XXVI

El día que Fugaku Uchiha entró a Kirigakure, se encontró con una Aldea vencida por sí misma, famélica y sin ningún ánimo de lucha. Indignado porque no tendría su gran victoria que lo catapultara al asiento de Hokage, resolvió esa misma noche incendiar los restos de casuchas que quedaban, con el grueso de los refugiados encerrados en ellas. Al menos 2000 personas perdieron así la vida. Los que lograban escapar, desesperados y envueltos en llamas frenéticas, saltaban a la orilla, esperando que las aguas de su hogar detuvieran el dolor, pero la tropa de Fugaku, por órdenes expresas suyas, había inundado la bahía con bidones de aceite, por lo que no solo no se apagaron, sino que ardieron más intensamente. Los que intentaban volver a la orilla, eran recibidos por una lluvia fina y certera de kunais que le ponía fin a tanto estrépito. De esa forma, Fugaku estaba garantizando su lugar en la historia ninja.

Siempre había querido tener uno. Lo criaron con esa idea, lo amamantaron con odio y rencor y su propio padre sentía que era un hombre disminuido, poco más que un inválido. De pequeño, su madre solía vestirlo con los vestidos de una nunca llegada hija, y así tenían largas y divertidas fiestas de té. Su récord de calificaciones era más bien promedio, llegó a desaprobar varias materias, como Estrategia Shinobi y Artefactos Ninjas, aunque era bastante bueno en Historia. Estuvo tres años en un curso especial de Genins del que fue expulsado por razones nunca aclaradas, aunque su padre acusó al racismo institucional, que sí que lo había, pero probablemente no tuvo nada que ver. Por esos años, Fugaku le encontró el gusto a beber y apostar, además de que le gustaban las prostitutas de pecho plano. Cuando lo llamaron al frente, alegó una infección estomacal que lo puso indispuesto. Su padre lo metió a patadas al escuadrón. Fue un shinobi correcto, soldado recatado, un estratega conservador que a punta de una muy buena intuición lograba moverse a las zonas más seguras antes de un ataque. Durante la campaña de Iwa, conoció a Mikoto. En realidad, ya la conocía, de la Aldea, eran primos y habían jugado juntos a las muñecas, pero queremos decir que durante la guerra la volvió a conocer, la conoció de verdad. Volvieron comprometidos y al año tuvieron un hijo que primero llamó Sasuke, y luego le cambió el nombre a ya saben cuál, y ya saben por qué, e incluso puede que sospechen la ironía. Al igual que la madre de Fugaku, Mikoto quería una niña. Al igual que su padre, Fugaku quería un varón que pudiese moldear según sus altas ambiciones. Quizás había sido eso. O quizás lo otro. En el intermedio de las guerras, Fugaku esperaba dedicarse a la pintura ukiyo-e y los barcos miniaturas, sus verdaderas pasiones, pero la responsabilidad histórica lo atrapó casi que con los pantalones abajo y de pronto lo sentaron en una mesa en la que se suponía que todos esperaban lo que él tuviese que decir, y desde entonces fue yendo con la ola, dejándose llevar, siempre tomado con la firma mano de su fiel esposa Mikoto, pero incluso allí, donde se suponía que debía estar y con todo lo que debía tener, se siguió sintiendo vacío.

A veces, se queda despierto ante la noche azulina, contemplando la Luna como si fuera el corazón de un dios diseminado. Algunas de esas veces, su esposa, Mikoto, la digna y fría Mikoto, se levanta y lo abraza por detrás, solo para susurrarle verdades demasiado secretas. Ella siempre ha estado a su lado, desde que se conocieran en esa pequeña fiesta del barrio y bailaron juntos como podían, como un par de muñequitos de cuerda. Ella era fiel y compasiva, pero también capaz de otorgar el más cálido amor que hubiese experimentado un hombre Uchiha jamás y cuando la miraba a los ojos creía reconocer en esa oscuridad una amiga, una amante, una esposa, una compañera. ¿Qué dudas podía tener si Mikoto estaba a su lado?

—¿Y si me he equivocado todo este tiempo? —preguntó Fugaku, tímido.

—No podemos dudar —respondió Mikoto. Ella siempre tenía una respuesta.

—Mi padre… —hace años que no le dirige la palabra, desde que volvió de Kiri, donde vio barcos verdaderos por primera vez—, no sé qué pensar…

—Sin dudar. Ya sea ante el Hokage, toda Konoha, el mismísimo Dios de los Ojos Rojos… O tu padre… No podemos dar un paso atrás…

—No… —susurró Fugaku—¸ me refiero a Itachi… ¿y si me he equivocado con él? Y Sasuke… Sasuke ni siquiera se me acerca, ni me mira… Acaso, ¿soy un fracaso como hijo tanto como padre?

Mikoto reconoció en esas palabras un miedo tan profundo que no pudo hacer más que compadecerse por tan lamentable criatura. Volvió a abrazarle.

—Si tú te equivocaste, quiere decir que yo también me equivoqué —le decía, mientras acariciaba su pecho—, si fallas como padre, yo fallo como esposa, y si ambos hemos fallado, si ambos estamos equivocados... pues creo que somos un par de tontos, ¿no?

—No… Tú no —asintió Fugaku, tomándole la mano—, eres la mujer más inteligente que he conocido, y la más hermosa… —quiso hacerla bajar.

—Escúchame, querido —Mikoto lo volteó tomándolo de los hombros, encarándolo con sus ojos tan negros como la oscuridad—, Itachi y Sasuke, ambos son especiales, y crecerán en un mundo complicado en el que solo se tendrán el uno al otro… Nosotros podemos hacer que ese mundo sea menos duro… ¿No quieres eso? Un mundo donde un Uchiha pueda ser libre y sea juzgado según su talento y capacidad, ¿no es así?

—Sí… Sí, eso creo…

—Necesito que lo digas, Fugaku, querido… Por favor…

Nunca se ha podido resistir a la mirada de su mujer.

—Un Mundo para los Uchiha… Para nuestros hijos…

—Sí… Exacto —sonrió Mikoto, como las diosas deben sonreír—, no lo dudes, Fugaku… Tú llegarás a ser Hokage muy pronto…

—Y tú serás la hermosa esposa de un Hokage… Mira…

—¿Qué cosa? —Mikoto bajó los ojos y encontró la pasión incontenible de Fugaku. Sonrió, casi complacida, y la atrapó entre sus dedos. Siempre lo había tenido entre sus dedos, cogido como de las riendas, y Fugaku siempre había sido un hombre débil y ambicioso, prisionero de sus deseos más terrenales, condenado a ser tan humano como era posible, que desde joven estuvo en contacto con conceptos como el honor, el orgullo, el respeto y la lealtad, pero no terminó de asimilarlos, nunca los ganó ni los merecía. No comprendió que el amor debe generar amor y que a la atención le sigue el cariño como el invierno le abre paso a la primavera, y por ello, cuando la noche alcanzaba sus hitos más oscuros y las llamas de las lámparas brillaba más intensamente y las nubes abrazaban más fuerte a la Luna, él se sentía el más humano de los humanos y al ver cómo regaba su pasión, no podía evitar ver los cuerpos hundiéndose en la negra bahía de Kiri, huyendo del fuego.

Shisui cayó al río. Nadó a ciegas y alcanzó de pura suerte una alcantarilla 300 metros más abajo. Tras andar unos 100 metros entre raíces podridas y pañuelos desechados, escaló unas tuberías para lograr salir a una calle del Barrio Uchiha, escabulléndose entre los rosedales para usar la puerta secreta en el muro que cerca el pequeño distrito y que suelen usar los amantes para sus escapadas. Por la presión del sol en su cara y la dirección del viento, debía ser pasado el mediodía, entrada la tarde, aunque era difícil estar seguro. Conforme iba avanzando frente a las tiendas de cometas y puestos de asadito, iba dejando tras de sí un gotero sangriento enorme, de brocha, y la gente iba dándose cuenta y lo reconocían e iban siguiéndole los pasos y empezaron a comerle la oreja a preguntas que fueron convirtiéndose en gritos.

—¿Dónde está Itachi? —era lo único que preguntaba él, suplicante.

Y le miraban mal.

—¿Itachi? ¿Y para qué lo buscas? ¿Qué cosa quieres con él?

Y Shisui no alcanzaba a ver qué era eso en los ojos de sus hermanos que lo cercaban a miradas y él retrocedía y las heridas le ardían aún más fuerte y seguía buscando, buscando y buscando. Tenía que encontrarlo o sería tarde, demasiado tarde, y aunque nadie sabía cómo es que Shisui podía conducirse por esas calles (aunque mucho se habló de los caminos inescrutables del corazón), terminó encaminado hacia el Templo principal, donde estaba a quien buscaba. Se había corrido la voz (y Danzo estuvo involucrado y no poco) sobre la vergüenza gestada al interior del Clan Uchiha y cuando llegó a los oídos de los líderes, se les calentó la cabeza y empezaron a agitar las manos y los pies y todos, con Fugaku al frente, salieron furibundos pateando gatos y agitando jaulas con pajaritos e interrogaban como locos desgraciados y fueron sumándoseles los distraídos y los aprovechados y pronto ya estaban hechos toda una bolita de odio y coincidió su indignación colectiva con la huida de un muchacho tuerto que esquivaba toda pregunta, por lo que resultó extrañamente fácil cercarlo en la oscuridad titilante del Gran Salón Uchiha donde Itachi estaba en medio de un intento de confesión ante Izumi.

—¡Shisui, ¿qué te ha pasado?! —a Izumi le temblaron las manos y le fue imposible acercarse al sangrante muchacho, que temblaba en los brazos de su novio Itachi.

—Shisui... —Itachi habló, pero estaba casi paralizado—, ¿acaso...?

—Itachi... Escúchame... —Shisui jadeaba, era notorio que no terminaba de salir del shock—, hay algo que...

—¡Itachi, deprisa, debemos llevarlo con los curanderos! —chilló Izumi.

—Shisui —Itachi imponía su voz, controlando sus impulsos—, escucha, debo sacarte de Konoha ahora mismo.

—¡¿De qué estás hablando, Itachi?! ¡Shisui necesita atención!

—Itachi... El ojo... —suplicó Shisui apretando los dientes y tomando de la ropa al muchacho—, por favor... mi cuerpo... Da... Da...

En ese momento irrumpieron los jefes del Clan en griterío, y sin que necesitasen mayor incentivo, descubrieron la incómoda posición en la que Itachi sujetaba a su amigo, por lo que vieron en ello la verificación del rumor y reconfirmadas sus intenciones y exacerbadas sus cóleras. A paso agigantado ensombrecieron a los adolescentes, una mano robusta como raíz de roble le quitó a Itachi el debilitado cuerpo de Shisui.

—Por favor, debemos ayudar a Shisui... —se puso de pie Izumi.

—Padre... —Itachi no fue capaz de ponerse de pie ante la soberana mirada roja de Fugaku—, padre, por favor…

Fugaku no flaqueó.

—Shisui Uchiha —anunció—, ¿qué pasó con tus ojos?

Shisui seguía callado.

—¿Qué están haciendo? —exclamó Izumi—¸ ¿de qué se trata esto?

—¡Cállate tú la maldita boca! —le gritó otro de los líderes.

Estaban todos formados alrededor de Fugaku cual tribunal, cercando a Shisui y sumiéndolo en su enorme sombra.

—¡Responde! —gritó Fugaku, la voz temblando de la tremenda rabia que lo destrozaba—, ¿dónde están tus ojos?

Shisui se levantó a pesar de sus pies destrozados y apartó a Itachi de su lado, para encarar a sus jueces sin mayor temblor.

—Los destruí.

A Itachi se le detuvo el corazón. El salón entero contuvo el aliento, anonadado. Shisui… ¿qué estás haciendo? ¿por qué? ¿Acaso tú…?

—¿Es eso verdad? —interrogó Fugaku.

—Sí —reafirmó Shisui.

—¿Por qué?

—Para que nunca los tuvieran —declaró—, porque ustedes no son dignos de ellos… No los merecen, no merecen su poder ni su gracia… No merecen el mundo que su visión otorgaba… No saben nada… No tienen idea de nada… Están tan ciegos como yo ahora…

Fugaku y los líderes apretaban los puños, algunos hasta abrirse las palmas. ¿Cómo podían tolerar esta insolencia de este mocoso? ¡¿Cómo se atrevía a deshonrarnos así?!

—Shisui —prosiguió Fugaku—, un Uchiha que atenta contra sus propios ojos es una vergüenza sin perdón alguno…

—Lo sé.

—¡Un traidor!

—Traición —declaró Shisui—, ya tienen su excusa…

El primer kunai atravesó la carne de Shisui

—¡No! —gritó Itachi.

—¡¿Pero qué hacen?! —gritó Izumi llevándose las manos al cabello, pero su padre la apartó como si fuera de trapo y con un conciso golpe en el cuello la hija se desvaneció, aunque todavía llegaron a sus sueños inconexos los sonidos del hierro desgarrando las tripas del amigo, el olor penetrante de los esfínteres desinhibidos e imágenes de un festín grotesco.

—¿Por qué no sale sangre? —gritó uno de los jefes, confundido, al ver el kunai tan limpio como antes de entrar.

—Tienes que girarle —otro se adelantó con la quinta puñalada, y retorció el kunai en el abdomen, liberando al fin el primer rio sangriento.

El siguiente agujero se lo hicieron por detrás, perforándole un pulmón. Ya así, entusiasmados todos de más, procedieron con sendos atravesamientos, y ninguno se quedó sin darle su destajada al muchacho que ya se ahogaba en un charco de su líquido vital.

—¡¿Pero qué demonios están haciendo?! —Mikoto entró al Salón junto a sus criadas—, ¡manchan las maderas del Gran Salón!

—¡Es una ofrenda! —Exclamó Fugaku, tomando a Itachi del hombro tan fuerte que este sintió que estaba a punto de dislocárselo, como si se fuera a desarmar entero—, vamos, Itachi, hazlo.

Le colocó el kunai en la mano. Su hierro ardía y pesaba.

Los otros jefes esperaron, expectantes de qué haría el tembloroso chico.

—¡Vamos, hazlo de una vez, limpia tu nombre! —gritó Fugaku.

Itachi, con el rostro atravesado de emociones, buscó compasivo la mirada de su madre, que lo recibió con la severa negrura de sus ojos.

—¡Vamos, Itachi! —Exclamó su madre, Mikoto—, ¡termina con esto de una vez, que hay que limpiar el Salón para la ceremonia!

Itachi, en ese momento, sintió que tenía todo el poder en su puño, le rodeaba la muñeca e irradiaba de sus nudillos. Pero era un poder que no era suyo, que no podía utilizar, con el que lo habían condenado. El kunai no era la herramienta esta vez, Itachi lo era: Itachi era el instrumento que el poder utilizaba para manifestarse en toda su deformada esencia. Itachi abrió los ojos, humedecidos por un espíritu extraño, y al encontrar la mirada tuerta de su amigo Shisui, suplicante pero permisiva, sufriente y a la vez misericordiosa, sintió que los templos de su alma de desmoronaban. Clavó el kunai, una única puñalada en el corazón que concluyó el martirio.

Los jefes dejaron el cuerpo allí tendido, algo decepcionados, y se retiraron. Fugaku acarició a Itachi en la coronilla.

—Lo hiciste, hijo. Has restablecido tu honor. Eh…

Pareció que quiso decirle algo más, pero prefirió irse con los compañeros.

Itachi quedó solo… Descompasado.

Todos lo sabían, y sin embargo no hicieron nada para detenerlo. Porque cuando el crimen es tan grande, y todos son un poco cómplices, ¿quién quiere algún tipo de justicia? En esos días el aire estaba como enrarecido, y la vida avanzaba de mala gana a punta de escollos indignos. Itachi solía apreciar esos momentos en que la noche se vuelve día: esa tranquilidad crepuscular tan milagrosa parecía a la vez tan frágil, ¿quién vería por ella? Con el eco de las cazuelas ennegrecidas, y el timbre de las bicicletas de puente torcido, empezaba a andar una existencia de aderezos y limpiadores que era como una fortaleza contra un bosque de cantos que había crecido a su alrededor, cubriendo las montañas. ¿Cuántas veces más podría morar en aquel sosiego?

Ya no más…

Nunca más…

El mensaje de Shisui nunca fue entregado. Su cuerpo fue encontrado en un arroyo en las afueras de Konoha. Kagen no se presentó en la Mesa de Diálogo al día siguiente. Fugaku visitó a su padre convaleciente, y por unos minutos, que se sintieron como años, no se dijeron nada, hasta que:

—Ya es hora… Ya me voy…

—Padre —era el último intento de Itachi.

—No digas nada. No lo arruines.

Fugaku tembló en su sitio. Estrujo sus ropas.

—Papá… Yo…

—Carajo, Fugaku… ¿por qué eres así?

Fugaku tembló más fuerte, sus ojos enrojecieron.

—Papá —dijo firmemente—, yo no soy Iwaku… Pero cada día desde entonces he deseado haber estado en su lugar.

—Sí… —respondió el padre, con un susurro mortuorio—, yo también lo he deseado. Al fin se acabó.

Y murió. Murió ahí, con los ojos abiertos.

Fugaku salió del salón con paso tan decidido que parecía que partiría los maderos, llameante atravesó las cortinas negras, encendiéndolas, y llegó a la Asamblea repleta para reforzar todos sus reclamos y hacer arder la llama del revanchismo Uchiha en todos los dudosos al terminar de escucharlo se levantaron en aplausos y vítores, y Mikoto toda orgullosa. Ya no existía ese último obstáculo que tantos años había retrasado el plan maestro. Era el momento. Al fin el tiempo de los Uchiha estaba al llegar. Preocupado, o algo así, Sarutobi resolvió convocar a Itachi para intentar cortar la tensión, pero apenas este entró, sintió el aura que encima cargaba, él de una verdadera guerra.

—Así que no sabes nada, ¿eh? —Kakashi increpó al Uchiha.

—Tal vez huyó de la Aldea, tal vez no pudo con todo —Itachi le respondió sin levantar el rostro.

—No, eso lo entendería de ti, pero no de Shisui.

—No sabe nada.

—¡Me entendiste bien!

—¡Basta ya! —Jiraiya se impuso en la conversación—. Todo está peor ahora. Si queremos evitar una tragedia, debemos actuar ahora.

—Ahora solo queda una opción —habló Sarutobi, severamente centrado en su pipa. Kakashi y Jiraiya sabían de qué hablaba, ya lo habían conversado antes, y nunca se lo habían mencionado a Itachi. ¿Cómo lo tomaría? ¿Cómo decírselo? ¿Cómo podría Sarutobi pedirle tal cosa?

—Quieren que mate a mi padre —declaró Itachi, enmudeciendo al salón.

—Es la única manera —volvió a fumar Sarutobi.

—A él y a la Junta Militar —habló Kakashi—, si no, esto no terminará.

—Entonces Kagen será el Líder del Clan —intervino Jiraiya—, y Danzo habrá ganado. Es todo. Fue suficiente. Estoy fuera.

Pero antes de que alguien pudiera replicarle o sugerir cualquier otra cosa, Itachi volvió a hablar tan cortante como antes.

—Lo haré —declaró—, Es un sacrificio necesario.

Itachi quería salvar a su Clan, pero ¿su Clan merecía ser salvado?

Por mucho tiempo, se lo preguntó sinceramente. Hoy, nunca ha estado más cerca de una respuesta. Sarutobi suspiró. El sombrero le pesaba mucho así que lo dejó sobre la mesa. Acostumbraba voltear la fotografía de su difunta esposa porque no le gustaba que le viese hablando como un Hokage no debería. Y fumaba ahora más, aunque se lo habían prohibido terminantemente. Había jugado muchas veces Shogi con Fugaku, era un oponente fuerte, transparente, aunque poco creativo, un conversador sorprendentemente agradable, compartían más puntos de vista de lo que imaginaban, pero aquellos en los que diferían eran motivos de debates muy entretenidos. Cumplían años el mismo día. ¿Cómo podría dar una orden como esa?

—De acuerdo... —suspiró—, lo propondremos tras tu próximo reporte.

Nadie dijo nada después. Se retiraron en silencio, a contemplar las pequeñas imperfecciones anecdóticas de la vida, las que le dan tanto juego a la memoria, las que regalan sentido a las cosas mundanas, a apreciar esa amada Aldea, su tranquila gente, su tortuosa paz. Todos duermen tranquilos esa noche. Está en el aire ese poderoso aroma a falsedad que tienen las viejas películas de la plaza. Itachi no lo soporta, y piensa ¿qué es una Aldea? Y se responde Una Aldea es un montón de chozas reunidas alrededor de un montón de mentiras acordadas. Llegó la mañana y en mal verano las confirmaciones de los ojos perdidos apenas levantaron ceja. Vino después el viento, las hojas secas, la vacuidad de las horas, y el momento del reporte, que Danzo escuchó sin hacer acotación alguna, y finalmente dijo:

—Bien. Tu siguiente misión será de rango S. Asesinar a Fugaku Uchiha y toda su comitiva, desmontando el complot Uchiha contra Konoha.

Sarutobi se quedó frío. Siempre un paso por delante, Danzo jamás ha dejado algo a la suerte y conoce a sus enemigos a la perfección. Dio una serie de indicaciones extras, donde explicaba que Itachi sería detenido en un primer momento por la Policía Militar, pero luego de sacarse a la luz los planes golpistas del Clan, el muchacho sería reconocido como un agente infiltrado de Kagen, un héroe y condecorado con las más altas insignias. Nunca podría volver con el Clan (un traidor es un traidor en toda circunstancia), pero le dejarían cuidar de su hermanito. Kagen sería el nuevo Líder, los Uchiha redistribuidos, se irían limpiando los elementos todavía disidentes poco a poco y el asunto quedaría enterrado a más tardar en 3 años. Sarutobi ni siquiera había pensado en cómo sacar a Itachi del embrollo, y se sintió estúpido y cansado y nervioso y algo ofendido.

Danzo los conocía mejor que ellos mismos. Aceptó.

Todos lo sabían: no había otra solución. Nunca la hubo.

Konoha, la horrible Konoha, que bella podía ser a veces.

Shisui no fue el único en morir ese día. Su muerte, no obstante, conllevó un nuevo nacimiento. Al verse Itachi en el espejo, no reconoció a nadie familiar. Al regresar a casa, llovía. Los mediocres son como el clima, pensó viendo las nubes grises, solo que los hacen humanos. Sasuke le esperaba desde la ventana, y distinguió la silueta de su hermano, y con ella el aura lúgubre que le envolvía. Le llamó, emocionado, solo para aterrarse cuando un relámpago descubriera su nuevo Mangekyo Sharingan.

A la siguiente Junta de Clanes no vinieron ni Fugaku, ni Yashiro, ni tampoco Kagen, ni ningún Uchiha. Los habían matado a todos, toditos.