¡Hola gente! Ya tenía ganas de traer un capítulo y sobre todo este. Me divertí mucho escribiéndolo y espero que ustedes también se diviertan leyéndolo :D.
La sala de música
Ahí estaba otra vez.
Austria sintió de nuevo la incomoda sensación de que alguien lo observaba. Cada vez que se ponía tocar el clavicordio era lo mismo. O la viola de gamba. O la flauta. O el laúd. O simplemente cualquier instrumento que le diera la gana. Ya con solo entrar en aquella habitación sentía que un par de ojos como afiladas agujas lo estudiaban con una insistencia que le erizaba los vellos, como si intentarán grabar cada uno de sus movimientos: cómo se sentaba, cómo agarraba el instrumento, cómo colocaba los dedos, cómo expelía el aire de su boca, cómo movía sus labios para buscar el sonido, cómo tañía las cuerdas…
Era exasperante.
Y frustrante, pues cuando se dirigía a la puerta y metía la cabeza tras esta solo obtenía la visión del pasillo vacío y silencioso. De igual manera, cuando detenía de golpe la melodía y giraba su rostro, no lograba ver nada inusual. Entonces, en ambos casos, agarraba el pomo y cerraba la puerta tras de sí para descubrir, pocos minutos después, que misteriosamente se había vuelto abrir.
Esa habitación, con esos muebles, ventanas, cortinas e instrumentos era su santuario; el lugar donde podía vaciar su mente, eliminar el estrés y dejar volar su alma. Y solo podía hacerlo durante unas pocas horas a la semana. Su mayor pasatiempo se había visto reducido desde la llegada de los niños: enseñar, corregir, vigilar, imponer orden y silenciar requería tanto tiempo y energía que difícilmente conseguía sacar tiempo para sí mismo o para su pareja que no fuera roncar en la misma cama.
Estos momentos, lógicamente, coincidían con la hora de la siesta o después de las clases, cuando la casa estaba en calma y el podía tocar sin interrupciones. Por ello, esa extraña e incesante mirada que llevaba persiguiendo 21 días lo estaba volviendo loco.
¿Le pediría ayuda a Antonio? Por supuesto que no, pues sabía que aunque lo hiciera con la mejor de las intenciones, su afán de control amedrentaría al culpable, y él lo que quería era atrapar a aquel que le quitaba la calma cometiendo el "crimen".
Un sonido proveniente del pasillo detuvo su corriente de pensamientos, giró su cara levemente y fijó su atención. Definitivamente ahí había alguien. Por ello, se paró y dio pasos suaves hasta la puerta, se asomó y a la izquierda pudo ver a Veneciano de espaldas con un trapo en la mano y acompañado por un balde lleno de agua y jabón.
Austria levantó una ceja cada vez menos seguro de su cordura—. Veneciano, ¿cuánto tiempo lleváis allí?
Al oír su nombre en boca de su amo, el italiano se volteó, limpió sus ropajes y se inclinó respetuosamente antes de contestar—. Un rato mi señor. Estaba limpiando el suelo.
—¿Y cuánto os queda?
—Ya he terminado. En este momento iba a descansar un poco antes de seguir con las labores
Eldestein abrió un poco más la puerta a la par que dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro—. ¿Y porque no descansáis en el salón de música conmigo? — dijo mientras daba un paso hacia atrás a la vez que elevaba el brazo invitándolo a pasar.
El preadolescente pintó una sonrisa tan luminosa como efímera en su faz y se inclinó antes de pasar por las hojas de madera. Agarró el pomo y cerró con delicadeza aislando a los dos seres del resto de la casa. Veneciano buscó una silla y se sentó, mientras Austria se acomodó en el banco que utilizaba para tocar el clavicordio y comenzó a tocar.
Por mucho que le irritará su amo, por mucho que le estresarán sus aires de grandeza, su arrogancia y su pomposidad, y por mucho que quisiera liberarse de su yugo, no podía dejar de admirar su talento musical, su técnica y buen gusto. Aun cuando no quisiera prestarle atención, la música que sus dedos y boca producían era única e inigualable.
Italia del norte no pudo evitar cerrar sus ojos y dejarse llevar por la melodía. Solo la tenue voz del austriaco rompía ese embrujo—. No estamos solos, ¿verdad? —inquirió en latín.
—No
…
La puerta permanecía abierta y nadie aparecía por el pasillo para cerrarla. En su interior tampoco había ningún adulto para detener la curiosidad infantil, como si se hubieran olvidado de todos los instrumentos y objetos de gran valor.
Era demasiado bueno para ser verdad, si hubiera sido mayor se habría dado cuenta de que aquella situación era un perfecto caballo de Troya. Pero aun era un niño inocente e impulsivo, por lo que, aun desconfiando, terminó saliendo de su escondite y entró en la habitación. Con pasos lentos y seguros, se acercó hipnotizado al clavicordio hasta tenerlo en frente; nunca había visto un objeto tan ricamente adornado que produjera tal variedad de melodías. Sus teclas eran tan brillaban, tan rectas, tan uniformes que Venezuela se preguntaba cuál sería su tacto. Extendió su dedo índice derecho, miró para ambos lados, inspiró y lo bajó.
—Así que erais vos el que tanto me espiaba, Venezuela.
El susodicho dejó de respirar, abrió los ojos de par en par y se dio la vuelta: allí, iluminado por la luz dorado de la tarde, estaba Austria adornado por un aura de seguridad y victoria. Ladeó la cabeza y sonrió levemente haciendo que el niño se diera cuenta de que había caído en la trampa. Los latidos de su corazón martillaron en sus oídos. Estaba asustado. No sabía que le haría Austria. No lo comprendía y había entrado a su lugar especial sin autorización. Debía huir de ahí lo mas rápido posible.
Y el adulto se estaba acercando.
—Ahora decidme, Venezuela, ¿por qué…? ¡Ey! —lo llamo en vano y arribó hasta la puerta solo para oír como bajaba las escaleras y se perdía en lo más recóndito del jardín, allí donde las manos de los adultos no llegan.
…
¡¿Qué?! ¡¿Venezuela?! —España, que hasta ese momento escuchaba relato y respondía con suaves monosílabos, elevó la voz desconcertado, mientras Filipinas volvía a revolverse entre sus brazos. Antonio arrugó el rostro: otros 20 minutos intentando dormir a su hija a la basura.
—Sí. —Vio a su esposo bostezar por cuarta vez mientras la molestia revestía su rostro.
—Mañana voy a hablar con él. —Se rasco la cabeza y entrecerró los ojos.
—No, no os preocupéis. Prefiero hablar yo con él.
España fijó sus ojos en la cara de la hija que se negaba a dormir—. Él no es un niño fácil.
—Tranquilizaos, un niño de 7 años no me amedrenta —dijo y el cansancio lo empezó a invadir
Al escuchar a su amado bostezar. Antonio sonrió con dulzura—. Parece que ya os estáis acostumbrado al trajín de la casa. Al principio os quedabais dormido con la misma ropa nada más entrar a nuestros aposentos.
Roderich se puso enfrente de Antonio—. Sí, pero vos no podéis manteneros en pie ¿Habéis visto las ojeras que tenéis?
España se encorvó un poco—. Sí, ¿pero que puedo hacer? Filipinas está aprendiendo a caminar y no se quiere ir a dormir. En cierto modo la entiendo: acaba de descubrir un mundo y no hay nada más emocionante que eso. Sin embargo, lleva días quedándose despierta hasta muy tarde y me obliga a desvelarme
Eldestein arrugó los labios ante la dolorosa ternura de ver a su marido siendo un buen padre, extendió los brazos, tomó a la bebé y la acercó a su pecho—. No estáis solo en esto, si se levanta por la noche dejadme hacer guardia a mi—Y con el otro brazo obligo al español a sentarse en la cama.
La sorpresa rápidamente fue sustituida por una sonrisa sincera—Gracias, Rod.
Este le devolvió el gesto y se concentró en la bebé, a quien le cantó una nana con su voz de barítono.
España fascinado por la escena y por la habilidad de su marido, depositó su espalda en el colchón y fue cerrando sus ojos, embrujado por la melodía de Austria.
—Maus*, si la conversación con Venezuela se extendiera, podríais cuidar de los niños por mi.
—Sí…—susurró y poco después empezó a emitir suaves ronquidos.
Austria alegre y aliviado porque el español por fin descansara, lo cubrió con la primera manta que halló, se fue cuarto contiguo, cerró la puerta y comenzó a cantar para terminar de dormir a Filipinas.
Ya iría buscar a España y lo metería en la cama.
…
La mañana había transcurrido tranquila e inusualmente normal para lo que había pasado ayer. Venezuela todavía estaba asombrado de que su padre no lo hubiera llamado a su despacho, separado del grupo, buscado en su cuarto y le hubiera dado un sermón. Tampoco se esperaba ese silencio de Austria, ya que había roto una regla muy importante. ¿Es que no lo iba a castigar? ¿Qué clase de persona era?
De repente, alguien tocó su hombro. Venezuela tragó parte de su almuerzo y, aún con los cubiertos en la mano, giró su cuello encontrándose con Veneciano.
—Eh, copia. —empezó el preadolescente, que le había puesto ese mote desde que descubrió que compartían el nombre**—Austria quiere que vayáis a las 3 a su sala de música. Sed puntual y no os escapéis como ayer.
El venezolano inspiró fuerte y sintió que el miedo recorría su espina dorsal. Miró a su izquierda y vio que Nueva Extremadura le preguntaba qué pasaba y, un poco más allá, los iris amatista de un pálido adulto refulgían. A continuación, viró su cara a la derecha y se dio cuenta de que todos sus hermanos lo miraban con interés y, al extremo, estaba su padre observándolo con severidad.
No podría huir.
Cuando el reloj dio las 2:58 de la tarde, el niño ya estaba parado frente a las dos hojas de madera que daban al lugar que tanto había estudiado las últimas semanas. Su hermano y mejor amigo se ofreció a acompañarlo, pero él no se lo permitió: era algo que tenía que enfrentar por sí mismo, sea lo que fuere lo que le esperaba tras esas puertas. Y gracias al nerviosismo, arribó con 10 minutos de adelanto y se quedó allí, indeciso sobre si pasar o no.
Sin embargo, sí sabía una cosa: que el austriaco lo estaba esperando dentro de la habitación, aunque no emitiera ningún sonido. Ese pensamiento terminó de decidirlo: tocó la puerta antes de que el reloj diera las tres.
A la orden tomó el gran pomo, tragó grueso, lo giró y empujó la puerta, logrando que la luz lo cegara por unos segundos, para luego descubrir al europeo finamente sentado en el sofá más cómodo de la sala.
—Venezuela, cierra la puerta, por favor. —Al ver que el niño cumplía el mandato, se levantó y caminó hasta quedar en frente de él.
Fue en ese momento cuando el niño se percató de la verdaderamente alto que era el esposo de su padre. Una muralla fría e inescrutable.
Venezuela —dijo con lentitud, acentuando todas las sílabas—¿Por qué me habéis espiado durante todos estos días?
El interrogado sintió la boca seca y esquivó la mirada—. Eso… Es porque…
—Miradme cuando os hablo o lo consideraré una falta de respeto. —Y el niño quiso hacerlo, quiso devolvérsela con la misma intensidad y desafío que le regalaba a su padre, pero le costó por el miedo a lo desconocido. Al final consiguió el valor necesario y levantó los ojos.
—Me-me gus-gustaba las tonadas que salían de aquí.
—¿Y porque no pediste pasar? —dijo con los brazos cruzados.
—Porque cuando usted está aquí quiere descansar y no ser interrumpido.
Eldestein suspiró ante las certeras palabras y por no saber muy bien cómo continuar—¿Os gusta la música?
—Sí…— E intentando olvidar su nerviosismo, fijó su atención en el clavicordio—Quiero tocar eso. —mencionó señalándolo y caminó hacia él, mas el brazo del más alto lo paró en seco.
—¿Qué os hace pensar que podéis tocarlo? ¿Acaso os he dado permiso?
El infante vio la expresión del austriaco. Súbito, tuvo una corazonada que le hizo sonreír con suficiencia—. Yo puedo tocar la misma canción que usted ha estado tocando los últimos días.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo vais a hacer si nunca habéis tocado el clavicordio?
—¿Y eso cómo lo sabe?
Roderich rodó sus ojos—. Porque no conocíais su nombre hasta hace un momento. Lo habéis llamado «eso».
Sin embargo, Venezuela no se amilanó. Se cruzó de brazos y le sonrió alegremente desafiante—. No importa, yo sé que puedo tocar la misma canción que usted.
A Austria no le gustó la actitud del chico y estaba dispuesto a acabarla allí mismo—¿Eso creéis? —Puso sus manos en las caderas y se acercó al pequeño rostro con una mueca torcida. Inmediatamente se irguió y con su cuerpo lo invitó a tomar asiento, algo que el venezolano hizo con la barbilla en alto y los gestos más elegantes de su repertorio.
Cuando el niño colocó su vista en las teclas del clavicordio, se le aceleró el corazón. Esa sería la primera de muchas veces que apostaría por algo en lo que no podía asegurar la victoria. No había marcha atrás: se subió las mangas, situó los dedos en la misma posición que había visto en el adulto cuando componía, inspiró y expiró y comenzó a tocar.
Austria, que estaba completamente seguro de que Venezuela se iba equivocar en las primeras notas, tuvo que tragarse su orgullo. Y lo hizo con gusto: el niño apenas había trastabillado con las teclas, y en las siguientes estrofas corregía la falta. ¿Cómo podía haber memorizado toda la pieza con solo verlo tocar desde una distancia prudencial? Ese niño era un diamante.
En el momento en que su dedo índice se despegó de la ultima tecla, la colonia volteó su rostro triunfante hacia el mayor, esperando una ovación, empero lo que recibió lo desconcertó. —¿Habéis estudiado música?
—¿Eh?
El europeo caminó hasta un mueble, abrió uno de los cajones, sacó un par de hojas, las apoyó en el atril que tenía el instrumento, se sentó al lado del infante, y se las señaló—. Tocad esa melodía.
Venezuela volvió a sentirse inseguro— Yo… Ah… Esto.
—¿Sabéis lo qué os estoy señalando?
—No…
—¿Y si os digo que ejecutéis un Do, Re, Fa?
—Un, ¿qué?
Roderich abrió sus brillantes ojos, un loco plan se había instalado en su cabeza: darle clases a este niño. Posiblemente se arrepentiría, mas cuando quiso darse cuenta, ya sus labios estaban hablando—. Son notas musicales y esto que veis aquí es una partitura. En la partitura, los músicos escribimos las notas que os dije anteriormente. Me refiero a esto de aquí—dijo indicándolas una por una.
—¿Y todo esto para qué me sirve?
Eldestein reprimió su alegría. Lo tenía justo donde quería— Para tocar lo que queráis en el instrumento que deseéis. Por ejemplo, esto suena así. —Tocó algunas teclas del clavicordio, se levantó y sacó una flauta travesera y se paró al lado del niño—. Y en una flauta travesera se escucha así. Yo no «necesito» saber tocar todos los instrumentos, solo con leer la partitura ya puedo hacerlo.
—Sí, pero para eso está el oído.
—Con el oído solo podrás imitar las canciones que otros toquen. Mas, si aprendes a leer una partitura y sabes música, podrás inventar tus propias melodías.
—¡¿De verdad?!
—Así es. —dijo Eldestein orgulloso de sus conocimientos y habilidades—. Os prometo que, si yo os enseño, al menos sabréis lo básico para poder tocar y componer… ¡Sin embargo! —añadió al ver la emoción en el otro—. Si queréis disfrutar de ese privilegio tenéis que trabajar y seguir una serie de reglas. —Al ver que Venezuela se cruzaba de brazos y lo miraba con atención las fue enumerando con su voz y sus dedos—. Primero, debéis llegar puntual. Siempre. Segundo habréis de seguir mis instrucciones, sin pataletas, gritos…
—Mas…
—Y sin interrumpirme cuando hablo, ¿si?
—¿Y qué pasa si tengo una duda?
—Levantáis la mano como en cualquier clase. Tercero, tendréis que prestar atención, la música requiere observación y práctica, y si queréis conseguir los objetivos hay que trabajar ¿Estamos de acuerdo? —dijo y extendió la mano.
Venezuela se paró del banco, se colocó en frente del joven y miró la mano que tenía a escasos centímetros. Había visto a muchos adultos hacer ese gesto, significaba respeto y compromiso con las palabras y las acciones acordadas. Aunque era algo muy simple, no se lo tomó a la ligera, y menos del después de la proposición que le habían hecho y de quien venía. Por ello, observó la mano de dedos blancos y finos, y después el rostro serio del mayor y, sin quitarle la vista de encima, unió su palma con la Roderich—. Trato hecho.
*Maus: ratón. Una forma cariñosa de llamar a la pareja en paises de habla alemana. Los ratones son ¿tiernos? xddd.
**Una de las hipótesis más populares para el origen del nombre de "Venezuela" es que viene de "pequeña Venecia" gracias a los palafitos que vio Colón en su viaje. Eso si es nostalgia por lo conocido XDDD.
Me encanta que alguien le haga tragar el orgullo a Austria. Y que Quito lo haga entrar en un ataque de pánico por los animales marinos xddd.
Papi Antonio con Filipinas es A-M-O-R.
