¡Buenas!

Aquí traigo el capítulo dos de este nuevo fic. Para los nuevos lectores (si es que los hay), os comento que tengo otro fic llamado El hilo rojo, que podéis encontrar en mi perfil. Es otro bakudeku en el que Izuku es un héroe profesional y Katsuki un villano. Si os llama la atención, pasaros a echarle un vistazo.

Dicho esto, en el capítulo anterior me centré en Izuku como niño y en este, nuestro chico ya es un adolescente. He intentado reflejar lo mejor posible la forma de ser, primero de los niños (curiosos, preguntones...) y después la de los adolescentes (apasionados, un poco dramáticos, enamoradizos...). Espero que me haya quedado bien.

Para escribir este capítulo he estado escuchando varias canciones, por si queréis ambientaros. Os dejo los nombres, porque Fanfiction no me permite dejar links:

1. Parte de él, La sirenita.

2. Kamado Tanjiro no uta. Epic orchestral cover. Feat Call of silence.

3. Howl's moving castle. Violin and piano.

4. Isabella's Lullaby.

Dicho esto, os dejo con el segundo capítulo y espero que lo disfrutéis. ¡Un saludo!


Capítulo 2: Tu nombre

Pasaron los años e Izuku creció junto a Katsuki sin que este lo supiera. Izuku acudía siempre que podía a la Tierra para pasar el tiempo junto al chico que le había robado el corazón. Durante ese tiempo, había aprendido muchas cosas del joven rubio. Para comenzar, Kacchan no era tan duro como aparentaba o como hacía ver a los demás. Tenía un lado sensible que mantenía oculto a todos los que lo rodeaban. Procuraba que nadie le viese llorar ni flaquear en ningún momento y siempre se mostraba fuerte y rudo frente a su familia y amigos.

Izuku era el único que había sido testigo de sus lágrimas y de sus momentos más vulnerables. Además, sabía que Katsuki tenía una debilidad: su gata, a la que había llamado Tizona por su pelo negro. Cuando creía que nadie lo veía, la abrazaba y besaba su cabecita peluda. Por las noches, la dejaba subirse a la cama y dormir junto a él. Tizona siempre estaba a su lado, y era a la única a la que dedicaba sonrisas tan tiernas que derretían el corazón de Izuku.

También había descubierto que los padres de Katsuki eran panaderos. Tenían una pequeña panadería en el pueblo y cada día se levantaban muy temprano para trabajar. Katsuki los ayudaba siempre que podía atendiendo en la tienda por las tardes, y los sábados se levantaba temprano por la mañana para ayudarlos a preparar los panes, bollos y dulces que venderían más tarde.

Izuku sabía también que Katsuki era dos años mayor que él. El joven había cumplido dieciocho años recientemente y sus padres le habían preparado una tarta de chocolate picante para celebrarlo. A través de los años, Izuku había visto cómo el rubio cambiaba y se hacía cada vez más alto y corpulento hasta el punto en que Izuku tenía que ponerse de puntillas si quería mirarle directamente a los ojos.

Inko estaba preocupada. Hacía tiempo que había descubierto que su hijo acudía regularmente al mundo de los humanos a causa de un chico. Había pensado que cuando empezara a ir a clases y conociera a nuevas personas, se le pasaría el capricho, pero eso no había pasado. Izuku había hecho grandes amigos como Ochako Uraraka, Tenya Iida o Shoto Todoroki, pero ni siquiera ellos podían evitar que Izuku siguiera visitando a aquel muchacho humano que ni siquiera sabía de su existencia. Su hijo le hablaba maravillas del joven cada día, e Inko podía ver el amor en sus ojos.

Un día, cuando Izuku estaba a punto de marcharse de nuevo, Inko lo agarró de la mano y lo atrajo hasta ella para abrazarlo. El chico percibió su tristeza.

—¿Qué ocurre, mamá?

—Estoy preocupada por ti, cariño —admitió—. Sé que ese chico te gusta mucho, pero…

—Ya lo sé —suspiró—. Ya sé que no sirve de nada. Él no puede verme, y yo no puedo tocarlo. Sé que nunca sabrá que existo, pero está bien. Soy feliz solo con poder verlo cada día.

—No es solo eso, cielo. Katsuki es un humano. Los humanos no viven eternamente como nosotros. No son inmortales. Izuku…, Katsuki no siempre estará ahí abajo. ¿Qué harás cuando ya no exista?

Aquella pregunta atravesó el pecho de Izuku, pero intentó mantener la compostura y la sonrisa de su cara.

—No te preocupes —le dijo—. Los humanos pueden vivir hasta cien años, ¿verdad? Incluso hay algunos que viven más que eso. Kacchan es fuerte y saludable. Aún queda mucho para su… para su muerte.

Tragó saliva. Le había dolido decirlo. Era una cruda realidad que siempre había tenido presente, pero hablar de ello hacía que le doliera el corazón. Algún día, Katsuki se iría y no volvería nunca más. No podría volver a verlo ni a escuchar su voz. E Izuku tendría que aprender a vivir sin él.

Bajó al mundo de los humanos y corrió hacia el bosque. A esa hora, Katsuki solía tumbarse a tomar el sol en un prado cercano hasta quedarse dormido. A Izuku le gustaba tumbarse a su lado y hablarle como si este le escuchara mientras observaba su semblante relajado. Sus pestañas rubias relucían al sol y resultaba hipnótico ver cómo su pecho bajaba y subía acompasadamente.

—Hola, Kacchan —le dijo, sentándose a su lado—. ¿Ya has terminado de ayudar a tus padres? Yo he tenido hoy una charla con la mía, ¿sabes? Me ha dicho que está preocupada por mí. Y siento decir que tú eres el culpable —rio.

Katsuki jugaba a arrancar briznas de hierba con sus dedos con los ojos cerrados. Izuku se preguntó en qué estaría pensando.

—Le he dicho que no tiene por qué preocuparse. Sé perfectamente que entre tú y yo jamás podrá haber nada. Tú no puedes verme ni escucharme. Ni siquiera sabes que existo. Y aunque lo supieras, yo no puedo tocarte, así que… —continuó, forzando una sonrisa—. Siempre ha sido así. ¿Cuánto hace ya que nos conocimos? ¿Diez años? ¡Cómo pasa el tiempo! Hace diez años que te vi por primera vez.

Kacchan cogió aire y lo soltó lentamente en un suspiro. Casi parecía que de verdad lo estaba escuchando. Izuku fijó la vista en las flores que bailaban con la brisa en el horizonte.

—Le he dicho que todo está bien. Que me conformo con verte cada día hasta el día en que… Bueno, ya sabes… hasta el día en que no pueda verte más.

El rubio se estiró y colocó sus brazos por detrás de su cabeza.

—Eso le he dicho…, pero no es verdad —confesó con la voz rota. Una lágrima rodó por su mejilla—. No es verdad que me conforme con esto —lloró—, pero no puedo aspirar a más, aunque quiera… Porque yo… en realidad, yo quiero que me veas, Kacchan. Quiero que sepas que estoy aquí contigo. Quiero que me escuches y que me hables. Quiero que me mires. Quiero… quiero poder tocarte.

Izuku se llevó las manos a la cara, que en ese momento era un río de lágrimas.

—¿Cómo puedo simplemente dejar de verte? —se preguntó—. ¿Cómo puedo hacer eso si estoy enamorado de ti? Y lo que más me duele es que tú nunca sabrás de mí por mucho que yo te ame.

Se frotó la cara, intentando limpiar sus lágrimas, y se tumbó junto a él.

—Creo que sé lo que me dirías si me escucharas —le dijo, intentando volver a sonreír—. Me dirías que soy un tonto. Y realmente lo soy, porque, aunque supieras que existo, no tendrías por qué corresponderme. Pero al menos lo sabría, Kacchan. Y lo… lo aceptaría. Pero de esta manera nunca podré saber si tú hubieras sentido lo mismo por mí.

Suspiró. Debía tranquilizarse. Ponerse así no solucionaría nada.

Kacchan parecía haberse quedado dormido. Se acercó un poco más a él y observó sus facciones. Katsuki Bakugo se había convertido en uno de los chicos más guapos que había visto.

Acercó su mano a la de él y la dejó justo en el punto donde sus dedos se rozaban sin llegar a tocarse. No podría soportar en ese momento que su mano atravesara la de Katsuki y comprobara así, una vez más, lo lejos que se encontraban el uno del otro.

Cerró los ojos. Siempre que lloraba se quedaba exhausto. Necesitaba descansar un poco. Solo un poco.


—¿Quién eres?

Izuku abrió los ojos y se encontró frente a frente con la mirada de Katsuki. Pero esta vez era diferente de las demás. Esta vez, Katsuki estaba mirándolo directamente a él. El corazón de Izuku dio un vuelco y se incorporó sobre el manto de hierba mientras el rubio hacía otro tanto.

—¿Quién eres? —repitió el chico—. ¿Qué haces tumbado a mi lado?

Izuku empezó a balbucear palabras incomprensibles de forma nerviosa. ¿Kacchan podía verle? ¿Cómo podía ser?

—Lo… Lo siento. No quería incomodarte —dijo—. Yo solo…

El chico rubio mostró una sonrisa. Una de esas sonrisas que había visto cómo dirigía a Tizona. Un gesto dulce y tierno. Llevó una de sus manos hasta la cara de Izuku y jugó con uno de los rizos que caían por su frente. Izuku se encogió cuando lo vio acercarse a él un poco más. Kacchan dejó caer su mano suavemente por su cara y acarició su mejilla pecosa.

—¿Por qué tengo la sensación de que te conozco?

Los labios de Izuku temblaron. Cerró los ojos y pegó su cara contra la palma de Katsuki. El chico tomó su cara con ambas manos y lo obligó a mirarlo a los ojos. Izuku suspiró. Estaban tan cerca…

—Contéstame —le ordenó—. ¿Por qué siento que te conozco?

Izuku acarició una de las manos del chico. Era fuerte y cálida. El corazón del dios latía con rapidez.

—Kacchan, yo… yo siempre he estado a tu lado —confesó con voz temblorosa—. Siempre he estado aquí, y ahora… ¿de verdad puedes verme, Kacchan? ¿De verdad?

Katsuki sonrió una vez más, pero no contestó. Fijó la mirada en sus labios y su cara comenzó un movimiento descendente hacia su boca. Izuku cerró los ojos cuando apenas los separaban unos milímetros.

—¡Tizona!

Izuku abrió los ojos con el corazón acelerado. Estaba tirado en el césped. Le llevó unos segundos comprender que se había quedado dormido y que todo había sido un sueño. A su lado, Katsuki jugaba con su gata, acariciándole la barriga y evitando los mordiscos que ella intentaba propinarle en la mano.

Izuku suspiró, decepcionado. El sueño había sido tan real…

Se levantó del césped. El sol empezaba a ponerse en el horizonte. Era hora de volver a casa.

—Hasta mañana, Kacchan —murmuró.

—Me has despertado en lo mejor del sueño, gata maldita —dijo el chico, abrazando al animal—. Estaba a punto de besar al chico más jodidamente lindo que haya visto nunca.

Aquello hizo detenerse a Izuku, que ya se encontraba a unos metros del suelo.

—Deberías haberlo visto. Tenía los ojos verdes y la cara llena de pecas.

A Izuku le temblaron las manos. ¿Acaso Kacchan había soñado lo mismo que él? ¿Habían podido ponerse en contacto a través de un sueño?

Katsuki sonrió y volvió a tirarse sobre el césped con los brazos tras la cabeza.

—No creo que exista un chico así —se quejó—. Esos ojos… no creo que pueda haber unos ojos así en ninguna parte.

Izuku rio, entusiasmado. Flotó hacia Katsuki y depositó un beso en los labios del joven. Un beso que ninguno de los dos notó. Pero en ese momento no importaba. Izuku se sentía feliz. Había podido estar con Kacchan. Él lo había visto, le había hablado y casi lo había besado en sueños. Le gustaba a Kacchan, y con saber eso era suficiente por el momento.

—Te quiero, Kacchan —le dijo antes de marcharse.

Quería irse cuanto antes. Necesitaba que las horas pasaran rápido para irse a la cama e intentar soñar de nuevo con él.


Esa noche no soñó con Katsuki. Y tampoco los hizo las siguientes. Izuku se dio cuenta de que era necesario estar al lado de Katsuki para poder soñar con él, y a veces, cuando lo encontraba durmiendo bajo los rayos de sol, se acomodaba junto a él y lo visitaba en sueños. En ellos, Izuku vivía toda clase de encuentros románticos que después rememoraba una y otra vez durante el resto del día.

A veces se acercaba a él lenta y tímidamente por la espalda, otras veces, esperaba que fuera Katsuki quien se aproximara a él y jugaba a alejarse para ver cómo este lo perseguía. Le gustaba la sonrisa que aparecía en el rostro del joven cuando sus miradas se cruzaban y él caminaba hacia los árboles para iniciar su juego de escondidas en el que, por supuesto, siempre ganaba Katsuki. El rubio siempre terminaba atrapándolo. Lo tomaba del brazo o de la mano y lo acercaba a sí. Después, lo miraba a los ojos de una manera que hacía que el corazón de Izuku se sobresaltara y le preguntaba su nombre.

—¿Me lo dirás hoy? ¿Me dirás quién eres? —le preguntaba el chico mientras acariciaba su cara.

Izuku sonreía de forma juguetona y negaba con la cabeza. Sentía que el misterio que envolvía su relación hacía aquellas visitas más excitantes y mágicas. Le gustaba ver cómo el chico suplicaba una y otra vez para que le dijera su nombre, porque cuando lo hacía jugaba con sus rizos y no apartaba ni un instante sus ojos de los de Izuku.

Al despertar, siempre volvía a su mundo entre suspiros y absolutamente feliz. Sin embargo, no se daba cuenta que lo que a él le daba la felicidad, a Katsuki se la quitaba. El joven despertaba con un sentimiento amargo por haber vuelto a perder al joven de ojos verdes que lo había encandilado en sueños y con el que sabía que nunca podría estar. Se sentía frustrado y enfadado con su propia mente, que cada poco tiempo se encargaba de martirizarlo recordándole que el chico perfecto para él no era más que un producto de su imaginación.

Estaba empezando a cansarse de conformarse con los sueños. La felicidad que sentía al verlo de nuevo se esfumaba cada vez que sus ojos se abrían. Estaba harto de las desilusiones que conllevaba estar despierto. Tenía que quitarse a ese chico de la cabeza cuanto antes o se volvería loco.


Un día, Izuku bajó a la Tierra y no encontró a Katsuki en el prado donde solía descansar. Se preocupó pensando que podría haberle pasado algo y caminó hasta su casa. Se sentía un poco mal atravesando las paredes de la casa de Katsuki sin que nadie le invitara. En su mente, una voz le gritaba que estaba cometiendo allanamiento de morada y que estaba atentando contra la intimidad del joven. Y sin embargo, continuó avanzando guiado por la preocupación.

La casa de la familia Bakugo se encontraba en las afueras del pueblo. Era una casa de campo de un solo piso de decoración rústica. En el techo podían verse las vigas de madera que sujetaban parte de la estructura.

Caminó por el salón de puntillas como si fuera un ladrón antes de recordar que, aunque hubiera alguien, nadie podría verlo, y se sintió como un tonto. Avanzó por el salón y la cocina y finalmente llegó al pasillo que llevaba a los dormitorios. Escuchó ruido en la habitación del final y caminó lentamente hacia allí. Tizona le salió al paso y dio un salto con el que retrocedió varios metros.

—¡Tizona, me has asustado!

La gata lo miró, interesada, y maulló. Izuku había descubierto desde hacía tiempo que la gata era la única que podía verlo, pero por suerte parecía que le gustaba. Solía acercarse a él entre ronroneos zalameros. Solo se alejaba cuando veía que no era capaz de rozarse contra su pierna.

—¿Tizona? —escuchó la voz de Katsuki y corrió hacia su habitación. Lo que vio le rompió el corazón.

—Deja en paz a tu gata y hazme caso a mí —le reclamaba un joven apuesto que se encontraba sentado a horcajadas sobre la cama—. ¿Estás seguro de que tus padres no llegarán hasta tarde? —le preguntaba mientras besaba su cuello con gesto seductor.

—Segurísimo —contestó Katsuki.

Ambos se hallaban sin camiseta y se besaban y acariciaban de una manera tan erótica que a Izuku le produjo náuseas. Miró al chico. Tenía el pelo negro y rizado. Sus ojos eran de un intenso color verde.

Izuku recordó lo que Katsuki le había dicho a Tizona meses atrás:

«Esos ojos… no creo que pueda haber unos ojos así en ninguna parte.»

Y sin embargo lo había reemplazado con los primeros ojos verdes con los que se había cruzado.

Su rival llevó sus manos hasta los pantalones de Katsuki y desabrochó el cinturón con ansias. Fue entonces cuando Izuku decidió que había visto suficiente. Salió de la casa y corrió con todas sus fuerzas hasta que sus pulmones quemaron. Llegó hasta el río y allí soltó un grito de desesperación, rabia y tristeza. Sabía que allí nadie podría oírle. En esos momentos solo deseaba gritar y romper cualquier cosa que pudiera encontrar. Mala suerte para él, porque en ese mundo no podía tocar nada. Ese maldito mundo al que nunca debería haber acudido no solo le negaba la felicidad, sino también le impedía desahogarse.

Cayó de rodillas y lloró amargamente durante horas antes de decidirse a regresar a casa. Se sentía traicionado. Katsuki lo había traicionado y, una vez más, ni siquiera era consciente de ello o del dolor que había provocado en Izuku. Para él los sueños no eran más que eso, mientras que para Izuku eran algo mucho más importante: era la única vía que tenía para estar con su ser amado.

Con la cara empapada en lágrimas, flotó en el aire, miró el mundo de los humanos una última vez y decidió que no regresaría nunca más. Su madre tenía razón. No podía seguir torturándose a sí mismo por toda la eternidad.


Pasaron los meses y las estaciones cambiaron. Izuku empezó a salir más con sus amigos, aunque fuera por distraer la mente y apartarla de Katsuki y de su mundo. Ya apenas se acercaba al lago, y cuando lo hacía se daba inmediatamente la vuelta. Su madre decía que tenía que pasar "el luto". Se sentiría mal durante un tiempo, pero tarde o temprano se olvidaría de Katsuki y se enamoraría de otro chico.

—Shoto es muy guapo —le había insinuado en una ocasión.

Pero Izuku no podía pensar siquiera en darle a otra persona el lugar que había ocupado Katsuki hasta hacía tan poco tiempo.

Desde que no lo veía, sus días se habían vuelto mucho más tristes y su sonrisa casi había desaparecido. Sin embargo, estaba decidido a olvidar a ese joven. Le llevaría tiempo, pero terminaría consiguiéndolo. Tenía que aceptar que Katsuki tenía su propia vida, una vida humana que no podía desperdiciar esperando un amor inalcanzable. Él también terminaría conociendo a alguien que lo haría feliz. Seguramente alguien que se casaría con él y que le daría hijos que serían tan guapos como su padre. Ante eso, ¿qué podía ofrecerle él a Katsuki? ¿Una existencia en la que solo podían estar juntos en sus sueños? ¿Una relación en la que sus besos, sus abrazos o sus caricias nunca serían reales? Katsuki no se merecía eso. En el fondo sabía que algo así no podía durar.

Todos los días se repetía a sí mismo todos esos argumentos, y sin embargo, llegó el día en que un presentimiento nefasto recorrió cada centímetro de su piel. Fue una sensación horrible que se instaló en su pecho y en su mente y que lo hizo correr hasta el lago. Algo había pasado. Algo le había pasado a Katsuki.

Tocó la superficie del agua, que en ese momento reflejaba una noche llena de estrellas. La imagen de Katsuki llegó diáfana. Lo vio junto a sus padres frente a una pequeña tumba en el jardín de la parte trasera de su casa. Su madre lloraba, su padre le pasaba un brazo por encima del hombro, pero el chico no mostraba más que una expresión totalmente seria.

—Tizona… —murmuró Izuku llevándose las manos a la boca.

Se le formó un nudo en la garganta. Katsuki debía de estar destrozado. Él lo conocía mejor que nadie. Sabía lo mucho que quería a su gata.

Vio cómo el joven se deshacía del abrazo de su padre y se metía en la casa para encerrarse en su habitación. Sin pensarlo ni un instante, Izuku se lanzó al lago y regresó al mundo de los humanos. Esta vez no dudó y corrió hacia la habitación del rubio. Katsuki se había sentado en la cama. Tenía los codos apoyados en las piernas y tapaba su cara con las manos. Su pecho temblaba mientras hacía lo posible por contener el llanto. Las lágrimas escapaban de entre sus dedos y caían al suelo.

A Izuku se le saltaron las lágrimas. Corrió a su lado y se arrodilló frente a él.

—Kacchan —lo llamó.

Acercó sus manos a su cara queriendo acariciarlo. Katsuki intentaba limpiarse en vano las lágrimas que derramaban sus ojos, pero era en vano: nuevas lágrimas reemplazaban inmediatamente a las anteriores.

—Kacchan, lo siento —lloró Izuku.

En ese momento deseó más que nunca que él pudiera verlo, que supiera que no estaba solo, que él estaba a su lado una vez más. Deseaba poder consolarlo, acariciar su rostro y besar cada una de sus lágrimas. Quería abrazarlo con fuerza y dejar que se desahogara con él, porque sabía que no lo haría con nadie más. Katsuki jamás lloraba delante de los demás.

Permaneció frente a él todo el tiempo hasta que el chico se tumbó y se quedó dormido. Entonces, se quedó junto a él durante unos minutos más observándolo dormir. En este instante, mientras se fijaba en las pestañas mojadas del amor de su vida, decidió que sacrificaría su felicidad para estar al lado de Katsuki aunque él nunca lo supiera. Sabía que era el único que podría estar junto a él cuando se sintiera triste y solo. Estaría junto a él hasta que encontrara a alguien en quien confiara lo suficiente como para poder mostrarle sus verdaderos sentimientos. Alguien a quien mostrara sus sonrisas más tiernas y sus lágrimas más amargas. Alguien que le sustituyera de verdad. Y después se iría para dejar que Katsuki fuera feliz.

—Buenas noches, Kacchan —le dijo al oído, esperando que él pudiera oírlo, aunque fuera en sueños.


Al día siguiente, Izuku salió de casa temprano y se dirigió hacia las afueras de su pueblo. Había tenido una idea durante la noche que no le había dejado dormir y tenía que llevarla a cabo a como diese lugar.

A esa hora, los caminos estaban desiertos. Apenas empezaba a salir sol en el horizonte. La mañana era fresca y olía a rocío. A pesar de lo que había ocurrido la noche anterior, Izuku estaba de un asombroso buen humor. Si era capaz de cumplir lo que tenía en mente, podría volver a ver sonreír a Kacchan dentro de muy poco.

Caminaba por un camino terregoso y sus sandalias comenzaban a llenarse de polvo. El lugar al que se dirigía estaba bastante alejado de su casa, pero recordaba la ruta perfectamente. Había ido en un par de ocasiones para visitar las instalaciones con su clase en el colegio y en el instituto, y como siempre, los empleados del lugar habían puesto el ojo en él nada más entrar. Hacía tiempo que había asumido que era famoso por haber desarrollado varios dones, a pesar de que él no se sentía especial en absoluto. No entendía por qué los demás daban tanta importancia a sus poderes.

A lo lejos vio su objetivo: un viejo edificio antiguo y algo siniestro que contrastaba significativamente con el campo de flores que se expandía a su alrededor. Era un edificio alto con muy pocas ventanas y pintado en un tristísimo color gris. El aspecto era tan malo como lo recordaba.

Le costó casi tres cuartos de hora llegar a la puerta de entrada. Aunque fuera día festivo, sabía que el lugar estaba abierto. Allí siempre había alguien haciendo guardia. Llamó de forma enérgica y la puerta se abrió con un chirrido.

—Buenos días —dijo al entrar. En la recepción había una joven de sonrisa forzada que le preguntó qué era lo que le traía por allí—. Necesito hablar con Shota Aizawa.

—¿Tiene una cita con el señor Aizawa?

—La verdad es que no —reconoció—, pero es urgente. Si usted pudiera…

—Lo siento, pero el director está muy ocupado. No puede atender a todo el que venga sin cita.

—Si no fuera de vital importancia no se lo pediría. Por favor…

—Señor, ya le he dicho que no puede ser. Así que…

—Kitagawa, puedes dejarlo pasar —dijo Aizawa, que había salido al pasillo al escuchar la conversación—. Ahora mismo no estoy muy ocupado.

La muchacha carraspeó y le dijo que podía pasar mientras desviaba la mirada hacia unos papeles que había encima de su mesa. Izuku caminó apresuradamente hacia el despacho de Aizawa antes de que pudiera cambiar de opinión. Shota Aizawa era un hombre de mediana edad, de cabello largo oscuro que le caía desordenadamente por la cara y apariencia siniestra. Lo invitó a sentarse y escuchó atentamente lo que tenía que decir.

—Verá, señor… —dijo, preguntándose por dónde debía comenzar su relato—. Sé que ayer llegó un gato. Una gata, en realidad. Se llama Tizona. Y… bueno… me preguntaba si podría quedármela.

Aizawa alzó una ceja.

—¿Cómo?

—¡Es que conozco a esa gata, señor! —aclaró, comprendiendo que su petición era algo extraña—. A veces, me gusta bajar al mundo de los humanos para… observar. ¡Sí, eso es! La he estado observando desde pequeña y me he encariñado con ella. Por eso… por eso, me gustaría quedármela.

—Lo que me está pidiendo es algo totalmente irregular, Midoriya. El mundo de los humanos y el mundo de los dioses no se puede mezclar. No podemos hacer que un ser que ha vivido en el mundo humano sea parte ahora de nuestro mundo.

—Bueno, técnicamente no sería así. Al fin y al cabo, la gata murió. No es que la hayamos sacado de su mundo para traerla al nuestro.

—Sí, pero aun así no es algo que se pueda hacer. Ese animal perteneció al mundo de los humanos, y una vez fallecida pertenece al mundo de los muertos, con el que los dioses no debemos tener contacto.

—Pero usted tiene contacto con ese mundo.

Aizawa suspiró. Izuku sabía que estaba impacientándolo, pero no quería cejar en su empeño de conseguir a Tizona. Tal y como le habían enseñado en la escuela, el mundo se dividía en tres partes: el mundo de los humanos, el de los dioses y el de los muertos. Hacía millones de años, cuando había surgido la vida en los dos primeros mundos, los humanos se habían organizado entre ellos para administrar su mundo y los dioses habían hecho lo mismo con el suyo. Pero cuando los humanos habían empezado a morir y habían empezado a aparecer en el mundo de los muertos, todo se había descontrolado. Los dioses no morían y los humanos ni siquiera sabían de la existencia de ese mundo, por lo que no se habían preparado para ello. Habían aprendido cómo vivir, pero no cómo morir. Al ver el caos que se había ocasionado, los dioses decidieron hacerse cargo de ese mundo con varias condiciones:

1.Ningún humano fallecido podría entrar en el mundo de los dioses.

2.Ningún dios podría entrar en el mundo de los muertos.

3.Solo los dioses encargados de recibir a los humanos y de enseñarles cómo vivir en ese nuevo mundo podrían tener contacto con la muerte y todo lo que la rodeaba.

Aquel lugar era donde se encontraba la entrada que conectaba su mundo con el mundo de los muertos.

Izuku suspiró también.

—Ya, ya sé lo que me va a decir —le dijo—. Conozco las reglas. Pero pensé que… bueno… que al ser una gata, nadie tendría por qué enterarse.

—Las reglas están para cumplirlas, joven Midoriya. Si he accedido a verle es porque usted es quien es —Izuku no comprendió muy bien lo que quería decir, pero prefirió no preguntar—. Ahora, si me permite, tengo algunos documentos que rellenar.

Izuku se levantó con la cabeza gacha y salió del despacho sin ánimos y sin fuerzas. Preguntó a Kitagawa dónde se encontraba el baño y fue a echarse un poco de agua en la cara. Al salir, escuchó cómo alguien le chistaba y le hacía señas con la mano.

—¡Koji-san! —exclamó Izuku.

El joven Koji Kota se llevó un dedo a la boca y después le indicó que lo siguiera sin hacer ruido.

—¿Qué haces aquí?

—Trabajo de voluntario en la sección de animales —le dijo con una sonrisa. Koji era uno de sus compañeros de clase. Un chico callado y tímido con el que apenas había cruzado un par de palabras durante todo el tiempo en el que habían sido compañeros—. Creo que puedo ayudarte. Sígueme.

Koji lo guio por unas escaleras que bajaban sin cesar. A medida que descendían, la oscuridad se hacía más intensa y a Izuku le costaba no resbalar por las escaleras a pesar de la linterna que llevaba Koji en la mano. Finalmente, llegaron a una entrada de piedra. Justo encima de ella había una gran losa de mármol que rezaba: DETENTE. ESTÁS A PUNTO DE ENTRAR EN EL REINO DE LA MUERTE.

Izuku tragó saliva y siguió a Koji mientras se adentraba en un túnel apenas iluminado por algunas bombillas colocadas en las paredes. Koji abrió una puerta y la luz que salió de ella hizo que Izuku entrecerrara los ojos.

—Vamos, pasa.

Cuando el chico entró en la sala, le sorprendió lo luminosa que era en comparación con la oscuridad que acababan de dejar atrás. Al principio le pareció que las paredes estaban pintadas de un blanco inmaculado, pero finalmente se dio cuenta de que no había paredes. Estaban rodeados de una luz blanquecina que hacía parecer que se encontraban en un sueño. Cientos de animales llenaban el espacio.

—¿Qué es esto? —preguntó Izuku, admirado.

—Es la zona de bienvenida de los nuevos difuntos. No debemos tener contacto con el mundo de los muertos. Por eso, todo el que llega tiene un periodo de adaptación en estas salas, que es donde nosotros los recibimos y trabajamos con ellos. La gatita que buscas debe estar por aquí.

Se acercó a una mesa de madera que había en un rincón junto a la puerta y revisó unos documentos.

—¿Cómo has dicho que se llama?

—Tizona.

—Tizona… Tizona… —buscó su nombre—. Ah, aquí está. Tizona. Gata común de pelaje negro. 10 años. Dueño: Katsuki Bakugo. Muerte natural. No sufrió. Se quedó dormida y no volvió a despertar.

—Menos mal —suspiró Izuku—. ¿Y cómo la encontraremos?

—Con mi poder.

Koji miró a uno de los gatos que pasaba por allí y le pidió con amabilidad que buscara a Tizona. El gato movió la cola y se alejó perezosamente hasta desaparecer. Minutos más tarde, regresó con una gata negra que fijó su mirada en Izuku.

—¡Hola! —dijo el joven agachándose con una gran sonrisa—. ¿Te acuerdas de…?

Antes de que pudiera terminar, la gata ya se había lanzado a restregarse contra sus manos. Se tumbó junto a él y le mostró la barriga. Izuku rio de alegría. Tizona lo había reconocido. La tomó entre sus brazos y la abrazó. Había querido hacerlo tantas veces… y ahora podía.

—¿Me la puedo llevar así sin más? —le preguntó a Koji.

—Nadie se enterará. Al fin y cabo, es una gata. ¿Quién va a sospechar? —le dijo, guiñándole el ojo—. Haré desaparecer su informe de fallecimiento y nadie lo sabrá.

—¡Gracias, Koji-san! ¡Muchísimas gracias!

—Corre, llévatela antes de que Aizawa se entere.


Esa misma noche, mientras Katsuki dormía, Izuku llevó a Tizona a su antigua casa y la animó a tumbarse junto a su dueño. La gata subió a la cama y se acurrucó en el pecho de Katsuki. A Izuku le pareció advertir una pequeña sonrisa en el rubio. Se acomodó junto a él, rozó su mano y cerró los ojos. Esperaba que, cuando volviera a abrirlos, se encontrara en sueños con su amor.


Katsuki se vio una vez más en el bosque que había cerca de su casa observando la corriente del río. Escuchó un maullido familiar y se dio la vuelta. Tizona caminaba hacia él con la cola en alto y los ojos muy abiertos.

—¿Tizona? ¡Tizona! —exclamó, lanzándose al césped para abrazarla. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas tan pronto como sintió su suave pelaje y su nariz húmeda olisqueando su cara—. Has venido a verme —dijo con voz lastimera—. Estás aquí…

Tizona se tiró una vez más en el césped, mostrando a Katsuki su barriga. El joven enterró su cara entre sus patas y acarició al animal con su nariz.

Jugó un rato con ella, la abrazó y la besó hasta que la gata se hubo cansado de tantas atenciones. Entonces, el animal vio algo a lo lejos y se alejó de Katsuki. El chico se puso de pie para contemplar lo que su gata había visto. A unos metros, vio la figura de un joven de cabello rizado y piel blanca que le daba la espalda. Tizona caminó hasta él y se rozó contra su pierna. El chico se agachó para acariciarla y después lo miró a él.

—Hola, Kacchan —le dijo.

—Tú…

Izuku asintió y se aproximó con una sonrisa.

—Tranquilo. Ella está bien. A partir de ahora, yo cuidaré de ella —le dijo acariciándole la mejilla.

La mirada de Katsuki volvió a entristecerse.

—Dejaste de venir —le dijo, e Izuku desvió la mirada—. Hace meses que no…

—Lo sé.

—¿Por qué?

—Pensé que ya no me necesitabas.

Katsuki lo tomó por la cintura y juntó su frente con la de Izuku. Ambos cerraron los ojos para ser plenamente conscientes de la respiración del otro.

—Te he estado buscando. Te he buscado en la vida real. He buscado tus ojos, pero… no los he encontrado —dijo en un tono lleno de dolor.

—Yo no existo en tu mundo, Kacchan —sollozó Izuku.

—Te he echado de menos. No vuelvas a abandonarme. No te vayas tú también —le rogó.

—Pero, si me quedo, nunca podrás avanzar. Te quedarás estancado —le dijo mirándolo a los ojos.

—Pero me quedaré estancado contigo —respondió.

—No, no, no puedo dejar que hagas eso —le dijo Izuku, apartándolo con las manos—. Tu vida es corta y debes aprovecharla. No quiero que dejes de vivir por mí. Esto… esto no es real, Kacchan. Esto es solo un sueño.

Katsuki colocó sus manos en las mejillas de Izuku y limpió sus lágrimas con los dedos pulgares.

—Para mí esto es muy real —murmuró.

Katsuki acercó su boca a la de él. Izuku cerró los ojos y sintió los labios del rubio acariciando los suyos. Sabía que aquello no era de verdad. Sabía que solo era un sueño. Y sin embargo, se sentía tan real. Su corazón latía a toda velocidad. Era la primera vez que se besaban. Había habido juegos, coqueteos, intercambio de intensas miradas e incluso caricias, pero ninguno se había atrevido a ir más allá.

Izuku echó los brazos alrededor del cuello del joven. Katsuki introdujo los dedos de su mano derecha entre sus rizos mientras lo sujetaba por la cintura con la izquierda. Izuku sabía que no debía de estar haciendo eso. Era justo lo contrario a lo que había decidido. Y sin embargo, no se sentía con fuerzas para separarse de él cuando estaba sintiéndose tan bien.

—Dime tu nombre —le pidió Katsuki, separándose apenas unos milímetros de su boca—. Por favor, dime cómo te llamas.

—Me llamo…

Izuku se mordió los labios. No podía hacer eso. Si le decía su nombre solo le estaría dando una excusa más para pensar en él. Si seguía por ese camino, Katsuki y él seguirían encontrándose en sueños y el humano nunca encontraría alguien que pudiera hacerle feliz. Alguien con quien pudiera pasar el resto de sus días hasta que fuera anciano. Alguien que pudiera agarrarlo de la mano para caminar por el pinar, que se sentara todos los días a comer junto a él y que le hiciera el amor por las noches. No podía arrebatarle algo así a Katsuki. Ellos nunca podrían estar juntos de verdad, por mucho que le doliera.

—No puedo —sollozó Izuku.

—¿Por qué? ¿Por qué? —preguntó Katsuki, desesperado.

—No puedo hacerte eso, Kacchan —contestó—. Estaré a tu lado siempre que me necesites. Estaré aquí contigo hasta que encuentres a alguien de verdad —cogió aire y lo soltó lentamente—. Y entonces, me iré para siempre.

—No quiero encontrar a otra persona —dijo Katsuki.

Izuku sonrió ante su testarudez.

—Es lo mejor para ti.

—Déjame a mí decidir qué es lo mejor para mí.

Izuku negó con la cabeza.

—Con el tiempo me lo agradecerás. Ahora tengo que irme.

—Espera —le pidió, volviendo a besarlo en los labios—. Quédate un poco más. Solo un poco más.

El chico de ojos verdes se derretía. Se sentía dividido entre su determinación de alejarse de Katsuki y su amor por él. Por más que lo intentaba, no podía alejarse cuando él lo besaba o le pedía que permaneciera un poco más con él. ¿Tan frágil era su voluntad?

—Vale, pero no me pidas más que te diga mi nombre, por favor.

—No lo haré. No volveré a hacerlo si te quedas conmigo.

Izuku suspiró. No podía negarle nada.

—Sí, Kacchan. Me quedaré contigo.

Continuará…