¡Buenas!
Ya está listo el capítulo 7. Espero que os guste. Para escribirlo he estado escuchando:
1. La banda sonora de Inuyasha.
2. Akuma no ko (ending de Shingeki ni kyogin).
3. Emma's sorrow (The promised neverland)
4. Could it be you (Cascada).
Muchas gracias por vuestros comentarios. ¡Pronto estaré de vuelta con un nuevo capítulo!
¡Un saludo!
CAPÍTULO 7: PECAS
Al día siguiente, Inko Midoriya y Shoto Todoroki tocaron la puerta de la guarida de All for one. Encontrarla les había llevado un par de días. Shoto le había pedido ayuda a su padre. Sabía que debía tener alguien que conociera dónde encontrar al dios maldito entre sus múltiples contactos. Enji Todoroki había estado un tanto reticente a ayudar a Shoto al enterarse de que Izuku Midoriya había desaparecido. Al fin y al cabo, para él representaba un rival menos en el futuro. Sin embargo, su hijo no iba a permitirle que su beneficio particular se antepusiera al bienestar de su mejor amigo. Después de amenazarle reiteradamente con volverse contra él públicamente, Enji había accedido a ayudar. Horas más tarde, habían conseguido la dirección exacta.
Shoto apretó los puños mientras esperaba a que abrieran la puerta. Había perdido un tiempo valioso. Al comprobar que Izuku no había entrado en clase, lo primero que había pensado era que se había marchado a casa, ofendido. Había decidido que se acercaría a casa de los Midoriya tan pronto como acabaran las clases, y así lo había hecho. Pero Izuku no se encontraba en casa. Ni Inko ni Hisashi lo habían visto desde aquella mañana.
—Es culpa mía —dijo el chico—. Le presioné demasiado. No le dejé tiempo para pensar.
—Tranquilo, Shoto-kun. No es tu culpa. Yo le dejé sin salidas cuando vacié el lago de detrás de casa sin consultarle. Solo pensábamos en lo que era mejor para él. Nunca pensé que llegaría tan lejos para estar junto a ese humano.
—Ellos fueron a buscarlo. De alguna forma, se enteraron de lo que le ocurría a Izuku y fueron a por él aprovechando su debilidad.
—Son unos…
Se escucharon unos pasos tras de la puerta y esta se abrió con un chirrido. Una chica de pelo rubio les sonrió abiertamente enseñando unos afilados colmillos.
—Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? Un chico muy guapo y la mamá del enamorado. Tiene usted los mismos ojos que mi querido Izuku.
—¿Dónde está mi hijo?
—Él no está aquí. Llegáis demasiado tarde.
—¿Qué le habéis hecho? —masculló Todoroki.
—Si queréis saberlo, podéis entrar. Mi amo os atenderá con gusto.
La sonrisa de esa chica era lo más siniestro que Todoroki había visto en mucho tiempo. La muchacha abrió la puerta y los invitó a pasar a un pasillo oscuro y tétrico. Inko lo tomó de la mano y dio un paso al frente. Tan pronto como la chica cerró la puerta tras ellos, Shoto se sintió angustiado, como si se hubieran metido de lleno en la boca del lobo. Sin embargo, eso no les iba a impedir seguir adelante.
Anduvieron hasta un despacho igualmente lúgubre y la joven los presentó ante el mismísimo One for all. Shoto tragó saliva. Se preguntó cómo se habría sentido su amigo al realizar ese mismo recorrido totalmente solo, sin una mano que lo sostuviera.
—Bienvenidos—. One for all los recibió con una máscara negra sentado en un sillón de cuero—. Supongo que usted será Inko Midoriya. Toga tenía razón: tiene los mismos ojos que Izuku. Y tú debes de ser Shoto Todoroki. Conozco bien a tu padre… y a tu hermano mayor.
Shoto contuvo la respiración. Hacía años que no veía Toya, su hermano mayor. Después de una fuerte discusión con su padre, se había marchado de casa y nunca lo habían vuelto a ver. Las malas lenguas habían difundido el rumor de que se había puesto al servicio de All for one, pero nunca habían querido creerlo.
—¿To-Toya está aquí?
—Así es —confirmó All for one—. Trabaja para mí. Pero creo que no habéis venido por él, ¿cierto?
—¿Dónde está mi hijo? —volvió a preguntar Inko—. ¿Qué habéis hecho con él?
—Tranquilícese, señora Midoriya. Su hijo está bien. Ahora mismo debe estar feliz junto a su enamorado.
—Seguro que lo está —rio Toga, que balanceaba las piernas sentada encima del escritorio—. Se ha alejado de todos los que le hacían mal.
—¿Qué quieres decir? —masculló Todoroki.
—¿No está claro? —volvió a reír Toga como una psicópata. Se levantó de la mesa y comenzó a dar vueltas alrededor de ellos—. Una madre que nunca le puso límites y de repente decidió cortar con todo lo que hacía feliz a su hijo; un padre que ni siquiera de interesa por él (a la vista está, que ni siquiera está aquí); y un amigo que ha antepuesto sus intereses amorosos a su amistad con él. Qué triste…
—¡Eso no es verdad! —exclamó Shoto.
—Ah, ¿no? ¿Acaso no te sentiste aliviado al saber que Inko se había deshecho del lago y que Izuku no podría volver a ver a ese humano? Vamos, Shoto, confiésalo: querías a Izuku para ti solo, ¿no es así?
—Yo solo quería protegerle.
—¿Protegerle de qué? —intervino otra voz. Era un chico paliducho y de cabello azulado que caía por su cara desordenadamente—. ¿De ser feliz junto al chico que ama?
—No los escuches, Shoto-kun —le aconsejó Inko—. No nos importa lo que penséis. Solo queremos saber dónde está Izuku.
—Ya se lo he dicho, mi querida señora. Izuku se encuentra junto a su enamorado. ¿Cómo se llamaba… Katsuki?
—Katsuki Bakugo, señor —especificó Shigaraki.
—¿Quieres decir… en el mundo de los humanos? —preguntó Inko, temerosa.
—Así es —le dijo—. Izuku y yo hicimos un trato. Totalmente legal —aclaró, sacando de un cajón un contrato firmado por ambos—. Lo convertí en humano durante un tiempo para que pueda salvar a su querido Katsuki de las garras de la muerte. Si lo consigue, podrá decidir entre quedarse en el mundo de los humanos como un humano más o regresar a nuestro mundo.
—¿Qué ocurrirá si no lo consigue y Katsuki muere?
—En ese caso, no tendrá ninguna razón para permanecer en el mundo de los humanos, y regresará aquí.
—¿Y qué ganas tú con eso? —inquirió Inko.
Se hizo un silencio de un par de segundos. A pesar de la máscara, Inko intuyó que All for one sonreía. El dios maldito se inclinó hacia delante y apoyó los hombros sobre la mesa.
—A él —contestó con una voz profunda y malévola.
Todoroki alzó el brazo y lanzó una llamarada hacia el contrato que se encontraba sobre la mesa, pero una llamarada azul paró la suya antes de que pudiera tocar el papel.
—No, no, no, hermanito. No se puede quemar un contrato legal.
Toya surgió de las sombras. Tenía media cara quemada y llena de cicatrices, el pelo oscuro y los ojos llenos de rencor.
—Toya, ¿qué…? ¿Qué te ha pasado?
—Ya no soy Toya —le contradijo—. Toya murió hace años. Ahora me conocen como Dabi.
—Creo que va siendo hora de que os marchéis —dijo Shigaraki—. Vuestra visita es cada vez menos grata.
—No me voy a ir de aquí hasta estar segura de que mi hijo está bien —dijo Inko.
Toya ya se disponía a lanzar un ataque cuando All for one levantó la mano y se lo impidió.
—No hay que despreciar los sentimientos de una madre preocupada —le regañó—. Muy bien, señora Midoriya. Aquí tiene su respuesta.
De repente, en el suelo apareció una imagen en movimiento. Inko pudo ver a su hijo vestido de una forma muy diferente. Estaba junto a un chico alto y rubio que lo miraba embelesado. Parecía encontrarse bien. Reía y hablaba sin parar con ese joven. Parecía realmente feliz.
—Izuku…
—¿Lo ve, Midoriya-san? Su hijo está mejor que nunca. ¿Por qué negarle esa felicidad?
—No quiero que sea un esclavo tuyo toda su existencia —masculló Inko.
—Bueno, piense que eso todavía no está decidido. Izuku tiene un 50% de posibilidades de salir victorioso en el trato. Si es así, podrá vivir feliz el resto de su vida. ¿No cree que es algo que merece la pena intentar?
Inko agachó la cabeza, pero Todoroki seguía sin estar convencido. All for one no dejaría que Izuku ganara. Siempre jugaba sucio y haría lo que fuera con tal de conseguir los poderes de su amigo. Estaba seguro de ello. Tenía que hacer algo. En parte, era su culpa que Izuku se encontrara en aquella situación. Debía protegerle a como diera lugar.
Katsuki abrió la puerta de la habitación de invitados e invitó a Izuku a entrar. Le habían dado el alta en el hospital hacía una hora y había tenido que prestarle algo de ropa para que pudiera vestirse. Izuku, acostumbrado a una túnica suave y liviana como la que solía llevar, se sentía muy incómodo con la ropa de los humanos. Además, Katsuki era bastante más grande que él y le sobraba tela por todas partes. Las mangas de la camiseta ocultaban parte de sus manos e iba arrastrando el pantalón a cada paso que daba.
—Mañana te compraremos algo de ropa —le había prometido Katsuki.
—Siento ser una molestia.
—No lo eres.
La habitación de invitados era modesta, pero muy luminosa. Las sábanas de la cama olían a recién lavadas, al igual que las cortinas con motivos florales. Había un escritorio junto a la ventana y una estantería llena de libros.
—Es muy sencilla, pero espero que estés cómodo —dijo Katsuki.
—Es perfecta —le corrigió Izuku con una amplia sonrisa, dirigiendo su mirada hacia los libros—. ¿Puedo…?
—Claro.
Izuku se acercó a la estantería y agarró el primer tomo que le llamó la atención. Abrió el libro por la mitad y pasó las páginas despacio, disfrutando de la decoración de los márgenes y las ilustraciones.
—¿Te gusta leer? —preguntó Izuku, aunque ya sabía la respuesta.
Katsuki asintió.
—Podemos leer juntos… si quieres —le ofreció el rubio.
—Eso me encantaría.
Izuku soltó el libro y se sentó en el borde de la cama. Aún se sentía un poco cansado. Nunca había imaginado que ser humano conllevaría un desgaste energético de esa magnitud. Su cuerpo nunca se había sentido pesado ni dolorido, al menos no de esa forma.
Katsuki se acercó y se inclinó hacia él. Su mano derecha acunó la cara de Izuku por unos instantes.
—¿Te sientes bien?
El chico de ojos verdes alzó la mirada y sus ojos chocaron con los de Katsuki. Inconscientemente, dejó caer su cara contra la palma del rubio y sus ojos se humedecieron. Le estaba costando demasiado fingir que no conocía de nada a aquel chico, sobre todo cuando recibía muestras de afecto tan evidentes de su parte.
—Sí… solo estoy un poco cansado —murmuró Izuku.
Katsuki pareció despertar de su ensoñación y apartó lentamente la mano de la cara del chico.
—Lo siento —le dijo.
—No pasa nada.
—Es que… a veces siento como si te conociera de hace mucho tiempo, ¿sabes?
Izuku pudo ver en su expresión un reflejo de dolor. Tragó saliva, y por un momento se preguntó si realmente sería tan malo que Katsuki supiera sobre el mundo de los dioses.
Se mordió los labios. Debía pensar fríamente. No podía dejarse llevar por sus sentimientos, y sin embargo…
Se puso en pie y tomó su mano tímidamente.
—Yo… siento lo mismo —confesó, evitando su mirada.
Notó un movimiento en Katsuki. Su mano volvía a alzarse hacia su rostro cuando la puerta se abrió de repente y apareció Mitsuki anunciando que la bañera estaba lista. Los chicos se separaron dando un paso hacia atrás, pero Mitsuki entendió rápidamente que había interrumpido un momento íntimo entre ambos y se retiró con la excusa de preparar la cena.
Katsuki carraspeó y se encaminó hacia la puerta.
—Báñate tú primero. Voy… voy a buscar un pijama para ti.
—Gracias, Kacchan.
Katsuki frenó en seco y se volvió hacia el joven de ojos verdes.
—¿Cómo me has llamado? —preguntó.
Izuku sintió cómo su corazón se paraba de un momento a otro.
—Lo… lo siento. Escuché a tu madre llamarte así y…
—Eso es mentira —sentenció, volviendo a acercarse a Izuku con ojos ansiosos—. Esa vieja bruja siempre me llama Katsuki. Y el viejo tampoco me llama así, así que ahórrate esa mentira también.
Izuku tragó saliva.
—E-está bien. No escuché a nadie llamarte así. Yo solo… bueno… es que… me pareció lindo llamarte así. ¡Pero si no te gusta, seguiré llamándote Katsuki!
Katsuki permaneció unos segundos mirando fijamente a Izuku, decidiendo si aquella excusa le convencía. Finalmente, suspiró. A Izuku le pareció apreciar cierta decepción en su mirada.
—Puedes llamarme Kacchan si quieres —dijo—. Ve al baño. Ahora te llevaré el pijama.
—S-sí, Kacchan.
Izuku se apresuró a salir de la habitación antes de que algo de lo que dijera pudiera estropear más las cosas. Entró en el baño, se desnudó tan rápido como pudo y se introdujo en la bañera. De alguna manera, sentía que en aquel lugar estaba a salvo. Kacchan no entraría a hacerle preguntas mientras estaba desnudo.
Suspiró. Era un idiota. Siempre que estaba cerca de Katsuki su cerebro se derretía.
En realidad, me derrito entero, se dijo.
Introdujo la cabeza dentro de la bañera y contuvo la respiración. Tenía que tranquilizarse. Aunque Katsuki no supiera quién era él realmente, parecía perceptivo a sus encantos. Todo iría bien. Él no tenía por qué enterarse del mundo de los dioses. Volvería a enamorarlo, le salvaría la vida y… y le pediría a All for one que cumpliera su promesa de convertirlo para siempre en un humano. Sí, estaba decidido a hacerlo. Estaba dispuesto a vivir una vida humana junto a su amor siempre que él le aceptara.
Como cada día, Izuku despertó con el sonido de los pájaros que piaban en el exterior, pero esta vez le costó abrir los ojos. La noche anterior le había costado mucho dormirse. Extrañaba su cama, su casa… Extrañaba las charlas que tenía con su madre antes de irse a la cama, su beso de buenas noches. También echaba de menos a Tizona enroscándose a su lado sobre las sábanas y ronroneando hasta que se quedaba dormido.
Además, se sentía un poco ansioso sabiendo que Katsuki se encontraba en la habitación de al lado. Imaginaba que de un momento a otro se abría la puerta y el joven entraba decidido a sonsacarle la verdad a base de besos. Su corazón se desbocaba de solo pensarlo.
Cuando por fin consiguió dormirse, soñó una y otra vez que se levantaba de la cama y caminaba hasta la habitación de Katsuki.
—Soy yo, Kacchan —le decía al oído—. Soy Deku.
Soñó que se besaban insaciablemente hasta el amanecer como habían hecho hasta hacía poco en sueños. Soñó que se deshacían de la ropa del otro y hacían el amor en silencio por miedo a despertar a Mitsuki y a Masaru. Soñó que se prometían no volver a separarse nunca más y se decían una y otra vez lo mucho que se amaban.
Izuku se incorporó en la cama entre suspiros de frustración. Estaba harto de soñar. Ahora que tenía a Kacchan tan cerca, no quería regresar al mundo de los sueños. No se conformaba con eso.
Se dirigió al baño. La casa estaba en silencio. Kacchan le había dicho la noche anterior que su familia se levantaba antes del amanecer para preparar el pan que vendían más tarde. Debían haberse marchado hacía horas.
Se lavó la cara y caminó descalzo hasta la cocina. Encima de la mesa, había un desayuno preparado para él envuelto con papel de plástico. Al lado, había una nota:
Esto es para ti, Izuku. Volveremos más tarde. Estás en tu casa.
Kacchan.
Izuku sonrió y se llevó la nota al pecho. Comió el desayuno que le había preparado Katsuki con ganas y corrió de nuevo al baño para prepararse para salir. Todavía hacía algo de frío y sabía que hasta que no hiciera calor, la vida de Kacchan no corría peligro, pero quería pasar el mayor tiempo posible con él.
Se lavó los dientes y peinó como pudo sus rizos. Después, se dirigió al armario de Katsuki. El rubio le había dicho que podía disponer libremente de su ropa hasta que le compraran algo de su talla. Sin embargo, por más que rebuscó, fue incapaz de encontrar unos pantalones de su talla, y cada vez que intentaba caminar con ellos, se le resbalaban hasta hacerlo tropezar. Finalmente, decidió vestirse con una sudadera lo suficientemente grande como para tapar sus intimidades y parte de sus muslos. Si lo pensaba, no era tan diferente de la túnica que solía llevar en su mundo.
Se miró en el espejo e intentó arremangarse un poco para dejar al descubierto sus manos. Abrió los brazos en cruz y se sonrojó al pensar en lo grande que era Katsuki en comparación con él.
Se puso las sandalias —la única parte de su ropa que había sobrevivido a su encuentro con All for one — y salió de la casa camino a la panadería de la familia Bakugo. Había recorrido tantas veces ese camino a lo largo de los años que podía hacerlo con los ojos cerrados.
Todavía era temprano y no había mucha gente por las calles, pero los que caminaban por el pueblo se giraban disimuladamente al verlo pasar. Izuku se convenció de que se extrañaban al ver un extranjero por allí, al menos hasta que escuchó a dos chicos riéndose y haciendo comentarios sobre él.
Quiso hacer oídos sordos. Al fin y al cabo, apenas quedaban unos metros para llegar a la panadería. Pero a uno de esos chicos le molestó no atraer su atención y lo agarró con fuerza del brazo.
Era un joven algo mayor que él, pero de estatura similar. Tenía el cabello oscuro y los ojos marrones.
—Oye, ¿acaso no escuchas cuando te hablan? —le dijo el chico.
Izuku tiró para deshacerse de su agarre, pero el joven le apretó aún más.
—¡Suéltame! ¡Me haces daño!
—¿No eres mayorcito para ir medio desnudo por ahí? —le preguntó el chico, ignorando sus gritos.
—¡Que me sueltes! —exclamó Izuku, dándole un golpe en el pecho con el puño cerrado.
El chico frunció el ceño y le dio un empujón que lo hizo caer en un charco lleno de barro.
El otro chico que lo acompañaba, un muchacho gordo de cabello rubio, rio al verlo cubierto de mugre.
—¡Mira, al menos así parece que llevas pantalones! —comentó.
Izuku frunció los labios. Agarró un puñado de barro y lo lanzó hacia los chicos. La bola chocó de lleno contra ellos, manchando sus caras y sus camisetas. Los dos gruñeron mientras se limpiaban la cara con el dorso de la mano y clavaron sus ojos en Izuku. El chico se levantó del charco y retrocedió, intuyendo el peligro. Quiso correr en sentido contrario, pero chocó contra alguien.
—Ey, ¿estás bien?
Esa voz…
—Kacchan…
Alarmado por los gritos, Katsuki había salido de la tienda. Iba vestido con uno uniforme blanco y un delantal negro. Comprobó que Izuku se encontrase bien y dirigió una mirada asesina a los chicos que habían estado burlándose de él.
—Ba-Bakugo, ¿le conoces? —preguntó uno de los chicos, que retrocedió instintivamente cuando Katsuki se acercó a ellos.
—¿Tú qué crees, escoria?
—N-no sabíamos que era amigo tuyo —dijo el otro e intentó quitarle hierro al asunto—. ¡Vamos, tienes que admitir que ha sido gracioso!
—Ah, ¿te parece gracioso reírte de alguien a quien no conoces y tirarle en el barro? —preguntó Katsuki—. Muy bien.
Agarró al chico por la camiseta y lo lanzó directo al charco lodoso.
—¡¿Qué haces?!
—Ahora también nos podremos reír de ti.
Se volvió hacia el otro chico, el que había iniciado la burla hacia Izuku, y lo agarró del pelo.
—¡Lo… lo siento! ¡Lo siento mucho, Bakugo! —exclamó el joven.
—¡No es a mí a quien tienes que pedir perdón, idiota!
—¡Lo siento mucho! —le dijo el chico a Izuku—. ¡No volveré a molestarte! ¡Lo prometo!
—Así me gusta.
Katsuki lo empujó para alejarlo de sí, pero antes de que se marcharan, señaló a Izuku.
—Por cierto, adivina de quién es esa sudadera.
Izuku se encogió cuando escuchó aquellas palabras.
—¿Tu-tuya? —respondió el chico.
—¡Vaya! Eres un jodido genio. Adivina ahora quién va a pagarme una nueva.
—¡Te la pagaré, Bakugo! ¡Te la pagaré, te lo prometo!
—Deja de hacer promesas y lárgate. ¡Y tú también, saco de mierda!
El chico gordo se levantó del charco y corrió tras su amigo todo lo rápido que pudo. Katsuki se volvió hacia Izuku.
—Lo siento, Kacchan. Te he arruinado la sudadera.
—Olvida la sudadera. Me importa una mierda —le dijo.
—Aun así, lo siento —murmuró Izuku. Se sentía incapaz de mirarle a la cara.
—No, soy yo quien siente que esos idiotas te hayan tratado así. ¿Estás bien?
Asintió.
Katsuki acunó su cara y limpió el barro de sus mejillas con el extremo de su delantal.
—¿Qué haces aquí? ¿Y por qué no llevas pantalones?
—Quería pasear y ver dónde trabajas —respondió, avergonzado, tirando del borde de la sudadera hacia abajo. Hasta ese momento, no había sido consciente de la humillación que representaba en el mundo de los humanos no llevar pantalones—. Los pantalones se me caían al caminar.
—No deberías ir medio desnudo por ahí —le aconsejó con una sonrisa.
—No se me ve nada…
Katsuki suspiró. Lo agarró de la mano y lo llevó adentro de la tienda.
—¿Izuku? ¿Qué te ha pasado? —preguntó su madre cuando lo vio cubierto de lodo y sin pantalones.
—Se ha caído —respondió Katsuki de forma tajante.
Llevó a Izuku a la trastienda y cerró la puerta. Katsuki lo guio hasta una silla y le pidió que esperara un momento. El joven aprovechó para observar todo lo que lo rodeaba. Aquel lugar estaba lleno de hornos, bandejas y amplias mesas donde todavía podían verse restos de harina.
Katsuki regresó un minuto más tarde con un paño mojado en la mano. Se arrodilló frente a él y le quitó los zapatos. Cuando Izuku se dio cuenta de lo que pretendía, ya era tarde para detenerlo: Katsuki tomó los pies de Izuku y les quitó el barro antes de continuar con sus piernas.
—¡Eso no es necesario, Kacchan! —le dijo. Su cara estaba tan roja que parecía que iba a estallar en cualquier momento.
—No puedes ir lleno de barro por la calle.
—¡Pero yo puedo limpiarme a mí mismo!
Katsuki frunció el ceño, pero continuó con su labor.
—No, yo lo haré —respondió finalmente—. A menos que te desagrade que te toque…
Izuku dio un respingo.
—¡Por supuesto que no me desagrada que me toques! —aclaró.
—Entonces, cállate y déjame trabajar.
Izuku se encogió en la silla y dejó que Katsuki continuara limpiando su piel. El Katsuki de la vida real era más grosero que el de sus sueños, pero sus actos seguían siendo los propios de la persona de la que se había enamorado perdidamente.
Tomó aire y lo soltó lentamente para intentar calmar los latidos de su corazón. Katsuki no le miraba. Estaba concentrado en su trabajo. Un escalofrío recorría la espalda de Izuku cada vez que el chico pasaba sus grandes manos por cualquier centímetro de sus piernas. El rubio se dispuso a limpiar entonces sus muslos, pero antes intercambió una mirada con Izuku, buscando su permiso.
El chico de ojos verdes asintió. Le ardían las mejillas y le temblaban las manos. Solo esperaba que ese temblor no se hiciera presente también en sus piernas.
El rubio apartó la sudadera del muslo izquierdo de Izuku. Con una mano, lo alzó suavemente por la zona de la corva, y con la otra, pasó el paño meticulosamente por su pierna. Izuku notó cómo uno de sus dedos resbalaba del paño para acariciar su piel. Al principio, se preguntó si habría sido un roce casual o totalmente intencionado. Pero aquel contacto se repitió en un par de ocasiones, y cuando sus miradas se cruzaron por primera vez, Izuku supo que aquellos roces no eran fruto de la casualidad.
Izuku se quedó sin respiración cuando aquellos ojos rojos se clavaron en él. Nunca nadie lo había mirado de la manera en que Katsuki lo hacía. Era como si lo acariciara con la mirada.
—¿Estás listo? —le dijo Katsuki.
Las palabras se le atragantaron en la garganta.
—¿Pa-para qué?
Katsuki sonrió.
—Para ir a comprarte ropa.
—¡Oh! ¡Claro! —exclamó con una voz que salió demasiado aguda—. ¡Ropa! ¡Sí!
El rubio soltó una carcajada. Su risa era grave y contagiosa. ¡Cuánto la había echado de menos!
—Vamos.
Katsuki colgó el delantal en la tienda y anunció a sus padres que saldría durante un rato para comprarle ropa a Izuku.
—Te lo compensaré, Kacchan.
—Cállate.
Katsuki lo agarró de la mano y tiró de él por las calles del pueblo. Izuku estaba viviendo un sueño. Ya no le importaban las miradas de los transeúntes al comprobar que no llevaba pantalones. Estaba caminando de la mano de Kacchan y eso era todo en lo que podía pensar. Una mano grande, fuerte y cálida adornada por un anillo de plata en el dedo anular y una pulsera de cuero.
Deseó dejar caer su cabeza contra el brazo de su amor. Por un momento, pensó que debía reprimirse: podría ser demasiado pronto para ese tipo de gesto afectuoso. Por otra parte, Katsuki acababa de acariciar cada centímetro de sus piernas sin el más mínimo resquicio de pudor…
Se acercó disimuladamente y rozó con su frente el brazo de Kacchan. Como respuesta, Katsuki entrelazó los dedos de sus manos en silencio. Izuku se mordió el labio inferior para ahogar un grito de júbilo. Mentalmente, agradeció a los dos abusones por meterse con él. Si no hubiera sido por ellos, todo aquello no estaría ocurriendo.
Katsuki no soltó su mano hasta que entraron en la tienda de ropa. Era un lugar bastante grande e Izuku no sabía muy bien por dónde mirar. Katsuki escogió unos pantalones negros que debían ser de su talla. Nada más probárselos y comprobar que le quedaban bien, el rubio arrancó la etiqueta y se la entregó a la dependienta para que los cobrara.
—Ahora que tienes pantalones, puedes ir a buscar lo que te guste —le dijo Katsuki con una sonrisa burlona.
Izuku se internó entre el laberinto de ropa. No estaba muy seguro de qué era lo que le gustaba. La ropa de los humanos era muy diferente a la de los dioses.
Buscó durante unos minutos antes de dar con algo que realmente le llamó la atención. Cuando salió del probador, Katsuki se quedó sin palabras: Izuku había escogido una blusa blanca de mangas largas de la sección femenina. Era una prenda vaporosa con mangas abiertas y espalda al aire.
—¿Qué te parece, Kacchan? ¿No es bonito?
Un nudo se formó en la garganta de Katsuki. Aquella blusa se parecía tanto a las túnicas que solía llevar Deku…
Recordó uno de sus sueños: estaban sentados en la hierba. Katsuki le había hecho un hueco entre sus piernas para poder abrazarlo. Deku se acurrucaba contra su pecho y le contaba historias sobre héroes fantásticos y sus aventuras. Una mariposa cruzó por delante de ellos e Izuku se incorporó para observarla de cerca. Entonces, Katsuki tuvo una vista perfecta de su espalda desnuda, blanca y llena de pecas.
Pasó sus dedos por ella delineando la columna vertebral y terminó su camino con un beso en la nuca de Deku. El chico se estremeció y lo miró con el rostro sonrojado y los ojos suplicantes.
—Hazlo otra vez —le había pedido en un murmullo, y Katsuki había obedecido sin pensárselo ni un segundo.
—¿Kacchan? ¿Qué pasa? ¿No te gusta? —preguntó Izuku al verlo perdido en sus pensamientos. Se giró hacia el espejo del probador y volvió a mirarse, estirando los brazos en cruz.
Katsuki sonrió. La espalda de Izuku también estaba poblada de pecas.
—Es perfecto —dijo.
Continuará…
