacedles caso ¿De acuerdo? Bueno, si me disculpáis —. Se dio media vuelta y se alejó por el largo corredor.
—Lo que nos faltaba. ¿Ahora somos escoltas? —murmuró frustrado Veneciano.
—No tenemos opción. Terminemos esto rápido para seguir con las labores. —suspiró su hermano. Ambos se dieron la vuelta hacia el grupo que hablaba animado y carraspearon para llamar su atención—. Buenas tardes. Yo soy Romano— Dijo cruzando sus manos por detrás de su espalda para tomar una postura de autoridad
—Y yo Veneciano y os indicaremos…
—¿Sois también hijos de padre? —inquirió curioso y alegre Banda Oriental acercándose a los italianos.
Los nombrados lo miraron sorprendidos y confusos—No, solo somos sus territorios
—¿Sus territorios? —dijo el pequeño rubio con un deje de tristeza y no queriendo comprender todo lo que significaba.
—Sí. Si nos disculpáis empezaremos la visita…—comenzó de nuevo Romano, pero no pudo continuar por la voz petulante de Guatemala.
—¡¿Cómo?! Jamás había oído de vosotros. ¿Qué rango ostentáis? —se llevó las manos a la cadera
—Yo soy la Serenísima Republica de Venecia— puso una mano en su pecho y respondió seguro y ligeramente molesto por la actitud de la colonia americana.
—Y yo el Virreinato de Nápoles y Sicilia.
—Estáis de broma, ¿verdad? —su inseguridad hizo trastabillar la voz del peruano. Se adelantó para asegurarse de la respuesta ante la confusa mirada de Nueva España, y la atenta del resto de los niños—. E-es decir… Estáis vestido de sirviente
—¿No me creéis? —se cruzó de brazos—. Entonces preguntadle a España—. Sus verdes iris se posaron nuevamente en Guatemala—. Esta no es vuestra casa. Aquí vuestras reglas o costumbres no tienen validez. —la penetró con la mirada, para luego darse la vuelta y iniciar el recorrido mientras la niña abría los ojos al máximo, se sonrojarba y cerraba los puños rabiosa ante la actitud del italiano y las risas de sus hermanos «! ¿Quién os creéis que sois?!»
…
No importa cuanto sueño acumulado tenía. No importa cuanto le doliera el cuerpo, ni cuan pesado se sintiera, sabía que la bravura no le dejaría cerrar los ojos. Por tal razón anduvo hasta el despacho de Austria, suspiró para conferirse serenidad y tocó la puerta.
—Pasad.
Ese tono indicaba que ya había acabado con Sacro Imperio Romano Germánico.
Perfecto.
El manillar de la puerta fue escondido con su mano, para luego bajar y subir con suavidad al tiempo que la puerta cedía a su paso. Cuando la mitad de su cuerpo estuvo dentro de la habitación, pudo ver que Austria estaba sentado en su silla y le daba la espalda, por lo que no podía saber quién era el que entraba.
Lo utilizaría a su favor. Metió el resto de su cuerpo dentro y cerró tras de sí. Cuando Eldestein se dio la vuelta, encontró a Fernández bloqueando la salida con su espalda. Brazos cruzados. Listo para la pelea.
Roderich tensó su cuerpo y frunció su ceño. Su marido le devolvió la mirada.
…
—¡¿Visteis que grandes son el jardín y el patio?! —Y ante alegre asentimiento, Venezuela dio saltos sin dejar de avanzar con el grupo.
—Ahora os enseñaremos los cuartos. En esta morada hay tres pisos. Hay cuartos en los tres. Vuestras pertenencias ya están dispuestas en cada uno, por lo que cuando pasemos al lado de uno y os nombremos, por favor, acercaos y entrad a verificar que todo esta en orden —dijo Romano
—En la planta baja se encuentra la cocina y el despacho de Don Austria, así como los cuartos…
—Disculpad, Veneciano. —habló Nueva España—¿Dónde duerme padre?
—España y Austria duermen en el primer piso. ¿A qué viene esa cara? Están casados, es natural que duerman juntos.
—¡Lo sabía! —gimió entre dientes Costa Rica emocionada, pasmando a los demás.
—Ehh… Bueno, como decía… Ellos duermen en el primer piso. Os puedo enseñar la puerta por si tenéis alguna consulta, mas no puedo dejaros pasar. Está terminantemente prohibido pasar sin su consentimiento. No os recomiendo abrir la puerta de golpe tampoco.
—Creo que se por qué. —susurró Puerto Rico para risas de Cuba y La Española.
—En la planta baja dormirán…—interrumpió Romano haciendo que la expectación creciera en el grupo—. Cuba, Nicaragua, Salvador, Puerto Rico y De la Plata.
Los nombrados corrieron emocionados para verificar sus nuevas habitaciones y compartir lo que habían hallado en ellas, sin percatarse de la ligera melancolía de La Española al verse separada de sus hermanos y mejores amigos.
El grupo se movió al primer piso, el cual estaba comprendido por el despacho de España, la sala de música de Austria y la sala donde España se relajaba, y el cuarto matrimonial—. Como os hemos indicado, no os recomendamos entrar a la habitación matrimonial, y definitivamente la entrada a la sala de música está completamente prohibida sin la presencia de Don Austria dentro.
—¿Y qué hay en la sala de música? —habló Venezuela acercándose al frente del grupo.
—¿Cómo que qué hay? Instrumentos, obvio. —respondió Veneciano confundido ante lo ridículo de la pregunta—. Ahora diremos quienes son los afortunados de dormir cerca de España y Austria.
Se hizo el silencio. las respiraciones se pausaron. Los músculos se pusieron rígidos. Más rígidos de lo necesario por la pausa tan larga que hizo Veneciano, complacido al comprobar lo que sus acciones causaban.
—¡Aahhh habla ya! — le ordeno irritado Romano al ver la sonrisa traviesa en la cara de su gemelo.
—Bueeeeno…—carraspeo—. En el primer piso descansarán Nueva España, Perú, Quito, Alto Perú Guatemala, Panamá, La Española…
Los hijos favoritos expresaron su estupefacción, confusión, alegría y entusiasmo con tal algarabía que obligaron a los demás taparse los oídos, mientras su celebración se entremezclaba con los gritos de las Italias.
—¡No he terminado!
—¡Silencio! —y con ese último alarido de Romano acalló la fiesta montada en el pasillo—¡Qué si no, no podemos seguir! Luego os dejaremos para que inspeccionéis vuestros cuartos ¡5 minutos!
Veneciano le dirigió una mirada rápida de agradecimiento y continuó— En esta planta también dormirán Filipinas, Banda Oriental, felicidades. Y Nueva Granada.
«¡¿Él?!» — el corazón de Nueva España se detuvo el segundo que volteó a ver al hermano que estaba ganado cuotas importantes de poder y lo observó con suspicacia.
Al parecer no era el único que no se había dado cuenta de que el poder estaba cambiando de manos.
—Como sea, tenemos que irnos. —dijo Veneciano empezando a caminar.
—Los niños que no hayamos mencionado su nombre, seguidnos. Vamos al último piso. Allí encontraremos la biblioteca, las aulas de clase…
—¿No os parece increíble Nueva Extremadura? Dormiremos en el segundo piso. Seguro tendremos las mejores vistas—susurro Venezuela impaciente.
—Los últimos pisos no son buenos, Venezuela***—contestó sonriendo ligeramente apenado ante el comentario de su hermano.
—¿Y por qué?
…
Amatistas y verdes pastos refulgían. Ninguno apartaba la vista del otro. Y en medio, un acido silencio únicamente roto por las manecillas del reloj.
Al final, Roderich se canso de esperar y abrió la boca— ¿Qué queréis?
—Hablar.
—¿No creéis que ya se ha dicho todo?
—No. Vos habéis dicho todo lo que teníais en vuestra cabeza, pero yo no.
—¿Y si no quiero escucharos? Tengo…—se levantó
—Os engañé. Es verdad —dio un paso al frente y desde su posición pudo ver con las gafas de su marido se resbalaban por el puente de su nariz y caían al suelo—. Mas debéis entender mi punto de vista—. Y al ver que Austria no respondía avanzó hasta el escritorio y continuó—. En Europa todo es una competición, sobre todo contra Francia e Inglaterra.
«Cuando empezamos este matrimonio ambos admitimos que queríamos ser poderosos y no subyugarnos ante nadie, y para eso debíamos convertirnos en un gran imperio. Eso solo se consigue conquistando tierras e implantando nuestro orden en ellas».
Eldestein irritado, puso los brazos en jarra y ladeó la cabeza—¿A dónde queréis llegar?
—Dejadme terminar el argumento y ahora lo veréis. Nos somos representaciones, por tanto, para asegurarnos definitivamente que esas tierras nos pertenecen debemos dejar nuestra huella ¿Cómo se hace eso?
El centro europeo gruñó y estiró los brazos poniendo sendas manos en puño— ¿Con esa excusa justificáis que os acostarais con todas esas mujeres?
España levantó una ceja— ¿Excusa? No soy el único que lo hace. Francia y ese inglés también diseminan su semilla por el mundo.
—¡Sí, pero ellos no están casados, Antonio!
—Vos queríais un imperio enorme y dado que no queréis viajar, alguien lo tiene que hacer.
Roderich abrió los ojos ante el certero razonamiento, empero no estaba dispuesto a entregar su perdón tan fácilmente—¿Y por eso os acostasteis con todas esas que os encontrasteis a vuestro paso?
—Decidme, ¿conocéis manera alguna de saber cuando una mujer va a salir embarazada? Porque si es así no gasto energía en vano.
—Oh, ¡Por favor! No digáis que no lo disfrutasteis —dijo a la defensiva nuevamente.
España suspiró mientras bajaba la cabeza reuniendo valor. Luego la volvió a subir enfocando a Eldestein con determinación—. Eso tampoco lo voy a negar, pero también el fin de la conquista y la procreación estaban muchas veces en mi cabeza. Incluso, cuando acababa me volvía sentir solo: en las noches sin luna, en los momentos más temibles, en las horas de soledad pensaba en vos. Rogaba a Dios poder descansar en tus brazos, le pedía que me dejara veros pronto. No sabéis que tan inhóspito puede ser el Nuevo Mundo. —Ya lo tenia a pocos centímetros, por lo que atestiguó la tristeza que surgió del cuerpo de su marido. Aún así, su desconfianza no lo soltaba
El austriaco giró el rostro al lado derecho y con sus pupilas enfocó el piso—Vos no sabéis lo inhóspita que también es la corte. Podéis pensar que por estar llena de lujos es un lugar maravilloso, pero no lo es. —Levantó su rostro y miró con pesadumbre al hombre que tenía en frente— Tenéis que vivir siempre con el peso de medir vuestras palabras, y jamás sabéis quien os engañará. Es frustrante, angustiante y muy solitario. En esos momentos, cuando una dama se me insinuaba tenía tantas ganas de caer a sus encantos, mas nunca lo he hecho porque siempre os recodaba y me detenía, mientras vos estabais en América obteniendo consuelo.
«Entiendo que no es la misma situación, pero siento que el trato no es justo».
España que estaba a punto de poner sus manos en los hombros de Eldestein, se detuvo en el momento que escuchó esa última frase en conjunto con la mirada penetrante del más alto. Dio un paso atrás y se cruzó de brazos instintivamente mientras los celos y la rabia le pinchaban el estomago. Imaginarse a Roderich, su Roderch en otra cama que no fuera la suya, que su lengua jugará con otro cuerpo, que sus manos viajarán por piel desconocida, que recibiera y diera placer a otra persona que no fuera él lo enervaba y enfurecía. Sin embargo, debía admitir que tenía razón, y si quería que la discusión fuera fructífera también debía ceder—. Tienes razón, Roderich, por lo que si no me hallo cerca y te hallas en necesidad, puedes hacerlo. —Convino con su mascará de magnanimidad mal puesta.
El susodicho lo miró fijamente, analizando el doble mensaje que su voz y su cuerpo le transmitían—¿Estáis seguro?
—¡Claro que sí! —agregó y cambio de tema mientras se volvía a acercar—De todas maneras, Roderich, lo que yo quería que tuvierais claro es que yo os amo, eso lo sabéis, ¿verdad? —. Y al ver dubitativo a su esposo, alzó la palma su mano derecha para que su anillo de casado se viera con total claridad—¿Veis esto? Este anillo no significa mucho para mi, en ese momento era una unión básicamente política.
«Sin embargo— dijo y metió esa misma mano en el pecho, sacó la cadena de oro, agarró el dije en forma de cruz y lo puso a la misma altura que los iris amatistas—. Cuando decidí regalaros esta cruz, ese fue el día en que nuestra unión se convirtió en real. En personal. Esta cruz simboliza nuestro amor. Y os puedo asegurar que nunca abandona mi pecho».
«Mas, si queréis una prueba fehaciente de mi amor, ¿Creéis que hubiera aceptado vuestro plan de traer a todas las colonias aquí y convivir con ellas durante un año, si no fuera porque estoy seguro que, con vos a mi lado, lo podré sobrellevar. Y reitero lo del año, pues ya veréis lo difícil que es vivir con 20 niños pululando por la morada» —España vio como el rostro de su amado cambiaba de expresión y de posición cada pocos segundos gracias al conflicto emocional que estaba pasando. Finalmente, el ibérico puso una mano en su hombro para traerlo de regreso y adornó su rostro con una sonrisa conciliadora— Entonces, ¿estamos bien?
Austria dirigió sus sorprendidas pupilas a la mano y después, con desdicha, las poso, en los campos verdes. Cuanto extrañaba las atenciones de España, pero no podía mentirle, no podía actuar calmo cuando su corazón aún se hallaba revuelto—No lo sé Antonio. Tengo que pensar.
—Lo comprendo. Mas, solo quiero que tengáis en mente una cosa: si reflexionáis y seguís enfadado conmigo, lo entenderé. No obstante, no toleraré que dirijáis esa rabia hacia los niños, que ellos nada tienen que ver.
…
—La señorita Nicaragua va entrando en el baile. Que la baile, que la baile…
Rasgó con su uña una cuerda de la viola da gamba****
—Salga usted, que la quiero ver bailar, bailar…
Suspiró, abrió sus ojos, bajó el instrumento y miró la inusual escena que se desarrollaba en el patio: niños de varias edades jugaban alegres, ajenos a todo lo demás.
Apoyó una mano en el cristal: ahora que los observaba se sentía avergonzado por haberles lanzado su rabia. ¿Qué culpa tenían ellos, cuya existencia ni siquiera habían decidido? Había actuado como un niño cuando ellos le habían demostrado respeto y buenos modales.
Se los regresaría con un trato exquisito. Y de esta manera, podría sentar las bases para una relación cordial, algo muy importante si tenía en cuenta que conviviría con ellos un año. Además, eran los hijos de su marido, por lo que se merecían lo mejor.
Se apartó de la ventana, se dejó caer en el banco contiguo al clavecín***** y tapó su cara con su mano izquierda. También había pensado en todo lo que le había dicho Antonio, y sabía que tenía razón. Todos sus argumentos eran tan solidos.
Tan certeros.
Tan validos.
Entonces, ¿Por qué no podía calmar su corazón?
No había forma, sus inseguridades desbocadas no encontrarían la tranquilidad necesaria en esa casa, por eso resolvió salir temprano la siguiente mañana en busca de la paz.
…
Su mano apretó las sabanas. Instintivamente estiró los brazos, mas al sentir la cama fría abrió los ojos de par en par descubriendo con preocupación que estaba solo. Descorrió las cortinas de la cama matrimonial, permitiendo que la luz y el silencio entraran, pero no había rastro de Eldestein.
Movió la cabeza a todos los lados por si localizaba algo que le diera una pista de su paradero y cuando puso un pie en suelo, sintió algo suave en su planta: una hoja de papel. La levantó y leyó el mensaje que allí estaba escrito
He salido por unos asuntos muy temprano en la mañana.
No me esperéis para desayunar.
Roderich
«¿Asuntos? ¿Qué clase de cosas tiene que hacer un aristócrata como él al amanecer?» —España se rascó la cabeza e inhaló e inspiró apesadumbrado antes de empezar a vestirse.
…
El carruaje abandonó las murallas de la pequeña y vibrante capital. Aunque había sido fundada hace poco más de un siglo, su crecimiento era imparable.
Sin embargo, nada de eso importaba ahora a un elegante joven de piel marfil que se dirigía a uno de los pueblos más pequeños y alejados de la capital. Era una población pobre que recibía nueva sangre cada día con la llegada de inmigrantes que buscaban una vida mejor a las puertas de Madrid.
Por petición de los aldeanos, desde hace unos años se había construido una modesta iglesia que habitaba un cura de igual condición. Justo lo que Roderich buscaba.
El magnifico carruaje se detuvo a la entrada del templo, asombrando y confundiendo a todos los peatones. El distinguido hombre que salía de este, aunque se había puesto sus prendas más humildes, sabía que seguía llamando la atención, por lo que escondió su cara con el sombrero y subió raudo las pocas escaleras que lo separaban de las puertas de la iglesia. Separo las levemente hojas de metal y, en el hueco que dejaron, se escabulló con sumo sigilo. Luego se giró y empujó la puerta con delicadeza hasta que oyó la cerradura, entonces se dio la vuelta y el Cristo le dio la bienvenida.
Se inclinó respetuosamente mientras se santiguaba a modo de respuesta, y con seguridad, caminó hasta el extremo izquierdo de la iglesia donde se encontraban los confesionarios, se paró al lado de uno y se apoyó en la pared esperando la llegada del cura.
Aún era muy temprano. Sin embargo, como si sus plegarias fueran escuchadas, pronto escuchó el rumor de unos pasos. Levantó su rostro apesadumbrado y captó la sorpresa y el desconcierto en la cara del padre.
—¡Santo cielo! ¿Qué hace aquí Vuestra Merced tan temprano?
—Necesitaba confesarme. Perdoné la intromisión.
El cura lo observó de arriba abajo por un momento: todavía no había hecho la primera misa del día, ni si quiera había abierto las puertas de la iglesia. Pero como era un individuo de tan alta alcurnia no se atrevía echarlo, por lo que puso las manos en las caderas y se resignó—. Así deben ser los pecados que cargáis, hijo mío—y con un gesto lo invitó a arrodillarse, entró en el confesionario y vio al noble desde la rejilla de madera.
—Padre perdóneme que he pecado. —dijo con la cabeza gacha.
—¿Qué es lo que habéis hecho?
—He sentido celos de unos niños—dijo entre dientes desviando el rostro hacia un lado avergonzado. Sus mejillas estaban levemente teñidas.
—¿Cómo? Pero hijo, ¿cómo podéis sentir celos de unos niños? ¡Si son un regalo divino! ¡Son la prueba más grande de que Dios existe! ¡Son quienes nos precederán! ¡Sin ellos no seriamos nada!
—¡Lo sé, padre! ¡Lo sé! —Apretó los parpados y los dientes con fuerza sintiendo todo el peso de la culpa— ¡Y por eso me siento terrible!
—Pero decidme, ¿Quiénes son estos niños que os causan tantos problemas?
—Son los hijos de mi cuñado.
—¿El que viaja tanto?
—Ese mismo.
—¿Por qué los hijos de vuestro cuñado, vuestros sobrinos, os hacen sentir de esa manera?
—Porque su existencia me recuerda que mi mujer y yo no hemos podido tener niños—Austria sabía que estaba mal mentir. Muy mal, y más en la casa de Dios, mas el Señor debía comprenderle. No podía ir con toda la verdad. No podía decir «son hijos de mi marido. Sí, estoy casado con otro hombre, y él tiene hijos con otras mujeres alrededor del mundo» so pena que su propio mundo se vinera abajo. No obstante, suplicaba por un poco de consuelo.
Sí, Él tenía que comprenderlo.
—Entiendo, entonces lo que sentís es envidia. Sabéis que ese es uno de los 7 pecados capitales…
—Estoy muy al tanto de eso padre.
El cura lo miro desde reja de madera por unos segundos: el joven noble seguía sin levantar la cabeza y con el cuerpo completamente encorvado. Era una imagen estrambótica, tanto que hizo suspirar al párroco de pena—. Se nota que estáis arrepentido, por lo que con 3 Ave Marías bastará. Y seguro que vos y vuestra señora llegáis a concebir pronto a…
—¡Espere padre! —En un segundo, Eldestein dio un salto y con una mano agarro una de una parte de la rejilla de madera, asustando al cura en el proceso—. Oh… Perdóneme ha sido un lapsus—quitó la mano de la rejilla y por un momento giró el rostro abochornado—Es solo que…—tomó valor y dirigió el rostro a su confesor—. No había acabado.
El hombre, que del susto se había golpeado con la pared del confesionario y se había deslizado por el asiento, se incorporó nuevamente intentando calmar su corazón—. Ya veo, ¿y qué es eso que tanto os intranquiliza?
Los ojos de Roderich se volvieron más brillantes y penetrantes—. En realidad padre, lo que me desvela no es algo que yo haya hecho, sino algo probablemente ha hecho mi cuñado y no se si debería comentárselo a mi hermana.
—Aguardad, aguardad…—lo paró el cura con moviendo las manos— ¿De qué habláis hijo mío?
—Creo que mi cuñado ha engañado varias veces a su mujer.
—¿Tenéis pruebas?
—Concluyentes no.
—¿Hay hijos bastardos?
—Lo dudo con los que tienen ya es suficiente. Aunque quien sabe.
—¿Cuántos son?
—Unos diecinueve.
—¡Válgame Dios! ¿Y son jóvenes todavía? ¡Madre mía!
—Lo sé
—El viaja mucho, ¿no?
—Sí, por largos periodos. No puede evitarlo.
El cura se recostó de la pared del confesionario al tiempo que juntaba sus manos en un agarre y las reposaba en su barriga para meditar un rato—. No, es algo que apruebe, mas no es la primera vez que lo veo.
—¿Cómo? —y sus gafas se deslizaron por su tabique nasal.
—Por favor, no os hagáis el inocente. —dijo y se acercó de nuevo a la rejilla—La carne corrompe. Y todos sabemos que el hombre es más corrompible que la mujer. Tiene impulsos que no puede refrenar. Se nota que tu cuñado ama a su esposa, mas también se siente solo en esos viajes. Si es verdad, solo intenta llenar un vacío hasta la vuelta.
—Perdone padre—dijo con vehemencia—. Yo también soy hombre que tengo una esposa a la que estimo. También viajo mucho, y cuando me siento solo no busco evadirme engañando a Anto…nia.
¿De verdad había dicho Antonia?
—¿Así es como se llama vuestra mujer?
—Sí—y de repente se imaginó a Antonio vestido con esos estrambóticos vestidos, la cara exageradamente maquillada, con un rimbombante y recargado peinado y llamándolo con una voz ridículamente aguda mientras se abanicaba. Esa imagen le hubiera hecho carcajear si fuera otro momento.
—Pues Antonia tiene mucha suerte.
La confusión le hizo elevar el rostro hacia el padre—¿A qué se refiere?
—Hijo, mientras más la distancia más el anhelo. Lo correcto sería que los hombres no engañaran a sus señoras, pero la realidad es bien distinta. He escuchado muchos testimonios así, y a veces la distancia no es física sino de espíritu.
«Hijo, me complace escuchar que seáis tan leal a vuestra señora. Es muy afortunada. Quizás vos estéis más cerca de Dios, mas el resto de los hombres. Y no tienen esa dicha tienen que lidiar con unos impulsos irrefrenables, pues así el Señor Todo Poderoso los hizo. Decidme, cuándo vuestro cuñado vuelve ¿cómo actúa?»
—Pues…—se llevó una mano al mentón recordando todas aquellas veces que España saltaba del carruaje mientras los sirvientes cargaban con los regalos y artículos del Nuevo Mundo, casi atravesaba la puerta y gritaba por la mansión «Roderich, ya estoy en casa», aunque muchas veces no necesitaba llegar a esos extremos, pues era el propio austriaco quien lo esperaba en el porche de la casa. Y entre exclamaciones, risas, abrazos y besos, ya sin poder separarse el uno del otro, se adentraban en la casa—. Cuando arriba a su casa no hay dos seres más dichosos que él y mi hermana. Pasan los días prodigándose afecto.
Por un momento el párroco observó con sospecha la expresión del noble, pero como nunca le había dado indicios de otra cosa, lo ignoró—. Entonces yo lo dejaría así. A menos que tengáis pruebas concluyentes, no deberíais decir nada.
—¿No están cometiendo pecado?
—El único que yo veo allí es que ambos disfrutan en demasía del acto de la procreación—dijo llevándose una mano a la cabeza—. Mas por el resto me parece bien. Es muy difícil que haya una buena relación en un matrimonio, sobre todo en los de alta alcurnia porque hay muchos intereses en juego y cada mira para sí sin pensar en el otro. Así que, si entre dos personas obligadas a unirse nace el afecto más profundo, los consideraría afortunados. No les quitéis ese regalo divino, hijo mío.
«Yo más bien siento desdicha por ese hombre que extrañando tanto a su mujer tenga que caer en brazos de otra para no volverse loco. Simplemente una locura.»
Austria tragó con dificultad todas las palabras vertidas por el cura, siendo más consciente que nunca de todas las consecuencias que tendrían sus acciones si seguía ese curso: quería ser el único en los brazos de España, pero no quería que su marido fuera atormentado por la soledad. Sentía dolor por él y definitivamente no deseaba que el remordimiento los alejara.
Sus ojos suplicantes viajaron al techo: debía perdonar por la unidad y su felicidad.
Debía hacerlo.
La voz del confesor lo trajo de vuelta—. Como os veo arrepentido, dejare la penitencia en tres Ave Marías si prometéis no decirle nada a vuestra hermana.
—Así será. —Y ambos se levantaron dando por terminada la confesión.
—Además, os quedareis para la primera misa.
—Me parece bien. Creo que la necesito. Padre, usted es muy bueno en su oficio, ¿por qué no intenta aspirar a más?
—Por lo mismo que Vuestra Merced decide levantarse antes de que los gallos canten, y venir hasta un pueblo perdido de Dios—dijo con sorna—. En la corte no se puede ser honesto y eso va en contra de lo que yo soy.
…
Odiaba el papeleo. Iba por el quinto documento y por supuesto había oído como el carruaje se había detenido en la entrada, pero él no iba a bajar. Escuchó como la puerta de la entrada se abrió y se cerró, y como la madera de las escaleras crujió ante su peso. Fernández no saldría de esa habitación, si quería algo que lo fuera a buscar, ni siquiera se levantó cuando los pies se detuvieron frente a su despacho y supo que su armoniosa voz lo llamaría.
—¿Puedo pasar?
—Adelante—dijo sin levantar la vista de sus papeles.
Escucha la puerta abrirse y cerrarse, la respiración de su amado y el silencio que los envuelve, y no hace ademán de moverse. Austria busca una silla y se sienta a su lado, mas no tan cerca como para incomodarlo—¿Podemos hablar?
Es ahora cuando Antonio lo mira y responde con un escueto «sí». Roderich se vuelve a levantar y acerca la silla, lo ve a los ojos por un rato, maquina sus palabras, mira las manos españolas. Fernández sabe que quiere agarrarlas, pero al final no lo hace y deja el tiempo correr: su esposo es alguien que necesita paladear las palabras antes de soltarlas. Sus pupilas se vuelven a encontrar. Ya está listo para hablar.
—Perdonad mi actuación, no debí trataros así y mucho menos a los niños, que culpa de nada tienen. Es solo que te vi arribar con ellos y me hirvió la sangre. Cuando planeé esta empresa nunca pensé lo que realmente significaba que tuvierais hijos, mas ahora entiendo tu punto de vista y…
No pudo continuar, ya que unos cálidos labios abrazaron los suyos y nublaron sus sentidos. Cerró los ojos y su corazón empezó a latir rápidamente, a la vez que sentía pequeñas corrientes de electricidad viajar por todo su cuerpo. Y tan rápido como vino se fue.
Antonio se separó de él y le dedico una sonrisa conciliadora—Os perdono. —Poco más pudo hacer, pues el austriaco tomó su rostro entre sus manos y lo haló al tiempo que el también se acercaba y le besó desesperado, transmitiéndole el anhelo de la espera.
A eso se sucedieron un rumor de besos cambiando de posición, en los que, al principio, Roderich guiaba, pero pronto Antonio le disputó liderazgo. Las manos de Eldestein viajaron a la cabeza de su marido y jugaron con su cabello, mientras las palmas de Fernández se apoyaron el los muslos de otro y los apretaron. Esto le hizo soltar un gemido al más alto por lo cerca que se encontraba de su zona erógena, cuestión que el español aprovechó para introducir su lengua, comenzando una placentera pelea en la que cada uno intentaba explorar más, sentir más y dar más placer.
Por su parte, el austriaco ya se había perdido en las sensaciones: sus gemidos que, empezaron siendo susurros, eran cada vez más frecuentes, más altos, más desvergonzados. No tenía filtro. Ese hombre lo estaba volviendo loco. Y no era el único que se sentía así, pues Antonio había traslado sus manos a la cintura, la cual apretaba con si fuera su único punto de apoyo ¡Cuánto había extrañado a este Roderich! Un recuerdo jamás lo equipararía y se lo demostró cuando dejó su boca e inmediatamente paso a morderle el cuello, cerca de su oreja. Esto hizo arquear a la espalda al austriaco a la vez que un delicioso gemido escapaba de sus labios.
Ambos sin ya aire en los pulmones pararon por un momento y se quedaron mirándose mientras sus respiraciones se calmaban, transmitiéndose todo el deseo que sentían por el otro, así como su conformidad al parar: ahora no era el momento ni el lugar. El español admiró como las mejillas nacaradas ahora eran de color carmín y como sus lentes se hallaban torcidos. Por su parte Roderich se fijó en su desordenado pelo y camisa. Y ambos se rieron con complicidad, para luego dedicarse una mirada más amorosa.
De repente, Eldestein se llevó una mano a su estomago.
—¿Tenéis hambre? —susurro Antonio.
—La verdad es que sí, aunque quería hablaros de otra cosa. Lo digo y nos vamos que me muero hambre. Quiero conocer a vuestros hijos
—Si ya los conocisteis.
—Me refiero conocerlos de verdad a todos y cada uno. Quiero ayudaros con la paternidad.
España abrió la boca pero no salió ningún sonido. Bajó la mirada al suelo con un nudo en el pecho y claramente conmovido. Expiró con fuerza y volvió a ver a su marido—No tenéis porqué hacerlo.
—No, no tengo porqué. Mas sería raro que no lo hiciera porque va a estar pululando en nuestra casa durante un año. Además, yo quiero hacerlo y vos lo estáis pidiendo a gritos. Es mucho para cualquiera y lo sabéis, ya mucho has hecho trayéndolos hasta aquí evitando que el barco se hundiera. —Terminó con una sonrisa segura que produjo otra de alivio en Fernández.
—Gracias, Roderich, sois un santo. —Vio como el austriaco quitaba peso al cumplido con un gesto de su mano y se levantaba de la silla. Lo imitó, se tomaron de manos y salieron de la habitación— ¡Ya se! ¡Cuando terminéis de comer os los presentare! Primero a Filipinas. Y tenemos que organizar las clases, ya que mañana las retoman. Vos podrías dar matemáticas y yo religión y castellano.
—Pero no sé en qué nivel están.
—Depende del niño, Banda Oriental está aprendiendo a identificar los números, mientras que los más grandes están viendo ecuaciones. No pongáis esa cara, os lo explicaré todo hoy. ¡También podríais enseñarles arte! Y a coser, eso es importante.
—¿Y porque no lo hacéis vos?
—Porque yo les voy a enseñar a defenderse. Además, no soy muy bueno cosiendo.
—Yo diría que no tenéis paciencia—dijo con una mueca traviesa—. Al cuarto error lanzasteis el cojín por la ventana.
—Tampoco fue así—se cruzo de brazos al oír la risa del otro—. Y además, he mejorado con los años.
—Bueno, yo no estaría tan seguro.
—Sois horrible—se sonrojó y giro su rostro para el otro no viera lo que su carcajada había creado.
Varios minutos más tarde, ya en la habitación matrimonial, la pareja se dirigió a la puerta que había al lado de la cabecera de Antonio y que daba a una habitación contigua—Siento que tenga que ser así, pero Filipinas es una bebé y no puedo alejarme de ella.
—No os preocupéis, ya lo sabía. Mas, ¿cómo va a comer? —dijo pasando por el rendir de la puerta.
—Hay una nodriza que se encarga. De todas maneras, ya está a punto de abandonar la leche materna. Se le alimentará en la cocina, no puedo estar pendiente de ella y los niños. Además, como ves—dijo saludando a una sirviente—. Siempre hay alguien de guardia. Así que no tendremos que preocuparnos.
Al acercarse a la cuna, ambos hombres pudieron ver a una bebé sumamente concentrada en su pie, el cual lo agarraba con la mano contraria. No fue hasta que las sombras la arroparon que elevó la vista y, con un alegre sonido, saludó a su padre. Este la cargó en brazos, mientras la saludaba con ternura.
—¿Ya has comido? Que niña taaaan buena. ¡Ay sí eres un amor! Sí, sí—dijo y le hizo carantoñas para hacerla reír.
Austria, que nunca había visto a su esposo en ese plan, quedó cautivado y no fue consciente que España lo llamaba hasta que casi le entrega el bebé. El austriaco cogió a la niña con sumo cuidado y la elevó hasta que sus ojos quedaron conectados. Ambos se observaron por unos segundos, Eldestein sonriéndole y la bebé muy seria, estudiando cada detalle ese nuevo ser. Al final la niña se rio y el más alto se le calentó el pecho de ternura.
España observaba la escena totalmente embobado… Hasta que Filipinas agarró el mechón que sobresalía de la cabeza austriaca y tiró de este con fuerza.
—¡Mi Mariazell!
—¡No, Filipinas, no!
…
En medio del patio, los niños habían formado un circulo y alrededor de este corrían Salvador y Panamá, el primero haciendo de gato y la segunda de ratón. El niño un par de veces estuvo a punto de atrapar a su hermana, pero esta zigzagueó, y su mano no fue capaz de agarrarle el vestido.
Ahora Panamá podía ver la entrada del circulo entre las palmas agarradas de Española y Puerto Rico. Estaba a punto de llegar. Sonrió triunfal: a unos centímetros estaba la salvación, solo necesitaba unos segundos más, y lo hubiera conseguido si su padre no hubiera interrumpido el juego llamándolos. No podía ignorarlo, por lo que suspiró y caminó con el resto de sus hermanos a donde su progenitor y Austria estaban.
—Me alegra ver que todos se estuvieran divirtiendo. Os he llamado porque Austria tiene algo que deciros. —dijo cediendo la palabra.
—Gracias, España—se aclaró la garganta—buenas tardes a todos…Emm… Se que ya nos presentamos en la víspera del rey, pero creo que no fue suficiente. Vamos a vivir todos juntos en la misma casa por un año, por lo que me pareció bien que os cuente algo personal para que me conozcáis mejor, y quisiera que hicierais lo mismo. Empiezo yo… Soy Austria, vengo de un país bastante lejano y me gusta mucho la música.
Los niños le escucharon atentamente, y luego se miraron entre ellos decidiendo quien daría el primer paso. Al final Cuba paso al frente—Mucho gusto, soy Cuba.
—¡Oh, sí! España me ha hablado mucho de ti. —Le sonrió con calidez, invitándolo a que se abriera—¿El viaje fue bien?
—Podría decirse que sí—explicó con una tranquilidad que no tenía—. Bueno, yendo al punto que pidió, la verdad es que hay algo que me preocupa. —temía ser regañado por no cumplir exactamente con la orden, mas al ver la angustia de ambos adultos continuó—. Desde hace un tiempo me duelen los huesos sin explicación alguna. También las muñecas y las rodillas.
Las suaves risas de su padre y de Austria asombraron a todos y detuvieran el discurso de Cuba, quien olvidó por completó que estaba diciendo—. Perdonadme—dijo intentando recobrar la compostura—. No nos estamos riendo de vos.
—Es solo que pensábamos que se trataba de algo más grave. —completó España—. Hijo, a tu edad es normal, eso significa que te vas a convertir en un hombre.
—Sí, yo a vuestra edad también me pasó lo mismo y mirad cuánto crecí. Seguro que te conviertes en un hombre esbelto.
Las muecas ambos jóvenes relajaron Cuba, quien agradeció que lo escucharán y dejó el lugar a sus hermanas Española y Puerto Rico—. Un gusto, yo soy Puerto Rico, y soy muy sociable y me gusta la buena fiesta.
—Me sabe mal ser yo que os quite la ilusión, mas veo complicado que podamos acudir a fiesta alguna. Mirad cuantos somos. Empero, supongo que podremos hacer algo—agregó al ver el desalentado rostro de la chica antes de posar sus iris en la otra—. Vos sois Española, la primogénita, ¿verdad?
—Así es— respondió seria, observándolo con insistencia. Quería descubrir qué se ocultaba en esa nívea cabeza.
«Parece que alguien sacó el carácter de su padre»—. Decidme, ¿por qué os hacéis llamar Española si vuestros terrenos son conocidos como Santo Domingo?
—Santo Domingo es un nombre para un joven y yo soy una dama. Y quiero que se me llame así.
Antonio sorprendido por la repentina actitud de su hija, le ordenó calladamente que se comportará con más recato, pero la chica lo ignoró
—Es un buen argumento, si eso es lo que queréis que así sea.
—Gracias. —tomó de la mano a su hermana y juntas volvieron al grupo.
En el momento que sus hermanas pasaron a su lado, los virreinatos se miraron entre sí y dieron un paso al frente. Antes que pudieran pronunciar cualquier palabra, el austriaco lo hizo por ellos—. Vosotros debéis ser Nueva España y Perú. Lo sé por vuestras ropas. Bien, que queríais decirme.
—Me gusta la cocina —expresaron vergonzosos a la vez para confusión de los niños.
—¡Oh! Esto si es interesante. Sé que la cocina es normalmente un ámbito reservado a mujeres, mas os contaré un secreto: a mi también me gusta, sobre todo los postres. Quizás tengamos la oportunidad de cocinar algo juntos.
La sonrisa de Austria y el guiño de ojo de su padre alivió y animó a los niños, quienes al sentirse ratificados en sus excéntricos gustos, no dudaron en expresar su deseo de vuelta.
De un momento a otro, la agradable atmosfera fue rota por los gritos de dos niños al fondo. Todos voltearon con fastidio para comprobar que los alaridos venían de Honduras y Salvador por enésima vez. Y España vistió su rostro con exasperación mientras repetía el mantra «Ay Señor, ¿qué hice yo para merecer esto?» para luego repetir el mismo patrón: acercarse a los niños y tomar a cada uno de una muñeca y llevárselos a rastras. —¡¿Es que no podéis estaros quitos ni un minuto?!
—¡Padre estábamos intentando decidir quién iba primero a ver a don Austria! —contestó Honduras.
—Esta bien, ya me hago una idea. —se excuso el austriaco mientras Antonio los remolcaba a la casa.
—¡¿Por qué nunca podéis cumplir una simple orden?!
—¡Pero, padre…! —protestó Salvador.
—¡Pero padre, nada! ¡Nos vamos a mi despacho mientras pienso el mejor castigo para vuestra falta de respeto!
La familia miró el camino por donde fueron arrastrados los niños con el mismo pensamiento: son unos imbéciles.
Roderich respiró varias veces para recuperar la calma antes de continuar—. Bien, ¿por dónde íbamos? Oh, ¿quién sois? —preguntó al niño se había parado en frente de él.
—Me llamo Nueva Granada. —dijo el infante con una sonrisa consiguiendo relajar al adulto.
—Así que vos sois el famoso Nueva Granada. Habéis estado trabajando muy bien.
—¡Gracias! —agregó ampliando su mueca—. A mi me gusta mucho leer.
—¡¿Leer?! ¡Que aburrido sois!
El acido y arrogante comentario de la guatemalteca, acompañado por las risas de su hermana Nicaragua, y envalentonada por la ausencia de su progenitor, quebraron la confianza del nuevo granadino, que al verse señalado como un muermo y con más de 20 ojos puestos en él, no sabía donde esconderse.
—¿Acaso os he dado la palabra, Guatemala?
Era apenas un susurro, pero atravesó el aire con tal claridad que heló la sangre a todos los presentes. Los infantes levantaron su rostro hacia Austria que en este momento fijaba su atención en la niña que había cruzado una de sus máximas, y comprobaron por primera vez en su vida que no hacia falta gritar para infundir terror—. No soporto a aquellos que hablan a destiempo. Es la primera vez que nos vemos, así que lo dejaré pasar, mas que no se vuelva a repetir. Esto también va para vos Nicaragua.
La última nombrada quedó petrificada al sentir la mirada europea sobre su cabeza, mientras que la que había acosado a Nueva Granada se revolvía por dentro ¡¿Quién se creía que era?! ¡Cuando llegará padre le mostraría cual era su lugar! ¡No volvería a meterse con ella nunca más! Y como si sus pensamientos fueran escuchados, España apareció por la puerta excusándose por su ausencia.
—Padre.
Fernández se percató de actitud mohína de su hija, de inmediato observó a su alrededor y se cruzó de brazos—. Guatemala, ¿qué has hecho?
No podía ser, aquello no debía ser real ¡¿Guatemala había sido abandonada por padre?!
—Parece que la princesita ha perdido su trono—susurro la Española con cruel satisfacción al oído de Puerto Rico, ante lo que la otra chica asintió compartiendo el sentimiento.
—Nueva Granada…—Austria se agachó hasta quedar a su altura para llamar su atención—. Leer es muy bueno. Os convierte en una persona culta, agradable y difícil de engañar. No lo dejéis jamás de hacer.
¡Si! —se giró para volver a su sitió cuando una borrosa figura paso a su lado tan rápido que lo hizo trastabillar.
—¡Buenas tardes! ¡Hola Padre!
—Hola Panamá, veo que tenéis la energía de siempre.
—¡Sí! ¡Don Austria a mi me gusta hablar!
—¿Hablar?
—Sí, hablar y conocer personas.
—Ya veo… Espero que también escuchéis a los demás
—Bueno… Estoy aprendiendo ¡Adiós!
Y desapareció tan rápido como vino.
—Vuestra hija es curiosa.
—Sí, pero es buena.
—Eso es lo importante—sonrió a su esposo y después miró a la otra niña que se encontraba al lado de Nicaragua y que no perdía detalle de la actitud de los dos hombres—¿Y vos sois?
—Costa Rica… ¿Padre y usted se conocen desde hace mucho?
Ante tal pregunta, los implicados se miraron y al tocarse sus pupilas no pudieron evitar relajar sus rostros antes de volver a ver a la niña—. La verdad es que sí, ¿por?
—Por nada en especial. —la colonia los observó intensamente una vez más antes de girar el rostro ligeramente sonrojado dando así terminada la conversación, y dejando a las dos mitades del imperio más confundidas.
—¿Sabéis qué? —comenzó España para romper el enrarecido ambiente que había dejado el gesto de su hija—. Quiero presentaros a alguien muy especial ¡Alto Perú, ven!
No hubo acabada la oración y, entre el espacio que abrieron sus hermanos producto de su caminar, apareció un niño de 10 años ricamente ataviado, andar elegante, piel cobriza y pelo negro que enmarcaban unos ojos grises oscuros que lucían tan aburridos como somnolientos—¿Llamó padre?
—Presentaos ante Austria, hijo.
Las pupilas de Alto viajaron lentamente hasta el rostro de Austria, y luego su pecho lo siguió—. Buenas tardes—comenzó arrastrando las palabras—Soy Alto Perú. A pesar de mi nombre vivo al sur de Perú. Según mis asistentes me han comunicado, mi casa se encuentra en la metrópolis más grande del Nuevo Mundo.
Eldestein parpadeó un par de veces antes de contestar complacido. Por un momento había olvidado que estaba hablando con un colono, y pensó que estaba delante de un pequeño príncipe—. Tenéis un vocabulario envidiable para alguien de vuestra edad.
—Una persona de mi alcurnia no se puede permitir un vocabulario pobre y soez. —explicó con la misma indiferencia de quien habla del clima.
—Así es. —replicó su padre asintiendo un con el pecho henchido de orgullo—. Explicadle que os gusta.
—Disfruto con la geología.
—¿En serio? —cuestionó cada vez más impactado.
—Por supuesto. Es interesante entender de dónde vienen los metales y por qué tienen las propiedades que los caracterizan.
—…
—Padre, ¿puedo ir a hacer la siesta? A esta hora apenas me mantengo en pie.
—Esperaros a que terminemos. Ya falta poco ¿Quito podríais venir? ¿Quito? Quito…
El niño llamado tenía la mente tan cerca de la naturaleza que se le hacía imposible oír a su padre: el verdor de la grama, las flores con sus brillantes colores, las hojas que se batían al viento y las aves que surcaban por el cielo; todo era una sinfonía que le extasiaba hasta el punto de entreabrir la boca. No fue consciente que lo buscaban hasta las 18 voces gritaron su nombre—¡¿Qué pasa?! ¡Ah! ¡Voy! —Al arribar elevó el rostro con una inocente sonrisa.
—Austria os quiero presentar a mi distraído hijo.
—No estaba distraído padre, estaba admirando la naturaleza.
—Como puedes ver, esa es su pasión.
—¿Os gustan tanto los animales?
—¡Sí! Me gustan todos, especialmente los marinos.
—¿Los marinos…? ****** —inmediatamente su rostro mudó a una expresión de terror, de solo escuchar esa palabra se asustaba. Pero el niño no pareció percibirlo.
—¡Sí! Los defines, las tortugas, las estrellas de mar…!
—Quito…—su padre intentó calmar su vehemente discurso, mas el niño, animado porque alguien quisiera oírlo empezó a hablar de todos los pormenores de las criaturas marinas: sus aletas, sus patas, su sistema de propulsión, sus hábitos alimenticios, sus horas de actividad, su esperanza de vida, sus épocas de reproducción… Y todo esto para horror de Austria que cada vez estaba más cerca de un ataque de pánico.
No fue hasta que su padre le abrazó la muñeca con suavidad cuando pensó que debía parar, y se dio cuenta de que su progenitor había bajado su espalda para estar a su misma altura—. Hijo, creo que Austria prefiere las criaturas terrestres—dijo mientras sus pupilas viajaban desde la cara del niño hasta la de su marido para cerciorarse de que no estuviera hiperventilando.
Quito miró a Austria y, sin saber muy bien porqué, se sintió mal. El resto de los niños se sentaron observando al más alto con preocupación, mientras España ponía las manos en sus hombros e intentaba calmarlo en susurros inaudibles. Tuvieron que pasar varios minutos y decenas de inspiraciones y expiraciones para que Eldestein empezará a volver en sí. Al final, Quito que seguía de pie frente a los adultos asió la mano de Austria con suavidad—. También me gusta mucho pintar y cocer. Soy muy bueno en eso*******—dijo a modo de disculpa.
Ese gestó trajo a Roderich a la realidad y le recordó donde estaba—¿Ah sí? — comentó girándose hacia el niño juntando la compostura que le quedaba—Eso está muy bien… Tendréis que enseñarme vuestros diseños… También creo que en la biblioteca tenemos una enciclopedia de animales… Si os portáis bien la podréis ojear en mi presencia o en la de España.
—¡Trato hecho!
Una vez que la colonia volvió a su lugar, Roderich se fijó en los dos niños que se ocultaban detrás de Cuba, y que hasta ahora no había reparado en ellos. Desde esa distancia solo alcazaba a ver mitades de los mismos, pedazos inconclusos de distinto color, y no lograba identificarlos. —Vosotros dos. Los que estáis detrás de Cuba, acercaros para que os vea bien.
Sin prisa, como quien intenta alargar el tiempo para que nunca llegue, los nombrados caminaron a paso lento y con aplomo. Sin el temor de agradar que caracterizaba al resto de los hermanos, algo se confirmó cuando sus miradas osaron enfrentar con valentía a la de Austria.
El adulto los estudió con interés: el de la derecha tenia la piel clara que conjuntaba con sus ojos y cabello lacio color chocolate. Era muy tierno, pero nada destacable. Sin embargo, el de la izquierda lo arrobó: sus finos rasgos, sus simétricas facciones, su piel canela, su cabello brillante y ondulado y unos ojos grandes de color turquesa que refulgían llenos de vida. Austria echó mano de su memoria, y no consiguió recodar a otro niño más hermoso que este ¿Por qué Antonio no se lo había presentado?
—Soy Nueva Extremadura.
—Y yo Venezuela.
«¡No puede ser! ¡¿Este es el famoso Venezuela?! ¡¿El demonio de la familia?! ¿El que trae constantes jaquecas a Antonio? ¡¿Este angelito?!».
—Contestad a lo que Austria os ha pedido. —hablo severo España a sus hijos más rebeldes, trayendo a la realidad al austriaco.
—A mi me gusta estar callado y que no me molesten—comunicó el nuevo extremeño
—Y a mi nadar.
—¿Nadar? —preguntó curioso por esa extraña afición.
—Sí, nadar.
—¿Y nada más?
—Solo nadar. —contestó a la defensiva y se cruzó de brazos.
—Ve-ne-zue-la.
—Esta bien, España. No pasa nada. —e inmediatamente Austria se percató a algo particular: padre e hijo eran una imagen en espejo: la misma desafiante expresión, la misma forma de cruzar los brazos, de adelantar un pie, de levantar las cejas… Eran iguales hasta el estupor. —¿Cómo…? ¿Qué…? ¿Cómo es que sois tan parecidos?
Y la sorpresa y el rechazo de los señalados no se hizo esperar. El niño solo fue capaz de articular un ruidoso «¡¿Aaah?!», mientras su progenitor se lanzó hacia el austriaco sin parar de decir que se había vuelto loco, que seguro se le había roto algo durante su casi ataque de pánico y se había vuelto ciego o peor, sufría de alucinaciones.
Eldestein se acerco a su marido, en voz alta le aseguro que su visión no tenía ningún problema y, en susurros, le pidió que no minara su recién ganada autoridad frente a los niños. Finalmente España aceptó y dejó a sus hijos ir.
—Ya solo quedan tres. Guayna, Rio de la plata y Banda Oriental, ¿podríais venir? —llamó el austriaco.
—¿Cómo sabíais que éramos nosotros? —preguntó Guayna asombrada y señalándose así misma.
El adulto caminó hacia ellos y se inclinó para hablarles—Vuestro padre me contó todo sobre vosotros. Sobre como una pequeña niña se encargaba diligentemente de sus rubios hermanos.
—A ella yo no la conocía antes de venir para acá —interrumpió alegre el más pequeño.
—Eso también me lo dijo, Banda Oriental. Guayna, sois una niña excelente. —agregó con una sonrisa orgullosa que hizo abrir los ojos a la niña, para después bajarlos con timidez
—Solo hago mi trabajo.
Eldestein le dirigió una mirada dulce antes de hablar con el niño que tenía a su derecha—¿Y vos, De La Plata? Me han dicho que estáis aprendiendo a manejar los cubiertos con soltura ¿Cómo vais con eso?
—Más a menos…—susurró evitando las amatistas.
—Seguro lo conseguís. Sé paciente, la paciencia es la madre de todas las ciencias.
—¡Es que he estado cerca de lograrlo, mas al día siguiente vuelvo a ser torpe! —cerró los puños y tensó los brazos de pura desesperación.
—Río de la Plata. —su musical voz detuvo la espiral de ansiedad en la que el niño se estaba metiendo—¿Has visto a los bebés aprender a caminar? Se pasan semanas intentando ponerse de pie, cogiendo fuerza en las piernas, luego tratan de dar sus primeros pasos y se caen. Se caen innumerables veces. En algunas ocasiones vuelven a gatear, como si volvieran a ser pequeños. Hasta que un día, se levantan y andan. A ti te pasará lo mismo.
La melodía que sus oídos captaron, iluminó sus ojos y calentaron su pequeño pecho. Quiso lanzarse a sus brazos, pero a su pequeña edad ya había sido socializado lo suficiente para saber que eso no se hace con un desconocido, por lo que le agradeció con efusión y dejó que su hermano menor tuviera la oportunidad de expresarse.
—Don Austria, yo quiero saber que es lo que lleva entre los ojos. —dijo Banda Oriental rompiendo el protocolo al señalarlo con su dedo índice.
—Banda Oriental no está bien señalar.
—Yo quiero saber, padre ¿Es un periscopio? —siguió en el mismo plan, desafiando las ordenes en busca de la verdad
«¿De dónde sacó este niño esa idea?». El austriaco ajustó sus lentes con una mano mientras que con la otra bajaba los dedos que casi se pegaban a su cara—. Son unas gafas. Las uso para ver mejor.
«Diréis que las usas porque eres un coqueto» y intentó ocultar la sonrisa que nacía en sus labios. No quería desatar otra guerra europea con su marido a la cabeza********.
—¿Alguien os hizo algo? Padre, ¿alguien malo dañó a Austria?
—No, hijo no.
—¡Ah! ¿Y yo tengo que llevar gafas?
—Si no ves borroso no.
—Volviendo al tema principal…—empezó Austria recobrando el control de la conversación—. Decidme Banda Oriental, ¿qué es lo que más te gusta hacer?
—Pues… Disfruto mucho corriendo y jugando con mis hermanos, que son a los que más quiero.
El «awww» fue general. La última frase había descongelado el corazón de todos los presentes. Y también les había hecho entender algo importante: Banda Oriental era demasiado puro para este mundo.
Bueno, ¿qué tal? Yo estoy orgullosa, creo que las personalidades quedaron más definidas en este capítulo y ya hay algunas colonias bien identificables. Tengo que decir que me encanta Bolivia, es un odioso, pero es divertido de escribir.
En esta familia hay de todo XD: el hipocondriaco, la rumbera, la "no me la calo", el empresario, los cocinillas, el distraído, el "me siento el príncipe del mundo", el alma no corrompida, la tímida, la fujoshi en potencia, el loro, las bullying, el nerd, el violento (sí Antonio, es contigo), los rebeldes con causa, los "me peleo porque sí" y el genio frustrado musical (no miro a nadie e.e)
Si yo fuera España ya me hubiera fabricado un condón. Es que 19 hijos, te pasaste tres pueblos, loco. XD ¿Se imagina todos los nombres que dice cuando quiere llamar a uno de ellos? xdddd
Y lo dejo aquí para que lean las notas. A ver si me da tiempo de sacar uno pronto que el resto serán más cortos.
Notas
*La Serenísima República de Venecia existió desde 697 hasta 1797. Fue un estado con capital en Venecia que progresivamente fue creciendo hasta convertirse en una de las potencias económicas del mundo. Sin embargo, gracias al avance marítimo del Imperio Otomano, Venecia fue perdiendo territorio, como en la batalla de Lepanto en que se alió con España y las fuerzas papales. Y si bien ganaron la batalla, no recuperó el territorio porque España no le prestó suficiente ayuda, ya que no quería que la República se volviera a expandir por el Mediterráneo.
**Por esa época Nápoles era un virreinato, pero bastante descuidado por el Imperio Español, pues era asaltado por piratas y en 100 años no se construyeron más de 10 calles.
*** Antes que la calefacción se inventará, los últimos pisos de los edificios era los menos apreciados y más baratos. Esto se debe a que el techo esta en contacto con el exterior, por lo que cuando es verano te calcinabas y cuando es invierno te congelabas. Era normal enfermarse del sistema respiratorio si vivías en un último piso.
****Viola de gamba: instrumento precursor del violín. La canción que están cantando los niños es un juego. No se si la han oído. Yo la conozco de prescolar. Al parecer era un juego que ya había sido inventado en el 1600.
*****Clavecín: antepasado del piano.
*****Creo recordar que en el manga se decía que la fobia de Austria eran los animales marinos XD.
*******Esta colonia era conocida por sus hermosos frescos religiosos y las buenas telas que producía.
********Para quien no lo sepa: Austria no tiene problemas de visión, usa gafas porque cree que así se ve más intelectual. Piensa que su rostro se ve plano sin ellas. Sí, Venezuela no inventó el "antes muerto que sencillo", fue Austria.
