¡Buenas!
Aquí vengo con el capítulo 4. En breve me pondré a escribir el último capítulo de El hilo rojo. Perdón por la tardanza.
Por otra parte, os invito a seguirme en mi nueva cuenta de Twitter: (arroba)BkdkBnha. Ahí subo las actualizaciones y alguna que otra imagen que dibujo. Acabo de subir una del capítulo 2 de este fic. Espero que podáis acceder a él.
Por otra parte, no sé si os habréis fijado, pero he cambiado la imagen del fic. Espero que os guste. ;P
¡Un saludo!
Capítulo 4: El destino
Durante el desayuno, Izuku se encontraba ausente, perdido en sus propios pensamientos. Inko le vio remover la comida sin probar bocado y se preguntó si estaría enfermo. Pero al ver la expresión de felicidad de su rostro y los suspiros que escapaban de su boca, entendió que no estaba enfermo, sino completamente enamorado. Se preguntó quién sería el susodicho. Hacía mucho tiempo que Izuku había dejado de acudir al mundo de los humanos. Eso debía significar que ya se había olvidado del tal Kacchan y había puesto el ojo en otra persona. Quizás alguien de su instituto.
—Cariño, hoy vas a casa de Todoroki, ¿verdad? —intentó tantearlo.
Izuku despertó de sus ensoñaciones y sonrió.
—Sí, Todoroki y yo tenemos que estudiar —explicó.
—Shoto Todoroki es un buen chico —comentó Inko, retirando su plato y el de su marido de la mesa—. Muy educado y estudioso.
—Esa amistad te conviene —comentó Hisashi, doblando el periódico y dejándolo encima de la mesa—. Tengo entendido que es el hijo de Enji Todoroki, uno de los próximos candidatos a gobernantes de nuestro mundo.
—Así es —respondió Izuku, que no podía estar menos interesado en aquella conversación.
En el mundo de los dioses no había fronteras como en el de los humanos. Un único gobernante los dirigía a todos y se encargaba de mantener la paz. Por lo que el dios en cuestión debía ser alguien justo y con mucho poder. Los dioses escogían a su gobernante para que los representara durante tantos años como estos quisieran que estuviera en el poder. Si hacía un buen trabajo, podía llevar el mando durante milenios. El actual gobernador, Toshinori Yagi, apodado All Might por sus grandes capacidades, llevaba en el poder tanto tiempo que ni sus padres recordaban cuándo fue nombrado. Sin embargo, últimamente se rumoreaba que Toshinori estaba demasiado cansado para continuar y que pronto designaría a su posible sucesor, a pesar de que la última palabra la tuvieran el resto de los dioses.
—Dile a Shoto que venga un día de estos a merendar —le dijo su madre—. Prepararé algo rico.
Izuku empezaba a sentirse presionado. Su madre pensaba que el objeto de su amor era Todoroki, y él se sentía fatal por no decirle la verdad, pero sabía que lo mejor sería mantener a su madre apartada de todo ese asunto.
Recogió su plato y salió apresuradamente de casa con los libros en la mano de camino a sus clases.
—¿Estás bien, Midoriya? Hoy has estado especialmente distraído.
Izuku se sonrojó. Había ido a casa de Todoroki y no le estaba prestando la más mínima atención.
—Estoy bien —contestó con una sonrisa avergonzado—. Últimamente, me cuesta concentrarme.
—Les suele pasar a las personas enamoradas.
Izuku respingó en su asiento.
—¿Cómo…?
—Uraraka me lo dijo. En realidad, ella solo lo intuye. Las chicas tienen buen ojo para estas cosas, supongo. ¿Es verdad?
Izuku bajó la mirada.
—Pues…
—¡Shoto!
Enji Todoroki entró en la habitación sin siquiera llamar a la puerta. El padre de Shoto era un hombre imponente y de mirada severa. Iba vestido con una túnica confeccionada con una tela de máxima calidad cuyo corte y largura hacían gala de su poder y estatus social. Al ver a Izuku, su expresión se endureció.
—¿Qué quieres? —le preguntó Shoto al ver cómo centraba su atención en su amigo. Por el tono de voz que usó con su propio padre, Izuku adivinó que no se llevaban demasiado bien.
—Hoy no cenaré en casa. Tengo una reunión importante —le informó.
Shoto asintió y volvió a dirigir su atención al cuaderno que tenía encima de la mesa.
—Se lo diré a Fuyumi.
—Bien.
Enji Todoroki dirigió una última mirada a Izuku y salió de la habitación.
—Creo que no le caigo bien a tu padre —comentó.
—Es por tus múltiples dones —explicó Shoto—. Cree que podrías ser un rival para él y para mí en un futuro.
—¿Un rival?
—¿No lo sabes? Todo el mundo lo lleva comentando desde que desarrollaste tus poderes. No es muy común que un dios desarrolle varios poderes, y todos piensan que es un presagio; que nuestro nuevo líder debería ser un dios con varias capacidades. Mi padre aspira al puesto de All Might, pero quiere que en un fututo yo lo releve. Estaba muy confiado en que así sería por mi doble poder, pero cuando tú desarrollaste siete, sus esperanzas en mí se desvanecieron.
—No lo sabía —dijo Izuku, repentinamente avergonzado.
—No te preocupes. Nunca me ha interesado seguir los pasos de mi padre.
Ambos volvieron a centrar su atención en la materia que tenían delante. Izuku esperaba que Shoto se hubiera olvidado del tema del que habían estado hablando justo antes de que Enji Todoroki los interrumpiera. Desafortunadamente, Shoto no iba a darse por vencido.
—No has respondido a mi pregunta —le dijo tras unos minutos—. ¿Es cierto que estás enamorado?
Izuku suspiró.
—Así es —respondió, sin apartar la mirada de su libreta.
—¿Y esa persona te corresponde?
—Sí lo hace, pero… es complicado.
Escuchó cómo Shoto soltó el bolígrafo que tenía en la mano y arrastraba la silla para colocarla cerca de Izuku. El joven dios se sonrojó cuando Shoto le tomó de la mano y lo miró a los ojos.
—Midoriya, hace tiempo que quiero decirte algo.
—Todoroki —quiso detenerlo, imaginando lo que venía a continuación, pero Shoto levantó la mano, pidiéndole silencio.
—Por favor, escúchame. Sé que esto puede resultar incómodo para ti, pero necesito expresar lo que siento —explicó—. Me gustas, Midoriya. Desde hace meses. Sé perfectamente que no sientes lo mismo por mí. Siempre estás ausente, perdiendo en tus pensamientos. A veces feliz, a veces triste… Así que imaginé que alguien ocupa tu mente todo el tiempo y creo que he acertado. Aun así, me gustaría que confiaras en mí y hablaras conmigo de todo lo que te preocupa. Quiero estar ahí para ti y ayudarte siempre que lo necesites.
—Todoroki-kun…
El chico de pelo bicolor besó su mano y acarició el dorso de esta con suavidad. Izuku se sintió tentado de contarle todo lo que estaba pasando.
—Siento que llevas una gran carga a cuestas y un peso muy grande en el corazón —le dijo—. Me gustaría que compartieras esa carga conmigo.
Sus palabras parecían tan sinceras que a Izuku se le formó un nudo en la garganta. ¿Cómo podía hablarle de Katsuki a alguien que estaba enamorado de él? ¿No sería eso demasiado cruel?
—No quiero hacerte daño —murmuró Izuku.
Shoto sonrió.
—Tranquilo. Ya he asumido que entre tú y yo nunca habrá nada más que una bonita amistad. ¿Me contarás qué es lo que ocurre?
Izuku se giró hacia él, quedando sentado justo frente a frente con aquel chico de ojos heterocromáticos. Por un momento, las palabras se quedaron atascadas en su garganta.
—Yo… estoy enamorado de un humano —dijo. Era la primera vez que lo decía abiertamente y en voz alta. Estaba enamorado de un humano. Todas las connotaciones que esa oración llevaba unidas resonaron en su cabeza.
Todoroki enarcó una ceja.
—¿De un humano? —repitió, incrédulo—. ¿Cómo puede ser?
—Hace años, cuando era pequeño, descubrí que el lago que hay tras mi casa es un portal que conecta nuestro mundo con el de los humanos —explicó—. Empecé a bajar por curiosidad y me enamoré de un chico: Katsuki. Durante muchos años, bajé al mundo de los humanos para observarle y estar con él. Un día, descubrí que podía encontrarme con él a través de los sueños si dormía a su lado. Es la única manera en la que podemos estar juntos —dijo con voz rota—. Sabemos que nada es real, y que nunca podremos estar juntos de verdad, pero… yo… no puedo dejarle.
Agachó la cabeza. Tenía miedo de encontrarse con la mirada de Todoroki y reafirmar lo que él mismo se había dicho una y otra vez: que estaba loco, que era un amor imposible, que no podía esperar que Katsuki lo amara por siempre de esa manera, que estaba siendo un egoísta, que la única solución lógica era que ambos se separaran.
Sabía perfectamente todo eso, pero no quería aceptarlo. Y verlo en ojos de otra persona no haría más que destrozarle el corazón una vez más.
Shoto se levantó de su asiento y tiró de su mano para que se levantara con él. Después, lo rodeó con los brazos y acarició sus rizos.
—Lo entiendo —le dijo—. Eres muy valiente, ¿sabes? Y tus sentimientos deben ser muy fuertes para aguantar algo así.
Izuku hundió la cara en el pecho de Shoto. Sentía tantas ganas de llorar…
—Katsuki realmente es un chico muy afortunado.
Izuku lo abrazó con fuerza y por fin sollozó. Hacía tanto tiempo que llevaba esa carga encima, tanto tiempo que había guardado su dolor en silencio, tanto tiempo que necesitaba que alguien lo escuchara y le diera un abrazo…
—Gracias —murmuró—. Gracias por escucharme, Todoroki-kun.
—Estoy aquí —le dijo—. Estaré aquí siempre que me necesites, ¿vale? Como tu amigo.
—Gracias —repitió, y se permitió llorar largamente, reconfortado por el calor que desprendía el abrazo de su amigo.
Esa noche volvería a encontrarse con Katsuki, y volvería a ser feliz y desdichado a la vez. Volvería a reír y a llorar. Pero al menos ahora tenía a alguien a quien contárselo.
—Está amaneciendo.
Aunque se encontraban en el mundo de los sueños, Izuku tenía un don especial para saber cuándo empezaba a acabarse su tiempo con Katsuki. Cuando el rubio le preguntaba cómo lo sabía, decía que podía escuchar el canto de los pájaros en la vida real al despuntar el alba.
—Cada vez se me hace más corta la noche —se quejó Katsuki.
—Tengo que irme antes de que mis padres despierten.
Katsuki lo tomó de la barbilla y lo besó a modo de despedida. Lo miró de arriba abajo y sonrió.
—Hay algo que nunca te he preguntado —le dijo. Izuku enarcó una ceja—. ¿Por qué vistes así?
El dios miró la túnica blanca que dejaba a la vista parte de sus piernas y su espalda, así como los brazaletes dorados de sus brazos. Después, comparó su vestimenta con la de Katsuki, compuesta por unos pantalones vaqueros y una camiseta naranja. Completamente diferentes.
—Esta es la ropa habitual en el lugar del que procedo —explicó—. ¿No te gusta?
Katsuki volvió a besarlo y lo miró a los ojos.
—Me gusta todo de ti —le dijo en el oído—. Hasta esta noche, mi amor.
Izuku se puso rojo desde la punta de los pies hasta las orejas. Se separó de Katsuki e intentó pronunciar una despedida.
—Has-t-ta m-mañana, digo ha-hasta e-esta no-noche. — El rubio rio, divertido. Izuku tomó aire e intentó tranquilizarse—. ¡Hasta esta noche, Kacchan! —dijo finalmente, dándose la vuelta. Su cuerpo empezaba a desvanecerse. En la vida real, estaba despertando de su sueño.
—¿Kacchan? —repitió el rubio, fingiendo decepción.
Izuku sabía que le estaba tomando el pelo. Le gustaba verlo nervioso, tartamudeando y con la cara roja. Tragó saliva.
—Mi… mi amor —balbuceó en voz baja sin mirarlo.
Katsuki lo abrazó por la espalda. Apartó el cabello que caía por la nuca de Izuku y depositó un besó en ella. El dios se estremeció.
—¿Qué has dicho? —le preguntó una vez más en el oído. Su voz era suave y sensual—. No te he oído.
Izuku se moría de la vergüenza. Apretó los puños y se dio la vuelta con decisión.
—¡He dicho que nos vemos esta noche…! —comenzó, fijando la mirada en los iris rojos de Katsuki e intentando que sus labios no temblaran— ¡ …mi amor!
El humano sonrió y lo besó en la frente.
—Estoy deseándolo.
Izuku flotó a toda velocidad hacia su mundo. Había perdido demasiado tiempo esa vez. Al despertar, no había podido evitar quedarse junto a Katsuki un rato más mientras veía cómo abría los ojos y se desperezaba con una sonrisa. Con el pelo revuelto estaba incluso más guapo. Cuando había querido darse cuenta, se le había hecho tarde.
Entró en su casa en silencio, esperando que sus padres estuvieran dormidos, pero sus esperanzas fueron vanas. Su madre ya le esperaba en el salón con mirada preocupada. Izuku tragó saliva. Aquellos ojos verdes profundamente angustiados revelaban la verdad: su madre sabía de dónde venía.
—Pensaba que habías dejado de acudir al mundo de los humanos —le dijo Inko, levantándose del sillón.
Izuku agachó la cabeza.
—No le hago daño a nadie, mamá —se defendió el chico.
Inko se acercó a él y le tocó la mejilla.
—Te lo haces a ti mismo —le contradijo—. Ve a cambiarte. Vas a llegar tarde a clases.
Izuku se sintió confundido. Había pensado que su madre le pediría más explicaciones, que le diría algo más, y sin embargo, Inko se había marchado hacia la cocina con un halo de tristeza a su alrededor.
El joven fue a ducharse y a cambiarse de ropa antes de ir al instituto, pero durante el tiempo que estuvo fuera de casa se sintió preocupado y nervioso. Había algo que no iba bien. Podía sentirlo. La reacción de su madre no había sido normal. Normalmente, lo hubiera tomado de la mano y lo hubiera guiado hasta el sofá para tener una conversación de madre a hijo, pero esta vez apenas había intercambiado unas pocas palabras. ¿Estaría enfadada con él? ¿Frustrada? ¿Decepcionada?
Izuku decidió que hablaría con ella largo y tendido al regresar a casa. No podía dejar las cosas así. Su madre debía sentirse mal por haberle ocultado durante tanto tiempo que estaba acudiendo todas las noches al mundo de los humanos. Ella ni siquiera sabía que se encontraba con Katsuki en sueños o que ese chico correspondía sus sentimientos. Le había ocultado todo a su madre con tal de no hacer que se preocupara, y quizás había sido peor haber actuado de esa forma.
—¿Estás bien? —le había preguntado Todoroki a la salida al verlo tan inquieto.
—Mi madre ha descubierto que me escapo por las noches para ver a Katsuki —le dijo—. Quiero llegar a casa cuanto antes para hablarlo con ella.
—Ya sabes que si necesitas cualquier cosa…
—Lo sé —le contestó—. Gracias, Todoroki-kun. Me voy corriendo. Nos vemos mañana, ¿vale?
—Suerte.
Izuku agarró sus cosas contra su pecho, intentando calmar los latidos de su corazón, y corrió hasta su casa. Quería hablar con su madre antes de que su padre llegara del trabajo. Nunca habían tenido una relación demasiado estrecha, y no quería que se enterara de lo que había ocurrido. Prefería que fuera un secreto entre su madre y él.
Al llegar a la entrada de su casa, escuchó un fuerte sonido que procedía de la parte de atrás. Sin siquiera entrar, rodeó los muros y se dirigió al lugar guiado por el ruido. Lo que vio hizo que se le cayeran todas sus cosas al suelo. Apenas quedaba agua en el lago que usaba de entrada al mundo de los humanos. Una enorme máquina succionaba el agua a una velocidad vertiginosa y la introducía en tanques de gran tamaño que se llevaban entre varios dioses de fuerza sinigual.
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Izuku, alarmado, corriendo hacia ellos—. ¡Parad!
Su madre se interpuso en su camino.
—Los he llamado yo, Izuku.
Izuku estaba sin habla. Miraba a su madre y al lago alternativamente. No sabía si hablar con ella o intentar detener a los trabajadores que se llevaban hasta la última gota de aquel portal por el que podía acceder al mundo de Katsuki.
—¿Por qué? —preguntó finalmente con las lágrimas saltadas.
—Lo siento, cariño. Es la única forma de que dejes de ir a ese mundo que te hace tanto daño.
—¡No, mamá! ¡No, por favor! ¡Por favor, diles que paren!
—No, Izuku.
—¡Mamá, Katsuki me estará esperando! ¡Katsuki me espera esta noche! ¡Por favor!
—Es por tu bien —sentenció Inko.
—¡No, espera! ¡Escúchame, por favor! —le rogó, agarrándola de los hombros—. Katsuki y yo nos vemos en sueños. Él también me quiere. ¡É-él sabe que existo!
Su madre no parecía comprender, o quizás no quería comprenderlo.
—Hijo, ¿no entiendes que esto no te hace bien? Ese chico y tú jamás podréis estar juntos.
—¡Estamos juntos! —la contradijo él.
—Son solo sueños, Izuku.
—¡Para nosotros es muy real! —gimió entre lágrimas. Estaba desesperado. El lago estaba a punto de ser vaciado por completo—. ¡Te lo ruego, páralos!
Inko negó con la cabeza despacio. La máquina hizo un ruido extraño y la última gota de agua fue a parar al tanque. Izuku cayó de rodillas mientras veía cómo se llevaban su última esperanza de volver a ver a Katsuki.
Se llevó las manos a la cara y lloró con amargura. Inko se inclinó sobre él y le acarició el pelo. Izuku la miró con la cara empapada en lágrimas.
—¿Por qué me haces esto? —le preguntó—. Nunca me has prohibido ir al mundo de los humanos. ¿Por qué ahora lo haces?
Inko lloró junto a su hijo mientras apretaba los labios en un gesto de profundo dolor. Izuku sabía que había algo que no le había dicho. Había algo más que él no sabía.
—Mamá —le dijo—, por favor, dime la verdad. ¿Por qué no quieres que vaya a ver a Katsuki?
Inko suspiró y se sentó en el pasto junto a Izuku para estar más cerca de él. Lo tomó de la mano y, en un gesto idéntico al que hacía su hijo cuando no se sentía con fuerzas, desvió la mirada hacia otro lado mientras hablaba.
—¿Recuerdas aquella vez que te dije que estaba preocupada por ti porque Katsuki es un humano y los humanos no son inmortales como nosotros?
Izuku asintió. Nunca podría olvidar ese día. Aquellas palabras de su madre lo hicieron consciente por primera vez de lo que realmente significaba amar a un humano. Llegaría un momento en que el Katsuki dejaría de existir, y él tendría que seguir viviendo durante toda una eternidad con su recuerdo y aceptar que nunca más podría verlo.
—Lo recuerdo.
—Estaba tan preocupada que días más tarde fui a ver a Mirai Sasaki.
—¿A Nighteye?
Inko asintió.
Mirai Sasaki era un dios conocido por su don de ver el futuro con bastante precisión. Su padre y él habían ido juntos al colegio de pequeños y tenían bastante confianza.
—¿Para qué? —preguntó Izuku.
—Quería saber qué futuro os deparaba, Izuku. A Katsuki y a ti. Quería saber… si seguirías enamorado de él y sufriendo por el resto de sus días. Pero la respuesta de Mirai me sorprendió.
Izuku tenía miedo de preguntar, pero necesitaba saber qué le había dicho a su madre. Necesitaba saber por qué estaba tan preocupada.
—¿Qué fue lo que te dijo? —inquirió finalmente, y aguantó la respiración.
Inko frunció los labios. Dos nuevas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
—Yo… me sentí muy aliviada cuando pensé que ya te habías olvidado del mundo de los humanos —dijo de corrido. Se notaba el nerviosismo en su voz—. Creía que te habías olvidado de Katsuki. Por eso nunca te dije nada. Pensé que lo mejor sería olvidar lo que había pasado y…
—Mamá —la interrumpió Izuku—. ¿Qué te dijo Nighteye?
Inko se las limpió con delicadeza la cara y miró por primera vez a los ojos a su hijo.
—Me dijo que no debía preocuparme. Que pronto dejarías de ir al mundo de los humanos.
—¿Por qué? —murmuró Izuku. Su voz se hacía cada vez más pequeña, esperando lo peor.
—Porque… Katsuki está destinado a morir… a los diecinueve años.
Continuará…
