El bosque
Antonio despertó de la siesta con el cuerpo descansado y el animo relajado. Sonrió mientras se estiraba con los ojos cerrados: le encantaban esas siestas a mitad de la tarde, como no amarlas con todos los beneficios que conllevaban. Lastima que no pudiera hacerlas tanto como quería.
Alargó la mano y descubrió con desazón que el cuerpo de Austria no lo acompañaba en ese ritual, algo que ocurría desde hace semana cuando tomó la extraña decisión de enseñarle música al niño más rebelde de la casa. Aunque se lo había explicado varias veces, el Antonio no acababa de entender que impulsaba al centroeuropeo a prestarle más atención a un vástago que no hacia más que pelear y hacer berrinches todo el día. Tampoco le agradaba que le quitarán el tiempo que su marido había reservado para él.
A él también le costaba exprimir horas para los dos.
Suspiró y vio el reloj: las iban a ser las 16:00. Probablemente en unas semanas Roderich se daría cuenta de que enseñar a Venezuela era una perdida de tiempo y volvería a compartir las siestas con él. No obstante, por ahora tendría que ocupar su tiempo, y ya sabía lo que iba a hacer: descubrir el paradero del resto de sus hijos.
Lo primero que iba a hacer era averiguar si alguno, aparte de Venezuela seguía en la casa, así que subió al tercer piso y fue paseando por el pasillo buscando algún ruido, hasta que vio la puerta de biblioteca abierta. Extrañado, se asomó y atisbó al instante a Nueva Granada con un libro en la mano y poniéndose de puntillas para dejar otro.
—¿Os gusta la biblioteca?
—¿Padre! —dijo sorprendido y preocupado al haber sido descubierto en la habitación sin consentimiento de los adultos, mas al percatarse de la cariñosa sonrisa de su progenitor, se tranquilizo—. Sí, estaba pensando en llevarme este libro, ¿está bien?
—Dejadme verlo —pidió alargando la mano, agarrando el libro que su vástago le ofrecía, y leyendo la portada— ¡Oh! este es uno de mis favoritos, es muy divertido. Es perfecto para vos. Luego me comentáis que os pareció.
El niño, con los ojos brillantes por las palabras de su padre, le agradeció el consejo e imitó la gran sonrisa que había en el rostro del mayor.
España puso una mano en el hombro derecho del menor—. Y ahora vamos al patio. Hace una tarde muy bonita y hay que disfrutar del buen tiempo —Nueva Granada asintió y ambos salieron de la habitación, bajaron las escaleras y, al llegar a la sala, se detuvieron al encontrar al cubano y al alto peruano enfrentándose en una partida de ajedrez—. Adelantaos, yo voy a quedarme un rato con vuestros hermanos —por una vez más, el niño volvió a asentir sonriente al sentir la tosca mano de su progenitor apoyarse con suavidad en su hombro.
Cuando su hijo más brillante se hubo enrumbado al patio, el joven caminó y se detuvo frente al tablero de ajedrez claramente complacido por observar ese espectáculo: su hijo mayor estaba serio, concentrado en el próximo movimiento que haría su hermano y todas las posibles consecuencias que esto tendría. Por su parte el niño había perdido esa mirada somnolienta que tanto lo caracterizaba, y su cara reflejaba la tensión y el desespero de no encontrar la salida al contrataque que vivía: ponía la mano en una pieza, sentía la mirada penetrante del mayor, quitaba las falanges, volvía a apoyar su mano en su mandíbula y repetía el ritual.
España se llevó una mano a la boca para acallar un acceso de risa, se puso al lado de Alto Perú y se agacho hasta quedar a la altura de su oreja—. Calmaos, no es tan difícil como parece. Si os tranquilizáis podréis ver el cuadro completo.
—¡Padre!
—Cuba, tu hermano es menor que vos. Tened un poco de piedad —dijo cruzándose de brazos y con una sonrisa que estaba a medio camino de la travesura y la seriedad—. Ahora Alto Perú —dijo mientras volvía a ponerse a la altura de su hijo—. Si queréis ser un buen estratega, no debéis dejar que vuestros sentimientos os ofusquen o no podréis ver todo el panorama —agarró la pieza más cercana y la avanzó haciendo peligrar toda la estrategia de su colonia más antigua.
Cuba se llevó las manos a la cabeza mientras Alto Perú agradecía enormemente a su padre y este le replicaba que lo había hecho con gusto, pero que, de ahora en adelante, tenía hacerlo solo para realmente aprender.
Antonio siguió su camino, saludó a sus sirvientes y cruzó el dintel que lo separaba del patio. Por un momento la claridad de la tarde lo encegueció. A sus oídos arribaron las voces y chillidos infantiles que secretamente lo relajaban. Abrió nuevamente los ojos y halló sus terrenos en placida animación: Nueva España y Perú estaban sentados y hablando a las faldas del árbol en el que él y su esposo escondían su amor. Quito, un poco más allá, pintaba en su cuaderno a sus hermanas saltando la cuerda y a una Guatemala claramente enojada porque Panamá le quitaba el protagonismo con sus piruetas. Por su parte, los más pequeños habían dibujado números con tiza y, con sus piernas, intentaban recoger la piedra que habían lanzado y volver al punto de partida, mientras eran observados por un curiosa Filipinas que se agarraba al vestido de la nodriza para no caerse.
El viento acarició su cara y meció los mechones más largos de su cabello. Inspiró profundamente el aire de la montaña y sonrió pleno. El momento era perfecto.
Y sin embargo, ¿Por qué notaba que algo faltaba?
...
Todo había empezado con una simple apuesta: a qué no os atrevéis a quedaros despierto durante la siesta, a qué no salís del cuarto, bajáis las escaleras, llegáis a la sala, os asomáis al patio, lo cruzáis, trepáis la verja y saltáis al exterior.
En este punto, Salvador echó la vista hacia atrás y pidió a su hermano regresar, pero Honduras no iba a rendirse tan fácilmente después de descubrir un mundo nuevo ante sus ojos, y con sus palabras convenció a su máximo rival de acompañarlo a explorar.
...
Austria dirigió las manos a su espalda y las unió a la vez que pintaba una sonrisa de satisfacción y sus ojos miraban orgullosamente a su alumno—. Venezuela estoy muy complacido con vuestros avances —al percatarse del brillo especial en los iris turquesa prosiguió—. No solo habéis cumplido con el trato de prestar atención, trabajar y dejarme explicar, sino que habeís estudiado duramente y habéis avanzado mucho más de lo que había previsto. No soy una persona que le gusten los halagos, mas en este caso está bien merecido y tengo que decir que estoy…
Unos golpes en la puerta interrumpieron el discurso del centroeuropeo. Sin embargo, lo que más sorprendió a las dos personas de la sala es que quien estaba afuera no espero el permiso del austriaco—. Perdón por interrumpir Austria —dijo su marido cerrando la puerta con delicadeza y mirando a los oyentes y especialmente a su hijo sin un atisbo de molestia—. Habéis visto a Salvador y Honduras.
Los interpelados se miraron entre ellos desconcertados y negaron con el rostro— No, por la sala no han pasado ¿Venezuela, los has visto antes de venir hacia aquí?
—No los he visto desde el almuerzo y desde mi cuarto no puedo oír nada porque una pared da a la biblioteca y la otra al cuarto de Nueva Extremadura —vio a su padre suspirar y se extrañó todavía más.
—Entiendo. Gracias y siento haber interrumpido la clase —España volvió a agarrar el pomo de la puerta, la abrió y salió, pero esta no arribo a cerrarse, ya que tras él salió su marido y, terminando la comitiva, estaba el niño viendo la escena desde la puerta intrigado.
—Esperad —la mano blanca que se posó en su hombro le suplicó que se girara. Cuando sendas pupilas hicieron contacto Roderich se dio cuenta de la angustia que cargaba el español—. Antonio, ¿qué pasa? —susurró.
—No los encuentro. Los estoy buscando por toda la casa. Ya les avisé a las Italias, Cuba, Española y Puerto Rico, mas nadie parece haberlos visto desde la comida.
El austriaco perdió el aliento y abrió los ojos. Su cabeza trabajaba a marchas forzadas intentando recordar todos los lugares en los que los había visto buscando una pista sin éxito.
—Padre…—ambos adultos voltearon bruscamente sus cuellos hacia donde provenía la voz de Costa Rica—. Si estáis buscando a Salvador y Honduras, tal vez yo sepa algo.
...
Tenían las piernas tensas pero no se detenían a descansar. Su espalda estaba adolorida, mas no reducían su marcha, sus pies rogaban por un receso que no obtenían, pues la voluntad de seguir era más fuerte.
De repente la cima apareció ante sus ojos y comenzaron a correr, llegando al final del barranco con los pulmones ardiendo. Apoyaron las manos en sus rodillas y trataron de capturar la mayor cantidad de oxigeno.
Pasados unos segundos, Honduras y Salvador levantaron sus rostros exultantes y dejaron que la visión los fascinara: debajo, en medio de los verdes prados, crecían los pueblos y sembradíos, y más allá, allí donde solo las aves surcaban, se extendía el horizonte que llevaba al Levante.
Aspiraron el aire y en sus corazones se ratificaron como los reyes del mundo.
...
Los 16 infantes que representaban a casi todo el imperio contenido en las Américas, observaban el alboroto en completo silencio. Sus cabezas iban de un lado para otro registrando todos los movimientos de los adultos y sirvientes. Incluso Filipinas, que estaba en los brazos de Nueva España, no perdía detalle de la inusual actividad que allí se desarrollaba.
Solo Costa Rica se concentraba en hablar con su padre y proporcionarle todos los datos para hacer la búsqueda más precisa. Por primera vez también el portón que separaba ese palacio del resto del mundo estaba abierto y por este entraban hombres que vivan en las inmediaciones dispuestos a ayudar al joven progenitor.
Romano trajo su blanco caballo, Antonio despidió a su hija, quien volvió al grupo y se acercó a los voluntarios; les agradeció su ayuda y les dio las instrucciones de la pesquisa. En ese momento, el trote otro caballo entrando a la casa detuvo la conversación. Los presentes giraron sus rostros para descubrir que era el corcel de Austria.
—¡Antonio! —llamó a su esposo por su nombre delante de los niños sin darse cuenta del enorme error que había cometido: los niños no tenían un nombre humano porque solo eran una posesión. En el momento que se percataran de su lado humano y de que podían conducir su vida como quisieran, el imperio estaría en peligro. Sin embargo, los acontecimientos que estaban sucediendo eran de tal gravedad que nadie registró ese desliz— ¡Ya informé de la perdida de Salvador y Honduras a todos los pueblos cercanos, estarán pendientes por si los ven!
—¡Gracias! —Fernández se dirigió a sus hijos y les pidió que se quedarán y obedecieran Austria.
—¿No preferís que os acompañe? —inquirió Roderich sosteniendo las riendas con fuerza.
—Es mejor que os quedéis en casa. Cuba, Puerto Rico y Española no pueden hacerse cargo de todos los niños. Incluso con Veneciano y Romano son demasiados. Además, si el señor nos favorece y llegan sanos y salvo a la casa, tendrán a una figura adulta de autoridad que los recibirá.
El centroeuropeo mordió sus labios y desvió la mirada—. De acuerdo, mas prometedme que os cuidareis.
Los ojos del español comenzaron a brillar y su rostro adoptó una suave sonrisa que intentaba esconder su nerviosismo—. No te preocupes, esta es mi casa. Sé cuidarme —contestó, dio una orden al caballo y salió galopando.
Quedaban pocas horas para que se pusiera el Sol.
...
—¿Hermano, de verdad sabéis a dónde vamos?
Honduras frunció el ceño, cerró irritado los ojos y no le respondió. Era la tercera vez que Salvador le hacía esa pregunta y la primera que lo escuchaba tan angustiado. En las otras había hablado con más confianza y, entremedias, le había cuestionado por la hora y la distancia que faltaba para llegar a la mansión.
Y él no sabía cómo contestar, porque estaba igual de perdido. Estaban al mismo nivel, salvo por una cosa: la culpa. El remordimiento de haberlo arrastrado en su aventura, de haber escapado de la seguridad de su padre para descubrir el horizonte sin un mapa de regreso.
Ahora la luna buscaba su camino en el cielo, el bosque estaba en penumbra, sus pies y el camino desaparecían bajo un manto oscuro y los sonidos que en otro momento los habían animado ahora los mantenían vigilantes y asustados.
—¡Honduras! —gritó y aquella exclamación hizo que el interpelado diera un salto y lo viera muerto de miedo—. Decidme cuánto queda para llegar a nuestra morada, tengo hambre y frio, ¿vos no?
La otra colonia, temeroso, lo miró a los ojos por una fracción de segundo, tragó y desvió la mirada—. N-no l-lo s-sé.
Salvador abrió sus cuencas oculares no queriendo creer lo que ya intuía desde hacía un rato—¿Qué queréis decir?
—Q-que no sé donde está la casa…
El rostro del otro niño se oscureció—Entonces… Todo este tiempo hemos estado dando vueltas.
—Básicamente… Lo s…
De repente su columna chocó fuertemente contra la hierba y su cabeza rebotó, lo cual lo aturdió los segundos necesarios para que su hermano se pusiera encima de él, agarrará su camisa y le diera un puñetazo en la cara— ¡Sois un estúpido y un mentiroso! —bramó
Honduras alzó sus piernas y caderas y se lo quitó de encima para aprisionarlo y devolverle el golpe— ¡¿Yo?! ¿Quién os invito a venir? ¡Nadie! ¡Si estáis aquí es porque queréis!
Súbito, un extraño rugido detuvo la pelea, tensó sus músculos y heló su sangre. Jamás habían escuchado un sonido similar y no tenían ni idea de dónde provenía. Miraron en todas direcciones con el corazón martillándoles en los oídos, pero no captaron nada más… Hasta que el rugido volvió con el mismo estruendo y los obligó a correr presa del miedo.
...
Los platos y las bebidas estaban servidos, mas nadie probaba bocado: estaban allí sentados por la fuerza de la costumbre. Austria debía regañarlos por desperdiciar la comida, pero no tenia fuerzas para ir contra el manto de angustia general que se había asentado en la casa y que también le impedía comer. Solo Filipinas escapaba de esa realidad y ya yacía dormida en los brazos de la nodriza.
—Como me gustaría ser Filipinas —dijo Cuba rompiendo el silencio.
Eldestein giró su rostro hacia la nombrada y suspiró escapándosele una acida sonrisa. Estaba seguro de que todos en esa mesa pensaban lo mismo, por lo que puso las manos en la mesa y se levantó echando la silla para atrás— Vamos al jardín, agarrad vuestras chaquetas. A esta hora la temperatura ha bajado considerablemente.
—¿Y la comida? —preguntó Rio de la Plata por el extraño proceder del adulto.
—No os preocupéis, estoy seguro de que Veneciano y Romano podrán calentarla después. Y si no, ya nos las ingeniaremos.
La familia caminó hacia donde les indicó el mayor. Cuando todos arribaron al porche, se sentaron a lo largo de la escalera a mirar la luna llena que coloreaba el paisaje con su suave luz azulada. Al poco rato, les hicieron compañía los italianos y Beatriz.
—¿Dónde creéis que estén? —habló Guatemala para romper el tirante ambiente.
—Ni idea —contestó Nueva España.
—Costa Rica, vos dijisteis que los visteis salir por el patio, ¿no? —dijo Austria.
—Sí.
—Para allá están las montañas, ¿verdad? —inquirió Venezuela observando al adulto con preocupación.
Roderich ladeó su cabeza y pintó una sonrisa cansada que arribó a sus ojos— Así es, Venezuela.
—¿Y qué hay allí? —dijo Nueva Extremadura.
—Según lo que he estudiado, en la sierra hay mariposas, ranas, buitres, lobos…—comentó Quito.
—¿Lobos? ¿Eso no es peligroso? —preguntó Perú
—¿Qué es un lobo? —dijo Venezuela
—Un lobo es un perro grande, salvaje y que va en manada —respondió Nueva España.
—¿Y ataca?
—No, sí no lo molestáis no.
Roderich que hasta ahora escuchaba la conversación infantil serio y con la cara apoyada en una mano, volteó el rostro y, por un momento, permitió que toda la angustia se reflejará en sus ojos.
Veneciano y Romano que no perdían detalle del animo de su amo se cruzaron de brazos y dirigieron sus pupilas al astro.
—Lobos, ¿eh? —el italiano del norte medio sonrió.
—Bueno, es natural que Austria esté nervioso, ya que durante esta época hay algo en el bosque que haría que hasta una manada de lobos quisiera salir corriendo.
...
El rostro de Fernández exhibió por tercera vez en 15 minutos el estrés y la desesperación al confirmar sus sospechas.
—De verdad que siento mucho no poder ayudarlo, Vuestra Merced—dijo mujer ligeramente cohibida por encontrarse frente a alguien de tal alta alcurnia y no poder ofrecer nada a cambio.
—Ah… No, más bien discúlpeme a mi por despertarle tan tarde en la noche — agregó con una sonrisa triste.
—Si halla a sus hijos, háganoslo saber.
España aseveró con un movimiento de cuello, se despidió de la aldeana con la mano y caviló mientras regresaba al grupo: en el anterior pueblo todos los interrogados habían confirmado la presencia de unos niños iguales a los suyos.
Sin embargo, en este nadie los había visto. Eso significaba que entre ambos se habían desviado del camino principal y se habían dirigido al bosque. El joven suspiró viendo hacia la montaña que tenía enfrente. A estas alturas ya no tenia ganas de regañarlos, solo quería encontrarlos y volver a casa «¿Estarán bien? ¿Se habrán llevado los abrigos? Dios, por favor, protege a mis hijos. Mantenlos a salvo de las bestias salvajes y evita que consuman fruta venenosa».
—Su excelencia.
—¿Qué sucede? —dijo al representante de los voluntarios.
—Sabemos lo importante que son esos niños para usted, mas estamos cansados y ya es muy tarde. Si descansáramos unas horas, podríamos seguir buscándolos con mas energía y adentrarnos en el bosque cuando el alba arribe.
—Me parece una muy buena sugerencia. Por ello, os recomiendo que lo hagáis.
—¿Y Vuestra Merced? —pronunció preocupado el hombre.
—Yo no puedo permitírmelo —se montó en su caballo—. Se trata de infantes que nunca han recorrido bosques como estos. No conocen las criaturas que habitan en ellos y no saben cuidarse. Por eso, no puedo perder ni un minuto y debido a esa razón también me llevaré a los perros —dio la orden a los animales y empezó a subir la cuesta llamando a sus hijos.
Al localizar la cueva, entraron en esta con la espalda encorvada y arrastrando los pies. Estaban agotados y, cuando por fin lograron sentarse, las piernas les temblaron del cansancio. Súbito, sus ojos se llenaron de lagrimas y sus mejillas se fueron embadurnando de sal.
—¡Tengo hambre! —dijo entre sollozos Salvador.
—¡Tengo sueño! —respondió Honduras en el mismo estado.
—¡Quiero arribar a mi casa y comer lo que sea! ¡Aunque sea esa sopa de judías verdes que tanto le gusta a padre!
—¡Yo quiero llegar a mi cierto y acostarme en mi cama! ¡Meterme debajo de las sabanas y tener una almohada! —gritó el hondureño, sorbió sus mocos y se quedo callado por unos segundos—. Cuando padre nos encuentre nos matará.
—¡Ya no me importa! ¡Que me imponga el castigo que desee! ¡Yo solo quiero volver a casa! —rugió y volvió a llorar.
La otra colonia al ver el estado de su hermano se contagio de su emoción, entrelazó sus dedos y se concentró mientras miraba al frente— ¡Señor, por favor, ayudamos a salir de es…! ¡Ahhhhh!
—¡¿Qué os pasa?! ¡¿Por qué gritáis como si hubierais visto al diablo?! —no obstante, al ver que su compañero solamente balbuceaba e intentaba difuminarse con la pared, decidió seguir su dedo; encontrando tres bestias muy extrañas: llenas de pelo, con orejas pequeñas, ojos vidriosos oscuros, un hocico negro, cuatro patas cortas y muy musculosas.
Los dos niños se pagaron a la pared buscando mantener la distancia, pero lo animales, más calmados, parecían no pensar lo mismo pues se acercaron y los olieron con curiosidad.
—Debemos salir de aquí —susurró Salvador sin dejar de ver a las crías.
—Sí, no se si estas cosas hagan algo, mas seguramente la madre nos matará.
—Vos guiad el camino, yo vigilare la retaguardia.
—Hecho.
Poco a poco fueron saliendo de la cueva mientras las crías, de lo que fuera eso, los observaron confundidas. Una vez de vuelta al bosque la luna les saludó con su luz.
—Hemos de hallar otro sitio para dormir —Honduras se rascó la cabeza—¿Tenéis alguna idea, Salvador? ¿Salvador? —el niño giró su rostro para comprender porqué su hermano no le respondía y encontró su cuerpo agarrotado. Siguió subiendo y observó su rictus tenso mientras en sus ojos se reflejaba el terror. Honduras, primero confuso, luego atemorizado, decidió descubrir lo que paralizaba a su hermano: allí, a unos 200 metros, había una bestia gigantesca igual a las pequeñas que se habían encontrado. Seguramente era la madre y lucía enfadada, muy enfadada. Los niños comenzaron a correr y el animal fue tras ellos. Las colonias podían oír como sus fuertes patas estaban cada vez estaban mas cerca, no importa que tan rápido corrieran, no podían perderlo de vista. Y para empeorar la situación, sus pies los habían llevado a un barranco cuyo único espectador y muralla con el abismo era un árbol que casualmente había crecido allí.
Los niños frenaron justo a tiempo para no caer en el precipicio, pero no para evitar el golpe con el tronco. Cuando se pararon revisando que no se hubieran roto nada y se dieron la vuelta, ya tenían a la bestia en frente.
La bestia los miró fijamente, abrió las fauces, rugió, levantó una pata, sacó las afiladas garras y las dejó caer. Los niños se abrazaron, las lagrimas recorrieron sus mejillas y desesperados clamaron por su padre una última vez.
De repente, el sonido de una bala rompió el tiempo, las garras no tocaron la piel tersa y los gritos se aglutinaron en la garganta. El animal y los niños voltearon a ver a la criatura que había interrumpido el ataque, hallando a un joven montado a caballo con el pelo despeinado color castaño y unos ojos verdes desafiantes.
—¡Padre! —gritaron los niños ilusionados.
—¡Id por la osa! —ordenó a los perros, mientras aguantaba a su corcel que estaba nervioso por estar a pocos metros de un animal tan peligroso.
Los canes rodearon a la osa y le gruñeron. Esta dio un paso hacia atrás pero no huyo. España ponderó desesperado todas las opciones con las que contaba y que no implicaran un daño a sus hijos. Súbito, el alarido de varios hombres sobresaltó a todos los presentes. El cielo se lleno de lanzas. Antonio agachó su espalda y cogió las riendas. Los niños perdieron en aliento. El padre con el corazón desbocado el animo de protegerlos, intentó conducir el caballo hacia sus hijos sin éxito. Los infantes cerraron los ojos. Los perros huyeron hacia su dueño. Y a la osa se le clavaron algunas lanzas superficialmente y escapó.
Cuando las colonias abrieron sus cuencas, pudieron ver a su padre montado en su caballo blanco que refulgía con la luz de la luna. El joven, que tenía la boca entreabierta y la respiración alterada, estaba rodeado por hombres y perros de caza expectantes. Fernández pasó una pierna por el lomo del animal, puso sus pies en el suelo y se quedó quieto unos segundos, para luego correr en dirección a ellos con los brazos abiertos, cuestión que los niños imitaron fundiéndose en un abrazo.
Honduras y Salvador pensaron que el abrazo de su padre partiría en dos sus columnas, mas no les importó porque ya estaban a salvo. Por ello, lloraron desconsolados.
—¿En que demonios estabais pensando? —bramó Antonio, chocó las cabezas de sus hijos y los obligó a mirarlo —¿Cómo osáis salir de la morada sin permiso y aventuraros a un bosque que no conocéis? ¡No sabíais ni si quiera que bestias habitaban allí ni ideasteis un plan para volver! ¡¿Estáis mal de la cabeza?!
Sus hijos lo vieron con los ojos nublados y juraron que jamás volverían a cometer semejante insensatez antes de lanzarse a sus brazos nuevamente. Tan preocupados estaban de ser consolados que no se percataron que por las mejillas adultas también corrieron algunas lagrimas.
...
La luna ya estaba pasando el cenit. Austria pensó que era muy tarde y se sorprendió que, después de la cena improvisada en el porche, todavía quedarán infantes despiertos. Sabía que los mayores se quedarían, y estaba agradecido de que tanto los italianos como Beatriz hubieran decidido hacer guardia voluntariamente aun cuando les aconsejó que fueran a dormir.
Sin embargo, no había imaginado que niños como Nueva España o Guatemala aguantarían sin queja alguna. La mayoría habían sido llevados a sus cuartos cuando se habían quedado dormidos en la entrada de la casa, mientras que otros se habían ido por sus propios pies, como Nicaragua, segura de que su padre resolvería la situación.
Otra extrañeza era que Costa Rica se negara a irse a la cama cuando a ella le gustaba dormirse muy temprano. No obstante, Roderich sospechaba que lo que la dejaba despierta era la culpa— Costa Rica, ¿no tenéis sueño?
—No —dijo entrecerrando los ojos y mirando fijamente las puertas que daban al exterior—.Quiero ver cuando padre arribe con Honduras y Salvador.
—Sabéis que no es vuestra culpa, ¿verdad? Es decir, no podíais saber que harían eso —Eldestein dibujó una tierna sonrisa en su rostro que fue captada por la menor. Sin embargo, la niña no se inmuto—. No dormiré tranquila hasta que los vea en casa. Me quedare aquí —dijo con determinación.
Austria suspiro. No tenia fuerzas para contradecirla—. Nueva España, Guatemala no tenéis sueño.
Los nombrados lo miraron—.No mucho la verdad —dijo el niño.
—Somos nocturnos al igual que esos dos.
—Vosotros los conocéis bien, siempre ha sido así, ¿verdad? —preguntó curioso el mayor.
Nueva España soltó el aire sonoramente— En realidad sí. Al principio pensábamos que tenían un problema. Luego nos dimos cuenta de que se divertían así. Creo que no conocen otra forma de hablar con los demás.
—Sí, mas esta vez fueron demasiado lejos —sentenció Guatemala claramente molesta.
Otra vez el silencio se aposentó, el viento movió las hojas y los cabellos, y trajo el sonido de un caballo acercándose. Los presentes se pusieron de pie y los sirvientes, que habían permanecido mudos, se asomaron al portón.
—Son ellos —informó Romano.
—Abrid las puertas. Veneciano, Beatriz id a calentar la comida.
Mientras el italiano del norte y la española corrían a las cocinas, su hermano rebuscaba en sus bolsillos, agarró las llaves y abrió las puertas lo más rápido que pudo. El caballo entró al mismo tiempo que todos iban hacia él con el austriaco a la cabeza— ¡¿Estáis bien?!
España, abatido, asintió lentamente. El primero en bajar fue Salvador. Roderich observó su cara, su cuerpo y sus ropas, ritual que repitió con el otro niño— ¡¿Dónde estabais?! ¡¿Sabéis los problemas que habéis causado?! —Eldestein elevo la voz colérico, haciendo que los implicados volvieran a anegársele los ojos.
—Nos atacó un oso —dijeron al unísono lanzándose al mayor.
—U… ¡¿Qué?! —la severidad dio paso al asombro y el pavor— ¿E-es verdad?
El español, que estaba poniendo el pie derecho en el suelo, todavía apoyándose en el corcel de espaldas a su esposo, asintió en silencio.
—¡¿Estáis realmente bien?! ¡¿No habéis recibido ningún ataque?! —preguntó nuevamente más asustado e inspeccionándolos por todas partes con más atención.
—No…
—Yo mismo los he revisado. Parece que no tienen ninguna herida importante— afirmó el padre con seriedad.
—De todas maneras, mañana a primera hora llamaremos al medico para que les haga una revisión.
—Yo me lo llevo —dijo Romano tomando las riendas del caballo.
—Dadle alimento y agua. Necesita descansar.
—Como diga.
—¿Qué es un oso? —preguntó Puerto Rico curiosa.
—Las preguntas para mañana —dijo con frialdad Roderich—. Vosotros dos, id a cenar e inmediatamente a la cama. El resto, a vuestros aposentos. Es muy tarde.
Cuando todo el mundo se metió en la casa y el jardín se quedó solo, Austria se acercó a España y pudo ver su rostro acongojado. Lo tomó entre sus manos con desasosiego y disminuyó la distancia lo suficiente para que él, y solo él pudiera escucharlo— ¿Qué sucedió?
—Aquí no —respondió esquivando su mirada.
—De acuerdo —dijo bajando los brazos—. Le diré a Veneciano que caliente tu plato.
—No, no tengo hambre.
—Antonio no habéis comido nada desde el mediodía.
—Lo sé, mas con todo lo que ha pasado no me entraría nada.
El centroeuropeo suspiró—. Esta bien, le diré que lo tenga listo por si os entra el hambre en unas horas.
Fernández asintió y comenzó a caminar hacia la morada, seguido de su marido por detrás. Cuando entraron, ya los sirvientes estaban lavando los platos y los pasillos se hallaban en penumbra «por lo menos los niños han cumplido». Austria dejó que el padre de tan larga prole se adelantara mientras él daba las últimas instrucciones de la madrugada. Luego se dirigió a su habitación, entró, y cerró la puerta encontrando a un joven sentado en la cama cabizbajo y con las manos entrelazadas.
Roderich, solícito, abrió el armario, sacó la muda de cama de Antonio, la colocó a su lado, se paró delante de él, se arrodilló y poco a poco fue quitándole las botas. Luego, se puso de rodillas, abrió su pantalón y con ayuda de su dueño se lo quitó y lo guardó junto con los zapatos.
Todo esto lo hacía en silencio, dirigiéndole miradas llenas de amor y devoción que iban desarmando al español más y más. En este punto, Eldestein se levantó, dirigió sus amatistas a su compañero que captó el mensaje y elevó los brazos. Acto seguido, el austriaco agarró las mangas y le retiró la camisa y la puso en el rincón de la ropa sucia. Después se cambió, caminó hasta un pequeño recipiente que contenía agua, agarró el trapo que estaba a su lado, lo empapó y lo escurrió.
Al girarse, encontró un joven adulto con su pijama que lo observaba expectante. Se sentó a su lado, cogió sus manos entre las suyas, las examinó, las besó y las lavó con el paño. Después se fijó en su cara y levantó su flequillo para ver su frente. Como no tenía ninguna herida, depositó un beso y la humedeció. Lo siguiente a lo que prestó atención fue el rostro, el cual también limpió. De hecho, cuando estaba en la mejilla derecha, España por fin habló.
—Al salir de aquí, pasamos por todos los lugares y los pueblos donde podían haber estado. En todos me dijeron que habían visto a unos niños con esas características, pero nada más. Todo era muy vago y cada vez se hacía mas tarde, hasta que en una casa me comentaron que no los habían visto. Ahí me di cuenta que se habían desviado del sendero principal —relató con el cuerpo cada vez más tenso al revivir el temor—. Entonces decidí que tenía que buscarlos en las montañas, mas nadie quería acompañarme, así que me fui con los perros.
Austria, que había tomado su mano izquierda, apretó el agarré.
—Estaba subiendo la montaña cuando oí sus gritos y después las pisadas de algo gigantesco. Y allí, frente a mis ojos los vi siendo perseguidos por la osa más grande que he visto en mi vida. Hice al caballo correr en esa dirección, lo expolié para que fuera al máximo, más cuando arribé, ya el animal los había acorralado en un barranco y sacaba las garras. Así que hice lo único que se me ocurrió: disparé al aire y mandé a los perros para asustar a la bestia, mas esta no retrocedió. No sabía qué hacer, si disparaba podía pegarles a ellos o lograr que los animales se asustaran y ellos acabasen en el precipicio.
—Anto…
—Entonces unos gritos nos ensordecieron: eran los aldeanos que tiraron sus lanzas para espantar a la osa y entré en pánico. ¿Y si alguna les daba? ¿Y si la osa los empujaba? ¿Y si…? —la desesperación, el miedo y la frustración explotaron en sus ojos y garganta. Austria lo abrazó con fuerza. España se tapo la boca para ahogar los gemidos y accesos de tos. Su cuerpo temblaba. Roderich estrechó su agarre para calmarlo y, en el esfuerzo y conmovido por escuchar a su amor así, acabó uniéndosele en el llanto largo y agotador.
A la mañana siguiente se suspendieron todas las actividades. Los niños, todavía alterados por la jornada anterior, pactaron silenciosamente cumplir con todas las reglas y demandas de los adultos de forma solícita y rápida.
Afortunadamente, el medico halló a los niños y al padre en buen estado de salud. La historia quedó en un fantástico cuento que entretuvo a los niños durante esa semana.
¿Y qué pasó con el castigo? Bueno, digamos que todos estuvieron de acuerdo con la severidad del mismo: «escribir no aventuraré a parajes que desconozco sin la autorización de un adulto» 2000 veces, más ayudar a los sirvientes en sus labores por unas horas durante 2 semanas.
Es más, Honduras y Salvador lo cumplieron con alegría y diligencia, puesto eso significaba que, por fin, estaban en casa sanos y salvos.
Y con este capítulo terminamos el verano ¿El castigo les pareció suficiente o demasiado? ¡Feliz día!
