¡Buenas!

Aquí vengo con el capítulo 5. Sé que dije que me pondría a escribir el último capítulo de El hilo rojo, pero es que este fanfic me tiene atrapada ahora mismo. Intentaré ponerme a ello cuanto antes. Ya mismo llegan las vacaciones de verano y tendré más tiempo.

¡Un saludo y que disfrutéis del capítulo!


Capítulo 5: El trato

Diecinueve años… diecinueve años…

Izuku no podía dejar de repetirse esa edad en la cabeza. Katsuki estaba destinado a morir a los diecinueve años. Apenas quedaban un par de semanas para su cumpleaños. A partir de ese momento, la vida de su amor comenzaría una cuenta atrás irreversible.

El mismo día que su madre le había dado la noticia, se había dirigido a toda prisa hacia la casa de Nighteye. Necesitaba saber cuándo sucedería y por qué. ¿Cómo era posible que alguien joven, sano y fuerte como Katsuki fuera a morir a una edad tan temprana? Necesitaba respuestas.

—Lo siento, Midoriya —le había dicho Nighteye—, pero mis visiones nunca están completas. No sé exactamente cuándo sucederá ni qué es lo que le ocurrirá a ese chico. Solo vi su tumba y a sus padres llorando. Mencionaban que solo tenía diecinueve años y que todo había sido un desgraciado accidente.

Un accidente…

—¿No puedes decirme nada más? —suplicó Izuku—. Cualquier detalle que recuerdes…

—Midoriya, ¿qué importan los detalles? No podrás hacer nada por evitarlo.

—Por favor.

Nighteye clavó su mirada en él por encima de las gafas mientras sopesaba si debía darle información que, seguramente, alimentaría la desesperación de ese muchacho.

—Recuerdo que hacía mucho calor —dijo finalmente.

—¿Mucho calor?

—Sí, en el velatorio, todo el mundo se limpiaba el sudor de la frente y se abanicaban constantemente con la mano. Es todo lo que te puedo decir.

Tras esa breve conversación, Izuku regresó a casa con una sensación aún más amarga en el pecho. En la puerta, lo esperaba su madre. Cruzó una leve mirada con ella y se adentró en la casa sin decir una palabra. Sabía que su madre había actuado con la intención de protegerlo del dolor cuando llegase el final, pero una parte de él no podía perdonarle que lo hubiera alejado de Katsuki cuando le quedaba tan poco tiempo de vida.

Se acurrucó en su cama abrazando la almohada. Si se trataba de meses de mucho calor, junio, julio y agosto eran los meses más calurosos. Katsuki cumplía años el 20 de abril, lo que significaba que…

—Solo le quedan cuatro meses —murmuró Izuku.

Tizona acudió a su encuentro como si supiera lo que estaba sintiendo. Chocó su cabecita contra el brazo de Izuku y se dejó acariciar entre ronroneos. A Izuku le temblaron las manos. ¿Y si hacía con Katsuki lo mismo que había hecho con Tizona? Podría colarse en el Reino de los muertos y sacarlo de allí tan pronto como falleciera.

Tizona maulló lastimeramente. Parecía que le estuviera advirtiendo. Izuku sabía que lo que estaba pensando era imposible de llevar a cabo. No era lo mismo sacar del Reino de los muertos a un gato que un humano. Había un control mucho más férreo en cuanto a estos se refería. Además, en la sección de los humanos no tenía ningún conocido como Koji, y aunque consiguiera sacarlo de allí, ¿qué haría con él? ¿Adónde lo llevaría? Ni siquiera estaba seguro de qué es lo que ocurriría cuando intentara sacarlo por la puerta. Katsuki no tenía poderes, y tampoco era inmortal. De hecho, sería un ser sin vida para ese momento. ¿Lo rechazaría su mundo?

—Contigo funcionó —le dijo a Tizona—, pero tú solo eres un animal…

Tizona lo miró fijamente por unos segundos y se dio la vuelta, ofendida. Izuku sonrió. Era un animal, pero tremendamente inteligente.

—No te enfades conmigo —le dijo con una voz más aguda y suave que siempre utilizaba para llamarla—. Te necesito mucho.

Tizona volvió a mirarlo y se tumbó bocarriba, ofreciéndole la barriga. Izuku enterró la cabeza en ella, como tantas veces había visto hacerlo a Katsuki. Tizona aprovechó para darle unos lametones en sus rizos.

—Sí, lo sé. Yo no soy el único que va a perderle. Tú tampoco podrás verle más —murmuró con la voz rota—. No me puedo creer… no me puedo creer que todo vaya a terminar así.

Miró hacia la estantería de su habitación. Una parte estaba llena de libros de cuentos que su madre le leía cuando era pequeño. Cuentos con finales felices en los que los enamorados se casaban y vivían juntos para siempre. En esas historias no había finales tristes, no había muertes. Los protagonistas podrían haber sufrido muchísimo a lo largo del camino, pero al final todo salía bien. ¿Por qué? ¿Por qué después de todo por lo que habían pasado tenían que terminar así? ¿Acaso ellos no merecían un final feliz?

Ni siquiera podría despedirse de él. No podría volver a decirle lo mucho que lo amaba. No podría besarlo por última vez.

Katsuki pensaría que lo había abandonado una vez más. Volvería a sentirse solo sin poder hablar con él. Aún recordaba la conversación que habían tenido meses atrás, cuando habían vuelto a reencontrarse en sueños después de un tiempo sin verse.

—Me sentía solo —le había confesado Katsuki.

—Tienes a mucha gente a tu alrededor — había contestado Izuku—. Tus padres, tus amigos…

—Sí, pero con nadie puedo hablar como contigo.

—¿Por qué?

Katsuki se había encogido de hombros.

—No soy bueno expresando lo que siento. Me pongo nervioso con facilidad, me enfado, grito e insulto.

—Conmigo no lo haces.

—Porque sé que esto es un sueño y que tú no eres real. ¿No te ha pasado alguna vez? Que haces cosas en sueños que no eres capaz de hacer en la vida real.

Izuku había asentido.

—¿Quieres decir que me gritarías e insultarías si me hubieras conocido en la vida real? —rio el dios—. No puedo imaginármelo.

Definitivamente, no podía. Izuku lo había estado observando desde que era pequeño y lo había visto cientos de veces en esas situaciones. Katsuki solía perder los nervios con facilidad y acababa alzando la voz y lanzando insultos a diestro y siniestro. Cuando era un niño, se relacionaba a través de golpes con los otros chicos. Al menos una vez a la semana llegaba a casa con un moratón en la cara o una herida en la rodilla.

Izuku siempre se sentía muy mal al ver cómo golpeaba y era golpeado. Todos hablaban mal de Katsuki. Decían que era un niño agresivo y violento, un abusón. Pero Izuku había visto su verdadero interior y sabía que en el fondo era una persona compasiva y valiente.

Con el paso de los años, Katsuki había aprendido a controlar sus impulsos. Seguía gritando e intimidando con la mirada y los insultos que profería, pero ya no alzaba el puño a la mínima de cambio.

Se había sorprendido el día en que se habían visto el uno al otro por primera vez. Cuando Katsuki le preguntó quién era y qué hacía tumbado a su lado, pensó que frunciría el ceño y lo miraría de forma amenazadora, como hacía con todo el mundo. Contra todo pronóstico, Katsuki había sonreído cuando había empezado a balbucear.

Recordó cómo le había acariciado la cara y, hablándole con un tono de voz suave, se había acercado a él para intentar besarlo. Izuku no podía creerlo. Jamás había visto a Katsuki comportarse así con nadie. Ese chico solo se mostraba afable con Tizona.

Al despertar, lo había comprendido: todo había sido un sueño. Katsuki se había comportado con él como Izuku deseaba que lo hiciera.

—Pero no fue solo un sueño —murmuró el joven. Se le estaban empezando a cerrar los ojos.

Aquel humano de verdad lo había visto y durante meses había demostrado con él su verdadera naturaleza.

Definitivamente, no podía imaginarse a ese chico siendo rudo con él. No podía imaginar que pudiera llegar a insultarle o a gritarle cuando hasta ese momento solo había recibido de él besos y palabras de amor.

Parecía que Katsuki Bakugo solo podía ser él mismo en los sueños en los que se encontraban los dos.

Antes de quedarse dormido, Izuku se preguntó si Katsuki cambiaría si supiera que apenas le quedaban cuatro meses de vida.


El día del cumpleaños de Katsuki, Izuku se sentía más nervioso de lo habitual. Y no ayudaba el hecho de que todo el mundo parecía saber lo que había ocurrido. En su camino hacia el instituto, se le quedaban mirando, unos con lástima y otros con extrañeza.

Seguramente, los rumores se habían empezado a difundir cuando su madre había pedido con tanta urgencia que retiraran el agua del lago de detrás de su casa. Quizás alguno de los trabajadores se había ido de la lengua. Estaba harto de que todo el mundo lo juzgara con la mirada en el peor momento de su vida.

Cuando apenas quedaban un par de kilómetros para llegar a sus clases, alguien lo agarró del brazo y tiró de él hacia un callejón solitario. Se colocó en posición, preparado para defenderse en caso de que alguien quisiera hacerle daño. De las sombras, surgió una figura alta de cabello rubio y sonrisa seductora. A Izuku se le cayeron los libros al suelo.

—¿Kacchan? —preguntó.

—Hola, Izuku —contestó el joven, acercándose lentamente—. ¿Me has echado de menos?

—No puede ser… Tú… ¿cómo has…? ¿Cómo has podido…?

Katsuki lo acorraló contra una de las paredes y se inclinó hacia él. Izuku sintió un escalofrío. Aquel no le parecía el Kacchan de siempre. Ni sus ojos ni su voz transmitían amor. Y su sonrisa… su sonrisa no era sincera.

—¿Y eso qué más da? —le dijo—. Lo importante es que ahora podemos estar juntos.

Katsuki se acercó peligrosamente a sus labios. Izuku sintió cómo se activaba su sensor de peligro y empujó al chico con tanta fuerza que cayó al suelo.

—¡Tú no eres Kacchan! ¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a adoptar su forma?

El falso Katsuki sonrió de nuevo. Una sonrisa felina, muy diferente a la del verdadero. Se puso de pie y se sacudió los pantalones con parsimonia.

—Vaya, parece que Izuku es bastante listo —dijo ahora con la voz cantarina de una chica.

Su cabello comenzó a derretirse, así como su cara, sus brazos y finalmente su cuerpo entero. Cuando el disfraz desapareció por completo, solo quedó una chica de cabello rubio y ojos amarillos que lo miraba con interés. De su boca sobresalían dos colmillos afilados que rozaba una y otra vez con su lengua.

—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Izuku.

—Soy Himiko Toga —dijo con voz melosa—. Encantada.

—¿Por qué has adoptado la forma de Kacchan?

—Interesante —dijo otra voz, una masculina, que procedía del fondo del callejón—. Pensaba que ibas a preguntar cómo había adoptado su forma.

Un chico de cabello azulado y piel grisácea caminó hasta ellos. Llevaba una capucha que escondía parte de su cara. Alzó la mirada y sus ojos rojos se clavaron en Izuku.

—¡Tomura, ha descubierto mi disfraz! —exclamó Toga con tono juguetón—. ¡Es muy listo!

—Soy Tomura Shigaraki —se presentó el chico.

—¿Qué queréis? —preguntó Izuku, receloso. El censor de peligro no dejaba de alertarle de que debía irse de allí de inmediato.

—Ayudarte —contestó Shigaraki—. Sabemos que tienes un problema.

—Sí, un problema amoroso —rio Toga—. ¡Me encantan las historias de amor!

—No me interesa lo que podáis ofrecerme —dijo Izuku, recogiendo sus libros del suelo y caminando hacia la salida del callejón.

Shigaraki alzó la voz para hacerse oír.

—¿Sabías que Toga solo es capaz de transformarse en aquel del que bebe su sangre?

Izuku se detuvo de golpe y se giró para mirarlos. Shigaraki sonrió ampliamente. Había conseguido captar su atención.

—¿Cómo dices?

—Toga, ¿por qué no le cuentas cómo conseguiste la sangre de su novio?

—¡¿Qué le has hecho a Kacchan?! —gritó Izuku, acercándose a ella.

—Tranquilo —canturreó Toga, saltado a su alrededor—. Solo le hice un cortecito en la mejilla. ¡Katsuki es tan guapo! Pero tú me pareces más lindo, Izuku.

Izuku se paró un segundo a meditar. Debía tranquilizarse. Esos dos estaban intentando embaucarle.

—Es imposible que los dioses puedan interactuar con humanos —masculló el joven de ojos verdes.

—Nada es imposible para nuestro jefe —le contradijo Shigaraki.

—¿Vuestro jefe?

—All for one —dijo Toga.

Izuku casi se atragantó cuando escuchó su nombre. All for one, también conocido como el dios de los dones infinitos, el dios maldito. Hacía años, se había hecho famoso por querer acceder al poder y todos lo habían rechazado y marginado. Había rumores muy fuertes que decían que se dedicaba a hacer tratos con dioses para quedarse con sus poderes. Nadie confiaba en él.

—Él nos ha enviado para ofrecerte su ayuda —dijo Shigaraki.

—Su ayuda está maldita —murmuró Izuku.

—Oh, conocemos su mala reputación totalmente inmerecida —continuó—. Te puedo asegurar que te ofrecerá un pacto de lo más justo para solucionar tu problema.

—No, gracias, no necesito su ayuda.

—En realidad sabes que sí la necesitas, I-zu-ku —intervino Toga, agarrándolo del brazo—. ¿Quién más si no podrá hacerlo?

—No lo presiones, Toga. All for one no obliga a nadie a nada —dijo Shigaraki, metiéndose las manos en los bolsillos de su túnica y alejándose de él—. Eso sí, si cambias de parecer, búscanos —le pidió, ofreciéndole una tarjeta blanca con bordes dorados que enmarcaban una dirección—. Vámonos, Toga.

—Adiós, Izuku —volvió a canturrear la chica—. Nos veremos pronto.

A su lado se abrió un portal oscuro y ambos desaparecieron por él.


Era la hora del descanso entre clases e Izuku se había retirado a un lugar apartado para pensar. Tenía en la mano la tarjeta que le había dado Shigaraki. Sabía que la simple idea de ir a ver a All for one era una locura, y sin embargo, no podía dejar de mirarla. El cumpleaños de Katsuki era ese día. Acababa de comenzar una irremediable cuenta atrás que terminaría con la muerte de su amor.

Suspiró. La presión no le estaba dejando pensar con claridad. Debía mantener la mente y el corazón serenos para analizar qué era lo que debía hacer a continuación, y sin embargo…

—¿Midoriya?

Izuku respingó y dejó caer al suelo la tarjeta. Shoto se encontraba justo a su espalda. Se agachó y cogió el trozo de papel.

—¿Qué es…? —empezó a preguntar, pero cuando vio el nombre y la dirección que había escritos en la tarjeta, palideció—. Midoriya, ¿no estarás pensando en ir a ver a este tipo?

—No, yo… yo solo estaba mirándola —intentó excusarse—. Me dieron esa tarjeta esta mañana y…

—¿Quién? ¿Quién te la dio?

—Un chico de aspecto muy extraño. Iba acompañado de una chica que… es largo de explicar.

Todoroki tomó asiento a su lado y lo obligó a mirarlo a los ojos.

—Por favor, prométeme que no irás a ver a este hombre. Es muy peligroso.

—No voy a ver a ese hombre —dijo Izuku, pero ni su voz ni sus ojos reflejaban total convencimiento sobre lo que estaba diciendo.

—Prométemelo —insistió.

Izuku abrió la boca, pero los labios le temblaron.

—Todoroki…, hoy es el cumpleaños de Kacchan —fue lo único que dijo.

El joven de ojos heterocromos se llevó las manos a su cabello bicolor. Estaba al corriente de todo lo que había ocurrido. Sabía que Inko Midoriya había tomado la radical decisión de separarlo del mundo humano por su propio bien. Izuku había acudido a su casa llorando al día siguiente de que todo ocurriera y le había explicado todo. Katsuki Bakugo estaba destinado a morir y él no podía hacer nada por evitarlo.

—Izuku —le dijo, tomándolo de las manos—, escúchame, ¿vale? No conseguirás nada yendo a ver a ese dios. Él no hace nada en beneficio de los demás. Es tramposo y embustero. Te ofrecerá un trato que no podrás rechazar, y cuando fracases, se quedará con tus poderes. Lo ha hecho cientos de veces. Mi padre lo conoce bien. Han sido rivales desde hace años. Te hará creer que tienes todas las de ganar, pero al final…

—¿Qué opciones me quedan entonces? —gimió Izuku.

—Debes aceptar que no tienes opciones —sentenció Shoto—. Sé que es duro, lo sé. Pero tienes que comprender que toda vida humana llega a su fin. Katsuki morirá tarde o temprano, y eso es algo que no puedes evitar. Olvídate de esto, ¿de acuerdo? —le pidió, mostrando la tarjeta.

Izuku asintió y Shoto usó sus poderes para calcinar la tarjeta. El chico de ojos verdes se quedó mirándola mientras ardía en manos de su mejor amigo y caía al suelo en forma de cenizas.

—Ella se convirtió en Kacchan —murmuró. Shoto enarcó una ceja—. La chica que acompañaba al chico que me la dio. Por un segundo creía que era él. Sabía que no era posible, pero… quería creer que sí.

Shoto pasó un brazo por los hombros de Izuku y le ayudó a acomodarse contra él.

—Usan todo tipo de trucos para hacerte caer. Saben cuáles son tus debilidades. Saben que ahora mismo harías cualquier cosa por estar junto a ese humano.

—Me dijo que solo podía transformarse en las personas de las que bebía su sangre —continuó. Shoto se quedó sin respiración por un momento—. Esa diosa estuvo con él… y pudo tocarlo.

Todoroki lo agarró por los hombros para intentar hacerlo entrar en razón.

—Sé lo que estás pensando —le dijo—, pero de verdad que no puede ser tan fácil como piensas. Los dioses y los humanos no podemos entrar en contacto tan fácilmente. No pertenecemos al mundo de los otros. Izuku, por favor, piensa. Están jugando contigo.

—Pero… ¿y si hubiera una posibilidad… tan solo una…?

Shoto frunció el ceño.

—No merece la pena arriesgarse —sentenció—. Sé que estás enamorado de él, pero ni siquiera sabes si lo que ese humano siente por ti es real.

—¡Claro que lo sé!

—Izuku, os habéis estado viendo en sueños. Ese humano piensa que todo es una ilusión. Piensa que no eres real. ¿Cómo puedes estar seguro de que sus palabras de amor son de verdad?

Izuku tragó saliva y suspiró.

—De todas formas, no importa —dijo—. Lo que sienta Kacchan por mí no es lo verdaderamente importante. Yo… yo solo quiero que él esté bien, a salvo…

Shoto apretó los puños.

—Se lo diré a tu madre —lo amenazó.

Los ojos de Izuku se ensancharon.

—¿Qué?

Shoto se puso de pie y lo miró fijamente a los ojos.

—Le diré a tu madre lo que estás pensando hacer.

—Pero… ¡Todoroki-kun!

—¡No! No estoy dispuesto a dejarte hacer una tontería como esa. No voy a dejar que te pongas en peligro por un humano.

El profesor comenzó a llamarlos para anunciar que la próxima clase estaba a punto de empezar. Todoroki se dio la vuelta y caminó hacia la entrada. Izuku salió del estado de shock y se puso en pie.

—¡Shoto, si le dices algo a mi madre, no te lo perdonaré! —le dijo.

Su amigo apretó los puños y le dirigió una última mirada a Izuku.

—Al menos estarás a salvo —le dijo, antes de entrar a la siguiente clase.

Izuku empezó a ponerse nervioso. Si Todoroki le decía a su madre lo que pasaba por su mente, todo habría terminado. Su madre lo encerraría en su habitación. Su padre le pondría vigilancia las veinticuatro horas. Si había alguna mínima posibilidad de que pudiera ayudar a Katsuki, Shoto la echaría a perder.

Miró el reloj solar que había en mitad del jardín donde solían descansar entre clases. Aún quedaban tres horas más para que terminara el horario escolar. Después de eso, Shoto sería libre para dirigirse a su casa. No podía darle esa ventaja.

En apenas unos segundos, decidió su destino. Corrió en dirección contraria a la escuela, dejando todas sus pertenencias dentro de la clase y dirigiéndose directamente a la dirección que había escrita en la tarjeta. La había estado observando durante tanto rato que se le había quedado grabada en la mente. Tenía que llegar allí antes de que pudieran detenerle.


Para cuando llegó al lugar, el sol comenzaba a descender en el horizonte. A pesar de su velocidad aumentada gracias a sus poderes, había tardado casi dos horas en llegar a su destino. Estaba agotado y tenía la boca seca. Se limpió el sudor de la frente y se dejó caer frente a la puerta de una casa de aspecto tétrico que parecía abandonada. Se preguntaba si se habría equivocado de dirección cuando la puerta se abrió y los ojos rojos de Shigaraki asomaron por la abertura. Una amplia sonrisa apareció en su rostro.

—Vaya, has tardado mucho menos de lo esperado —comentó, abriendo la puerta de par en par para invitarle a entrar.

Izuku se puso en pie y avanzó hacia el interior con paso decidido, pero con la mente llena de dudas. El sensor de peligro lo alertaba, le estaba gritando que saliera de allí, y sin embargo, él hizo todo lo posible por ignorarlo.

«Lo hago por Katsuki. Tengo que hacerlo por él», se decía.

Shigaraki lo guio por pasillos oscuros llenos de cuadros antiguos y reliquias de gran valor que a duras penas eran iluminadas por algunos rayos de sol que entraban entre las cortinas echadas.

Llegaron a una puerta de madera de roble y Shigaraki llamó un par de veces. Una voz les dio permiso para entrar desde el interior. La estancia era espaciosa e igualmente oscura. Nada más entrar, Toga se lanzó a los brazos de Izuku con una sonrisa traviesa.

—¡Izuku, sabía que vendrías a jugar! —le dijo, acercando su nariz al cuello del joven—. Hueles tan bien…

—Toga, deja en paz a nuestro invitado —dijo la misma voz que los había dejado pasar desde un sillón que se encontraba al fondo de la habitación frente a un escritorio—. Acércate, Izuku Midoriya.

Izuku tragó saliva y dio unos pasos dubitativos hacia adelante. Tuvo que acercarse bastante para poder verle la cara a All for one. El chico contuvo la respiración. Ese hombre no tenía rasgos faciales a parte de la boca. Carecía de ojos y nariz, y sin embargo, Izuku sentía que estaba atravesándolo con una mirada invisible.

—Me alegra que hayas reconsiderado mi invitación —le dijo con una sonrisa que le erizó los vellos de la nuca.

—Shigaraki y Toga han dicho que podrías ayudarme. Dicen que puedes… hacer que un dios entre en contacto con un humano.

All for one se llevó la mano a la barbilla, pensativo.

—Digamos que sí, aunque no en el sentido estricto de la palabra. Antes que nada, Izuku (¿puedo llamarte Izuku?), dime: ¿cuál es tu deseo? ¿Qué es lo que quieres de mí?

—Quiero que salves a Kacchan —soltó—. Kacchan es…

—Ya, ya sé quién es Katsuki Bakugo: un humano de diecinueve años que está destinado a morir en breve. Y tú estás enamorado de él. ¿Es así?

Izuku bajó la mirada y asintió.

—Siento decirte, muchacho, que yo no puedo hacer nada para cambiar el destino de tu enamorado.

—Pero… ellos me dijeron… —balbuceó Izuku.

All for one levantó la mano para detener sus palabras.

—No he terminado —le dijo—. Si lo que quieres es proteger a ese chico, tendrás que hacerlo tú mismo.

—¿Puedes hacerme existir en el mundo de los humanos?

El dios maldito negó con la cara.

—No es tan fácil, chico. Escucha: ni los dioses podemos existir en el mundo de los humanos ni los humanos en el mundo de los dioses.

—Pero, ¿qué hay de Toga? —preguntó Izuku, empezando a ponerse nervioso—. Ella fue al mundo de los humanos para conseguir la sangre de Kacchan.

—Toga pudo interactuar con tu novio, es verdad —concedió—, pero solo porque yo la convertí en humana durante unas horas.

—¿Puedes… puedes convertir a los dioses en humanos?

All for one asintió.

—Es uno de mis múltiples dones. La única forma en que puedes bajar a la Tierra y ser visto, oído y sentido es convirtiéndote en uno de ellos.

—Pero… si me convierto en humano, ¿cómo protegeré a Kacchan? No tendré mis poderes.

—¿Y crees que podrás protegerlo mejor quedándote aquí, donde ese chico ni siquiera está a tu alcance? ¿Acaso crees que los humanos no son capaces de protegerse unos a otros? ¿Cómo crees que protegen los humanos a sus hijos hasta que son adultos?

Izuku apretó los puños. Aunque lo que decía ese hombre parecía bastante sensato, no podía evitar que las palabras de Todoroki se colaran en su mente: Usan todo tipo de trucos para hacerte caer. Saben cuáles son tus debilidades. Saben que ahora mismo harías cualquier cosa por estar junto a ese humano.

—Mira, haremos una cosa —dijo All for one—: te ofreceré un trato sin ningún compromiso. Eres totalmente libre de aceptarlo o rechazarlo. Si no te sientes convencido, podrás volver a casa sin problemas. Ese pacto no tendrá fecha de caducidad. Podrás aceptarlo en un futuro si eso es lo que deseas. Y si no, dejaremos las cosas como están. ¿Qué te parece?

Izuku se mordió el labio inferior. Por escuchar su oferta, no perdía nada.

—¿Cuál sería el trato?

All for one sonrió.

—Es muy sencillo —explicó—. Te convertiré en humano durante unos meses para que puedas ir a la Tierra y proteger a tu novio. El adivino te dijo que moriría en los meses de calor, ¿cierto? Así que podemos suponer que, si llega el frío y Katsuki no ha fallecido, tu misión ha sido un éxito. Si es así, te daré dos opciones: podrás decidir entre recuperar tus poderes y tu inmortalidad y regresar a nuestro mundo o quedarte con tu chico como un humano y vivir una vida mortal junto a él hasta que vuestras vidas terminen.

El corazón de Izuku se disparó. ¿Podría quedarse con Kacchan para siempre? ¿No tendría que volver a conformarse con encontrarse con él en sueños? ¿Podría tener una relación real?

Por otra parte, si se convertía en humano para siempre, no podría volver a ver a su familia. No volvería a ver a su madre, a su padre o a sus amigos.

Sin embargo, todo eso no importaba en ese instante. Era una decisión que le tocaría tomar llegado. Debía centrarse en lo realmente importante: All for one todavía no había terminado de explicar su trato. Todavía no había mencionado qué ganaba él de todo eso.

—¿Qué pasará si fracaso? —preguntó.

—Si fracasas y Katsuki muere, regresarás a nuestro mundo, pero tus poderes y tú me perteneceréis por toda la eternidad.

Ahí estaba el truco. Shoto le había avisado. All for one nunca hacía nada si no podía sacar provecho de la situación.

Te ofrecerá un trato que no podrás rechazar, y cuando fracases, se quedará con tus poderes. Lo ha hecho cientos de veces.

Y sin embargo, en ese momento le pareció que lo que podía ganar era mucho en comparación con lo que podía perder.

—Acepto.

En cuestión de segundos, All for one extendió encima de la mesa un contrato breve, pero vinculante. Izuku se detuvo unos minutos a leerlo con minuciosidad. No había letra pequeña, ningún truco. Todo estaba escrito en él era lo que All for one le había explicado previamente.

All for one le tendió una pluma e Izuku garabateó su nombre al final del contrato. Estaba hecho. Ya no había vuelta atrás.

—Muy bien —dijo All for one, abiertamente satisfecho, enrollando el contrato y guardándolo en uno de los cajones. Después, se levantó y bordeó la mesa para acercarse a Izuku—. Solo una cosa más, chico: te aconsejaría que finjas no conocer a ese humano una vez en la Tierra.

El corazón de Izuku dio un vuelco.

—¿Por qué?

—Los humanos no deben saber del mundo de los dioses. Durante miles de años han creído en nosotros, nos han venerado, rezado e incluso han hecho sacrificios y ofrendas en nuestro honor, pero nunca han sido capaces de demostrar que nuestro mundo o que nosotros mismos existimos. Hay una línea entre el mundo de los dioses y los humanos que no se debe traspasar.

—No tengo por qué decirle que soy un dios.

—No es suficiente —sentenció All for one—. Vosotros os habéis conocido en circunstancias extraordinarias. No es común que un humano y un dios se encuentren a través de los sueños. Ahora mismo, Katsuki piensa que tú no existes. Piensa que eres un producto de su imaginación y que nunca podrá encontrar a alguien como tú en la vida real. En el momento en que te vea, se sentirá confundido, pero finalmente pensará que es una simple coincidencia. Sin embargo, si le dices que eres el mismo chico que ha estado encontrándose con él durante meses, sabrá que no eres humano y terminará descubriendo la verdad sobre nuestro mundo.

A Izuku le temblaron los labios. No había pensado en ello. ¿Por fin iba a estar frente a frente a Katsuki y no iba a poder abrirse con él? ¿No podría decirle todo lo que sentía, besarlo ni abrazarlo? ¿Por qué el destino se empeñaba en mantenerlos separados?

—Tranquilo, Izuku —dijo la voz melosa de Toga—. Con esa cara tan bonita no te será difícil volver a enamorarle.

—Olvida esas chorradas del amor, Toga —intervino Shigaraki—. ¿Vas a la Tierra a salvarle o a darte besitos con él? Debes centrarte y tener en cuenta tus prioridades.

Las palabras de Shigaraki eran como un golpe en el estómago, pero tenía razón. Su prioridad era estar cerca de Katsuki para poder protegerlo, no para hacer realidad su vida amorosa.

—¿Y bien? ¿Procedemos? —le instó All for one, ofreciéndole una mano. Izuku asintió y la tomó sin dudar—. Suerte, Izuku Midoriya.

Una corriente eléctrica recorrió todo el cuerpo de Izuku. El dios se mordió los labios, intentando soportar el dolor, pero finalmente soltó un alarido que hubiera puesto los vellos de punta a cualquiera. Sentía cómo sus poderes y sus fuerzas lo abandonaban. Era un fluir constante de energía que All for one iba drenando con una lentitud insoportable a través de su mano.

—Aguanta —le dijo—. Tienes mucho poder. Si te lo quito de golpe, podría acabar contigo.

Izuku sollozó. Era como si mil puñales atravesaran su piel y se clavaran en su interior. Cayó de rodillas, pero All for one no le soltó la mano. Su piel se tornó un poco más pálida a medida que su divinidad lo abandonaba. Sus ojos, aún verdes, perdieron parte de su brillo.

—Solo un poco más —dijo All for one.

Las últimas gotas de su poder se negaban a abandonar su cuerpo. All for one dobló el esfuerzo y finalmente, su poder se esfumó, dejando tras sí un estallido de energía que destrozó los brazaletes dorados de su brazos y gran parte de la túnica blanca que lo cubría.

All for one soltó su mano y el chico cayó al suelo, mareado.

—¡Kurogiri! —exclamó Shigaraki.

Un dios cuya cara estaba cubierta por una neblina oscura entró en la habitación. No precisó de ninguna instrucción: ya sabía lo que debía hacer. Utilizó su poder y debajo del cuerpo de Izuku se abrió un portal que lo engulló en apenas segundos.

—Buena suerte, Izuku Midoriya —le dijo All for one antes de partir—. Nos veremos pronto.


Katsuki se adentró en el bosque huyendo de la celebración de su propio cumpleaños. Desde una pequeña colina, observó las luces y escuchó la música que salía de la casa de uno de sus amigos de la infancia.

Como cada año, sus padres le habían despertado con una tarta de chocolate picante y le habían preguntado si quería que prepararan para él algún tipo de celebración, pero Katsuki se había negado. Sus amigos tenían planeada una gran fiesta con comida, bebida y música esa tarde. Una fiesta que, en realidad, no le importaba nada.

Llegado el momento, se había vestido lo mejor que había podido y había acudido al punto de reunión. Había soplado las velas de una tarta de fresa, había soportado cómo sus amigos le cantaban el cumpleaños feliz con voces totalmente desafinadas y había participado en algún que otro juego para fingir que se lo pasaba bien.

Habían intentado convencerlo para jugar a verdad o atrevimiento, pero Katsuki se había dado cuenta de sus intenciones: querían darle una nueva oportunidad a Asahi, el chico con el que se había acostado hacía meses. No entendían qué había pasado. Los habían visto flirtear. Sabían que entre ellos había habido algo más que palabras, y sin embargo, de un día para otro todo había acabado.

Lo que no sabían ni ellos ni Asahi era que la única razón por la que había tenido algo con él era porque tenía los ojos verdes. Había estado buscando sin cesar al chico de sus sueños en la vida real, había intentado por todos los medios reproducir los sentimientos que nacían en su pecho cuando se encontraba con él, pero no lo había conseguido.

Ahora, ese chico había vuelto a desaparecer de sus sueños. Hacía al menos dos semanas que no lo veía, y se sentía apático y deprimido.

—Soy un imbécil —se dijo.

Sabía que tenía que seguir adelante. No entendía por qué había soñado de forma tan reiterada con ese chico, pero nada era real. Y él no podía vivir eternamente de los sueños.

En el horizonte, el sol empezaba a ponerse y algunas estrellas aparecían en el cielo. Con el resto de luz que iluminaba el cielo, Katsuki caminó entre la maleza y llegó hasta el río. El sonido del agua fluyendo solía animarlo cuando se sentía decaído.

Escuchó un golpe. Algo se había desplomado contra el suelo cerca de él. Se dejó guiar por el sonido y caminó entre los hierbajos que crecían en el borde del río. Cada vez había menos luz y resultaba complicado ver más allá de sus narices. Sin embargo, pudo distinguir con claridad la figura de una persona que yacía a unos metros en el suelo.

—¡Oye, ¿estás bien?! —exclamó.

Corrió hacia el lugar y se arrodilló junto a él. Pudo distinguir el cuerpo de un chico de complexión delgada, pero fuerte. Su ropa estaba destrozada y le tapaba lo justo para no dejar sus intimidades al aire. Katsuki lo agarró de la cintura y giró su cara con cuidado hacia él. Un tenue rayo de sol iluminó su rostro y el corazón de Katsuki estuvo a punto de detenerse.

—¿Deku?

Era él. Estaba seguro de que era él. Tenía las mismas mejillas pecosas, la misma nariz pequeña y los mismos labios rosados.

—¿Deku? — lo llamó, palmeando suavemente su cara—. ¡Deku!

Alzó suavemente el cuerpo del muchacho y colocó la cara en su pecho. Escuchó los latidos de su corazón y notó su respiración acompasada. Estaba vivo.

Los ojos de Katsuki se humedecieron y sus manos temblaron. No podía creerlo. Deku estaba allí de verdad. No era ningún sueño.

—Deku —volvió a llamarlo—, despierta. Despierta, por favor. ¡Deku!

El chico se removió en sus brazos y abrió los ojos. Una lágrima resbaló por la mejilla de Katsuki. Ahí estaban esos iris verdes con los que tanto había soñado.

Le acarició la cara y el chico clavó sus ojos entreabiertos en él.

—Deku…

—Izuku —corrigió el chico con un hilo de voz.

—¿Qué?

—Me llamo… Izuku —le dijo antes de volver a desmayarse.

Continuará…