Capítulo 6: Primer día en el mundo de los humanos

Katsuki esperaba con impaciencia en la sala de espera a que algún doctor le explicara cómo se encontraba Izuku. Cuando había vuelto a desmayarse casi había entrado en pánico. Lo había alzado entre sus brazos y había corrido hacia la clínica médica del pueblo.

—Katsuki.

Sus padres acababan de llegar. Se había visto obligado a llamarlos por ser menor de edad. Los enfermeros tampoco parecían muy convencidos por la versión que les había ofrecido. El aspecto desaliñado de Izuku con la ropa destrozada y el pelo revuelto tampoco había ayudado. Katsuki apretó los puños. Sabía la fama que tenía en ese pueblo — una fama, por otra parte, que se había ganado a pulso—, pero él nunca le daría una paliza a nadie.

—¿Qué ha pasado? —preguntó su madre.

Katsuki ni siquiera se levantó de la silla para recibirlos.

—He encontrado a un chico desmayado junto al río. Me han pedido que os avise porque soy menor de edad y no me puedo hacer cargo de la situación —explicó con desgana.

—¿Estás seguro de que eso es lo que ha pasado? —preguntó Mitsuki.

Katsuki frunció los labios.

—¿Acaso crees que yo le he pegado hasta dejarle inconsciente? —acusó el joven, clavando su mirada en los ojos de su madre. Su contundencia surtió efecto y vio duda en la expresión de su madre—. Tch… Piensa lo que quieras. La doctora te confirmará que no tiene un solo moratón —dijo, señalando con la cabeza a una mujer con bata blanca que se acercaba hacia ellos.

Esta vez, el rubio sí se puso en pie y se acercó a la mujer seguido por sus padres.

—¿Eres tú el que ha traído al chico desmayado? —le preguntó.

—Sí, y estos son mis padres.

—¿Cómo está el chico, doctora? —preguntó Masaru.

—Se encuentra bien. Le hemos hecho unas pruebas. Tiene un poco de anemia y está algo deshidratado, pero su estado de salud es bueno. No muestra signos de violencia, por lo que su desmayo debe haberse debido a la anemia. Lo que no entendemos es el estado de su ropa.

—Cuando lo encontré, ya estaba así —explicó Katsuki.

—Tampoco llevaba consigo ningún tipo de identificación, por lo que tendremos que esperar hasta que despierte para que él mismo nos aporte información.

—Me dijo que se llama Izuku.

—¿Izuku? —apuntó la doctora en la ficha médica. Después, alzó la mirada por encima de sus gafas—. ¿Te dijo algo más?

Katsuki negó.

—Recobró la consciencia durante apenas unos segundos.

—Bien, daremos aviso a la policía para que difunda su nombre. Deberían poder localizar a la familia en breve. Por ahora, solo podemos esperar. ¿Alguno de ustedes va a pasar la noche con él?

—Me temo que nosotros tenemos que trabajar desde muy temprano —se excusó Masaru. Su mujer parecía haber perdido la voz desde que la doctora había confirmado que Katsuki no había tocado al chico misterioso—. Somos panaderos y…

—Yo me quedaré —lo interrumpió Katsuki.

Sus padres lo miraron extrañados.

—¿Tú… te quedarás? —preguntó Mitsuki.

—Sí —contestó Katsuki con tono cortante.

—¿Tu nombre? —preguntó la doctora.

—Katsuki Bakugo.

—Bien, Bakugo-san, el sillón que hay en la habitación no es muy cómodo, pero haré que le traigan una almohada y una manta.

—¿Puedo pasar ya? Quiero verle.

—Por supuesto. Cuando se despierte, no dudes en avisarnos sea la hora que sea.

Katsuki ni siquiera se despidió de sus padres. Mentiría si dijera que no estaba enfadado, pero en ese momento lo único que le importaba era volver a ver a Deku.

Izuku, corrigió en su mente. Se llama Izuku.

La habitación se encontraba tenuemente iluminada con una pequeña lámpara de noche. El chico dormía plácidamente sobre la cama. Le habían quitado los harapos que traía y los habían sustituido por la bata azul propia de los pacientes. Tenía puesto un gotero en el brazo izquierdo y ya no estaba tan pálido como cuando lo había llevado hasta la clínica.

Cerró la puerta de la habitación y caminó despacio hacia él. Tenía miedo de descubrir que su parecido con el chico de sus sueños no era más que una mera ilusión provocada por la noche y sus deseos febriles de encontrarlo en la vida real. Sin embargo, cuando se hubo encontrado lo suficiente cerca y vio de nuevo su rostro, pudo comprobar una vez más que era idéntico a Deku.

Se sentó en el filo de la cama y lo observó durante varios minutos mientras su pecho subía y bajaba acompasadamente. Llevó la mano derecha hasta sus rizos verdes y jugó con uno de ellos. Era sedoso y olía a jazmín. Con su dedo pulgar delineó las cejas del joven y bajó su mano hasta sus mejillas pecosas. Su piel también era suave.

Katsuki suspiró. Siempre se había preguntado qué sentiría al tocarlo de verdad, y ahora podía saberlo. Quiso besarlo, pero no le pareció apropiado hacerlo sin su consentimiento. Al fin y al cabo, no podía saber a ciencia cierta si ese chico era Deku. Aunque eran idénticos, todo podría ser una feliz coincidencia. Después de todo, Deku no era más que el chico que aparecía en sus sueños, y quien se encontraba en ese momento frente a él se llamaba Izuku.

Desvió un momento su mirada hacia la ventana de la habitación. En el cielo nocturno de aquel pueblo podían divisarse millones de estrellas. Katsuki sonrió. No era especialmente creyente, y sin embargo había rezado muchas noches por encontrar a Deku en la vida real. Por fin su sueño se había cumplido.

Sería demasiado ambicioso pedir que Deku e Izuku sean la misma persona, ¿verdad?, se dijo. Ya he tenido bastante suerte.

Volvió a concentrar su atención en Izuku. Aquel chico era lo más hermoso que había visto en sus diecinueve años de vida. Se fijó en las pestañas oscuras y en los labios rosados entreabiertos. Estaba deseando volver a ver sus ojos verdes.

Una preocupación lo invadió de repente. ¿Y si ese chico era físicamente idéntico a Deku, pero su personalidad era completamente diferente? ¿Qué ocurriría si su mirada no era igual de dulce ni su risa igual de melódica? Podría no ser tan inteligente, bueno o divertido como Deku. Su carácter podría ser más agrio. Quizás más soberbio o desafiante.

Tragó saliva y le tomó la mano. Era pequeña en comparación con la suya.

Otra duda le asaltó. Aunque ese joven fuera igual que Deku tanto por dentro como por fuera, nada le aseguraba que no estuviera enamorado ya de alguien.

Deja ya de torturarte. Hasta que no despierte no tendrás tus respuestas.

Solo podía esperar con ansias a que llegara el momento.


Izuku no despertó en toda la noche. Se removió en sueños un par de veces, pero no llegó a abrir los ojos. Katsuki había pasado varias horas velando su sueño, pero finalmente se había quedado dormido en la butaca.

Cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana y los pájaros empezaron a piar, Izuku abrió instintivamente los ojos. Miró a su alrededor, confundido. Se sentía fatigado y no sabía dónde se encontraba. Sentía el cuerpo pesado y los ojos se le cerraban involuntariamente. Vio que tenía una aguja clavada en el brazo izquierdo y quiso arrancársela.

—No te la quites —dijo una voz a su lado.

Quiso comprobar de quién se trataba, pero el joven corrió al pasillo para avisar a alguien. Pronto, una mujer vestida de blanco entró en la habitación y se dispuso a examinarle los ojos. Izuku se quejó con un gemido más propio de un gatito que de un chico de su edad.

—Tranquilo, Izuku —le dijo la mujer—. Soy la doctora Yamamoto.

—¿Dónde estoy? —preguntó el chico. Sentía la garganta reseca y apenas tenía voz.

—En una clínica médica. Voy a examinarte, ¿de acuerdo? Mientras, ¿
puedes decirme cuál es tu apellido, Izuku?

—Midoriya —contestó el chico mientras la doctora ajustaba el gotero y se colocaba el fonendoscopio alrededor del cuello.

—Bien, Izuku Midoriya —apuntó en su ficha médica—. Abre la boca, por favor.

Izuku obedeció y la doctora introdujo un depresor de madera para observar mejor su garganta.

—¿Cómo te encuentras, Izuku? —le preguntó.

—Un poco… mareado.

—¿Sientes náuseas o ganas de vomitar?

—No. Solo me da vueltas la cabeza.

La mujer volvió a tomar apuntes en su ficha. Después, se colocó los extremos del fonendoscopio en las orejas y escuchó los latidos del corazón del muchacho.

—Respira profundamente —le pidió. Izuku volvió a obedecer—. Expira… Vuelve a tomar aire… expira… Muy bien.

A Izuku se le volvían a cerrar los ojos.

—Estoy un poco cansado.

—Tranquilo. Es un síntoma propio de la anemia. Ya te estamos tratando y pronto te sentirás mejor. Ahora, dime, ¿cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—Dieciséis años —repitió la mujer, volviendo a escribir los datos que le aportaba el chico—. Izuku, este chico te encontró junto al río con la ropa destrozada —le dijo, señalando a Katsuki con el bolígrafo—. ¿Recuerdas lo que te pasó?

Por primera vez, Izuku reparó en que no estaban solos en la habitación. El joven rubio había estado todo el tiempo a un lado, observando y escuchando en silencio los movimientos y preguntas de la doctora, así como las respuestas de Izuku. Sus miradas se cruzados e Izuku sintió cómo todo el sueño se esfumaba de golpe. Cuando sus ojos verdes chocaron con los rojos de Katsuki, notó que el rubio contenía la respiración. Ambos se quedaron callados durante varios segundos e Izuku trató de contener las lágrimas. Katsuki no podía saber quién era él realmente.

—¿Izuku-kun? ¿Recuerdas lo que te pasó en el río? —volvió a preguntar la doctora.

Izuku bajó la mirada y negó lentamente.

—No me acuerdo…

La doctora asintió y le colocó un tensiómetro alrededor de su brazo derecho. Comprobó que los resultados fueran satisfactorios y volvió a tomar anotaciones.

—¿Podríais darme el número de teléfono de tus padres? Nos pondremos en contacto con ellos de inmediato. Deben estar preocupados.

Izuku se mordió el labio inferior y apretó las sábanas que le tapaban las piernas.

—Yo… es que… yo no…

—¿Qué ocurre?

—Yo no… no recuerdo quiénes son mis padres.

Fue lo primero que se le ocurrió, y sin embargo, le dolió renegar de esa manera de su madre. Sabía que en ese momento debía de estar realmente angustiada. Quizás ya hubiera descubierto el trato que había hecho con All for one. Puede que incluso estuviera culpándose de todo lo que había ocurrido.

—¿No lo recuerdas? —preguntó la doctora, extrañada.

—No… En realidad, no recuerdo nada más que mi nombre y mi edad —mintió.

—Qué extraño —murmuró la doctora, revisando su cabeza—. No parece que tengas ninguna contusión en la cabeza. ¿Te duele en alguna parte?

Izuku negó.

—Tendremos que hacerte alguna prueba. Puede que sea una amnesia transitoria producida por alguna sustancia o bebida.

—¡Yo no… yo… creo que no he tomado nada raro! —dijo Izuku, un poco alterado. No quería que Katsuki pensara que era un drogadicto o algo parecido.

—Te realizaremos una analítica completa para descartar. Por el momento, daremos parte a la policía otra vez. Seguramente con tu apellido y tu edad sean capaces de localizar a tus padres.

Si lo hacen, será un milagro, pensó Izuku.

—Volveré en un rato —dijo finalmente la doctora antes de salir de la habitación, dejando la puerta abierta.

En el momento en el que Katsuki e Izuku se quedaron solos, el corazón de Izuku se desbocó. Intentó aparentar normalidad y miró al rubio de reojo. Estaba tan nervioso que apenas podía respirar.

—Hola —le dijo con timidez—. Entonces tú… ¿tú eres el que me has traído hasta aquí? —preguntó con una sonrisa.

Katsuki suspiró y se acercó a la cama. Tomó asiento junto a Izuku con una expresión seria. Al joven se le formó un nudo en la garganta. Por fin estaba frente a Katsuki. Lo tenía tan cerca que incluso podía oler su perfume, y aun así no podía lanzarle los brazos al cuello y besarlo.

—¿No sabes quién soy? —le preguntó el rubio.

Izuku juntó sus manos para esconder el temblor que empezaba a hacerse presente en ellas.

—Lo siento —dijo—, pero no… no te recuerdo… ¿Nos conocemos?

Katsuki se quedó en silencio unos segundos escudriñándolo, pero finalmente negó con la cabeza.

—No, no realmente —contestó.

Izuku fingió no entender lo que quería decir y mostró su sonrisa más encantadora.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

—Katsuki. Katsuki Bakugo.

—¿Puedo llamarte Katsuki?

El muchacho sonrió.

—Sí.

—Katsuki —dijo Izuku—, gracias por ayudarme.


Mitsuki y Masaru Bakugo llegaron un rato más tarde. Habían decidido cerrar la panadería temprano para poder acudir al centro médico para acompañar a su hijo y para saber si había noticias sobre la familia del chico que había encontrado.

Junto a la puerta de la habitación se encontraba la doctora que los había recibido el día anterior junto con un policía. El agente parecía bastante serio mientras hablaba con la mujer.

—Buenos días, doctora —saludó Mitsuki.

—Buenos días, señora Bakugo —dijo la doctora Yamamoto—. Inspector, estos son los padres del chico que encontró a Izuku Midoriya en el río.

El policía se inclinó levemente a modo de saludo.

—¿Hay alguna novedad en cuanto al chico? —preguntó Mitsuki.

—Se está recuperando, pero me temo que hay un problema —explicó Yamamoto.

—Hemos estado buscando en nuestra base de datos. No consta que haya ningún Midoriya en kilómetros a la redonda. Hemos encontrado un par de personas en otras ciudades, pero ninguno de ellos tiene un hijo de esa edad y con ese nombre. Además, nadie ha denunciado ninguna desaparición en los últimos meses. Lo de ese chico es un misterio.

—Presenta una amnesia prácticamente total —intervino la doctora—. Asegura que solo recuerda su nombre y su edad. Le hemos realizado una analítica y hemos descartado que haya ingerido cualquier tipo de sustancia que le haya hecho olvidar. En un rato le realizaremos un TAC para comprobar si tiene algún tipo de lesión intracraneal.

—¿Puede ser que la amnesia le haya hecho confundir nombres? —preguntó Masaru—. Quizás se llame de otra forma.

—No suele ser lo habitual, pero no lo descartamos.

—Difundiremos su fotografía por todo el país. Con suerte, alguien lo reconocerá —informó el policía.

—¿Y si no es así? —preguntó Mitsuki.

—El chico es menor de edad. Apenas tiene 16 años —suspiró el policía—. Si no hemos encontrado a su familia cuando le den el alta, tendremos que llevarlo a un centro de menores o a una casa de acogida.

—Entiendo —dijo Mitsuki—. Por favor, manténganos informados si hubiese alguna novedad.

—Por supuesto, señora. Buenas tardes.

El policía volvió a realizar una inclinación con la cabeza y se encaminó hacia la salida. La doctora también se marchó. Tenía que atender a otros pacientes, pero regresaría en unas horas para realizar una nueva revisión al joven.

—Creo que aquí no tenemos nada más que hacer —dijo Mitsuki—. Vamos a por Katsuki y marchémonos.

—Espera, Mitsuki —le dijo Masaru—. ¿Vamos a dejar a ese chico solo?

—Ya has oído al agente. Cuando le den el alta, lo llevarán a un centro de menores. ¿Qué podemos hacer nosotros?

—Acompañadlo al menos. Ver si necesita algo. Es solo un crío, Mitsuki. Imagina que fuera Katsuki. ¿No querrías que alguien estuviera a su lado y lo acompañara? Esto debe ser muy duro para él.

—Ya lo sé —murmuró Mitsuki, frunciendo los labios—. Lo sé, Masaru, pero…

—Sabes que te sentirás mal cuando se lleven a ese chico —adivinó Masaru—. Te sentirás culpable por no poder ayudarlo y por eso quieres evitar que pasemos tiempo con él, ¿verdad?

Mitsuki soltó una risa nasal y le dio un pequeño golpecito a su marido en el hombro.

—No me leas la mente.

Masaru miró hacia la habitación por la puerta entreabierta y sonrió.

—Mitsuki —la llamó, tomándola de la mano—, ven a ver esto.

Mitsuki se asomó a la habitación y lo que vio la dejó sin habla. Su hijo se encontraba sentado en la cama frente al chico que había encontrado junto al río. Ambos se miraban a los ojos con una intensidad de la que nunca antes había sido testigo. Katsuki parecía encandilado por los ojos verdes de aquel joven. Ninguno se movía ni decía nada. Solo se miraban como si fuera la primera vez que se vieran de verdad.

Katsuki alzó la mano derecha hacia la cara del chico de cabello verde y este se sobresaltó levemente, apretando las sábanas. Katsuki dudó un instante antes de llevar la mano hasta su cabello y agarrar una pequeña flor que había quedado enredada entre los rizos del joven la noche anterior. Aprovechó la oportunidad para dejar caer la mano y rozar su cuello.

El chico se ruborizó cuando Katsuki le ofreció la flor que acababa de quitarle del pelo y la aceptó, tomándola entre sus dedos temblorosos mientras bajaba por primera vez la mirada. El rubio aprovechó ese momento para agarrar su mano y acercarse un poco más a él. Le susurró algo al oído que hizo reír al joven y volvieron a mirarse a los ojos.

—¿Lo ves, Mitsuki? ¿Ves esa sonrisa? —le preguntó Masaru—. Creo que tu hijo está enamorado.

Mitsuki apretó la bolsa que traía entre los brazos. Nunca antes había visto a Katsuki así. Muy pocas veces surgía en su hijo una expresión tan dulce y feliz.
¿Cómo podía ser? Acababa de conocer a ese joven. ¿Acaso había sido amor a primera vista? Y pensar que el día anterior prácticamente había acusado a su hijo de ser el responsable de que ese chico se encontrara en el hospital…

—Masaru… si a ese chico se lo llevan a un centro de menores, a Katsuki se le romperá el corazón.

—Entonces, tenemos que impedir que eso ocurra. ¿No crees?

Mitsuki frunció el ceño y asintió. Entró con mirada decidida en la habitación dándole a los chicos los buenos días. El chico de ojos verdes se los devolvió con una sonrisa, pero Katsuki apenas la miró de reojo. Todavía debía de estar enfadado con ella.

—Tú debes de ser Izuku —dijo Mitsuki dejando las bolsas encima de la mesa y acercándose a la cama—. Yo soy Mitsuki Bakugo y él es mi marido, Masaru.

—Es un placer conocerla, Mitsuki-san —contestó Izuku—. A usted también, Masaru-san.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te sientes mejor? —preguntó Masaru.

—Mucho mejor. Aunque tengo un poco de hambre.

—No le han dejado comer nada porque querían hacerle unas analíticas —explicó Katsuki.

—Eso tiene solución —dijo Mitsuki, haciéndole una seña a su marido para que le diera la bolsa que acababa de soltar encima de la mesa. Izuku olisqueó el aire, que acababa de llenarse de un delicioso olor a pan. Mitsuki sacó un bollo recién hecho con diferentes cereales y se lo tendió al chico—. De nuestra panadería.

A Izuku se le iluminaron los ojos. Llevaba años observando a Katsuki cuando ayudaba a sus padres a trabajar la masa del pan y a hornearla, y siempre se había preguntado a qué sabría todas aquellas maravillas que salían tostadas y calientes del horno.

Con el pan en sus manos, olisqueó la superficie, impregnando sus pulmones de tan delicioso aroma, y finalmente le dio un mordisco a una parte que tenía almendras y pipas de calabaza.

—Qué rico está —suspiró.

De repente, fue plenamente consciente de que se encontraba en el mundo de los humanos y una gran felicidad lo inundó. Estaba allí junto a Kacchan, respirando el mismo aire que él y probando la misma comida. Todo aquello parecía uno de sus sueños.

—La masa de ese la preparó Katsuki ayer —le dijo Masaru.

—¿En serio? —La sonrisa de Izuku se ensanchó. Estaba comiendo algo que Kacchan había preparado—. Eres un gran panadero. ¿Hay más?

El rubio se ruborizó levemente por el cumplido.

—No comas demasiado o te dolerá el estómago —le aconsejó.

—Solo uno más, por favor.

Mitsuki sintió que algo se removía en su interior. Izuku era un encanto y su hijo no podía despegar los ojos de él. Tragó saliva.

—Oye, Izuku… ¿has… recordado algo sobre tu familia?

Izuku perdió la sonrisa de un momento a otro. Frunció los labios y el brillo de sus ojos se apagó. Por un momento, sintió la mirada de Katsuki fulminándola. Izuku negó con la cabeza.

—No… no me acuerdo de nada —dijo.

Mitsuki tomó una de sus manos y le acarició el dorso.

—Verás, Izuku, hemos estado hablando con la policía. Nos ha dicho que alguien tiene que hacerse cargo de ti por ser menor de edad. Si no has recordado a tus padres para cuando te den el alta, tendrán que enviarte a un centro de menores.

—¿Un centro de menores? —La voz de Izuku tembló. Miró a Katsuki—. ¿Qué es eso?

La mirada de Katsuki se endureció mientras se ponía en pie y enfrentaba a su madre.

—No se lo van a llevar a ningún lado —masculló.

Masaru se interpuso entre ambos.

—Katsuki, escucha lo que tiene que decir tu madre —le pidió.

El rubio dio un paso atrás y esperó a que Mitsuki continuara.

—En casa tenemos una habitación libre —dijo ella.

Tanto Katsuki como Izuku se quedaron sin habla por unos instantes. Finalmente, fue Izuku quien habló.

—¿Eso quiere decir…?

Mitsuki asintió.

—Podríamos acogerte en nuestra casa temporalmente. Hasta que aparezcan tus padres. ¿Qué te parece?

Continuará…